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Francisco Martínez de la Rosa

Biografía de Francisco Martínez de la Rosa

Las reflexiones críticas sobre la vida y obra de Martínez de la Rosa son de dispar valoración a lo largo de la historiografía española y del hispanismo en general. Su controvertida figura política fue censurada por el mordaz Larra en sus artículos periodísticos y la leyenda de su peculiar eclecticismo acomodaticio le valdría no pocas críticas. El remoquete sobre tal comportamiento político haría posible que se le conociera con el nombre de Rosita la Pastelera. A pesar de ello, Fígaro no ocultaría su admiración por Martínez de la Rosa como dramaturgo, fundamentalmente a raíz del estreno de su obra La Conjuración de Venecia. Otro testimonio de la época de indudable interés para el conocimiento de su talante ideológico y político sería el de A. Ferrer del Río, crítico y escritor coetáneo al autor, que en su Galería de la Literatura Española lo compara con un «piloto asido al timón de una nave, sin que la sepa guiar por invariable derrotero a rumbo determinado […] Su carácter no se aviene con el papel que se le ha encomendado. Si hubiera sido contemporáneo de las persecuciones del cristianismo, sin perder color, ni titubear en su fe, se pasara de las catacumbas a los tribunales y de allí al anfiteatro de Roma […] Martínez de la Rosa es irresoluto; sus perplejidades le hacen inactivo, indolente, confiado, y en tiempos de revueltas ha zozobrado siempre su autoridad y ha sido estéril la pureza de sus intenciones» (1846: 85-86).

Datos biográficos

La vida de Francisco Martínez de la Rosa transcurre paralela a los avatares de la vida española de finales del siglo XVIII y primera mitad del XIX. Nace en Granada, el 10 de marzo de 1787, de familia distinguida y acomodada. A los doce años ingresa en la Universidad. Dos años después se licencia en Artes. En 1804 se doctora en Derecho Civil y al año siguiente toma posesión de la cátedra de Filosofía Moral. Su precocidad es evidente, pero al mismo tiempo revela las deficiencias del sistema educativo de la época. La escasa preparación intelectual de los profesores universitarios sería denunciada por el propio Martínez de la Rosa con precisión y sagacidad en un informe presentado a la propia Universidad un año después de ser nombrado catedrático.

Al estallar la Guerra de la Independencia, Martínez de la Rosa alternaba las tareas docentes con la composición de poesías festivas, amorosas y religiosas. Al estallido de la contienda marcha a Gibraltar para negociar la ayuda inglesa y gestionar la compra de armas. Tomada Granada por los franceses y tras formar parte de la Junta de Defensa de Granada se trasladaría a Cádiz, de donde partiría para Londres. Por estas fechas compone y estrena varias piezas teatrales adscritas a la estética neoclásica, como la tragedia La viuda de Padilla, compuesta en el año 1812, que escenifica el célebre episodio de la defensa de Toledo por doña María de Pacheco, viuda del cabecilla comunero ajusticiado a raíz de la batalla de Villalar. Las circunstancias políticas por las que atravesaba España explican el carácter tribunicio de la obra. Estrena también el juguete cómico titulado Lo que puede un empleo, representado en Cádiz mientras estaba ocupada el resto de Andalucía por el ejército napoleónico. Forma parte de las Constituyentes y restaurado en el año 1814 el absolutismo es desterrado al Peñón de la Gomera por ser conspicuo doceañista y liberal. Cabe recordar que Martínez de la Rosa trabajó en las Cortes ordinarias de forma activa en múltiples asuntos, desde la reorganización de la enseñanza o reforma tributaria, hasta los problemas de la desmovilización y traslado de las Cortes a Madrid.

Al regresar el monarca Fernando VII, Martínez de la Rosa encabezaría el grupo liberal que trató de asegurar el respeto del rey a la Constitución, pero al restaurarse el absolutismo sufrió un proceso ignominioso que le conduciría durante ocho años al citado Peñón de la Gomera. Al sobrevenir la sublevación de Riego, año 1820, abandona la prisión. Durante su encierro escribió numerosísimas poesías, inició la redacción de la Poética, concebida como una orientación ecléctica, moderada y no como un estricto código. Precisamente en la Advertencia que figura al frente de la obra se dirige a los lectores con modestia y salvedad: «Si acaso condenase alguno que haya elegido cabalmente a nuestros autores más célebres para presentar muestras de defecto y censurarlos con severidad, debo manifestar en mi abono que no me ha movido a hacerlo el maligno deseo de notar faltas […] No por eso pretendo haber acertado siempre en mi crítica, ni menos aspiro a que se respete mi dictamen como fallo de un juez» (1838, I: IV-V).

En su reclusión en el Peñón de la Gomera Martínez de la Rosa escribió la tragedia Morayma, que nunca fue estrenada a pesar de ser editada en París en 1827. La tragedia se ajusta con precisión a la preceptiva neoclásica –unidad de tiempo, unidad de lugar, cinco actos, versificación y unidad de acción-. Su principal fuente histórica fue la obra de Ginés Pérez de Hita –Guerras civiles de Granada-, cuyo contexto histórico se circunscribe a las sangrientas luchas de la corte de Boabdil entre Zegríes y Abencerrajes, en la Alhambra de Granada, en el Patio de los Leones. La escenografía y los apasionados, violentos y majestuosos árabes que habitan en lugar tan mayestático y solemne engarzan con sutil perfección en el modélico escenario que cualquier dramaturgo romántico hubiera deseado. Obra clásica, pues, pero con resonancias románticas, a diferencia de la comedia neoclásica escrita también durante esta época titulada La niña en casa y la madre en la máscara, estrenada en el año 1821. Obra en la que Martínez de la Rosa se propone convencer a las madres para que actúen con recto juicio a la hora de educar a sus hijas, acechadas por jóvenes calaveras y falsos galanes que denotan cuán falsa es la sociedad. Comedia de corte neoclásico que ofrece idénticas pautas a la publicada por Martínez de la Rosa con el título Los celos infundados o el marido en la chimenea, en la que lector encuentra claras reminiscencias de El viejo y la niña de Moratín, y la titulada La boda y el duelo, escrita en Francia y estrenada en el Liceo de Madrid con no poco éxito.

A raíz de la sublevación de Riego y el inicio del Trienio Liberal (1820-1823), Martínez de la Rosa es elegido diputado por Granada para formar parte de las nuevas Cortes, convirtiéndose en adalid de la nueva Ley de Instrucción Pública y de la Imprenta, esencial punto de partida en la historia de la prensa, del libro. Durante los dos primeros años del Trienio Liberal combatió tenazmente no solo la resistencia de Fernando VII al nuevo orden constitucional, sino también la postura radical de las célebres sociedades patrióticas del momento. Al inicio del año 1822 fue elegido Jefe del gobierno, dimitiendo más tarde del cargo a raíz de la sublevación del general Fernández de Córdoba el 7 de julio de dicho año. Momentos antes de que se produjera la intervención francesa en España con el envío de los Cien Mil Hijos de San Luis, Martínez de la Rosa se exiliaría durante siete años, residiendo la mayor parte del tiempo en París y, en menor medida, en Italia, Alemania y Bélgica.

El exilio no le impidió estar en contacto con los principales círculos literarios y políticos del momento, fundamentalmente en París, convertida en la capital europea para los exiliados. Durante su estancia en Francia continuó la redacción del escrito político El espíritu del siglo –escrita en Cádiz, finalizada y publicada en Londres en El Español gracias a la intervención de Blanco-White-, obra que conjuntamente con La revolución actual de España –escrita en la madurez, sin el arrebato juvenil de la anterior obra- y Un bosquejo histórico de la política de España desde los tiempos de los Reyes Católicos hasta nuestros días –incluidos los reinados de Fernando VII e Isabel II-, configuran el corpus historiográfico de Martínez de la Rosa.

Durante su estancia en París daría inicia a su novela histórica Doña Isabel de Solís, reina de Granada, estrenó Aben Humeya (1830) y escribió su célebre obra La Conjuración de Venecia. Polifacética y extensa producción literaria que abarca, prácticamente, la totalidad de los géneros literarios, desde la novela y poesía hasta el ensayo, la historiografía y el teatro. Tal vez de todo este corpus literario lo más endeble de su producción sean determinadas comedias o juguetes cómicos y su novela histórica. Lo evidente es que durante su estancia en París asume los nuevos gustos estéticos del momento, el romanticismo, sin prescindir de múltiples guiños literarios de procedencia neoclásica. Así, por ejemplo, su novela Doña Isabel de Solís, reina de Granada fue concebida en París gracias a la gran impresión que le produjo la lectura de las novelas de Walter Scott, su gran influencia entre los novelistas europeos, tal como constata el propio escritor en la Nota Preliminar que figura al frente de la obra: «[…] por aquel tiempo había subido al más alto punto de Europa la fama de Walter Scott» (1837, I: 4). Martínez de la Rosa inicia su andadura romántica sin perder nunca de vista su formación literaria, su educación neoclásica, erudita, ilustrada, pues la documentación utilizada, el acopio del material noticioso sobre la época en la que transcurren los hechos de la peripecia argumental convierten al relato en una especie de crónica novelada. De hecho el material científico es tan abrumador que cercena la agilidad y la frescura de la propia novela. Es evidente que Martínez de la Rosa, al igual que el resto de novelistas, se documente sobre el contexto social en el que se desarrolla la acción para ofrecer una mínima verosimilitud, como si el justo equilibrio entre ficción e historia fuera para gran parte de los escritores como algo asumible, aceptable, imprescindible. Evidentemente esto no sucede en la novela de Martínez de la Rosa, no consigue el deseado equilibrio, pues las numerosísimas notas eruditas que figuran en el relato, un total de trescientas treinta y tres, demuestran hasta qué punto el autor no supo fantasear sobre el asunto elegido para su novela, de ahí que Doña Isabel de Solís no sea una gran novela, pero sí, por el contrario, una excelente crónica novelada.

En París, el 19 de julio del año 1830, estrenaría en el célebre teatro parisiense la Porte Saint-Martin su drama escrito en francés Aben Humeya. La obra tuvo un mediano éxito, y aun dicho logro fue debido más que a su mérito real, a la proverbial galantería francesa con los exiliados extranjeros y a los elementos accesorios del drama –música, vestimenta, magnificencia de los decorados…-. La obra, duramente censurada por Larra, escenifica la sublevación de los moriscos de las Alpujarras en el reinado de Felipe II, y el asesinato de su rey Aben-Humeya por los sublevados a las órdenes de Aben-Abó y Aben-Farax. También en París, dos años antes de finalizar su exilio, escribe la más célebre de sus obras La Conjuración de Venecia basada, fundamentalmente, en la Historia de Venecia, del conde Daru, y la Crónica de Andrés Dandolo. La escenografía y los personajes, así como las situaciones y dominio de la intriga bajo la principal divisa del romanticismo, el fatum, sitúan el drama de Martínez de la Rosa en un lugar señero de la dramaturgia romántica española. La primera obra del canon a pesar de que adolezca de los defectos inherentes al propio autor, como la falta de nervio o el excesivo sentimentalismo. En su argumento se recrea la ambientación de la Venecia medieval, en el año 1310, bajo el gobierno despótico del dux de Venecia. Todo rezuma romanticismo: cementerios, espías, entrevistas nocturnas, personajes de origen desconocido, huérfanos, conjurados, matrimonios secretos, fiestas carnavalescas, jueces y una legión de personajes de muy dispar catadura y condición social que dan al drama un sabor de época. Un contexto en el que los conjurados, los amantes de la libertad, fracasan en su intento de derrocar al Tribunal de los Diez, los máximos responsables del férreo gobierno veneciano que ejerce su poder de forma arbitraria, tiránica y opresora. Se trata de un excelente drama romántico, sujeto por la continencia de un escritor clásico, pues a pesar de engarzar múltiples sucesos de indudable filiación romántica, se muestra comedido en la utilización de los recursos propios de la estética romántica, pues actúa con continencia y rechaza aquellos ingredientes típicos del romanticismo que hacían furor entre el público de la época, fundamentalmente, las escenas truculentas y efectistas. Aun así, desde una perspectiva actual, el drama ofrece situaciones harto improbables o terribles, pero lo cierto es que en su tiempo fue aplaudida y elogiada por lo crítica, como en el caso de la reseña de Larra a raíz de su estreno en Madrid el 23 de abril de 1834. De igual forma es también evidente que La Conjuración de Venecia ofrece concomitancias con la tragedia neoclásica por el hecho de ser un drama político, cualidad o carácter que a partir de este preciso momento pocos dramaturgos tendrán en cuenta. Por el contrario, el tema amoroso, aunque no carece de importancia, estará subordinado a la conjura, a la conspiración. Rugiero, protagonista del drama, será juzgado y condenado a muerte al final del drama.

El estreno de La Conjuración de Venecia puede engarzarse perfectamente con el contexto histórico de la época en España, pues a la muerte de Fernando VII, 29 de septiembre de 1833, la reina regente, María Cristina, le propuso la presidencia del Gobierno, convirtiéndose en la figura principal de la vida política española. Cabe recordar que Martínez de la Rosa regresa a España en 1831, instalándose en su ciudad natal, Granada, en dicho año. La reina gobernadora, tras su encargo de formar gobierno, haría posible la promulgación del Estatuto Real, creando dos cámaras: Estamento de Próceres y Procuradores. No se olvide tampoco un hecho fundamental que siempre prevalecerá unido al nombre de Martínez de la Rosa: el tratado de la Cuádruple Alianza, firmado con Inglaterra, Francia y Portugal, a fin de afianzar y avalar el reconocimiento de la nueva monarquía de carácter liberal frente a las intenciones y pretensiones de los carlistas. El Estatuto Real pretendía integrar, fusionar, la España liberal y absolutista, pero, desgraciadamente, no fue así, pues el Estatuto no atrajo a los partidos liberales avanzados. La reacción popular, que provocó motines y originó la quema de iglesias y conventos, así como las frustraciones y fracasos en la guerra contra los carlistas, provocaría la caída de Martínez de la Rosa en el año 1835. Tras su cese, ejercería una prolongada y constante actividad como diputado en las Cortes, en pugna siempre contra los extremismos de los gobiernos progresistas, fundamentalmente contra la política de Mendizábal. En 1840 dimitiría como diputado. Su moderación fue quebrada por la actitud de liberales exaltados que impondrían un modelo constitucional más liberal. Cabe recordar que Martínez de la Rosa sería uno de los inspiradores más significativos para la formación del Partido Moderado.

Por estas fechas se inicia un nuevo periplo de viajes en la vida de Martínez de la Rosa. Instalado en París durante tres años (1840-1843), se dedicará a la creación literaria y al estudio. Lo más significativo de este periodo será la elaboración de su obra El espíritu del siglo, aunque fue concebida en el año 1823. La obra es, en esencia, una historia de la Revolución Francesa, desde el Imperio napoleónico hasta la Restauración y los reinados de Carlos X y Luis Felipe de Orleans. En dicha obra se evidencia su experiencia como político de enjundia, alejado de utopías juveniles. No se muestra como un doctrinario, sino como una persona adiestrada por las exigencias de la realidad. Se trata, como indica con precisión Carlos Seco, de una obra que contiene una «autobiografía comentada», habida cuenta de que los hechos históricos descritos y analizados en El espíritu del siglo están concebidos y redactados bajo el prisma de sus vivencias y, fundamentalmente, por sus cargos políticos, por su experiencia como hombre de Estado. Obra que realza su proyección como historiador, como investigador y profundo conocedor de la historia de su siglo. La utilización y análisis de documentos custodiados en los archivos de su Ministerio actúan como un material noticioso de gran valor para la interpretación de los sucesos históricos que figuran en El espíritu del siglo, escrita sin arrebatos juveniles, como su obra La revolución actual de España, sino con precisión, con lucidez y bajo el prisma de la experiencia.

La caída de Espartero en 1843, con quien había polemizado y enfrentado, haría posible su regreso a España, para volver de nuevo a París en dos ocasiones como embajador en Francia, en 1844 y, más tarde, en 1847. Durante la Década Moderada (1844-1854) Martínez de la Rosa sería una pieza clave en la política española. Intervino en los problemas más relevantes del momento: el matrimonio de la reina, que planteaba serios conflicto diplomáticos, la reforma de la Constitución y el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con la Santa Sede, pues no reconoció a Isabel II hasta el año 1848. Cabe recordar que Martínez de la Rosa sería nombrado Ministro Plenipotenciario en Roma, a fin de llevar a cabo dicho entendimiento. Item más: en 1849 intervendría de forma decisiva en la restitución al Papa en sus dominios temporales cuando fue depuesto por la revolución. Por estas fechas realizó un breve viaje a Nápoles, en donde el duque de Rivas era Embajador y Juan Valera, Secretario de Legación. A su regreso a Roma trabajaría con no poca eficacia en la elaboración del Concordato, que sería firmado en el año 1851. A su regreso a España, 1852, fue elegido presidente de la Cámara, por ser el mejor representante genuino del ideario liberal y la esencia del Gobierno. Responsabilidad que tendría también durante los años 1857, 1860 y 1861. Con anterioridad, en el año 1858, fue presidente del Consejo de Estado. Falleció el 7 de febrero de 1862.

Martínez de la Rosa fue persona de profundas convicciones morales, éticas. Hombre recto, honrado, siempre atento al justo medio y receptor de las más diversas corrientes estéticas del momento. Clásico a la francesa por temperamento y educación. Conocía perfectamente el griego y el latín, y su corpus literario discurre entre los últimos momentos del neoclasicismo y el triunfo de la escuela romántica. Es por ello, por lo que en su haber creativo y literario encuentra el lector poesía amorosa y anacreóntica, comedias moratinianas, tragedias sujetas a la estética neoclásica y tratados de preceptiva que nada tienen que envidiar a los publicados por Boileau, Muratori o Luzán. Es testigo presencial de la proclamación de la nueva escuela romántica. Sus versos, teñidos de vaga melancolía, y su drama La Conjuración de Venecia serán los mayores logros de su producción literaria para figurar en un lugar señero de la literatura romántica. Pareja a esta trayectoria creativa discurre la parte teórica, práctica, necesaria para conocer también el proceso evolutivo de sus reflexiones, de sus ideas literarias, fundamentalmente sus trabajos Arte poética. Advertencia, que figura al frente de sus Poesías (1833), y Apuntes sobre el drama romántico. Martínez de la Rosa figura siempre bajo el marbete de autor de transición, de escritor ecléctico, iniciador del drama romántico en España. Definiciones que no deben ser tomadas desde una óptica peyorativa como, en ocasiones, sucede en el campo de la crítica literaria. Martínez de la Rosa es contrario a todos los excesos, sean del Neoclasicismo como del Romanticismo. En el Prólogo ya citado a la edición de sus Poesías muestra con claridad cuál es su credo estético, su temperamento, su código del buen gusto: «Como todo partido extremo me ha parecido siempre intolerante, poco conforme a la razón y contrario al bien mismo que propone, tal vez de esta causa provenga que me siento poco inclinado a las banderas de los clásicos o de los románticos (ya que es preciso apellidarlos con el nombre que han tomado por señal y divisa); y que tengo como cosa sentada que unos y otros llevan razón cuando censuran las exorbitancias y demasías del partido contrario, y cabalmente incurren en el mismo defecto, así que tratan de ensalzar su propio sistema. No tiene duda, a mi entender, que las obras de imaginación, así como las de Bellas Artes, están sujetas a algunas reglas fijas en invariables, fundadas en los principios de la sana razón y hasta puede decirse que la misma naturaleza del hombre […]» (1833, II: 145).

Texto que sintetiza con precisión su ideario estético, sus razonamientos personales, sin admitir lo estridente o los excesos cometidos por neoclásicos y románticos. Un eclecticismo que nace de su mesura, del razonamiento, de su admiración por lo artístico, por el código del buen gusto. Un escritor, en definitiva, que intenta modular, equilibrar la escena española en clara oposición al desenfreno que reinaba en la época. Martínez de la Rosa no era un doctrinario, no se sujetaba a la férrea norma de una determinada escuela.

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