Al hablar de
metáforas en Rosalía hay que comenzar diciendo que la
metáfora en estricto sentido, es decir, la
sustitución de un término por otro, es
escasísima. Parece existir en ella una repugnancia a esta
sustitución total, motivada probablemente por su deseo de
claridad. Cuando alguna vez se decide a emplearla no puede resistir
la tentación de añadir casi inmediatamente el nombre
real al que se refirió antes metafóricamente,
destruyendo así el efecto de la metáfora y cayendo en
un didacticismo nada poético.
Lo más
frecuente en Rosalía es citar primero el ser al que se
refiere por su nombre real, y añadirle después una
denominación metafórica en aposición, a no ser
que se trate de metáforas que han pasado al habla
habitual.
Vamos a ver
ejemplos de esta doble denominación: realista y
metafórica:
¡Ay! Cuando
los hijos mueren
rosas tempranas del
abril...
(O.
C. 246)
—371→
¡Ai!, cando
che a túa nai veña,
¡cál
te topará, meniño,
frío como a
neve mesma,
para chorar sin
alento,
rosiña que os ventos creban...!
(C.
G. 85)
Por estos ejemplos
podemos observar que Rosalía no tiene el menor inconveniente
en repetirse: los niños le parecen flores, y así lo
dice una y otra vez con ligeras variantes. Sus metáforas son
muy sencillas, y reproducen muchas veces las que ya están
incorporadas al lenguaje coloquial, ya sea el popular o el
más culto. Veamos dos ejemplos. Uno, en que una mujer habla
de su amado muerto:
Cando foi, iba sorrindo;
cando veu,
viña morrendo;
a luciña dos meus ollos,
o amantiño
do meu peito.
(C.
G. 122)
Otro, en que una
moza habla de su pretendiente:
Unhas veces, canciño de
cego,
por onde eu
andare, seguíndome vai...
(C.
G. 119)
Con estas dobles
denominaciones logra a veces efectos de gran valor expresivo. Uno
de los más hermosos se encuentra en Orillas del
Sar. Ante la mujer que, después de haber creído
que el amor es la esencia de la vida, ve desvanecerse todas sus
ilusiones y comprende que el amor es una realidad que
inevitablemente desaparece con los años, el poeta se
pregunta:
¿Y aún, vieja
encina, resististe? ¿Aún late,
mujer, tu
corazón?
(O.
C. 657)
—372→
Las
metáforas con que se refiere a mujeres son muy poco
originales, bien por literarias, bien por ser casi frases hechas.
Así, las muchachas ingenuas son palomas que corren tras la
luz que va a quemarlas. (Ha sustituido el término
mariposa, que es el del habla corriente, por el de
paloma):
Elas
louquiñas bailaban
e por xunta del
corrían...
[...]
probes palomas,
buscaban
a luz que as iba
queimar.
(C.
G. 52)
La mujer pura
será el «cerrado capullo de
pálidas tintas», y la que no lo es recibirá
el nombre de «rosa encendida que abre
al sol de la tarde sus hojas» (O. S. 348).
Los conceptos
abstractos son representados a veces metafóricamente, en
general mencionando antes el término real que los designa.
Y, cuando no lo hace, la interpretación resulta confusa, lo
cual viene a demostrar que el poeta no domina este recurso
expresivo, y, quizá por darse cuenta de ello, prefiere la
comparación. Veamos un ejemplo:
...y del mundo
feliz de los ensueños
a la aridez de la verdad nos
lleva.
¡De la verdad!...
¡Del asesino honrado
que impasible nos mata y nos
entierra!
[...]
¡Y yo
quería morir! La sin entrañas,
sin conmoverse, me mostrara el
negro
y oculto abismo que a mis pies
abrieran...
(O. S. 367-68)
No cabe duda de
que «el asesino honrado» es la verdad. Pero «la
sin entrañas», ¿sigue teniendo como
término real la verdad?, ¿o es la muerte?
—373→
Quizá son
imprecisiones de este tipo las que llevan a Rosalía a
aclarar en el último momento el término real de una
metáfora. Veamos un ejemplo muy significativo:
¡Qué
hinchadiña branca vela
antre os millos corre soa,
misteriosa pura estrela!
Dille o vento en
torno dela:
Palomiña, ¡voa!, ¡voa!
(C.
G. 141)
Los dos
últimos versos son la clave; no tienen desde un punto de
vista poético más función que la de designar
con el término real lo que antes se ha designado
metafóricamente.
Pero veamos un
ejemplo más claro, y totalmente antipoético, de esta
desmetaforización, si se nos permite el nombre:
¡Silencio,
los lebreles
de la jauría maldita!
No despertéis a la
implacable fiera
que duerme silenciosa en su
guarida.
[...]
Prosiguieron
aullando los lebreles...
-¡los malos pensamientos
homicidas!-,
y despertaron la temible
fiera...
-¡la pasión
que en el alma se adormía!
(O. S. 325)
Las
metáforas en las que se ha producido la sustitución
de un término por otro son muy sencillas:
un río es «un camiño todo
prata» (C. G. 141)
un gato, «larpeiro rabudo» (goloso con rabo) (C. G.
133)
la lluvia, «as bágoas do ceo» (C. G. 124)
—374→
O bien, en
metáfora más construida, la lluvia aparece como:
misteriosa regadeira
fino orballo no
chán pousa
con feitiña
curvadeira
remollando na
ribeira
frol por frol,
chousa por chousa.
(C.
G. 139)
Se define a
sí misma como: «juguete del
destino, arista humilde» (O. C. 659). Los lugares conocidos y
queridos son descritos, a veces, en forma metafórica:
Vexo Valga
á beira hermosa
dun camiño
todo prata,
casta Virxe candorosa,
sentadiña en chan de rosa,
vestidiña de escalrata.
(C.
G. 141)
I a
Padrón, ponliña verde,
jada branca ó pe dun río,
froita en frol da
que eu quixerde...
(C.
G. 141)
De la casa
solariega de los Castro, la casa de Arretén, dice:
Alí está, sombra
perdida,
vos sin son, corpo sin alma,
amazona mal ferida
que ó
sentir que perde a vida
se adormece en
xorda calma.
(C.
G. 143)
El esquema
metafórico más frecuente en Rosalía es el de
la simple aposición de los dos términos, el real y el
metafórico. Su representación sería: A, B:
—375→
«los niños, las flores más hermosas de la
tierra» (O. C. 1529)
«Padrón, ponliña verde» (C. G.
141)
«La verdad,
el asesino honrado» (O. S. 367)
«as nubes
brancas, sombra dos ánxeles» (C. G. 48)
«el astro de la noche [...] globo de plata o misteriosa
nube» (O. C. 1518)
«rencor sañudo, sierpe que en cieno anida»
(O. C. 1520)
«Cantor dos aires,
paxariño alegre [...] cantor da aurora»
(C. G. 151)
«mi niño, tierna rosa» (O. S. 318)
Otro esquema es el
predicativo similar al anterior, pero con cópula entre ambos
términos: A es B:
«(todos) semos
relox que repetimos eternamente o
mesmo» (F. N. 165)
«Non follas novas,
ramallo de toxos e silvas sós» (F. N.
166)
«Mais vé que o meu
corazón é unha rosa de cen follas»
(F. N. 172)
«(La Desgracia) sono
lixeiro ou pasaxeira nube pra moitos é»
(F. N. 213)
Más
interesantes que las metáforas simples son las
construcciones que Rosalía hace a partir de alguna de ellas.
Aunque la metáfora inicial sea muy sencilla, la
construcción le va añadiendo elementos hasta
conseguir una imagen de tipo alegórico de mayor riqueza.
Así, partiendo de la metáfora que pudiéramos
calificar de popular, «el pecado es pan
que crece en todas partes», se llega a la siguiente
visión de la realidad del pecado:
-Si de pecados
falades,
é pan que
onde queira espiga,
en tódalas
partes crese,
en todas partes se
cría;
mais uns son cor
de veneno,
outros de sangre
runxida,
outros, como a
noite negros,
—376→
medran cas lurpias
dañinas
que os paren entre
ouro e seda,
arrolados pola
envidia,
mantidos pola
luxuria,
mimados pola
cobiza.
-Quen ben
está, ben estea.
Déixate
estar, miña filla...
[...]
que, anque
ese pan barolento
en todas partes
espiga,
nunhas apoucado
crese,
noutras medra que
adimira.
(C.
G. 30)
Partiendo de la
metáfora «mi corazón es
una rosa de cien hojas», Rosalía construye uno de
sus poemas más representativos de su visión del
mundo. En el desarrollo de la metáfora va alternando los
términos reales -las penas, el corazón-, con los
irreales -las hojas y la rosa-, consiguiendo una imagen
plástica de esa compleja realidad que era su dolorido
vivir:
Mais ve que o meu
corazón
é unha rosa
de cen follas,
i é cada
folla unha pena
que vive apegada
noutra.
Quitas unha,
quitas dúas:
penas me quedan de
sobra;
hoxe dez,
mañán corenta,
desfolla que te
desfolla...
¡O
corazón me atrincaras
desque as
arrincares todas!
(F. N. 172)
De tipo
alegórico es también la representación que
Rosalía da de la desgracia:
—377→
[...] Loba que nunca
farta se ve, que o
seu furor redobra
da fonda frida,
á vista ensangrentada...
[...]
Todo
o mucha ó seu paso, a pranta súa
maldita todo para
sempre estraga;
todo a súa
lama pegaxosa entrubia.
(F. N. 213)
A veces la
metáfora está "contaminada" con la
personificación. No hay sustitución de un
término por otro, ni tampoco una clara
personificación de lo inanimado o abstracto. Es una mezcla
de ambas cosas. Así aparece la noche como hija de alas
sombrías que el miedo extiende:
Unha noite, noite
negra,
como os pesares
que eu teño,
noite filla das sombrisas
alas que estenden os medos.
(C.
G. 72)
O como un ser que
cierra sus lutos en torno de los mortales:
mentras cerraba a
noite silenciosa
os seus loitos
tristísimos
en torno da
extranxeira na súa patria...
(F. N. 195)
O presenta las
nieblas y las palomas como ángeles que se han quedado
dormidos en los hondos valles galaicos:
De
valles tan fondos,
tan verdes, tan
frescos...
[...]
Que
os ánxeles neles
dormidos se
quedan,
xa en forma de
pombas,
xa en forma de
niebras.
(C.
G. 24)
—378→
Resumiendo lo
expuesto, tenemos: la metáfora es un recurso expresivo poco
utilizado por Rosalía, que prefiere la comparación.
Cuando la usa, no suele sustituir un término por otro, sino
que emplea una doble denominación, metafórica y real,
para los seres que quiere designar. Sus metáforas son poco
originales, bien por tomarlas de la tradición literaria o de
la lengua hablada. No tiene inconveniente en repetir con
pequeñas variantes una misma metáfora (niños =
flores, por ejemplo). En algún caso destruye ella misma la
metáfora explicando su sentido real. Cuando se produce la
sustitución y no hay explicación, la metáfora
suele estar ya consagrada por el uso. Lo más interesante son
las construcciones de tipo alegórico que hace a partir de
una metáfora, o las mezclas de éstas con
procedimientos simbólicos o de personificación. En
todo caso, son recursos poco frecuentes y que sólo de forma
negativa, es decir, por su escasez, sirven para caracterizar su
poesía.