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[ LVIII ]


ArribaAbajo   Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros,
ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros:
lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso
de mí murmuran y exclaman:
-Ahí va la loca, soñando
con la eterna primavera de la vida y de los campos,  5
y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,
y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.

   -Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha;
mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,
con la eterna primavera de la vida que se apaga  10
y la perenne frescura de los campos y las almas,
aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.

   Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños;
sin ellos, ¿cómo admiraros, ni cómo vivir sin ellos?




[ LIX ]


ArribaAbajo   Cada vez que recuerda tanto oprobio,
-cada vez digo ¡y lo recuerda siempre!-,
avergonzada su alma
quisiera en el no ser desvanecerse,
como la blanca nube  5
en el espacio azul se desvanece.

   Recuerdo... lo que halaga hasta el delirio
o da dolor hasta causar la muerte...
no, no es sólo recuerdo,
sino que es juntamente  10
el pasado, el presente, el infinito,
lo que fue, lo que es y ha de ser siempre.




[ LX ]


ArribaAbajo   Recuerda el trinar del ave
y el chasquido de los besos,
los rumores de la selva
cuando en ella gime el viento,
y del mar las tempestades,  5
y la bronca voz del trueno;
todo halla un eco en las cuerdas
del arpa que pulsa el genio.

   Pero aquel sordo latido
del corazón que está enfermo  10
de muerte, y que de amor muere
y que resuena en el pecho
como un bordón que se rompe
dentro de un sepulcro hueco,
es tan triste y melancólico,  15
tan terrible y tan supremo,
que jamás el genio pudo
repetirlo con sus ecos.




[ LXI ]


ArribaAbajo   Del mar azul las transparentes olas
mientras blandas murmuran
sobre la arena, hasta mis pies rodando,
tentadoras me besan y me buscan.

   Inquietas lamen de mi planta el borde,  5
lánzanme airosas su nevada espuma,
y pienso que me llaman, que me atraen
hacia sus salas húmedas.

   Mas cuando ansiosa quiero
seguirlas por la líquida llanura,  10
se hunde mi pie en la linfa transparente
y ellas de mí se burlan.
   Y huyen abandonándome en la playa
a la terrena, inacabable lucha,
como en las tristes playas de la vida  15
me abandonó inconstante la fortuna.




[ LXII ]


ArribaAbajo   Si medito en tu eterna grandeza,
buen Dios, a quien nunca veo,
y levanto asombrada los ojos
hacia el alto firmamento
que llenaste de mundos y mundos...  5
toda conturbada, pienso
que soy menos que un átomo leve
perdido en el universo;
nada, en fin... y que al cabo en la nada
han de perderse mis restos.  10

   Mas si cuando el dolor y la duda
me atormentan, corro al templo,
y a los pies de la Cruz un refugio
busco ansiosa implorando remedio,
de Jesús el cruento martirio  15
tanto conmueve mi pecho,
y adivino tan dulces promesas
en sus dolores acerbos,
que cual niño que reposa
en el regazo materno,  20
después de llorar, tranquila
tras la expiación, espero
que allá donde Dios habita
he de proseguir viviendo.




[ LXIII ]



I

ArribaAbajo   Los que a través de sus lágrimas,
sin esfuerzo ni violencia,
abren paso en el alma afligida
al nuevo placer que llega;

   los que tras de las fatigas  5
de una existencia azarosa,
al dar término al rudo combate
cogen larga cosecha de gloria;

    y, en fin, todos los dichosos,
cuyo reino es de este mundo,  10
y dudando o creyendo en el otro
de la tierra se llevan los frutos;

    ¡con qué tedio oyen el grito
del que en vano ha querido y no pudo
arrojar de sus hombros la carga  15
pesada del infortunio!

   -Cada cual en silencio devore
sus penas y sus afanes
-dicen-, que es de animosos y fuertes
el callar, y es la queja cobarde.  20

    No el lúgubre vaticinio
que el espíritu turba y sorprende,
ni el inútil y eterno lamento
importuno en los aires resuene.

    ¡Poeta!, en fáciles versos,  25
y con estro que alienta los ánimos,
ven a hablarnos de esperanzas,
pero no de desengaños.


II

   ¡Atrás, pues, mi dolor vano con sus acerbos gemidos
que en la inmensidad se pierden, como los sordos bramidos  30
del mar en las soledades que el líquido amargo llena!
¡Atrás!, y que el denso velo de los inútiles lutos,
rasgándose, libre paso deje al triunfo de los Brutos,
que asesinados los Césares, ya ni dan premio ni pena...

    Pordiosero vergonzante que en cada rincón desierto  35
tendiendo la enjuta mano detiene su paso incierto
para entonar la salmodia que nadie escucha ni entiende,
me pareces, dolor mío, de quien reniego en buen hora.
¡Huye, pues, del alma enferma! Y tú, nueva y blanca aurora,
toda de promesas harta, sobre mí tus rayos tiende.  40


III

   ¡Pensamientos de alas negras!, huid, huid azorados,
como bandada de cuervos por la tormenta acosados,
o como abejas salvajes en quien el fuego hizo presa;
dejad que amanezca el día de resplandores benditos
en cuya luz se presienten los placeres infinitos...  45
¡y huid con vuestra perenne sombra que en el alma pesa!

   ¡Pensamientos de alas blancas!, ni gimamos ni roguemos
como un tiempo, y en los mundos luminosos penetremos
en donde nunca resuena la débil voz del caído,
en donde el dorado sueño para en realidad segura,  50
y de la humana flaqueza sobre la inmensa amargura
y sobre el amor que mata, sus alas tiende el olvido.

   Ni el recuerdo que atormenta con horrible pesadilla,
ni la pobreza que abate, ni la miseria que humilla,
ni de la injusticia el látigo, que al herir mancha y condena,  55
ni la envidia y la calumnia más que el fuego asoladoras
existen para el que siente que se deslizan sus horas
del contento y la abundancia por la corriente serena.

   Allí, donde nunca el llanto los párpados enrojece,
donde por dicha se ignora que la humanidad padece  60
y que hay seres que codician lo que harto el perro desdeña;
allí, buscando un asilo, mis pensamientos dichosos
a todo pesar ajenos, lejos de los tenebrosos
antros del dolor, cantemos a la esperanza risueña.

   Frescas voces juveniles, armoniosos instrumentos,  65
¡venid!, que a vuestros acordes yo quiero unir mis acentos
vigorosos, y el espacio llenar de animadas notas,
y entre estatuas y entre flores, entrelazadas las manos,
danzar en honor de todos los venturosos humanos
del presente, del futuro y las edades remotas.  70


IV

   Y mi voz, entre el concierto de las graves sinfonías,
de las risas lisonjeras y las locas alegrías,
se alzó robusta y sonora con la inspiración ardiente
que enciende en el alma altiva del entusiasmo la llama,
y hace creer al que espera y hace esperar al que ama  75
que hay un cielo en donde vive el amor eternamente.

   Del labio amargado un día por lo acerbo de los males,
como de fuente abundosa fluyó la miel a raudales,
vertiéndose en copas de oro que mi mano orló de rosas,
y bajo de los espléndidos y ricos artesonados,  80
en los palacios inmensos y los salones dorados,
fui como flor en quien beben perfumes las mariposas.

   Los aplausos resonaban con estruendo en torno mío,
como el vendaval resuena cuando se desborda el río
por la lóbrega encañada que adusto el pinar sombrea;  85
genio supremo y sublime del porvenir me aclamaron,
y trofeos y coronas a mis plantas arrojaron,
como a los pies del guerrero vencedor en la pelea.


V

   Mas un día, de aquel bello y encantado paraíso
donde con tantas victorias la suerte brindarme quiso,  90
volví al mundo desolado de mis antiguos amores,
cual mendigo que a su albergue torna de riquezas lleno;
pero al verme los que ausente me lloraron, de su seno
me rechazaron cual suele rechazarse a los traidores.

   Y con agudos silbidos y entre sonrisas burlonas,  95
renegaron de mi numen y pisaron mis coronas,
de sus iras envolviéndome en la furiosa tormenta;
y sombrío y cabizbajo como Caín el maldito,
el execrable anatema llevando en la frente escrito,
refugio busqué en la sombra para devorar mi afrenta.  100


VI

   No hay mancha que siempre dure, ni culpa que perdonada
deje de ser, si con llanto de contrición fue regada;
así, cuando de la mía se borró el rastro infamante,
como en el cielo se borra el de la estrella que pasa,
pasé yo entre los mortales como el pie sobre la brasa,  105
sin volver atrás los ojos ni mirar hacia adelante.

   Y a mi corazón le dije: «Si no es vano tu ardimiento
y en ti el manantial rebosa del amor y el sentimiento,
fuentes en donde el poeta apaga su sed divina,
sé tú mi musa, y cantemos sin preguntarle a las gentes  110
si aman las alegres trovas o los suspiros dolientes,
si gustan del sol que nace o buscan al que declina.»




[ LXIV ]


ArribaAbajo   Mientras el hielo las cubre
con sus hilos brillantes de plata,
todas las plantas están ateridas,
ateridas como mi alma.

    Esos hielos para ellas  5
son promesa de flores tempranas,
son para mí silenciosos obreros
que están tejiéndome la mortaja.




[ LXV ]


ArribaAbajo   Pensaban que estaba ocioso
en sus prisiones estrechas,
y nunca estarlo ha podido
quien firme al pie de la brecha,
en guerra desesperada  5
contra sí mismo pelea.

   Pensaban que estaba solo,
y no lo estuvo jamás
el forjador de fantasmas,
que ve siempre en lo real  10
lo falso, y en sus visiones
la imagen de la verdad.




[ LXVI ]


ArribaAbajo   Brillaban en la altura cual moribundas chispas,
las pálidas estrellas,
y abajo... muy abajo, en la callada selva,
sentíanse en las hojas próximas a secarse,
y en las marchitas hierbas,  5
algo como estallidos de arterias que se rompen
y huesos que se quiebran.
¡Qué cosas tan extrañas finge una mente enferma!

    Tan honda era la noche,
la oscuridad tan densa,  10
que ciega la pupila
si se fijaba en ella,
creía ver brillando entre la espesa sombra
como en la inmensa altura las pálidas estrellas.
¡Qué cosas tan extrañas se ven en las tinieblas!  15

   En su ilusión, creyóse por el vacío envuelto,
y en él queriendo hundirse
y girar con los astros por el celeste piélago,
fue a estrellarse en las rocas, que la noche ocultaba
bajo su manto espeso.  20




[ LXVII ]


ArribaAbajo   Son los corazones de algunas criaturas
como los caminos muy transitados,
donde las pisadas de los que ahora llegan,
borran las pisadas de los que pasaron:
no será posible que dejéis en ellos,  5
de vuestro cariño, recuerdo ni rastro.




[ LXVIII ]


ArribaAbajo   Al oír las canciones
que en otro tiempo oía,
del fondo en donde duermen mis pasiones
el sueño de la nada,
pienso que se alza irónica y sombría,  5
la imagen ya enterrada
de mis blancas y hermosas ilusiones,
para decirme: -¡Necia!, lo que es ido
¡no vuelve!; lo pasado se ha perdido
como en la noche va a perderse el día,  10
ni hay para la vejez resurrecciones...

   ¡Por Dios, no me cantéis esas canciones
que en otro tiempo oía!




[ LXIX ]


ArribaAbajo   Vosotros que del cielo que forjasteis
vivís como Narciso enamorados,
no lograréis cambiar de la criatura
en su esencia, la misma eternamente,
los instintos innatos.  5

   No borraréis jamás del alma humana
el orgullo de raza, el amor patrio,
la vanidad del propio valimiento,
ni el orgullo del ser que se resiste
a perder de su ser un solo átomo.  10




[ LXX ]


A la luna



I

ArribaAbajo    ¡Con qué pura y serena transparencia
brilla esta noche la luna!
A imagen de la cándida inocencia,
no tiene mancha ninguna.

   De su pálido rayo la luz pura  5
como lluvia de oro cae
sobre las largas cintas de verdura
que la brisa lleva y trae.

   Y el mármol de las tumbas ilumina
con melancólica lumbre,  10
y las corrientes de agua cristalina
que bajan de la alta cumbre.

    La lejana llanura, las praderas,
el mar de espuma cubierto
donde nacen las ondas plañideras,  15
el blanco arenal desierto,

   la iglesia, el campanario, el viejo muro,
la ría en su curso varia,
todo lo ves desde tu cenit puro,
casta virgen solitaria.  20


II

   Todo lo ves, y todos los mortales,
cuantos en el mundo habitan,
en busca del alivio de sus males,
tu blanca luz solicitan.

   Unos para consuelo de dolores,  25
otros tras de ensueños de oro
que con vagos y tibios resplandores
vierte tu rayo incoloro.

   Y otros, en fin, para gustar contigo
esas venturas robadas  30
que huyen del sol, acusador testigo,
pero no de tus miradas.


III

   Y yo, celosa como me dio el cielo
y mi destino inconstante,
correr quisiera un misterioso velo  35
sobre tu casto semblante.

   Y piensa mi exaltada fantasía
que sólo yo te contemplo,
y como que es hermosa en demasía
te doy mi patria por templo.  40

   Pues digo con orgullo que en la esfera
jamás brilló luz alguna
que en su claro fulgor se pareciera
a nuestra cándida luna.

   Mas ¡qué delirio y qué ilusión tan vana  45
esta que llena mi mente!
De altísimas regiones soberana
nos miras indiferente.

   Y sigues en silencio tu camino
siempre impasible y serena,  50
dejándome sujeta a mi destino
como el preso a su cadena.

   Y a alumbrar vas un suelo más dichoso
que nuestro encantado suelo,
aunque no más fecundo y más hermoso,  55
pues no le hay bajo del cielo.

   No hizo Dios cual mi patria otra tan bella
en luz, perfume y frescura,
sólo que le dio en cambio mala estrella,
dote de toda hermosura.  60


IV

   Dígote, pues, adiós, tú, cuanto amada,
indiferente y esquiva;
¿qué eres al fin, ¡oh, hermosa!, comparada
al que es llama ardiente y viva?

   Adiós... adiós, y quiera la fortuna,  65
descolorida doncella,
que tierra tan feliz no halles ninguna
como mi Galicia bella.

   Y que al tornar viajera sin reposo
de nuevo a nuestras regiones,  70
en donde un tiempo el celta vigoroso
te envió sus oraciones,

   en vez de lutos como un tiempo, veas
la abundancia en sus hogares,
y que en ciudades, villas y en aldeas  75
han vuelto los ausentes a sus lares.




[ LXXI ]


ArribaAbajo   «Yo en mi lecho de abrojos,
tú en tu lecho de rosas y de plumas;
verdad dijo el que dijo que un abismo
media entre mi miseria y tu fortuna.
Mas yo no cambiaría  5
por tu lecho mi lecho,
pues rosas hay que manchan y emponzoñan,
y abrojos que a través de su aspereza
nos conducen al cielo.»




[ LXXII ]


ArribaAbajo   Con ese orgullo de la honrada y triste
miseria resignada a sus tormentos,
la virgen pobre su canción entona
en el mísero y lóbrego aposento,
y allí otra voz murmura al mismo tiempo:  5

   «Entre plumas y rosas descansemos,
que hallo mejor anticipar los goces
de la gloria en la tierra, y que impaciente
por mí aguarde el infierno;
el infierno a quien vence el que ha pecado  10
con su arrepentimiento.
¡Bien hayas tú, la que el placer apuras;
y tú, pobre y ascética, mal hayas!
La vida es breve, el porvenir oscuro,
cierta la muerte, y venturosa aquella  15
que en vez de sueños realidades ama.»

   Ella, triste, de súbito suspira
interrumpiendo su cantar, y bañan,
frías y silenciosas,
su semblante las lágrimas.  20

   ¿Quién levantó tal tempestad de llanto
en aquella alma blanca y sin rencores
que aceptaba serena su desdicha,
con fe esperando en los celestes dones?
¡Quién! El perenne instigador oculto  25
de la insidiosa duda; el monstruo informe
que ya es la fiebre del carnal deseo,
ya el montón de oro que al brillar corrompe,
ya de amor puro la fingida imagen:
otra vez el de siempre... ¡Mefistófeles!  30
   Que aunque hoy así no se le llame, acaso
proseguirá sin nombre la batalla,
porque mudan los nombres, mas las cosas
eternas, ni se mudan ni se cambian.




[ LXXIII ]


ArribaAbajo   Viéndome perseguido por la alondra
que en su rápido vuelo
arrebatarme quiso en su piquillo
para dar alimento a sus polluelos,

    yo, diminuto insecto de alas de oro,  5
refugio hallé en el cáliz de una rosa,
y allí viví dichoso desde el alba
hasta la nueva aurora.

   Mas aunque era tan fresca y perfumada
la rosa, como yo no encontró abrigo  10
contra el viento, que alzándose en el bosque
arrastróla en revuelto torbellino.

   Y rodamos los dos en fango envueltos
para ya nunca levantarse ella,
y yo para llorar eternamente  15
mi amor primero y mi ilusión postrera.




[ LXXIV ]


ArribaAbajo   De repente los ecos divinos
que en el tiempo se apagaron,
desde lejos de nuevo llamáronle
con el poderoso encanto
que del fondo del sepulcro  5
hizo levantar a Lázaro.

   Agitóse al oírlos su alma
y volvió de su sueño letárgico
a la vida, como vuelve
a su patria el desterrado  10
que ve al fin los lugares queridos,
mas no a los seres amados.

    Alma que has despertado,
vuelve a quedar dormida;
no es que aparece el alba,  15
es que ya muere el día
y te envía en su rayo postrero
la postrimera caricia.




[ LXXV ]


ArribaAbajo   Si al festín de los dioses llegas tarde,
ya del néctar celeste
que rebosó en las ánforas divinas
sólo, alma triste, encontrarás las heces.

   Mas aun así de su amargor dulcísimo  5
conservarás tan íntimos recuerdos,
que bastarán a consolar tus penas
de la vida en el áspero desierto.




[ LXXVI ]


ArribaAbajo    La palabra y la idea... Hay un abismo
entre ambas cosas, orador sublime.
Si es que supiste amar, di: cuando amaste,
¿no es verdad, no es verdad que enmudeciste?
   Cuando has aborrecido, ¿no has guardado  5
silencioso la hiel de tus rencores
en lo más hondo y escondido y negro
que hallar puede en sí un hombre?
    Un beso, una mirada,
suavísimo lenguaje de los cielos;  10
un puñal afilado, un golpe aleve,
expresivo lenguaje del infierno.
    Mas la palabra en vano
cuando el odio o el amor llenan la vida,
al convulsivo labio balbuciente  15
se agolpa y precipita.
   ¡Qué ha de decir! Desventurada y muda,
de tan hondos, tan íntimos secretos,
la lengua humana, torpe, no traduce
el velado misterio.  20
   Palpita el corazón enfermo y triste,
languidece el espíritu, he aquí todo;
después se rompe el frágil
vaso, y la esencia elévase a lo ignoto.




[ LXXVII ]


ArribaAbajo   «Los muertos van de prisa»,
el poeta lo ha dicho;
van tan de prisa, que sus sombras pálidas
se pierden del olvido en los abismos
con mayor rapidez que la centella  5
se pierde en los espacios infinitos.

   «Los muertos van de prisa»; mas yo creo
que aun mucho más de prisa van los vivos.
¡Los vivos!, que con ansia abrasadora,
cuando apenas vivieron  10
un instante de gloria, un solo día
de júbilo, y mucho antes de haber muerto,
unos a otros sin piedad se entierran
para heredarse presto.




[ LXXVIII ]


ArribaAbajo   A sus plantas se agitan los hombres,
como el salvaje hormiguero
en cualquier rincón oculto
de un camino olvidado y desierto.
¡Cuál le irritan sus gritos de júbilo,  5
sus risas y sus acentos,
gratos como la esperanza,
como la dicha soberbios!

    Todos alegres se miran,
se tropiezan, y en revuelto  10
torbellino van y vienen
a la luz de un sol espléndido,
del cual tiene que ocultarse,
roto, miserable, hambriento.

   ¡Ah!, si él fuera la nube plomiza  15
que lleva el rayo en su seno,
apagara la antorcha celeste
con sus enlutados velos,
y llenara de sombras el mundo
cual lo están sus pensamientos.  20




[ LXXIX ]


ArribaAbajo   Era en abril, y de la nieve al peso
aún se doblaron los morados lirios;
era en diciembre, y se agostó la hierba
al sol, como se agosta en el estío.
   En verano o en invierno, no lo dudes,  5
adulto, anciano o niño,
y hierba y flor, son víctimas eternas
de las amargas burlas del destino.
   Sucumbe el joven, y encorvado, enfermo,
sobrevive el anciano; muere el rico  10
que ama la vida, y el mendigo hambriento
que ama la muerte es como eterno vivo.




[ LXXX ]


ArribaAbajo   Prodigando sonrisas
que aplausos demandaban,
apareció en la escena, alta la frente,
soberbia la mirada,
y sin ver ni pensar más que en sí misma,  5
entre la turba aduladora y mansa
que la aclamaba sol del universo,
como noche de horror pudo aclamarla,
pasó a mi lado y arrollarme quiso
con su triunfal carroza de oro y nácar.  10
Yo me aparté, y fijando mis pupilas
en las suyas airadas:
-¡Es la inmodestia! -al conocerla dije,
y sin enojo la volví la espalda.
   Mas tú cree y espera, ¡alma dichosa!,  15
que al cabo ese es el sino
feliz de los que elige el desengaño
para llevar la palma del martirio.




[ LXXXI ]


Las campanas


ArribaAbajo    Yo las amo, yo las oigo
cual oigo el rumor del viento,
el murmurar de la fuente
o el balido del cordero.

   Como los pájaros, ellas,  5
tan pronto asoma en los cielos
el primer rayo del alba,
le saludan con sus ecos.

   Y en sus notas, que van repitiéndose
por los llanos y los cerros,  10
hay algo de candoroso,
de apacible y de halagüeño.

   Si por siempre enmudecieran,
¡qué tristeza en el aire y el cielo!,
¡qué silencio en las iglesias!,  15
¡qué extrañeza entre los muertos!




[ LXXXII ]


ArribaAbajo   En la altura los cuervos graznaban,
los deudos gemían en torno del muerto,
y las ondas airadas mezclaban
sus bramidos al triste concierto.

   Algo había de irónico y rudo  5
en los ecos de tal sinfonía;
algo negro, fantástico y mudo
que del alma las cuerdas hería.

   Bien pronto cesaron los fúnebres cantos,
esparcióse la turba curiosa,  10
acabaron gemidos y llantos
y dejaron al muerto en su fosa.

   Tan sólo a lo lejos, rasgando la bruma,
del negro estandarte las orlas flotaron,
como flota en el aire la pluma  15
que al ave nocturna los vientos robaron.




[ LXXXIII ]


ArribaAbajo   Ansia que ardiente crece,
vertiginoso vuelo
tras de algo que nos llama
con murmurar incierto,
sorpresas celestiales,  5
dichas que nos asombran;
así cuando buscamos lo escondido,
así comienzan del amor las horas.

    Inaplacable angustia,
hondo dolor del alma,  10
recuerdo que no muere,
deseo que no acaba,
vigilia de la noche,
torpe sueño del día
es lo que queda del placer gustado,  15
es el fruto podrido de la vida.




[ LXXXIV ]


ArribaAbajo   Aunque mi cuerpo se hiela,
me imagino que me quemo;
y es que el hielo algunas veces
hace la impresión del fuego.




[ LXXXV ]


ArribaAbajo   A las rubias envidias
porque naciste con color moreno,
y te parecen ellas blancos ángeles
que han bajado del cielo.
    ¡Ah!, pues no olvides, niña,  5
y ten por cosa cierta,
que mucho más que un ángel siempre pudo
un demonio en la tierra.




[ LXXXVI ]


ArribaAbajo   De este mundo en la comedia
eterna, vienen y van
bajo un mismo velo envueltas
la mentira y la verdad;
por eso al verlas el hombre  5
tras del mágico cendal
que vela la faz de entrambas,
nunca puede adivinar
con certeza cuál es de ellas
la mentira o la verdad.  10




[ LXXXVII ]


ArribaAbajo   Triste loco de atar el que ama menos
le llama al que ama más;
y terco impenitente, al que no olvida
el que puede olvidar.

   Del rico el pobre en su interior maldice,  5
cual si él rico no fuera si pudiese,
y aquél siente hacia el pobre lo que el blanco
hacia las razas inferiores siente.




[ LXXXVIII ]


ArribaAbajo   Justicia de los hombres, yo te busco,
pero sólo te encuentro
en la palabra, que tu nombre aplaude,
mientras te niega tenazmente el hecho.

   -Y tú, ¿dónde resides -me pregunto  5
con aflicción-, justicia de los cielos,
cuando el pecado es obra de un instante
y durará la expiación terrible
mientras dure el infierno?




[ LXXXIX ]


ArribaAbajo   Sed de amores tenía, y dejaste
que la apagase en tu boca,
¡piadosa samaritana!,
y te encontraste sin honra,
ignorando que hay labios que secan  5
y que manchan cuanto tocan.

   ¡Lo ignorabas!... y ahora lo sabes!
Pero yo sé también, pecadora
compasiva, porque a veces
hay compasiones traidoras,  10
que si el sediento volviese
a implorar misericordia,
su sed de nuevo apagaras,
samaritana piadosa.

   No volverá, te lo juro;  15
desde que una fuente enlodan
con su pico esas aves de paso,
se van a beber a otra,




[ XC ]


ArribaAbajo   Sintiéndose acabar con el estío
la desahuciada enferma,
-¡Moriré en el otoño!
-pensó entre melancólica y contenta-,
y sentiré rodar sobre mi tumba  5
las hojas también muertas.
   Mas... ni aun la muerte complacerla quiso,
cruel también con ella;
perdonóle la vida en el invierno
y cuando todo renacía en la tierra  10
la mató lentamente, entre los himnos
alegres de la hermosa primavera.




[ XCI ]


ArribaAbajo   Una cuerda tirante guarda mi seno
que al menor viento lanza siempre un gemido,
mas no repite nunca más que un sonido
monótono, vibrante, profundo y lleno.

   Fue ayer y es hoy y siempre:  5
al abrir mi ventana
veo en Oriente amanecer la aurora,
después hundirse el sol en lontananza.

    Van tantos años de esto
que cuando a muerto tocan,  10
yo no sé si es pecado, pero digo:
-¡Qué dichoso es el muerto, o qué dichosa!




[ XCII ]


ArribaAbajo   ¡No! No ha nacido para amar, sin duda,
ni tampoco ha nacido para odiar,
ya que el amor y el odio han lastimado
su corazón de una manera igual.

   Como la dura roca  5
de algún arroyo solitario al pie,
inmóvil y olvidado anhelaría
ya vivir sin amar ni aborrecer.




[ XCIII ]


ArribaAbajo   Al caer despeñado en la hondura
desde la alta cima,
duras rocas quebraron sus huesos,
hirieron sus carnes agudas espinas,
y el torrente de lecho sombrío,  5
rasgando sus linfas
y entreabriendo los húmedos labios,
vino a darle su beso de muerte
cerrando en los suyos el paso a la vida.

   Despertáronle luego, y temblando  10
de angustia y de miedo,
-¡Ah!, ¿por qué despertar? -preguntóse
después de haber muerto.

   Al pie de su tumba
con violados y ardientes reflejos,  15
flotando en la niebla
vio dos ojos brillantes de fuego
que al mirarle ahuyentaban el frío
de la muerte templando su seno.

   Y del yermo sin fin de su espíritu  20
ya vuelto a la vida, rompiéndose el hielo,
sintió al cabo brotar en el alma
la flor de la dicha, que engendra el deseo.
   Dios no quiso que entrase infecunda
en la fértil región de los cielos;  25
piedad tuvo del ánimo triste
que el germen guardaba de goces eternos.




[ XCIV ]


ArribaAbajo   Desde los cuatro puntos cardinales
de nuestro buen planeta
-joven, pese a sus múltiples arrugas-,
miles de inteligencias
poderosas y activas  5
para ensanchar los campos de la ciencia,
tan vastos ya que la razón se pierde
en sus frondas inmensas,
acuden a la cita que el progreso
les da desde su templo de cien puertas.  10

   Obreros incansables, yo os saludo,
llena de asombro y de respeto llena,
viendo cómo la Fe que guió un día
hacia el desierto al santo anacoreta,
hoy con la misma venda transparente  15
hasta el umbral de lo imposible os lleva.
   ¡Esperad y creed!, crea el que cree,
y ama con doble ardor aquel que espera.

   Pero yo en el rincón más escondido
y también más hermoso de la tierra,  20
sin esperar a Ulises,
que el nuestro ha naufragado en la tormenta,
semejante a Penélope
tejo y destejo sin cesar mi tela,
pensando que ésta es del destino humano  25
la incansable tarea,
y que ahora subiendo, ahora bajando,
unas veces con luz y otras a ciegas,
cumplimos nuestros días y llegamos
más tarde o más temprano a la ribera.  30




[ XCV ]


ArribaAbajo   Aún otra amarga gota en el mar sin orillas
donde lo grande pasa de prisa y lo pequeño
desaparece o se hunde, como piedra arrojada
de las aguas profundas al estancado légamo.

   Vicio, pasión, o acaso enfermedad del alma,  5
débil a caer vuelve siempre en la tentación.
Y escribe como escriben las olas en la arena,
el viento en la laguna y en la neblina el sol.

   Mas nunca nos asombra que trine o cante el ave,
ni que eterna repita sus murmullos el agua;  10
canta, pues, ¡oh poeta!, canta, que no eres menos
que el ave y el arroyo que armonioso se arrastra.




[ XCVI ]


ArribaAbajo   En incesante encarnizada lucha,
en pugilato eterno,
unos tras otros al palenque vienen
para luchar, seguidos del estruendo
de los aplausos prodigados siempre  5
de un modo igual a todos.
Todos genios
sublimes e inmortales se proclaman
sin rubor; mas bien pronto
al ruido de la efímera victoria
se sucede el silencio  10
sepulcral del olvido, y juntos todos,
los grandes, los medianos, los pequeños,
cual en tumba común, perdidos quedan
sin que nadie se acuerde que existieron.




[ XCVII ]


ArribaAbajo   Glorias hay que deslumbran, cual deslumbra
el vivo resplandor de los relámpagos,
y que como él se apagan en la sombra,
sin dejar de su luz huella ni rastro.

   Yo prefiero a ese brillo de un instante,  5
la triste soledad donde batallo,
y donde nunca a perturbar mi espíritu
llega el vano rumor de los aplausos.




[ XCVIII ]


Arriba   ¡Oh, gloria!, deidad vana cual todas las deidades
que en el orgullo humano tienen altar y asiento,
jamás te rendí culto, jamás mi frente altiva
se inclinó de tu trono ante el dosel soberbio.

   En el dintel oscuro de mi pobre morada  5
no espero que detengas el breve alado pie;
porque jamás mi alma te persiguió en sus sueños,
ni de tu amor voluble quiso gustar la miel.

   ¡Cuántos te han alcanzado que no te merecían,
y cuántos cuyo nombre debiste hacer eterno,  10
en brazos del olvido más triste y más profundo
perdidos para siempre duermen el postrer sueño!