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Bécquer y el espiritismo

Russell P. Sebold





El ambiente etéreo de la prosa y el verso de Bécquer tiene importantes antecedentes todavía no estudiados en el espiritismo. Se ha investigado la influencia espiritista sobre las novelas de Valle-Inclán y Eduardo Zamacois, mas era posible tal influjo sobre otros escritores desde antes de 1870, según se sugiere por la existencia de una curiosa obra espiritista, semiliteraria, de ese año. Citaré por su segunda edición más completa: Marietta, Páginas de dos existencias, Páginas de ultratumba (Primera y segunda parte), Obra emanada de los elevados espíritus de Marietta y Estrella, escrita por Daniel Suárez Axtazu, médium de la Sociedad Espiritista Española, segunda edición, Madrid, Imprenta de Folguera, 1874, 381 páginas.

Por ser un relato de intención creativa a la par que divulgadora, Marietta representa dentro del movimiento espiritista un desarrollo y madurez análogos a los que acusa en otra esfera Bécquer, escritor de pura creación, pero rigurosamente contemporáneo e influido por las mismas corrientes espiritistas, y así, aunque el propio Artazu no pudo influir en el poeta sevillano, quien murió en 1870, la obra de aquél sí puede servir como vara para medir el alcance del elemento espiritista en el arte de Gustavo Adolfo.

No tardarían en llegar a España los primeros libros espiritistas ingleses y franceses, de los decenios de 1850 y 1860; en los primeros años 60 se estampan en la prensa española noticias sobre el espiritismo, y en ese momento el Bécquer periodista alude irónicamente a artículos de la fe espiritista, por ejemplo: «Me dan ganas de creer en la metempsicosis» (El Contemporáneo, 28 enero 1863). Los primeros libros puramente doctrinales del movimiento espiritista español son de 1867 y 1868; pero ya antes la locura espiritista había prendido en toda España. El espíritu de Guillermo Pitt dicta un tratado de política a los espiritistas de Zaragoza; el reglamento de la Sociedad Espiritista de Huesca, se lo dicta el alma de Cervantes; los militares, los médicos, los veterinarios y los maestros de escuela normal son en España grupos en los que se dan grandes números de adictos al espiritismo (el libro de Artazu está dedicado a un teniente general ); hay diputados espiritistas en el Congreso, y hasta se propone la fundación de cátedras de «ciencia» espiritista. En tal medio entonces va formándose la cosmovisión de Artazu y Bécquer.

En Marietta se cuentan los imposibles amores de esta doncella napolitana con un joven caballero extranjero en la lírica naturaleza italiana, circunstancias que revelan cierta deuda de «este poema» en prosa con la novela Graziella, de Lamartine, y el nombre del aludido galán granadino, Rafael, puede ser reminiscencia de otra novela lírica de Lamartine, que lleva ese nombre de título. Estrella, la rival granadina de Marietta, usa una carta falsificada para hacer creer que ésta ha muerto, y así pone en marcha una intriga que lleva a la muerte de los tres. Los personajes vivieron en el siglo XVII, pero los espíritus de Marietta y Estrella dictan su historia al médium en el XIX.

Casi todas sus Leyendas las copias Bécquer al dictado «de labios de la gente del pueblo» («La cueva de la mora», 1863): ancianos, demandaderas, dueñas chismosas, muchachas muy buenas, etc., que son como unos médiums que con su vulgar credulidad hacen plausible lo sobrenatural. Alienta en cada uno de nosotros un crédulo hombre vulgar, punto fundamental para la poética de la literatura fantástica, y es curioso que Artazu justifique del mismísimo modo la fe en los aspectos sobrenaturales del espiritismo: «La sospecha de los que piensan así, y nadie deja de pensar así alguna vez, responde a la verdad que clama a todos los oídos» (el subrayado es mío).

La música era una de las vías que los muertos utilizaban para comunicarse con los vivos a través de los médiums, y así el mal organista y la hija de Maese Pérez, cuyos dedos éste usa para tocar su órgano después de muerto, son en realidad médiums. En «El Monte de las Animas», la misteriosa vuelta de Alonso, después de muerto, para devolverle a Beatriz su banda azul, la puede haber realizado el joven cazador en su cuerpo astral, forma de existencia intermedia entre la corpórea y la espiritual, en la que, según los espiritistas, los fenecidos moran entre nosotros. En «La promesa», la aparición, suspendida en el aire, de la mano de la ya muerta Margarita, parece una variante de la levitación, procedimiento frecuente entre los espiritistas. Merced al hecho de que la luz «conserva viva, latente en su rayo la imagen de las cosas y objetos que hiere» y «el sonido se reproduce eternamente en el espacio», los personajes de Marietta pueden todavía presenciar como actuales sucesos acaecidos muchos años antes, y no otra debe de ser la explicación «científica» de la repetición todos los años del incendio del templo de los monjes de la Montaña y la horrible muerte de éstos, en «El miserere». La luz para los espiritistas es un esencial medio de comunicación con espíritus que habitan otros mundos; los personajes de Marietta persiguen «el rayo de otros soles» hasta llegar a «un mundo formado de polvo de soles», y de la misma manera «El rayo de luna» del que se enamora Manrique, en la leyenda becqueriana así titulada, no será sino el espíritu de una de «las mujeres de esas regiones luminosas», al decir de Gustavo Adolfo, «esos puntos de luz (que acaso) sean mundos» diferentes.

Las Rimas nos brindan muestras igualmente fascinantes del influjo del espiritismo sobre su creador; especialmente la LXXV, en la que el espíritu, «huésped de las nieblas», «alado sube a la región vacía / a encontrarse con otros / y allí, desnudo de la humana forma», habitando «de la idea / el mundo silencioso», conoce «a muchas gentes / a quienes no conozco». Pues es notable la semejanza de estas palabras a las siguientes de nuestra ya citada guía espiritista: «Habitante del espacio (...) reside fuera de las esferas de acción y sensación humana, (...) ve pasar a su lado los tiempos, (...) prepárase para otras empresas en universos ignorados.»

El aprovechamiento estilístico del espiritismo en las Rimas se confirma a la vez por otros numerosos paralelos con Marietta. Lo que destaca en ambos textos es la singular delicadeza que el enfoque espiritista del cosmos hizo posible.

Confróntense las palabras siguientes de Artazu con los rasgos más conocidos de las Rimas indicadas por los números romanos entre paréntesis: «La palabra (resulta) mezquina para describir tanta grandeza» (I). «melodías de color» (I); «Fui muchas veces brisa de esta playa para acariciar tu frente» (V). «Salía de la forma para penetrar en la idea» (V): «Una palabra, un gesto, una mirada sola (...) Un gesto, una mirada, una palabra sola (...) Sí: una mirada, una palabra, un gesto solo» (XXIII). «Nada más difícil que profundizar el corazón humano (...) y sacar a luz, de su misteriosa profundidad, algún arcano» (XLVII); «En las sinuosidades y accidentes de cualquier sitio, el alma va dejando pedazos de sí misma» (LXVI); «Para cada suspiro hay una esperanza de consuelo, para cada lágrima un momento de alegría» (LXVIII).

Por fin, otro trozo de Marietta, de índole más general; casi podría pasar por credo o poética de Bécquer: pues todo cuanto hace el espíritu peregrino del espacio en estas líneas de Artazu, se halla realizado también en la lira y las leyendas de Gustavo Adolfo: «Es capaz de no perder ni una sola de las vibraciones que se desprenden de la armonía que se extiende en el espacio y que marcha a perder los torrentes de sus últimas notas en los linderos más apartados de lo infinito. Toca las sustancias más tenues, examina los elementos más simples, y analiza los detalles más delicados (...) Su pensamiento es su elocuencia, y entregando sus sentimientos a un lirismo eterno, puede describir cuadros bellísimos sólo con poner de manifiesto sensaciones». Sin el espiritismo es imposible una explicación completa de las evanescencias, luminosidades, imágenes aéreas, emociones indefinibles, melodías ultraterrestres y estas infinitas que son tan características de las obras de Bécquer.

(16 de mayo de 1987)





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