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Nicanor Parra

La muerte y yo1

Por Nicanor Parra

Cementerio Municipal de Chillán¿La muerte? Es cierto, le puedo contar sólo el origen de esa preocupación. Viví la parte más importante de la infancia y de la adolescencia cerca de un cementerio. Vivíamos en el barrio de Villa Alegre, y todos los días veía pasar carrozas que entraban en el cementerio llenas de flores y regresaban vacías. Nuestros juegos de niños y nuestras picardías las hacíamos en el cementerio, en medio de las tumbas; después, iba a estudiar mis materias del liceo en medio de su silencio acogedor. He vivido la muerte en los años más inocentes de la vida; he experimentado la muerte en carne propia, puede decirse. La muerte es una constante en mi poesía. La muerte aparece, en mi poesía como una fuerza motriz. Esos primeros años en el barrio de Villa Alegre explican muchas cosas de mi poesía. Por ese barrio entraban los productos agrícolas destino de la feria: sandías, el vino, el trigo, semillas. La ciudad se alimentaba por allí, por esa calle, y por allí salía también la muerte. De cordillera a mar pasaba la muerte, de mar a cordillera pasaba la vida. Muchas veces recuerdo, vi cruzarse un piño enorme de vacunos guiados por huasos gritones y entusiastas con una carroza y su cortejo silencioso y triste; de lejos los veía aproximarse, enfrentarse, fundirse y luego separarse, cada uno hacia su inmutable destino.

1. Fragmento de entrevista de Edmundo Palacios, «El poeta es un hombre del montón», en Revista Vistazo, Año X, N.º 524.

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