Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Anterior Indice Siguiente



  —[22]→     —23→  

ArribaAbajoI

Las sombras


Galicia ha sido, tradicionalmente, un pueblo inclinado a las creencias ultraterrenas. La Santa Compaña y la devoción a las Ánimas constituyen dos ejemplos -pagano y cristiano- de esa preocupación del gallego por el más allá.

En la obra de Rosalía, donde tantos rasgos del alma popular aparecen reflejados, no es extraño que también éste tenga una amplia representación.

Para Rosalía, más allá del mundo de los vivos, pero más acá, o, si se quiere, al margen de un Cielo o un Infierno cristianos, se mueven multitud de seres con los que es posible establecer comunicación y que, de un modo u otro, siguen interviniendo o participando de la existencia terrenal: esos seres son designados frecuentemente por Rosalía con el apelativo de sombras.

Rof Carballo1 da una brillante interpretación psico-analítica de las sombras. Partiendo del concepto de sombra en la psicología de Jung (aquella parte del subconsciente adonde se relegan los defectos, las faltas o pecados, las   —24→   fuerzas que el hombre no emplea en la construcción del yo ideal), Rof Carballo considera la Santa Compaña como una proyección de los miedos inconscientes del individuo sobre la Tierra. De esta forma el hombre gallego mitiga el temor que le inspira su sombra, al verla en comunidad con otras y recorriendo los lugares que amó en vida, en cierto modo sintiéndola protegida por la tierra madre.

Nosotros vamos a ver cómo viven, qué hacen esos seres ultraterrenos a los que Rosalía se refiere tantas veces.

Las son seres que ya han dejado de existir. Pero la muerte no supone la inmediata transformación en sombra. El recién muerto pasa un difícil período en el que se encuentra igualmente extraño al mundo de los vivos que al de las sombras. Lo que en él queda de vivo se estremece de espanto. Rosalía percibe esa angustia del que acaba de morir. Además del miedo a lo desconocido en el que se adentra, está el temor a «las sombras enemigas», los espíritus que nos son hostiles en el más allá. En el libro A mi madre Rosalía nos dice:



   ¡Ah! De dolientes sauces rodeada,
de dura hierba y ásperas ortigas,
¿cuál serás, madre, en tu dormir turbada
por vagarosas sombras enemigas?
   ¿Y yo tranquila he de gozar en tanto
de blando sueño y lecho cariñoso,
mientras herida de mortal espanto
moras en el profundo tenebroso?


(O. C. 250)                


El muerto reciente es igualmente extraño al mundo de los vivos. Una primera etapa de su transformación en parece ser la posibilidad de presentarse en sueños. Pero esta aparición causa espanto a los vivos: la sombra todavía no se ha despojado del aspecto terrorífico que le ha dado   —25→   su paso por el sepulcro: el hieratismo, la frialdad de la muerte tiñen todavía su figura. Rosalía nos habla de la mezcla de cariño y repulsión que le inspira esa primera visión de la sombra de su madre.



   Y aunque era mi madre aquella
que en sueños a ver tornaba,
ni yo amante la buscaba
ni me acariciaba ella.
[...]
   Todo es hosco apartamiento,
como si una extraña fuera,
o cual si herirme pudiera
con el soplo de su aliento.
[...]
   Aun en sueños, tan sombría
la contemplé en su ternura,
que el alma, con saña dura,
la amaba y la repelía.


(O. C. 253)                


Rosalía se siente culpable por no poder sobreponerse a esa impresión, y lo comenta con tristeza.


   ¡Aquella a quien dio la vida,
tener miedo de su sombra,
es ingratitud que asombra
la que en el hombre se anida!


(O. C. 253)                


Es ésta, sin embargo, una etapa transitoria. Disipados los «vapores infectos» del sepulcro, la sombra comienza a adquirir un aspecto amable y familiar. Generalmente, bajo este aspecto se presentan las sombras. Sólo en el caso de la madre, y gracias a la extraordinaria sinceridad con la que Rosalía nos habla de sus sentimientos, hemos podido establecer la paulatina transformación. Veamos ahora la última etapa del proceso.

  —26→  

...No está mi casa desierta...
no está desierta mi estancia...
que aunque no estás a mi lado
y aunque tu voz no me llama,
tu sombra, sí, sí..., tu sombra;
tu sombra siempre me aguarda.


(O. C. 256)                


Las sombras no tienen una situación anímica uniforme, es decir, no son espíritus bienaventurados, ni tampoco réprobos; parecen mantener lo que fue en vida su situación más habitual y, eso sí, son afectadas por los sucesos de la vida terrena. Veamos algún ejemplo:

La sombra de la madre de Rosalía es una sombra triste, como triste fue en vida D.ª Teresa Castro; es, además, una sombra solitaria:


Tal maxino a sombra triste
de mi maa, soia vagando
nas esferas onde esiste;
que ir á groria se resiste,
polos que quixo agardando.


(C. G. 140)                


En el poema titulado «¡Olvidémolos mortos!» vemos que una mujer se plantea la posibilidad de vivir un nuevo amor, olvidando el pasado. Las sombras de sus muertos, indignadas por lo que juzgan una traición, la miran adustamente:


e que adustas me axexan as sombras
tras desos coutos e riscos,
dos meus mortos adorados
e dos meus delores vivos.


(F. N. 282)                


Al fin la mujer decide seguir fiel a sus recuerdos, y habla con las sombras dándoles una explicación:

  —27→  

Sosegávos, ñas sombras airadas,
que estóu morta para os vivos.


(F. N. 282)                


Las sombras aman el tañido de las campanas. Rosalía dice:


   Si por siempre enmudecieran,
¡qué tristeza en el aire y en el cielo!
¡Qué silencio en las iglesias!
¡Qué extrañeza entre los muertos!


(O. S. 387)                


Lo cierto es que en este momento -En las orillas del Sar es su última obra- Rosalía ha llegado ya a tal grado de comunicación con el mundo de las sombras que habla de ellas con absoluta naturalidad. Cuando nos dice «¡Qué extrañeza entre los muertos!», tenemos la impresión de que lo hubiera comentado amigablemente con ellos. Veamos ejemplos de este progresivo acercamiento de Rosalía al mundo de las sombras.

En Follas novas leemos:


Que anque din que os mortos n'oien,
cando ós meus lle vou falar,
penso que anque estén calados
ben oien o meu penar.


(F. N. 240)                


Aquí se ve que hay un íntimo convencimiento de la comunicación, pero ésta parte del que está vivo, y falta una respuesta. Más adelante, refiriéndose a la figura del triste, que inequívocamente la representa, nos dirá:


   Cada vez huye más de los vivos,
cada vez habla más con los muertos.


(O. S. 329)                


  —28→  

Ahí vemos una inclinación progresiva hacia el mundo de ultratumba. El proceso culminará cuando el hombre sea capaz de establecer a voluntad el contacto con los muertos. Rosalía nos da un ejemplo de esto:


   No lejos, en soto profundo de robles,
en donde el silencio sus alas extiende,
y da abrigo a los genios propicios,
a nuestras viviendas y asilos campestres,
siempre allí, cuando evoco mis sombras
o las llamo, respóndenme y vienen.


(O. S. 335)                


Fijémonos en ese posesivo «mis sombras», expresivo por sí solo de una íntima relación. Una cuestión importante es saber dónde habitan estas sombras. El texto más claro a este respecto no es de la obra poética de Rosalía sino de su novela El primer toco. Leemos allí:

-¡Ah!, no se comunican contigo, sin duda, los que vagan sin cesar en torno nuestro en invisible forma, o acaso no los entiendes; pero yo los siento, percibo y comprendo, aun cuando no pueda verlos. No sólo envueltos en las tinieblas los espíritus de los que fueron en el mundo vuelven a él, sino también entre las transparentes burbujas del agua cristalina, en las alas de la brisa o de la ráfaga tempestuosa; en los átomos que voltejean a través del rayo de sol que penetra en nuestra estancia por algún pequeño resquicio, y hasta en el eco de la campana que vibra con armoniosa cadencia conmoviendo el alma; en todo están, y giran a nuestro alrededor de continuo, viviendo con nosotros en la luz que nos alumbra, en el aire que respiramos.


(O. C. 1420)                


Rosalía les atribuye, pues, una especie de omnipresencia o, al menos, de potestad de estar en todas partes. Recordemos que, refiriéndose a su madre, tampoco concretó el lugar («nas esferas onde esiste»). Una condición necesaria, sin embargo,   —29→   para llegar a establecer un contacto con esos espíritus, es la soledad, con sus notas concomitantes de silencio y aislamiento.

Pero cuando ningún vivo nos acompaña; cuando en la playa desierta, en el bosque o en otro cualquier paraje aislado nos encontramos sin quien nos mire o nos observe, legiones de espíritus amigos y simpáticos al nuestro se nos aproximan...


(O. C. 1421)                


No obstante esa capacidad de estar en cualquier parte, las sombras parecen sentir predilección por los lugares conocidos, frecuentados durante su vida, sobre todo por la casa donde vivieron. Al evocar el cementerio de Adina, Rosalía echa de menos a sus amigos; todos han muerto. Llama a las puertas de sus casas y nadie responde; al mirar por la cerradura ve solamente sombras errantes:


   Miréi pola pechadura,
   ¡qué silensio...! ¡qué pavor...!
   Vin nomáis sombras errantes
   que iban e viñan sin son,
   cal voan os lixos leves
   nun raio do craro sol.


(F. N. 198)                


En ocasiones, las sombras toman de tal manera la apariencia de la Naturaleza, que es difícil distinguirlas. Un amante olvidado se presenta a la infiel bajo la forma del viento:


   No soy yo, ¡pero soy! -murmuró el viento-,
y vuelvo, amada mía,
desde la eternidad para dejarte
ver otra vez mi incrédula sonrisa.


(O. S. 359)                


  —30→  

Hemos visto que, además de volver al hogar o fundirse con las tinieblas, las sombras se encuentran en sitios más inesperados, como son las burbujas de agua, la brisa o el viento, las partículas que el sol ilumina al entrar en una estancia cerrada... Paralelamente, y visto desde el lado de los aún vivientes, esos mismos lugares sirven de refugio a los espíritus cansados de la vida terrenal:


   Del rumor cadencioso de la onda
y el viento que muge;
del incierto reflejo que alumbra
la selva o la nube;
del piar de alguna ave de paso;
del agreste ignorado perfume
que el céfiro roba
al valle o a la cumbre,
mundos hay donde encuentran asilo
las almas que al peso
del mundo sucumben.


(O. S. 324)                


En esos mundos se continúan experimentando sentimientos terrenales; hemos visto sombras celosas, sombras tristes, sombras airadas... pero, además, el tránsito al más allá no las libera de los afectos que inspiraron en vida. Rosalía se refirió a las «sombras enemigas» que acecharían a su madre. En otra ocasión, despidiéndose de su tierra, exclama: «¡adiós! sombras queridas; ¡adiós!, sombras odiadas» (F. N. 174).

Como dato curioso, notemos que la casa solariega de los Castro, el pazo de Arretén, perdida la animación de otros tiempos, abandonada y solitaria, se ha convertido también en sombra, sin dejar de ser palacio, ya que en sus salones habita ahora un «espíritu temeroso». (Como Rosalía emplea muchas veces la acepción popular de las palabras, probablemente aquí «temeroso» quiere decir 'que infunde temor', es decir, 'temible'). Veamos el texto:

  —31→  

   E tamén vexo enloitada
da Arretén a casa nobre.
[...]
Alí está, sombra perdida,
vos sin son, corpo sin alma.


(C. G. 143)                


Creo que ha llegado el momento de hacer una puntualización que parece de Perogrullo, pero que da origen a errores de bulto.

Las sombras a que nos hemos venido refiriendo tienen una entidad propia, son seres que pudiéramos llamar identificables. No deben confundirse con las sombras simbólicas. Al hablar de las sombras en Rosalía se piensa siempre en la «negra sombra»; la culpa de esto la tienen los críticos -no quiero citar nombres- que hablan en el mismo plano de la sombra de su madre y de la negra sombra. Las sombras son alguien, la negra sombra es algo; las sombras son seres con quienes se dialoga, han tenido una vida terrenal y en cierto modo siguen participando de ella. La negra sombra es una realidad a la que se alude de forma vaga mediante un símbolo.

Cuando se quiere explicar qué es la negra sombra -lo veremos en su lugar- se habla de «la percepción de la nada del ser», «un mal recuerdo», «el origen de Rosalía», etc.; se habla de conceptos más o menos abstractos.

Las sombras, por el contrario, son las madres, los amigos, los amantes desaparecidos de la tierra, son personas que oyen, que escuchan y que responden, tal como hemos visto.

Por esta razón y para poner un poco de claridad en un tema tan confusamente tratado, nosotros hablaremos aquí sólo de las sombras. En otro lugar serán tratadas aquellas   —32→   realidades que Rosalía expresó mediante el símbolo de sombras.

En dos ocasiones Rosalía parece reflejar, al hablar de las sombras, creencias relativas a la Santa Compaña. En realidad estas creencias carecen de sistematización, y varían muchos detalles de unas versiones a otras de los relatos populares. Las únicas notas constantes son las de la procesión de espíritus y su carácter de almas en pena. Las consecuencias son: que pueden obligar al hombre a incorporarse al último lugar de la fila, quedando así liberada la que ocupa el primer lugar, o pueden mostrarle su propio entierro, o producirle la locura o cualquier otro mal; también se da, sin embargo, la posibilidad de que la Santa Compaña ignore la presencia de quien la mira, siempre que éste no importune a los espíritus que la forman.

Rosalía nos cuenta la historia de un hombre que en el momento de ir a poner fin a su vida oye una voz celestial que le previene de sus males futuros; pero no son éstos el infierno o la privación de Dios, sino la vuelta a la tierra en forma de espíritu, condenado a ver la traición y el olvido en el corazón de la mujer amada hasta pagar el atrevimiento de quitarse la vida:


Despóis de atravesare
os desertos inmensos do infinito,
ó mundo volverías en esprito
a sofrir, i o teu crimen a pagare.


(F. N. 235)                


Vemos, pues, aquí la génesis de un alma en pena, nota típica de la Santa Compaña en contraste con las otras sombras de las que hemos hablado, que parecen moverse por propia voluntad. Recordemos que de su madre nos dice Rosalía «que ir á groria se resiste / polos que quixo agardando».

  —33→  

La procesión de muertos aparece en el poema titulado «Estranxeira na súa patria» (F. N.195). Pero la evocación tiene un sentido más profundo que el folklórico: la mujer que, sentada en la baranda de piedra, ve pasar a los muertos, está palpando su soledad radical, su total desarraigo: extranjera en su propia tierra, los muertos también la desconocen.

Sorprende que este mundo pagano de sombras errantes pueda coexistir con ideas ortodoxas de un catolicismo aprendido desde niña. Pero el estudio de Rosalía nos familiariza con estas dualidades de su visión del mundo. Rosalía no racionaliza sus creencias, se limita a vivirlas, y las vivencias entrecruzan sus raíces religiosas y paganas, eclesiásticas y populares. En muchas ocasiones, sin embargo, tenemos la impresión de que la capa más profunda de sus creencias la constituyen las de origen popular. Rosalía podrá dudar de la inmortalidad del alma, de la existencia de un premio o un castigo tras la muerte... pero cree en las sombras. Las sombras están más allá de su duda individual, pertenecen al acervo cultural de un pueblo que se niega a abandonar la tierra cuando muere. Cuando Rosalía escribe:


-¡Moriré en el otoño!
-pensó, entre melancólica y contenta-,
y sentiré rodar sobre mi tumba
las hojas también muertas.


(O. S. 391)                


no está siguiendo los gustos de un romanticismo ya caducado, sino dando testimonio de una fe en la sobrevivencia.

Las sombras de Rosalía no se parecen en nada a las almas inmortales de la religión cristiana. Son espíritus humanísimos, que a veces ignoran su destino, que van errantes, que se indignan, sufren o se alegran a tenor de lo que sucede en la tierra, que aman y odian y son odiadas, que, en   —34→   fin, han perdido solamente su envoltura corporal, pero conservan todas sus cualidades humanas.

Como tantas veces, probablemente el gran mérito de Rosalía ha sido el de sumergirse en las aguas de su propia alma hasta llegar a ese fondo en que el individuo es ya comunidad. Allí, desde siglos, aguardaban las Sombras. Sólo quedaba hacer con ellas poesía...



Anterior Indice Siguiente