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Inca Garcilaso de la Vega

Biografía del Inca Garcilaso de la Vega

Francisco González Gamarra, «Inca Garcilaso de la Vega» (Sucesión Francisco González Gamarra)Además de serlo del esplendor que la Crónica y la historiografía de Indias experimentan en el siglo XVII (cuando son ya géneros robustos, estéticamente maduros e intelectualmente elevados a una dignidad erudita que los lleva a intentar interpretar el sentido histórico de la conquista y a ofrecer abarcadoras visiones de conjunto de esa empresa, contemplada ya con la perspectiva de más de un siglo), la obra del Inca Garcilaso de la Vega es la expresión más explícita e intensa del dilema cultural y el drama íntimo que constituía entonces ser un mestizo americano. Nuestro autor, bautizado con los nombres de algunos de sus antepasados como Gómez Suárez de Figueroa, nació en Cuzco, capital del Incario, el 12 de abril de 1539, apenas siete años después de haber sido derrotado Atahualpa y conquistado el imperio inca por Francisco Pizarro. Su nacimiento, como el de su hermana Isabel un año después, es una consecuencia del 'encuentro' de dos culturas a partir de esa derrota, pero además de ese elemento común a toda la conquista de América, en su caso hay otros excepcionales, pues al origen 'natural' o 'ilegítimo' del Inca Garcilaso, que tendrá largas consecuencias en su vida y se reflejará en su obra, se une el hecho de que las sangres que en él se funden son nobles por ambas partes: su padre fue el capitán Sebastián Garcilaso de la Vega y Vargas, un extremeño descendiente de una ilustre familia de escritores -estaba emparentado con el Marqués de Santillana, con Garcilaso de la Vega, con Garci Sánchez de Badajoz, con Jorge Manrique-, y su madre, la Palla («mujer de sangre real») Isabel Chimpu Ocllo, hija del Infante Huallpa Túpac, nieta del Inca Túpac Yupanqui, antepenúltimo gobernante de la dinastía imperial, y sobrina de Huayna Cápac, el último gran emperador del Incario.

Casa del Inca Garcilaso en Cuzco, hoy sede del Museo Histórico Regional (Biblioteca Nacional del Perú)La infancia y la juventud del futuro historiador transcurren en Cuzco en estrecho contacto con su madre y sus parientes maternos, tenidos y reputados por Panakas (lo más selecto de la nobleza incaica), a la vez que en el hogar paterno conoce a «los señores principales de la ciudad» y a numerosos invitados españoles que proceden de distintos lugares de América o relatan sus experiencias de conquista en el recién nacido Perú, estremecido entonces por las cruentas guerras civiles entre los conquistadores, pizarristas y almagristas. El capitán Sebastián Garcilaso se ganaría en ellas un sobrenombre cruel pero preciso, «El leal de las tres horas», por sus astutas fidelidades sucesivas a líderes amigos convertidos en adversarios y viceversa, lo que le valdría ejemplares castigos impuestos por traición que habría de sufrir con él su familia 'natural' cuzqueña, aunque también ser nombrado Corregidor y Justicia Mayor de Cuzco. Ya desde entonces, y aunque en 1550 se viera obligado a tomar una esposa española y a sacar de su vida y su casa a Chimpu Ocllo y su hija, reteniendo con él a su hijo varón, los dos universos del mestizaje habían confluido en la formación bilingüe y bicultural de aquel joven Gómez Suárez de Figueroa: al aprendizaje del quechua como lengua materna y vehículo para el acopio de la tradición viva entre los parientes de esa rama se sumarían los estudios en el Colegio de Indios Nobles de Cuzco, su adiestramiento por los Quipucamayos locales en la lectura de quipus, la instrucción de los Amautas versados en la mitología y la cultura incas, y, paralelamente, de la mano de preceptores como Juan de Alcobaza o Juan de Cuéllar, recibiría la educación formal de un hijo de español, con gramática, latín, retórica, doctrina cristiana, buenas costumbres y juegos ecuestres.

Francisco González Gamarra, «Garcilaso adolescente» (Sucesión Francisco González Gamarra)Toda esa rica y doble índole es parte de su formación como hombre pero también como escritor, porque Garcilaso estaría toda su vida tironeado por lealtades opuestas y contradictorias, y porque esos 'recuerdos mestizos' cobrarían vida mucho después en una obra que, precisamente por ser tardía (comienza tímida y discretamente cuando el autor ya tenía 51 años), tiene un marcado carácter retrospectivo y conservador, afanado en salvar del olvido lo perdido en el tiempo o distante en el espacio, y empeñado en mostrar a los incas ante los españoles a la luz de una buena doctrina y mejor filosofía.

Casa del Inca Garcilaso en Montilla, Córdoba (Ayuntamiento de Montilla)Esa etapa cuzqueña, decisiva porque configura el mundo esencial del Inca Garcilaso, se cierra en 1560: el año anterior el padre había muerto y había legado a su hijo 4000 pesos de oro para que fuera a estudiar a España. Garcilaso, con poco más de veinte años entonces, decide realizar ese largo viaje. Parte de Cuzco el 20 de enero de 1560, pasa por Anta, Apurímac, Pachacámac, Lima, Cartagena, Panamá, las Azores, Lisboa, Sevilla, Badajoz y finalmente se instala en Montilla (Córdoba), bajo la protección de sus tíos Alonso de Vargas y Luisa Ponce de León. Viaja frecuentemente a Madrid para obtener de la Corte una pensión en razón de los méritos de su padre, pero los trámites son inútiles, el Consejo de Indias rechaza su demanda (los cronistas habían denunciado la connivencia del capitán Garcilaso con los enemigos del régimen durante las guerras civiles) y no puede conseguir renta alguna. Irritado ante ese fracaso, solicita y obtiene el permiso para regresar a Perú, pero pospone el viaje una y otra vez, e indefinidamente tras el nacimiento de su único hijo conocido, llamado Diego de Vargas, fruto de su relación con Beatriz de Vega. Entre 1568 y 1570 participa en los combates contra el levantamiento de los moriscos en Las Alpujarras de Granada, primero en el ejército regular al mando de Juan de Austria y luego en la mesnada señorial del Marqués de Priego, y llega a obtener el grado de Capitán de su Majestad. Pero pronto abandonará las armas para refugiarse de nuevo en Montilla y sustituirlas por las letras: su tío ha muerto, ha dejado varios privilegios y una situación económica desahogada que, junto a la venta de sus últimas posesiones peruanas (en 1571 muere su madre en Cuzco), le permiten disfrutar de su retiro y de una vida en la que va a prevalecer desde entonces su condición de estudioso y su vocación de escritor que culminará al fin el proyecto cronístico acariciado largamente, quizá impulsado por la conciencia de que nunca regresará a su tierra natal, por el recuerdo nostálgico de esa realidad que ve desvanecerse y por la necesidad de preservar de la extinción y el olvido un mundo del que se siente parte.

La lentitud de ese proceso que lleva a la escritura, lleno de demoras y vacilaciones, ha sido explicado no sólo como una prueba del rigor y paciente cuidado con que el Inca encaraba su tarea de historiador, sino como el reflejo de una personalidad tímida e insegura en un medio ajeno y por completo distinto del Cuzco natal, causa a su vez del velo de nostalgia y melancolía que algunos estudiosos identifican como rasgos propios de su visión histórica. También resulta significativo al respecto que el hijo del capitán Garcilaso de la Vega luchara primero por ganar el derecho a usar ese nombre ilustre y luego, como escritor, le añadiera el apelativo Inca (desde 1563 firmará como Inca Garcilaso de la Vega) que, además de fundir en su nombre de autor las 'dos mitades' que lo constituyen sin renegar de ninguna de sus almas, es indicio también de la inquietud que lo atormentó en España por su nacimiento ultramarino y su condición de mestizo, pues subrayando inconfundiblemente su calidad personal hereditaria de noble autóctono, legítimo descendiente del antiguo Tahuantinsuyu, ese apodo constituía una plataforma de prestigio individual y social a la que Garcilaso no podía renunciar como carta de presentación en el mundo de la cultura peninsular.

Firma del Inca Garcilaso de la VegaAsí llegará a ser, finalmente, él mismo: una afirmación voluntariosa del hecho de ser un mestizo (proclama serlo «a boca llena» y asegura honrarse con esa denominación, «aunque en Indias si a uno le dicen que es un mestizo lo toman por menosprecio»), rasgo que hay que considerar como fundamento de su obra y de sus aspectos más originales, porque el Inca Garcilaso es el sutil narrador del proceso de su propia historia dentro de la Historia, como fenómenos íntimamente relacionados.

Escudo del linaje paterno y materno que el Inca Garcilaso diseñó y publicó en «Comentarios reales» (1609)Ese Garcilaso comienza su obra como traductor e intérprete. En 1590, aparece en Madrid su versión -la traduzión del Indio, hecha de Italiano en Español por Garcilaso Inca de la Vega, natural de la gran ciudad del Cuzco, cabeza de los Reinos y Provincias del Perú- de los Dialoghi d'Amore del humanista sefardí León Hebreo (Yehudah Abarbanel), prototipo de tema y fondo del Humanismo de la época, que desde su publicación en 1535 gozaron de gran popularidad en la Europa del siglo XVI y tuvieron enorme resonancia en géneros tan dispares como la lírica, la novela pastoril, el teatro y el diálogo por sus delicados razonamientos neoplatónicos. Sin duda fue esa «dulcísima filosofía» de los Diálogos de Amor lo que sedujo a Garcilaso: en la Dedicatoria al Rey de su traducción dice que toma de la excelencia de quien los Portada de la primera edición de «La traduzion del indio de los tres Dialogos de Amor de Leon Hebreo» (1590) compuso «su discreción, ingenio y sabiduría», y con ello la armonía, el orden, las simetrías y las poéticas analogías filosóficas de su tejido intelectual, que luego adoptará para estructurar su obra de historiador. El trabajo sirve, sobre todo -tanto a Garcilaso como a sus exégetas-, para probar la elegancia de su prosa, su honda inmersión en la cultura humanística y la profunda asimilación de sus valores filosóficos, pues la obra de León Hebreo constituía una especie de gran enciclopedia que recogía lo mejor del neoplatonismo renacentista («espléndido alcázar de la Filografía» la llamó Menéndez Pelayo), lo renovaba armonizándolo con otros saberes y tradiciones (aristotelismo, mística árabe, mitología, astrología, cábala, teología y mística judaicas), y lo dotaba de una trascendencia ontológica y un interés alegórico considerables a través de la elaboración de una visión del mundo presidida por «los efectos universales del Amor» por la que se establece que ésa es la «fuerza unificadora» que moviliza y mantiene unido al Todo, poniendo justicia y armonía, y enlazando en orden todas las cosas, corpóreas o incorpóreas, del universo.

Quizá es esa idea central lo que motiva íntimamente a Garcilaso para llevar a cabo su propia traducción, cuando ya existían otras varias y pese a que la obra había sido incluida en el Index de libros prohibidos por la Inquisición por sus rasgos de cabalismo, panenteísmo y teosofía: recordemos que el ejemplo de León Hebreo es el de un hombre y un texto entre dos mundos (un judío español expulso en la Italia renacentista que se dirige al mundo humanista cristiano, pero como representante de la tradición sefardí y de la fe judía presentadas de manera inteligible a los lectores del siglo XVI, respaldándose en una cultura humanística y bíblica sincrética, común a todos los artífices del ideario del Renacimiento), y que precisamente en una conciliación similar de elementos dispares, de esas dos mitades en conflicto que lo constituyen como individuo, radica el proyecto obsesivo del Inca Garcilaso, cuyo trasfondo era, ante todo, un acto de afirmación personal y un arduo intento intelectual por dotar a su vida de solvencia histórica y legitimidad cultural. En el neoplatonismo de León Hebreo, en su armonioso despliegue metafísico y en esa fusión por amor de las dos partes separadas del ser, que tiene su expresión mejor en el Diálogo Tercero, pudo encontrar Garcilaso la estructura intelectual básica de su obra, además de una respuesta para su problemática personal: es la tensión interna que provoca su condición de mestizo frente a la conquista lo que probablemente los Diálogos de Amor le ayudan a resolver con el equilibrio neoplatónico, modelo perfecto para sus intentos por explicar (y equilibrar) un proceso histórico altamente problemático que sintió como parte integrante de su identidad. Biblioteca de la Casa del Inca Garcilaso en Montilla, Córdoba (Ayuntamiento de Montilla)Con esa traducción, Garcilaso estaba reconstruyendo un sentido intelectual para la Historia y para su propia historia por el que la teoría del amor como fuerza cósmica unitiva permite configurar una reinterpretación neoplatónica de la conquista del Perú en términos que rebasan ampliamente lo histórico y se acercan a lo mítico: el descubrimiento y la conquista de América son para él la realización, en el amplio panorama de la Historia, de una unión amorosa entre el Nuevo y el Viejo Mundo; una muestra más del poder reconciliador del amor como fuerza universal, del que el mestizaje resultante (él mismo, por tanto) sería producto natural y muestra evidente. Nada impedía al Inca reconocer que la conquista fue en realidad una tragedia, y así lo declaró al final de su obra, pero quizá por ser parte directamente implicada prefirió quedarse con una visión idealizada de la historia, en la que la nota predominante es la unión de dos culturas diversas por un lazo de amor: algo así como un mestizaje universal previsto desde siempre. Por otra parte, desde el espíritu humanista que ha cristalizando en su formación intelectual, el Inca imagina que la revalorización de la cultura incaica podría ser semejante, en sus manos, a la revalorización que el humanismo renacentista estaba llevando a cabo del mundo antiguo griego, tal como evidencian los Dialoghi, pues no hay duda tampoco de que otro de sus atractivos a ojos de Garcilaso consiste en la integración filosófica y la fusión de ámbitos culturales (cristianismo, judaísmo, paganismo) que León Hebreo llevaba a cabo sin los prejuicios de otros momentos de la historia cultural; una integración susceptible de ser aplicada a un rescate de la cultura incaica que permitiera integrarla con plena soberanía y originalidad en la cultura cristiana que los españoles llevaron a América. En todo caso, la filografía de los Diálogos de Amor, que propone el amor como pedagogía del bien, de la belleza, de la verdad y, consiguientemente, de la civilización, configura los modelos garcilasianos de comprensión mítica de la realidad y la historia incaicas y americanas, y será inspiradora fundamental de su proyecto historiográfico, que sigue madurando durante esos años montillanos.

En 1591, tras la muerte de su tía Luisa Ponce de León, Garcilaso Casa del Inca Garcilaso en el barrio de la Judería de Córdobase traslada a vivir a Córdoba, entra con órdenes menores al servicio de la Iglesia y toma contacto con los círculos del humanismo cordobés. Completa entonces una ya bien nutrida biblioteca personal que, aunque con la cultura europea y la española como referentes, revela también a un curioso indagador en la historia de América en general y del Perú en particular que, por ejemplo, anota la Historia General de las Indias de Francisco López de Gómara, discutiendo el rigor del cronista español, y que acomete con la misma determinación la escritura de la que será su primera obra como cronista.

Aún sin relación directa con su circunstancia autobiográfica y, al parecer, siendo para él sólo una preparación o acercamiento a su verdadero objetivo como autor, escribir sobre el Perú, La Florida del Inca (1605) -crónica de la aventura del Adelantado Hernando de Soto y sus hombres a la conquista de esa península, en busca de la fortuna que otros ya habían encontrado y también en busca de la mítica fuente de la eterna juventud- fue el ingreso de Garcilaso en la historiografía, en el controvertido tema de la conquista de América y en la conciencia de escritor. Dividida en seis libros, en consonancia con los seis años que duró la expedición relatada, La Floridaes una típica crónica 'de oídas' (sus informantes son Gonzalo Silvestre, Juan Coles y Alonso de Carmona, participantes en la expedición) que permitió al Inca probar sus dotes como cronista sin comprometerse como testigo directo, y es también un tapiz donde se entrecruzan todas las hibrideces genológicas características del discurso cronístico, además de todas las paradojas y contradicciones de la conquista, épicas, religiosas, éticas, utópicas, políticas y personales, de indígenas y de españoles.Portada de la primera edición de «La Florida del Ynca» (1605) A propósito de La Florida se ha subrayado también el estilo peculiar del Inca Garcilaso, que distingue las suyas de las restantes crónicas de la época y las convierte en textos artísticos minuciosamente elaborados y obligados tanto a manejar la fundamentación providencialista de la historiografía medieval, aún vigente, como a activar el ideal artístico que postulaba la historiografía renacentista. Ello trasluce una más de las 'dualidades' del autor, un hombre de transición entre épocas y formas culturales (Garcilaso está considerado un renacentista tardío en el período historiográfico que conocemos como Barroco), y de escritor a horcajadas entre dos géneros (literatura e historiografía). Parece que la duplicidad no antitética sino armónica fue su destino, y la seducción que La Florida ejerce en sus lectores y críticos hasta hoy se debe en buena parte a esa armonización de componentes ideológicos y discursivos, aunque también son decisivos la 'filosofía de la conquista' que revelan sus páginas en un intento de equilibrar la visión de conquistadores y conquistados, y el estilo evocativo y depurado con el que su narrador reinventa la historia; una belleza del texto (de delicadas texturas y amplio registro de resonancias y alusiones) que llegó a verse como una suerte de estigma desde las perspectivas historiográficas positivistas, particularmente inoperantes sobre la historiografía americana, donde coexisten con sorprendente libertad la pureza descriptiva y la interpretación imaginativa de los hechos que habían glorificado sucesivamente la historiografía clásica, la imaginación medieval y el humanismo renacentista, cuya retórica exigía del discurso de la Historia las mismas cualidades que ostentaba la prosa de ficción. Como consecuencia de todo ello, La Florida del Inca no sólo es la más completa y cuidada relación de aquella expedición (Garcilaso integró en su narración casi todo lo que hasta entonces se sabía sobre ella), sino además la que mejor adapta su disposición formal a los hechos que relata. Cabe suponer que así debió reconocerlo el autor, pero lo que él no sospechaba entonces es que con los años su libro se distinguiría como una de las narraciones más hermosas que nos ha legado la historiografía de Indias.

Portada de la primera edición de la «Primera parte de los Comentarios Reales» (1609)La intención que tuvo el Inca al preparar los Comentarios reales (1609) -un proyecto que ya anunciaba desde 1586- fue seguramente muy distinta: quería escribir la historia del Incario hasta la llegada de los españoles articulando en esa historia una reivindicación del pasado de su pueblo, construida desde la idea neoplatónica de fusión con el pueblo conquistador. Y tenía que hacerlo trabajando con recuerdos personales, algunos dolorosos, guardados largo tiempo en la memoria y complementados con gran acopio de fuentes escritas y orales sobre su tierra natal. Si ser mestizo de india y español significaba plantearse la cuestión de ser a la vez dos cosas opuestas y en conflicto e intentar resolver esa ambivalencia en una visión integradora y equilibrada, los Comentarios reales son una buena puesta en práctica de ello. Quizá por eso el plan de la obra la concebía en dos partes: la primera, esos Comentarios reales que tratan del origen de los Incas, reyes que fueron del Perú, de su idolatría, leyes y gobierno, en paz y en guerra; de sus vidas y conquistas y de todo lo que fue aquel Imperio y su República, antes que los españoles pasaran a él, con que Garcilaso cumplía «la obligación que a la patria y a los parientes maternos se les debía»; y la segunda parte, titulada Historia General del Perú, en que hace «larga relación de las hazañas y valentías que los bravos y valerosos españoles hizieron en ganar aquel riquíssimo Imperio, con que assimismo he cumplido (aunque no por entero) con la obligación paterna, que a mi padre y a sus ilustres y generosos compañeros devo», todo ello volcado en los moldes de un discurso que el propio Garcilaso calificó como «tragedia» y que lo es no sólo por la esencia trágica de la materia (en el repertorio de los posibles argumentos de las tragedias ya Aristóteles prefiere el paso de la prosperidad a la adversidad; en este caso la destrucción del imperio incaico), sino también por la perspectiva que adopta el cronista y que consigue transmitir una vivencia trágica general que unifica y da sentido a los hechos narrados desde la primera parte, pues la desaparición física y el consecuente destierro de su linaje significan para Garcilaso el final de una dinastía, de un imperio y de toda una civilización. Aunque la carga emocional que determina estructuras y perspectivas como ésas permita afirmar que la obra inaugura el motivo del desgarramiento cultural que ha inquietado a tantos escritores hispanoamericanos desde entonces, el Inca escribía con ánimo apacible y equilibrado, aunque reivindicativo y esperanzado en una restauración de la verdad y la justicia, como si la herida hubiese cicatrizado ya, de donde se deriva otro rasgo característico de esa escritura: el esfuerzo por someter al filtro de la reflexión serena -que reafirmó y refinó con sus lecturas de filósofos e historiadores clásicos y humanistas- las pasiones desatadas por el trauma de la conquista. Por otra parte, el título mismo de Comentarios reales es también revelador del cuidado y el rigor con que el Inca encaraba su tarea de historiador, porque si «comentarios» remite a una de las formas o subgéneros de la historiografía que supone la glosa de una obra anterior con el propósito de rectificarla o ampliarla, también el adjetivo «reales» admite interpretaciones significativas: son comentarios reales en el sentido de «verdaderos» y por lo tanto fieles a los hechos de que se trata; y también son reales en el sentido de propios de la Francisco González Gamarra, «Garcilaso de la Vega escribiendo los Comentarios Reales» (Sucesión Francisco González Gamarra)realeza incaica, de la que Garcilaso se presenta como heredero directo y como narrador privilegiado. En el famoso «Proemio al lector» el autor deja bien claros sus capacidades y sus propósitos: aunque no es el primer cronista que escribe sobre las cosas del Perú, es el primero que intenta dar «la relación entera dellas», porque algunos las escribieron «tan cortamente» que las entendieron y dieron a entender mal. Con el ánimo de corregir esos defectos, confusiones y falsedades, y «forzado del amor natural a la patria», promete escribir «clara y distintamente» no sólo sobre «lo que en mis niñeces oí muchas veces a mi madre y a sus hermanos y tíos y a otros sus mayores», sino además sobre lo que él sabe mejor que otros, entre otras razones porque el quechua fue su lengua materna y puede señalar cuándo los cronistas la «interpretaron fuera de la propiedad della» para esclarecer, corregir y restaurar lo que esos cronistas confundieron o dejaron sin decir.

La idea clave parece la de ser (de nuevo) un intérprete, y serlo en varios niveles: lingüístico, intelectual, cultural, espiritual e histórico, pues no cabe duda de que el Inca tuvo un conocimiento profundo y extenso del pasado incaico, según el estado de la historiografía en su época, y de que como historiador fue todo lo riguroso y metódico que podía ser -leía atentamente sus fuentes, las anotaba, las cotejaba con otras, las citaba continuamente (en especial la Historia de los Incas del jesuita Blas Valera, cuya aparición en los Comentarios reales es todo lo que queda de una obra perdida), solicitaba testimonios orales o escritos siempre que le era posible-, aunque finalmente volcaba todo eso en el caudal autobiográfico de lo aprendido, guardado en el recuerdo y elaborado por la imaginación de escritor, en un proceso que le permite dirigir sus enfoques tanto al dato y el detalle como a la visión de conjunto. Él mismo dirá que «conservar algo en el corazón es frase de indios por decir en la memoria», tal vez para explicar esa selección emocional aunque no del todo inconsciente de lo recordable por la que, como se ha dicho, el Inca escribió como escribió Homero, desde donde nacen las mitologías y se asienta la historia de los hombres que llamamos Cultura. Así, aunque no es exacto concluir que peca contra la verdad de los hechos para servir a su causa, sí es cierto que a menudo los depura, idealiza o embellece evocándolos entre los vuelos poéticos de una prosa afanada en ofrecer una imagen del Incario como el mejor estado de civilización imaginable para una cultura pagana, en coherencia con la visión histórica providencialista a la que es fiel su proyecto y probablemente como consecuencia de sus lecturas de interpretaciones utópicas sobre el proceso histórico, lo que supo conjugar armoniosamente con el riguroso esquema que la Historia (programática, ética y ejemplar) tenía en la cultura europea de su tiempo, con las órbitas y categorías de la filografía neoplatónica, y hasta con su propio proyecto de legitimación personal. Porque el Inca se incorpora a sí mismo en el cauce de la Historia y hace constantes acotaciones autobiográficas que revelan los hondos motivos personales que subyacen a su empresa historiográfica. Quizá por eso nos parece hoy un historiador más cercano a nuestra sensibilidad que muchos de sus contemporáneos, y más atractivo también, por la calidad literaria de su prosa y por la relación que evidencian sus páginas con ese motivo omnicultural y recurrente que pudiéramos llamar la nostalgia de algo idealizado, perdido y recuperado por la imaginación y la escritura.

Francisco González Gamarra, «Inca Garcilaso de la Vega» (Sucesión Francisco González Gamarra)Aquella Historia General del Perú o segunda parte de los Comentarios reales, con que Garcilaso concluye su recorrido por el Incario con la ejecución pública del último inca, Túpac Amaru, aunque terminada hacia 1612, sólo se publicaría ya póstumamente en 1617: un año antes, probablemente el 23 de abril, el autor había muerto en Córdoba tras una larga enfermedad que dejó inacabado su proyecto de «volver a su sentido espiritual» las polémicas (y prohibidas por la Inquisición) Liçiones de Job apropiadas a las pasiones de amor, de su antepasado Garci Sánchez de Badajoz. Sobre su tumba, que quiso instalar en la Capilla de las Ánimas de la catedral cordobesa, fue inscrito el epitafio que él mismo redactara recordando una vez más las múltiples dualidades con que el destino quiso adornarle y que quizá sólo por la escritura consiguió armonizar:

«El Inca Garcilaso de la Vega, varón insigne, digno de perpetua memoria, ilustre de sangre, perito en letras, valiente en armas, hijo de Garcilaso de la Vega de las casas ducales de Feria e Infantado, y de Isabel Palla, sobrina de Huayna Cápac, último Emperador de Indias. Comentó La Florida, tradujo a León Hebreo y compuso los Comentarios Reales. Vivió en Córdoba con mucha religión, murió ejemplar; dotó esta capilla, enterróse en ella; vinculó sus bienes al sufragio de las ánimas del Purgatorio».

Remedios Mataix
(Universidad de Alicante)

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