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Manuel Ugarte

Biografía de Manuel Ugarte

Por Franco Quinziano
(Università di Urbino Carlo Bo)

Apuntaciones bio-bibliográficas de un intelectual del siglo XX

Ambicioné algo más que un esbozo.
Manuel Ugarte
(El dolor de escribir, 1933)

Introducción: itinerario intelectual y recuperación crítica de un escritor olvidado

Miembro de la llamada generación del 900, aclamado y respetado en la América Hispana, aunque escasamente estimado y olvidado en su propia patria por largos decenios y ausente hasta casi nuestros días del canon de las letras argentinas, Manuel Ugarte exhibió una significativa visibilidad, en los primeros lustros del siglo XX, como orientador de tendencias y estilos, propagador de saberes, articulador de redes intelectuales y prestigioso mediador intercultural a ambas márgenes del Atlántico. El interés y las reseñas que sus obras suscitaron entre la crítica y que pueblan la prensa cultural y política europea e hispanoamericana -en especial en el primer cuarto del XX, su periodo más productivo- corroboran el prestigio y la proyección literaria de los que gozó el autor porteño. Adentrarnos en su obra e itinerario intelectual, explorar sus escritos, analizar sus discursos y amplio epistolario significa abordar los diversos ejes de debate que apasionaron a los escritores hispanoamericanos en los primeros decenios del siglo XX, atendiendo a los múltiples senderos que vertebran la historia de los intelectuales, la teoría literaria y la sociología de la cultura.

Socialista reformista, incansable defensor y propagandista de la unidad y emancipación -política y cultural- de América Latina, amigo de varios de los escritores latinoamericanos afincados en París en los inicios del siglo -Rubén Darío, Gómez Carrillo, Amado Nervo, Contreras y Blanco Fombona, entre otros-, vinculado a prestigiosos autores españoles de entre siglos -Unamuno, Salvador Rueda, Pío Baroja, Juan Ramón Jiménez y Blasco Ibáñez-, e hispanoamericanos, como Vargas Vilas, Mariátegui, Gabriela Mistral, Manuel Gálvez, José Ingenieros y Alfonsina Storni, su itinerario intelectual constituye un ejemplo emblemático del marcado entrelazamiento que registran los ámbitos de la cultura y la política en los escritores iberoamericanos del periodo.

Los escritos del autor argentino exhiben una búsqueda constante por establecer las coordenadas -estéticas e ideológicas- de una autónoma producción cultural en Hispanoamérica, en condiciones de romper amarras con el influjo y los condicionamientos que ejercían las corrientes eurocéntricas y que hiciese frente a la creciente hegemonía -política y cultural- estadounidense en el subcontinente latinoamericano, trazando las bases de un americanismo cultural de claro sesgo antiimperialista.

Al igual que en la escritura de muchos de los intelectuales de entre siglos, en los modelos discursivos de Ugarte es posible reconocer la apelación a lo latino y al concepto de raza, en los que resuenan los ecos de su matriz racialista (Merbilhaá 2009a y 2011a)1, como así también una constante preocupación en estos primeros años del siglo XX por precisar el modelo de escritor/intelectual y redefinir su función y colocación en las modernas sociedades hispanoamericanas (Bustelo 2013; Merbilhaá 2005 y 2009b; Quinziano 1999). El itinerario del escritor argentino revela un trayecto en cierto modo heterodoxo respecto al de otros autores latinoamericanos de su generación: desde su adhesión a la corriente del modernismo, de la que tempranamente acabó distanciándose para cuestionarla en duros términos, pasando por la combinación de ideas positivistas y cientificistas, sus inclinaciones reformistas de cambio social gradual que lo llevaron a abrazar el socialismo evolucionista y jauresiano, hasta acabar desplazando sus preocupaciones hacia la cuestión nacional en las modernas sociedades periféricas, inscribiéndose en la vertiente del nacionalismo latinoamericano de cuño antiimperialista y socialista, para finalmente despojarse su nacionalismo, hacia mediados de los años 30, de sus rasgos nítidamente de izquierda, inscribiéndose finalmente en la corriente del nacionalismo democrático y moderado que lo llevará a acompañar y apoyar en 1946 la nueva etapa de expectativas y cambio que se ha abierto con la llegada del gobierno del general Perón.

De este modo la trayectoria intelectual de Ugarte se presenta en cierto modo atípica dentro del panorama cultural que exhiben los albores de la centuria, revelando, como ha indicado Merbilhaá, una identidad ambigua en el que el "elitismo esteticista" se conjuga con la "idea romántica del poeta" como traductor del "espíritu de una colectividad" (2009a: 14). En todo caso, como es sabido, para el canon argentino -y parcialmente latinoamericano- Ugarte se erige en un verdadero autor maldito (Galasso 1978: 12), teniendo en cuenta que, habiendo sido un intelectual destacado en los dos primeros decenios del siglo XX y referente para varios de sus compañeros de letras de una concepción que trazaría el devenir político y cultural del subcontinente, no logró incidir en la configuración del campo cultural argentino, así como tampoco publicar sus obras en su propio país -con las contadas excepciones de un pequeño libro sobre sus polémicas con el Partido Socialista Argentino en 1914 y los tempranos poemarios financiados por su padre-, sino en Europa: primero en Francia y, sucesivamente, a partir de 1910, en España.

Cubierta de Norberto Galasso. «Manuel Ugarte». Buenos Aires: Eudeba, 1974, vol. I Los últimos años han sido testigos del creciente interés que su obra ha suscitado en el campo de la crítica literaria, de la historia del pensamiento latinoamericano y de los estudios culturales en general, justipreciando un corpus que, con contadas excepciones, había sido escasamente explorado hasta años relativamente recientes. Si hasta los inicios de los años 90 del siglo pasado disponíamos de unos contados estudios2, en los que la figura de Ugarte, a partir de la recuperación -y apropiación desde la perspectiva de la izquierda nacional- emprendida por Jorge Abelardo Ramos y proseguida por Norberto Galasso, se erigía en paladín de la lucha antiimperialista y de un socialismo de carácter nacional, sumamente fecundas han sido las aportaciones que han visto la luz en los últimos dos decenios. Dichos estudios -entre los que por su continuada labor y la perspicacia de sus indagaciones destacan las contribuciones de Merbilhaá, Maíz y Olalla-, han abordado desde diversas perspectivas las múltiples aristas que ostenta la obra del autor rioplatense, complejizando de algún modo su trayectoria y marcando las tensiones y contradicciones que subyacen en el interior de sus textos.

Estas aportaciones han ampliado notablemente el horizonte de conocimiento que disponíamos de su obra e itinerario intelectual, afrontando diversos núcleos temáticos, orientados a precisar la colocación estética y los posicionamientos del autor en relación a las letras y la cultura eurocéntrica y la periférica latinoamericana, sin descuidar al mismo tiempo los ejes de debate y las estrategias discursivas y de legitimación desplegadas en ámbito cultural y social en un escritor sin duda «atípico» en el panorama cultural de Hispanoamérica de los primeros decenios del siglo XX. Sólo por citar algunos ejes temáticos que ha afrontado la crítica en los últimos lustros, además del bien explorado aspecto de su nacionalismo latinoamericanista de carácter antiimperialista, pueden mencionarse la reflexión sobre el nuevo modelo del escritor-intelectual, la configuración de las redes intelectuales que promovió a ambos lados del Atlántico, las tensiones que registra su colocación estética y su praxis política -modernismo, arielismo, socialismo, nacionalismo democrático y latinoamericanista- a partir de la presencia de diversas opciones y dicotomías vigentes en el campo cultural (cosmopolitismo/cultura autóctona, europeización/latinoamericanismo, panamericanismo/hispanoamericanismo, etc.), así como las polémicas que entabló con el grupo dirigente del Partido Socialista Argentino. El abordaje de sus crónicas periodísticas y trabajos de crítica literaria, así como sus novelas tardías y cuentos realistas, la noción de iberoamericanismo y los vínculos con la cultura española, su concepción del «arte social» en oposición al «arte por el arte» del decadentismo, su literatura de carácter confesional, organizada en torno a un rompecabezas de recuerdos y memorias, y la naturaleza y los componentes políticos y sociológicos de sus ensayos, asociados a las cartografías de viaje, constituyen otros de los núcleos temáticos que la crítica ha abordado en estos últimos años.

Libros de Manuel Ugarte en la Academia Argentina de Letras Los múltiples senderos que ha trazado la crítica en estos últimos años, cuyo corolario ha sido la publicación del primer monográfico de homenaje a la obra del autor argentino, editado en 2013 por la Universidad de Cuyo3, se complementan con el interés por recuperar un corpus de relieve, facilitando su acercamiento a lectores y estudiosos, a través de la publicación de algunas ediciones críticas de títulos escasamente conocidos o de no fácil acceso, como El dolor de escribir (Unamuno 1998), sus Crónicas del bulevar (Maíz-Olalla 2010), La Patria Grande (López 2010) o la reciente y sumamente valiosa reedición francesa de 1907 de los Cuentos de la Pampa (Gasquet 2015). Estas iniciativas editoriales corroboran el creciente interés y valoración hacia un escritor que ha desempeñado un rol de ningún modo desdeñable en las letras hispanoamericanas de los primeros tres decenios del siglo XX, exhibiendo una notable visibilidad como intelectual, propagandista y mediador cultural entre Europa y la América Hispana.

Del Río de la Plata a París (1889-1903): tensiones, desplazamientos y nuevas certezas

A pesar de las divergencias que ha suscitado entre la crítica el año de su nacimiento (1874, 1875, 1878), los documentos que se hallan en el fondo donado por su viuda, Thérèse Desmard y depositados en el Archivo General de la Nación, atestiguan que Manuel Ugarte nació en el barrio de San José de Flores el 27 de febrero de 1875. Hijo de un acaudalado corredor y administrador de propiedades de las familias patricias de Buenos Aires, su niñez transcurre entre el barrio porteño de Monserrat y los veranos familiares en la quinta de su Flores natal, que evocará con nostalgia en sus poesías y algunos de sus cuentos («La leyenda del gaucho», entre otros). Manuel recibe una sólida educación en el Colegio Nacional de Buenos Aires, que completará en los meses de su primera estancia parisina, entre 1889 y 1890, bajo la guía orientadora del poeta cubano-francés Augusto de Armas, cuya semblanza Rubén Darío retrató en Los raros. Pocos meses después de su regreso a Buenos Aires abandona sus estudios de bachillerato en el prestigioso colegio porteño para dedicarse de lleno a su vocación literaria. El abandono de sus estudios y la elección de priorizar la actividad literaria dan lugar a no pocos conflictos en su familia: al evocar en sus años de madurez el día en que comunicaba tan importante decisión a sus padres, Ugarte recuerda que su madre, desolada, le respondió: Todo lo que quieras, hijo, pero eso no por Dios (1943: 245).

Ugarte regresa a París en octubre de 1897, con 22 años cumplidos. Lleva como bagaje algunos breves poemarios (Palabras, Poemas grotescos, Versos y Serenata), publicados gracias a la generosa ayuda económica de su padre y su valiosa experiencia como director y redactor de La Revista Literaria (1895-1896). La publicación, siguiendo el modelo de la Revista Nacional de Rodó -quien lo apoya y lo incita a proseguir la empresa [...] como un jalón en la lucha por la unidad intelectual y moral hispanoamericana (Galasso 2012: 13)- había concedido amplio espacio a textos de jóvenes y prometedores escritores latinoamericanos, como el venezolano Blanco Fombona y el peruano Santos Chocano.

Años más tarde, el escritor porteño confesará las razones que le habían llevado a él y a otros jóvenes intelectuales latinoamericanos a abandonar sus países y a radicarse en la ciudad del Sena: La razón del éxodo general [...] no hay que buscarla [...] en una desatinada admiración por la literatura exótica. La verdad es que esa juventud [...] se evadía del medio en que se ahogaba (1943: 8-9)4. En sus años de la primera juventud ejerce toda su influencia el ejemplo del caudillo radical Leandro N. Alem, mientras que en el campo literario es posible reconocer el influjo poético de Bécquer, Núñez de Arce y Rueda, conjuntamente con la poesía social de su compatriota Almafuerte. Sin embargo, su nueva residencia parisina, a caballo de entre siglos, redefinirá su colocación estética e ideológica, asimilando nuevos gustos en el campo de las letras y nuevas preferencias en el de las ideas.

A los pocos días de su arribo a la capital francesa, Ugarte publica su primera crónica periodística en las páginas de El Tiempo, dando inicios de este modo a su prolífica producción de crónicas y artículos sociales, políticos y culturales para periódicos y revistas rioplatenses y europeas. Esta activa colaboración en la prensa cultural a ambas márgenes del Atlántico se convertirá, no en los inicios, pero sí a partir de 1915 -después de la quiebra económica de su padre, principal sostén de sus empresas político-literarias hasta entonces-, en su primordial instrumento de subsistencia personal. Aunque la fortuna familiar, a diferencia de otros escritores argentinos de inicios del siglo XX, exime a Ugarte de la obligación de dedicarse al periodismo, el escritor -observa Merbilhaá- se aboca igualmente con asiduidad a la escritura de crónicas, lo que constituye, a comienzo del siglo XX, un imperativo estructural para quienes quieren dedicarse a la actividad intelectual (2009a: 445).

Manuel Ugarte en 1903 (Fuente: Manuel Ugarte. «Enfermedades sociales». Barcelona: Casa Editorial Sopena, 1906) Al igual que la mayoría de sus amigos escritores hispanoamericanos asentados en la capital francesa, Ugarte evidencia su propósito de hacer de la actividad y vocación literaria su profesión. A ello va asociada su constante preocupación por redefinir el modelo y el papel del escritor-intelectual en las modernas sociedades hispanoamericanas y bregar por su legitimación social, en función del proceso de profesionalización del artista que va delineándose en los primeros años del siglo XX. Dicha reflexión se inscribe en el cuadro del pasaje de la figura del letrado a la del artista-intelectual que, en el caso latinoamericano, constituyó un eslabón clave en los años de entre siglos y que en cierto modo se hallaba asociado a la irrupción del modernismo como nueva estética, promoviendo nuevos ámbitos de enunciación sobre la realidad circundante (Quinziano 1999 y 1999-2000; Merbilhaá 2004, 2009a y 2009b; Olalla 2007 y 2010).

Relevantes en dicha perspectiva, como se ha observado (Merbilhaá 2009a: 19-21), han sido los vínculos privilegiados que el joven autor entabló con varios editores europeos -Garnier, Sempere, Sopena, entre otros- y con directores de revistas y periódicos (Ugarte 1943: 59-61); al mismo tiempo -como atestigua por demás su nutrido epistolario-, destacado ha sido su rol como nexo entre estos y los jóvenes escritores latinoamericanos afincados en París y Madrid, abriéndoles puertas y nuevas posibilidades. Años más tarde, la crisis del treinta ahondará las dificultades en el campo editorial, mermando notablemente sus contribuciones en campo periodístico, lo que agravará su ya precaria situación económica hasta el extremo de verse obligado a vender su casa en Niza en 1933 y trasladarse a París a un pequeño departamento de alquiler.

En el París de fin de siglo Ugarte es testigo privilegiado del affaire Dreyfus, que interpelará las conciencias de los intelectuales europeos y cuyo despertar sintetizará magistralmente Émile Zola en su célebre J'accuse…! (1898). El escritor argentino queda profundamente impactado por las injustas acusaciones hacia el militar alsaciano, señalando ya en sus recuerdos de madurez no recordar un nombre que haya alcanzado jamás en tan corto plazo, resonancia tan decisiva (1951b: 155). Asimismo la guerra hispano-estadounidense, que abre el camino a la intervención de EEUU en Cuba, provoca la protesta e indignación de los intelectuales latinoamericanos, a la que el joven argentino suma su voz.

En estos primeros años en Europa Ugarte comienza a reflexionar sobre la naturaleza de la emergente potencia estadounidense, al tiempo que su estancia en la capital francesa robustece la concepción latinoamericana del escritor (Galasso 2014, I: 72), que habrá de afianzarse como resultado de su viaje a los EEUU a mediados de 1899 con el propósito, según sus propias palabras, de conocer directamente el portentoso país que empezaba a asombrar al mundo (Ugarte 1923: 6). Es precisamente en este viaje, que incluye también unas semanas en México y, de regreso, una breve escala en Cuba, intervenida por las tropas estadounidenses y, según confiesa años más tarde, sumida en una atmósfera de derrota y de miedo donde todo se hace en voz baja (Ugarte, El Tiempo, 16/10/1899), cuando germina en Ugarte su convicción en lo que se refiere al peligro del imperialismo norteamericano (1923: 6).

De regreso en la ciudad del Sena, de allí a algunos meses, en septiembre de 1901, Ugarte publica en las páginas del diario El Tiempo su primer artículo de carácter antiimperialista, «El peligro yanqui». En este texto denuncia el intervencionismo y la pretensión hegemónica estadounidense en América Latina. Diversas fueron las voces de intelectuales que alertaban en esos mismos años acerca de los peligros de la hegemonía y del intervencionismo de la emergente potencia en el continente: Eduardo Prado (La ilusión americana, 1893), César Zumeta (El continente enfermo, 1899), el colombiano José María Vargas Vila (Ante los bárbaros, 1901-1902), y su amigo Blanco Fombona, con sus refutaciones al estadounidense Stead (La americanización del mundo en el siglo XX) fueron algunos de los autores más significativos. Fue sin embargo José Rodó, con su Ariel (1900), quien influyó más notablemente en el campo intelectual hispanoamericano. La crítica ha puesto el énfasis en el mensaje, en clave neoespiritualista e idealista, presente en el texto del escritor uruguayo como punto de partida de la profunda reflexión que los jóvenes escritores del subcontinente efectúan en los albores del nuevo siglo sobre la cultura y la conciencia hispanoamericanas. Aunque algunos de estos planteamientos pueden advertirse también tempranamente en la escritura de José Martí y Rubén Darío, es en el texto rodoniano que muchas de las reflexiones sobre la autonomía de la cultura latina e hispanoamericana alcanzan una problematización y articulación más definida y un eco más sostenido.

Como hemos observado en otra ocasión, esta reflexión que promueven varios intelectuales latinoamericanos, y en primer lugar Rodó, comportó un replanteamiento de las bases sobre las que debía erigirse la nacionalidad en los países de la América española, incorporando la cuestión de la identidad nacional como tema central en el debate cultural de principios de siglo (Quinziano 1999: 51). Los primeros esbozos de un nacionalismo de contenido latinoamericano y el empeño por aunar fuerzas en pos de la unidad cultural de Hispanoamérica constituyen deudas al pensamiento del escritor uruguayo que Ugarte recoge y reelabora ya en estos primeros escritos de juventud. Los planteos del escritor uruguayo actúan de modelo y estímulo para el joven argentino, aunque pocos años más tarde acabe distanciándose de algunos de sus postulados, polemizando con el autor de Ariel. En Ugarte se percibe un mayor énfasis y una crítica más radical hacia la nordomanía que había denunciado Rodó, siendo efectivamente en el autor argentino más acusado el planteo de la cuestión nacional a partir de una más articulada concepción latinoamericana y antiimperialista, principio rector en su pensamiento. Carlos Altamirano ha puesto de realce, en efecto, la «radicalización» que el discurso ugarteano sanciona respecto del mensaje arielista, imprimiéndole un sentido político y económico que le conferirá un nuevo carácter a la crítica de la acción de los EEUU en América Latina5.

En París Ugarte entra en contacto con los escritores latinoamericanos allí afincados, entre los que destacan las personalidades de Santos Chocano, el chileno Contreras y el guatemalteco Gómez Carrillo. Acompañando su vocación literaria, Ugarte se incorpora a la bohemia parisina de entre siglos, dividiendo sus días entre la lectura, la escritura de sus crónicas y libros, sus amoríos juveniles y el ethos bohemio de rigor, que combinaba la burla frente a toda solemnidad, la errancia callejera, el sensualismo y el desdén por "la gloria o por la aprobación burguesa" (Merbilhaá 2010: 176). El joven escritor participa activamente de aquella nueva «edad de oro» en la que, según propias palabras, París vivía en plena orgía de fiestas, homenajes, conmemoraciones y aniversarios iberoamericanos (1943: 111).

Carta de Rubén Darío a Manuel Ugarte del 18 de enero de 1903 (Fuente: Archivo General de la Nación, Argentina, Legajo Manuel Ugarte 2215) En esos primeros años del nuevo siglo se incorporan al grupo latinoamericano dos nombres de prestigio, como Rubén Darío y Amado Nervo, con quienes el joven argentino comparte vivienda en el barrio de Montparnasse y estrechos lazos de amistad y de franca camaradería. Con el autor mexicano, uno de los poetas más sutiles que ha producido nuestra América […], de los mejores […] de nuestra raza (Ugarte 1943: 185), recuerda el escritor porteño, discutíamos con impetuosidad, pero no dejamos nunca de ser buenos compañeros (1943: 182). Más sólido y fructífero es el vínculo de amistad entablado con Darío, hacia quien, declara Ugarte, tuve en todo momento la más franca admiración (1943: 105). Evocando los años compartidos, veinte años de amistad y un paréntesis de batalla (1943: 105) -distanciamiento provisorio en razón del prólogo del autor porteño al poemario Trompetas de órgano, de Rueda (1907), en el que se establece un fuerte cuestionamiento a la modalidad artificial del modernismo-, Ugarte ensalza la personalidad del gran poeta nicaragüense como maestro, como amigo, como adversario, en todas las facetas y en todos los estados del espíritu (1943: 106).

Ugarte valora la voluntad de renovación lingüística y estética de la que es portadora la poética rubendariana; sin embargo refuta, de modo explícito a partir de algunas crónicas de 1900, el exotismo, el exceso del verbo aristocrático y el subjetivismo del movimiento. Ya en su experiencia juvenil de La Revista Literaria (1895-1896), el escritor rioplatense había plasmado varios asedios antimodernistas. Aún más relevante en dicha perspectiva es el artículo «El arte nuevo y el socialismo», crónica sobre una conferencia del socialista francés Jaurès (Merbilhaá 2011c), que Ugarte envía en mayo de 1900 al periódico bonaerense El Tiempo y que será recopilada dos años más tarde en sus Crónicas del bulevar. En esta breve reseña el joven escritor, anota Bustelo, difunde en el espacio porteño la necesidad de democratizar el acceso al arte de los sectores populares, así como el rol clave de la juventud literaria y la multitud en la democracia social del porvenir (2013: 41). En unos apuntes manuscritos de su fondo documental (Archivo General de la Nación) Ugarte manifiesta que las marquesas de Darío, las heroínas danunzianas de Vargas Vila, las porcelanas chinas de Gómez Carrillo, aun cuando queden como páginas memorables, no añaden mucho al acervo americano, ni alcanzan dentro de nuestras almas, más vibración que la que puede tener una obra de arte exótica (AGN, Legajo 2237).

El distanciamiento que explicita la escritura ugarteana respecto a la estética rubendariana, cuya génesis se halla en la reclamación de elementos y materiales autóctonos y en la exteriorización de un arte nacional latinoamericano, ha sido explorado ampliamente por la crítica en estos últimos años. Los investigadores se han detenido en sus crónicas, de carácter antimodernista, de inicios del siglo XX (Merbilhaá 2008), en las similitudes y diferencias entre los modos de representación del escritor argentino y los del nicaragüense (Bustelo 2013; Olalla 2010 y 2013b), situando al primero en el seno de la vertiente literaria antiburguesa e izquierdista, y en las tensiones reconocibles entre producción literaria y política, entre discurso estético y discurso político, en este caso, modernismo y socialismo y su difícil convivencia (Ehrlich 2006-2007) en los años iniciales del nuevo siglo, que habrán de traducirse, aunque no sólo, en disputas y en el ya mencionado y temporario distanciamiento del escritor rioplatense con Darío (Bustelo 2013; Ehrlich 2006-2007; Olalla 2001, 2005 y 2010).

El primer decenio del nuevo siglo, desde sus Paisajes parisienses (1901) hasta El porvenir de la América Latina (1910), revela uno de los periodos artísticos más intensos y fructíferos. En estos años Ugarte publica unos 17 títulos, en los que la trama de su escritura peregrina por los más variados géneros literarios: la crónica periodística, la novela, el libro de viaje, la poesía, los cuentos, el ensayo, la reseña y crítica literaria. El periodista de Caras y caretas Alejandro Sux escribe en esos años que Ugarte “elabora sus libros con envidiable actividad”, subrayando que “entre todos los escritores sudamericanos [es] [...] el que cuenta en Europa con mayores prestigios, a excepción de Darío” (Galasso 2014, I: 251).

Portada de «Caras y caretas», Buenos Aires, n.º 200 (3/8/1902) A lo largo de esta primera década colabora de modo activo con la prensa de su país (El País, El Tiempo y Caras y caretas), así como con periódicos españoles y franceses, afirmando su perfil de escritor-cronista, que intentará retomar a comienzos de 1919, cuando regrese nuevamente a Europa. Son estos años iniciales del siglo XX, años claves que permiten desvelar las preocupaciones, las tensiones y desplazamientos en acto, la colocación estética y los modelos discursivos del escritor rioplatense y, en una perspectiva más amplia, su activa labor en la promoción de redes de intelectuales hispanoamericanos en Europa, aspecto este último que ha examinado con agudeza Devés-Valdés en su texto Redes intelectuales en América Latina (Santiago de Chile: Universidad de Santiago de Chile, 2007) al abordar, lo que él denomina, la red arielista (61-74). En este sentido no debe subestimarse su vinculación con el ambiente cultural hispánico de principios de siglo y el más amplio espacio europeo, con París como principal meridiano cultural; años, en suma, en los que el joven escritor va modelando su noción estética y, sucesivamente, perfilando su visión histórica-política de la problemática hispanoamericana, que habrá de redefinir entre finales del segundo decenio e inicios del tercero del nuevo siglo.

En la ciudad del Sena comienza asimismo a prestar Ugarte una cada vez más creciente atención a la apremiante cuestión social. Participa en este sentido con sumo interés en los debates que tienen lugar en la Casa del pueblo, abrazando las banderas del socialismo democrático, reformista y evolucionista, en el que Jean Jaurès, famoso tribuno de celebridad universal (Ugarte 1908: 34) y expresión más eficaz y completa del socialismo creador y realizador (Galasso 2014, II: 319), se erige en modelo y referente obligado (Merbilhaá 2011c). Darío, quien frecuenta asiduamente en esos primeros años del siglo a Ugarte, señala que París ha enseñado a este escritor entusiasta y joven las luchas del trabajo [y] [...] le ha interesado en los problemas del mejoramiento social («Prólogo», en Ugarte 1902: IV). Al evocar las reuniones promovidas por anarquistas y socialistas a las que le había invitado su amigo argentino, el poeta nicaragüense declara -con una no simulada carga de escepticismo e ironía- que Ugarte le hablaba de próxima regeneración, de universal luz futura, de paz y trabajo para todos, de igualdad absoluta, de tantos sueños («Prólogo», en Ugarte 1902: V). Aunque distanciado de las ideas de cambio social que ha abrazado el joven escritor, Darío reivindica su voluntad por renovar las letras del continente y su empeño cívico y social, concluyendo que los países hispanoamericanos necesitan particularmente de estos abiertos y sanos talentos jóvenes («Prólogo», en Ugarte 1902: VIII). Para el vate del modernismo, Ugarte representa savia nueva en el campo de las letras americanas y un modelo de escritor comprometido con «las nuevas ideas» del siglo.

Las reflexiones que permean los escritos ugarteanos de inicios del siglo, como hemos observado en otra ocasión, deben ser vistas como parte integrante de una discusión más amplia sobre los componentes histórico-sociológicos, estéticos e intelectuales que daban cuenta de los procesos culturales en acto en el ámbito iberoamericano y cuyos orígenes se remontaban a la crisis de fin de siglo (Quinziano 1999: 58). Rama en su clásico ensayo dedicado a examinar el poder de la letra escrita en la América Hispana y a los intelectuales que la estimulaban, advierte que la concentración y especialización de los escritores en el orbe privativo de su trabajo [...] no los retrajo de la vida política, coexistiendo tanto la perspectiva en la que hubo especialización, hasta llegar a la absorbente pasión de Darío, y simultáneamente participación generalizada en el foro público (1998: 85), como la que de modo notable exhibió el autor argentino. En Ugarte el campo de la literatura y el de la política se imbrican e influyen mutuamente, pudiéndose reconocer a partir de la segunda mitad del primer decenio del 900 una progresiva reducción de sus aportaciones en el campo de los estudios literarios a medida que el escritor va priorizando su compromiso político; itinerario que lo llevará a abrazar el socialismo moderado y a destacar como uno de los principales artífices de la unidad latinoamericana en el campo cultural y político.

Después de su viaje a los EEUU y México, las letras ya no constituyen, como señala Galasso, el eje central de su existencia (2014, I: 92). Este mayor compromiso del escritor en el campo de la política y de identificación con las ideas de cambio de izquierdas habrá de plasmarse unos pocos años más tarde, en 1903, a su regreso a Buenos Aires, en la conferencia «Las ideas del siglo» y en su afiliación, pocas semanas más tarde, al Partido Socialista Argentino, con cuya dirección (Juan Bautista Justo y Repetto) nuestro autor mantendrá profundas diferencias y constantes enfrentamientos ideológicos centrados en el tema de la cuestión nacional, el concepto de «patria» y el rol del imperialismo en América Latina (Galasso 2014, I: 205-247; Merbilhaá 2011b y 2013).

Sus primeros dos libros en París, Paisajes parisienses (1901) y Crónicas del bulevar (1902), son prologados, respectivamente, por las firmas prestigiosas de Miguel de Unamuno y Darío. Este último título constituye un cabal ejemplo de esta coexistencia del campo de la política y las letras en su escritura, en cuyas páginas el autor aborda diversos asuntos políticos de actualidad y de la vida artística y cultural parisina, la mayoría de ellas publicadas previamente en los periódicos El País, El Tiempo y El Heraldo de Madrid (Maíz-Olalla 2010; Merbilhaá 2009a: 22-84 y 2010; Olalla 2013b). En estas páginas es posible percibir la voluntad del joven escritor de articular una heterogeneidad temática en la que se propone conciliar la vocación literaria y cultural con sus nuevas preocupaciones sociales y políticas: los cruces entre literatura y política revelan los centros de interés de la crónica ugarteana de inicios de siglo, erigiéndose -como observa Olalla (2001 y 2012)- en herramienta de acción e intervención política.

Cubierta de «Paisajes parisienses». París: Garnier, 1901. Prólogo de Miguel de Unamuno En Paisajes parisienses Ugarte incluye diversos relatos y dos novelas cortas, Marcela y Graveloche, en los que la bohemia, la estudiantina y los amoríos juveniles se imponen como temas preponderantes. En su «Prólogo» Unamuno señala que la obra le ha dejado cierto dejo de tristeza, de confinamiento («Prólogo», en Ugarte 1901: I), y define sus relatos como «monótonos», al tiempo que pone en discusión las habilidades y virtudes del autor en el campo de la ficción. En una carta que el ilustre español le envía a Ugarte pocos meses más tarde, finales de octubre de 1902, vuelve aquel a cuestionar su capacidad hacia los relatos de ficción: al igual que Gómez Carrillo, en su opinión, el autor argentino tiene más madera de historiador y crítico que de novelista [...], poniendo en discusión su talento para tramar argumentos e inventar sucesos (AGN, Legajo 2237: folio 99). No sorprende, pues, que acabe confesándole que sus Crónicas del bulevar le agradan más que los Paisajes. El escritor bilbaíno valora en cambio su virtuosismo lingüístico, su inventiva para la frase [que] [...] rompe con la tradicional y castiza urdimbre del viejo castellano («Prólogo», en Ugarte 1901: IX y XII).

Las observaciones del autor de Niebla promueven algunas respuestas sobre el eventual «afrancesamiento» de Ugarte y acerca de las virtudes de la literatura francesa, en primer lugar de parte de François de Nion, quien en su epílogo a la segunda edición de los Paisajes (1903) refuta las afirmaciones del prólogo unamuniano. La polémica en cierto modo había echado a andar con la respuesta que Darío había dado a Unamuno en el «Prólogo» que había antepuesto a las Crónicas (1902): allí el autor de Prosas profanas refuta las afirmaciones del bilbaíno, al tiempo que reivindica el valor y prestigio de las letras francesas y el influjo de las mismas en Ugarte. Para Darío las Crónicas del bulevar superan tanto la crónica pasajera como el mero periodismo, percibiendo en el texto serias observaciones y hermosas páginas («Prólogo», en Ugarte 1902: III).

Escritas para un lector extranjero, alejado de París, observa Merbilhaá, no transmiten una visión sublimada de la vida parisina sino que construyen un diálogo implícito, donde el yo se presenta como un observador periférico y universal a la vez, en tanto aborda cuestiones o señala aspectos que interesan por la calidad de sudamericano del cronista, lo que explicita a sus destinatarios (2010: 176-177). Compuestas por un conjunto de 28 crónicas, como se ha advertido, es posible ya reconocer en el texto las primeras formulaciones juvenalistas y racialistas (Merbilhaá 2009a: 53-66). Ugarte apela a los sectores juveniles -en particular a la «juventud sudamericana», cargada de porvenir-, erigidos en destinatarios e interlocutores privilegiados, sentando, de este modo, como apunta Merbilhaá, las bases de un juvenilismo que se enuncia simultáneamente al de Ariel de Rodó (2010: 177).

En 1903 regresa al ámbito de la ficción de los Paisajes con una novela y una selección de cuentos: La novela de las horas y de los días, prologada por el destacado novelista del 98 Pío Baroja, y los Cuentos de la Pampa, que -con relatos añadidos, dos traducciones y nuevas ediciones (1907, 1908, 1910, 1920, 1933)-, como se ha observado, se erige en un verdadero work in progress (Gasquet 2015: 16). Baroja delimita en el prólogo los contornos del género, afirmando que, más que una novela en el concepto tradicional, el texto constituye el soliloquio de un romántico destinado sólo a lectores refinados (Ugarte 1903a: IX y XI). El escritor vasco retoma en estas páginas algunas de las apreciaciones que había vertido Unamuno un par de años antes, considerando el texto como triste y melancólico y al escritor argentino como escritor moderno francés, orientado a la contemplación del propio yo (Ugarte 1903a: XII). La novela se centra en el mundo íntimo de un artista, el pintor Juan Lapeña, en sus aflicciones y tormentos, en su angustia interior y fina sensibilidad, acosado por el dolor y la desesperación. El protagonista, que ostenta una contradicción curiosa: su desamparo interior y su deseo de amparar a los que sufren, como asevera el mismo Ugarte en el prefacio, confiesa al lector los paisajes de su alma. El autor argentino traza un perfil de Juan Lapeña, próximo al modelo del artista-intelectual proyectado hacia un porvenir venturoso; hombre modesto y sensible, símbolo de una nueva cosecha de hombres [...] exploradores avanzados de una edad que se aproxima (1903a: 4-6), en busca de un sentido existencial.

En esta obra, Ugarte regresa a la perspectiva subjetiva, melancólica y decadentista de los Paisajes parisienses y a la valoración del propio yo del protagonista: no cabe duda que la vertiente intimista aquí se impone sobre lo colectivo y sobre la dimensión política y social. El texto se publica precedido por breves comentarios de reseñas elogiosas, que corroboran el prestigio con el que ya cuenta el joven escritor en campo literario europeo (François de Nion, Eduard Reyer, Luis Bonafoux, José María Vargas Vilas, Laurent Tailhade, Edmondo De Amicis, Gómez Baquero, Rubén Darío y Juan Pablo Echagüe, entre otros), estableciéndose una clara operación de promoción y autolegitimación artística.

La primera edición de Cuentos de la Pampa (1903), inscrita en la búsqueda de la nueva modalidad americana, según palabras del mismo Ugarte (1920: 6), incluye 4 cuentos -El curandero, Los caballos salvajes, La muerte de Toto y Rosita Gutiérrez-; años más tarde publicará las ediciones francesa (Garnier, 1907) e italiana (Treves, 1908), en la que, a estos cuatro relatos iniciales, el autor añadirá una decena más, en su gran mayoría -con algunas diferencias- presentes luego en las ediciones definitivas en español de 1920 y 1933. La publicación de estos cuentos constituye una nueva orientación en la escritura ugarteana (Merbilhaá 2005: 90) en la que su autor incorpora personajes, ambientes y costumbres privativos del subcontinente: asoman en América modificaciones étnicas, paisajes nuevos y conflictos hijos de otro medio social [...] que el escritor autóctono está obligado a traducir, escribe Ugarte en el prólogo (1903b: 5-6).

Cubierta de «Contes de la Pampa» (1907). París: Classiques Garnier, 2015. Edición francesa al cuidado de Axel Gasquet. Traducción de Pauline Garnier y Julien Quille El conjunto de estos relatos constituye una respuesta a aquellos que acusaban al joven argentino de «afrancesado» y de priorizar en sus obras los ambientes exóticos y melancólicos. Estos relatos ambientados en la pampa argentina -observa Merbilhaá- implicaron un intento de Ugarte por acercar más su práctica literaria a recientes adhesiones políticas y estéticas: el socialismo por un lado y, por el otro, el interés por Zola, Anatole France, los jóvenes integrantes del grupo naturiste [...], a quienes frecuenta cuando se instala en París, y por último, Blasco Ibáñez y el realismo español (2005: 90).

Los Cuentos de la Pampa, aún de modo primigenio con estos primeros cuatro relatos, marcan un inicio y un derrotero en la búsqueda ugarteana de la identidad nacional, en la que la problemática de la nacionalidad se cruza con la acuciante cuestión social. El autor se interroga asimismo sobre las peculiaridades de la cultura hispanoamericana y acerca de las tensiones existentes entre el ámbito urbano rioplatense, asociado a los procesos de modernización en acto, y el mundo rural, vinculado a modos de representación y de vida del pasado, sin desatender a los sujetos sociales -el gaucho y su presencia arcaica por ejemplo- que se incorporan o buscan refugio en los centros urbanos y se relacionan conflictivamente con la modernidad urbana. Del mismo modo Ugarte aborda la configuración y el triunfo de la modernidad de las ciudades, su empuje devorador (Ugarte 1903b: 4) y sus efectos más inquietantes, así como su impacto sobre el mundo rural, ámbitos feudales y pre-modernos, donde la noción de progreso aún no ha logrado imponerse.

Meses más tarde, en sus Visiones de España, declara que en el fondo de esa vida americana hay mucha cantera de arte para el porvenir. Nuestra peculiaridad nativa, las costumbres de nuestros campos y nuestro pasado pintoresco, ofrecen maravillosos asuntos al escritor (1904: 161): Ugarte comienza a bucear en el alma americana para apreciar sus paisajes, sus mitos y tradiciones. En reacción al decadentismo finisecular, Ugarte escribirá años más tarde, en Las nuevas tendencias literarias, que los jóvenes autores latinoamericanos se orientaban a explotar materiales propios [y] a exteriorizar fragmentos del alma nacional (1908: VII). Este proceso acabará llevando a una parcela relevante de autores latinoamericanos a redescubrir América como una totalidad e unidad indisoluble, concebida como antítesis de la Europa desarrollada, urbana e industrial; en dicha perspectiva las reflexiones y los escritos de Ugarte, de modo más acusado a partir de 1905, influidos por su ideario socialista, habrán de trazar nuevas tramas y nuevos -y decisivos- derroteros. 

Compromiso político y arte social (1903-1910): del socialismo a la cuestión latinoamericana

Plenamente identificado con el ideario del socialismo reformista de Jaurès y cada vez más decidido a colaborar con el Partido Socialista de su país, Ugarte emprende el regreso a Buenos Aires a mediados de 1903. Unas semanas más tarde hace pública su adhesión a las ideas de izquierda en una conferencia, recogida luego en El arte y la democracia (1905), en la que afirma que el socialismo no sólo es posible, sino necesario, afiliándose días después al Partido Socialista de Justo. En esos meses, mientras inicia la redacción de su antología de prosistas y poetas hispanoamericanos, retoma sus vínculos con Ghiraldo, más tarde albacea de Darío, al tiempo que traba amistad con el dramaturgo Florencio Sánchez, con el médico y sociólogo José Ingenieros, primer secretario del socialismo argentino en 1895, y el joven abogado Alfredo Palacios, quien -de allí a unos meses- habrá de convertirse en el primer parlamentario socialista de América Latina. Con ellos y otros intelectuales, como Becher y Gerchunoff, Ugarte se reúne en su casa dando vida a tertulias literarias o bien participando en largas discusiones políticas en el estudio de Palacios: Ugarte había regresado después de algunos años en Europa. Enseguida hizo muchas amistades y ocupó un lugar de importancia en nuestro ambiente, recuerda Manuel Gálvez en Amigos y maestros de mi juventud6.

Cubierta de «La Lectura. Revista de Ciencias y Artes», Madrid, año VII, n.º 77 (mayo de 1907) La permanencia en su país natal, sin embargo, no se prolongará demasiado, regresando a Europa a los pocos meses. Estos constantes desplazamientos, sus largas peregrinaciones por el mundo, como recuerda el mismo escritor (Ugarte 1905: 21), entre la periferia y el centro, lo convierten en un verdadero homo viator y, en cierto modo, en mediador cultural a ambas márgenes del Atlántico en estos años iniciales del nuevo siglo. Los viajes fueron, en efecto, una constante en su dilatada biografía: Buenos Aires, París, EEUU, México, regreso a París, Bélgica, España, París, regreso a Buenos Aires, París nuevamente, Ámsterdam, Madrid, Barcelona, Niza y, como corolario, la gira latinoamericana que incluyó 18 países, entre 1911 y 1913, para recalar nuevamente en Buenos Aires, definen la multiplicidad de espacios que configuran su vasta cartografía entre finales del XIX y mediados del segundo decenio del nuevo siglo. La variedad de geografías por los que el autor argentino transitó, exhibiendo un notable protagonismo en los debates culturales del tiempo, revelan en cierto modo la ubicuidad espacial desde la que interactuó y plasmó sus redes de contactos, como se deduce por demás a partir de la variedad de corresponsales -españoles, franceses e hispanoamericanos- que pueblan su ingente epistolario (1999).

A finales de 1903 asoman las primeras desinteligencias con el grupo dirigente de su partido, encabezado por Juan Bautista Justo, a raíz de la cuestión del «asunto de Panamá» y el Canal, e inscritas en el cuadro de las hondas divergencias acerca del tema del imperialismo y la cuestión nacional. Pocos días después de que su amigo Palacios resultase elegido diputado en las elecciones de 1904, en cuya campaña había colaborado activamente, Ugarte es designado delegado del Partido Socialista Argentino ante el Congreso de la Internacional Socialista que se celebra en Ámsterdam, regresando a Europa a finales de marzo de ese año.

En esos primeros meses de 1904 sale a la luz Visiones de España, fruto de la experiencia viajera que había realizado por tierras españolas entre octubre de 1902 e inicios de 1903 (Galasso 2014, I: 153-163). Inscrito en el género de la literatura de viajes -aunque en verdad constituye un texto híbrido, a caballo entre el género odepórico y la crónica literaria-, Ugarte describe el paisaje y las ciudades hispanas que visita, dando rienda suelta a las impresiones y los sentimientos que le suscitan, al tiempo que -como marca representativa del género de viajes- incorpora amplias digresiones sobre el atraso social y económico del país, condimentadas con oportunas reflexiones y valoraciones sobre la cultura y los autores españoles del periodo.

Como se ha puesto de realce, el discurso del viaje del siglo XX se organiza en torno a una red textual, integrada por el relato autobiográfico, la literatura de viajes, el ensayo interpretativo y la crónica, de manera que uno de sus rasgos principales ha sido la porosidad textual (Maíz 2003a: 97). Desde esta perspectiva, las Visiones constituyen un libro de viaje poco convencional. Remite más bien a un texto híbrido, puesto que, mientras los primeros y últimos capítulos se centran en las impresiones que el paisaje -geográfico y humano- del País Vasco, de Castilla y Cataluña provocan en el autor, en otros Ugarte se desplaza al campo de la crónica periodística y de la crítica literaria, examinando en amplias páginas las letras hispánicas del periodo y a algunas de las personalidades más significativas, como Pérez Galdós, Blasco Ibáñez y Rueda.

El escritor ansía viajar a España, no sólo para conocer personalmente a algunos escritores con los que ya había trabado relación epistolar, entre ellos Unamuno, sino para asimilar in situ testimonios de su historia secular y las diversas expresiones de la cultura española: Venimos a penetrarnos de su alma secular, a recrearnos en sus bellezas y a visitar sus fundamentos y sus ruinas, como hijos respetuosos que se descubren ante la vejez de sus padres (1904: 12). Como observa Galasso, el conocimiento íntimo de España resulta[ba] inevitable para poder hurgar en las raíces de los pueblos latinos de América (2014, I: 154). Unos meses antes de emprender su viaje, en los intercambios epistolares que había mantenido con el escritor bilbaíno, entre 1902 y 1903, había vuelto a aflorar el valor de la literatura francesa y la cuestión del «afrancesamiento» en las letras de Hispanoamérica; controversia que, como se ha indicado, había iniciado Unamuno en su prólogo a los Paisajes parisienses. Contrariamente a lo que por decenios ha concebido la crítica, considerando al autor porteño como exponente de la vertiente afrancesada y antihispánica en las letras de América, las Visiones desmienten en muchas de sus reflexiones la etiqueta de escritor «afrancesado», enemistado con la tradición hispánica.

En Burbujas de la vida Ugarte explica perfectamente esa desacertada asociación que había dominado en el seno de la crítica, al recordar que hasta entonces el calificativo de "afrancesado" aplicado a un escritor era sinónimo de anti-español (1908: 151-152). El escritor argentino reivindica con convicción el legado hispánico en la configuración socio-cultural de las naciones hispanoamericanas, siendo numerosas las ocasiones -en escritos, en conferencias, en discursos y borradores que pueblan su archivo personal- en las que manifiesta su admiración hacia España y su cultura (Andrés 2014a): España es para mí algo propio, es la patria de mis antepasados [...] llevo a España en la emoción de todas las horas y todos los pensamientos, acabará confesando en sus memorias de madurez (1943: 44).

Manuscrito de Manuel Ugarte con consideraciones sobre España y América, s. f. (Fuente: Archivo General de la Nación, Argentina, Legajo Manuel Ugarte 2229) En estos primeros años del nuevo siglo -desde sus Crónicas del bulevar hasta Las nuevas tendencias literarias (1909)- se percibe una evidente tensión entre su mirada cosmopolita y eurocéntrica y sus esfuerzos por valorar lo propio a través de una recuperación de temas, personajes y costumbres de la América Hispana. Unamuno y Maetzu, entre otros, le aconsejan bucear en la cultura criolla en busca de nuevas coordenadas estéticas sobre las que asentar la definición de una cultura nacional y latinoamericana autónoma: en el fondo de esa vida de las pampas, escribe el bilbaíno, hay mucha cantera de arte para el porvenir7. En dicha búsqueda, este primer viaje a España constituye una experiencia insustituible, al tomar contacto directo con el movimiento intelectual peninsular que en aquellos años de entre siglos, articulado en torno al regeneracionismo y a la corriente del 98, asediados por el pesimismo y la apatía del Desastre finisecular, trazaba nuevos horizontes en el mapa cultural del país. Ello significó por otro lado explorar in situ las raíces hispanas que habían moldeado la cultura en Hispanoamérica y al mismo tiempo reflexionar sobre los vínculos insustituibles -lingüísticos y culturales- entre la Madre Patria y los países latinos de América, en la perspectiva de la definición del concepto de «iberoamericanismo» que Ugarte promovió y reivindicó (1943: 44).

Sus primeras impresiones, influidas por la inevitable comparación con Francia, no son alentadoras, destacando el atraso y el estancamiento que le revela España. Al referirse a Salamanca, aunque deambula todo un día por sus callejuelas, son limitadas las alusiones al patrimonio artístico-cultural de la ciudad del Tormes. Ugarte se detiene en cambio a evocar las largas conversaciones en compañía de Unamuno: el paisaje urbano y la perspectiva estética son sustituidos por el paisaje intelectual, por el mundo del pensamiento y las ideas: Durante el día entero no hicimos más que conversar hasta que a la mañana siguiente me refugié en el tren. En vez de pasar por calles delimitadas por viviendas tuve la sensación de recorrer párrafos bordeados de palabras, entre los cuales solían levantarse, como torres, las ideas (1943:46).

Maíz ha observado que a inicios del siglo XX la conciencia hispanoamericana roza Salamanca, en tanto referencia geográfica, donde Unamuno impugna la preferencia por París y en su lugar insta al descubrimiento de lo propio (2003a: 101). En razón del influjo que ejerció Unamuno sobre muchos hispanoamericanos, Salamanca llegó a rivalizar con París y Madrid en determinados momentos, como referencia intelectual: hubo un instante en el que el famoso meridiano intelectual, cuya trayectoria atravesaba Madrid y París [...] encontró momentáneamente un desvío en su trayectoria: ni Madrid ni París, sino Salamanca, siendo esta última la ciudad en la que circuló, entre la correspondencia epistolar, artículos periodísticos, libros de viajes, parte de la nueva espiritualidad americana (Maíz 2003a: 100).

El viaje promueve nuevos contactos y el trazado de nuevas redes. Además del prestigioso escritor bilbaíno, Ugarte traba amistad con varios artistas y escritores: al llegar a Madrid no tardé en hacer amistad con el grupo que surgía. Visité a Azorín, a Pérez de Ayala, a Villaespesa [...] a Baroja, y al discutido Ramiro de Maetzu (1943: 49). Fruto de este primer viaje es también el largo vínculo de sincera amistad que el rioplatense entabla con Blasco Ibáñez, en sus palabras, gran poeta de la prosa (1905: 61). Los encuentros con el gran novelista serán aún más frecuentes a inicios de los años 20, cuando el autor valenciano se establezca en su casona de Menton, próxima a Niza, donde en esos mismos años se había instalado Ugarte con su compañera Thérèse Desmard.

A partir de este primer viaje a la península -y a medida que el escritor supera el cosmopolitismo de sus primeros textos- es posible percibir en sus escritos una constante atención a España y su cultura, desde el capítulo dedicado a las letras españolas en sus Visiones (137-184) hasta Las nuevas tendencias literarias (1909: 41-53), pasando por los artículos recopilados en Burbujas de la vida (1908: 147-165), donde incluye además el prólogo al libro de Salvador Rueda, Trompetas de órgano (216-230). A este respecto no habría que olvidar las consideraciones presentes asimismo en El porvenir de la América Latina y, años más tarde, en sus memorias, El dolor de escribir (1933) y Escritores iberoamericanos de 1900 (1943).

En estas amplias páginas Ugarte reivindica el legado hispánico en Hispanoamérica y la obra de los autores de entre siglos, en especial de la nueva generación finisecular (Unamuno, Maetzu, Azorín, Villaespesa, Pío Baroja, los Machado, etc.), expresión de las fuerzas morales orientadas a la renovación y el progreso de España. Sus misivas a los corresponsales españoles, así como varios manuscritos y borradores mecanografiados, depositados en el Archivo General de la Nación (AGN) y en el Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas en la Argentina (CeDInCI), corroboran esta proximidad y simpatía hacia la cultura hispánica y la estimación de su legado en tierras de América. En su libro de homenaje a los escritores de su generación confesará haber defendido en su larga trayectoria las supervivencias del espíritu ibérico en América, convencido de que sólo la recia osamenta española, que sostiene y concentra la nueva vitalidad […] [podrá] defender a América del avance cosmopolita (1943: 45).

En algunos pasajes de las Visiones de España afloran también, aunque todavía de modo embrionario, algunos planteos que articulan uno de los ejes sobre los que se organizan las reflexiones de estos años -hasta, al menos, finales del segundo decenio del siglo-, a saber el rol del poeta-artista-intelectual en las sociedades modernas periféricas, desde la perspectiva de su condición de «intelectual universalista» (Merbilhaá 2004) y en función de su legitimación social a partir de la construcción del perfil de escritor comprometido, social y políticamente (Quinziano 1999; Bustelo 2013). Al referirse a la visita que ha realizado al poeta social Vicente Medina, Ugarte señala que todas las generaciones, todos los pueblos han esperado con ansiedad un poeta que traduzca la mentalidad de su tiempo y haga vivir en la frase lo que borbollea en las fibras de la colectividad (1904: 130).

Manuel Ugarte con Juan José de Soiza Reilly y una joven compatriota en París en 1908 (Fuente: Norberto Galasso. «Manuel Ugarte y la unidad latinoamericana». Buenos Aires: Colihue, 2012, p. 41) El modelo del artista-escritor en la escritura ugarteana se halla asociado a una nueva generación de intelectuales y se orienta en una perspectiva de reivindicación de los jóvenes intelectuales de Hispanoamérica, constructores de un promisorio porvenir, interpelando al mismo tiempo a las nuevas relaciones escritor-sociedad/intelectual-entorno que han comenzado a manifestarse en aquellos años. Las «nuevas generaciones» del continente americano constituyen sin duda los interlocutores privilegiados del mensaje ugarteano: juventud y porvenir en su escritura se instalan como sinónimos; se abrazan conformando una pareja inseparable8, pues ambas palabras -refiere Ugarte- representan lo irrealizado, la esperanza, la poesía (1905: 45).

Ugarte subraya el rol guía, rozando lo mesiánico, del intelectual en las modernas sociedades periféricas: en su visión el productor de saber debe desplegar banderas, abrir rumbos, erigirse en guía, a través de una operación orientada esencialmente a dignificar de nuevo la misión del escritor (1908: 144)9. El escritor comprometido debe ser la síntesis y el espejo de las virtudes de su comunidad -el poeta debe ante todo ser franco, altruista y sentir las palpitaciones del medio en que se desarrolla (1908: 216-217)-; debe erigirse en la síntesis de todas las sensibilidades (1908: 220); en suma, abrir nuevos derroteros e itinerarios, plasmando un perfil que se oponía al artista ensimismado en su torre de marfil (Quinziano 1999-2000). El escritor/artista traduce, según palabras de Anatole France, un momento de la conciencia humana, asignándole Ugarte una función rectora en la construcción del porvenir de las naciones latinas de América.

Estas consideraciones, que alcanzan una mayor explicitación en el prólogo al citado poemario de Rueda (1907) y en un trabajo esencial de estos años, «Las razones del arte social», promueven su temporario distanciamiento con Darío, además de algunas disidencias con su compatriota Rojas y el uruguayo Rodó. Estas reflexiones, como hemos explicado en otro lugar, comportaban la necesidad de promover una creciente y más decidida intervención de los profesionales del saber, no sólo en la formulación de un programa cultural [...], sino igualmente en la esfera de la vida pública, política y social de sus respectivos países, hallando en dicha praxis una propia legitimación social (Quinziano 1999: 57).

Sus meditaciones constituyen una revisión de las relaciones del intelectual con la esfera de lo público y al mismo tiempo un profundo replanteo de las mismas desde de la nueva colocación del artista en los procesos de modernización en acto, con particular atención las sociedades latinoamericanas, algunas de ellas ya organizadas a finales del siglo XIX bajo patrones seculares y materiales burgueses. Merbilhaá sitúa a Ugarte en la perspectiva de «intelectual universalista»: este carácter universal que le asigna al escritor sudamericano actúa como vía para realizar efectivamente la modernización cultural, rastreando las tendencias más modernas de la cultura como proceso social (2004; 2009a: 367). En Enfermedades sociales (1906), primer texto ugarteano de carácter sociológico, nuestro autor describe al artista-intelectual como aquel que se halla en condiciones de detectar los síntomas susceptibles de dañar, frenar, desviar una evolución sana, como una suerte de sabios -indica Merbilhaá- que operan como el epidemiólogo o el científico [...] indagando en los orígenes y acaso profetizando la decadencia de las sociedades modernas (2009a: 169).

En los escritos de estos años, entre 1904 y 1909, el autor argentino confirma la escritura como compromiso ético y político hacia la configuración de una autónoma cultura latinoamericana (Quinziano 1999-2000). De sus escritos de esta segunda mitad del primer decenio emerge la exaltación de la figura del artista-intelectual comprometido con su tiempo, promotor de un arte consustanciado con el entorno, al servicio de la colectividad de la que se nutre y artífice clave en la definición de una nueva conciencia latinoamericana. Esta indagación sobre las privilegiadas relaciones productor intelectual/sociedad debe ser vista como parte integrante de una discusión aún más amplia acerca de los componentes históricos, sociológicos y estéticos que daban cuenta de los procesos socio-culturales en acto en los años de entre siglos. En dicha perspectiva los escritos ugarteanos dedicados a la definición del modelo de intelectual en las sociedades modernas y al abordaje de su propio quehacer literario no pueden ser afrontados disociados de su concepción del «arte social».

Ugarte explora esta cuestión clave en algunos artículos incluidos en la miscelánea de textos que organizan El arte y la democracia -en el que abundan los trabajos dedicados al socialismo y la cuestión social-, en Burbujas de la vida y Las nuevas tendencias literarias (1909). Es, sin embargo, en el citado escrito sobre el arte social10 donde condensa su concepción artística y estética (Galasso 2014, I: 263-278; Meler 2000; Ehrlich 2006-2007: 107-109; Barrios 2007: 50-58). En estas páginas Ugarte reacciona ante el decadentismo finisecular y el modernismo rubendariano, plasmando un modelo de escritor comprometido y posicionado nítidamente en una perspectiva antiburguesa, tanto en el plano político como en el artístico. Asimismo vuelve a poner en discusión la visión del «arte por el arte» (nadie escribe por el placer de alinear palabras y colocar imágenes; 1908: 131) y denosta el arte burgués, puesto que toda producción artística se alimenta de la reacción a lo existente, de rebeldías y anticipaciones (133).

Cubierta de «El arte y la democracia». Valencia: Sempere, 1905 El escritor advierte, de todos modos, que la defensa del «arte social» no funda ninguna nueva doctrina estética, sino que revela una tentativa para dignificar de nuevo la misión del escritor (1908: 144). En opinión de Meler, quien ha examinado detenidamente esta cuestión, valorización de las nociones de originalidad y personalidad artística, rechazo a toda manifestación de arte preciosista, aristocrático y elitista, interés hacia las cuestiones sociales [y] búsqueda de un arte que supere los estrechos regionalismos y localismos, recuperando al mismo tiempo los motivos nacionales en el cuadro de la definición de un arte hispanoamericano con personalidad propia (2000: 332), explican algunas de las coordenadas sobre las que se asienta la perspectiva estética ugarteana.

El mismo año en que recoge sus crónicas en El arte y la democracia, Ugarte publica su novela Una tarde de otoño... (1905), en la que regresa a la vena intimista y melancólica. Al año siguiente se edita la antología La joven literatura hispanoamericana, precedido por un amplio «Prefacio», texto clave para la configuración de su concepción estética acerca de la problemática literaria latinoamericana. Hervé Le Corre afirma, con razón, que la antología sanciona una doble ruptura, tanto en la forma como en el contenido (1998: 195). En esta selección antológica se incluyen textos de la nueva generación de autores del subcontinente nacidos, con alguna excepción, en el último tercio del siglo XIX (Lugones, Gálvez, Florencio Sánchez, Contreras, Darío, Gómez Carrillo, Nervo, Vargas Vila y Rodó, entre otros). El compilador enfatiza la novedad de su selección antológica -los autores incluidos cuentan con menos de 40 años- y en cierto modo su carácter fundacional, desde la perspectiva generacional, al ser la primera en su género [llenando] [...] un vacío que se hacía sentir (1906: VI).

El «Prefacio» ugarteano constituye un texto sustancial, puesto que en estas páginas el autor argentino esboza una lectura interpretativa del desarrollo de las letras hispanoamericanas y de los cambios operados a largo del siglo XIX hasta inicios del XX. A lo largo de este primer decenio del novecientos Ugarte ha ido perfilando su percepción del fenómeno literario, con especial atención a las letras de la América Hispana. En dicha perspectiva, como indica Olalla es posible percibir en su discurso crítico un replanteo del rol de la literatura en el marco de los cambios suscitados por el proceso de modernización capitalista, y en el que -en el marco de proyectar una historización de la producción literaria- se reconocen los vínculos del naturalismo y el realismo con una literatura comprometida (2006: 198-199). Ugarte se detiene asimismo en las influencias e imitaciones españolas y francesas sobre los autores de América, enunciando sus aportaciones y limitaciones. Aunque no escatima críticas al simbolismo y modernismo, valora el legado de ambas corrientes artísticas por su «eficacia transformadora» y por haber sancionado la verdadera génesis de la «nueva» literatura en Latinoamérica (1906: XXXIV-XXXVIII): Del decadentismo y del simbolismo [...] la literatura sudamericana había asimilado lo que convenía, y sujeta al movimiento, como todo lo que vive, levantaba la proa hacia otros horizontes (XXXVIII)11.

Convencido de que el lenguaje debe estar al servicio de las ideas (XXXI), cuestiona el casticismo y el purismo que aún domina en la lengua española, reivindicando la renovación del idioma operada por la generación finisecular. La renovación de la lengua, conjuntamente con el culto a los grandes escritores, la preocupación por las cuestiones sociales y la atención a temas y problemáticas nacionales, sin renunciar al arte universal y sin caer en localismos estrechos (XLII) constituyen en su opinión las notas distintivas de la nueva literatura en el continente americano, distanciada de la producción decimonónica. Le Corre afirma que le schéma d'interprétation du processus culturel latino-américain qu'il propose, même s'il reste parfois prisonnier d'une bipolarisation admise sans analyse (barbarie vs. civilisation par exemple), valide cependant la notion de rupture dont on sait la pertinence dans la littérature de notre siècle (1998: 200). Desde esta perspectiva, la antología ugarteana se inscribía en el naciente americanismo literario, que reconocía la voluntad y predisposición de algunos jóvenes autores de entre siglos orientada a describir la compleja realidad literaria del subcontinente, conceptualizándola desde innovativos presupuestos estéticos, históricos y sociales (Maíz 2003a: 77-90). Olalla, a su vez, resalta algunos de los rasgos emancipadores de la nueva literatura hispanoamericana que fija el prefacio ugarteano, como la originalidad, la renovación de estilo y libertad de lenguaje, su preocupación por la cuestión social y su vocación universalista, la cual, en opinión del crítico, permite deconstruir la percepción exotista de lo americano en lo que constituye una crítica de las representaciones llamadas postcoloniales (2006: 219).

Algunas de las enunciaciones que organizan el «Prefacio», en particular las aseveraciones referidas a la ruptura respecto a la tradición decimonónica, provocarán sendas refutaciones por parte de Unamuno y Rodó. Aunque el prefacio ugarteano no traza una interpretación tan radical respecto a las letras hispanoamericanas del primer siglo independiente, sus afirmaciones promueven una nueva polémica literaria con ambos escritores; controversia que ha sido muy bien estudiada por Le Corre (1998), y más recientemente -respecto a Rodó- por Merbilhaá (2009a: 342-350).

En una reseña publicada en La Nación Unamuno aprueba la iniciativa, aunque cuestiona el amplio espacio dedicado a la poesía y al cuento en detrimento de las obras de ensayo -históricas, políticas, sociológicas-, así como su ruptura con las letras decimonónicas -en primer lugar los románticos- y el haber privilegiado en su selección antológica a los autores de la generación del 900 (Obras completas, IV: 907). Por su parte, Rodó refuta el esquema ugarteano basado en la estrecha relación entre el proceso evolutivo literario y el contexto social, al tiempo que para el autor de Ariel la corriente romántica, gran ausente de la antología, constituye el verdadero momento fundacional de las letras hispanoamericanas12. En opinión de Le Corre, las observaciones de Rodó y Unamuno no escapan a la controvertida parcialidad de los supuestos desde los que trazan sus observaciones, al tiempo que el registro del escritor argentino no es tan radicalmente revisionista como sugieren ambos, puesto que no desconoce los méritos de los mejores escritores del siglo XIX (1998: 197). Más allá de las ausencias presentes en el texto, no puede objetarse la trascendencia de esta iniciativa editorial, erigiéndose en la primera antología en dar cuenta de las novedades que exhibe la producción literaria de los jóvenes autores del subcontinente.

Portada de «La joven literatura hispanoamericana». París: Armand Colin, 1906 Pocos meses antes había visto la luz su primer estudio de carácter sociológico, Enfermedades sociales (1906), texto que revela cómo el paradigma positivista y cientificista había logrado moldear a un sector importante de los intelectuales de América Latina (Merbilhaá 2009a). En este ensayo, desde su mirador socialista y positivista, Ugarte examina diversos vicios de la sociedad contemporánea, como la superstición, la burocracia y la corrupción administrativa, los prejuicios raciales y el individualismo, al tiempo que establece una comparación entre la sociedad francesa y la española fundada en la necesidad de indagar el mismo problema en «el alma de nuestra raza» (Merbilhaá 2004).

En 1910 se editan sus Cuentos argentinos, en la misma línea de los Cuentos de la Pampa, en los que se recogen seis relatos, varios de ellos publicados previamente en periódicos y revistas -«La leyenda del gaucho»13 y «La sombra de la madre» habían aparecido, por ejemplo, en el semanario madrileño El Cuento Semanal, entre 1907 y 1908- y que ahora ven la luz con ocasión del Centenario de la Revolución de Mayo. Como en sus precedentes Cuentos de la Pampa, Ugarte plasma en estas páginas narraciones en las que el autor concede un lugar privilegiado a los nudos conflictivos que moldean el proceso de modernización en su país (Merbilhaá 2009a: 436). Maíz inscribe estos relatos en el seno de la corriente «criollista» del americanismo literario, destacando el carácter realista de estas narraciones construidas mediante un distanciamiento entre la diégesis y la materia narrada, sin perder de vista el color local (2003a: 86).

A partir de mediados de 1910 es posible percibir en el joven porteño un desplazamiento de la primacía de los asuntos literarios a las impostergables cuestiones sociales y políticas, sin que ello signifique un abandono definitivo de su vocación literaria. El porvenir de la América Latina, publicado a finales de ese año, constituye un texto clave en dicha perspectiva y cierra este fructífero decenio. La obra, al tiempo que acrecienta la popularidad de Ugarte como escritor y ensayista, traza un hito en la amplia literatura del periodo dedicada a abordar la cuestión latinoamericana.

Maíz (2003a: 20-22), advirtiendo que la ensayística ugarteana ha sido desestimada por la crítica por sus aparentes carencias estéticas, indica que este texto sella el pasaje en Ugarte de la problemática latinoamericana, desde la perspectiva estética, presente en los textos recientemente comentados y editados entre 1905 y 1909, a la histórica-política, ampliada sucesivamente en los inicios de los años 20 en otros textos, con los que conforma un verdadero macrotexto: Mi campaña hispanoamericana (1922), El destino de un continente (1923) y La Patria Grande (1924). Olalla (2007) a su vez rastrea las fuentes ideológicas del intelectualismo en el americanismo literario, centrado en la perspectiva historicista con la que Ugarte describe la composición social de América Latina. Por su parte Merbilhaá enfatiza con razón que el ensayo es revelador de las tensiones que atravesaban a los intelectuales latinoamericanos que adscribían simultáneamente a corrientes políticas reformistas y a modelos sociológicos dominantes, fuertemente conservadores (2009a: 14). En su opinión el texto no puede disociarse del proceso que llevó a finales del XIX e inicios del XX a repensar el espacio latinoamericano en el marco de los cambios derivados de los procesos de modernización en acto en América Latina. La investigadora revela además que una de las consecuencias de las reflexiones que sobre la problemática latinoamericana estableció Ugarte en este ensayo fue la inscripción legitimadora del continente en el escenario occidental, lo que otorgaba un rol decisivo y privilegiado a los países de la región respecto de los destinos de la propia humanidad, para decirlo en los términos de la época (2011a: 219).

Cubierta de «El porvenir de la América Española». Valencia: Prometeo, 1920 Una de las cuestiones medulares que Ugarte desarrolla en este texto clave de su producción sociológica y política se refiere a la búsqueda de los componentes en condiciones de establecer la «originalidad» del continente respecto de los modelos societarios que le ofrecía Europa. El tema de la «originalidad» en el autor rioplatense, como ha evidenciado Olalla, funciona como una categoría de resignificación política de la autonomía en el discurso literario americanista (2006: 202). Dicho aspecto se halla también presente en las consideraciones que habían articulado el «Prefacio» a su antología (1906) y en los que había rechazado por demás los estrechos localismos y acotados regionalismos. El ensayo registró una muy buena acogida y obtuvo una importante repercusión, tanto en España como en América Latina, siendo numerosas las muestras de estimación procedentes de escritores e intelectuales de ambos continentes14.

Su planteo, al abordar el origen y la evolución de las naciones del subcontinente y examinar el crisol de razas que lo habitan, constituye un rechazo y una propuesta de superación del binomio histórico civilización o barbarie, que había sancionado Sarmiento y legitimado Mitre. La crítica ha examinado las claves racialistas, evolucionistas y reformistas presentes en la configuración del nacionalismo latinoamericano ugarteano, reconociendo en la trama de esta retórica y de la implementación de nuevos modelos discursivos otros abordajes que entran en tensión con el paradigma cientificista que incluyen principios igualitarios ligados al socialismo del autor (Merbilhaá 2011a: 191). El autor argentino condensa en estas densas páginas los ejes medulares de su ideario político -centrado en el socialismo democrático y el nacionalismo latinoamericano-, proponiendo algunas reformas graduales para avanzar en dicha perspectiva (mayor intervención del Estado, legislación laboral de avanzada, distribución más equitativa de la propiedad de la tierra para reducir los latifundios, nacionalización de algunos servicios públicos básicos); medidas que intentará difundir y defender, sin éxito, años más tarde desde las páginas de su periódico Patria (1915). 

Propagandista y orador (1911-1919). Gira latinoamericana y nuevos modelos discursivos: de la escritura a la oralidad

Ugarte considera que es tarea primordial afirmar la concepción de su nacionalismo latinoamericano con su presencia testimonial y con su palabra en cada país del subcontinente y comienza a planear su gira latinoamericana. Quería entrar en contacto con cada una de las repúblicas, cuya causa había defendido en bloque, conocerlas directamente, recuerda en El destino de un continente (1923: 42). Iniciado a finales de octubre de 1911, su largo periplo concluirá a finales de septiembre de 1913, después de haber recorrido 19 países de la región, desde Cuba y Santo Domingo hasta el Cono Sur, pasando por México, Centroamérica y los países del área andina (Galasso 2012; Maíz 2003a y 2007; Pasquaré 2014).

Las continuas remisiones de dinero que le ha ido enviando su padre desde Buenos Aires y algunos ahorros personales costearán la empresa, que alcanzará enorme repercusión en la prensa del subcontinente. A partir de estos primeros años del segundo decenio de la centuria, con su gira continental y hasta finales de ese segundo decenio, Ugarte relega la escritura -tanto de ficción como la de la prosa de ensayo de carácter histórico y socio-político- a un segundo plano para priorizar su labor como hombre público, desplazándose hacia modelos discursivos que remiten al ámbito de la oralidad y que corroboran, como se ha observado, su prédica catequista y moralizante (Maíz 2003a: 106). En esos mismos meses, antes de emprender su gira, Ugarte había dictado dos importantes conferencias, en mayo en el Ayuntamiento de Barcelona y meses más tarde en la Sorbona parisina, que preanuncian el inicio de esta nueva fase, centrada en la práctica militante y la oralidad, en su itinerario intelectual.

El mismo Ugarte explicita esta nueva fase en su trayectoria y praxis como intelectual, consustanciado con el compromiso cívico -el escritor no puede dejar de ser ciudadano, afirma en Mi campaña hispanoamericana (1922b: 126)- y con el hombre público que se debe a la colectividad: La necesidad, cada vez más clara, de contribuir a salvar el futuro de la América Latina [...] llevó así al pacífico escritor a desertar de su mesa de trabajo para subir a las tribunas y tomar contacto directo con el público (1923: 39). A partir de finales de 1911 discursos y mítines en actos masivos y conferencias pronunciadas ante multitudinarios auditorios -en los que destaca la destreza retórica del orador (Maíz 2001)-, así como copiosas declaraciones, entrevistas y reportajes en la prensa hispanoamericana dan cuenta de la incansable labor del escritor argentino como activista y publicista de la causa latinoamericana.

Al evocar la gira, recuerda en El destino de un continente que se había lanzado a recorrer un continente sin mandato de ningún gobierno, sin apoyo de ninguna institución, luchando por un ideal, sin más armas que su patriotismo y su desinterés (1923: 44). Los cuantiosos artículos periodísticos y las notas que pueblan los legajos de su fondo documental (Archivo General de la Nación) testifican la notable repercusión que en esos años alcanzó su gira continental, cuyo corolario se halla marcado por la resonancia de la Carta abierta que desde Perú le envía en marzo de 1913 al nuevo presidente de los EEUU, Thomas Wilson, denunciando las injusticias y los atropellos cometidos por la nueva potencia hegemónica. Años más tarde el escritor argentino recogerá en Mi campaña hispanoamericana (1922) y en El destino de un continente (1923) las motivaciones y el itinerario emprendido en su periplo propagandista, sus discursos y las conferencias impartidas, complementados con las diversas peripecias que acompañaron su experiencia viajera, así como las destrezas puestas en acto para superar los obstáculos -en las que no escasearon los contratiempos, las prohibiciones, las hostilidades y las censuras de las autoridades-, a lo largo de este viaje cívico (Maíz 2003a: 105) por el continente americano.

En sus discursos y conferencias Ugarte vincula de modo insistente la cuestión del cambio y progreso social con la cuestión nacional y el concepto de «patria», refutando la existencia de contradicción alguna entre ambos conceptos, «patria» y «socialismo»; aspectos que de allí a pocos meses, mediados de 1913, dará lugar a una encendida polémica con el grupo dirigente del Partido Socialista Argentino (Galasso 2012: 109-124; Merbilhaá 2013a). La controversia ocupará varios números del órgano del partido, La Vanguardia, y se acompaña de una intensa campaña de descrédito y hostigamiento hacia su figura por parte de la dirección del partido.

Portada de «Manuel Ugarte y el Partido Socialista. Documentos recopilados por un argentino». Buenos Aires/Barcelona: Unión Editorial Hispano-Americana, 1914 Merbilhaá (2013a) ha examinado recientemente esta disputa, observando que la polémica con el socialismo de su país es reveladora de un modo de intervención intelectual, por parte de Ugarte, que puede caracterizarse en términos de un diletantismo militante propio de la tradición dreyfusiana, acaso en desfasaje respecto de las condiciones de un partido en pleno proceso de institucionalización. Las profundas divergencias mantenidas con la dirección del Partido Socialista Argentino, y el hecho de que sus compañeros del «ala nacional», empezando por Palacios, no le brinden un respaldo explícito, motiva que en octubre de ese año, al regreso de su gira latinoamericana, consciente del aislamiento de sus posiciones en el seno del partido, tome la decisión de renunciar al socialismo de su país.

Unos meses más tarde Ugarte explicará públicamente en un breve texto (Manuel Ugarte y el Partido Socialista, 1914) las divergencias que habían alimentado la polémica con Justo y el grupo dirigente, así como las motivaciones que habían determinado su alejamiento y renuncia como afiliado socialista. La coherencia del militante, consciente de las profundas diferencias que lo separaban de las posiciones programáticas sostenidas por su partido, le había llevado a renunciar ya previamente, desde Lima, donde en aquel momento se encontraba desarrollando su gira continental, a una candidatura a senador que le había hecho llegar el comité nacional del Partido Socialista Argentino, del mismo modo que años antes había declinado también una petición para presentarse como diputado nacional ofrecida por la dirección del partido.

Su regreso a la Argentina, una vez concluida la gira latinoamericana, corrobora su vocación política y militante en desmedro de su afición a las letras. Su acción social, más que su obra literaria, nos atraía. Como poeta y cuentista, Ugarte comenzaba a desdibujarse. En lo otro, no (Galasso 2012: 131), confiesa años más tarde Suárez Danero, ensayista que colaborará en esos años con el periódico ugarteano Patria. Conciliar el socialismo evolucionista y las urgencias de reforma social con la idea de «patria», con la cuestión nacional y la unidad latinoamericana, a lo que se añade su firme actitud de neutralidad ante el primer conflicto mundial que ha estallado en 1914 constituyen los ejes centrales que se propuso promover y defender a través de la Asociación Latinoamericana y desde las páginas de un nuevo periódico, Patria, que ve la luz a finales de 1915.

Afiche del acto que organiza la Federación de Estudiantes Secundarios en agosto de 1915 (Fuente: Archivo General de la Nación, Argentina, Legajo Manuel Ugarte 2235) Desilusionado y afligido por haber perdido su contienda en el seno del socialismo argentino, anota Galasso, sabrá crearse su propia tribuna (2012: 125) para seguir defendiendo sus ideales. Denostado por sus ex camaradas de partido y aislado por sus compañeros de letras, Ugarte encuentra en los estudiantes, que acuden en multitud a escuchar sus actos y conferencias, una base de apoyo y de receptividad a su mensaje. Así, por ejemplo, es invitado como orador principal en el acto que la Federación de Estudiantes Secundarios (FES) organiza en agosto de 1915. En dicha perspectiva debe señalarse que la crítica no se ha detenido aún lo suficiente en reflexionar y explorar el rol primordial que el escritor argentino desempeñó en estos años, entre 1914 y 1918, en los eventos que desembocaron en la Reforma Universitaria y en la orientación que muchas de sus ideas impregnaron al naciente movimiento estudiantil, organizado en torno a los centros estudiantiles y a la Federación Universitaria Argentina (FUA), surgida en 1918 en el marco del movimiento reformista.

La ocasión para volver al campo de batalla pública será la agresión a México y el bombardeo de la escuadra estadounidense al puerto de Veracruz en abril de 1914. Ugarte levanta su voz y, apoyado por algunos sectores estudiantiles, promueve la creación de un Comité Pro-México de solidaridad con el país latinoamericano. El comité, siempre bajo la guía de Ugarte, se transforma en pocos meses en la Asociación Latinoamericana, en cuyo directorio, como vicepresidente, figura quien de allí a unos pocos años será el primer presidente de la Federación Universitaria Argentina, Osvaldo Loudet. Entre los propósitos que se había fijado la asociación, y que puede leerse en su Estatuto, se encuentra el de estrechar los vínculos de amistad y solidaridad entre las repúblicas latinoamericanas [...], combatir al imperialismo en todas sus formas [...] [y] favorecer la creación de una conciencia continental que determine el nacimiento de un patriotismo latinoamericano (AGN, Legajo 2233).

Bien conocida es su firme neutralidad ante el primer conflicto mundial de 1914; posición que, con matices, defenderá también a lo largo de la Segunda Guerra Mundial. No me dejé desviar por un drama dentro del cual nuestro continente sólo podía hacer el papel subordinado o de víctima y [...] me enclaustré en la neutralidad, afirmará años más tarde en La Patria Grande (1924a: 320). Merbilhaá (2013b) ha abordado recientemente este aspecto en el ideario ugarteano, examinando la complejidad de problemas a los que el autor argentino se veía enfrentado en su propósito de que las repúblicas latinoamericanas adoptaran una perspectiva continentalista frente a la guerra.

Su neutralidad habrá de procurarle no pocos problemas, acentuando aún más el hostigamiento del statu quo de su país, el acoso de su ex partido y un creciente aislamiento dentro del campo intelectual argentino, teniendo en cuenta que no fueron pocos los reproches y las presiones de sus compañeros de letras, Rojas e Ingenieros entre ellos, en su mayoría partidarios de la causa aliada. De este modo, como observa Merbilhaá, es posible detectar las evidentes tensiones que sitúan al publicista, pese a sus estrechos lazos intelectuales y existenciales con Francia y España, en una posición heterodoxa respecto de las posturas dominantes en favor de los Aliados, entre los intelectuales argentinos (2013b). Sin desestimar el ejemplo del pacifismo que le proporciona Jaurès, su posición de neutralidad ante la Primera Guerra Mundial se explica en el marco de la búsqueda de una política exterior autónoma latinoamericana que se diferenciase de las potencias que intervenían en la contienda -EEUU y las naciones emergentes europeas- y que radicaba en la práctica discursiva que guiaban sus intervenciones públicas de la unidad latinoamericana como defensa antiimperialista.

Su neutralidad se asentaba en la definición de una política exterior estratégica, y pragmática al mismo tiempo, que fuera capaz de focalizarse en los intereses específicos de los países latinoamericanos. Concibiendo ambas tendencias -la aliadófila y la germanófila- como dos bandos que correspondían a dos corrientes de intereses europeos (1923: 312), defiende tenazmente su posición desde las páginas del periódico Patria. Los ejes principales del nacionalismo democrático y reformista que propugna el diario corroboran la prioridad que Ugarte asigna en estos años a la cuestión nacional por sobre la problemática social, aunque en sus últimos números decida acentuar el tono social y la defensa de los intereses de los trabajadores, denunciando al mismo tiempo tanto el rol de los monopolios como los abusos de las compañías extranjeras en el país (Galasso 2012: 131-146).

«Manifiesto a la juventud y al pueblo de México» de la Asociación Latinoamericana (Fuente: Archivo General de la Nación, Argentina, Legajo Manuel Ugarte 2232) En una Argentina dominada por el frenesí aliadófilo, a la publicación, que ataca los intereses británicos y estadounidenses y mantiene una posición distante -de aliadófilos y germanófilos-, se le hace difícil sobrevivir, mermando tanto sus lectores como sus avisos, y por tanto el propio capital para seguir editando. La experiencia de Patria se agota, pues, a menos de tres meses de haber iniciado su aventura, debido a las innumerables dificultades que debe sortear, sobre todo de financiación y que provocan su cierre a mediados de febrero de 1916. En su último número del 15 de febrero Ugarte se despide de los lectores y advierte que el diario deja de publicarse, pero las ideas quedan (Galasso 2012: 145), erigiendo a partir de entonces a la Asociación Latinoamericana en su trinchera privilegiada para acometer nuevos combates.

La trágica muerte a principios de julio de 1914 de la poeta uruguaya Delmira Agustini, con quien el escritor, como es bien sabido, había mantenido una breve, pero intensa, relación afectiva en los dos últimos años, como atestigua la relación epistolar recogida recientemente por Larre Borge (2006), y el asesinato a finales de ese mismo mes de Jaurès, que había ejercido una notable influencia en su ideario, lo sumen en un estado de profunda aflicción. A ello se suma el desánimo político, como resultado de la frustración de su experiencia con el diario Patria y del aislamiento social que debe padecer por su posición neutralista. Los libros no circularon. Los periódicos declinaron la colaboración. Los amigos se desvanecieron, opina Galasso (2012: 157). Su viaje a México a principios de 1917, invitado por la Universidad de ese país para impartir algunas conferencias ante un auditorio estudiantil, vuelve a poner en primer plano al Ugarte propagandista y al ilustre orador de la gira latinoamericana. El viaje constituye una breve pausa, dominada por el optimismo, en estos años de desaliento que habrán de ahondarse en agosto de 1918 con el fallecimiento de su padre.

De regreso en Buenos Aires en agosto de 1917, luego de una breve estancia en Perú y Chile, siguen las dificultades y se difunde el silencio en razón de su posicionamiento neutralista. Meses más tarde, sin embargo, con el triunfo de la Reforma Universitaria, obtiene el reconocimiento de los estudiantes de su país, quienes en el Manifiesto Liminar de 1918 recogen varias de las posiciones del nacionalismo latinoamericanista y antiimperialista propugnadas por escritor rioplatense. Los estudiantes distinguen en él al prestigioso intelectual y publicista que convoca a la acción y a la participación a la juventud sudamericana: uno de los hombres que nos dio más impulso y que simpatizó con nosotros fue Manuel Ugarte, declarará años más tarde Del Mazo, renombrado dirigente estudiantil reformista y presidente de la FUA en 1920 (Galasso 2012: 159)15.

Aislado socialmente, marginado en el ambiente cultural de una Buenos Aires dominada por el frenesí aliadófilo, aún más acusado después de la conclusión de la contienda, prácticamente sin recursos y sin posibilidades reales de promover nuevas iniciativas para su proyecto político y cultural y de colaborar en los medios de su país, toma la decisión de regresar nuevamente a Europa con el fin de retomar su vocación literaria. Inicia así, en enero de 1919, un nuevo y largo exilio voluntario, que habrá de prolongarse hasta mayo de 1935. Una invitación del Centro de Cultura Hispanoamericana de Madrid constituye el empujón definitivo hacia el nuevo autoexilio: Yo salía precisamente del país ante la evidencia de que nada podía pretender dentro de él, evocará el escritor en El destino de un continente (1923: 336), recordando el día que fue a solicitar su pasaporte para emprender el viaje a Europa. Al recordar esos últimos meses de 1918, Ugarte confiesa: Lo difícil era ganar dinero sin disminuirme, vivir sin abdicar (1933: 172). Después de algo más de siete años en América -entre su gira continental y sus años en Buenos Aires- Ugarte volvía a Europa, regresando de este modo a sus libros, a sus crónicas periodísticas y a su primigenia labor de escritor, sin que ello signifique abandonar sus esfuerzos por difundir y defender la causa latinoamericana en tierras europeas.

1. Todas las citas y referencias bibliográficas, mencionadas en este estudio con el año de su publicación, con excepción de los casos explícitamente señalados, remiten a autores y textos presentes en el apartado de Bibliografía del portal.

2. Entre otros estudios se destacan el libro pionero de César Arroyo en francés (1931); las reediciones acometidas por Jorge Abelardo Ramos (1953 y 1961), primer editor del escritor argentino; los dos impecables volúmenes de Galasso (1974), edición secuestrada y retirada de catálogo por la dictadura militar a mediados de 1976 y afortunadamente reeditada en tiempo recientes (2014, 2 vols.), la monografía de Marianetti (1976) -en la que el autor refuta la perspectiva de Ugarte como expresión de una vertiente «nacional y popular» en el seno del socialismo argentino y defendida especialmente por Jorge Abelardo Ramos y Galasso-, y la utilísima selección antológica de textos compilada en 1978 por Galasso para la prestigiosa Biblioteca Ayacucho.

3. El monográfico sobre Ugarte, coordinado por Marcos Olalla, se publicó en la revista Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas, CONICET/UNCUYO, Mendoza, vol. 15, n.º 1 (2013).

4. Rama en su clásico ensayo sobre los letrados de Hispanoamérica advierte a este respecto que una alta producción de intelectuales [...] no se compadecía con las expectativas reales de sociedades que parecían más dinámicas de lo que [realmente] lo eran; sociedades que -incapaces de absorber esas capacidades- forzaban a los letrados, dominados por un sentimiento de impotencia y frustración, al traslado a países desarrollados; Á. Rama (1984). La ciudad letrada. Montevideo: Arca, 1998, p. 65. Para el ambiente cultural rioplatense de fin de siglo se remite a las valiosas consideraciones de O. Terán. Vida intelectual en el Buenos Aires fin-de-siglo. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2000.

5. C. Altamirano. Para un programa de historia intelectual. Buenos Aires: Siglo XXI, 2007, p. 115.

6. M. Gálvez. Amigos y maestros de mi juventud. Buenos Aires: Guillermo Kraft, 1944, pp. 168-169.

7. M. de Unamuno. Obras completas. Madrid: Escélicer, 1968, vol. I, p. 797.

8. Constantes son las apelaciones a la juventud y a las nuevas generaciones; ambos, conceptos asociados íntimamente que atraviesan gran parte del discurso ugarteano de los primeros tres decenios de la nueva centuria; a este respecto Merbilhaá habla de una verdadera fijación juvenalista en su escritura (2009b). Véanse asimismo Merbilhaá (2009 a: 53-66) y Olalla (2006: 212-220).

9. En mayo de 1900 Ugarte había publicado en El Tiempo una breve reseña de una conferencia de Jaurès, «El arte nuevo y el socialismo», recopilada más tarde en Crónicas del bulevar (Merbilhaá 2011c). Como ha apuntado Bustelo, sobre todo en esa crónica, el joven difunde en el espacio porteño la necesidad de democratizar el acceso al arte de los sectores populares, así como el rol clave de la juventud literaria y la multitud en la democracia social del porvenir (2013: 41).

10. El artículo «Las razones del arte social» fue rechazado por el diario porteño La Nación; fue publicado más tarde en La Lectura de Madrid (año VII, n.º 73, enero de 1907, pp. 125-143) e incluido luego en Burbujas de la vida (1908: 131-146). Ugarte había ya abordado varios de estos temas en la conferencia que había pronunciado en Buenos Aires en 1903 y en varios de los escritos recopilados en El arte y la democracia, donde, al reseñar la novela Intrusos de Blasco Ibáñez, había cuestionado con vehemencia la concepción del arte por el arte (1905: 61-62). Véase al respecto especialmente el trabajo de Meler (2000) y las páginas que le dedica Ehrlich (2006-2007: 107-109).

11. En unas notas manuscritas, pertenecientes al Fondo Manuel Ugarte y depositadas en el Archivo General de la Nación, puede leerse: A principios de siglo dije en el prólogo de La joven literatura hispanoamericana como fue nuestra literatura de imitación [...]. He insistido sobre lo que el mismo movimiento "modernista" tuvo de ajeno a nuestro medio. Fue fruto de otra mentalidad y de otro estado social. Nadie niega la fecunda influencia que ejerció. Pero esa influencia favorable se detiene en los métodos de ejecución y en el estilo (AGN, Legajo 2236).

12. El romanticismo repercutió provechosamente en nuestra América, inspirando los esfuerzos consagrados a fundar una literatura que reflejase las peculiaridades de la naturaleza y las costumbres propias, objeta Rodó (Obras completas. Madrid: Aguilar, 1967, p. 634).

13. En este cuento, Ugarte incorpora la cuestión social y vuelve a indagar sobre los vínculos entre el mundo rural y el mundo urbano, al tiempo que, como se ha observado, el autor se interroga sobre el impacto que tiene la nueva sociabilidad urbana sobre las costumbres y relaciones de clase en el interior de una sociedad que había alcanzado el progreso (Merbilhaá 2009a: 412).

14. Numerosas y elogiosas fueron en general las reseñas que la prensa le dedicó al texto. Como ejemplo de ello, el periodista Sux, de Caras y caretas, opina en el periódico Letras (La Habana), que el libro de Ugarte ha sido la chispa incendiaria que se esperaba. No hace todavía 15 días que ha aparecido y ya se han tomado importantísimas resoluciones entre los intelectuales latinoamericanos de más valía (Galasso 2012: 56-57); por su parte, Darío escribe en su revista (Mundial Magazine 1914) que es un trabajo de estudioso, con observaciones felices, erudición, método y aunque el autor no lo quiera, literatura (Galasso 2014, II: 75).

15. No debería olvidarse a este respecto que Ugarte fue precisamente el orador principal que cerró el acto en que se constituyó la Federación Universitaria Argentina en abril de 1918 y que su primer presidente, Osvaldo Loudet, había seguido con interés su campaña latinoamericana y había leído varios de sus libros, en primer lugar El porvenir de la América Latina.

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