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Retórica y Poética

Siglo XX

En el siglo XX podemos distinguir dos etapas de análoga extensión temporal y de diferente orientación teórica. En la primera, que se prolonga aproximadamente hasta mediados de siglo, los estudios de Retórica y de Poética, hasta cierto punto apartados de la concepción clásica ‑aristotélica, ciceroniana y quintiliana‑ continúan englobados bajo la denominación de Preceptiva Literaria y se reducen, en la mayoría de los casos, a una lista de figuras y a reimpresiones de obras publicadas a finales del siglo anterior. Como ejemplos ilustrativos pueden servir los manuales de Flórez‑Villamil (1900); Surroca y Grau (1900); Milego e Inglada (1902); Garriga y Palau (1902); Bellpuig (1904); Muñoz Peña (1907); Rubio y Cardona (1917) y Garzón (1927).

La decadencia de la Retórica en esta época se debe, en parte al menos, al notable prestigio que alcanzan la ciencia positiva, la lógica formal y el razonamiento demostrativo: muchos teóricos rechazan la validez científica de la argumentación persuasiva y menosprecian, como ilógico e irracional, el contenido de las ciencias humanas y de las disciplinas sociales, que se resisten a una formalización sólo posible con verdades universalmente convincentes y demostrables con pruebas constrictivas (Berrio, 1983: 37‑38).

No es extraño que, perdido el interés filosófico y reducida a arte de la expresión, la Retórica sea considerada como un símbolo de una educación formalista e inútil, que sólo proporcionaba fórmulas artificiosas y vacías. Resulta interesante e ilustrativa la explicación que ofrece el autor anticrociano Alfredo Galletti en su obra titulada L'Eloquenza (1938). Según esta obra el sentido agonístico de la oratoria se puede comprender a partir de una concepción darwinista de la lucha por la vida. La Retórica rescata la antigua metáfora militar y se define como una «forma expansiva y agresiva», nacida en la lucha por la supervivencia ejercitada en la batalla y en el combate para adaptar la táctica discursiva a los caracteres psicológicos y a las circunstancias sociales.

Propuestas renovadoras en el ámbito de la Poética o Teoría de la Literatura

Pese a la pervivencia -en el ámbito de la enseñanza- de manuales decimonónicos, a comienzos del siglo XX se produce una profunda reelaboración de los fundamentos y de los objetivos planteados por los estudios literarios que, en estos primeros años, aparecen dominados por tres corrientes teórico-críticas: el Formalismo ruso, las corrientes estilísticas (en especial la Idealista) y el New Criticism norteamericano. Pese a la diversidad de sus propuestas, presentan, a juicio de Aguiar e Silva (1972) una serie de características comunes:

  • Rechazo del factualismo, el historicismo y el exceso de erudición en los estudios literarios: se defiende el estudio de la obra literaria como obra artística.
  • Reacción contra el exceso de «cientifismo» en los estudios literarios, para los que se reivindican unos métodos específicos, diferentes a los utilizados para las llamadas «ciencias de la naturaleza» e incluso para otras disciplinas humanísticas.
  • Insistencia en la dimensión verbal de la obra literaria.

Los estudiosos de la Literatura continúan buscando, a lo largo del siglo XX, propuestas innovadoras. Las principales teorías críticas contemporáneas, en líneas generales, se proponen elaborar un análisis riguroso de las creaciones literarias, con el propósito de definir su significado profundo y su peculiar aportación al patrimonio cultural y artístico. Se diferencias entre sí tanto por sus presupuestos como por sus métodos y por sus objetivos, y pretenden interpretar y valorar las diversas manifestaciones literarias empleando unos instrumentos propios y unas técnicas especializadas, lo que exige el conocimiento de una terminología peculiar y de unos métodos adecuados.

Pese a su autonomía, la Poética o Teoría literaria es una materia multidisciplinar e interdisciplinar: los estudios literarios conectan y se apoyan en otras disciplinas humanísticas: con la Lingüística se relacionan las distintas corrientes estructuralistas o con la Pragmática literaria; con la filosofía y con determinadas corrientes de pensamiento, las escuelas marxistas (también de índole sociológica), la Estética de la recepción, la Reconstrucción literaria o la Crítica feminista; con la Psicología, las corrientes psicoanalíticas (de filiación freudiana) o la Psicocrítica; con la Sociología, la Crítica sociológica o la Sociología de la Literatura; con la Antropología y la Historia cultural, la Temática o la Poética de lo imaginario.

El panorama teórico-crítico se ha complicado considerablemente en los últimos veinte o treinta años por la atomización de algunas propuestas más recientes (materialismo cultural, teoría postcolonial, discurso de las minorías étnicas, estudios de la identidad de género...), lo que dificulta una perspectiva coherente y rigurosa de los caminos que recorren en la actualidad los estudios literarios. Sin embargo, los estudios de Literatura Comparada (integrados en el ámbito de la Teoría de la Literatura) amplían considerablemente las vías de análisis. Más que una disciplina académica, la Literatura Comparada es un método de estudio y de investigación literaria que, como indica Claudio Guillén (Entre lo uno y lo diverso. Introducción a la Literatura comparada, 1985), se ocupa del «estudio sistemático de conjuntos supranacionales». Los estudios comparatistas intentan superar los estrechos límites que marcan a las «literaturas nacionales» y se plantean como objeto de estudio las relaciones (espaciales, temporales, genéricas...) entre diferentes fenómenos, problemas y obras literarias.

Los estudios teórico-literarios en España durante el siglo XX

El punto de partida de estos estudios teórico-literarios en nuestro país debe situarse en esa tradición filológica que arranca con Menéndez Pidal y su Escuela de Filología que, junto con el Centro de Estudios Históricos, llevan a cabo una notable recuperación y reconstrucción del pasado histórico y literario español. Mención especial merecen, como discípulos de Menéndez Pidal, muchos de los poetas de la denominada Generación del 27 (Salinas, Guillén, Cernuda, Dámaso Alonso...) por la actividad crítica que llevan a cabo y por los estudios sobre obras y autores españoles.

Representa un caso especial la Escuela española de crítica y estilística idealista, desarrollada por Dámaso Alonso y Amado Alonso, y continuada por Carlos Bousoño que, como discípulo del primero, desarrolla unos importantes estudios sobre la expresión poética y el símbolo.

La configuración del «Área de Teoría de la Literatura», como marco docente e investigador, dentro de la Universidad española a comienzos de la década de los ochenta, y ampliada, durante los años noventa, con la adición de «Literatura Comparada» ha supuesto un importante acicate para los profesores e investigadores universitarios incluidos en esta Área de conocimiento, aunque no exclusivamente. Así, podemos efectuar un recorrido por algunas universidades españolas para contemplar el amplio panorama de estudios teóricos y críticos que se desarrolla en muchas de ellas. Tendríamos que iniciar este recorrido con la figura del Profesor Lázaro Carreter (Universidad Complutense de Madrid) y sus estudios sobre lengua y literatura españolas, corrientes teórico-críticas y lenguaje literario. Igualmente debemos referirnos a las propuestas -dentro de la Semiología- de Carmen Bobes Naves (Universidad de Oviedo) y sus análisis de textos poéticos, narrativos y teatrales. Antonio García Berrio, en sucesivos recorridos por las Universidades de Murcia, Málaga, Autónoma y Complutense de Madrid, ha dedicado gran parte de sus trabajos a la recuperación y actualización del pensamiento histórico (concretamente, poniendo de manifiesto la herencia del mundo clásico en las poéticas europeas de la Edad Renacentista). Asimismo, ha realizado numerosos estudios de Poética lingüística y Retórica, ha aplicado a diversas obras literarias las Teorías del Texto y la Poética de lo imaginario, además de ser uno de los grandes impulsores de los estudios de Literatura y otras artes (sobre todo pintura). Desde la Universidad de Salamanca, Ricardo Senabre se ha ocupado de numerosas cuestiones de estilística y también de recepción literaria. En la Universidad de Murcia, José María Pozuelo ha trabajado sobre narrativa y narratología, así como sobre cuestiones relativas a la Retórica y al lenguaje literario. Jenaro Talens inició y consolidó en la Universidad de Valencia la teoría de los lenguajes artísticos, con especial atención al cine y a los audiovisuales. En la Universidad de Santiago de Compostela, Darío Villanueva se ha interesado por estudios de narrativa pero también por los de Literatura Comparada, así como por los nuevos métodos teórico-críticos. En la Universidad Autónoma de Madrid, Tomás Albaladejo impulsa trabajos sobre Retórica y Oratoria, tanto desde una perspectiva histórica como en la actualidad. Isabel Paraíso, en la Universidad de Valladolid, se ha especializado en las relaciones entre Psicología y Literatura, así como en Métrica. También José Domínguez Caparrós, desde la UNED, es uno de los especialistas más cualificados en Métrica, así como Esteban Torre, en la Universidad Hispalense, dedicado además a las cuestiones de teoría y práctica de la Traducción Literaria. En la Universidad de Cádiz, un equipo integrado por José Antonio Hernández Guerrero, María del Carmen García Tejera, Isabel Morales Sánchez y Fátima Coca Ramírez promueven desde hace tiempo los estudios de Retórica (tanto la recuperación del legado histórico como su importancia actual), desarrolla la Teoría de la Literatura como experiencia vital y estudian los rasgos que caracterizan la literatura andaluza.

Propuestas renovadoras en el ámbito de la Retórica

Frente a una Retórica normativa, deductiva y técnica que encontramos en la primera mitad del siglo XX, en los años cincuenta empieza a surgir una «Nueva Retórica» que pretende ser descriptiva, inductiva y científica. Esta nueva Retórica, que busca una validez científica y académica, abre nuevos horizontes a diversos campos filosóficos, jurídicos, lingüísticos y estéticos como, por ejemplo, a la Lógica, la Hermenéutica, la Filosofía del Derecho, la Ética, la Poética y, en general, a todos aquellos saberes de la razón práctica (González Bedoya, 1990, 11: 14 y ss.).

Las propuestas renovadoras más importantes siguen tres orientaciones diferentes. Como afirma Pozuelo Yvancos, en los últimos veinticinco años la Neorretórica ha nacido al menos tres veces con horizontes, propósitos y resultados sensiblemente diferentes para cada uno de esos tres nacimientos (1988: 182). Estas tres corrientes principales son la filosófica, la lingüística y la general.

a) La Retórica filosófica

Algunos pensadores confían en que la Nueva Retórica estimule a la Filosofía y propicie la ocasión para proporcionarle una dimensión interdisciplinar (Florescu, 1982: 4). La Nueva Retórica ‑afirman‑ puede relacionar y, en cierta medida, englobar teorías filosóficas, jurídicas, lingüísticas, literarias, semióticas, pragmáticas e, incluso, técnicas de información y de comunicación de masas (Richards, 1965: 6; Mortara Garavelli, 1991: 7).

Partiendo de los trabajos de Perelman y Olbrechts‑Tyteca, sobre todo del Traité de l'argumentation. La nouvelle rhétorique, se inicia una corriente que pretende superar el empobrecimiento derivado de la aplicación estricta de la teoría cartesiana del pensamiento.

En efecto, aun cuando a nadie se le haya ocurrido negar que la facultad de deliberar y de argumentar sea un signo distintivo del ser racional, los lógicos y los teóricos del conocimiento han descuidado por completo, desde hace tres siglos, el estudio de los medios de prueba utilizados para obtener la adhesión (Perelman y Olbrechts‑Tyteca, 1958: 31).

Estos autores defienden que razonar no es solamente deducir y calcular, sino también argumentar. Estudian las técnicas discursivas que permiten provocar o acrecentar la adhesión de los espíritus a las tesis que se presentan para su asentimiento (Ibidem). En 1989 aparece la obra de Chaïm Perelman titulada Rhétoriques. Se trata de una colección de trabajos en los que aborda la relación de la Retórica con el lenguaje, la lógica y el conocimiento en general. Trata también del lugar que esta disciplina ocupa en la Historia de la Filosofía:

un lugar negado continuamente y que Perelman, a lo largo de toda su vida, se ha esforzado en restaurar, sin olvidarse de explicar los motivos por los que los filósofos, a partir de Platón, relegaban a la Retórica a un lugar secundario y peligroso (Meyer, en Perelman, 1989: 5).

Renato Barilli que, como él mismo confiesa, prolonga el camino trazado por Perelman, en su obra Poética e Retórica (1984) recorre los hitos históricos más significativos de estas dos disciplinas. Presta una atención preferente a las obras italianas de las diferentes épocas e indica sus aspectos más destacados y sus innovaciones más notables. Señala los momentos en los que los contenidos de ambas disciplinas aparecen hermanadas y en los que, por el contrario, sus objetivos están totalmente separados.

b) Replanteamiento lingüístico de la Retórica

En dos artículos célebres de 1960 y 1963, Jakobson, a partir de la reformulación de las nociones de metáfora y de metonimia, esboza unas líneas programáticas para la renovación lingüística de la Poética y de la Retórica. Roland Barthes, en los años 1964 y 1967, proponía un replanteamiento de la Retórica en términos de lingüística estructural, y Gerard Genette inauguraba con la Rhétorique et l'espace du langage, una serie de estudios sobre las «figuras» (1968, 1969, 1972).

Todorov, en 1967 y en 1974, compara las relaciones fundamentales que se establecen en el texto literario ‑sintagmáticas, paradigmáticas y aspecto verbal del texto‑ con la división tripartita de la Retórica en inventio (dominio semántico), dispositio (dominio sintáctico) y elocutio (dominio verbal). A partir de una valoración positiva del aspecto taxonómico de la Retórica ‑que clasifica las figuras del discurso siguiendo unos criterios semánticos‑, Todorov establece su propia clasificación basándose en criterios lingüísticos, y distinguiendo entre anomalía ‑cuando se infringe una norma lingüística‑ y figura ‑cuando se respetan todas las leyes‑.

Los miembros del autodenominado Grupo m extraen las consecuencias de la «totalización poética» operada por la Retórica tradicional y, a partir de la elocutio, plantean la relación entre Retórica y Poética. Su mérito indiscutible, a juicio de García Berrio (1984: 9), es el respeto y prudencia con que han tratado de organizar la doctrina clásica francesa sobre los tropos, de Fontanier y de Du Marsais, desde un conjunto de categorías elementales, acordes con las líneas de la taxonomía categorial y de la genética de los sistemas, familiares en la mayoría de los desarrollos estructuralistas.

Domínguez Caparrós sostiene que la Retórica propuesta por el Grupo m, que se olvida de las partes tradicionales de la inventio y de la dispositio, además de enlazar con Du Marsais y Fontanier, se relaciona con la Estilística (Cohen, Riffaterre). Más que de la Retórica ‑afirma‑, habría que hablar de un resurgir de la elocutio retórica (1989: 510).

El Grupo m se propone replantear los fundamentos de la Retórica apoyándose en conceptos lingüísticos tomados de Saussure, Hjelmslev y Jakobson. La vinculan, por lo tanto, a la Lingüística, a la Semiótica y a la Poética. Son suficientemente aclaratorias las palabras con las que comienzan el «Prefacio a la edición española»:

Si el colectivo de la presente obra hubiese sido fiel a una de las tesis expuestas en ella, no hay duda de que ésta hubiera sido publicada con otro título menos ambicioso y sobre todo más adecuado con lo que anuncia [...]. Rigurosamente hablando, hubiera sido menos hiperbólico y sinecdóquico titular la obra Teoría de las figuras del discurso (quizás el grado cero sería algo así como Ensayo sobre algunas categorías de las figuras del lenguaje) (p. 17).

En sus trabajos, que también se orientan hacia la recuperación y a la revitalización de la antigua Retórica, estudian las desviaciones del código (las metáboles) que supone la lengua literaria. En la Retórica fundamental explican los mecanismos lingüísticos que utiliza la literatura, y en la Retórica general aplican la teoría de las figuras al análisis del relato. Pero su recuperación de la Antigua Retórica es, debemos repetirlo, sólo parcial ya que, como hemos dicho, el Grupo m prescinde de las otras dos partes fundamentales de la Retórica ‑inventio y dispositio#8209;.

c) Hacia una Retórica General

Aunque ya en la década de los años setenta varios autores propugnaron una Retórica General que superara el estrecho marco de la elocutio, hemos de esperar hasta el año 1984 para que García Berrio, en un trabajo titulado «Retórica como ciencia de la expresividad (Presupuestos para una Retórica General)» (1984: 7), esbozara una nueva Retórica científica apoyada en la reinterpretación lingüística de las nociones tradicionales.

En su propuesta sitúa la Lingüística General, la Retórica General, la Retórica literaria y la Poética, «ciencia cabal del discurso literario», en sucesivos círculos concéntricos. Redistribuye los conceptos de contenido y de forma (resverba) entre las tres operaciones básicas de inventio, dispositio y elocutio, y articula la sucesividad teórica de las partes del discurso retórico con la simultaneidad de las operaciones de enunciación verbal. Plantea las «tipologías retóricas y poéticas» de modalidades del discurso, apoyado en los criterios tradicionales más solventes, y esboza una tópica del discurso moderno aprovechando los servicios de la Psico y Sociolingüística, así como de la Antropología social.

Desde una perspectiva pragmática, García Berrio aboga por un compromiso entre la Dialéctica, la Lógica, la Teoría de la Comunicación, la Lingüística, y la Teoría de la Literatura. La Retórica ‑«teoría y práctica de la persuasión»‑ engloba el docere ‑como fin‑, el delectare ‑como vehículo o instrumento‑ y el movere ‑como traducción pragmática de los otros fines‑. Describe la comunicación como proceso de intercambio de valores y utiliza la noción de «estimación» para designar el resultado de la aceptación o rechazo por parte del receptor individual o colectivo.

Su noción de «valor» implica los tres fines canónicos de la Retórica, en la medida en que propone un objeto conceptualizado: (docere, delectare), y que como objeto ético, supone adhesión o rechazo (movere) que establece la solidaridad entre valores y estimaciones como resultado de intercambio comunicativo‑retórico, o bien la «discrepancia», como efecto de insolidaridad (p. 42).

A partir de las teorías pragmáticas y empíricas, de la recepción/interpretación, de la teoría de la comunicación y de la argumentación replantea los fines del discurso, las pautas para propiciar una estimación positiva y las partes del discurso retórico: «exordio», «narración», «argumentación» y «conclusión». Identifica las vinculaciones que existen entre el ámbito imaginario y la estructura retórica del ordo artificialis, rescata las especulaciones tradicionales sobre los tropos y sobre las figuras de dicción y de pensamiento.

Francisco Chico Rico ha analizado y valorado la aportación que C. Brook y R. P. Warren hacen a la concepción de una Retórica General de índole textual. Esta Retórica Moderna del New Criticism, entendida como ciencia general del discurso, además de conectar claramente con la doctrina retórica clásica en la mayor parte de las nociones a propósito de la construcción del discurso, destaca especialmente la naturaleza didáctica y el sentido práctico que pueden observarse en la Retórica (VV. AA., 1993: 22).

La Retórica Universal

Ángel López García en un trabajo titulado «Retórica y lingüística: una fundamentación lingüística del sistema retórico tradicional» (1985: 601‑653), fundamenta lingüísticamente la Retórica y traduce las nociones tradicionales a términos pragmáticos, estilístico‑literarios y lingüísticos.

Defiende que la Retórica, disciplina necesaria, es, sobre todo, una ciencia universal e independiente de las diferentes lenguas a las que se aplica. Ángel López se muestra contrario a la reducción del objeto que se ha efectuado durante el siglo XX, a partir de la noción de «desvío» interpretada de diferentes maneras: alejamiento de la norma, ambigüedad, connotación, extrañamiento, recurrencia (p. 609).

Su propuesta de una Retórica Universal se atiene al modelo clásico y es consecuencia metodológica de la unificación que efectúa el «signo retórico» de la triple perspectiva lingüística, oratoria y literaria. Tal Retórica Universal describe y articula los géneros fundamentales del discurso teniendo en cuenta la situación y la intención con las que se producen.

Sus análisis descriptivos nos permiten seguir la trayectoria que el problema de las modalidades, ya suscitado por los griegos, ha seguido hasta desembocar en los planteamientos de las lógicas plurivalentes, y ofrece argumentos válidos para debatir las cuestiones sobre la periodización literaria.

Probablemente una de sus aportaciones más originales es el uso que hace de la noción de «presunción» para definir las rela­ciones de la literatura con las demás artes y para determinar la si­tuación que ocupan las manifestaciones artísticas en el ámbito de la semiótica cultural. El paralelismo entre la inventio y la Se­mántica, la dispositio y la Sintaxis, y la reformulación de la elocu­tio a partir de las nociones de la Escuela de Praga o del funciona­lismo inglés, justifica la especificidad trópica a partir de la defini­ción jakobsoniana («sintagmatización de lo paradigmático») y legitima la explicación y articulación de las figuras.

Hacia una rehabilitación funcional de la Retórica

Tomás Albaladejo, en su libro Retórica (1989 y 1991), lleva a cabo una rehabilitación funcional de esta disciplina, fundamentada en la distinción básica entre la «Retórica arte» y la «Retórica ciencia» y en la identificación de sus relaciones con la Gramática, Dialéctica, Lingüística, Teoría de la Litera­tura y Semiótica.

Su revisión histórica constituye el marco de referencia inevitable y la base para una Retórica moderna, concebida como ciencia general del texto. Su descripción sistemática está fundamentada sobre la oposición que establece entre «los dos objetos de la Retórica»: texto retórico y hecho retórico, discurso y proceso comunicativo. Aprovechando nociones de teorías lingüísticas modernas, replantea los cimientos de «la Retórica como disciplina englobadora». Traza las líneas maestras de la sistematización del texto retórico y del hecho retórico, e identifica las interrelaciones existentes entre el texto y los restantes factores de la comunicación.

Explica los genera como pautas clasificatorias trazadas a partir de criterios textuales y comunicativos. Diferencia las operaciones retóricas constituyentes, la inventio, la dispositio y la elocutio, que intervienen en la elaboración del «texto retórico» y la memoria y la actio, de las que depende el éxito del «hecho retórico».

Albaladejo señala la influencia determinante que la intellectio ejerce sobre el resto de las operaciones y advierte cómo la eficacia del discurso e, incluso, su posibilidad dependen de la competencia del orador y de la actitud de los destinatarios.

Describe las demás operaciones retóricas valiéndose de nociones y de principios de la lingüística actual. La inventio, por ejemplo, la define como «una operación semántico‑extensional, por la que se obtiene el referente del texto retórico, que es la estructura de conjunto referencial formada por serie de seres, estados, procesos, acciones e ideas que en dicho texto van a ser representados» (p. 73).

Siguiendo las pautas y la nomenclatura de la lingüística del texto, define la elocutio como la operación retórica por la que se obtiene una construcción macroestructural correspondiente al nivel de la dispositio, por lo que en el eje de representación vertical del modelo retórico la elocutio, viene a continuación de la dispositio, sobre cuyos materiales actúa (p. 117). Señala su situación en el nivel microestructural del texto, nivel formado por las oraciones como significante complejo de índole textual, y de esta manera, explica la estrecha relación que inevitablemente mantiene con la Gramática, concebida como «ars recte dicendi».

Describe la memoria y sus soportes técnicos ‑los lugares y las imágenes‑ plenamente vigentes gracias a la teoría de las macroestructuras y argumenta la importancia de la actio que, situada en el ámbito pragmático del «hecho retórico», condiciona la eficacia real de todo el discurso. De esta manera, la Retórica queda reinstalada en el lugar axial que le corresponde en el contexto de las ciencias humanas, a las que sirve de fundamento, de guía y de meta, para el estudio serio de la palabra.

Francisco Chico Rico, en su obra Pragmática y construcción literaria. Discurso retórico y discurso narrativo (1988), mediante el análisis de los espacios composicional y pragmático de textos argumentativos y narrativos demuestra cómo la lingüística del texto y la poética lingüística, disciplinas deudoras de la Retórica y de la Poética clásicas, explican la interdependencia existente entre los aspectos composicional y pragmático de los respectivos discursos.

En su trabajo sobre «La intellectio», la considera no sólo como una operación retórica extensional ‑de examen minucioso o conocimiento de la realidad sobre la que va a operar- sino también como una operación retórica de naturaleza pragmática (p. 53). La intellectio -afirma- ­posibilita la mejor descripción y explicación de cuestiones relacionadas con la producción textual, como el proceso de elección de un determinado modelo de mundo y las estrategias operativas de la inventio, de la dispositio y de la elocutio (p. 55).

Stefano Arduini ha llevado a cabo estudios sobre la intellectio, relacionándola con el «campo retórico» que es la manera cómo cada cultura organiza comunicativamente sus rasgos peculiares (VV.AA., 1983: 5).

Retórica y análisis literario

Carmen Bobes Naves (1986) inicia en España unos análisis literarios que, apoyados en nociones y en principios semiológicos, están orientados por criterios y por pautas retóricos. En su opinión, la semiología literaria, mediante análisis formales, semánticos y pragmáticos del texto, ha contribuido a resucitar el interés por la Retórica. Recordemos, a este respecto, que Todorov, quien ya en uno de sus primeros libros incluía un esbozo de sistema de clasificación de tropos y de figuras (1967), resituó la Retórica en el marco de una investigación semiológica del símbolo, un tipo de signo ‑verbal o visual‑ que no establece una relación binaria (1972, 1977 y 1978).

Bobes Naves señala, incluso, las correspondencias de objetivos que se establecen entre la semiología literaria y las partes tradicionales de la Retórica: identifica la analogía que existe entre la segmentación del texto literario, con la dispositio; entre el estudio de los valores semánticos y la inventio, y la descripción de los recursos formales y la elocutio. Sostiene, por lo tanto, que una retórica actualizada puede facilitar la descripción precisa y eficaz del proceso doble que, desde el autor, por un lado, y desde el lector, por otro, convergen para dar vida estética a la creación poética: los artificios normales de la obra literaria y los medios expresivos, formales o semánticos, que utiliza el autor para hacer más eficaz su relación con el lector a través del texto. Considera, además, que la Retórica es un instrumento válido para ampliar la competencia literaria interpretativa.

Para Bobes Naves, la Retórica define aquellas relaciones polivalentes que el texto establece con el autor y con el lector, y, en ambos casos, da cuenta, no sólo de los artificios o de las manifestaciones realizadas con los recursos lingüísticos (elocutio), sino también de las unidades de distribución y composición que remiten al texto literario.

Esta hipótesis la verifica mediante el análisis semiológico de la figura de don Fermín, aquel personaje «imponente», que Clarín creó en La Regenta. En su trabajo, gracias al análisis de los recursos estilísticos (elocutio), del contenido (inventio) y de la organización (dispositio) de los motivos, demuestra cómo las formas de presentación de la peculiar constitución física, psicológica y moral de dicho personaje, son homólogas de las funciones que desempeña y de sus relaciones intertextuales con otras unidades literarias.

Aron Kibédi Varga (1989) sostiene que la Retórica, fórmula suficientemente acreditada en los análisis de los textos de intencionalidad pragmática, podría servir también para la descripción de los textos literarios siempre que, en su interpretación, sigamos un camino deductivo. El crítico, por lo tanto, tras determinar la intención del autor, podrá verificar el grado de adecuación de los procedimientos retóricos. Esta doble tarea es difícil y arriesgada ya que la literatura -juego de escondite- se caracteriza, contrariamente al sermón o a la defensa judicial, por la oscuridad del mensaje. El autor se ha esforzado precisamente por ocultar lo que el lector busca; por eso, concluye:

L'interprète, qui veut s'aider de la rhétorique dans son analyse textuelle, ne peut faire autrement que suivre le même chemin que l'auteur: il commence par l'invention et y retourne chaque fois qu'il constate, par des vérifications ultérieures au niveau des lieux et des figures, qu'il s'est trompé, pour corriger et préciser sa position de départ. Dans ce sens, l'analyse rhétorique est une interprétation qui s'inspire des intentions (postulées) de l'auteur (1989: 229; véase también 1987).

Recuperación del patrimonio histórico

A lo largo de todo el siglo XX y, de manera más intensa, a partir de la segunda mitad, se emprende una labor de redescubrimiento de la rica y dilatada herencia retórica. Esta revalorización se inscribe en uno de esos movimientos cíclicos que se repiten a través de la historia de la cultura: la segunda sofística, en la cultura griega; el antiquismo, en la latina; los varios renacimientos medievales y el Renacimiento. En nuestros días, además, podemos identificar dos posturas diferentes de vuelta al pasado: la revitalización de la Antigüedad clásica y la revalorización de la Escolástica.

Los trabajos de recuperación retórica siguen tres líneas: elaboración de inventarios, reedición de textos y análisis de obras fundamentales o sistematización de los conceptos y teorías de una determinada época.

Reedición y traducción de textos

Son múltiples las ediciones de Dionisio de Halicarnaso, Hermógenes, Teón, Aftonio, Platón, Aristóteles, Horacio, Quintiliano, Demetrio, «Longino» que, traducidas a sus respectivas lenguas, aparecen en los Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania, Francia, Italia y otros países. Ya durante el siglo XIX, muchas preceptivas incluyen la Epistola ad Pisones de Horacio. Recordemos, como ejemplos, la de Raimundo de Miguel (1855), las múltiples ediciones de Pedro Felipe Monlau (1886, 7.ª ed.), Salvador Arpa y López (1878), Nicolás Latorre y Pérez, (1893, 6.ª ed.).

A finales del siglo XVIII y a comienzos del XIX, ya se habían publicado traducciones españolas de los tratados europeos más importantes como, por ejemplo, la que hace Juan Bautista Madramany y Carbonell del Arte Poética de Nicolás Boileau Despreau (1787) o Agustín García de Arrieta, de los Principios filosóficos de la literatura o curso razonado de las Bellas Letras y de las Bellas Artes (1798‑1801), o José Luis Munárriz, de las Lecciones sobre Retórica y las Bellas Letras, de Hugo Blair (1817, 3.ª ed.).

En España, además de estos textos clásicos, se reeditan obras importantes escritas en diferentes épocas. A manera de ejemplo podríamos citar algunas: en 1923, E. Sánchez Cantón editó el Arte de trovar, de Enrique de Villena; en 1940, Justo García Soriano, las Cartas Filológicas de Francisco Cascales; en 1953, Alfredo Carballo, la Philosophía Antigua Poética, de López Pinciano; en 1962, La Gaya Ciencia o Silva Copiosísima de consonantes para alivio de trovadores, de Pedro Guillén de Segovia; en 1971, Juana de José Prades, el Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo, de Lope de Vega; en 1974, Isabel M. Cid Sirgado, la Poética, de Ignacio de Luzán; en 1977, el Ministerio de Educación y Ciencia, en facsímil, el Arte Poética Española, de Juan de Rengifo; en 1980, Elena Casas, La retórica en Lengua castellana, de Miguel de Salinas, El Discurso sobre la poesía castellana, de Gonzalo Argote de Molina y la Elocuencia Española en Artes, de Bartolomé Jiménez Patón, las tres obras reunidas en un libro titulado La Retórica en España; en 1983, Joaquín González Cuenca, la parte dedicada a la Retórica de las Etimologías, de San Isidoro; en 1984, Eustaquio Sánchez Salor, el Libro del arte de hablar, y César Chaparro Gómez, el Tratado de Dialéctica y Retórica, ambos de Francisco Sánchez de las Brozas, en 1985, Francisco López Estrada, en un tomo titulado Las poéticas castellanas de la Edad Media, compendia tres textos de extraordinario interés y que difícilmente se habían podido estudiar y contrastar hasta entonces: el «Prologus Baenensis» o prólogo de Juan Alfonso de Baena al Cancionero de este poeta, el «Proemio», del Marqués de Santillana y el Arte de poesía, de Juan del Encina, en 2003, Miguel Ángel Garrido Gallardo -al frente de un equipo de colaboradores- edita una serie de Retóricas españolas del siglo XVI escritas en latín y traducidas al español: las de García Matamoros, Lebrija, Juan de Santiago, Palmireno o Bosulo, entre otros.

Análisis históricos

Durante los últimos cincuenta años han aparecido importantes trabajos históricos, orientados hacia la comprensión de los tratados retóricos de diferentes períodos. Son análisis exegéticos, hermenéuticos y comparativos, cuyo conocimiento resulta imprescindible a la hora de emprender proyectos de modelos más actuales.

Ya en 1948 Ernst Robert Curtius, en su obra Literatura europea y Edad Media Latina dedica un extenso e interesante capítulo a la Retórica en el que expone una abundante información sobre su revalorización y sobre los tratados más importantes de la Antigüedad. Analiza las doctrinas retóricas de San Jerónimo, San Agustín, Casiodoro, San Isidoro, el Ars dictaminis, Wibaldo de Corvey y Juan Salisbury. También describe las relaciones de la Retórica con la pintura y con la música. En el capítulo quinto examina los tópicos más frecuentes y fundamentales: consolación, histórico, falsa modestia, exordio, conclusión, invocación de la naturaleza... (pp. 97‑159).

En 1949 Fernando Lázaro Carreter, en su libro Las ideas lingüísticas en España durante el siglo XVIII, analiza y valora el significado de las aportaciones de obras tan diferentes como el Epítome de la elocuencia española (1692), de Francisco de Artigas, El orador christiano, ideado en tres diálogos, y la Rhetorica (1757), de Gregorio Mayans, y la Filosofía de la elocuencia castellana (1786‑1794), de Antonio de Capmany. Esta información se puede completar con la que ofrecen Prades (1954), Mourelle de Lema (1969), Sebold (1970), Caso González (1972) y, por supuesto, con los abundantes datos recogidos en los dos tomos de la Biblioteca Clásica de la Filología Castellana (1893) del Conde de la Viñaza y en las dos obras, ya clásicas, de Marcelino Menéndez Pelayo, Historia de las ideas Estéticas en España e Historia de los Heterodoxos Españoles. Para Lausberg la Retórica es una ciencia operativa y no meramente especulativa. En su Manual de Retórica Literaria (1960, traducción española en 1966‑1968) y en sus Elementos de Retórica Literaria (1949, traducción española en 1983) concibe la Retórica como «un sistema más o menos estructurado de formas conceptuales y lingüísticas que pueden servir para conseguir el efecto pretendido por el hablante en una situación». En este sentido amplio, Lausberg define la Retórica como «arte de hablar en general», con lo que le confiere una doble dimensión, lingüística y social. Pero la Retórica ha sido, también, tradicionalmente considerada como materia de enseñanza a partir del siglo V antes de Cristo. Esta «Retórica escolar» se ha especializado, según Lausberg, en el discurso de la parte y su objetivo fundamental era la formación de abogados y de políticos. La producción del discurso de la parte queda regulada mediante unas «reglas de arte» (praecepta) que, a su vez, se agrupan en una teoría de la elaboración, que distingue cinco fases en la preparación del discurso: inventio, dispositio, elocutio, memoria y actio. En suma, Lausberg entiende la Retórica como una ciencia lingüístico‑literaria, de orientación filológica.

En 1966 Roland Barthes publica un breve trabajo titulado Recherches Rhétoriques (Communications, n.º 16, Éditions Seuil) que vino a sustituir el estudio clásico de Chainet, La rhétorique et son histoire, del año 1888. Como él mismo afirma, este esquema teórico e histórico es el resultado de una propedéutica personal: el propio Barthes construye su propio saber a partir de los interrogantes que le suscita la «pretendida» muerte de la Retórica.

No se trata tan sólo de un compendio de Retórica. Si bien es cierto que Barthes desciende a los orígenes más remotos de la práctica retórica y estudia su posterior evolución, no es menos verdad que su trabajo supone una relectura muy actual de ese amplio corpus, en el que Barthes plantea ‑e intenta explicar‑ los complejos mecanismos que subyacen en cualquier práctica lingüística.

Así pues, la Retórica es, según Barthes, un «metalenguaje» que tiene por lenguaje‑objeto el «discurso», y se desarrolla en varias prácticas, que se han manifestado y a veces simultaneado, a lo largo de varios siglos. El amplio fenómeno retórico integra, según Barthes, las siguientes prácticas: una técnica o arte (arte de la persuasión), una enseñanza, una ciencia, una práctica social y una práctica lúdica.

Además de la imbricación que establece Barthes entre el sistema retórico de la Antigüedad y los problemas lingüístico-sociales de nuestra época, en su ensayo de 1966 preconiza la existencia de una forma retórica común a diferentes fenómenos y manifestaciones. En su artículo «Rhétorique de l'image» (Communications 4, 1964: 40‑51) se refiere Barthes a una forma retórica que integraría aquellos significantes connotativos que, junto con sus respectivos significados, constituyen una ideología. La Retórica, pues, sería significante de la Ideología.

Esta visión resumida de Barthes se completa con otros trabajos posteriores como los de Weinberg (1961, 1970‑1973), Florescu (1971), Martin (1974), Barilli (1979), Plett (1981), Reboul (1984), Mortara Garavelli (1989), Plebe‑Emanuele (1989), y Bizzell‑Herzberg (1990).

En 1963 Theodor Viehweg publica la obra titulada Topik und Jurisprudenz (C. H. Beck'sche Verlagsbuchhandlung, Múnich, traducción española, 1986), con la que pretende contribuir a la investigación de los fundamentos de la ciencia del derecho. El libro comienza con una breve alusión a Gianbattista Vico quien puso de relieve cómo la estructura espiritual que predominó en la Antigüedad, de la cual es hechura la jurisprudencia, corresponde a la topica. Analiza los modelos de Aristóteles y de Cicerón, y llega a la conclusión de que la topica es una técnica del pensamiento problemático, que fue desarrollada por la Retórica y que es la manifestación de una contextura espiritual, que incluso en sus particularidades se distingue inequívocamente del espíritu deductivo sistemático.

La jurisprudencia, entendida como procedimiento especial de discusión de problemas y como objeto de la ciencia del Derecho exige ineludiblemente que se analice la topica y que se intente el desarrollo de una suficiente teoría de la práctica. Según la opinión del prologuista de la edición española, Eduardo García de Enterría, «en la sencillez de estas páginas, ejemplo magistral científico, se encierra una de las aportaciones más trascendentales de los últimos tiempos a la teoría de la ciencia jurídica» (1964: 41).

Si bien hay que tener en cuenta algunos intentos previos y aislados, puede decirse que el interés por la recuperación de la Retórica va unido en el siglo XX a las corrientes estructuralistas. Uno de sus propulsores, Kibédi Varga (Rhétorique et litérature, 1970, París, Didier) justifica el resurgimiento de la Retórica con las siguientes razones: en primer lugar, por el auge en nuestro siglo de los medios de comunicación y de la publicidad, que encuentra en la Retórica un instrumento idóneo para lograr su objetivo: la persuasión del receptor. En segundo lugar, el hecho de que en el presente siglo hayan quedado superadas las dicotomías «exterior» / «interior» y «objeto» / «sujeto» favorece la vuelta de la Retórica que, como es sabido, opera en gran medida con normas «externas». Y, por último, vendría propiciada por la misma razón de ser del estructuralismo: todo es estructurable.

A partir de este presupuesto, la Retórica tradicional no supone, en modo alguno, una absorción de todos sus elementos: se trata más bien de un reajuste selectivo en el que prevalecen ‑según Kibédi Varga‑ los rasgos siguientes: escasa o nula preocupación por el autor y dedicación primordial a la obra en sí, sobre todo en lo que se refiere a su componente lingüístico. Precisamente esta preocupación hace que se privilegie el tratamiento de la elocutio e incluso dentro de ella, la cuestión del ornatus en detrimento de las otras partes de la enseñanza y de la práctica retórica (véanse, por ejemplo, Barthes, Todorov, Grupo m y, en general, todas las escuelas estructuralistas). Las corrientes post‑estructuralistas, sin embargo, muestran una preocupación más ampliamente integradora en cuanto que tratan de poner de manifiesto las posibilidades que ofrece cada una de las partes de la Retórica y sus diferentes modos de aplicación.

Los cuatro tratados de George A. Kennedy: (1963) The art of persuasion in Greece, (1972) The art of Rhetoric in the Roman World, y (1980) Classical Rhetoric and its Christian and Secular Tradition from Ancient to Modern Times y Greek Rhetoric under Christian Emperors, constituyen una fuente de datos históricos y críticos de obligada referencia.

Antonio Martí, en 1972, publica un trabajo titulado La Preceptiva Retórica Española en el Siglo de Oro en el que esboza el desarrollo de la preceptiva retórica en este período tan importante en las letras de nuestro país. Nunca pierde de vista las conexiones de esta disciplina con la Poética. Divide su estudio en tres partes: la primera trata del Renacimiento y de la influencia de algunos autores en la renovación de la Retórica. La segunda parte analiza la repercusión de las doctrinas del Concilio de Trento, su concepción retórica e, incluso, sus orientaciones metodológicas, y finalmente trata de su decadencia por influencia del conceptismo. Toda esta información se completa con la obra que José Rico Verdú publica un año después con el título La retórica española de los siglos XVI y XVII.

James J. Murphy, en 1974, saca a la luz su obra titulada Rhetoric in the Middle Ages. Como indica en el subtítulo, es una «Historia de la teoría retórica desde San Agustín hasta el Renacimiento» (426 a 1416). Presenta un estudio comparativo de diversas formas en las que los escritores medievales continuaron la tradición preceptiva. Analiza cómo en la predicación, en la versificación, en el género epistolar y en otros campos, el plan del discurso sigue las pautas de la tradición romana. Hace una caracterización de los diversos modelos creados por pensadores como Platón, Aristóteles, Cicerón, Quintiliano, Horacio y San Agustín, quienes sirvieron para formular y para transmitir el pensamiento político, jurídico y apologético.

Este autor ha seguido profundizando después en los orígenes y en el desarrollo de la Retórica clásica. Sus últimos trabajos están recogidos en su obra titulada A Synoptic History of Classical Rhetoric (1983; traducción española, 1988), y en otra obra colectiva editada por él mismo bajo el título Renaissance Eloquence, Studies in the Theory and Practice of Renaissance Rhetoric (1988).

Son importantes también los múltiples trabajos en los que, a partir del año 1975, Luisa López Grigera redescubre los sistemas retóricos que operan como cánones en obras de diferentes autores, principalmente del Siglo de Oro.

Antonio García Berrio en 1975 (2.ª edición, 1988) edita las Tablas poéticas de Cascales. Sus análisis y comentarios críticos constituyen una documentada y completa sistematización de los tópicos fundamentales de la teoría poética del Siglo de Oro.

Posteriormente, en los dos volúmenes titulados La formación de la Teoría Literaria Moderna (1977‑1980), descubre el sistema de la topica poética que sustenta y explica las múltiples poéticas renacentistas y que, al mismo tiempo, sirve de base teórica sobre la que se asienta la Poética europea moderna. Constituye, sin duda alguna, el esquema general de la teoría estético‑literaria europea renacentista más completo y fundamentado. Es un instrumento indispensable para la reconstrucción y para la rehabilitación de las líneas maestras del sistema estético que sostiene y explica algunas de las peculiaridades de la práctica artística contemporánea.

Se trata de un estudio de la recepción horaciana durante las épocas renacentista, manierista y barroca. En la primera parte estudia la constitución del «patrón» italiano tal como se difunde y amplía por España y por toda Europa. En la segunda analiza un rico arsenal de tratados italianos de Retórica.

En el segundo volumen, también dividido en dos libros, detalla minuciosamente la huella del Arte horaciano en diferentes obras de teoría literaria del Siglo de Oro español, tanto del Clasicismo renacentista como del Manierismo y del Barroco.

Kurt Spang, en sus obras Fundamentos de Retórica (1979, 1991) y Persuasión. Fundamentos de Retórica (2005), destaca el esfuerzo de rehabilitación de la Retórica efectuado durante los últimos años, pese al lastre peyorativo que, desde el Romanticismo, la ha venido hundiendo hasta mediados del presente siglo. La razón de este resurgimiento se halla, según Spang, en la misma razón que determinó su aparición: enseñar el arte del buen decir, sólo que en nuestros días, adquiere una vocación más claramente interdisciplinar y extiende sus objetivos a «la cibernética, la sociología, las ciencias de la información y de la comunicación» (p. 16) con una doble finalidad: «como materia de investigación y como instrumento de creación y de análisis» (ibidem).

Así pues, la Nueva Retórica se distancia de la tradicional, a juicio de Spang, principalmente por la extensión de su objeto. La Nueva Retórica ya no sólo alcanza la dimensión literaria: puede hablarse en nuestros días de una retórica del cine, de una retórica de la publicidad (campo que estudia Spang en uno de los capítulos de este libro), de una retórica de la imagen, de una retórica política y, desde luego, de una retórica general; expresión que, sin embargo, y como hemos visto, ha sido entendida de modo diverso durante los últimos treinta años.

Una de las contribuciones más notables al estudio del arte oratoria durante los siglos XVI y XVII es la obra de Marc Fumaroli titulada L'âge de l'éloquence (Rhétorique et «res literaria» de la Renaissance au seuil de l'époque classique) publicada el año 1980. Apoyándose en una extensa y densa bibliografía, Fumaroli fundamenta el desarrollo de la oratoria europea (especialmente en Francia) y sus rasgos peculiares en la influencia ejercida por conocidos tratados de la Antigüedad, así como en la concomitancia de determinados acontecimientos históricos, políticos, sociales y religiosos.

El año 1984 aparece Le figure della Retorica, obra conjunta de Andrea Battistini y Ezio Raimondi. Es una historia sub specie rhetorica de la literatura italiana desde Agostino a Umberto Eco. Es importante, sin duda alguna, la investigación de Esteban Torre sobre las fuentes de la teoría lingüística y literaria del Renacimiento español. En su libro Sobre lengua y literatura en el pensamiento científico español (1984), examina y sistematiza los contenidos de los tratados específicos ‑Gramáticas, Poéticas, Retóricas, Comentarios, Prólogos‑ y, también, de libros de otras materias que, relacionadas directamente con el poder y con la belleza de la palabra, son imprescindibles para su mejor uso y comprensión. De una manera especial, analiza y valora las doctrinas de Gómez Pereira, Huarte de San Juan y Francisco Sánchez el Escéptico, los tres médicos filósofos que, con justicia, han sido considerados como precursores de Bacon y de Descartes.

A. Porqueras Mayo, en su obra La teoría poética en el Renacimiento y Manierismo españoles (1986), recoge los textos más significativos de teoría poética que van desde el Cancionero de Baena hasta el prólogo del licenciado Enrique Duarte a Versos de Fernando de Herrera. Reproduce extensos fragmentos de las poéticas oficiales (Sánchez de Lima, Díaz Rengifo, Pinciano, Carvallo, Carrillo, Cascales...), las teorías de importantes escritores (Herrera, Cervantes, Lope de Vega, Suárez de Figueroa...), textos de considerable interés histórico y difícilmente asequibles como uno procedente de un manuscrito inédito que se debe a Gaspar de Aguilar, los pronunciamientos teóricos de Alejo de Venegas, Hernando de Sotos y Diego Dávalos.

La obra de Bice Mortara Garavelli (1989, traducción española en 1991) es, como indica el título, un Manual de Retórica que pretende proporcionar un instrumento informativo sobre los principales temas de la Retórica clásica y de sus huellas actuales. Los ejemplos ilustrativos y las definiciones abarcan, no sólo el discurso «suntuoso» de la literatura o de la oratoria, sino también los textos orales y escritos de la conversación coloquial y los mensajes publicitarios de la radio y de la televisión. De este mismo año 1989 es también el Manuale di retorica de Armando Plebe y de Pietro Emanuele: en forma sucinta y clara traza un esquema histórico de la Retórica, ofrece un repertorio de sus técnicas principales y propone una redefinición del papel fundamental de esta disciplina en el ámbito de las ciencias humanistas.

Elena Artaza, en su libro El Ars narrandi en el siglo XVI español. Teoría y práctica (1989), ha estudiado la influencia decisiva que la normativa retórica ejerció tanto en la formación de los escritores españoles del Siglo de Oro como en la génesis de sus obras. Desde este presupuesto y aceptando que, dentro de la uniformidad de los modelos retóricos, aparecen a menudo divergencias, Elena Artaza elige uno de los aspectos de la Retórica, la narratio, por la afinidad que presenta con la obra literaria y, en especial, con la novela. Tras el rastreo y selección de modelos seguidos por los escritores españoles durante este siglo, la autora identifica las preferencias de los retóricos españoles renacentistas y la evolución de las mismas a lo largo del siglo XVI.

En su obra Teoría del lenguaje literario (1988), José María Pozuelo reconoce y valora positivamente la influencia del legado de la Retórica clásica en la constitución de la posterior consideración inmanentista de la lengua literaria. El balance que efectúa de las aportaciones de la Neorretórica a la descripción de los recursos de la lengua literaria en el ámbito de la elocutio y su apertura programática, en la línea de García Berrio, a la inventio y a la dispositio, ofrecen pistas válidas para la consolidación de la Retórica como punto de encuentro interdisciplinar y como cimiento firme para la reconstrucción humanística.

En su libro Del Formalismo a la Neorretórica (1988) desarrolla una argumentación de la tesis enunciada en el título: la teoría literaria deberá construir su futuro «desde el formalismo a la neorretórica». La obra es un intento ‑logrado‑ por discernir las aportaciones válidas para identificar los aspectos positivos de las teorías más importantes y para mostrar cómo las sucesivas corrientes, en apariencia antagónicas, aportan visiones complementarias integrables en una concepción totalizadora y humanista. Su análisis se apoya en el convencimiento de que el avance real de los estudios literarios no habrá de seguirse de la impugnación que los movimientos nuevos hagan de los anteriores sino, por el contrario, acertando a incorporar las sucesivas aportaciones.

En la relectura que Pozuelo efectúa de la Retórica se asigna un papel primordial a la dispositio. Es en este ámbito, afirma, donde se abre un futuro esperanzador para la Retórica, con tal de que se deje paso a un proyecto totalizador que abarque, de un lado el análisis de los tres tipos de Neorretórica (Escuela de Bruselas, Estructuralista y Retórica general textual) y, de otro, las posibilidades que actualmente se abren con la Lingüística del texto y con la Pragmática.

Los críticos de Chicago, tanto de la primera como de la segunda generación, han seguido una línea intelectual coherente con el planteamiento aristotélico. Desde el estudio de la bibliografía se observa, como indica F. J. García Rodríguez (VV. AA., 1993: 47), el interés por la integración de la Retórica dentro del paradigma intelectual aristotélico, el análisis de la degradación sufrida por la Retórica en la Edad Media y la recuperación, desde nuevas perspectivas, de esta disciplina en su dimensión técnica y ética en las últimas aportaciones de W. Booth.

El progresivo y renovador impulso que ha experimentado el estudio de la Retórica durante la segunda mitad del siglo XX lo patentiza y lo estimula la International Society of Rhetoric fundada en Zúrich el 30 de junio de 1977, que promueve el estudio de la teoría y la práctica retóricas en todos los períodos de la historia y en todas las lenguas. Sus congresos -celebrados cada dos años en diferentes países europeos y norteamericanos-, sus conferencias internacionales y la revista Rhetorica, editada por la Universidad de California, sirven de plataforma para el trasvase de informaciones y de foro de debate para la discusión de cuestiones científicas de actualidad.

Esta labor de recuperación y revitalización de la Retórica, patente especialmente en el último tercio del siglo XX, se ha venido intensificando durante los últimos años en España, fundamentalmente desde los ámbitos de Filología Clásica y los de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada. Marcó un hito fundamental la celebración del 19.º centenario de la Institutio Oratoria de Quintiliano con un Congreso Internacional (celebrado entre Madrid y Calahorra en 1995), en el que se puso de manifiesto el interés que la Retórica -de ayer y de hoy- despierta entre numerosos intelectuales, tal como se muestra en los tres volúmenes de las Actas de dicho Congreso, publicadas en 1998 por los Profesores Albaladejo, Del Río y Caballero.

Debemos citar, además, la importante contribución de numerosos profesores de diversas Universidades y Centros de Investigación españoles que, al frente de diversos especialistas, se han dedicado a investigar, traducir, editar y dar a conocer no sólo numerosos tratados de la Antigüedad, sino a conectar las diversas líneas trazadas por la Antigua Retórica con la situación actual o a reflexionar sobre diferentes aspectos de la Retórica: Antonio López Eire (Universidad de Salamanca), como creador y director de la Revista Logo e impulsor de Congresos en torno a la Retórica antigua y moderna; Antonio Alberte Alberte (Universidad de Málaga), estudioso de la Retórica latina, Juan Lorenzo Lorenzo (Universidad Complutense), especialista en la obra de Lebrija, José María Maestre y Luis Charlo (Universidad de Cádiz), Maite Muñoz García de Iturrospe, Guadalupe Lopetegui Semperena y Elena Redondo Moyano (Universidad del País Vasco), Francisco Chico Rico (Universidad de Alicante) o la recuperación, traducción y edición de tratados renacentistas en latín llevada a cabo por el Profesor Garrido Gallardo (CSIC), por los Profesores Paraíso y Pujante (Universidad de Valladolid), dedicados, respectivamente, al estudio de manuales de Retórica y Poética aparecidos entre los siglos XVI y XIX, y a la edición de las Instituciones Oratorias de Quintiliano, así como al análisis de oratoria política. En 1994 los profesores de la Universidad de Cádiz José Antonio Hernández Guerrero y María del Carmen García Tejera publicaron una Historia breve de la Retórica, en la que se resume de manera casi esquemática la integridad del dilatado y zigzagueante recorrido de esta disciplina. Desde la misma Universidad de Cádiz, el Profesor José Antonio Hernández Guerrero coordina el grupo ERA (Estudios de Retórica Actual) que celebra anualmente un Seminario -dedicado a la figura de Emilio Castelar- en el que se debaten y analizan numerosas propuestas de teoría y práctica de la Retórica.

Creemos que esta profundización en el conocimiento de la Historia de la Retórica, uno de los patrimonios más valiosos de nuestra civilización occidental, ha sido propiciada, no sólo por la adopción de nuevas actitudes y técnicas historiográficas, sino también por la aplicación de teorías semióticas y lingüísticas científicas y, sobre todo, por la aparición de condiciones socioeconómicas, políticas y culturales favorables. Pensamos que la situación histórica en que nos encontramos nos permite augurar un nuevo renacimiento retórico apoyado en presupuestos científicos y en principios éticos más humanos.

Bibliografía citada:

Todas las obras que aparecen en esta introducción figuran en las siguientes publicaciones de José Antonio Hernández Guerrero y María del Carmen García Tejera:

  • 1994: Historia breve de la Retórica, Madrid, Síntesis.
  • 2005: Teoría, Historia y Práctica del comentario literario, Barcelona, Ariel.
  • 2008, 3.ª: El arte de hablar. Manual de Retórica Práctica y de Oratoria Moderna, 2004, Barcelona, Ariel.
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