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[ XXIII ]



I

ArribaAbajo   Unos con la calumnia le mancharon,
otros falsos amores le han mentido,
y aunque dudo si algunos le han querido,
de cierto sé que todos le olvidaron.

   Solo sufrió, sin gloria ni esperanza,  5
cuanto puede sufrir un ser viviente;
¿por qué le preguntáis qué amores siente
y no qué odios alientan su venganza?


II

   Si para que se llene y se desborde
el inmenso caudal de los agravios,  10
quieren que nunca hasta sus labios llegue
más que el duro y amargo
pan, que el mendigo con dolor recoge
y ablanda con su llanto,
sucumbirá por fin, como sucumben  15
los buenos y los bravos
cuando en batalla desigual les hiere
la mano del cobarde o del tirano.

   Y ellos entonces vivirán dichosos
su victoria cantando,  20
como el cárabo canta en su agujero
y la rana en su charco.
Mas en tanto ellos cantan... -¡muchedumbre
que nace y muere en los paternos campos
siempre desconocida y siempre estéril!-  25
triste la patria seguirá llorando,
siempre oprimida y siempre
de la ruindad y la ignorancia pasto.




[ XXIV ]


ArribaAbajo   En su cárcel de espinos y rosas
cantan y juegan mis pobres niños,
hermosos seres, desde la cuna
por la desgracia ya perseguidos.

   En su cárcel se duermen soñando  5
cuán bello es el mundo cruel que no vieron,
cuán ancha la tierra, cuán hondos los mares,
cuán grande el espacio, qué breve su huerto.

   Y le envidian las alas al pájaro
que traspone las cumbres y valles,  10
y le dicen: -¿Qué has visto allá lejos,
golondrina que cruzas los aires?

   Y despiertan soñando, y dormidos
soñando se quedan
que ya son la nube flotante que pasa  15
o ya son el ave ligera que vuela
tan lejos, tan lejos del nido, cual ellos
de su cárcel ir lejos quisieran.

   -¡Todos parten! -exclaman-. ¡Tan sólo,
tan sólo nosotros nos quedamos siempre!  20
¿Por qué quedar, madre, por qué no llevarnos
donde hay otro cielo, otro aire, otras gentes?

   Yo, en tanto, bañados mis ojos, les miro
y guardo silencio, pensando: -En la tierra
¿adónde llevaros, mis pobres cautivos,  25
que no hayan de ataros las mismas cadenas?
Del hombre, enemigo del hombre, no puede
libraros, mis ángeles, la egida materna.




[ XXV ]


ArribaAbajo   Ya no mana la fuente, se agotó el manantial;
ya el viajero allí nunca va su sed a apagar.

   Ya no brota la hierba, ni florece el narciso,
ni en los aires esparcen su fragancia los lirios.

   Sólo el cauce arenoso de la seca corriente  5
le recuerda al sediento el horror de la muerte.

   ¡Mas no importa!; a lo lejos otro arroyo murmura
donde humildes violetas el espacio perfuman.

   Y de un sauce el ramaje, al mirarse en las ondas,
tiende en torno del agua su fresquísima sombra.  10

   El sediento viajero que el camino atraviesa,
humedece los labios en la linfa serena
del arroyo que el árbol con sus ramas sombrea,
y dichoso se olvida de la fuente ya seca.




[ XXVI ]


ArribaAbajo   Cenicientas las aguas, los desnudos
árboles y los montes cenicientos;
parda la bruma que los vela y pardas
las nubes que atraviesan por el cielo;
triste, en la tierra, el color gris domina,  5
¡el color de los viejos!

   De cuando en cuando de la lluvia el sordo
rumor suena, y el viento
al pasar por el bosque
silba o finge lamentos  10
tan extraños, tan hondos y dolientes
que parece que llaman por los muertos.

   Seguido del mastín, que helado tiembla,
el labrador, envuelto
en su capa de juncos, cruza el monte;  15
el campo está desierto,
y tan sólo en los charcos que negrean
del ancho prado entre el verdor intenso
posa el vuelo la blanca gaviota,
mientras graznan los cuervos.  20

    Yo desde mi ventana,
que azotan los airados elementos,
regocijada y pensativa escucho
el discorde concierto
simpático a mi alma...  25
¡Oh, mi amigo el invierno!,
mil y mil veces bien venido seas,
mi sombrío y adusto compañero.
¿No eres acaso el precursor dichoso
del tibio mayo y del abril risueño?  30

   ¡Ah, si el invierno triste de la vida,
como tú de las flores y los céfiros,
también precursor fuera de la hermosa
y eterna primavera de mis sueños...!




[ XXVII ]



I

ArribaAbajo   Era la última noche,
la noche de las tristes despedidas,
y apenas si una lágrima empañaba
sus serenas pupilas.
Como el criado que deja  5
al amo que le hostiga,
arreglando su hatillo, murmuraba
casi con la emoción de la alegría:

   -¡Llorar! ¿Por qué? Fortuna es que podamos
abandonar nuestras humildes tierras;  10
el duro pan que nos negó la patria,
por más que los extraños nos maltraten,
no ha de faltarnos en la patria ajena.

   Y los hijos contentos se sonríen,
y la esposa, aunque triste, se consuela  15
con la firme esperanza
de que el que parte ha de volver por ella.
Pensar que han de partir, ése es el sueño
que da fuerza en su angustia a los que quedan;
cuánto en ti pueden padecer, oh, patria,  20
¡si ya tus hijos sin dolor te dejan!


II

    Como a impulsos de lenta
enfermedad, hoy cien, y cien mañana,
hasta perder la cuenta,
racimo tras racimo se desgrana.  25

   Palomas que la zorra y el milano
a ahuyentar van, del palomar nativo
parten con el afán del fugitivo,
y parten quizás en vano.

   Pues al posar el fatigado vuelo  30
acaso en el confín de otra llanura,
ven agostarse el fruto que madura,
y el águila cerniéndose en el cielo.




[ XXVIII ]


¡Volved!



I

ArribaAbajo    Bien sabe Dios que siempre me arrancan tristes lágrimas
aquellos que nos dejan,
pero aún más me lastiman y me llenan de luto
los que a volver se niegan.
   ¡Partid, y Dios os guíe!..., pobres desheredados,  5
para quienes no hay sitio en la hostigada tierra;
partid llenos de aliento en pos de otro horizonte,
pero... volved más tarde al viejo hogar que os llama.

   Jamás del extranjero el pobre cuerpo inerte,
como en la propia tierra en la ajena descansa.  10


II
    Volved, que os aseguro
que al pie de cada arroyo y cada fuente
de linfa trasparente
donde se reflejó vuestro semblante,
y en cada viejo muro  15
que os prestó sombra cuando niños erais
y jugabais inquietos,
y que escuchó más tarde los secretos
del que ya adolescente
o mozo enamorado,  20
en el soto, en el monte y en el prado,
dondequiera que un día
os guió el pie ligero...,
yo os lo digo y os juro
que hay genios misteriosos  25
que os llaman tan sentidos y amorosos
y con tan hondo y dolorido acento,
que hacen más triste el suspirar del viento
cuando en las noches del invierno duro
de vuestro hogar, que entristeció el ausente,  30
discurren por los ámbitos medrosos,
y en las eras sollozan silenciosos,
y van del monte al río
llenos de luto y siempre murmurando:
«¡Partieron...! ¿Hasta cuándo?  35
¡Qué soledad! ¿No volverán, Dios mío?»

   Tornó la golondrina al viejo nido,
y al ver los muros y el hogar desierto,
preguntóle a la brisa: -¿Es que se han muerto?
Y ella en silencio respondió: -¡Se han ido  40
como el barco perdido
que para siempre ha abandonado el puerto!




[ XXIX ]


ArribaAbajo   Camino blanco, viejo camino,
desigual, pedregoso y estrecho,
donde el eco apacible resuena
del arroyo que pasa bullendo,
y en donde detiene su vuelo inconstante,  5
o el paso ligero,
de la fruta que brota en las zarzas
buscando el sabroso y agreste alimento,
el gorrión adusto,
los niños hambrientos,  10
las cabras monteses
y el perro sin dueño...
   Blanca senda, camino olvidado,
¡bullicioso y alegre otro tiempo!,
del que solo y a pie de la vida  15
va andando su larga jornada, más bello
y agradable a los ojos pareces
cuanto más solitario y más yermo.
   Que al cruzar por la ruta espaciosa
donde lucen sus trenes soberbios  20
los dichosos del mundo, descalzo,
sudoroso y de polvo cubierto,
¡qué extrañeza y profundo desvío
infunde en las almas el pobre viajero!




[ XXX ]


ArribaAbajo   Aún parece que asoman, tras del Miranda altivo,
de mayo los albores, ¡y pasó ya setiembre!
Aún parece que torna la errante golondrina,
y en pos de otras regiones ya el raudo vuelo tiende.

   Ayer flores y aromas, ayer canto de pájaros  5
y mares de verdura y de doradas mieses;
hoy nubes que sombrías hacia Occidente avanzan,
el brillo del relámpago y el eco del torrente.

   Pasó, pasó el verano rápido, como pasa
un venturoso sueño del amor en la fiebre,  10
y ya secas las hojas en las ramas desnudas,
tiemblan descoloridas esperando la muerte.

   ¡Ah, cuando en esas noches tormentosas y largas
la luna brille a intervalos sobre la blanca nieve,
¡de cuántos, que dichosos ayer la contemplaron,  15
alumbrarán la tumba sus rayos transparentes!




[ XXXI ]


ArribaAbajo   Cerrado capullo de pálidas tintas,
modesta hermosura de frente graciosa,
¿por quién has perdido la paz de tu alma?
¿a quién regalaste la miel de tu boca?

   A quien te detesta quizás, y le causan  5
enojo tus labios de cándido aroma,
porque busca la rosa encendida
que abre al sol de la tarde sus hojas.




[ XXXII ]


ArribaAbajo   En sus ojos rasgados y azules,
donde brilla el candor de los ángeles,
ver creía la sombra siniestra
de todos los males.

   En sus anchas y negras pupilas,  5
donde luz y tinieblas combaten,
ver creía el sereno y hermoso
resplandor de la dicha inefable.

   Del amor espejismos traidores,
risueños, fugaces...  10
cuando vuestro fulgor sobrehumano
se disipa... ¡qué densas, qué grandes
son las sombras que envuelven las almas
a quienes con vuestros reflejos cegasteis!




[ XXXIII ]


ArribaAbajo   Fue cielo de su espíritu, fue sueño de sus sueños,
y vida de su vida, y aliento de su aliento;
y fue, desde que rota cayó la venda al suelo,
algo que mata el alma y que envilece el cuerpo.

   De la vida en la lucha perenne y fatigosa,  5
siempre el ansia incesante y el mismo anhelo siempre;
que no ha de tener término sino cuando, cerrados,
ya duerman nuestros ojos el sueño de la muerte.




[ XXXIV ]


ArribaAbajo   -Te amo... ¿por qué me odias?
-Te odio... ¿por qué me amas?
Secreto es éste el más triste
y misterioso del alma.

   Mas ello es verdad... ¡Verdad  5
dura y atormentadora!
-Me odias, porque te amo;
te amo, porque me odias.




[ XXXV ]


ArribaAbajo   Nada me importa, blanca o negra mariposa,
que dichas anunciándome o malhadadas nuevas,
en torno de mi lámpara o de mi frente en torno,
os agitéis inquietas.

   La venturosa copa del placer para siempre  5
rota a mis pies está,
y en la del dolor llena... ¡llena hasta desbordarse!,
ni penas ni amarguras pueden caber ya más.




[ XXXVI ]


ArribaAbajo   Muda la luna y como siempre pálida,
mientras recorre la azulada esfera
seguida de su séquito
de nubes y de estrellas,
rencorosa despierta en mi memoria  5
yo no sé qué fantasmas y quimeras.

   Y con sus dulces misteriosos rayos
derrama en mis entrañas tanta hiel,
que pienso con placer que ella, la eterna,
ha de pasar también.  10




[ XXXVII ]


ArribaAbajo   Nos dicen que se adoran la aurora y el crepúsculo,
mas entre el sol que nace y el que triste declina,
medió siempre el abismo que media entre la cuna
y el sepulcro en la vida.

   Pero llegará un tiempo quizás, cuando los siglos  5
no se cuenten y el mundo por siempre haya pasado,
en el que nunca tornen tras de la noche el alba
ni se hunda entre las sombras del sol el tibio rayo.

   Si de lo eterno entonces en el mar infinito
todo aquello que ha sido ha de vivir más tarde,  10
acaso alba y crepúsculo, si en lo inmenso se encuentran,
en uno se confundan para no separarse.

   Para no separarse... ¡Ilusión bienhechora
de inmortal esperanza, cual las que el hombre inventa!
Mas ¿quién sabe si en tanto hacia su fin caminan,  15
como el hombre, los astros con ser eternos sueñan?




[ XXXVIII ]


ArribaAbajo   Una sombra tristísima, indefinible y vaga
como lo incierto, siempre ante mis ojos va
tras de otra vaga sombra que sin cesar la huye,
corriendo sin cesar.
Ignoro su destino... mas no sé por qué temo  5
al ver su ansia mortal,
que ni han de parar nunca, ni encontrarse jamás.




[ XXXIX ]


Las canciones que oyó la niña



Una

ArribaAbajo    Tras de los limpios cristales
se agitaba la blanca cortina,
y adiviné que tu aliento
perfumado la movía.

   Sola estabas en tu alcoba,  5
y detrás de la tela blanquísima
te ocultabas, ¡cruel!, a mis ojos...
mas mis ojos te veían.

   Con cerrojos cerraste la puerta,
pero yo penetré en tu aposento  10
a través de las gruesas paredes,
cual penetran los espectros;
porque no hay para el alma cerrojos,
ángel de mis pensamientos.

   Codicioso admiré tu hermosura,  15
y al sorprender los misterios
que a mis ojos velabas... ¡perdóname!,
te estreché contra mi seno.
   Mas... me ahogaba el aroma purísimo
que exhalabas de tu pecho,  20
y hube de soltar mi presa
lleno de remordimiento.

    Te seguiré adonde vayas,
aunque te vayas muy lejos,
y en vano echarás cerrojos  25
para guardar tus secretos;
porque no impedirá que mi espíritu
pueda llegar hasta ellos.

   Pero... ya no me temas, bien mío,
que, aunque sorprenda tu sueño,  30
y aunque en tanto estés dormida
a tu lado me tienda en tu lecho,
contemplaré tu semblante,
mas no tocaré tu cuerpo,
pues lo impide el aroma purísimo  35
que se exhala de tu seno.
Y como ahuyenta la aurora
los vapores soñolientos
de la noche callada y sombría,
así ahuyenta mis malos deseos.  40


Otra

   Hoy uno y otro mañana,
rodando, rodando el mundo,
si cual te amé no amaste todavía,
al fin ha de llegar el amor tuyo.

   ¡Y yo no quiero que llegue...  45
ni que ames nunca, cual te amé, a ninguno;
antes que te abras de otro sol al rayo,
véate yo secar, fresco capullo!




[ XL ]


La canción que oyó en sueños el viejo


ArribaAbajo    A la luz de esa aurora primaveral, tu pecho
vuelve a agitarse ansioso de glorias y de amor.
¡Loco...!, corre a esconderte en el asilo oscuro
donde ya no penetra la viva luz del sol.

   Aquí tu sangre torna a circular activa,  5
y tus pasiones tornan a rejuvenecer...
huye hacia el antro en donde aguarda resignada
por la infalible muerte la implacable vejez.

   Sonrisa en labio enjuto hiela y repele a un tiempo;
flores sobre un cadáver causan al alma espanto;  10
ni flores, ni sonrisas, ni sol de primavera
busques cuando tu vida llegó triste a su ocaso.




[ XLI ]



I

ArribaAbajo   Su ciega y loca fantasía corrió arrastrada por el vértigo,
tal como arrastra las arenas el huracán en el desierto.

   Y cual halcón que cae herido en la laguna pestilente,
cayó en el cieno de la vida, rotas las alas para siempre.

   Mas aun sin alas cree o sueña que cruza el aire, los espacios,  5
y aun entre el lodo se ve limpio, cual de la nieve el copo blanco.


II

   No maldigáis del que, ya ebrio, corre a beber con nuevo afán;
su eterna sed es quien le lleva hacia la fuente abrasadora,
cuanto más bebe, a beber más.

   No murmuréis del que rendido ya bajo el peso de la vida  10
quiere vivir y aun quiere amar;
la sed del beodo es insaciable, y la del alma lo es aún más.


III

   Cuando todos los velos se han descorrido
y ya no hay nada oculto para los ojos,
ni ninguna hermosura nos causa antojos,  15
ni recordar sabemos que hemos querido,
aún en lo más profundo del pecho helado,
como entre las cenizas la chispa ardiente,
con sus puras sonrisas de adolescente,
vive oculto el fantasma del bien soñado.  20




[ XLII ]


ArribaAbajo   En el alma llevaba un pensamiento,
una duda, un pesar,
tan grandes como el ancho firmamento
tan hondos como el mar.

   De su alma en lo más árido y profundo,  5
fresca brotó de súbito una rosa,
como brota una fuente en el desierto,
o un lirio entre las grietas de una roca.




[ XLIII ]


ArribaAbajo   Cuando en las nubes hay tormenta
suele también haberla en su pecho;
mas nunca hay calma en él, aun cuando
la calma reine en tierra y cielo;
porque es entonces cuando torvos  5
cual nunca riñen sus pensamientos.




[ XLIV ]


ArribaAbajo   Desbórdanse los ríos si engrosan su corriente
los múltiples arroyos que de los montes bajan;
y cuando de las penas el caudal abundoso
se aumenta con los males perennes y las ansias,
¿cómo contener, cómo, en el labio la queja?,  5
¿cómo no desbordarse la cólera en el alma?




[ XLV ]


ArribaAbajo   Busca y anhela el sosiego...,
mas... ¿quién le sosegará?
Con lo que sueña despierto,
dormido vuelve a soñar;
que hoy, como ayer y mañana  5
cual hoy en su eterno afán
de hallar el bien que ambiciona
-cuando sólo encuentra el mal-
siempre a soñar condenado,
nunca puede sosegar.  10




[ XLVI ]


ArribaAbajo   ¡Aturde la confusa gritería
que se levanta entre la turba inmensa!
Ya no saben qué quieren ni qué piden;
mas embriagados de soberbia, buscan
un ídolo o una víctima a quien hieran.  5

   Brutales son sus iras,
y aun quizás mas brutales sus amores;
no provoquéis al monstruo de cien brazos,
como la ciega tempestad terrible,
ya ardiente os ame o fríamente os odie.  10




[ XLVII ]


ArribaAbajo   Cuando sopla el Norte duro
y arde en el hogar el fuego,
y ellos pasan por mi puerta
flacos, desnudos y hambrientos,
el frío hiela mi espíritu,  5
como debe helar su cuerpo,
y mi corazón se queda,
al verles ir sin consuelo,
cual ellos, opreso y triste,
desconsolado cual ellos.  10

   Era niño y ya perdiera
la costumbre de llorar;
la miseria seca el alma
y los ojos además;
era niño y parecía  15
por sus hechos viejo ya.

   Experiencia del mendigo,
era precoz como el mal,
implacable como el odio,
dura como la verdad.  20




[ XLVIII ]


ArribaAbajo   De la vida entre el múltiple conjunto de los seres,
no, no busquéis la imagen de la eterna belleza,
ni en el contento y harto seno de los placeres,
ni del dolor acerbo en la dura aspereza.

   Ya es átomo impalpable o inmensidad que asombra,  5
aspiración celeste, revelación callada;
la comprende el espíritu y el labio no la nombra,
y en sus hondos abismos la mente se anonada.




[ XLIX ]



I

ArribaAbajo   Quisiera, hermosa mía,
a quien aun más que a Dios amo y venero,
ciego creer que este tu amor primero,
ser por mi dicha el último podría.
Mas...
-¡Qué! ¡Gran Dios, lo duda todavía!
 5

    -¡Oh!, virgen candorosa,
¿por qué no he de dudarlo al ver que muero
si aun viviendo también lo dudaría?

    -Tu sospecha me ofende,
y tanto me lastima y me sorprende  10
oírla de tu labio,
que pienso llegaría
a matarme lo injusto del agravio.

   -¡A matarla! ¡La hermosa criatura
que apenas cuenta quince primaveras...!  15
¡Nunca...! ¡Vive, mi santa, y no te mueras!

   -Mi corazón de asombro y dolor llenas.

    -¡Ah!, siento más tus penas que mis penas.

    -¿Por qué, pues, me hablas de morir?
-¡Dios mío!
¿Por qué ya del sepulcro el viento frío  20
lleva mi nave al ignorado puerto?

   -¡No puede ser...! Mas oye: ¡vivo o muerto,
tú solo y para siempre...! Te lo juro.

   -No hay por qué jurar; mas si tan bello
sueño al fin se cumpliera, sin enojos  25
cerrando en paz los fatigados ojos,
fuera a esperarte a mi sepulcro oscuro.
Pero... es tan inconstante y tan liviano
el flaco y débil corazón humano,
que lo pienso, alma mía, y te lo digo,  30
serás feliz más tarde o más temprano.

   Y en tanto ella llorando protestaba,
y él sonriendo, irónico y sombrío,
en sus amantes brazos la estrechaba,
cantaba un grillo en el vecino muro,  35
y cual mudo testigo,
la luna, que en el cielo se elevaba,
sobre ambos reflejaba
su fulgor siempre casto y siempre amigo.


II

   De polvo y fango nacidos,  40
fango y polvo nos tornamos:
¿por qué, pues, tanto luchamos
si hemos de caer vencidos?

   Cuando esto piensa humilde y temerosa,
como tiembla la rosa  45
del viento al soplo airado,
tiembla y busca el rincón más ignorado
para morir en paz si no dichosa.


III

   Los astros son innúmeros, al cielo
no se le encuentra fin,  50
y este pequeño mundo que habitamos,
y que parece un punto en el espacio,
inmenso es para mí.

    Después... tantos y tantos
cual las arenas del profundo mar,  55
seres que nacen a la vida, y seres
que sin parar su rápida carrera,
incierta siempre, vienen o se van.

   Que se van o se mueren, esta duda
es en verdad cruel;  60
pero ello es que nos vamos o nos dejan,
sin saber si después de separarnos
volveremos a hallamos otra vez.


IV

    Y como todo al cabo
tarde o temprano en este mundo pasa,  65
lo que al principio eterno parecía,
dio término a la larga.
   ¿Le mataron acaso, o es que se ha muerto
de suyo aquello que quedará aún vivo?
Imposible es saberlo, como nadie  70
sabe al quedar dormido,
en qué momento ha aprisionado el sueño
sus despiertos sentidos.


V

   ¡Que cuándo le ha olvidado!
¿Quién lo recuerda en la mudable vida,  75
ni puede asegurar si es que la herida
del viejo amor con otro se ha curado?

   ¡Transcurrió el tiempo! -inevitable era
que transcurriese-, y otro amante vino
a hacerse cauteloso su camino  80
por donde el muerto amante ya lo hiciera.


VI

   De pronto el corazón con ansia extrema,
mezclada a un tiempo de placer y espanto,
latió, mientras su labio murmuraba:
-¡No, los muertos no vuelven de sus antros...!  85

   Él era y no era él, mas su recuerdo,
dormido en lo profundo
del alma, despertóse con violencia
rencoroso y adusto.

   -No soy yo, ¡pero soy! -murmuró el viento-,  90
y vuelvo, amada mía,
desde la eternidad para dejarte
ver otra vez mi incrédula sonrisa.

   -¡Aún has de ser feliz! -te dije un tiempo,
cuando me hallaba al borde de la tumba-.  95
Aún has de amar; y tú, con fiero enojo,
me respondiste: -¡Nunca!

   -¡Ah!, ¿del mudable corazón has visto
los recónditos pliegues?-,
volví a decirte; y tú, llorando a mares,  100
repetiste: -Tú solo, y para siempre.

   Después, era una noche como aquéllas,
y un rayo de la luna, el mismo acaso
que a ti y a mí nos alumbró importuno,
os alumbraba a entrambos.  105

   Cantaba un grillo en el vecino muro,
y todo era silencio en la campiña;
¿no te acuerdas, mujer? Yo vine entonces,
sombra, remordimiento o pesadilla.

   Mas tú, engañada recordando al muerto,  110
pero también del vivo enamorada,
te olvidaste del cielo y de la tierra
y condenaste el alma.

    Una vez, una sola,
aterrada volviste de ti misma,  115
como para sentir mejor la muerte
de la sima al caer vuelve la víctima.

   Y aun entonces, ¡extraño cuanto horrible
reflejo del pasado!,
el abrazo convulso de tu amante  120
te recordó, mujer, nuestros abrazos.

   ¡Aún has de ser feliz! -te dije un tiempo
y me engañé; no puede
serlo quien lleva la traición por guía,
y a su sombra mortífera se duerme.  125

   -¡Aún has de amar! -te repetí, y amaste,
y protector asilo
diste, desventurada, a una serpiente
en aquel corazón que fuera mío.

   Emponzoñada estás, odios y penas  130
te acosan y persiguen,
y yo casi con lástima contemplo
tu pecado y tu mancha irredimibles.

   ¡Mas, vengativo, al cabo yo te amaba
ardientemente, yo te amo todavía!  135
Vuelvo para dejarte
ver otra vez mi incrédula sonrisa.




[ L ]



I

ArribaAbajo   En mi pequeño huerto
brilla la sonrosada margarita,
tan fecunda y humilde,
como agreste y sencilla.

   Ella borda primores en el césped,  5
y finge maravillas
entre el fresco verdor de las praderas
do proyectan sus sombras las encinas,
y a orillas de la fuente y del arroyo
que recorre en silencio las umbrías.  10

   Y aun cuando el pie la huella, ella revive
y vuelve a levantarse siempre limpia,
a semejanza de las almas blancas
que en vano quiere ennegrecer la envidia.


II

   Cuando llega diciembre y las lluvias abundan,  15
ellas con las acacias tornan a florecer,
tan puras y tan frescas y tan llenas de aroma
como aquellas que un tiempo con fervor adoré.

   ¡Loca ilusión la mía es en verdad, bien loca
cuando mi propia mano honda tumba les dio!  20
Y ya no son aquellas en cuyas hojas pálidas
deposité mis besos... ni yo la misma soy.




[ LI ]


ArribaAbajo   Todas las campanas con eco pausado
doblaron a muerto:
las de la basílica, las de las iglesias,
las de los conventos.
Desde el alba hasta entrada la noche  5
no cesó el funeral clamoreo.
¡Qué pompa! ¡Qué lujo!
¡Qué fausto! ¡Qué entierro!

   Pero no hubo ni adioses ni lágrimas,
ni suspiros en torno del féretro...  10
¡Grandes voces sí que hubo! Y cantáronle,
cuando le enterraron, un réquiem soberbio.




[ LII ]


ArribaAbajo   Siente unas lástimas,
¡pero qué lástimas!
Y tan extrañas y hondas ternuras...
¡pero qué extrañas!

   Llora a mares por ellos,  5
les viste la mortaja
y les hace las honras...
después de que los mata.




[ LIII ]


ArribaAbajo   De la noche en el vago silencio,
cuando duermen o sueñan las flores,
mientras ella despierta, combate
contra el fuego de ocultas pasiones,
y de su ángel guardián el auxilio  5
implora invocando piadosa su nombre,
el de ayer, el de hoy, el de siempre,
fiel amigo del alma, Mefistófeles,
en los hilos oculto del lino
finísimo y blanco cual copo de espuma,  10
en donde ella aún más blanca reclina
la cabeza rubia,
así astuto y sagaz, al oído
de la hermosa en silencio murmura:

   «Goza aquél de la vida, y se ríe  15
y peca sin miedo del hoy y el mañana,
mientras tú con ayunos y rezos
y negros terrores tus horas amargas.
   Si del hombre la vida en la tumba
¡oh, bella!, se acaba,  20
¡qué profundo y cruel desengaño,
qué chanza pesada
te juega la suerte,
le espera a tu alma! »




[ LIV ]


ArribaAbajo   A la sombra te sientas de las desnudas rocas,
y en el rincón te ocultas donde zumba el insecto,
y allí donde las aguas estancadas dormitan
y no hay hermanos seres que interrumpan tus sueños,
¡quién supiera en qué piensas, amor de mis amores,  5
cuando con leve paso y contenido aliento,
temblando a que percibas mi agitación extrema,
allí donde te escondes, ansiosa te sorprendo!

   -¡Curiosidad maldita!, frío aguijón que hieres
las femeninas almas, los varoniles pechos:  10
tu fuerza impele al hombre a que busque la hondura
del desencanto amargo y a que remueva el cieno
donde se forman siempre los miasmas infectos.

   -¿Qué has dicho de amargura y cieno y desencanto?
¡Ah! No pronuncies frases, mi bien, que no comprendo;  15
dime sólo en qué piensas cuando de mí te apartas
y huyendo de los hombres vas buscando el silencio.

   -Pienso en cosas tan tristes a veces y tan negras,
y en otras tan extrañas y tan hermosas pienso,
que... no lo sabrás nunca, porque lo que se ignora  20
no nos daña si es malo, ni perturba si es bueno.
Yo te lo digo, niña, a quien de veras amo:
encierra el alma humana tan profundos misterios,
que cuando a nuestros ojos un velo los oculta,
es temeraria empresa descorrer ese velo;  25
no pienses, pues, bien mío, no pienses en qué pienso.

   -Pensaré noche y día, pues sin saberlo, muero.

   Y cuenta que lo supo, y que la mató entonces
la pena de saberlo.




[ LV ]


ArribaAbajo   Cuido una planta bella
que ama y busca la sombra,
como la busca un alma
huérfana, triste, enamorada y sola,
y allí donde jamás la luz del día  5
llega sino a través de las umbrosas
ramas de un mirto y los cristales turbios
de una ventana angosta,
ella vive tan fresca y perfumada,
y se torna más bella y más frondosa,  10
y languidece y se marchita y muere
cuando un rayo de sol besa sus hojas.

   Para el pájaro el aire, para el musgo la roca,
los mares para el alga, mayo para las rosas;
que todo ser o planta va buscando  15
su natural atmósfera,
y sucumbe bien pronto si es que a ella
oculta mano sin piedad la roba.

   Sólo el humano espíritu al rodar desquiciado
desde su órbita a mundos tristes y desolados,  20
ni sucumbe ni muere; que del dolor el mazo
fuerte, que abate el polvo y que quebranta el barro
mortal, romper no puede ni desatar los lazos
que con lo eterno le unen por misterioso arcano.

   Por eso yo que anhelo que el refulgente astro  25
del día calor preste a mis miembros helados,
aún aliento y resisto sin luz y sin espacio,
como la planta bella que odia del sol el rayo.

   Ya que otra luz más viva que la del sol dorado
y otro calor más dulce en mi alma penetrando  30
me anima y me sustenta con su secreto halago
y da luz a mis ojos por el dolor cegados.




[ LVI ]



I

ArribaAbajo   En los ecos del órgano o en el rumor del viento,
en el fulgor de un astro o en la gota de lluvia,
te adivinaba en todo y en todo te buscaba,
sin encontrarte nunca.

   Quizás después te ha hallado, te ha hallado y te ha perdido  5
otra vez, de la vida en la batalla ruda,
ya que sigue buscándote y te adivina en todo,
sin encontrarte nunca.

   Pero sabe que existes y no eres vano sueño,
hermosura sin nombre, pero perfecta y única;  10
por eso vive triste, porque te busca siempre
sin encontrarte nunca.


II

   Yo no sé lo que busco eternamente
en la tierra, en el aire y en el cielo;
yo no sé lo que busco, pero es algo  15
que perdí no sé cuándo y que no encuentro,
aun cuando sueñe que invisible habita
en todo cuanto toco y cuanto veo.

   Felicidad, no he volver a hallarte
en la tierra, en el aire ni en el cielo,  20
¡aun cuando sé que existes
y no eres vano sueño!




[ LVII ]


Santa Escolástica



I

ArribaAbajo    Una tarde de abril, en que la tenue
llovizna triste humedecía en silencio
de las desiertas calles las baldosas,
mientras en los espacios resonaban
las campanas con lentas vibraciones,  5
dime a marchar, huyendo de mi sombra.

   Bochornoso calor que enerva y rinde,
si se cierne en la altura la tormenta,
tornara el aire irrespirable y denso.
Y el alma ansiosa y anhelante el pecho  10
a impulsos del instinto iban buscando
puro aliento en la tierra y en el cielo.

   Soplo mortal creyérase que había
dejado el mundo sin piedad desierto,
convirtiendo en sepulcro a Compostela.  15
Que en la santa ciudad, grave y vetusta,
no hay rumores que turben importunos
la paz ansiada en la apacible siesta.


II

   -¡Cementerio de vivos! -murmuraba
yo al cruzar por las plazas silenciosas  20
que otros días de glorias nos recuerdan.
¿Es verdad que hubo aquí nombres famosos,
guerreros indomables, grandes almas?
¿Dónde hoy su raza varonil alienta?

   La airosa puerta de Fonseca, muda,  25
me mostró sus estatuas y relieves
primorosos, encanto del artista;
y del gran Hospital, la incomparable
obra del genio, ante mis tristes ojos
en el espacio dibujóse altiva.  30

   Después la catedral, palacio místico
de atrevidas románicas arcadas,
y con su Gloria de bellezas llena,
me pareció al mirarla que quería
sobre mi frente desplomar, ya en ruinas,  35
de sus torres la mole gigantesca.

   Volví entonces el rostro, estremecida,
hacia donde atrevida se destaca
del Cebedeo la celeste imagen,
como el alma del mártir, blanca y bella,  40
y vencedora en su caballo airoso,
que galopando en triunfo rasga el aire.

   Y bajo el arco oscuro, en donde eterno
del oculto torrente el rumor suena,
me deslicé cual corza fugitiva,  45
siempre andando al azar, con aquel paso
errante del que busca en donde pueda
de sí arrojar el peso de la vida.

   Atrás quedaba aquella calle adusta,
camino de los frailes y los muertos,  50
siempre vacía y misteriosa siempre,
con sus manchas de sombra gigantescas
y sus claros de luz, que hacen más triste
la soledad, y que los ojos hieren.

   Y en tanto... la llovizna, como todo  55
lo manso, terca, sin cesar regaba
campos y plazas, calles y conventos
que iluminaba el sol con rayo oblicuo
a través de los húmedos vapores,
blanquecinos a veces, otras negros.  60


III

   Ciudad extraña, hermosa y fea a un tiempo,
a un tiempo apetecida y detestada,
cual ser que nos atrae y nos desdeña:
algo hay en ti que apaga el entusiasmo,
y del mundo feliz de los ensueños  65
a la aridez de la verdad nos lleva.
¡De la verdad! ¡Del asesino honrado
que impasible nos mata y nos entierra!

   ¡Y yo quería morir! La sin entrañas,
sin conmoverse, me mostrara el negro  70
y oculto abismo que a mis pies abrieran;
y helándome la sangre, fríamente,
de amor y de esperanza me dejara,
con sólo un golpe, para siempre huérfana.

   «¡La gloria es humo! El cielo está tan alto  75
y tan bajos nosotros, que la tierra
que nos ha dado volverá a absorbernos.
¡Afanarse y luchar, cuando es el hombre
mortal ingrato y nula la victoria!
¿Por qué, aunque haya Dios, vence el infierno?»  80

   Así del dolor víctima, el espíritu
se rebelaba contra cielo y tierra...
mientras mi pie inseguro caminaba;
cuando de par en par vi abierto el templo,
de fieles despoblado, y donde apenas  85
su resplandor las lámparas lanzaban.


IV

   Majestad de los templos, mi alma femenina
te siente, como siente las maternas dulzuras,
las inquietudes vagas, las ternuras secretas
y el temor a lo oculto tras de la inmensa altura.  90

   ¡Oh, majestad sagrada! En nuestra húmeda tierra
más grande eres y augusta que en donde el sol ardiente
inquieta con sus rayos vivísimos las sombras
que al pie de los altares oran, velan o duermen.

   Bajo las anchas bóvedas, mis pasos silenciosos  95
resonaron con eco armonioso y pausado,
cual resuena en la gruta la gota cristalina
que lenta se desprende sobre el verdoso charco.

    Y aun más que los acentos del órgano y la música
sagrada, conmovióme aquel silencio místico  100
que llenaba el espacio de indefinidas notas,
tan sólo perceptibles al conturbado espíritu.

   Del incienso y la cera el acusado aroma
que impregnaba la atmósfera que allí se respiraba,
no sé por qué, de pronto, despertó en mis sentidos  105
de tiempos más dichosos reminiscencias largas.

   Y mi mirada inquieta, cual buscando refugio
para el alma, que sola luchaba entre tinieblas,
recorrió los altares, esperando que acaso
algún rayo celeste brillase al fin en ella.  110

   Y... ¡no fue vano empeño ni ilusión engañosa!
Suave, tibia, pálida la luz rasgó la bruma
y penetró en el templo, cual entre la alegría
de súbito en el pecho que las penas anublan.

   ¡Ya yo no estaba sola! En armonioso grupo,  115
como visión soñada, se dibujó en el aire
de un ángel y una santa el contorno divino,
que en un nimbo envolvía vago el sol de la tarde.

   Aquel candor, aquellos delicados perfiles
de celestial belleza, y la inmortal sonrisa  120
que hace entreabrir los labios del dulce mensajero
mientras contempla el rostro de la virgen dormida

   en el sueño del éxtasis, y en cuya frente casta
se transparenta el fuego del amor puro y santo,
más ardiente y más hondo que todos los amores  125
que pudo abrigar nunca el corazón humano;

   aquel grupo que deja absorto el pensamiento,
que impresiona el espíritu y asombra la mirada,
me hirió calladamente, como hiere los ojos
cegados por la noche la blanca luz del alba.  130

   Todo cuanto en mí había de pasión y ternura,
de entusiasmo ferviente y gloriosos empeños,
ante el sueño admirable que realizó el artista,
volviendo a tomar vida, resucitó en mi pecho.

   Sentí otra vez el fuego que ilumina y que crea  135
los secretos anhelos, los amores sin nombre,
que como al arpa eólica el viento, al alma arranca
sus notas más vibrantes, sus más dulces canciones.

   Y orando y bendiciendo al que es todo hermosura,
se dobló mi rodilla, mi frente se inclinó  140
ante Él, y conturbada, exclamé de repente:
«¡Hay arte! ¡Hay poesía...! Debe haber cielo. ¡Hay Dios!»