Uno de los
aspectos más difíciles de enjuiciar en la obra
poética de Rosalía es el del alcance, la hondura o la
autenticidad de su sentido religioso de la vida. No faltan poemas
(ni alusiones religiosas) a lo largo de toda su obra; podemos
decir, incluso, que son poemas donde late un vivo sentimiento
religioso. Y, sin embargo, el conjunto de su obra ofrece un
desolado panorama sobre el hombre, hasta tal punto que uno de los
mejores historiadores de la literatura gallega afirma:
Na poesía de Rosalía non hai
salvación pra o home. As alusións á divinidade
son enigmáticas ou contradictorias. O piedoso final
de En las orillas del Sar semella colofón de circunstancias i
está fora da terribre lóxica interna do desolado
libro2.
Tal como
señala Carballo Calero, el poema final de En las orillas
del Sar contradice el sentido general de la existencia que se
muestra en las obras de madurez de la autora.
—36→
En realidad, este
poema no aparece en la primera edición, que fue la
única que ordenó Rosalía. La situación
de privilegio que le otorgaron a partir de la segunda
edición, y el poemilla preliminar, también
añadido, envuelven al libro en un clima religioso que no
contribuye precisamente a aclarar las cosas, aunque sí
cumple la función que, probablemente, le encomendaron los
que así lo dispusieron: ofrecer de Rosalía una imagen
más ortodoxa .
Como los poemas de
tema o tono religioso son bastante abundantes, nos parece
interesante hacer un análisis de ellos a fin de determinar
las características de la vivencia religiosa de
Rosalía.
Encontramos en
primer lugar una religiosidad de tipo popular, casi
folklórica, que aparece vinculada exclusivamente al libro de
Cantares gallegos. Son oraciones, alabanzas, peticiones,
relatos de milagros en los que va implícita la fe sin
problemas del carbonero. En ellos, Rosalía está
haciéndose eco de una forma de creer popular. Es aventurado
afirmar que un poeta se hace eco y que no expresa una creencia de
tipo individual, pero en el libro de Cantares encontramos
abundantes ejemplos de una Rosalía muy distinta a la de sus
obras anteriores y posteriores; en los Cantares hay
alegría, vitalismo, esperanza, canciones de amor,
picardía, fe... No es descabellado suponer que la poeta hizo
un esfuerzo por salir de su propio mundo, siempre atormentado, y
por reflejar los aspectos más atractivos de la vida y del
espíritu galaico. Es verdad también, y no debemos
olvidarlo, que ese esfuerzo fue realizado en un momento de su vida
propicio a tal tarea. La misma Rosalía, en el prólogo
a Follas
novas, nos dice refiriéndose a Cantares
gallegos: «Cousa este último dos meus días
de esperanza e xuventude, ben se ve que ten algo da frescura propia
da vida que comenza». Vistos desde el
desaliento y el pesimismo de su —37→
madurez, los Cantares parecen a su autora una
muestra de optimismo juvenil. Sin embargo, La flor y A
mi madre, que son obras anteriores o contemporáneas,
plantean ya los temas del dolor, la duda, la angustia. No es
sólo, pues, consecuencia de su juventud el clima que
respiran los Cantares, sino, creemos, de un talante
adoptado por su autora. Rosalía quiere que Galicia sea el
objeto principal del libro. Citemos de nuevo sus palabras del
prólogo a Follas novas: «Galicia era nos
Cantares o obxeto, a alma
enteira». Para conseguir esto, ella se
retiró a un segundo plano, se hizo voz del pueblo, y
así nos dejó el testimonio de una manera sencilla de
vivir y creer.
A la luz de esta
intención creo que deben analizarse gran parte de los poemas
o de las alusiones religiosas que aparecen en el libro. Veamos
algunos ejemplos:
Se invoca el
nombre de Dios o la Virgen para reforzar la expresión de un
deseo:
Dios santo
premita
que aquestes
cantares
de alivio vos
sirvan
nos vosos
pesares.
(C.
G. 25)
-Dios bendiga
todo, nena;
rapaza. Dios te
bendiga,
xa que te dou tan
grasiosa,
xa que te dou tan
feitiña.
(C.
G. 28)
La providencia de
Dios se muestra remediando los males humanos, sobre todo las
necesidades de los pobres, unas veces mediante el milagro, otras,
en forma más sencilla, a través de la
intervención de un ser compasivo. Por otra parte, la miseria
no suscita rebeldía en quien la padece; el ejemplo de la
vida de Cristo parece consolarles:
—38→
¡Qué
vida a dos probes, nena!
¡Qué
vida! ¡Qué amarga vida!
Mais Noso
Señor foi probe.
¡Que esto de
alivio nos sirva!
(C.
G. 31)
El pobre reconoce
la mano de Dios en la persona que le socorre:
-¡Bendito
sea Dios, bendito,
bendita a Virxe María,
que con tanto ben
me acode
por unha man
compasiva!
(C.
G. 32)
En el Cantar XX
nos cuenta un milagro: la Virgen da de mamar a un niño
pobre. Una campesina presencia el prodigio mirando por el ojo de la
cerradura. Hay que destacar que el milagro aparece contado con
todas las características que atribuye siempre el pueblo a
las apariciones celestiales: una luz blanca ilumina la escena, hay
olor a rosas, músicas extrañas, crecen azucenas, los
ángeles hacen una cuna con sus alas, y nubes rosadas forman
la cabecera... El cuadro parece un fiel reflejo de aquellas
estampitas devotas que todavía hacen las delicias de muchas
personas de gusto y corazón sentimental (C. G. 84 y ss.).
Comparemos estos
poemas de pobres consolados y protegidos por la Providencia divina
con uno de su último libro, en el que se trata el mismo
tema:
Cuando sopla el
Norte duro
y arde en el hogar el fuego,
y ellos pasan por mi puerta
flacos, desnudos y
hambrientos,
el frío hiela mi
espíritu,
como debe helar su cuerpo,
y mi corazón se
queda
—39→
al verlos ir sin
consuelo,
cual ellos, opreso y
triste,
desconsolado cual
ellos.
(O. S. 355)
Entre ambos poemas
media, prácticamente, toda la vida de Rosalía.
Podríamos pensar en una evolución, en un
descreimiento paulatino, pero realmente creemos que los ejemplos de
Cantares citados no responden a una etapa de su vida
religiosa, sino a una postura. Rosalía está,
permítasenos la palabra, imitando el sentir popular; o, si
se prefiere, identificándose con la forma de creer del
pueblo. Una prueba de popularismo sería la coloreada
iconografía del relato del milagro.
Otros ejemplos de
popularismo los vemos en las alabanzas a santos o a advocaciones
mañanas que gozan de gran devoción en Galicia y junto
a cuyas ermitas se celebran romerías: «Nosa Señora da
Barca» (C.
G. 41); Santa Margarita (C.
G. 147), etc.
Las peticiones que
se hacen a los santos responden al mismo tono folklórico.
Una soltera le pide a San Antonio que le proporcione un hombre,
siguiendo la leyenda que atribuye a este santo virtud
casamentera:
Meu santo San
Antonio,
daime un
homiño,
anque o
tamaño teña
dun gran de
millo.
(C.
G. 65)
En el cantar V una
costurera le ofrece a una santa sus pendientes y su collar si le
enseña a bailar. La santa le reprocha su frivolidad,
provocando así las iras de la moza, que sin ningún
respeto la insulta (C. G.
36).
—40→
De distinto
carácter nos parecen otros poemas o alusiones religiosas que
agrupamos bajo el epígrafe de religiosidad tradicional. En
ellos, Rosalía parece estar dando expresión a sus
propias creencias individuales. No se citan como ejemplos de
religiosidad porque carecen de la pasión que suele
acompañar a los típicos poemas religiosos de
Rosalía, pero precisamente por ello nos parecen muy
importantes a la hora de analizar sus creencias.
Desperdigadas a lo
largo de toda su obra aparecen alusiones a la Divinidad que
reflejan creencias antiguas y tradicionales: Dios creador del mundo
y los hombres; distribuidor de premios y castigos eternos; amorosa
protección de la Virgen y del ángel de la guarda,
etc. Estas alusiones
están en flagrante oposición con la visión de
la vida que nos ofrece el conjunto de la obra rosaliana, e incluso
con los escasos poemas religiosos, muestra siempre de un
espíritu confuso y atormentado. Sin embargo, ahí
están para desesperación del crítico.
¿Cómo explicarlos? Creemos que una explicación
es considerarlos como restos de unas creencias vividas durante su
niñez y en cierto modo desvinculadas de la evolución
posterior de su espiritualidad. A semejanza de la lengua de esos
pueblos desterrados, que, enclavados en comunidades muy distintas,
mantienen usos lingüísticos caducados en el país
de origen, así en el espíritu humano pueden perdurar
hábitos antiguos que no guarden ninguna relación con
las creencias del presente.
Analizando las
referencias religiosas a que nos referimos, podemos descubrir
elementos que apoyan nuestra interpretación; por ejemplo, la
gran importancia de los gestos, de las ceremonias. (Sabido es que
para el niño la ceremonia es consustancial a la
religión; para él, rezar es decir la oración).
Veamos un ejemplo en Rosalía: una joven ve un mochuelo y se
asusta; la noche está tormentosa y no se atreve
—41→
a seguir su camino porque el ave la está mirando;
entonces la joven se acuerda de la Virgen y le reza un
avemaría (C. G. 72).
A todas luces, el gesto de rezar el avemaría es infantil o,
si se prefiere, reminiscencia de una religiosidad infantil, que
precisa exteriorizarse o concretarse en palabras, signos,
actitudes...
Rosalía
recuerda alguna de las ceremonias religiosas con emoción
teñida de nostalgia. En la evocación de la casa
solariega de los Castros, Arretén, nos dice:
Cando os cantos na
capilla
da Gran
casa resoaban
con fervor e fe
sensilla,
rico fruto da
semilla
que os
varóns santos sembraban.
(C.
G. 144)
Probablemente uno
de los motivos del arraigo de estas vivencias religiosas
tradicionales sea precisamente su vinculación a un tiempo
venturoso. Se repite en Rosalía la idea de que la
pérdida de la fe va acompañada de la pérdida
de la felicidad y, a la inversa, los tiempos felices son aquellos
iluminados por la creencia. Podemos adelantar una hipótesis
que más tarde intentaremos demostrar: Rosalía es
incrédula a su pesar; como en Machado, se da en ella esa
angustia de «querer y no poder / creer, creer y creer».
Por eso, su descreimiento es compatible con esas reliquias de fe
antigua, de antigua felicidad.
Como
manifestación de esta religiosidad tradicional consideramos
también el gusto por los ángeles y apariciones
celestiales: «Baixaron os
ánxeles» (F. N. 219).
En un poema en el
que se cuenta, entre comentarios personales, la suerte de un
presunto suicida, se observan reiteradas alusiones a los alados
seres:
—42→
Era nunha
mañán do mes de maio
en que
parés que os ánxeles cantaban,
[...]
Da Garda
ánxel bondoso,
que as brancas
alas paseñiño bates.
(F. N. 233)
Dios aparece en
estos poemas como creador de la belleza del mundo. Un enamorado
admira así los dones de la joven que ama:
¡Qué
feita, qué linda,
qué fresca,
qué branca
dou Dios á
meniña
da verde
montaña!
(C.
G. 68)
De los robledos
gallegos se dice:
...monumento
que en sólo un día no
levanta el hombre,
pues es obra que Dios al tiempo
encarga...
(O. S. 337)
A propósito
de este poema, en el que la poeta se lamenta de la tala
inútil y bárbara de los árboles patrios, hemos
observado una nota que se repite en otros varios: cuando el poema
va a tener una repercusión social, Rosalía prodiga
las alusiones religiosas, de forma claramente innecesaria. Da la
impresión de que está buscando una expresión
aceptada por la sociedad. No es que utilice hipócritamente
lo religioso, sino que, de forma intuitiva, se da cuenta de que la
comunidad de creencias tradicionales favorecerá la
aceptación de sus ideas. En la parte final del poema
«¡Jamás lo
olvidaré!... De asombro llena» (O. S. 336) , en el espacio de
quince versos, encontramos cuatro vocativos dirigidos a la
divinidad —43→
(dos veces «Señor»; «Dios
bueno» y «Tú») y dos referencias
bíblicas: el Mártir del Gólgota y
Lázaro. La misma abundancia y gratuidad encontramos en los
poemas «A gaita
gallega» (C.
G. 126) dedicados a Ventura Ruiz Aguilera en respuesta a
otro del mismo nombre de la poeta, y en el dedicado a Sir John
Moore, general inglés enterrado en La Coruña
(F.
N. 221).
Hemos visto que el
Dios de estos poemas de religiosidad tradicional se muestra como
creador de belleza. Otra de sus cualidades es la de repartir
justicia. En este sentido aparece reflejado en un poema de tipo
dialogado; el marido confía en la justicia divina para no
tomársela por su mano; la mujer comprende su
decisión, pero plantea una de las preguntas que se repite
más en la poesía de Rosalía: ¿por
qué unos son tan desgraciados y otros tan dichosos en la
vida? (F.
N. 306).
Finalmente
señalaré que Dios, en estos poemas, aparece como un
ser que se compadece de las miserias humanas; y éste es un
punto importantísimo. Para Rosalía, el problema
fundamental es el de la existencia del dolor; en su obra se refleja
el esfuerzo por comprender esa dimensión de la persona
humana. Es éste un punto que desarrollaré más
tarde; pero ahora, a fin de facilitar la comprensión de su
obra, damos un esquema de su actitud ante este fenómeno: hay
dolor en el mundo, pero Dios se compadece del hombre, le remedia y
le compensa en la otra vida. Segunda etapa: hay dolor y el hombre
se rebela, pero el ejemplo de un Cristo sufriente y la vaga
esperanza de una vida mejor le sirven de consuelo. Tercera etapa:
hay dolor y nada lo justifica; el hombre es un ser desoladoramente
solo y dolorido. En los poemas que estamos analizando nos
encontramos en la primera etapa: el hombre, aun el más
despreciado, es protegido por un Dios que en el último
momento —44→
le tiende una mano compasiva. Los dos ejemplos que citamos
se refieren a dos seres desdichados que deciden poner fin a su
vida. Son los poemas «Era no mes de
maio» (F. N. 232) y «Al
caer despeñado en la hondura» (O. S. 392).
La segunda etapa
de la evolución espiritual de Rosalía se caracteriza
por la efusión sentimental; son poemas de un gran lirismo,
que revelan un estado de gran tensión emocional: abundan las
lágrimas, suspiros, sollozos, alternando los momentos de
depresión con los de exaltación casi mística.
En estos poemas se apoyan los que defienden un sentido religioso de
la vida en Rosalía. No cabe duda de que tales poemas rebosan
sinceridad, pero creo que son expresión de sentimientos
esporádicos y no de un hondo convencimiento que dé
sentido a la vida. En estos poemas la religión aparece como
consuelo a los dolores de la existencia o, de forma más
radical, como algo que la ilumina y le da sentido; pero insisto en
que la agitación emocional que respiran los convierte en
testimonios de un estado de ánimo momentáneo y no de
una creencia habitual. Vamos a ir viendo ejemplos.
Generalmente el
punto de partida de estos poemas es una situación de
tristeza. Ante el dolor de la pérdida de su madre,
Rosalía encuentra un consuelo en la religión:
La Virgen de las
Mercedes
estaba junto a mi lecho...
Tengo otra madre en lo
alto...,
por eso yo no me he muerto.
(O.
C. 247)
La nostalgia de la
tierra es otras veces el punto de partida para esos sentimientos
que podríamos calificar de pseudo-religiosos.
—45→
Ven a noite...,
morre o día,
as campanas tocan
lonxe
o tocar da Ave
María.
Elas tocan pra que
rece;
eu non rezo, que
os saloucos
afogándome
parece que
por min tén
que rezar.
(C.
G. 61)
La misma
Rosalía admite en ocasiones la extrañeza de las ideas
que se le ocurren. Obsérvese también la
reiteración del estado inicial de tristeza.
Cando antre as
naves tristes e frías
de alto mural, cal
elas fría, cal elas triste,
ó ser da
tarde vou a rezar,
¡qué
pensamentos loucos e estraños
á
miña mente veñen e van!
(F. N. 192)
Pero el poema
donde más claramente aparece reflejado el estado de
ánimo que da lugar a estas explosiones de sentimiento
religioso es el titulado «Santa Escolástica».
Escrito en primera persona, tiene un carácter claramente
autobiográfico: nos cuenta las calles compostelanas por las
que pasa antes de llegar a la Catedral. El ambiente
(«bochornoso calor que enerva y
rinde») favorece la inestabilidad psíquica. En un
estado de ánimo caracterizado por la ansiedad, por el
cansancio de vivir, por la rebeldía contra todo,
Rosalía llega al templo, que está solitario y casi en
la oscuridad («de fieles despoblado y
donde apenas su resplandor las lámparas lanzaban»)
y se siente vivamente impresionada. Lo cuenta así:
—46→
Majestad de los
templos, mi alma femenina
te siente, como siente las maternas
dulzuras,
las inquietudes vagas, las ternuras
secretas
y el temor a lo oculto, tras de la
inmensa altura.
Es algo
irracional; para Rosalía, casi instintivo, como el amor
maternal; como la inquietud o el temor sin objeto concreto, como la
ternura súbita que inspira un niño; algo que le
sobreviene, que ella siente y que, curiosamente, relaciona con su
naturaleza femenina. Probablemente, de forma inconsciente, se da
cuenta de que esas emociones o sentimientos son más propios
de mujeres que de hombres.
La
impresión global que el ambiente le produce escapa a su
comprensión y sólo se refiere a ella mediante
comparaciones («te siente, como siente
las maternas dulzuras», etc.), pero notemos que está
formada por buen número de elementos de tipo sensorial: la
música, el silencio, la oscuridad, los olores...
Y aún
más que los acentos del órgano y la
música
sagrada, conmovióme aquel
silencio místico
que llenaba el espacio de
indefinidas notas,
tan sólo perceptibles al
conturbado espíritu.
Del incienso y la
cera, el acusado aroma
que impregnaba la atmósfera
que allí se respiraba,
no sé por qué, de
pronto, despertó en mis sentidos
de tiempos más dichosos
reminiscencias largas.
A esos elementos
sensoriales viene a unirse el recuerdo de tiempos pasados, de esos
tiempos dichosos en los que fe y felicidad iban unidas; entonces se
produce un estado de expectación; algo puede suceder:
Y la mirada
inquieta, cual buscando refugio
para el alma, que sola luchaba
entre tinieblas,
—47→
recorrió los altares,
esperando que acaso
algún rayo celeste brillase
al fin en ella.
El ambiente es tan
similar a los que hemos visto al hablar de la religiosidad
tradicional, que no nos extrañaría una
aparición celeste. Pero estamos en otro momento; no se trata
de un presunto suicida sino de la misma poetisa. Lo que sucede es
una revelación en la que se mezclan elementos profanos y
religiosos: un rayo de luz ilumina la imagen de Santa
Escolástica produciendo en Rosalía una
conmoción artístico-religiosa:
¡Ya yo no
estaba sola!... En armonioso grupo,
como visión soñada,
se dibujó en el aire
de un ángel y una santa el
contorno divino,
que en un nimbo envolvía
vago el sol de la tarde.
Todo cuanto en
mí había de pasión y ternura,
de entusiasmo ferviente y gloriosos
empeños,
ante el sueño admirable que
realizó el artista,
volviendo a tomar vida,
resucitó en mi pecho.
Y orando y
bendiciendo al que es todo hermosura
se dobló mi rodilla, mi
frente se inclinó
ante Él, y, conturbada,
exclamé de repente:
«¡Hay arte! ¡Hay
poesía!... Debe haber cielo. ¡Hay Dios!»
(O. S. 368-370)
De la
emoción estética se ha pasado a la emoción
religiosa por un condicionamiento ambiental; en realidad, vivencia
religiosa no hay. Hemos visto el paso de un estado depresivo a otro
de exaltación, y la importancia que en este paso de uno a
otro han tenido elementos de tipo sensorial unidos a la
añoranza del pasado. No se pueden hacer afirmaciones
tajantes, pero la impresión que produce el poema es que se
trata de un momento de entusiasmo. ¿Hasta qué
—48→
punto estos momentos -que se repiten- influyen en la
concepción del mundo de Rosalía? ¿Hasta
qué punto son algo esporádico, transitorio,
accidental? Insisto en que no pueden hacerse afirmaciones
drásticas, pero lo cierto es que, comparados con el conjunto
de su obra, estos poemas se nos muestran como explosiones fugaces
de una exaltación religiosa, apoyada exclusivamente en el
sentimiento.
Como es
lógico en una religiosidad de base sentimental, la figura de
Cristo posee especial importancia.
Rosalía,
que se siente a sí misma como un ser sufriente, experimenta
una especie de simpatía hacia la imagen de un Dios que
sufre. Esa figura le sirve de lazo de unión con la
Divinidad:
O órgano
lanza tristes cramores,
os das campanas
responden lexos,
i a santa imaxen
do Redentore
pares que suda
sangre no Huerto.
Señor
Santísimo, ós teus pes
¡cánto
tamén de
angustia sudado teño!
(F. N. 176)
Veamos un ejemplo
decisivo de esta religión humanizada por la figura de
Cristo:
Si medito en tu
eterna grandeza,
buen Dios, a quien nunca veo,
y levanto asombrada los ojos
hacia el alto firmamento
que llenaste de mundos y
mundos...,
toda conturbada, pienso
que soy menos que un átomo
leve,
perdido en el Universo;
nada, en fin..., y que al cabo en
la nada
han de perderse mis restos.
Mas si cuando el
dolor y la duda
me atormentan, corro al
templo,
—49→
y a los pies de la Cruz un
refugio
busco ansiosa implorando
remedio,
de Jesús el cruento
martirio
tanto conmueve mi pecho,
y adivino tan dulces promesas
en sus dolores acerbos,
que cual niño que
reposa
en el regazo materno,
después de llorar,
tranquila
tras la expiación,
espero
que allá donde Dios
habita
he de proseguir viviendo.
(O. S. 372)
La preferencia por
el Dios humanizado, sufriente, frente al Dios eterno, poderoso y
lejano, parece clara. Pero el poema es importante por otra
razón: desprovisto del tono exaltado, conturbado para
utilizar la expresión de Rosalía, que veíamos
en el anterior, se nos aparece como una reflexión de la
autora sobre su manera de vivir la religión, y esto le da un
valor testimonial. El crítico ha de dar crédito a la
poeta, y aquí se nos está diciendo que hay un
hábito de religiosidad; una religiosidad sentimental,
necesitada de ceremonias, incluso («corro al templo»), pero, como quiera que se
mire, religiosidad, al cabo.
El mismo
carácter y el mismo tono reflexivo tiene el poema que los
editores colocaron al final de En las orillas del Sar:
«Tan sólo dudas y terrores
siento, / divino Cristo, si de Ti me aparto».
Los dos
últimos poemas citados nos están indicando la
existencia de un tipo determinado de religiosidad: no se trata de
una identificación con el sentir popular, ni de restos
emergidos de una tradición religiosa recibida en la
niñez, ni tampoco son el fruto de un momento de
emoción provocado por el dolor o el entusiasmo
artístico. En ellos la —50→
autora, serenamente, echa la vista atrás y reconoce
su necesidad de consuelo: creo que esto es lo fundamental.
La
identificación de su vida dolorosa con la del Cristo, la
esperanza de que tanto dolor no sea inútil («adivino tan dulces promesas en sus dolores
acerbos»), la angustia que le produce prescindir de esa
esperanza («tan sólo dudas y
terrores siento»), son elementos decisivos en la
religiosidad de Rosalía. Parece claro que en un momento de
su vida, del que algunos poemas dejan constancia, Rosalía
cree porque necesita creer, porque sin esa creencia la vida le
resulta insoportable.
Esta necesidad de
creer adquiere acentos entrañables cuando la muerte se lleva
a uno de sus hijos pequeños:
Algo ha quedado
tuyo en mis entrañas
que no morirá
jamás,
y que Dios, porque es justo y
porque es bueno,
a desunir ya nunca
volverá.
En el cielo, en la tierra, en lo
insondable
yo te hallaré y me
hallarás.
No, no puede acabar lo que es
eterno,
ni puede tener fin la
inmensidad.
(O. S. 319)
Obsérvese
la vaguedad de ese más allá: «en el cielo, en la tierra, en lo
insondable». Lo que importa es ese impulso, esa necesidad
de recuperar lo perdido, esa esperanza irracional de que no haya
acabado todo.
La necesidad de
consuelo puede dar origen a una religiosidad cómoda y
tranquila. No es este el caso de Rosalía. Continuamente
replantea problemas fundamentales, a los que muchas veces, eso
sí, intenta dar una respuesta religiosa que no resulta muy
convincente. Veamos algunos ejemplos.
En el poema
titulado «Soberba» nos plantea una
situación similar a las que hemos visto en el libro de
Cantares: se —51→
desencadena una tormenta y los campesinos realizan una serie
de ritos religiosos para conjurarla. En medio de este ambiente, uno
de los hijos, soberbio y sañudo, hace una pregunta que
revela una inteligente mala idea en el chico y que plantea un tema
interesante: el temor, que es la base de esta religión
campesina, es común al hombre y al animal.
-Ña nai, a
vaca marela
tembra coma
vós na corte.
¿Fixo
algún pecado ela?
¿Virá un raio a darlle
morte?
El diálogo
siguiente entre madre e hijo plantea otro tema no menos
interesante: los misteriosos caminos de la justicia divina:
-Si ela non fixo
pecado,
mal cristiano, ti
o fixeche;
que es pecador
rematado
mesmo dendes que
naceche.
-¿I a probe
vaca marela
paga, decí,
o que eu pequéi?
-Pagas ti;
morrendo ela,
di, ¿con
qué te manteréi?
(F. N. 253)
Una de las dudas
que más parecen atormentar a Rosalía es que la
inmortalidad, el deseo de pervivencia, sea únicamente un
sueño del hombre. Lo plantea bajo distintas perspectivas.
Veamos algún ejemplo. En el poema que comienza
«Nos dicen que se adoran la aurora y el
crepúsculo», Rosalía se plantea la
posibilidad de que el deseo de inmortalidad sea una ilusión
común a hombres y seres inanimados:
Para no
separarse... ¡Ilusión bienhechora
de inmortal esperanza, cual las que
el hombre inventa!
—52→
¿Mas quién sabe si en
tanto hacia su fin caminan,
como el hombre, los astros con ser
eternos sueñan?
(O. S. 350)
Fijémonos
bien en esa frase: «ilusión
bienhechora de inmortal esperanza, cual las que el hombre
inventa». Afirmaciones de esta índole son
típicas del último libro de Rosalía. En ella,
como en Unamuno, batallan el corazón y la cabeza; a veces
quisiera saber, pero, lúcidamente, comprende la inutilidad
del deseo:
Que se van o se
mueren, esta duda
es en verdad cruel;
pero ello es que nos vamos o nos
dejan,
sin saber si
después de separarnos
volveremos a hallarnos otra
vez.
(O. S. 358)
En ocasiones
plantea la duda de una forma literaturizante; es la voz del diablo
la que llega al oído de la joven que lucha entre sus
pasiones: «De la noche en el vago silencio»
(O. S. 362).
Los poemas de
suicidio sirven muchas veces a Rosalía de vehículo
para sus preocupaciones o sus ideas. Veamos la reflexión
final que le inspira ese hecho en uno de los últimos poemas
de En las orillas del Sar:
Lo que
encontró después posible y cierto
el suicida infeliz,
¿quién lo adivina?
¡Dichoso aquel que
espera
tras de esta vida hallarse en mejor
vida!
(O.
C. 660)
Hay un poema de
tema religioso que me parece interesantísimo para comprender
la religiosidad de Rosalía porque nos abre nuevos caminos
para la interpretación: es el —53→
que comienza así: «Arrodillada ante la tosca imagen»
(O. S. 320-325) . En
él, la autora se plantea problemas trascendentales y nos da
su postura ante ellos.
Notemos en primer
lugar la radicalidad de las preguntas iniciales: «¿Qué somos? ¿Qué es la
muerte?». El poema comienza en tono sereno, que permite
incluso cierta retórica: el hombre es incapaz de responder a
estas cuestiones, y el Cielo y el Infierno -elementos
retóricos, innecesarios y literaturizantes- no las responden
tampoco. A partir de la tercera estrofa y hasta la
penúltima, el poema va subiendo de tono dramático -y
también de calidad-. Rosalía vive la angustia del
silencio de Dios: sus preguntas dirigidas ahora a Él, sus
ruegos, sus lágrimas, en definitiva su dolor, se quedan sin
respuesta. ¿Cómo reacciona la poeta ante este
silencio? Creo que, si pudiéramos responder sin vacilaciones
a esta cuestión, habríamos resuelto el problema de la
religiosidad de nuestra autora. Desgraciadamente tenemos, como
siempre, que limitarnos al poema que analizamos. En éste la
respuesta no es definitiva: «todo
acabó quizá menos mi pena». Ese
quizá sigue manteniendo abierto un portillo a la
esperanza, pequeño, desde luego, porque la actitud de
Rosalía es de una gran desolación: «en mil pedazos roto mi Dios cayó al
abismo». Sin embargo, la búsqueda continúa:
«al buscarle anhelante sólo
encuentro la soledad inmensa del vacío».
Podríamos pensar, desde un punto de vista religioso, que lo
importante es la búsqueda. La única cuestión
es: ¿hasta cuándo seguirá buscando
inútilmente?, ¿hasta cuándo sentirá ese
silencio como un silencio de Dios y no como una señal de su
inexistencia?
Hay otro elemento
en este poema que me parece importante porque se repite varias
veces en su obra: Rosalía considera la fe como una venda; es
decir, la fe es algo que impide ver la triste y dolorosa realidad:
«¡Qué horrible
sufrimiento!... —54→
vuelve a mis ojos la celeste venda de la fe
bienhechora que he perdido». Hace tiempo ya que nos
estamos moviendo en una familia de ideas: la religión como
consuelo, la fe como venda que oculta la realidad, la necesidad de
creer, el dolor de no creer... Lo hemos dicho ya una vez:
Rosalía, si es incrédula, lo es a su pesar,
aferrándose desesperadamente a creencias antiguas, pidiendo
a un Dios «en mil pedazos roto» que le devuelva la
«celeste venda» de la fe... Dramática y terrible
situación de una persona que, sin dejar de ser fiel a
sí misma, intenta buscar una solución trascendente a
su vida.
La estrofa final
contrasta violentamente con el resto del poema: los ángeles
que la miran, la voz dulce que oye, bastan para impregnar de
artificiosidad la solución propuesta. Rosalía, en
este momento de su vida, no encuentra una postura
auténticamente religiosa para el silencio que percibe, para
su vivencia de la soledad; la estrofa final indica el camino
trillado de la religiosidad tradicional: el hombre no debe osar que
su voz llegue a Dios, es demasiado mezquino y Dios demasiado
grande. Pero nosotros sentimos -y probablemente Rosalía
también- que calificar de «insolente grito» la
sincera y dolorida súplica anterior es salirse por la
tangente.
Como el concepto
de fe-venda es importante para juzgar la religiosidad, veamos
cómo Rosalía ha llegado a él. Se parte de una
idea que ya hemos visto anteriormente: sin fe no hay felicidad. Ya
en La Flor, su primer libro de poesía, encontramos
esta idea:
Y perdida la
fe..., la fe perdida...,
roto el cristal de esa belleza
oculta,
el cielo encantador de nuestra
vida
entre pálidas nubes se
sepulta...
(O.
C. 224)
—55→
Cuando la
razón hace morir en el corazón la ilusión,
cuando la fe se pierde, la poeta siente que todo se ha perdido:
Al que en la vida
una vez
mira la fe ya perdida
que acarició su
niñez,
y la terrible vejez
siente venir escondida.
Quien contempla
la ilusión
de su esperanza soñada
muriendo en el corazón
al grito de la razón;
¿qué es lo que le
queda?... ¡Nada!
(O.
C. 229)
En el primer poema
de En las orillas del Sar, al evocar los tiempos pasados,
Rosalía califica ya a la fe de «venda celeste».
El cambio de perspectiva es claro: en sus primeros poemas
sentía que la fe proporcionaba la felicidad; en los
últimos comprende que la fe impedía ver la triste
realidad de la vida...
Puro el aire, la
luz sonrosada,
¡qué despertar tan
dichoso!
Yo veía entre nubes de
incienso
visiones con alas de oro
que llevaban la venda
celeste
de la fe sobre sus ojos...
(O. S. 314)
Pero no
sólo la fe en los dogmas religiosos es una venda; para
Rosalía lo es también cualquier creencia que
dé sentido a la vida. La lucha por el progreso humano es
equiparada por ella a la fe religiosa:
Obreros
incansables, ¡yo os saludo!,
llena de asombro y de respeto
llena,
—56→
viendo cómo la Fe que
guió un día
hacia el desierto al santo
anacoreta,
hoy, con la misma venda
transparente,
hasta el umbral de lo imposible os
lleva.
(O. S. 393)
En este
último poema Rosalía parece encontrarse más
allá de toda creencia. Reconoce en la esperanza y en la fe
-de cualquier clase- una fuente creadora, pero ella se siente al
margen. Hay en la parte final del poema una fría amargura,
característica de la última etapa poética de
la autora:
¡Esperad y
creed!: «crea» el que cree,
y ama con doble ardor aquel que
espera.
Pero yo
en el rincón más escondido
y también más hermoso
de la Tierra,
sin esperar a Ulises
(que el nuestro ha naufragado en la
tormenta)
semejante a Penélope,
tejo y destejo sin cesar mi
tela...
(O. S. 393)
Podemos
preguntarnos: ¿cuándo la necesidad de creer dio paso
en Rosalía al escepticismo? ¿Por qué
dejó de buscar el consuelo que la religión le
ofrecía? En su propia obra encontramos la respuesta: el
dolor constante e injustificado, la reiteración de los
males, seca la fe. Desde el comienzo, Rosalía había
identificado tiempos dichosos con tiempos de fe, en cierto modo con
infancia e inocencia. Cuando se presenta el dolor, la
religión se convierte en consuelo; cuando el dolor vuelve
una y otra vez, cuando nada ni nadie justifica esa constancia en la
desgracia, la fe aparece como una venda bienhechora y
desgraciadamente perdida. Veamos tres momentos de esta
evolución.
—57→
En La
Flor, la fe aparece confundida con las «ilusiones de paz
y amor»: creer es ser dichoso, amar, esperar; si algo se
rompe, todo desaparece:
Y rotas ya de la
existencia mía
de paz y amor las ilusiones
bellas,
llenas de horror las
contemplé en un día,
cual en cielo sin luz muertas
estrellas.
Su oscuridad mi porvenir
partía,
mi fe y mi paz se
confundió con ellas;
que eran del alma indisolubles
lazos,
que se fueron, al fin, hechas
pedazos.
(O.
C. 221)
En Follas novas se expone de
forma casi sistemática la idea que antes
señalé: la desgracia trae el descreimiento. Dios debe
evitar los golpes continuos, inesperados y desesperantes de la
desgracia; si no, la impiedad cubrirá el mundo.
Además, la desgracia es injusta: algunos apenas reciben un
solo golpe suyo, otros los reciben continuamente. Rosalía
cree firmemente que hay seres predestinados al dolor -como
tendré ocasión de demostrar-. Es esta absurda e
injusta predestinación la que está en flagrante
oposición con la idea de un Dios justo y providente. En este
momento de su vida Rosalía pide a Dios que no consienta el
poder de la desgracia:
¿De
dónde ven?, ¿qué quer?, ¿por qué
a consintes,
potente Dios, que
os nosos males miras?
¿Non ves,
Señor, que o seu poder afoga
a fe i o amor no
esprito que en Ti fía?
¡Ah,
piedade, Señor! ¡Barre esa sombra
que en noite
eterna para sempre envolve
a luz da fe, do
amor e da esperanza!
(F. N. 213-214)
—58→
La etapa final la
encontramos en el último libro, En las orillas del
Sar: la tristeza y los desengaños han arrebatado al
espíritu todo consuelo:
La nieve de los
años, de la tristeza el hielo
constante, al alma niegan toda
ilusión amada,
todo dulce consuelo.
Sólo los desengaños
preñados de temores
y de la duda el frío,
avivan los dolores que siente el
pecho mío,
y ahondando mi herida,
me destierran del cielo, donde las
fuentes brotan
eternas de la vida.
(O. S. 316)
A partir de ahora
podría ofrecer multitud de poemas en los que Rosalía
prescinde de toda solución trascendente para su vida, pero
esto tendremos ocasión de verlo en otro capítulo.
Prefiero citar otro de los poemas de tema religioso, que me parece
que cierra un ciclo importante en su vida espiritual. Hemos hablado
de momentos de exaltación casi mística en
Rosalía como característicos de cierta etapa de su
evolución y nos preguntábamos sobre la importancia de
su reiteración. En el poema que vamos a ver, Rosalía
da una respuesta: llega un momento en que esos períodos de
exaltación, esas llamadas divinas que el alma siente, son
percibidas no como el alborear de un nuevo día, como la
apertura a una creencia, sino como los últimos estertores de
algo próximo a extinguirse:
De repente los
ecos divinos
que en el tiempo se apagaron,
desde lejos de nuevo
llamáronle
con el poderoso encanto
que del fondo del sepulcro
hizo levantar a Lázaro.
—59→
Agitóse al
oírlos su alma
y volvió de su sueño
letárgico
a la vida, como vuelve
a su patria el desterrado
que ve al fin los lugares
queridos,
mas no a los seres amados.
Alma que has
despertado,
vuelve a quedar dormida;
no es que aparece el alba,
es que ya muere el día
y te envía en su rayo
postrero
la postrimera caricia.
(O. S. 384)
Recapitulando de
forma esquemática todo lo dicho, tenemos las siguientes
manifestaciones de religiosidad en Rosalía:
Identificación con la fe candorosa, sencilla, milagrera
del pueblo.
Restos de creencias antiguas, infantiles, tradicionales, a las
que se aferra por estar unidas para ella a tiempos felices.
La religión como valor social, comunidad de ideas y
creencias.
Momentos de exaltación religiosa, en los que tienen gran
importancia la inestabilidad psíquica inicial y elementos
sensoriales.
Necesidad de creer: la figura de Cristo como lazo de
unión con la Divinidad. Religión-Consuelo.
Dudas. Angustia ante el silencio de Dios. La fe como venda
bienhechora perdida.
Conflicto entre la idea del Dios justo y consolador y los
golpes absurdos e injustos del Destino: la desgracia destruye la
fe.
Y, junto a esto,
como nota negativa, hay que situar gran número de poemas en
los que falta un sentido trascendente —60→
de la vida, en los que el dolor, la injusticia, el hecho
mismo de vivir carecen de una justificación.
Una cosa parece
clara. Rosalía vivió su fe y su falta de fe como algo
que le atañía sólo a ella. No hizo bandera de
combate de sus creencias; por eso no le importaba contradecirse.
Creo que sería falsear su espíritu el dar una
respuesta tajante al problema de su religiosidad: es compleja y
contradictoria como lo fue su espíritu torturado. Unas veces
se le imponía una visión de la vida absurda y sin
sentido; otras, el deseo de encontrar un sentido a la existencia le
hacía volver a las antiguas creencias. Y a esto hay que
añadir la presión social: vivió en el seno de
una familia y de una sociedad en la que la religión
impregnaba todas las manifestaciones de la vida. Es más,
Rosalía tenía que sentir el descreimiento como una
ruptura con sus mayores, con sus sombras, con todo lo que
formaba el sustrato más profundo de su personalidad.
Una primera
lectura de su obra pone de relieve los aspectos más
destacados de ella: el pesimismo, el dolor, el cansancio de vivir,
la falta de esperanza. Más tarde advertimos, más
allá de las formas antiguas de una religiosidad caducada,
otra forma más profunda y desconcertante de religiosidad:
aquella que le hace pedir a un Dios «en mil pedazos
roto» la «venda bienhechora» de la fe
perdida.