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Literatura y periodismo en la época del Romanticismo en España

Biografía de Eugenio de Ochoa y Montel (1815-1872)

por María José Alonso Seoane
Universidad Complutense de Madrid

Eugenio de Ochoa y Montel Eugenio de Ochoa y Montel, nació en Lezo el 19 de abril de 1815, según consta en su partida oficial de bautismo, hijo de José Cristóbal de Ochoa y Vilches y Agustina Francisca de Montel, que habían tenido tres hijos anteriormente (José Augusto -que años más tarde colaboraría en El Artista-, Mariana y Francisco). Sin embargo, se considera que, en realidad, fue hijo de Sebastián de Miñano y Bedoya.

Sebastián de Miñano siguió muy de cerca la educación de Eugenio, primero en Madrid, al cuidado de Alberto Lista, en el Colegio de San Mateo; después, con los dominicos del Colegio de Santo Tomás. En marzo de 1828, Miñano le lleva con él a París, donde estudiará en L'École Centrale des Arts et Manufactures, creada en 1829, para la que se le concede una pensión; aunque Ochoa no siguió la trayectoria profesional que se esperaba de los demás pensionados. En París estudió también pintura con el barón Gros. No proseguiría en este campo por una enfermedad en la vista; dolencia que fue empeorando a lo largo de su vida.

A pesar de su juventud, Ochoa aprovecha al máximo su estancia en París; estancia que le permitirá conocer la situación política, cultural y artística de Francia, antes y después de la Revolución de Julio, así como frecuentar los ambientes españoles, especialmente, de distinguidos afrancesados y liberales exiliados. Durante toda su vida evocará en sus obras los recuerdos de estos años estudiantiles, siempre vivos en su memoria; años en que vivió de cerca la batalla del romanticismo, asistiendo a su triunfo y posterior desarrollo, entre escritores y artistas del mayor relieve.

En París coincide con José de Negrete, conde de Campo de Alange, con quien tendrá una gran amistad hasta la muerte de Campo Alange en diciembre de 1836. También coincide en París con su antiguo condiscípulo Federico de Madrazo, que pasa allí unos meses en 1833. Juntos, visitaron las instalaciones donde se imprimía L´Artiste, la revista que había creado Achille Ricourt, el 30 de julio de 1833, guiados por su director (González López 1944). Por entonces, Eugenio Ochoa pasaría temporadas en la casa familiar de Bayona, donde Alberto Lista sigue completando su educación mientras pasean al aire libre.

Ochoa volverá a residir establemente en España a comienzos de 1834 en que se le nombra oficial segundo de la Gaceta de Madrid, de la que era director Alberto Lista, el 21 de febrero de 1834, pasando a ser sucesivamente oficial primero (27/03/1834), redactor tercero (15/03/1835), redactor segundo (20/03/1835) y redactor primero (13/09/1835). De este puesto dimitiría el 13 abril de 1837, después de haber pedido inútilmente una licencia varias veces, en octubre de 1836, quedando al fin cesante el 30 de junio de 1837, en muy distintas circunstancias políticas. Años más tarde, en 1847, sería nombrado «Administrador de la Imprenta Nacional y Director de la Gaceta

Por entonces, Eugenio de Ochoa promueve con Federico de Madrazo y el conde de Campo Alange la revista El Artista, que se publicaría semanalmente desde el 4 de enero de 1835 al 27 de marzo de 1836, fecha a la que corresponde la última entrega. El 1º de junio de 1835 se casa con Carlota de Madrazo y Kuntz, hermana de sus amigos Federico y Pedro, con quienes estuvo muy unido, el mismo día en que se estrena su primera obra dramática, Incertidumbre y amor, a la que siguió, en el mes de agosto, Un día del año 1823. Ya había escrito una obra teatral perdida, en 1834, de la que su hijo, Carlos de Ochoa, indirectamente da fe de su existencia al recoger en su Antología española: colección de trozos escogidos de los mejores hablistas, en prosa y en verso: desde el siglo XV hasta nuestros días (París, Hingray, 1860: 811-12) un soneto de José García de Villalta, dedicado a Eugenio de Ochoa, por su comedia Don Carlos murió en la Habana (1834); de la que afirma «El Soneto que publicamos aquí está tomado del manuscrito original que posee el señor don Eugenio de Ochoa». Pedro de Madrazo, en su necrología de Eugenio de Ochoa, afirma que la compuso antes de esta época, cuando tenía 14 de años (La Ilustración de Madrid, 53, 15/03/1872).

A finales de 1835, Ochoa publicó en La Abeja varios artículos, sustituyendo a Joaquín Francisco Pacheco en sus tareas de director de la publicación. Ochoa siempre tendrá gran vinculación con la prensa, especialmente con carácter literario, como director o promotor y colaborador, tanto en España, en Madrid y en otros lugares, como Barcelona, y Francia, en París. Además de en El Artista, entre las publicaciones periódicas en que se encuentra su firma, destacan, antes de su viaje a Francia en 1837, el Semanario Pintoresco Español (1836) y No me olvides (1837). En la siguiente etapa de París, en publicaciones españolas y francesas como Revista de Madrid (1839), Revue de Paris (1840), El Iris (1841), Album Pintoresco Universal (1842), Revista Enciclopédica de la Civilización Europea (1843), Moniteur Universel (1843). A su vuelta a España, en 1844, en El Heraldo (1844), Revista Barcelonesa (1846), El Renacimiento (1847), La España (1848), Revista Hispano-Americana (1848), El Amigo del Pueblo (1854). Otra vez en París por cuestiones políticas, Revista Española de Ambos Mundos (1855), Museo de las familias (1859), Correo de Ultramar (1861-62); y, en Madrid de nuevo, La América (1867), La Ilustración de Madrid (1871), La Ilustración Española y Americana (1870-71). Como no es posible exponer aquí todos los datos con respecto a las publicaciones de Ochoa, me remito a los estudios correspondientes que aparecen en la Bibliografía, especialmente a los debidos a D. A. Randolph (1966 y 1967) y R. Sánchez (2016 y 2017).

Ochoa que, como creador, escribía desde muy joven, además de dirigir El Artista, publica en la revista poesías y relatos de ficción, originales y traducidos; también, artículos biográficos de autores antiguos y contemporáneos, críticas de publicaciones recientes y estrenos teatrales, así como excelentes artículos literarios, en ocasiones apoyados por litografías de Federico de Madrazo, como «Un romántico» y «De la crítica en los salones», entre otros. Con respecto a los relatos de ficción, en El Artista, Ochoa publica una narración legendaria, «El Castillo del Espectro», que después integrará en su novela El auto de fe (1837), una leyenda germánica, titulada «Luisa (cuento fantástico)» -posteriormente, «Hilda», en Miscelánea de literatura, viajes y novela (Madrid, 1867)-, y varios relatos de actualidad, con un gran peso de escritura autobiográfica, en especial, «Una visita a Santa Pelagia (Prisión por deudas)», y otras dos narraciones, «Zenobia» y «Stephen». Otro texto de parecido carácter, «Un Baile en el barrio de San Germán de París», aparecerá, años más tarde, en El Iris (1841). En el Semanario Pintoresco Español, Ochoa publica «Un caso raro» y «Una buena especulación».

Colabora en Los españoles pintados por sí mismos (t. 2, Madrid, Boix, 1844) con «El emigrado» -en parte, obra de Sebastián de Miñano, que había publicado el artículo «Emigraciones. Emigrados» en la Revista Enciclopédica de la Civilización Europea, vol. [1843], de lo que advierte Ochoa-, y «El español fuera de España». Como narrativa extensa, Ochoa publicó tempranamente una novela histórica, El Auto de fe (Madrid, I. Sancha, 1837); y, años más tarde, la interesante pero inacabada novela Los guerrilleros, de ambientación actual, en la Revista Española de Ambos Mundos (III, 1855: 77-103, 213-240, 349-378, 511-524).

Un aspecto muy interesante de su obra de creación lo constituyen algunas obras relacionadas con literatura de viajes y escritura autobiográfica, publicadas parcialmente con anterioridad en prensa, como París, Londres y Madrid (París, Baudry, 1861); en parte, Miscelánea de literatura, viajes y novela (Madrid, Bailly-Baillière, 1867), que recoge, entre otros materiales, algunos artículos publicados poco antes con sus recuerdos de personas ya fallecidas, escritos entre 1863 y 1867. En realidad, Ochoa quería hacer un libro de memorias, al que alude repetidas veces, que se quedó en proyecto.

En cuanto su poesía, los poemas publicados en distintas revistas, antes y después de 1841, en que publica en París el volumen de poesía Ecos del alma, tienen gran interés para conocer a un Ochoa lírico, profundamente interesado por los problemas trascendentales desde una temprana edad. Su hijo Carlos, seleccionaría con acierto para su ya citada Antología española (París, Hingray, 1860: 836-43), los poemas «En la orilla del mar» (que había aparecido en Revista Enciclopédica de la Civilización Europea, III [1843]: 167) y «Los baños de Panticosa» (publicado en El Renacimiento, 18 [11/07/1847]: 144).

En 1835 comienza el proyecto, que quedó inacabado, de traducir las obras de Victor Hugo, con la traducción de Bug Jargal y Han de Islandia (Madrid, Imp. de T. Jordán, 1835). En 1836, publicó la traducción de Nuestra Señora de París (Madrid, Imp. de T. Jordán, 1836) y Hernani o El honor castellano (Madrid, Impr. de Repullés, 1836), que se estrenó ese año, al igual que Antony, de Alexandre Dumas (Madrid, Imp. de Repullés, 1836). Este fue el comienzo de la larga carrera de Eugenio Ochoa como traductor, en la que hizo importantes traducciones de obras literarias, contribuyendo decisivamente al conocimiento en España de la literatura extranjera, especialmente francesa. Procuró enriquecer las traducciones con notas propias; en ocasiones, aunque alaba la fidelidad al original, modificó algunos textos cuando lo consideró necesario para su publicación en España. A lo largo de su vida, las traducciones llegaron a ser para Ochoa una necesaria fuente de ingresos, a pesar del ingrato trabajo que podían suponer cuando se trataba de textos no literarios, sino de obras científicas y gramaticales, guías de conversación en distintos idiomas, históricas o de devoción.

Además de las traducciones publicadas en El Artista -«¡Yadeste! ¡Yadeste!», de Honoré de Balzac, «Una escena de Antony», de Alexandre Dumas, y «Aventura de un estudiante alemán», de Washington Irving-, en los años 1836 y 1837, Ochoa publicó traducciones y recopilaciones de relatos de conocidos autores extranjeros, empezando por Horas de invierno (Madrid, Imp. de Sancha, 1836-1837), en cuyos sucesivas entregas tres tomos, publicó traducciones de Balzac, F. Soulié, J. Janin, L. Gozlan, W. Irving, E. T. A. Hoffmann y Telesforo de Trueba y Cosío, entre otros autores. La publicación de la serie de relatos breves traducidos de distintos autores, bajo el título de Horas de invierno. Colección escogida de las mejores historias sueltas y novelitas cortas, de los más célebres autores extranjeros, que nunca han sido traducidas al castellano, motivó un conocido artículo de Mariano José de Larra, en El Español, el 25 de diciembre de 1836, uno de los últimos que llegó a escribir. En principio, Larra iba a escribir un segundo artículo sobre las Horas de invierno, como le recuerda Ochoa en una nota, el 8 de febrero de 1837, días antes de su muerte-. La obra, anunciada bajo el epígrafe «Publicaciones periódicas», lo era en cuanto que se publicaba por entregas; en cuadernos de 5 o 6 pliegos de impresión, que cada domingo por la mañana se llevaba a la casa de los suscriptores en Madrid, por el precio de 2 reales. La primera entrega apareció el 4 de diciembre de 1836 y su publicación se prolongó hasta enlazar con otra colección, Mañanas de primavera. Colección de novelas de los más célebres autores extranjeros que nunca han sido traducidas al castellano, cuya primera entrega salió el 26 de febrero de 1837.

En Mañanas de primavera, Ochoa siguió el mismo sistema, con la diferencia que, para dar mayor variedad, decidió ofrecer novelas extensas, de las obras «más selectas publicadas hasta el día en Francia e Inglaterra; prefiriendo siempre las de los autores más apreciados y conocidos» (Diario de Madrid, 11/02/1837), entre los que nombra a V. Hugo, G. Drouineau, A. Dumas, George Sand, F. Soulié y H. de Balzac. Sin embargo, solo se publicaron dos obras de George Sand (Leone Leoni e Indiana), y dos relatos breves, en el tomo I, correspondiente a Leone Leoni, que completan el número de páginas: «Heroísmo y dolor», de Mrs. Jamieson [Frances Thurtle, de soltera], y «Una aventura en Sicilia. Historia sacada del Metropolitan Magazine»; aunque, en realidad, Ochoa los traduce de la versión francesa.

A partir de la terminación de Indiana, pasado el invierno y la primavera, Ochoa acometió en junio una nueva colección, sin mencionar estaciones del año, y con el título ligeramente modificado -«Colección de novelas de los más célebres autores extranjeros», cuya primera obra publicada fue El manuscrito verde, de Gustave Drouineau. Entre los autores traducidos en la nueva serie, que se prolonga hasta 1838, están, además de George Sand, W. Scott, A. Dumas y F. Soulié. Entre las traducciones de obras literarias posteriores, que serían una constante en su vida, cabe destacar la de Pushkin «El turbión de nieve» (Revista Enciclopédica de la Civilización Europea, t. 6 [junio de 1843]: 214-226); y, por otra parte, casi al final de su vida, su traducción de las Obras completas de Virgilio (Madrid, M. Rivadeneyra, 1869).

La difícil situación creada por la guerra carlista y los sucesos revolucionarios, con sus consecuencias, a partir del motín de La Granja, el 12 de agosto de 1836, entre otras cuestiones, motivaron la salida de España de personas muy relacionadas con Ochoa como los jóvenes Madrazo, Federico, con su esposa y su hija Luisa, que había cumplido un año el mes anterior, y Pedro, que viajan a París partiendo de Madrid el 22 de agosto de 1837. Eugenio conseguirá salir, con su familia –su esposa, Carlota, y su hijo Carlos, también muy pequeño-. Para Ochoa, que anteriormente había conocido en París la actividad revolucionaria y, en 1834, en Madrid, en el clima de guerra y epidemia de cólera, había vivido de cerca los desórdenes que llevaron al asesinato de religiosos, fueron experiencias que le inclinarán a ser un liberal moderado conservador, por otra parte, particularmente contrario al carlismo, cuyo eventual triunfo consideraba precursor de una anarquía fatal.

En esta etapa, Ochoa reside en París entre 1837 y 1844, donde nacieron tres hijas y un hijo, y donde el matrimonio tuvo el gran disgusto de que fallecieran dos de estas hijas, Cecilia y María, antes de cumplir los tres años. Allí, además de mantener estrechas relaciones con sus cuñados mientras permanecieron en París, y con Santiago de Masarnau, tan querido por la familia Madrazo, desarrolló una intensa vida cultural y de apertura a los españoles que tuvieron que dejar España por diversos motivos, fundamentalmente con ocasión del exilio de la Reina María Cristina en 1840. Eugenio de Ochoa tuvo un importante papel como mediador cultural y, tanto en París como en Madrid, fue un personaje clave en muchas relaciones, con escritores, pintores, músicos, políticos e importantes profesionales, muy conocido por las reuniones que propiciaba en su hogar.

En París, Ochoa impulsó la difusión de la cultura española mediante diversas publicaciones, como su colaboración, como editor literario, en las colecciones de Baudry, con un elevado número de ediciones de autores españoles, especialmente del Siglo de Oro, así como el Catálogo razonado de los manuscritos españoles existentes en la Biblioteca Real de París... (París, Impr. Real, 1844), su publicación de mayor relieve en ese momento, que le valió la Legión de Honor y grandes trabajos hasta que consiguió que fuera debidamente financiada por el gobierno francés. Con Baudry publicó sus conocidos Apuntes para una biblioteca de autores españoles contemporáneos en prosa y verso (1840), confirmando el interés que siempre había demostrado por las semblanzas biográficas en El Artista; también, con otras biografías más extensas, como la de Federico de Madrazo y la de Juan Eugenio Hartzenbusch, en Galería de españoles célebres contemporáneos (Madrid, Ignacio Boix, vol. 6, 1845). Publicó traducciones de distinto carácter con el editor Rosa, y, sobre todo, su libro de poesía original Ecos del alma (Paris, 1841), a la vez que, con otros autores, publicaba manuales de gramática para estudiantes y viajeros con Hingray –con quien, por otra parte, haría una «Nueva edición corregida y anotada» de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha (Paris, 1844). Por entonces colabora también con distintos artículos en la Revue de Paris, en el Moniteur universel, y en la Revista de Madrid.

En 1844, declarada la mayoría de edad de Isabel II, María Cristina regresó a España y los exiliados en París comenzaron a volver. También volvió Eugenio de Ochoa, cuando pudo contar con unos medios que se lo permitieran. Entre otros empleos y cargos, fue nombrado Bibliotecario segundo de la Biblioteca Nacional desde el 25 de mayo de 1844 a 10 de mayo de 1845, en que toma posesión como Jefe político de Huesca, cargo en el que cesó el 20 de abril de 1847. El 20 de junio de 1847 ocupa el cargo de Administrador de la Imprenta Nacional y editor de la Gaceta de Madrid, siendo jefe de Sección del Ministerio de Gracia y Justicia en 1852. Fue tres veces diputado: por Huesca (09/11/1850 a 07/04/1851), Orense (25/06/1857 a 13/05/1858) y Burgos (03/03/1865 a 12/07/1865). Entre otras distinciones, estuvo en posesión de la Cruz supernumeraria de la Real Orden Española de Carlos III, Comendador (1844), y Gran Cruz (1864) de la Real Orden de Isabel la Católica, y Gentilhombre de Su Majestad, además de Oficial de la máxima distinción en Francia, la Legión de Honor (1844). Ejerció el cargo de Censor de teatros en distintos períodos; fue elegido académico honorario de la Real Academia de la Lengua en 1844 y pasó a académico de número en 1847. A lo largo de su vida, su figura tuvo siempre gran influjo en el campo de la cultura.

El interés de Ochoa por la literatura se manifestó también, desde el comienzo de su actividad, en una constante labor de crítica sobre la actualidad literaria, a la que da gran importancia. Después de volver de Francia en 1844, entre otras colaboraciones en prensa, fue crítico habitual en La España, a partir del 31 de diciembre de 1848, con el paréntesis de un año -entre el 4 de noviembre de 1849 y 11 de noviembre de 1850-, hasta 1854; siendo especialmente conocido por el respaldo que dio a Fernán Caballero con su reseña sobre La Gaviota (La España, 25/08/1849). Permaneció siempre atento a la actualidad cultural, como prueba que, meses antes de su fallecimiento, acogería muy favorablemente en La Ilustración de Madrid (30/09/1871) las primeras novelas de Benito Pérez Galdós -que se sintió muy honrado-, La Fontana de Oro y El audaz, que se estaba publicando en esos momentos.

El deseo de verdad y de realidad en la vida y en la literatura llevó a Ochoa a una decidida defensa de la sociedad presente. En el prólogo a su Miscelánea de literatura, viajes y novela (1867), aludirá a que, si bien su romanticismo fue absoluto en sus primeros años de actividad intelectual, poco a poco ha ido cambiando hasta una postura serena, evolucionada; itinerario que igualmente seguiría Pedro de Madrazo y, con excepciones, todos los de su época que sobrevivieron lo suficiente. Así, en sus palabras preliminares «Al pío lector» de la Miscelánea, al declarar que no ha corregido los textos publicados anteriormente, afirma:

«No necesito decir hasta qué punto mis ideas y mi gusto en literatura han cambiado en un período que ya se acerca a la cuarta parte de un siglo, dado que no profeso la persistencia del poste ni la inmovilidad del molusco; y, sin embargo, al sacar hoy de nuevo a luz aquellas composiciones […], no he querido retocarlas más que para corregir en ellas tal cual errata evidente, o añadirles una que otra aclaración ya necesaria. Hacer más me hubiera parecido una superchería por el estilo de la de los viejos que se tiñen el pelo […]; hubiera sido, creo yo, teñirme las ideas, y ni esto ni aquello entrará nunca, Dios mediante, en las mías. Amo demasiado la verdad en todas las cosas para incurrir en tamaño dislate (Miscelánea de literatura, viajes y novela, Madrid, 1867, V-VI)».

Los sucesos revolucionarios de julio de 1854 cortarían la sucesión de cargos y honores que se habían sucedido a su vuelta de París en 1844. En esa ocasión, se encargaría de acompañar en su salida a Francia a varios hijos de María Cristina de Borbón y Fernando Muñoz, duque de Riánsares, a través de Portugal e Inglaterra; siendo declarado cesante el 18 de agosto (Alonso Seoane 2014). Ochoa volvió a Madrid a principios de octubre y trabajó, desde una posición liberal moderada, en la defensa de la monarquía, especialmente a través del periódico El Amigo del pueblo, recientemente estudiado (Simón Palmer 2012), a partir de noviembre de 1854. A medida que su situación fue cada vez más difícil, se vio obligado a pasar a Francia en mayo de 1855, donde estuvo, aunque no oficialmente, desterrado hasta que la situación política, que había cambiado de signo en julio de 1856, le permite volver en noviembre a España. El 4 de diciembre de 1856 es nombrado Director General de Instrucción Pública, hasta el 3 de julio de 1858 (volvería a serlo 24/09/1864 a 15/07/1865), siendo también nombrado Consejero de Estado extraordinario el 8 de abril de 1857.

Todo ello fue por poco tiempo: al ser destituido en 1858, volvió a Francia, con su familia. En París, Eugenio de Ochoa vivió el que seguramente fue el mayor dolor de su vida, en 1861, con la agonía y muerte de su hija Ángela, a quien estaba muy unido, a quien dedica su libro París, Londres y Madrid, que tiene que publicar en esas circunstancias. Cuando Ochoa llegó, ya casado, a París en 1837, solo había nacido el primero de sus diez hijos, Carlos, en Madrid, el 13 junio 1836. En París nacieron cuatro, tres hijas y un hijo (Fernando); desgraciadamente, se fue cumpliendo el alto índice de mortalidad infantil de la época, y dos de las hijas, Cecilia y María, murieron en París; Fernando fallecería ya en Madrid, y, también Laura, nacida en Madrid, en 1854. Sobrevive Ángela, que había nacido en 1840. Ángela moriría trágicamente a los 21 años, por las quemaduras producidas al prenderse su vestido de baile en una lámpara de gas; creando una situación de dolor irreversible en el anteriormente tan optimista y gracioso Ochoa. Todavía muy afectado por la muerte de Ángela, el escritor se vio en la obligación de acompañar en dos largos viajes, entre 1861 y 1863, al hijo menor de María Cristina de Borbón y Fernando Muñoz, José María, enfermo de tuberculosis, que fallecería poco después. Ochoa, que volvió a España en octubre de 1863, se sobrepuso en lo posible, teniendo en cuenta la situación de su familia en que, además de su esposa, Carlota de Madrazo, vivían con él varios hijos: Josefa, Eugenia, que se casaría con su primo Raimundo de Madrazo poco después de la muerte de su padre, Luis, y Rafael, que había nacido en 1858.

En Madrid, Ochoa, siguió con distintas tareas literarias, con artículos en La América, en la Revista de España, La Ilustración de Madrid y La Ilustración Española y Americana, con una particular dedicación a los clásicos que culminaría en la traducción de las Obras completas de Virgilio (Madrid, 1869); además de la publicación de Miscelánea de literatura, viajes y novelas (Madrid, 1867). Por entonces, ocupa el cargo de Director General de Instrucción pública, desde el 25 de septiembre de 1864 hasta el 15 de julio de 1865. Diputado por Burgos entre el 3 de marzo y el 12 de julio de 1865, fue nombrado Consejero de Estado el 24 de julio de 1866; hasta que, destronada Isabel II en septiembre, cesó el 20 de octubre de 1868, quedando en una situación precaria. De gran honestidad y laboriosidad extraordinaria toda su vida, las dificultades económicas fueron una constante cada vez mayor y llenaron de angustia sus años finales, como se refleja, entre otros testimonios, en su correspondencia con Fernando Muñoz, esposo de María Cristina de Borbón, actualmente depositada en el Archivo Histórico Nacional; buscando todo tipo de soluciones mientras mantenía un nivel de vida y trato social adecuado para su esposa, que ignoraba la verdadera situación, y sus hijos. A pesar de su lealtad y sus servicios a la corona, no encontró facilidades ni lealtad en María Cristina y su esposo, Isabel II, y Francisco de Asís de Borbón; más bien, ingratos reveses. Ochoa no se hacía ilusiones o se negaba a ver la realidad; en general, prefirió arriesgarse por el bien de España, siguiendo la preocupación patriótica que fue uno de los fundamentos de toda su actividad a lo largo de la vida.

Eugenio de Ochoa muere en Madrid, el 28 de febrero de 1872, después de una breve e inesperada enfermedad. Fue enterrado al día siguiente, 29 de febrero, en la Sacramental de San Pedro y San Andrés -actualmente, Sacramental de San Isidro-, después de la misa y vigilia de cuerpo presente, en la parroquia de San Sebastián, como indica su esquela (La Correspondencia de España 28/02/1872). Su muerte fue muy sentida y acudió una gran multitud a su entierro.

Entre las primeras necrológicas publicadas con ocasión de su muerte, cabe destacar la que aparece, de forma anónima, en La Época (01/03/1872). Es posible que estuviera escrita por «Asmodeo» (Ramón de Navarrete), que días antes lamenta la muerte de Ochoa en el mismo periódico, dedicándole varios párrafos, llenos de cariño y admiración, en la sección «Ecos de Madrid» (La Época 28/02/1872). El 8 de marzo de 1872, Antonio María Segovia publicó un artículo en La Ilustración Española y Americana, en que comienza recordando un grabado publicado en el número anterior de la revista [01/03/1872], de una «Sesión de la Academia con asistencia de S. M. el emperador de Brasil», en que aparece Ochoa, con su gesto habitual de llevarse la mano a la frente, para proteger sus delicados ojos de la luz, y debido a las continuas migrañas que padecía. Poco más tarde, el 15 de marzo de 1872, será en La Ilustración de Madrid -donde, casualmente, el día antes de su muerte se había publicado el que sería el último artículo de Ochoa, titulado «El buen sentido» [27/02/1872]-, Galdós, entonces director de la revista, escribe sobre Ochoa, un recuerdo extenso y muy elogioso («Crónica de la Quincena», La Ilustración de Madrid 15/03/1872).

En este mismo número de La Ilustración de Madrid, aparecerá una conmovedora necrología escrita por Pedro de Madrazo: «Algunos breves rasgos para la biografía del Excmo. e Ilmo. Señor D. Eugenio de Ochoa». Madrazo responde a la invitación de Bernardo Rico, que ha ejecutado el retrato de Ochoa que se publica en la revista, y le ha pedido un texto que acompañe el grabado. Madrazo deja para otros, aunque los bosqueja ligeramente, la tarea de historiar los méritos de Ochoa al que considera uno de los hombres que más han contribuido al florecimiento de las modernas letras españolas, para dar paso a algunos recuerdos del que fue siempre para mí, más que otra cosa, dulcísimo hermano; en la medida que en que la emoción se lo permite. Madrazo agradece a Rico que, al encontrarse en la precisión de evocar sus recuerdos, haya podido dejar de pensar únicamente en la escena desgarradora de su muerte, que no le abandona. Como le expresa a Rico, que había presenciado parte de aquel triste cuadro y supo después que una sombra fatídica había invadido aquella morada [...] que Ochoa recibió la visita del Dios de paz transubstanciado, lleno de emoción y consuelo, Vd. comprenderá cuán grande es el beneficio que me hace de obligarme a ahogar, siquiera por breves momentos, esas dolorosas impresiones, para embalsamar mi mente con la brisa primaveral de las pasadas memorias (La Ilustración de Madrid 15/03/1872).

En su artículo, Madrazo destaca la gracia, la inteligencia, la portentosa facilidad con que Ochoa llevaba a cabo sus tareas literarias; así como algunos rasgos de su carácter: generoso, amable, recto, hondamente religioso, trabajador, afectuoso con su familia y amigos. Recuerda Madrazo el terrible accidente de su hija Ángela, y señala, en palabras del que tan bien le conocía, a las que podrían añadírsele otros aspectos, que era Ochoa un hombre amante de la paz y de la concordia, idólatra de lo justo, de lo racional y ordenado; en sus sufrimientos resignado y humilde, en los dolores ajenos tierno y compasivo.

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