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ArribaAbajo

Letrillas




- I -


El amante tímido


ArribaAbajo       Si quiero atreverme,
       no sé qué decir.

   En la pena aguda
que me hace sufrir
el Amor tirano  5
desde que te vi,
mil veces su alivio
te voy a pedir,
y luego, aldeana,
que llego ante ti,  10
       si quiero atreverme,
       no sé qué decir.

   Las voces me faltan,
y mi frenesí
con míseros ayes  15
las cuida suplir;
pero el dios aleve
se burla de mí:
cuanto ansío más tierno
mis labios abrir,  20
       si quiero atreverme,
       no sé qué decir.

   Sus fuegos entonces
empieza a sentir
tan vivos el alma  25
que pienso morir.
Mis lágrimas corren;
mi agudo gemir
tu pecho sensible
conmueve, y al fin,  30
       si quiero atreverme,
       no sé qué decir.

   No lo sé, temblando
si por descubrir
con loca esperanza  35
mi amor infeliz,
tu lado por siempre
tendré ya que huir,
sellándome el miedo
la boca, y así,  40
       si quiero atreverme,
       no sé qué decir.

   ¡Ay!, ¡si tú, adorada,
pudieras oír
mis hondos suspiros,  45
yo fuera feliz!
Yo, Filis, lo fuera;
mas, ¡triste de mí!,
que tímido al verte
burlarme y reír,  50
       si quiero atreverme,
       no sé qué decir.




- II -


A unos lindos ojos


ArribaAbajo       Tus lindos ojuelos
       me matan de amor.

   Ora vagos giren,
o párense atentos,
o miren exentos,  5
o lánguidos miren,
o injustos se aíren,
culpando mi ardor,
       tus lindos ojuelos
       me matan de amor.  10

   Si al fanal del día
emulando ardientes,
alientan clementes
la esperanza mía,
y en su halago fía  15
mi crédulo error,
       tus lindos ojuelos
       me matan de amor.

   Si evitan arteros
encontrar los míos,  20
sus falsos desvíos
me son lisonjeros.
Negándome fieros
su dulce favor,
       tus lindos ojuelos  25
       me matan de amor.

   Los cierras burlando,
y ya no hay amores,
sus flechas y ardores
tu juego apagando;  30
yo entonces temblando
clamo en tanto horror:
       «¡Tus lindos ojuelos
       me matan de amor!»

   Los abres riente,  35
y el Amor renace
y en gozar se place
de su nuevo oriente,
cantando demente
yo al ver su fulgor:  40
       «¡Tus lindos ojuelos
       me matan de amor!»

   Tórnalos, te ruego,
niña, hacia otro lado,
que casi he cegado  45
de mirar su fuego.
¡Ay!, tórnalos luego,
no con más rigor
       tus lindos ojuelos
       me matan de amor.  50




- III -


La guirnalda


ArribaAbajo       Mi linda guirnalda
       de rosa y clavel.

   De las tiernas flores
que da mi vergel,
cuantas vi más lindas  5
con afán busqué;
y aun entre ellas quise
de nuevo escoger
las que entrelazadas
formasen más bien  10
       mi linda guirnalda
       de rosa y clavel.

   Los ricos matices
que vario el pincel
en ellas de Flora  15
sabe disponer,
del gusto guiado
tan feliz casé
que es gozo y envidia
de cuantos la ven  20
       mi linda guirnalda
       de rosa y clavel.

   Sentí al acabarla
tan dulce placer
que al Niño vendado  25
la quise ofrecer.
«No», luego me dije,
«que es falso y cruel;
y de la inocencia
premio debe ser  30
       mi linda guirnalda
       de rosa y clavel.

   Allá en sus pensiles
él puede coger
guirnaldas que ciñan  35
su pérfida sien,
mientras mi respeto
consagra a los pies
del decoro amable,
del recato fiel,  40
       mi linda guirnalda
       de rosa y clavel.

   No la esquive, niña,
tu áspero desdén
o bajes los ojos  45
con más timidez;
ni en tanta vergüenza
te mire yo arder
que venza tu rostro
por su rosicler  50
       mi linda guirnalda
       de rosa y clavel.

   Sobre tu cabello
déjala poner,
que en don tan humilde  55
nada hay que temer.
Verás cuál se luce
con su blonda red
y de tu alba frente
con la hermosa tez  60
       mi linda guirnalda
       de rosa y clavel.

   Las flores son galas
de la sencillez;
tu beldad sencilla  65
digna de ella es,
dignas tus virtudes
de más alto bien.
Admite pues, niña,
admite cortés  70
       mi linda guirnalda
       de rosa y clavel.

   ¡Y ojalá te mire
tanto florecer,
que eternos loores  75
los siglos te den!
¡Ojalá a tu mando
las dichas estén
cual ora por feudo
de tus gracias ves  80
       mi linda guirnalda
       de rosa y clavel!




- IV -


La libertad


(Traducción de Metastasio)


A Lice


ArribaAbajo   Merced a tus traiciones
al fin respiro, Lice;
al fin de un infelice
el cielo hubo piedad.
Ya rotas las prisiones,  5
libre está el alma mía;
no sueño, no, este día
mi dulce libertad.

   Cesó la antigua llama,
y tranquilo y exento  10
ni aun un despique siento
do se disfrace amor.
No el rostro se me inflama
si oigo tal vez nombrarte;
el pecho no al mirarte  15
palpita de temor.

   Duermo en paz y no creo
tu imagen ver presente,
ni al despertar la mente
se empieza en ti a gozar.  20
Lejos de ti me veo,
y quieto estoy de grado,
que nada en mí ha quedado,
ni gusto ni pesar.

   Si hablo en tus perfecciones,  25
no enternecerme siento;
si mis delirios cuento,
ni aun indignarme sé.
Delante te me pones,
y ya no estoy turbado;  30
en paz con mi engañado
rival de ti hablaré.

   Mírame en rostro fiero,
háblame en faz humana:
tu altanería es vana,  35
y es vano tu favor;
que en mí el mandar primero
perdió tu hablar divino;
tus ojos no el camino
saben del corazón.  40

   Lo que me place o enfada,
si estoy alegre o triste,
no en ser tu don consiste,
ni culpa tuya es;
que ya sin ti me agrada  45
el prado y selva hojosa;
toda estancia enojosa
me cansa aunque allí estés.

   Mira si soy sincero:
aún me pareces bella,  50
pero no, Lice, aquella
que parangón no ha;
y, no por verdadero
te ofenda, algún defecto
noto en tu lindo aspecto,  55
que tuve por beldad.

   Al romper las cadenas,
dígolo sonrojado,
mi corazón llagado
romper se vio y morir;  60
mas por salir de penas
y de opresión librarse,
en fin, por rescatarse
¡qué no es dado sufrir!

   El colorín trabado  65
tal vez en blanda liga,
la pluma en su fatiga
deja por escapar;
mas presto matizado
se ve de pluma nueva,  70
ni, cauto con tal prueba,
le tornan a engañar.

   Sé que aún no crees extinto
aquel mi ardor primero
porque callar no quiero  75
y de él hablando estó;
sólo el natal instinto
me aguija a hacerlo, Lice,
con que cualquiera dice
los riesgos que sufrió.  80

   Pasadas iras cuento
tras tanto ensayo fiero.
De la herida el guerrero
muestra así la señal;
así muestra contento  85
cautivo que de penas
escapó, las cadenas
que arrastró por su mal.

   Hablo, mas sólo hablando
satisfacerme curo;  90
hablo, mas no procuro
que crédito me des.
Hablo, mas no demando
si apruebas mis razones;
si a hablar de mí te pones,  95
que tan tranquila estés.

   Yo pierdo una inconstante,
tú un corazón sincero;
yo no sé cuál primero
se deba consolar.  100
Sé que un tan fiel amante
no le hallarás, traidora;
mas otra engañadora
bien fácil es de hallar.




- V -


Regalando unos dulces a una señorita de pocos años

ArribaAbajo   A la más dulce
de cuantas niñas
del feliz Turia
la margen pisan,
   a la preciosa  5
y amable Silvia
un dulce mimo
mi afecto envía;
   a la que artera,
vivaz, festiva,  10
puede a las Gracias
causar envidia,
   cuya persona
toda es delicias,
toda en su trato  15
sales y almíbar;
   la que azucena,
pura, sencilla,
sin gemir hace
que tantos giman,  20
   y en su inocencia
donosa y linda
arrastra esclavos
cuantos la miran;
   cuyos ojuelos  25
la bondad misma
son, y la boca,
fuente de risas,
   mientra en su seno
reinan unidas  30
la atención grata,
la amistad fina,
   seno a quien nada
bajo mancilla,
de almos afectos  35
felice mina.
   ¡Oh!, en paz gloriosa
por siempre vivas,
sin que te anublen
duelos ni cuitas.  40
   Todo te halague,
todo te ría;
la suerte en todo
ciega te sirva,
   ni en tus hervores  45
nunca despidas
otros suspiros
que de alegría.
   Nunca; y el cielo,
cual con benigna  50
lumbre a la tierra
plácido mira,
   así riente,
la edad florida
regale, adule,  55
colme de dichas
   a la más dulce
de cuantas niñas
del feliz Turia
la margen pisan.  60




- VI -


La flor del Zurguén


ArribaAbajo   Parad, airecillos,
y el ala encoged,
que en plácido sueño
reposa mi bien.
   Parad y de rosas  5
tejedme un dosel
do del sol se guarde
       la flor del Zurguén.

   Parad, airecillos,
parad y veréis  10
a aquella que ciego
de amor os canté,
   a aquella que aflige
mi pecho cruel,
la gloria del Tormes,  15
       la flor del Zurguén.

   Sus ojos, luceros;
su boca, un clavel;
rosa, las mejillas;
y atónitos ved  20
   do artero Amor sabe
mil almas prender,
si al viento las tiende
       la flor del Zurguén.

   Volad a los valles,  25
veloces traed
la esencia más pura
que sus flores den.
   Veréis, cefirillos,
con cuánto placer  30
respira su aroma
       la flor del Zurguén.

   Soplad ese velo,
sopladlo, y veré
cuál late y se agita  35
su seno con él,
   el seno turgente
do tanta esquivez
abriga en mi daño
       la flor del Zurguén.  40

   ¡Ay, cándido seno!,
¡quién sola una vez
dolido te hallase
de su padecer!
   Mas, ¡oh, cuán en vano  45
mi súplica es!,
que es cruda cual bella
       la flor del Zurguén.

   La ruego, y mis ansias
altiva no cree;  50
suspiro, y desdeña
mi voz atender.
   Decidme, airecillos,
decidme: ¿Qué haré
para que me escuche  55
       la flor del Zurguén?

   Vosotros felices
con vuelo cortés
llegad y besadle
por mí el albo pie.  60
   Llegad y al oído
decidle mi fe,
quizá os oiga afable
       la flor del Zurguén.

   Con blando susurro  65
llegad sin temer,
pues leda reposa
su altivo desdén.
   Llegad y piadosos
de un triste os doled,  70
así os dé su seno
       la flor del Zurguén.




- VII -


Filis cantando


ArribaAbajo       Venid, avecillas,
       venid a tomar
       de mi zagaleja
       lección de cantar.

   Venid; de sus labios,  5
do la suavidad
suspira entre rosas
y miel y azahar,
   la alegre alborada
canoras llevad,  10
para cuando el día
comience a rayar.
       Venid, avecillas,
       venid a tomar
       de mi zagaleja  15
       lección de cantar.

   Con vuestros piquitos
dulces remedad
sus juegos alegres,
su tono y compás,  20
   las fugas y vueltas
con que enajenar
de amor logra a cuantos
oyéndola están.
       Venid, avecillas,  25
       venid a tomar
       de mi zagaleja
       lección de cantar.

   Seguid su elevado
y ardiente trinar  30
o el desfallecido
blando suspirar,
   que el alma penetra
de dulzura tal,
que en pos de sus ayes  35
se quiere exhalar.
       Venid, avecillas,
       venid a tomar
       de mi zagaleja
       lección de cantar.  40

   Yo, que lo he sentido,
no alcanzo a explicar
cuál mueve y encanta
su voz celestial.
   Venidlo vosotras,  45
venidlo a probar,
por más que su gracia
tengáis que envidiar.
       Venid, avecillas,
       venid a tomar  50
       de mi zagaleja
       lección de cantar.

   Venid, parlerillas;
no dejéis pasar
la ocasión dichosa,  55
pues cantando está.
   Venid revolando,
que no ha de cesar
su voz regalada
con vuestro llegar.  60
       Venid, avecillas,
       venid a tomar
       de mi zagaleja
       lección de cantar.




- VIII -


La rosa


ArribaAbajo       Deja que en tu seno
       la ponga feliz.

   La rosa primera
que de mi jardín,
llorándolo Flora,  5
hoy, Filis, cogí,
   y Amor a mi ruego
crió para ti,
       deja que en tu seno
       la ponga feliz.  10

   Ella el suyo hermoso
acaba de abrir
del céfiro blando
al soplo sutil,
   y en otro de nieve  15
anhela morir:
       deja que en tu seno
       la ponga feliz.

   Su aroma fragante
puede competir  20
con cuantos de Gnido
exhala el pensil;
   su púrpura excede
al vivo carmín;
       deja que en tu seno  25
       la ponga feliz.

   La altiva azucena,
el albo jazmín,
el clavel pomposo
y el fresco alhelí  30
   parias a mi rosa
le deben rendir;
       deja que en tu seno
       la ponga feliz.

   Si Venus la viera,  35
como yo la vi,
entre cien pimpollos
flotante lucir,
   quisiérala al punto
sólo para sí;  40
       deja que en tu seno
       la ponga feliz.

   Quisieran las Gracias
en donosa lid
el prez de gozarla  45
con Venus partir
   y adornar con ella
su pecho gentil;
       deja que en tu seno
       la ponga feliz.  50

   Déjalo, y permite
que a mi rosa unir
mil dulces suspiros
pueda y ansias mil.
   Quizá así más grata  55
los gustes de oír.
       Deja que en tu seno
       la ponga feliz.

   Ve, flor venturosa,
y a mi amada di  60
cuán penado envidio
tu glorioso fin;
   por él yo trocara
mi triste vivir.
       Deja que en tu seno  65
       la ponga feliz.

   Haz lenguas tus hojas,
y clamen por mí,
clamen hasta verla
arder y gemir,  70
   robando a su boca
dulcísimo un sí.
       Deja que en tu seno
       la ponga feliz.

   Si alcanzases, rosa,  75
como yo a sentir,
¡oh, cuál te mecieras
de aquí para allí,
   sus globos de nieve
ansiando cubrir!  80
       Deja que en tu seno
       la ponga feliz.

   Si yo en ti pudiese
mi ser convertir,
sobre ellos mis labios  85
lograra imprimir.
   ¡Ay, Filis!, que sólo
me es dado decir:
       «Deja que en tu seno
       la ponga feliz».  90




- IX -


El despecho


ArribaAbajo   Sal, ¡ay!, del pecho mío;
sal luego, Amor tirano,
y apaga el fuego insano
que abrasa el corazón.
Bastante el albedrío  5
lloró sus crudas penas,
esclavo en las cadenas
que hoy rompe la razón.

   No más a una inhumana
seguir perdido y ciego,  10
ni con humilde ruego
quererla convencer.
Con su beldad ufana
allá se goce altiva,
que a mí no me cautiva  15
quien me hace padecer.

   Dos años la he servido;
y en ello, ¿qué he ganado?
Llorar abandonado,
pesares mil sufrir.  20
¡Oh tiempo mal perdido!,
¡oh agravios!, ¡oh traiciones!
¿En tantas sinrazones
cómo podré vivir?

   Pensaba yo que un día,  25
favorecido amante,
por mi pasión constante
me coronara Amor;
y ardiente en mi porfía,
contento en el desprecio,  30
pensaba yo... ¡Qué necio
juzgó mi ciego error!

   Mis ansias por agravios
suenan en sus oídos;
los míseros gemidos  35
irritan su esquivez.
Así mis tristes labios,
no osando ya quejarse,
ni aun pueden aliviarse
nombrándola una vez.  40

   La busco y tras su planta
corriendo voy; mas ella
me evita, y ni su huella
logra mi fe adorar;
que con fiereza tanta  45
llegó ya a aborrecerme,
que el rostro por no verme
ni aun quiere a mí tornar.

   ¡Ingrata!, ¡fementida!,
prosigue en tus rigores  50
o añade otros mayores
con bárbaro placer.
Sigue, que ya extinguida
la hoguera en que penaba,
do el alma se abrasaba  55
quiero en venganza ver.

   Mas no, mi dulce dueño;
cese el desdén impío,
cese; y del amor mío
déjate ya servir.  60
Y quien tu antiguo ceño
lloró, zagala hermosa,
merezca que amorosa
le empieces a seguir.

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