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Lorenzo Hervás y Panduro

Biografía de Lorenzo Hervás y Panduro

Ayuntamiento de Horcajo de Santiago, pueblo natal de Lorenzo Hervás y Panduro.Afortunadamente es bastante conocida la vida y obra de Hervás, gracias a los trabajos de varios estudiosos, ruta que abrió Fermín Caballero (Conquenses ilustres I. Madrid, 1868). Últimamente H. de la Campa ha redactado una acertada síntesis, que seguimos y ampliamos con las noticias autobiográficas que nos dejó el mismo Hervás en su Biblioteca jesuítica-española (BJE), redactada entre 1793 y 1799.

Lógicamente Hervás se incluye a sí mismo en la BJE, como uno de los más prolíficos escritores jesuitas expulsos, dándonos lo que pudiéramos llamar su autorretrato literario, hasta 1799. Hervás dice de sí mismo:

«Nació a 10 de mayo de 1735 en la villa del Horcajo (del orden militar de Santiago, y de la jurisdicción eclesiástica del priorato de Uclés). Nació hijo de Juan García de Hervás (que murió a 16 de agosto de 1736) y de Inés Panduro (que a 9 de noviembre de 1777 murió con fama correspondiente a su santa vida y alta contemplación, en la que, tal vez de noche, continuaba por más de ocho horas). No habiendo visto jamás a los jesuitas, y en la edad de 12 años, oyendo hablar una vez de ellos a un religioso reformado de S. Francisco, concibió deseo de entrar en la Compañía de Jesús. Lo manifestó a su madre, la cual, después de dos años, suplicó al noble y sabio señor D. Rafael Chacón, amigo de los jesuitas, que le condujese al colegio jesuítico más vecino, que era el de Villarejo de Fuentes, cuyo rector, el religioso Josef de Peñaranda, le acogió tiernamente; y del provincial, Bernardo Granados, prontamente obtuvo la licencia para que entrase en el noviciado jesuítico de Madrid, como lo efectuó a 29 de septiembre de 1749.

Habiendo concluido los estudios de filosofía y teología, instruyéndose al mismo tiempo en las lenguas eruditas y en las matemáticas (que después estudió por cuatro años [en Forli]) y, habiendo defendido la teología en Alcalá de Henares, se empleó un año en misiones evangélicas por varios lugares del obispado de Cuenca; y después enseñó la latinidad en Cáceres, en donde, con la asistencia a un hospital militar en las guerras con Portugal del que él sólo cuidaba en lo espiritual y temporal, enfermó grave y pertinazmente con recaídas, por lo que fue nombrado maestro de teología moral en Huete y, no convaleciendo bien, pasó a Madrid, en donde defendió otra vez la teología, y fue maestro de geografía y filosofía, y director mayor del Seminario de Nobles. Tres meses antes de su destierro de España, había pasado a Murcia para enseñar la filosofía. Profesó solemnemente en el 1769. Reside en Roma [desde finales de 1784]. Volvió a España en el presente año 1799».

No es un retrato perfecto ni acabado por la fecha de conclusión y por la técnica de acumulación de datos. Sin embargo, en su estructura encontramos cinco partes que vamos a esbozar, para confrontar los datos que el conquense nos da de sí mismo con los conocidos hasta la fecha, que en sus rasgos generales no han sufrido grandes variaciones desde las magníficas y antiguas biografías de Fermín Caballero y de Enrique del Portillo («Lorenzo Hervás. Su vida y sus escritos»).

Las cinco partes del artículo «Hervás» de la BJE (biográfica, obra impresa en italiano, obra impresa en castellano, manuscritos enviados a Madrid para su impresión y manuscritos perdidos o de difícil publicación) obedecen a criterios bibliográficos o editoriales, sin tener en cuenta la cronología biográfica de su autor, la cual pudiera dividirse en los siguientes periodos, en los que insertamos la cantidad de producción literaria, siguiendo al P. Portillo:

1. Desde su nacimiento hasta el extrañamiento (1735-1767), con 5 obras, equivalentes a 5 tomos, todos inéditos o perdidos. Es la etapa sobre la que Hervás nos da más datos autobiográficos en la BJE.

2. Primer destierro italiano (1767-1798) dentro del cual se podrían distinguir dos subperiodos fructíferos desde el punto de vista literario, con 33 obras equivalentes a 80 tomos, de los cuales 40 están inéditos y 31 perdidos: a) subperiodo de Cesena (1774-1784) y b) subperiodo de Roma (1784-1798). No se tiene en cuenta el año de la desangelada estancia en Ajaccio (Córcega), septiembre de 1767-septiembre de 1768, ni los cinco de asentamiento en Forli, más importantes desde el punto de vista de la formación científico-matemática que desde el de la producción literaria (completamente abandonada en lo sucesivo y hoy perdida).

3. Retorno a España (1799-1802), con 10 obras, equivalentes a 17 tomos, de los cuales 14 permanecen inéditos y 3 inéditos y perdidos.

4. Segundo periodo romano (1802-1809), siendo bibliotecario del papa, con 14 obras, equivalentes a 29 tomos, de los cuales 22 permanecen inéditos y 14 inéditos y perdidos.

En total, Portillo suma 62 obras, equivalentes a 131 tomos, de los cuales permanecían inéditos 81, y de éstos, perdidos 56, obra imponente que parece imposible que haya sido realizada por una sola persona. Por otro lado, el mismo Enrique del Portillo ha resumido estos cinco periodos de la vida de Hervás en tres momentos: aprender, enseñar y escribir, que se superponen entre sí.

Nuestro polígrafo nació el 10 de mayo de 1735 en Horcajo de Santiago (Cuenca) y murió el 24 de agosto de 1809 en Roma. En total 74 años bien aprovechados. Con H. de la Campa precisemos que su familia era campesina, profundamente cristiana y de limitados recursos, aunque su tío materno, fray Antonio Panduro, prior de Beade y abad de algunas encomiendas de la Orden de San Juan, fue el protector de la familia, por lo que nuestro jesuita siempre le guardará un profundo respeto. Tuvo dos hermanos mayores, Tomás, monje bernardo en Galicia (en él Lorenzo verá representada la ignorancia e «incivilidad» del clero español), y Gabriel, el primogénito, continuador de la labranza en Horcajo, a cuyos hijos nuestro abate benefició todo lo que pudo, y con los que convivió durante el retorno de 1799 a 1801. Quedó huérfano de padre (Juan García de Hervás, fallecido el 16 de agosto de 1736) en su primera niñez. Sin antecedentes jesuíticos, fue a estudiar al vecino colegio de Villarejo de Fuentes y, poco después, entró en la Compañía de Jesús, el 29 de septiembre de 1749 en el noviciado de Madrid, con profunda vocación, a pesar de las dudas que sugiere Fermín Caballero y que tanto irritaron al P. Portillo. Cursó tres años de humanidades antes que filosofía y teología (1752-1760) en la Universidad de Alcalá de Henares. Se mostró crítico del abuso de silogismos, habituales en la Universidad de la época, pero es apresurado deducir de ello un espíritu antiescolástico. Estimó todos los saberes y estilos de pensar en su vocación enciclopédica: cita, utiliza y aprecia los autores escolásticos, aunque él tenga un talante más positivo y cierta crítica, en la línea de su amigo Antonio Eximeno (1729-1808). Según su propio testimonio, estudió también las lenguas eruditas y matemáticas en Alcalá. Tras la teología, empleó un año en misiones evangélicas por el obispado de Cuenca, recibiendo la ordenación sacerdotal en 1760.

Empezó su docencia en el colegio de Cáceres (1760-1763), donde al enseñar latinidad inició su vocación de pedagogo y escritor, primero con su redacción en versos castellanos de las «reglas de los géneros, pretéritos y supinos», que están en latín en la Gramática Latina del P. Juan Luis de la Cerda (Toledo, 1558-Madrid, 1643), y también en su visita artística a Mérida, en la que -dice- «según las noticias que adquirí... se pueden descubrir monumentos romanos para formar varios tomos en folio». La guerra contra Inglaterra implicó consecuentemente a su aliada Portugal. Hervás, mientras asistía a las tropas en el hospital militar de Cáceres, enfermó gravemente, por lo que fue enviado al colegio de Huete, donde enseñó teología moral. Al no reponerse, pasó (años 1765-1766) al Seminario de Nobles de Madrid, donde enseñó metafísica y geografía, para lo que se ayudó de la competencia del jesuita Tomás Cerdá (Tarragona, 1718-Forli, 1791), cosmógrafo en el Colegio Imperial.

Hervás habla en muchas ocasiones del Seminario de Nobles de Madrid, tanto en sus obras italianas como en las españolas. Es una etapa de poco más de dos años, que tuvo una importancia capital en la vida del abate manchego, que duró desde 1764 hasta «tres meses antes de su destierro». Allí fue director mayor de dicho Seminario y vivió las revueltas del Motín de Esquilache y conoció a la plana mayor del jesuitismo español y a alumnos, como Antonio Ponce de León, duque de Montemar, y a Tomás Bernad, futuro barón de Castiel, consejero de Castilla, ambos futuros mecenas suyos. En el Seminario de Nobles el conquense pudo poner en práctica algunas experiencias didácticas con ayuda de algunos nobles, como el conde de Fernán-Núñez, y adquirió el gusto por las innovaciones pedagógicas que lo acompañarán durante toda su vida, como demostrarán los meses que se detuvo en Barcelona hasta dejar instalada una escuela de sordomudos en la primavera de 1799.

Estuvo encargado de unos 120 alumnos, a los que en su pedagogía innovadora entrenó en formación física, hasta que, sospechoso de formar «grupos paramilitares» (expresión de H. de la Campa), tuvo que frenar sus experiencias. Era una pedagogía muy activa y con mucho contacto con la naturaleza, como describe en la Historia de la Vida del hombre: «Estando yo [siendo] yo director mayor del Seminario de Nobles, que en Madrid tenían los jesuitas, procuraba que los seminaristas saliesen a paseo, siempre que el tiempo lo permitía. La experiencia me había hecho conocer que convenía siempre tener ocupados a los niños en las horas de recreación [...]. La niñez desea variedad y novedad en sus ejercicios [...]. Yo confieso ingenuamente que experimenté muchísimo para la educación física, civil y moral estos ejercicios, que después debía abandonar poco a poco porque la emulación antijesuítica empezó a prever en la tropa infantil las semillas de un ejercito invencible y exterminador de reinos...» (Historia de la vida del hombre, I, p. 356; Storia..., I, pp. 195 y ss.).

Si a la «emulación antijesuítica», añadimos que Hervás fue alejado de Madrid («A últimos de diciembre de 1766 llegué a la ciudad de Murcia para enseñar la filosofía» [Historia de la vida del hombre, VI, p. 105]) por los mismos días en que Campomanes firmaba su Dictamen fiscal de expulsión de los jesuitas de España (31 de diciembre de 1766), en el que el Colegio Imperial de Madrid aparece bajo especial desconfianza, no es gratuita la sospecha de que las innovadoras prácticas pedagógicas de Hervás fuesen el motivo de su traslado al nuevo destino murciano, donde enseñó filosofía y donde calculó la renta per cápita de los habitantes y la relacionó con el crecimiento de la población, lo que animó su interés por los estudios demográficos. Recodemos que Campomanes se preguntaba acusadoramente: «¿No se ha visto, frustrados ya todos los demás artificios, que el rector del Colegio Imperial se atreve a ser portador en persona al gobierno de papeles ciegos de la misma letra que los que se difundieron después del motín y durante él, anunciando violencias en el Colegio Imperial... ?» (Dictamen fiscal de los jesuitas de España [1766-67]).

A fines 1766 fue destinado a la docencia de la filosofía en el colegio de la Anunciata de Murcia, donde lo sorprendió el decreto de expulsión de marzo del año siguiente. Dotado especialmente para las ciencias positivas, tuvo gran afición a la física y a la matemática, por lo que desde 1760 a 1767, escribió «Tratado de cosmografía», «Viage a los reinos de Plutón» y «Viage a la Luna», manuscritos requisados durante la expulsión (y hoy perdidos). Por el contrario, destacó poco en la ciencia teológica. Está bien comprobado que nunca estuvo en Iberoamérica, aunque se haya difundido ese error, tal vez explicable por su extensa erudición en las lenguas indígenas de aquellas regiones.

Sorprendentemente Hervás omite en el autorretrato de la BJE todo lo relativo a su estancia en Italia. Despacha con una línea los treinta años que van desde 1767 hasta 1799. Sabemos que en 1769, reafirmó su decisión jesuita, emitiendo su profesión solemne o últimos votos el 2 febrero de dicho año, en Cesena (Forli). Entre 1774 y 1784 vivió en Cesena en el palacio de los marqueses Ghini. El resto de su vida, excepto el periodo de 1798-1802 en que pudo regresar a España, residió en Roma, donde llegó a ser bibliotecario del palacio pontificio del Quirinal, a propuesta de su amigo Pío VII.

Llama poderosamente la atención ese silencio total que Hervás guarda sobre los 32 años de su primer destierro (1767-1799), como si no hubiese hecho otra cosa que escribir, encerrado en su estudio, lo que ha llevado a ciertos críticos, como Batllori (1966), a exagerar su aislamiento respecto al mundo intelectual español e italiano: «se relacionó poco con los ambientes literarios italianos, apenas intervino en las polémicas de la época, y su carteo se orienta más hacia los misioneros de América y Filipinas». A lo largo de la BJE va desgranando datos que indican una amplia red de relaciones con otros jesuitas y con el sector editorial de la Romagna, como ha puesto de manifiesto Pierangelo Bellettini (1998). La BJE es la culminación parcial y colateral de una labor realizada por Hervás durante los últimos veinte años anteriores, comenzada poco tiempo después de suprimida la Compañía de Jesús (agosto de 1773) con la publicación de tímidos estudios en su retiro de Cesena entre 1774 y 1778, y continuada con un trepidante ritmo impresor que revolucionó la industria editorial de la Romagna (1779-1784). Hervás se sirvió de las informaciones de sus compañeros ex jesuitas para sus investigaciones lingüísticas mediante un intenso carteo con muchos de ellos, lo que le permitió ir adquiriendo abundante información bio-bibliográfica sobre los mismos, utilizada en la Biblioteca jesuítico-española.

Sello de la Compañía de Jesús.Pero Hervás no sólo conocía el negocio del libro italiano, sino también el español, cuya política era considerada como una de las menos inteligentes de Europa, según confesará en la carta fechada en Roma el 30 de septiembre de 1805, dirigida al librero Elías Ranz, donde se muestra muy contrariado por la legislación que sobre el libro había en España, la cual no favorecía el intercambio cultural y dejaba fuera de circulación la mejor producción literaria, que solía elaborarse en el extranjero, entre la cual, lógicamente, se incluye la jesuítica: «las mejores obras suelen ser las de los nacionales establecidos fuera de su país».

Promulgada la Real Pragmática de expulsión en Murcia, Hervás y sus compañeros fueron llevados a Cartagena y, después de un año en Ajaccio (Cerdeña, otoño de 1767-otoño de 1768) se asienta en su exilio de Forli (a medio camino entre Bolonia y Rímini), lugar asignado a la Provincia de Toledo. El abate de Horcajo se entregó al estudio de las matemáticas y astronomía, y a la enseñanza de metafísica y matemáticas. Sus estudios matemáticos los hizo con la ayuda de su antiguo «maestro» Tomás Cerdá (1718-1791), y la metafísica la enseñó siguiendo Compendaria metaphysicae institutio (Viena, 1761) del jesuita Pál Makó (Jászapáti, Hungría, 1724-Buda, Hungría, 1793), filósofo, matemático y naturalista. Compuso sendos tomos de geometría superior y de trigonometría, de cálculo infinitesimal, de curvas, y de arquitectura civil (hoy perdidos). En 1769, reafirmó su decisión jesuita, emitiendo su profesión solemne o últimos votos el 2 febrero 1769, Cesena (Forli).

Sólo al hablar de sus manuscritos en la BJE nos informa de sus estudios en Forli (1769-1773): «El autor, en el 1769, empezó a escribir un Curso matemático y, efectivamente, concluyó un tomo de Jeometría superior y de Trigonometría esférica, otro de Fluxiones o de cálculo infinitesimal, otro de Curvas, y otro de Arquitectura civil. La escritura de estos tomos y la enseñanza de las matemáticas fueron su ocupación hasta la mitad del año 1773, mas, conociendo que sus circunstancias no le permitirían hacer, ni procurar las expensas de la costosa impresión de libros matemáticos, abandonó la empresa del empezado curso».

Sabido es que a «la mitad de 1773» ocurrió la supresión de la Compañía por Clemente XIV. Por lo tanto, los seis primeros años del destierro (1767-1773) estuvieron centrados exclusivamente en el ramo específico de las matemáticas, lejos de la amplitud enciclopédica de la Idea dell'Universo, cuyo plan y redacción son, sin ninguna duda, posteriores a la intimación del Breve Dominus ac redemptor (agosto de 1773). Como en otros muchos ex jesuitas, la supresión de la Compañía, y correspondiente libertad, supuso un estímulo beneficioso en la producción literaria de Hervás.

Cesena, patria de los Braschi y de los Chiaramonti, en cuyo seno nacieron sendos papas, fue muy importante para Hervás, porque allí imprimió todos los 21 tomos de sus obras italianas (Idea dell'Universo) y porque allí intimó con el futuro papa Pío VII, también natural de esta ciudad, quien lo protegerá en los últimos años de su vida y lo nombrará su bibliotecario.

No sabemos la fecha exacta en que Hervás abandonó Forli para instalarse en Cesena, pero debió ser en el mismo 1773 o, más probablemente, a lo largo de 1774, pues en una carta de Hervás que precede a la Vida de San José, cuyo autor es el ex jesuita mexicano José Ignacio Vallejo, el conquense escribe el 24 de septiembre de 1774: «La necesidad de buscar alivio al quebranto de mi salud, que me ha obligado a interrumpir el estudio y abandonar mi retiro en Forli, me ha ofrecido la gustosa concurrencia con vuestra merced [Vallejo], que al mismo tiempo ha llegado a ella [Cesena] con el fin de dar a pública luz la Vida del Glorioso San Josef...».

En la BJE (p. 213 de nuestra edición), hablando del jesuita Antonio Espinosa (1697-1780), da a entender que en 1774 todavía estaba en Forli: «En el 1774, siendo yo nombrado por el obispo de Forli para visitar los altares que, por gracia del Papa, habían erigido en sus pobres habitaciones los exjesuitas que por vejez o achaques no podían salir de ellas para celebrar la Santa Misa, no sin penetrante afecto de tierna compasión hallé al venerable anciano [P. Espinosa] en una pequeña cochera en la que, pobre y devoto, había hecho división con tela para colocar el altar y su cama».

Lo cierto es que, tras la supresión de la Compañía de Jesús (1773), pasó a Cesena, quizás atraído por su biblioteca, «riquísima en códices... anteriores al arte de la imprenta». Cesena era la patria de Giovanni Angelo Braschi (luego Pío VI) y de Barnaba Chiaramonti (futuro Pío VII), que influyeron en Hervás. Éste vivía en la casa de los marqueses Ghini, de cuyos hijos fue preceptor, donde ejerció también de bibliotecario y abogado. En este tiempo, intentó publicar obras en castellano en España. Había concebido la idea de una enciclopedia al estilo de la francesa y la llamó Idea del Universo. El 17 de mayo de 1775, solicitó permiso del gobierno español por medio del conde de Floridablanca, pero ni le contestaron. Por esta primera carta de Hervás, fechada en Cesena, nos enteramos que había abandonado sus estudios matemáticos y que, en mayo de 1775, tenía perfectamente planificada la mayor parte de su enciclopédica obra literaria con las vistas puestas en el mercado español, y no en el italiano:

«Después de la abolición de la Compañía, abandonando la continuación de un curso matemático, empecé una obra, cuyo título es Idea del universo, en tres partes, que son: Historia de la vida del hombre, Viaje estático al mundo planetario y Discursos geográphicos phísico-políticos. Tengo concluidas las dos primeras partes, y, porque las circunstancias generales y particulares en que me contemplo no me dan arbitrio para poder introducir en España la dicha obra en caso de imprimirla, recurro a la protección de vuestra Señoría Ilma., que puede facilitar mi pretensión, lográndome la facultad por escrito, sometiéndome a sus órdenes para la revisión de esta y otras obras. No puedo vanamente lisonjearme que la bondad de la obra me dé algún derecho de implorar, sin temeridad, el favor de vuestra Señoría Ilma., mas no espero sea tal su desgracia que lo haga vituperable.

Si vuestra Señoría Ilma. se dignase de dar dirección y recomendación a mi pretensión, suplico que en la facultad se me conceda la privativa de la impresión por algún tiempo y el poder comunicarme con las personas necesarias para su despacho. Tal impresión, ilustrísimo señor, solamente la puedo hacer con dinero prestado. Por tanto, no puedo exponerme al peligro de ser reimpresa por otro»

(AER, Santa Sede, legajo 224, año 1775, expediente 156).

Recordando que los jesuitas expulsos tenían prohibido el contacto con el interior de la Península, vemos que Hervás emprende su aventura editorial con un préstamo, es decir, desde la nada, lo cual es lógico, pues hasta la supresión de la Compañía (agosto de 1773), ésta era la administradora de todos sus ingresos, reducidos a la pensión de cien pesos anuales. Dos años después, envió a Madrid sus tres primeros tomos, con el mismo resultado negativo. Sin desanimarse, decidió publicarlos en italiano e inmediatamente empieza a darse a conocer aprovechando todas las oportunidades que se le presentan. La primera se la ofreció el ex jesuita mexicano José Vallejo (1718-1785), quien había escrito Vida del Señor San Josef (1774), y Hervás es invitado a anteponerle un breve discurso sobre la vida de ese santo; asimismo, a ruegos de un magistrado de Cesena, publicó su Memoria sopra i vantaggi e svantaggi dello stato temporale di Cesena (1776; Bolonia, 1970), cuya temática es la geografía económica, donde Hervás se incorporó a la corriente fisiócrata y de nuevos modelos de desarrollo socioeconómico. Tras esta primeriza obra -en consonancia con su pensamiento enciclopédico- empezó a publicar en italiano (1778) con el título Idea dell'Universo, che contiene la Storia della vita dell'uomo, Elementi cosmografici, Viaggio statico al mondo planetario e Storia della terra. Lógicamente, con el transcurso del tiempo la planificación de la enciclopedia se va perfeccionando y sufriendo alguna alteración, aunque en lo esencial permanece. Por ejemplo, queda algo de ambigüedad sobre si todos los tomos se pueden arropar en este título de Idea dell'Universo: los ocho primeros forman una antropología en clave enciclopédica y tratan del hombre desde su concepción hasta su muerte (Storia della vita dell'uomo), incluyendo una anatomía (tomo VIII. Notomia dell'uomo, 1780); los siguientes ocho tomos son cosmográficos (Viaggio estatico), con una astronomía «narrada» y diversas cosmogonías, la creación, pecado de Adám, magnitud y elementos de la tierra, para acabar con el diluvio universal, Babel y sus consecuencias (Storia della Terra, tomos XI-XVI). Desde el tomo XVII, el tema es filológico y cada tomo tiene ya un título individualmente: Catálogo de las lenguas conocidas, Origen y armonía de los idiomas, Aritmética de las naciones, Vocabulario de más de 150 lenguas, y el «padrenuestro» en más de trescientas lenguas (Saggio pratico delle lingue). En 1792, publicó Analisi filosofico-teologica della natura della Carità..., de tema teológico, a cuyo final añade: «Tomo XXII». Portillo ha demostrado que los ocho primeros tomos de la Storia della vita dell'uomo los presentó (en 1785) Hervás con portadas y prólogos nuevos, tal vez pensando en una segunda edición italiana, que no vio la luz pública. Nuestro abate, en su BJE, se sintió obligado a justificar el no haber publicado los Elementos gramaticales, como prometió en su Catalogo delle lingue conosciute, por deseos de su tío, Antonio Panduro, quien le urgía lo hiciese en castellano. Lo cierto es que la enciclopédica y varia Idea dell'universo comenzó dubitativa en Cesena (1778), y a lo largo de diez años fueron apareciendo bajo ese rótulo hasta 21 tomos, divididos en cuatro secciones. La primera es antropológica (tomos I-VIII), la segunda cosmológica (tomos IX-X), la tercera físico-natural (tomos XI-XVI) y la cuarta lingüística (XVII-XXI). En 1792 publicó un apéndice, el tomo XXII, de índole teológica, que lleva por título Analisi filosofico-teologica della natura della carità ossia dell'atto di amor di Dio (Fuligno, 1792).

Animado por el ambiente de estudio de la pequeña ciudad de Cesena y por las publicaciones de bastantes de sus compañeros ex jesuitas (demasiados, en opinión del embajador Nicolás de Azara), Hervás publicó una auténtica enciclopedia, en la que da una versión católica de los temas de la Ilustración; dialogando con la célebre Encyclopedie francesa y con los autores básicos del pensamiento de los siglos XVII y XVIII, como Locke y Montesquieu. Desde un principio, el abate manchego afronta su actividad literaria con un espíritu fiel al jesuitismo, pero abierto al mundo que le rodea. Abertura que era inevitable en quien pretendía divulgar un trabajo enciclopédico, dirigido al gran público, y, además, ganar dinero con la misma. El hombre suele evolucionar en sus ideas, y mucho más en época revolucionaria, como la que vivió Hervás, el cual se nos presenta ahora (década de 1778-1789), en la enciclopedia Idea dell'Universo, consciente de «los nuevos derechos de la Humanidad», lejos del ciego jesuitismo y claro «ultrarreaccionarismo» que evidencia en las Causas de la Revolución Francesa en 1794.

A finales de 1784 abandona Cesena, a donde viajará con frecuencia por los buenos amigos que allí dejó, y se traslada a Roma, donde lo encuentra el inquisidor filojansenista Nicolás Rodríguez Laso el 30 de diciembre de 1788: «Comí en casa de García, y allí hablé con el abate Hervás de su obra que va publicando; y, con motivo de haber vivido algunos años en Cesena, me informó de la casa y familia del papa». Laso y Hervás volverán a juntarse el 5 de enero de 1789, cuando el ex jesuita le enseñe el que fuera Colegio Romano de la Compañía, lamentando que la biblioteca se hallara abandonada (Diario del viage a Francia e Italia [1788], 2006, pp. 525-526 y 530).

Varias veces el abate manchego confiesa que la única razón de trasladarse a Roma fue el poder consultar sus ricas bibliotecas para completar sus trabajos. En efecto, investigó a fondo casi toda las bibliotecas, públicas y privadas de esa ciudad, como demuestra el registro de sus archivos, reflejado en los dos «Apéndices» de su Biblioteca jesuítico-española:

«Apéndice 1.°. Catálogo de manuscritos españoles y portugueses existentes en siete bibliotecas insignes de Roma, que son las siguientes: I, Angélica; II, Barberini; III, Casanatense; IV, Corsini; V, Jesuítica; VI, Vallicelliana; VII, Zelada.

Apéndice 2.º. Códices de colecciones canónicas españolas que hay en las bibliotecas de Roma. Está dividido en cuatro párrafos y en cada uno se trata de los códices canónicos españoles conservados: I, en la Biblioteca Vaticana; II, Vallicelliana; III, Angélica; VI, los manuscritos de J. B. Pérez, después obispo de Segorbe, que monseñor Gaspar Quiroga envió al papa Gregorio XIII para la corrección del Decreto de Graciano y existen en su original o en copias en las bibliotecas Vaticana, Vallicelliana y Corsini».

Portada de la Pragmática (1767).En 1789, aparecen las primeras publicaciones en castellano. Hervás no quiso hacer una mera traducción; sus lecturas le habían hecho madurar su pensamiento y, por ello, amplía, resume y cambia sus propias obras. La edición española estaba mucho mejor estructurada, pues dividió la enciclopedia italiana, Idea dell'Universo, en cuatro obras independientes: Historia de la vida del hombre, Viaje estático al mundo planetario, El hombre físico y Catálogo de las lenguas.

Abandonando la pomposa Idea dell'Universo, sus dos primeros tomos los titula Historia de la vida del hombre. El que tardase cinco años en salir el tomo III evidencia las dificultades que halló en su aventura editorial castellana: denuncia de los dos tomos iniciales, Real Orden prohibiendo su venta y la continuación de la edición, reparos de los censores, etc. Se criticaba la obra de pretenciosa, precisamente por acercarse a una enciclopedia. Así pues, por estos estorbos administrativos se apartó de su plan italiano de un título común y publicó, entre tanto, los cuatro tomos (1793-1794) del Viage estático al mundo planetario (parte segunda del plan italiano de la enciclopedia); en 1794, interrumpió el plan de dicha enciclopedia para tratar sobre dos temas nuevos, pero de más actualidad, las causas de la Revolución Francesa, que se publicaría, no sin conflictos, en 1803 y 1807; y los dos tomos de Escuela de sordomudos ó arte para enseñarles a escribir y hablar el idioma español (1795) y, en línea con la tradición catequética española, el Catecismo de doctrina christiana para instrucción de los sordomudos (1796), que se tradujo al francés en el siglo XIX.

Para conocer el talante jesuítico y luchador de Hervás, merece la pena detenerse en la narración de sus difíciles relaciones con los políticos filojansenistas madrileños, protectores de Joaquín Lorenzo Villanueva. En efecto, las relaciones de Hervás con el poder se enturbiaron mucho en el periodo 1789-1794, al ser censurado el prólogo del primer volumen de las Historia de la vida del hombre y ser atacado por Joaquín Lorenzo Villanueva, en el prólogo de su Catecismo del Estado (1793), el cual contaba con la protección de los políticos filojansenistas gobernantes, en especial del ministro de Gracia y Justicia, Eugenio de Llaguno, quien le llegó a prohibir a Hervás que publicase nada contra Lorenzo Villanueva. El bienio 1793-1794 será especialmente intenso en acontecimientos, al respecto. En efecto, sale a la luz en la Imprenta Real el citado Catecismo del Estado según los principios de la Religión, obra escrita bajo los efectos de la ejecución de Luis XVI y su esposa en enero de ese año. En el «Prólogo», Villanueva entabla una dura polémica con Hervás, a quien califica de «filósofo» y «nuevo teólogo». Hervás le contesta en el tomo III de la citada obra, publicado en 1794.

Lo curioso de la prohibición del ministro Llaguno es que se acusaba al convencido jesuita Hervás de filorrevolucionario y que con dicha prohibición se buscaba «evitar la publicación de la expresada obra de Hervás por no dar lugar a que el pueblo vea puesta en duda la autoridad divina de los príncipes», según la carta del ministro Llaguno al embajador en Roma, Azara, del 12 de agosto de 1794:

«Ha llegado a entender el rey que don Lorenzo Hervás y Panduro, ex jesuita residente en esa capital [Roma], tiene escrita una obra y la va a publicar en Italia, siendo de temer que sea una impugnación del Catecismo del estado de don Joaquín Lorenzo de Villanueva, y que lleve adelante las máximas revolucionarias, que éste le combatió en su obra, impugnando, tal vez, el sistema piadoso de dicho Catecismo sobre la unión de los vasallos con su príncipe.

Y pareciendo a su majestad conviene evitar la publicación de la expresada obra de Hervás por no dar lugar a que el pueblo vea puesta en duda la autoridad divina de los príncipes, demostrada en el citado Catecismo, quiere que vuestra excelencia llame a dicho Hervás y le prevenga se abstenga de publicar su obra, caso que la haya escrito, sin dar lugar al desagrado de su majestad y a las providencias que tomaría con él, si contraviniese a su Real Voluntad en esta parte»

(AER, Santa Sede, legajo 365, año 1794, expediente 23).

Zarco Cuevas alude a una carta de Azara a Joaquín Lorenzo Villanueva con motivo de las noticias que llegaban sobre la obra Causas de la Revolución Francesa, en la que le dice: «Yo voy a echar ministerialmente una jeringa al tal Panduro, prohibiéndole escribir contra vuestra merced, y si no obedece nos veremos las caras».

Lo cierto es que si algo faltaba a la polifacética personalidad de Hervás era la inclinación revolucionaria, como ha demostrado Javier Herrero (Los orígenes del pensamiento reaccionario español), por conservar íntegro su espíritu jesuítico y por su sometimiento a las autoridades borbónicas de Madrid, según consta en la minuta de la contestación de José Nicolás de Azara a Eugenio Llaguno, fechada en Roma el 3 de septiembre de 1794. Parece que la amenaza del ministro Llaguno llegó a asustar a Hervás, a juzgar por las «mil seguridades» o disculpas que hizo ante el embajador Azara:

«He comunicado al ex jesuita don Lorenzo Hervás y Panduro la orden del Rey que vuestra excelencia me ha participado en su venerada carta de 12 del pasado, para que se abstenga de publicar cualquiera obra que hubiese hecho o la hiciese, impugnando el Catecismo del estado de don Joaquín Lorenzo de Villanueva, o influyendo las máximas revolucionarias que tantos males han producido en la Europa, con la más seria amenaza en caso que contravenga a la voluntad de su majestad.

Dicho ex jesuita [Hervás], en consecuencia de la mencionada orden, me ha asegurado, y aún protestado con juramento sacerdotal, que no ha hecho ni publicado tal obra en castellano ni en italiano, ni que tan siquiera ha tocado la pluma para semejante asunto, añadiendo otras mil seguridades de que ninguna obra suya se introducirá ni publicará en España, sin que preventivamente la haya presentado al Consejo [de Castilla] y haya merecido su aprobación.

Esto es lo que, en sustancia, me ha respondido el referido ex jesuita Hervás y se lo participo a vuestra excelencia, en contestación a su sobredicha carta»

(Ibidem).

Dominus ac Redemptor (agosto 1773)La intervención del ministro Llaguno era exagerada, absurda y falta de fundamento, porque, precisamente a lo largo de 1794, Hervás estaba redactando dos obras totalmente contrarias a los objetivos de los revolucionarios franceses, como eran la Revolución religionaria y civil de los franceses y sus causas morales y la Biblioteca jesuítico-española.

Dado el cariz que estaban tomando los acontecimientos, Hervás acude directamente al primer ministro Godoy con una extensa representación, fechada en Roma el 22 de septiembre de 1794, en la que le relata la carta intimidatoria de Llaguno («un orden real, emanado de la Secretaría de Gracia y Justicia a 12 de agosto último, al suplicante se ha intimado por el real ministro en esta ciudad [Araza, en Roma]»), en la que «se añaden algunas expresiones conminatorias» y «acusaciones falsas y calumniosas», por lo que «éste humildemente pide que se revea por aquella justicia, con que en el trono, dándose acceso a la defensa de la inocencia acusada, ésta se descubre y protege, y se disipan la falsedad y la calumnia». El manchego acusa a Villanueva de jansenista y afirma que «es falso que el suplicante haya escrito tratado alguno para impugnar el dicho Catecismo (aunque confiesa estar firmemente persuadido a que se ha fraguado en la oficina del malvado e hipócrita jansenismo); y ciertamente sin delirio no podría publicarlo en italiano, porque, sabiendo el suplicante ser totalmente desconocido el Catecismo en Italia, publicaría neciamente una impugnación invencible». Rechaza la acusación de «escritor y obstinado promovedor de máximas revolucionarias», aduciendo que «ha escrito más que ningún autor contra la Revolución Francesa», que ha publicado 22 tomos en italiano, «sin que hasta ahora la superioridad ni los censores públicos hayan criticado la menor palabra». Afirma que «se ve acosado de enemigos» y suplica que, para cortar la malignidad y asechanzas de los mismos, «se sujete al tribunal de la Inquisición la total revisión de sus obras». No falta una indirecta al ministro Llaguno, por abuso de competencias: «Para encaminar la acusación se usa todo ardid: los acusadores, no obstante haberse publicado que el canal propio de instancias sobre ex jesuitas es la Secretaría de V. E. [la del primer ministro, es decir la de Godoy], han acudido al de otra Secretaría [la de Gracia y Justicia, del ministro Llaguno] para sorprender su justicia con la falta de noticias» (AHN, Estado, leg. 3240, exp. 9).

Poco duró la obstrucción a Hervás de escribir sobre temas socio-políticos, pues el gobierno español, mejor informado y en plena guerra contra la Convención Francesa, se entera, cuatro meses después, de que Hervás había escrito una obra antirrevolucionaria, y se apresura a levantar la prohibición e incluso parece estimularlo a su publicación, según la carta del ministro Eugenio de Llaguno a José Nicolás de Azara, fechada en San Lorenzo el 16 de diciembre de 1794:

«En oficio del 12 de agosto de este año dije a vuestra excelencia, de orden del Rey, previniese al ex jesuita don Lorenzo Hervás y Panduro, residente en esa capital [Roma], que se abstuviese de publicar cualquiera obra que hubiese compuesto contra el Catecismo del estado, dado a luz por don Joaquín Lorenzo de Villanueva, en el que éste impugnó algunas máximas vertidas por Hervás en la "Introducción" del primer tomo de la Historia de la vida del hombre, que fue delatado al Consejo [de la Inquisición], luego que se publicó en Madrid, y por providencia superior se recogió, aunque corre después sin dicha "Introducción", para no dar lugar al desagrado de su majestad y a otra providencia más seria.

Pero, teniendo noticia de que el expresado Hervás tiene escritas otras obras, y entre ellas la intitulada Historia de la Revolución de Francia, en que parece impugna muy de propósito y con gran número de documentos las máximas del actual gobierno francés, quiere su majestad que vuestra excelencia le haga entender que la Real Orden anterior no se dirige a impedir que escriba y publique obras de esta clase, en que no impugna de modo alguno el sistema piadoso defendido por Villanueva en su citado Catecismo del estado»

(AER, Santa Sede, legajo 365, año 1794, expediente 23).

Azara se vio en la obligación de entrevistarse, otra vez, con Hervás para comunicarle la contraorden, según la minuta de la carta del embajador Azara a Eugenio de Llaguno, fechada en Roma el 4 de febrero de 1795.

«En carta de 16 de diciembre próximo pasado, recordándome vuestra excelencia la orden del Rey que comuniqué al ex jesuita don Lorenzo Hervás y Panduro para que se abstuviese de publicar cualquiera obra que hubiese compuesto contra el Catecismo del estado, dado a luz por don Joaquín Lorenzo de Villanueva, se sirve prevenirme que, teniendo su majestad noticia que entre otras obras compuestas por dicho Hervás se halla la intitulada Historia de la revolución de Francia en que, al parecer, impugna muy de propósito y con un gran número de documentos las máximas del actual gobierno francés, quería el rey que yo [Azara] le hiciese entender al mencionado Hervás que su Real Orden anterior no se opone a que escriba y publique obras de esta clase, cuando en ella no se impugne de modo alguno el sistema piadoso defendido por Villanueva en el referido Catecismo del estado.

Y en cumplimiento de esta soberana resolución puedo asegurar a vuestra excelencia que, por mi parte, la he ejecutado, como hice la vez pasada, comunicando a la letra a dicho ex jesuita la sobredicha orden del Rey, por cuya clemencia y bondad se me ha manifestado muy reconocido, repitiéndome de no dar más ni una plumada contra el sistema de Villanueva».

Hervás en este desagradable incidente no era totalmente sincero con las autoridades de Madrid, al menos en lo de «no dar más ni una plumada contra el sistema de Villanueva», pues en su correspondencia privada manifestaba lo contrario a su primo Antonio Panduro Hervás, en carta fechada en Roma el 27 de noviembre de 1793:

«Mucho te has inquietado [Antonio Panduro] con Villanueva por su desvergonzada y satírica impugnación. Esto no se remedia a bofetones, ni a desvergüenzas, mas a razones buenas y cristianas. A su tiempo las diré yo y le responderé. De Sevilla han escrito aquí que un sevillano le responde, mas yo le responderé bien y como merecen su malicia e ignorancia»

(HERVÁS, Cartas, BNE, ms. 22996, f. 12).

Estas cartas contradicen bastante la visión romántica que de las relaciones Hervás-Villanueva tenía el liberal Fermín Caballero (1868) en su meritoria biografía del abate manchego:

«Lástima grande que personas tan ilustradas y virtuosas como Hervás y Villanueva apareciesen en lucha doctrinal, más que por antipatías individuales, por lo que comprometen las divergencias del funesto espíritu de escuela. A Villanueva y sus adeptos, les incomodaban los resplandores que salían de la sombra de la Compañía, encastillada al amparo de la curia romana, mientras que a los amigos del Abate les escocía el favor e influencia en la Corte de España de los que imaginaban secuaces de Jansenio, Arnauld, Nicolle, Pascal, Quesnel, Grégoire y otros moralistas de su bando.

Conste, a pesar de todo, que nuestro excelente Hervás no cedió a las excitaciones de personas influyentes, que le aconsejaban escribir, como en despique, contra el Catecismo del Estado de su tocayo el setabense. Lo cierto es, que así Hervás, como Villanueva, aunque por diferentes caminos, eran excelentes sacerdotes, ortodoxos, y amantísimos de las ciencias profanas, que, lejos de incompatibles y contrarias, miraban como hermanas de la ciencia de Dios, autor de la naturaleza».

En 1795 el padre Luengo reseña el mejor trato que se daba a la Historia de la vida del hombre de Hervás («se vende en Madrid el tercer tomo de la voluminosa obra del jesuita español Lorenzo Hervás, intitulada El hombre, aunque no se dice que se permita la venta del segundo, que había estado detenido mucho tiempo, si bien tampoco puedo asegurar que el dicho tomo quede abandonado»), al mismo tiempo da noticia de «dos agravios», surgidos con motivo de su polémica con Villanueva. El primero hace relación a la ya narrada prohibición del ministro Llaguno, lo cual, además de confirmar el hecho, demuestra su notoriedad, pues fue conocido en Bolonia, y que el abate manchego estaba dispuesto a replicar contundentemente al valenciano:

«Por varias partes había llegado algún rumor de que Hervás había entrado en el pensamiento de impugnar el famoso Catecismo del estado del doctor Villanueva [Joaquín], del que hemos hecho mención varias veces y procuraría rebatir al mismo tiempo algunas insolencias que se han dicho contra él en algunos papeles de Madrid, hasta llamarle ateísta; y se podría esperar que no estuviese mala la impugnación, porque no dejaría de ayudarle su amigo y compañero [Giovanni Vincenzo] Bolgeni. Y ahora se escribe y se asegura de Roma que el ministro de Madrid, don Nicolás de Azara, le ha insinuado que se guarde de impugnar el Catecismo del estado de Villanueva, que es lo mismo, en las presentes circunstancias, que prohibírselo. Mucho ha agradado a personas autorizadas de la Corte, a quienes sirve en este negocio el ministro de Roma, este infame libro [Catecismo del estado] en el que casi se hace al rey papa; y de cierto se extienden mucho más de lo justo su autoridad y sus derechos. Con estas amplificaciones de la potestad real engañan a los incautos monarcas estos hombres malignos, que no tienen en ello otro fin que su misma ruina y opresión»

(LUENGO, Diario, t. XXIX, año 1795, pp. 363-366).

Respecto a la importante obra de Hervás sobre las Causas de la presente revolución de la monarquía francesa, que al parecer Llaguno estimulaba publicar en 1794, al año siguiente, terminada la Guerra contra la Convención Francesa, y cambiadas las alianzas políticas después de la Paz de Basilea (1795), el P. Luengo no le augura buenas perspectivas:

«Allá [a la Corte de Madrid] envió [Hervás] hace ya mucho tiempo una obra en castellano sobre las Causas de la presente revolución de la monarquía francesa; y no la envió para que estuviese escondida en algún archivo, sino para que fuese impresa y se hiciese pública en toda España; y así no se puede dudar de que a este intento se habrán practicado algunas diligencias, aunque aquí no se hayan sabido; y yo solamente puedo decir que no se ha impreso hasta ahora, y de que no se ve el menor indicio de que se piensa en imprimirla. [...] ¿Y por qué no se permite imprimir en España estas obras, que son en el día las más importantes que se pueden escribir, pues por ellas se entiende quiénes han sido los autores de la ruina de la religión y del trono en Francia, y de qué medios se han valido y por tanto se aprende lo que se debe hacer para que no suceda lo mismo en otros países? Por esto mismo puntualmente; y es por lo tanto una prueba segura de que en Madrid no se quiere saber que la falta de los jesuitas... [Está cortada la hoja en el manuscrito] ha sido causa de mucha parte de la ruina de la Francia y de que prevaleciesen en ella la aversión a los jesuitas, el jansenismo y la filosofía»

(Ibidem).

Lorenzo Hervás y Panduro, Analisi filosofico-teologica della natura della carita ossia dell'amor di Dio, Fuligno, 1792.Desde el punto de vista literario esta polémica genera una serie de escritos, que Hervás no menciona en su Biblioteca jesuítico-española (1793-1799), escritos suscitados con motivo de sus malas relaciones con la censura y los políticos filojansenistas durante los últimos diez años, antes de su regreso a España (1788-1798), casi todos ellos relacionados con el tomo I de la traducción española de la Historia de la vida del hombre, reseñados en su libro por el P. Zarco con el n.º 36 (Pieza 1.ª «Expediente formado sobre la calificación del primer tomo de la obra Historia del hombre». Pieza 2.ª «Relación, censuras y defensas del tomo I de la Historia del Hombre»), n.º 37 («Respuesta apologética a la censura de un anónimo por orden de la superioridad»), n.º 38 («Censura de la Academia de la Historia con su respuesta»), n.º 39 («Respuesta a la censura que de varias proposiciones de mi obra intitulada Historia de la vida del hombre se hace en el prólogo de la obra intitulada Catecismo del Estado según los principios de la religión, por el doctor don Joaquín Lorenzo Villanueva, Madrid, 1793, en 4.º») y n.º 40 («Carta del abate don Lorenzo Hervás al excelentísimo señor don Antonio Ponce de León, duque de Montemar, etc. sobre el Tratado (sic) del Hombre en sociedad, con la cual da fin a su Historia de la vida del hombre»). Esta última Carta al duque de Montemar, fechada en Roma el 2 de julio de 1792, es lo único que se podrá imprimir, en 1805 en la Imprenta de la Administración del Real Arbitrio de Beneficencia, del polémico tomo VIII de la Historia de la vida del hombre, el cual, a su vez es una defensa del tomo I de la misma Historia de la vida del hombre.

Como Hervás recoge en su Biblioteca jesuítico-española la producción literaria propia hasta 1799, creemos que no se le podía escapar la reseña de estos escritos polémicos, al menos de los más importantes, surgidos al socaire del Catecismo del estado, salvo que diese por superado con bastante rapidez el enfrentamiento con Villanueva, estudiado recientemente por Javier López Alós («Villanueva contra Hervás. Absolutismo político y absolutismo religioso en la crisis del Antiguo Régimen»).

Profundicemos un poco en el interior ideológico de la polémica entre Villanueva y Hervás. El Catecismo del estado está precedido de un extenso «Prólogo» en el que polemiza con Lorenzo Hervás y Panduro, quien en 1789 había publicado el primer tomo de la Historia de la vida del hombre, obra que fue retirada de la circulación por contener ideas contrarias al principio monárquico y el carácter hereditario de la nobleza, si bien Hervás hace responsable a la «secta jansenista», en la que incluye a Villanueva, de la persecución de su obra y proclama bien alto que nada tiene que reprocharse, dejando entender que su libro refleja simplemente la situación internacional. Por su parte, Villanueva acusa a Hervás de filósofo:

«Una de las cosas en que más ha trabajado y trabaja la impiedad en estos tiempos tan desdichados en que vivimos, es en dar por real y efectiva la distinción lógica o metafísica de los dos respetos con que la escuela [jesuítica] considera al hombre, queriendo persuadir que en él hay dos personajes, o por mejor decir, dos hombres, uno moral y otro político, uno natural y otro sobrenatural, tan distintos entre sí, que puede obrar el uno con total independencia del otro [...]. Tras esto se enseña también que la filosofía y la política y las demás ciencias que se ordenan a la felicidad pública, solo miran al hombre en el estado natural y político, y así no tiene que ver con ellas la Religión revelada».

(VILLANUEVA, Catecismo, Prólogo, p. I.)

Y lo más grave no es que esto lo defiendan los «filósofos», sino muchos cristianos, gente de la Iglesia «engañada y embaucada por este camino», que «se dejan llevar agua abajo de la corriente del filosofismo». ¿Y quién tiene la culpa de esta situación en España? Sin duda, para el setabense, son «los nuevos teólogos», que «ignorando u olvidando el lenguaje de la verdad, que es el de la Escritura y Santos Padres, tratan de curar los daños del humano linaje no con la medicina de Jesu-Christo, sino con otras del espíritu humano que son las nuevas doctrinas, condimentadas al gusto de las pasiones» (pp. II-III).

Ante tamaños enemigos era preciso utilizar las mejores armas: había que combatir «el estrago que este gentilismo y nuevo modo de filosofar profano ha causado en la educación de nuestros pueblos». Si estos males han surgido en la moral, ¿qué será de la política? Aquí los males aún son mayores por sus consecuencias, que han quedado palpables en los acontecimientos de Francia:

«Este empeño de separar la razón de la Religión, y el hombre cristiano del ciudadano, ha producido un nuevo sistema de derecho público que no conocieron los Santos Padres. De no contar con la Fe para la política, ha nacido el creerse que la potestad de los Príncipes de la tierra está enteramente destinada y limitada a procurar el bien y felicidad de los hombres de este mundo: doctrina propia de los ateístas, aunque enseñada en nuestros tiempos, y recomendada por quien pretende ser maestro de la Iglesia Católica. De aquí el sistema del ex-jesuita D. Lorenzo Hervás y Panduro, que para la legislación y las demás ciencias que se ordenan a la felicidad pública, no cuenta con la antigüedad, ni con la santidad y la virtud de las personas, de que tanto caso hace y nunca prescinde la Religión, sino con sola la razón obscurecida y corrompida por el pecado. Enséñanos este teólogo que la ciencia es la razón, y el que mejor razona, es el más sabio, aunque sea menos justo [...]; esto es, que no está la plenitud de la política en los Libros Sagrados»

(VILLANUEVA, Catecismo, Prólogo, pp. VI-VII).

Villanueva ve encarnados los principios de la nueva filosofía revolucionaria en Hervás y Panduro, «nuevo teólogo», que ignora o no quiere ver cuál es «la luz de la verdad», es decir, «el íntimo enlace que tiene la Religión verdadera con todas las edades y estados y condiciones del hombre; con las sociedades paternal, doméstica y política; con el orden privado y público; con los oficios de los súbditos y de los Príncipes» (p. XIII), e ir en contra de este principio, es decir, prescindir de la Religión, solo puede haber sido idea del demonio. En resumen, en el prólogo de su Catecismo, Villanueva señala a Hervás, como ejemplo de los males de la doctrina jesuítica en general.

Ante esta grave acusación ideológica, con consecuencias económicas, pues tenía paralizada la publicación de la enciclopedia de la Historia de la vida del hombre, la respuesta del conquense no se hizo esperar. El primer tomo de la Historia de la vida del hombre fue condenado por la Inquisición y de los 1.500 ejemplares impresos sólo pudieron recogerse cien. Del segundo tomo fue confiscada toda la edición y sólo en 1794 fue autorizada la edición del volumen tercero, gracias a la mayor permisividad de Godoy.

Hervás no tardó en contestar, aunque sin citar a Villanueva, atacando a la «secta jansenista» en la que casi todos los jesuitas incluían al setabense (en el Diario del P. Luengo es constante esa acusación a Villanueva). La defensa de su obra y el ataque a los jansenistas se halla en el tomo III de esta obra (HERVÁS, Historia de la vida del hombre, Madrid, Imprenta Real, 1794, Tomo III, pp. 127-141, dentro del capítulo dedicado a la «Ética». La obra fue publicada en enero-febrero de 1794, pues en la pág. 138 dice «hasta el presente mes de octubre de 1793»), en la que Hervás pone en connivencia a la secta filosófica y la jansenista como culpables de la irreligiosidad y de los sucesos de Francia, algo que vuelve a tratar ese mismo año en las Causas de la Revolución de Francia, escrita en la primavera de 1794, aunque no publicada hasta 1807 de forma definitiva. Dice Hervás:

«En este centro y escuela de religión santa, los maestros de la nueva filosofía han levantado el estandarte de la nueva secta irreligionaria, y bajo de él, como ministros eclesiásticos de ella y como pastores de la grey de los nuevos creyentes, hemos visto militar a los que entre los católicos eran apóstoles del rigorismo [referencia a Villanueva]. En la ley de gracia hemos visto renacer, para su ruina, a los saduceos y fariseos que fueron parte de la ley escrita. En ésta los saduceos incrédulos de sus dogmas eran los ateístas, que hoy se llaman filósofos; y los fariseos, que con su rigor pretendían imposibilitar el cumplimiento de sus preceptos, eran los rigoristas que llamamos jansenistas»

(Historia de la vida del hombre, III, p. 128).

Si Hervás acusa con duras palabras a la secta jansenista de ser la culpable de la revolución en Francia, ese mismo argumento lo repetirá en sus Causas de la Revolución..., escrita pocos meses (segundo semestre de 1794):

«Estas dos razas de rigoristas y ateístas [...] uniéndose entre sí han formado en Francia la nueva secta monstruosa que ha pretendido devorar el Cristianismo en todo el mundo. En esta secta infernal ejercen el ministerio eclesiástico los que antes se fingían rigoristas celosos en lo más sagrado del santuario, y en lo más retirado de los claustros religiosos. Los cuerpos religiosos más obstinados en defender el rigorismo jansenístico han sido los que más han prevaricado, desertando o apostatando del catolicismo casi todos sus miembros».

El centro de los argumentos estaba en que Villanueva en su prólogo condenaba a Hervás y a los jesuitas, en general, como inductores de los razonamientos que habían calado en los católicos incautos para asimilar las teorías de los philosophes, mientras el ignaciano replicaba que no habían sido los jesuitas los que habían preparado ese camino y posterior alianza con los filósofos, sino los jansenistas, que actúan al unísono con los ateos philosophes. Hervás siempre fue rotundo en la defensa de su ortodoxia y no satisfecho con las respuestas y silencios de Villanueva, en su breve estancia en España (1799-1802) escribió un extenso informe al Consejo el 20 de julio de 1799 desde su pueblo natal, Horcajo, rotulado «Respuesta a la censura que de varias proposiciones de mi obra intitulada "Historia de la Vida del hombre" se hace en el Prólogo de la obra intitulada "Catecismo del Estado según los principios de la Religión", por el Doctor D. Joaquín Lorenzo Villanueva», resumido por González Palencia (Eruditos y libreros, pp. 274-279). Basa su respuesta el conquense en la doble personalidad del ser humano, la moral y política o la natural y sobrenatural, cuya separación considera Villanueva causa de todos los males al sobrevalorar la personalidad o «respeto» natural o político sobre el sobrenatural o moral. Dice Hervás que esta distinción es falsa y que él no la hace en su obra, por lo que es conveniente que «se persuada que hasta ahora no ha habido impío alguno ni nuevo teólogo que piense tan disparatadamente» (GONZÁLEZ PALENCIA, Eruditos y libreros, p. 277).

Más clara no puede ser la acusación de jansenismo que le hace frontalmente a Villanueva:

«Nuestro autor [Villanueva], al nombrar yo a los jansenistas, falsa e infamemente, añade que éstos, en mi diccionario, son los enemigos públicos de la moral relajada. En mi diccionario, en el de todos los católicos y en el de centenares de Bulas y Breves pontificios contra el jansenismo, los jansenistas son enemigos públicos y ocultos de la moral cristiana, y para arruinarla en la idea de todos los cristianos se valen del rigorismo, que haga impracticables los preceptos naturales y cristianos. Nuestro autor [Villanueva], después de tantas proscripciones y declaraciones de Papas y de todo el catolicismo contra los jansenistas, tiene atrevimiento para defenderlos públicamente en medio del catolicismo y de la corte y nación de un soberano que se caracteriza y nombra antonomásticamente el Católico. ¿Tiene valor para nombrar a los jansenistas sin cargarles de execrables abominaciones a vista ya pública de su unión con los ateístas para destruir en tantas naciones altares, tronos, religión y gobierno?»

(GONZÁLEZ PALENCIA, Eruditos y libreros, pp. 278-279).

De nuevo Villanueva se ve envuelto en la acusación de jansenista, de la que no puede desprenderse a pesar de que él insista en negarla. El enfrentamiento entre el jansenista Villanueva y el jesuita Hervás casi era inevitable, en cuanto personajes muy característicos y convencidos de corrientes ideológicas opuestas. Según Lesmes Frías, «la primera obra que sepamos haberse impreso en España, presentando la persecución de la Compañía como obra de los conjurados para destruir la religión y la autoridad civil, fue la del antiguo jesuita, Lorenzo Hervás y Panduro, titulada Revolución religionaria y civil de los franceses en el año de 1789» (Historia de la Compañía de Jesús, p. 62).

En las Causas de la revolución de Francia el mismo Hervás confiesa la intencionalidad antijansenista de todos sus escritos:

«Los jesuitas franceses continuaron en hacer la guerra publicando los errores científicos de la Enciclopedia. Los jesuitas italianos hicieron lo mismo como se ve en la Historia literaria de Italia, que es obra del que ahora es ex jesuita, el célebre Francisco Antonio Zaccarias; y yo [Hervás] no he dejado de conspirar a este justo fin en el tomo VI de mi obra italiana (Idea dell'Universo), que publiqué en Cesena el 1780»

(Causas de la revolución de Francia en el año de 1789, tomo I, pp. 351-352).

Lorenzo Hervás y Panduro, El hombre físico, o anatomía humana físico-filosófica, Madrid, 1800, tomo I.La polémica con Villanueva estaba bastante apaciguada, cuando llega a Roma una Real Orden (11 de marzo de 1798) que permitía a los ex jesuitas regresar a España, con tal de no residir en Madrid. Era ministro de Gracia y Justicia Jovellanos y fiscal de la Sala de Alcaldes de Casa y Corte, el poeta y magistrado Juan Meléndez Valdés. Hervás salió de dicha ciudad el 17 de octubre hacia Barcelona, lentamente por el deseo de vigilar su voluminosa biblioteca, que al final quedó depositada en el puerto de Liorna (Colorno). Llegó a la capital catalana el 11 de febrero de 1799, arribando a Horcajo en julio, donde enfermó gravemente y allí residió los dos años del retorno, con algunos viajes por la provincia de Cuenca (invitado por Antonio Palafox estuvo en la capital entre junio y agosto de 1800 y se desplaza a Uclés durante algunas temporadas para trabajar en la biblioteca del Monasterio, con cuyo abad mitrado se carteaba), a pesar de los reclamos de amigos vascos (posibilidad de dirigir el Seminario de Vergara), valencianos (Eximeno) y madrileños para que saliese de su pueblerino refugio (unos 3.500 habitantes). Gracias al entusiasmo despertado en el sacerdote Joan Albert i Martí por las ideas de Hervás sobre los sordomudos, se abrió en Barcelona (1800) una escuela para ellos en la ciudad. Como fruto de sus visitas a archivos, Hervás publicó en Cartagena, a la espera de embarcarse para Italia, Descripción del Archivo de la Corona de Aragón (concluida en Barcelona el 28 de febrero de 1799) y Noticia del Archivo General de la Militar Orden de Santiago de Uclés (firmada en Horcajo el 10 de octubre de 1799). Se ganó la estima de los vascófilos al publicar el Catálogo de las Lenguas de las naciones conocidas, en la que, siguiendo la tradición de Manuel Larramendi (Hernani, 1690-Loyola, 1766), promovía los estudios vascos. Recordemos que el tomo IV del citado Catálogo español lleva una cordialísima dedicatoria «A las tres nobilísimas provincias de Vascongados españoles». Además de su Historia... del hombre en castellano, publicó (1800) en dos tomos, de materia médica, El hombre físico, o anatomía humana físico-filosófica, que, con el Viage estático, en total corresponden a los dieciséis primeros de la Idea dell'Universo italiana. Además de esta labor de escritor, Hervás fue animador en la educación del joven hijo de Tomás Bernad, barón de Castiel (el abate manchego tuvo unos meses en su compañía a este adolescente); orientador en los planes de estudios del seminario de Cuenca y visitador cualificado en las excavaciones realizadas cerca de Horcajo en Cabeza del Griego (la Segóbriga de los uclecianos). La prevención del gobierno español contra los ex jesuitas (en especial contra Hervás), vistos como «perjudiciales a la tranquilidad pública» (según el informe del regidor decano de Cuenca, conde de Cervera), llevó a otra Real Orden (15 de marzo de 1801) que los concentró en Cartagena para expulsarlos de nuevo, donde los adscritos a la antigua Provincia jesuítica de Toledo estuvieron inmovilizados más de un año por el bloqueo naval inglés.

Nuevamente desterrado, embarcó en Cartagena en la polacra española Virgen del Carmen, del capitán Gerónimo Demoro, el 23 julio 1802, de regreso para Roma, en cuyo Colegio Romano halló albergue. Logró acabar los tres últimos tomos del Catálogo de las Lenguas y, nombrado primer bibliotecario del Vaticano por su antiguo amigo de Cesena, Pío VII, prosiguió con normalidad su vida estudiosa y tranquila (sólo turbada por ciertas dificultades económicas en el cobro de las pensiones y por las trabas de impresión de sus obras en España), hasta que las tropas napoleónicas entraron (2 de febrero de 1808) en Roma. En el Palacio del Quirinal trabajó incansablemente hasta poner en orden sus escritos.

Aunque en el otoño de 1807 Hervás hizo un último viaje a su querida Cesena, la artritis generalizada en brazos, piernas y cabeza, iba minando su salud, de manera que su última enfermedad fue bastante larga y penosa. Refugiado con el Papa en el Quirinal, Hervás rehusó el 19 de enero de 1809, con otros muchos jesuitas, prestar juramento de fidelidad al usurpador José I Bonaparte, rey de España. Al ser asaltado el Quirinal (6 de julio de 1809), pasó al Colegio Romano de nuevo, donde murió tres meses después. Abierto su testamento (uno de los testamentarios era el cardenal Antonio Despuig), dejaba sus libros a José Pignatelli y sus manuscritos a Ramón Diosdado Caballero. El ex jesuita expulso español que en la década de 1780-1789, partiendo de cero, había logrado un próspero negocio editorial en Italia, dejó la ridícula herencia de unos 850 escudos en dinero efectivo al morir en Roma el 24 de agosto, por sus ruinosas ediciones en España, llevado del deseo de difundir la cultura en su patria. El resto de los jesuitas expulsos lo consideraban bastante más rico de lo que, en realidad, dejaba en su testamento.

Se conservan dos testimonios iconográficos de Hervás: el retrato (1798) de la pintora suiza, Mariana Angélica Kauffman, que hoy está en la Academia de la Historia de Madrid (representa a Hervás con una pluma en la mano); y el delineado en cobre por Domenico Cardelli en Roma y esculpido por José Ximeno en Madrid (representa a nuestro abate con un libro entre las manos). Hervás hizo de su vida un servicio a los demás, procurando ayudar al cultivo de la fe, puesta en diálogo con la cultura. Partía del principio de que la educación científica es necesaria para ser útiles en sociedad. Sin ánimo de extendernos, enumeraremos las cualidades morales que Fermín Caballero (1868) encontró en su paisano: dulce, simpático, perseverante, inteligente, afectuoso, laborioso, oportuno, facultad para adquirir bienes materiales, circunspecto, cosmopolita y generoso. En efecto, en Italia llegó a amasar un pequeño capitalito con la edición de sus libros, lo que le permitió la fundación de un vínculo familiar en Horcajo en 1783 en cabeza de sus primos, pero que se dilapidó en su aventura editorial en España, por la ineptitud de familiares, como su primo Antonio Panduro, y la deslealtad de sus agentes literarios. Portillo (1910) habla de su «hermoso carácter, suaves maneras y gustosa conversación».

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