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Biblioteca de Literatura Infantil y Juvenil

Pulgarcito - videoteca Ficha de la obra

Hace mucho tiempo, en el bosque, había una casa muy pequeña y muy vieja. Dentro vivían unos padres muy pobres con sus siete hijos. El más pequeño no alcanzaba el tamaño del dedo pulgar, por eso lo llamaban Pulgarcito.

Un día, en el desayuno, Pulgarcito adivinó las intenciones de sus padres. Al verse tan pobres querían abandonar a sus hijos en el bosque, no podían mantenerlos. Pulgarcito pensó que una buena idea sería coger una hogaza de pan, y así lo hizo, disimuladamente.

El padre avisó a sus hijos:

-Niños necesito ayuda en el bosque, hemos de ir a talar árboles. Tendréis que ayudarme. Así, salieron todos de casa. Pulgarcito iba el último, dejando pequeñas miguitas de pan por el camino. Así lo hizo hasta que llegaron a una zona muy alejada donde sus padres empezaron a trabajar y les dijeron:

-Por favor, niños, tenéis que coger ramas de árboles, ¿de acuerdo?

Y todos se dispusieron a hacerlo. Ese fue el momento en el que los padres aprovecharon para, disimuladamente, volverse a la casa. Al verse abandonados, todos los hermanos se preguntaban dónde estaban y comenzaron a llorar. Pulgarcito les dijo:

-No os preocupéis, tranquilos yo he ido dejando miguitas de pan, así que conozco el camino de vuelta a casa. Vamos.

Los siguieron y, al principio, sí que había algunas migas de pan. Pero de repente estas habían desaparecido, los pájaros se las habían comido. Todos angustiados rompieron a llorar de nuevo. Todos menos Pulgarcito, que pensaba en cómo solucionar aquello. Subió a un árbol y divisó a lo lejos humo, algo pasaba allí. Bajó y les dijo a sus hermanos:

-Vamos a aquella casa de la que sale humo.

Así lo hicieron. Oscurecía, tenían mucha hambre y frío, además de miedo. Llegaron así a un castillo enorme.

Pulgarcito llamó a la puerta y les abrió una mujer que dijo:    

-¡Pobres niños! ¿Qué queréis?

A lo que Pulgarcito contestó:

-Desearíamos pasar la noche en el castillo, ¿puede ser?

-Claro que sí, pero debéis de tener mucho cuidado porque mi marido es un ogro grande, feo, malo y chepudo, al que le encanta comer carne fresca, así que tendréis que tener mucho cuidado. Deberéis de esconderos en el cuarto donde duermen nuestras sietes hijas.

-De acuerdo.

Fueron corriendo a esconderse. La mujer continuó cocinando como si nada. Pero su marido, el ogro, ya estaba empezando a oler algo:

-Aquí huele a carne fresca.

La mujer le digo:

-¡Que va! No te preocupes, si soy yo que estoy cocinando tres cerditos y dos terneras para ti.

-Nada de eso, aquí huele a humano.

Y se fue a buscar por todo el castillo hasta que encontró en la habitación donde dormían sus hijas a Pulgarcito y sus hermanos. Se acercó a ellos con intención de comérselos, pero la mujer lo detuvo y le dijo:

-No te los comas ahora, es mejor que yo los engorde y así mañana en el desayuno te los comerás mucho más ricos.

-Está bien, dijo el ogro. Y todos se fueron a dormir.

Pulgarcito dormía en una cama con sus hermanos y frente a ellos en otra cama las siete hijas del ogro y de la mujer. Pero Pulgarcito pensó:

«Las siete niñas llevan siete gorros». Se acercó a ellas mientras dormían y les quitó todos los gorros. Con cautela los fue colocando en las cabezas de sus hermanos y en la suya propia. Así sí que pudo dormir tranquilo.

Por la mañana, a la hora del desayuno, el ogro tenía tanta hambre que quería comer ya. Se fue a la habitación que estaba a oscuras y no se veía nada, tocó a un lado y a otro y vio que uno de los grupos no tenía gorros y el otro sí.

«Está claro estas son mis hijas». Se lanzó sobre la otra cama y se comió a todos.

Pulgarcito despertó a sus hermanos con el jaleo y se fueron corriendo, el ogro se había dado cuenta de su equivoco, se había comido a sus hijas.

Pulgarcito y sus hermanos corrían apresuradamente, el ogro corría a pasos agigantados porque disponía de unas botas mágicas que se lo permitían. Iba muy rápido, se acercaba poco a poco a Pulgarcito y sus hermanos, tenían mucho miedo y no podían correr más. Pero quiso la casualidad que el ogro tropezase con la rama de un árbol, cayese al suelo, se golpease con una piedra y muriese allí mismo.

Pulgarcito y sus hermanos lo vieron y se acercaron atemorizados, pero enseguida cogieron aquellas botas y todos se subieron, incluso Pulgarcito, para empezar a caminar a pasos agigantados.

Llegaron así muy lejos, al pueblo, donde avisaron al rey de que aquel ogro grande y feo había muerto.

-¿Ah, sí?, dijo el rey. Estamos muy contentos. Todo el pueblo estaba sufriendo ya desde hace mucho tiempo por culpa de aquel ogro al que le encantaba la carne fresca y eso al fin se ha terminado. Muchas gracias. Como premio a vuestra acción, tanto a ti como a tus hermanos, e incluso a tus padres, os daré de comer, os daré ropa, dinero, todo lo que queráis. Os lo prometo, os cuidaré para siempre.

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