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Expulsión y exilio de los jesuitas de los dominios de Carlos III

Catálogo: Selección de textos

ISLA, J. F. de, Memorial en nombre de las cuatro provincias españolas de la Compañía de Jesús desterradas del Reino a S.M. el Rey D. Carlos III, estudio introductorio y notas de E. Giménez López, Alicante, Instituto de Cultura «Juan Gil-Albert», Diputación Provincial de Alicante, 1999

El P. José Francisco de Isla apela a la clemencia de Carlos III denunciando la ilegitimidad de la expulsión de los jesuitas, así como los ilícitos medios que se utilizaron para llevarla a cabo

Señor:

Las cuatro Provincias que componían en España el cuerpo regular de la Compañía de Jesús, piden licencia a V.M. para postrarse humildemente a los pies del trono, y poner en vuestros Reales piadosísimos oídos los justos motivos de su profundo dolor. No le puede haber mayor para unos fieles vasallos, y vasallos de esta calidad, que verse tan arruinada y aún tan ignominiosamente constituidos en la desgracia de su Rey, y de un Rey cuyo carácter ha sido siempre el que dibujan la piedad, la clemencia y la justicia.

Preciso es, Señor, que la malevolencia, el odio y el engaño, disfrazados en celo, hayan logrado sorprender con alevosa infidelidad el Real justificadísimo ánimo de V.M., pintándole a los Jesuitas como los mayores monstruos contra la Religión y contra el Estado que ha producido hasta ahora la naturaleza, cuando han podido conseguir que en su destierro como en su expatriación, en el total despojo de su honor y de sus casas, se hayan desatendido todas las leyes que prescriben el derecho natural, el divino y el humano, practicadas siempre inviolablemente aún con el hombre más vil y más facineroso del mundo. Sin hacerles causa, sin darles traslado de la más mínima acusación, sin hacerles cargo en particular del más ligero delito, y, por consiguiente, sin oírlos; se los destierra, se confiscan todos sus bienes, se desacredita su conducta, y su doctrina se supone sospechosa, y aún vergonzosa la comunicación con ellos, y hasta en los negocios puramente espirituales se declara delincuente y criminoso todo comercio con sus individuos, sin exceptuar el de los padres con los hijos, ni de los hermanos con sus hermanos carnales, cerrando absolutamente la puerta, no sólo al alivio de sus penas, sino aún a la noticia de sus trabajos; y, en fin, se los confina a todos en dos estrechos presidios de la isla más belicosa, más inquieta, más asolada y más pobre que se reconoce en todos los mares de Italia, expuestos a todos los trabajos, miserias y desdichas que trae consigo el furor de la guerra, y de una guerra tan obstinada como irregular.

Permítanos, Señor, V.M. que hagamos presentes a vuestra Real benignidad con la verdad más pura, y más desnuda de toda ponderación y artificio, así los excesos, irregularidades y violencias que se cometieron casi generalmente en la práctica de su expulsión, muy ajenos de vuestro Real piadosísimo ánimo, como el extraño modo con que se procedió en el desembarco de las dos Provincias de Castilla y Andalucía, por los tres oficiales que mandaban los tres respectivos convoyes, y los indecibles trabajos que estamos padeciendo, como consecuencias necesarias de aquella, al parecer, precipitada resolución.

Ante todas las cosas protestamos no ser nuestro ánimo culpar la conducta del más mínimo de los ministros que intervinieron en la ejecución de las Reales Órdenes expedidas en nombre de V.M.; antes, excusando desde luego benignamente su derecha intención, nos queremos persuadir a que, si hubo algunos excesos, serían hijos del celo a vuestro Real servicio, el cual pudo desacertar muy bien inculpablemente en la elección, o en el ejercicio de los medios, considerándolos más conducentes, o quizá absolutamente necesarios para conseguir el fin.

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