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El dolor y las penas


El dolor es, sin duda, el tema más importante en la obra de Rosalía. Desde el poeta3al crítico y al historiador de la literatura, todos coinciden en señalar la hondura con que la poetisa vivió esa realidad. Los matices que el dolor tiene en su obra son innumerables: dolor por la tierra lejana, dolor del amor perdido, dolor por la injusticia social, dolor por desgracias concretas, dolor de soledad, «dolor de vivir...»4. El conjunto hace que su obra tenga un tono especial, dolorido, diríamos con una redundancia. La insistencia en el tema podría parecer monótona si Rosalía no hubiera superado los límites de su propio dolor para darnos la expresión del dolor de ser hombre.

El carácter reiterativo de este tema es percibido por la misma Rosalía, que con gran acierto define su dolor:

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Pordiosero vergonzante, que en cada rincón desierto
tendiendo la enjuta mano detiene su paso incierto
para entonar la salmodia que nadie escucha ni entiende,
me pareces, dolor mío...


Fijémonos en el carácter gratuito de la expresión de ese dolor: nadie lo escucha, ni lo entiende; su exteriorización obedece a motivaciones íntimas.

Al hablar del dolor en Rosalía hay que hacer una distinción fundamental. De una parte están las penas, es decir, los golpes de la desgracia; por otra, el dolor. Las penas se reiteran, pero tienen un carácter accidental, transitorio; el dolor es continuo, no está vinculado a ningún hecho concreto; es como un poso que la vida ha dejado en su alma. Las penas son algo que nos llega de fuera; el dolor viene de dentro. Las penas están vinculadas a su biografía individual; el dolor excede los límites de su propio yo: es dolor de ser hombre, dolor de existir. Rosalía hace esta distinción en su obra, aunque, como es natural, no con la claridad que nosotros la hemos expuesto. Suele cambiar la nomenclatura (llama al dolor «mal perenne» o «herida») o intercambiar los nombres, hablando de «una pena» con el sentido que nosotros hemos dado al dolor. Sin embargo, la distinción de ambos conceptos es perfectamente clara. Veamos algunos ejemplos:

Hablando de su libro Follas novas, Rosalía indica el contraste entre título y contenido del libro con estas palabras:


Non Follas novas; ramallo
de toxos e silvas sós:
irtas, como as miñas penas;
feras, como a miña dor.


(F. N.166)                


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En el primer poema de En las orillas del Sar dice:


   Sólo los desengaños preñados de temores
y de la duda el frío
avivan los dolores que siente el pecho mío,
y ahondando mi herida,
me destierran del cielo, donde las fuentes brotan
eternas de la vida.


(O. S. 316)                


Vemos aquí que la herida es algo previo a los dolores, diríamos que es la huella de todas las penas pasadas. La forma de referirse a ella («mi herida») nos la presenta como algo integrado ya en la propia personalidad.

Mediante una sencilla comparación, Rosalía señala la diferencia entre las penas y el dolor constante:


   Desbórdanse los ríos, si engrosan su corriente
los múltiples arroyos que de los montes bajan;
y cuando de las penas el caudal abundoso
se aumenta con los males perennes y las ansias,
¿cómo contener, cómo, en el labio la queja?
¿Cómo no desbordarse la cólera en el alma?


(O. S. 354)                


En este poema aparece también el concepto de ansia, que, por la importancia que tiene en su obra, merece capítulo aparte. Prescindiremos asimismo ahora del «dolorido sentir» de Rosalía referido a la tierra, al amor o a la injusticia social, que son tratados independientemente.

Muy raramente Rosalía nos indica la causa inmediata de sus penas. El conjunto de poemas titulado A mi madre constituye una importante excepción, por ser su tema fundamental el dolor que le produjo su muerte.

En un poema de En las orillas del Sar nos habla de la muerte de un hijo. Se debe de estar refiriendo a Adriano, que murió siendo muy pequeño, a consecuencia de una caída.   —74→   Es el poema que comienza: «Era apacible el día» (O. S. 318).

En otro poema del mismo libro vemos que es la reflexión sobre el porvenir de sus hijos lo que provoca su tristeza:


En su cárcel de espinos y rosas
cantan y juegan mis pobres niños,
hermosos seres, desde la cuna
por la desgracia ya perseguidos.


(O. S. 341)                


En este poema queda inexplicado por qué Rosalía considera que la desgracia persigue a sus hijos desde que nacen. ¿Es que sufrieron penalidades mayores que otros niños? ¿Es que Rosalía pensaba que la condición de tristes les era también propia? Sabemos que las dificultades económicas que sufrió la familia fueron grandes, ya que los cargos de Murguía estaban vinculados a su filiación liberal y corrían los avatares de los puestos políticos. Pero nada sabemos de las desgracias concretas que pudieron abatirse sobre las criaturas para dar origen a tal afirmación. En Rosalía es frecuente ese paso de la anécdota a la categoría de la que hablaba d'Ors: desaparecen los hechos concretos y queda sólo la expresión del dolor que causaron.

En ocasiones este pudor de tan hondas raíces hispánicas5le da al poema un tono misterioso. Así en el poema «Eu levo unha pena» (F. N. 289).

Sin llegar a creer como algún crítico que el conocimiento de la vida de Rosalía es indispensable6 para la interpretación   —75→   de su obra, sí es cierto que poder relacionar una pena con una esfera determinada de vivencias (maternales, amorosas, etc.) nos ayudaría a penetrar en su mundo espiritual. Posiblemente haya una buena dosis de curiosidad en ese deseo; quizá, en el fondo, lo que queremos es enterarnos de la vida privada de la poeta; lo cierto es que la tentación de atribuirle un sentido determinado a algunos poemas es para el crítico muy fuerte. Veamos un caso típico. En el largo poema titulado «Los Tristes» y dividido en siete partes, la segunda dice así:


   Cayó por fin en la espumosa y turbia
recia corriente, y descendió al abismo
para no subir más a la serena
y tersa superficie. En lo más íntimo
del noble corazón ya lastimado,
resonó el golpe doloroso y frío
que, ahogando la esperanza,
hace abatir los ánimos altivos,
y plegando las alas torvo y mudo,
en densa niebla se envolvió su espíritu.


(O. S. 327)                


En un poema de tono tan íntimo, ¿cómo no preguntarse cuál fue ese golpe que abatió definitivamente su espíritu altivo? (la altivez, como la nobleza de corazón, son cualidades típicas de Rosalía). ¿Cómo resistir la tentación de pensar en una infidelidad de la persona a quien ama, en la traición de alguien en quien se confía, en la pérdida de un ser amado, en las crisis de fe definitivas...? Aquí, como diría Cervantes, hay que estimar al crítico no por lo que escribió, sino por lo que dejó de escribir...

La referencia a personas que de uno y otro modo la han hecho sufrir está envuelta en la misma elegante reserva. En el poema titulado «Na Catredal», Rosalía da una muestra de   —76→   su nobleza de corazón: después de recorrer las naves sombrías, vuelve a decir ante una imagen de la Virgen de la Soledad la oración que decía en otros tiempos, envía por su mediación «cariños» a su madre y «miles de besos» a sus hijos, y concluye: «polos verdugos do meu esprito / recéi... ¡e fumme, pois tiña medo!» (F. N. 178), y de nuevo sentimos el deseo de saber a quién se estaba refiriendo exactamente.

Lo que da el tono característico a la obra de Rosalía, más que la referencia a una pena concreta, es el presentar el dolor como una situación habitual. El lector tiene la impresión de que, hable de lo que hable, Rosalía está triste, de que el dolor es en ella una segunda naturaleza, y su impresión es acertada. En efecto, las referencias a su dolor son tan numerosas que no merece la pena insistir en ellas; citaremos alguna a título de ejemplo.

En el cantar 16 de Cantares gallegos se produce un curioso caso de proyección de los sentimientos de la autora sobre el personaje que crea. El cantar popular dice:


Eu ben vin estar o moucho
enriba daquel penedo.
¡Non che teño medo, moucho;
moucho, non che teño medo!


(C. G. 72)                


Rosalía, al glosarlo, dramatiza el cantar: una joven campesina va a la iglesia y se asusta al ver al mochuelo. Pero, para situar la escena, Rosalía dice:


Unha noite, noite negra
como os pesares que eu teño.


(C. G. 72)                


Nada en el cantar popular sugiere la idea de un protagonista atormentado por los pesares. Se trata, evidentemente, de una proyección de la propia autora.

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A Follas novas pertenecen las siguientes referencias a su situación de dolor constante:


Deixa que nesa copa en donde bebes
as dozuras da vida,
unha gota de fel, unha tan sóio,
o meu dorido corazón esprima.


(F. N. 180)                



A iaugua corría
polo seu camiño,
i eu iba ó pe dela
preto dos Laíños,
sin poder cas penas
que moran conmigo.


(F. N. 302)                


A En las orillas del Sar pertenecen los ejemplos siguientes:


   Ya no lloro..., y no obstante, agobiado
y afligido mi espíritu, apenas
de su cárcel estrecha y sombría
osa dejar las tinieblas...


(O. S. 314)                


A fin de no multiplicar innecesariamente los ejemplos, veamos el último, que puede cerrar la serie por constituir una especie de declaración de principios. Los reiterados golpes de la desgracia, el amargo poso de la vida han llevado a la poeta a una situación límite: la indiferencia ante el futuro nacida del hondo convencimiento de que nada bueno puede suceder y de que todo lo malo ha ocurrido ya.



   Nada me importa, blanca o negra mariposa,
que dichas anunciándome o malhadadas nuevas,
en torno de mi lámpara o de mi frente en torno,
os agitéis inquietas.
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   La venturosa copa del placer para siempre
rota a mis pies está,
y en la del dolor llena..., ¡llena hasta desbordarse!,
ni penas ni amarguras pueden caber ya más.


(O. S. 349)                


Tenemos ahora que preguntarnos por las características del dolor de Rosalía: ¿cómo es?, ¿cómo lo vive ella? En primer lugar desarrollaremos una nota que ya hemos indicado de pasada: el dolor se hizo naturaleza en Rosalía, era parte integrante de su personalidad. Ella misma insistió en esta idea en varios poemas:



Mais ve que o meu corazón
é unha rosa de cen follas,
i é cada folla unha pena
que vive apegada noutra.

Quitas unha, quitas dúas:
penas me quedan de sobra;
hoxe dez, mañán corenta,
desfolla que te desfolla...

¡O corazón me arrincaras
desque as arrincares todas!


(F. N. 172)                


Rosalía lo vincula a su condición de triste; lo considera algo innato, incurable. De forma intuitiva descubre lo que la crítica tardó años en comprender: que su dolor estaba indisolublemente unido a su vida; si le quitan el dolor, le quitarán la vida, o, dicho de otra forma, sólo cuando deje de vivir dejará de sentir dolor. La imagen del corazón -rosa de penas- le sirve para expresar esa idea. En otras ocasiones identifica corazón y dolor:

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Teño un mal que non ten cura,
un mal que nacéu comigo,
i ese mal tan enemigo
levaráme á sepultura.
[...]

O meu mal i o meu sofrir
é o meu propio corazón.
¡Quitáimo sin compasión!
Despóis ¡facéme vivir!


(F. N. 246)                


Rosalía experimenta la tentación de la huida, de buscar nuevos horizontes. Lo desconocido la atrae con el señuelo de los bienes posibles, con la distracción de los males presentes. Pero es perfectamente consciente de la inutilidad del cambio: su mal está en ella misma y la acompañará a todas partes:


Nin fuxo, non, que anque fuxa
dun lugar a outro lugar,
de min mesma, naide, naide,
naide me libertará.


(F. N. 296)                


Pero hemos empezado casi por el final. Cuando Rosalía llega al convencimiento de que su dolor va unido a su vida, cuando acepta el dolor como una parte de su ser, ha avanzado muchísimo en el conocimiento de sí misma. Antes ha sentido miedo y angustia y se ha rebelado contra esa realidad. En La Flor, la joven poetisa se preguntaba:


   ¿Qué es este miedo aterrador que siento
y esta congoja inalterable y fría,
que, cuanto más desvanecerle intento,
más se burla, mordaz, del ansia mía?


(O. C. 223)                


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Ese miedo es la reacción de su espíritu juvenil ante un mundo doloroso que no quiere aceptar. Unas estrofas antes ha dicho:


   Padecer y morir: tal era el lema
que en torno mío murmurar sentí,
y mirando en redor, de espanto llena,
su fatídico emblema comprendí.


(O. C. 221)                


Prescindiendo del modo de expresión romántico, podemos sacar una conclusión interesante. La joven comprende que vivir es padecer, pero lo comprende como lema que oye a su alrededor; cuando lo aplica a su propia vida se siente invadir por un «miedo aterrador» y una «congoja inalterable», porque en ese momento de su vida Rosalía está todavía llena de esperanzas, amorosas, literarias, de todo tipo, y se resiste a la idea del dolor, que en definitiva lo que hace es sembrar espinas en las flores de su vida:


   ¿Por qué terrible un pensamiento abrigo
que marca mi camino con abrojos,
entrelazando espinas con las flores,
que forman el Edén de mis amores?...


(O. C. 224)                


Rosalía atribuye a la pérdida de la fe el desolador panorama de dolor que ve ante sus ojos:


   Y perdida la fe..., la fe perdida...,
roto el cristal de esa belleza oculta,
el cielo encantador de nuestra vida
entre pálidas nubes se sepulta...
[...]
   Yo callo a esa verdad que me despierta
a un mundo de aridez desconocido,
y muevo sin pensar mi planta incierta,
sin buscar ese bien que hallo perdido.


(O. C. 224)                


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Rosalía no ha penetrado todavía en ese mundo de aridez desconocida; sólo ha despertado a él. Sencillamente, ha empezado a perder la primera de sus ilusiones, la «venda bienhechora» de la fe. Más tarde desaparecerán de su vida otros consuelos: el amor, la esperanza en el porvenir, la confianza en otros seres, y Rosalía entrará definitivamente en el mundo del dolor.

La vivencia del miedo vuelve a repetirse ante los golpes reiterados e inesperados de la desgracia. Rosalía vive ese estado de presentimiento del mal, la expectación del dolor, que es tan insoportable como el dolor mismo:


¿Qué pasa ó redor de min?
¿Qué me pasa que eu non sei?
Teño medo dunha cousa
que vive e que non se ve.
Teño medo á desgracia traidora
que ven, e que nunca se sabe ónde ven.


(F. N. 167)                


El desasosiego, la inquietud acompañan a la vivencia del dolor:



Sosego, descanso,
¿ónde hei de o atopar?
Nos mals que me matan,
na dor que me dan.

¡Paz, paz, ti es mentira!
¡Pra min non a hai!


(F. N. 168)                


Si comparamos este poema con el que reprodujimos anteriormente: «Nada me importa, blanca o negra mariposa», veremos qué largo camino doloroso tuvo que recorrer Rosalía. Desde el deseo de paz, hasta una paz nacida de la abundancia del dolor.

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Rosalía nos habla a veces del dolor como de una enfermedad del alma. En ocasiones con un criterio pretendidamente popular: si cuando duele una mano es que está enferma y se le busca un remedio, cuando duele el espíritu será también por enfermedad. Pero una idea comienza a afianzarse en ella: los dolores del alma no tienen cura en la tierra («Médico, doille a cabeza». F. N. 294).

En otras ocasiones intenta una explicación del dolor de tono psicológico. Parte de que su capacidad de sentir dolor es mayor que la de otras personas, y considera que ello es consecuencia de su sensibilidad, de su alma de poeta y también de su enfermedad espiritual. Así lo manifiesta claramente en el poema titulado «¿Qué ten?» de Follas novas.

Acierta Rosalía al considerar que sus dudas, deseos, angustias y dolores no dependen tanto del mundo exterior cuanto de su manera de enfrentarse a él. Y es curioso que con otras palabras más sencillas ponga en relación lo que hoy llamamos neurosis, creación artística e hipersensibilidad: «alma enferma, poeta y sensible» (F. N. 236).

Siguiendo por el camino de las interpretaciones psicológicas, vamos a ver un ejemplo de cómo Rosalía intuyó uno de los postulados de la medicina psicosomática: a la larga las enfermedades del alma se reflejan en el cuerpo. Las penas no matan de una vez; van royendo el cuerpo hasta que lo acaban:


Sempre pola morte esperas,
mais a morte nunca ven;
¡coitado!, ¿pensas que as penas
poden matar dunha vez?
Nunca, que son coma o hético:
tras de roer e roer,
só deixan un corpo cando
xa non ten qué comer nel.


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E insiste después en una idea que ya hemos señalado varias veces: sólo la muerte traerá el remedio:


Cando a iaugua das penas
se reverte na copa sin medida,
sóio é remedio a morte
para curar da vida.


(F. N. 298)                


Fijémonos en que dice «para curar de la vida»: ha identificado dolor y vida, o, lo que es igual, el dolor es ya dolor de vivir.

Llegados a este punto, compartimos la opinión de Carbailo Calero, cuyas palabras traducimos:

Rosalía ha alcanzado una altura de pensamientos y sentimientos que la hace portavoz de la angustia humana...

Carece, pues, de importancia el estudio de sus dolores personales para explicar su obra. El dolor de la tierra herida, el dolor del origen, las decepciones sentimentales, las desdichas de familia, las dolencias corporales. Nada de esto hubiera elevado a Rosalía a la suprema categoría de lírico esencialmente humano, si no hubiera en Rosalía una original esencia humana, un genio humano de rara pureza; si no se hubiera realizado en ella con maravillosa plenitud la idea del ser humano, tal como la concibe la filosofía de un Heidegger. Así el dolor de vivir era su dolor radical y su radical vivencia.7


En estrecha relación con la idea de que el dolor es consecuencia del alma enferma, poeta y sensible, está la del subjetivismo del dolor o la alegría; en definitiva, piensa Rosalía, el dolor (no las penas) le viene a uno de dentro. Por eso un paisaje otoñal puede sugerir a unos ideas de tristeza y a otros de esperanza. Por eso puede perderse incluso la   —84→   vida sin perder la alegría, porque lo que da color -de esperanza o de desesperanza- es el corazón previamente alegre o dolorido.

Veamos un ejemplo en que esta idea se expresa con toda claridad:


   No son nube ni flor los que enamoran;
eres tú, corazón, triste o dichoso,
ya del dolor y del placer el árbitro,
quien seca el mar y hace habitable el polo.

(O. S. 323)                


Por dos caminos llegó Rosalía a la aceptación de su dolor. Uno lo hemos ido viendo a lo largo de estas páginas. Consistía en el paulatino convencimiento de que el dolor estaba vinculado a su propio ser; aceptarlo era aceptarse a sí misma, a su espíritu sensible de poeta, aceptar un destino personal desgraciado, pero cuya causa estaba en su propia naturaleza. Queda pendiente el problema de por qué algunos seres tienen corazón de tristes (o por qué son jorobados o ciegos); pero, a un nivel personal, se trataba de aceptarse a sí misma, y Rosalía lo hizo.

El otro es más difícil de entender. Rosalía habla a veces -pocas- de su dolor como de una realidad que da sentido a la vida. Es como si, perdidas para ella la fe, el amor, la esperanza de felicidad en la tierra, el dolor, vivido intensamente, llenara el hueco dejado por aquellas realidades. Podíamos pensar que cualquier sentimiento o cualquier idea vividas con absoluta entrega bastan para justificar la existencia, pero en este caso pensamos en la fe o el amor o el deseo de justicia social. Creo que lo de Rosalía es otra cosa, y para entenderlo habría que pensar en ese Sísifo que, según Camus, bajaba la montaña sonriendo. En Rosalía encontramos la misma aceptación de los propios límites, la misma   —85→   concreción a la naturaleza humana con todas sus consecuencias.

La primera vez que Rosalía expone su creencia de que el dolor se justifica desde un punto de vista estrictamente humano, lo hace con una mezcla de seriedad y broma, con un tono de amargo humor, como quien está convencido de que aquello se parece mucho a una broma macabra. Veamos el poema:



Cando un é moi dichoso, moi dichoso,
-¡incomprensibre arcano!-,
cásique -n'é mentira anque a pareza-
lle a un pesa de o ser tanto.

¡Que no fondo ben fondo das entrañas
hai un deserto páramo
que non se enche con risas nin contentos,
senón con froitos do delor amargos!


Hasta aquí parece que Rosalía está hablando con absoluta seriedad; incluso, para prevenir la extrañeza de su primera afirmación, intercala el inciso: «no es mentira, aunque lo parezca». Fijémonos en que la primera afirmación está muy matizada : «casi le pesa a uno»; realmente el dichoso no llega a sentir ese peso totalmente; está, diríamos hoy, alienado por su propia dicha. Por el contrario, la segunda afirmación, más difícil todavía de aceptar -a fin de cuentas la primera podría acogerse a la máxima clásica del ne quid nimis-, la dice tajantemente, sin paliativos: hay en el hombre un vacío que no se llena sino con el dolor. A partir de ese momento, Rosalía reflexiona con humorismo sobre su propia afirmación: el dolor desborda de ese hondón del alma que sólo él puede llenar, y lo invade todo. La desgracia es tan abundante en sus dones que no se los escatima al hombre, se los da hasta que revienta de harto:

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Pero cando un ten penas
i é en verdá desdichado,
oco n'atopa no ferido peito,
porque a dor, ¡enche tanto!

Tan abonda é a desgracia nos seus dones,
que os verte, ¡Dios llo pague!, ós regazados.
Hastra que o que os recibe,
¡ai!, reventa de farto.


(F. N. 169)                


Rosalía ha hecho la caricatura de su afirmación, se ha hecho a sí misma la burla. En el fondo de esto hay dos posturas distintas ante el dolor. El hombre necesita del dolor, como necesita de la soledad para realizarse plenamente; el dolor es una dimensión de su existencia humana. Rosalía siente que tendrá que integrar esa realidad del dolor en su vida. Pero, al mismo tiempo, el dolor desborda al hombre, escapa a su control -¡cuántas veces Rosalía ha hablado de esa pena, tan grande, que no puede regirla!-. El dolor no es un animal doméstico, fácilmente asimilable a la vida cotidiana, sino una fiera que se abalanza sobre el hombre y le desgarra hasta hacerle desear la huida. Rosalía refleja en este poema la tragedia del hombre que siente en lo hondo más hondo de sus entrañas un vacío que sólo puede llenar el dolor, y al mismo tiempo es desbordado, abrumado por ese dolor. La burla, el humor negro es en este poema un modo de expresar ese dilema al que no ve solución; es como una sonrisa conmiserativa para ese ser tan contradictorio y extraño que puede cantar la apología de algo de lo que está reventando de harto.

En otros momentos, Rosalía parece estar mucho más cerca de una concepción de la vida justificada por el dolor. Al comienzo de un poema que después sigue por otros derroteros encontramos estas palabras:

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   ¡Ea!, ¡aprisa subamos de la vida
la cada vez más empinada cuesta!
Empújame, dolor, y hálleme luego
en su cima fantástica y desierta.

   No, ni amante ni amigo
allí podrá seguirme:
¡avancemos!... ¡Yo ansio de la muerte
la soledad terrible!


(O. C. 659)                


Sin amistad y sin amor, avanza sola en busca de una soledad aún mayor; la de la muerte; y es el dolor la fuerza que la impulsa y la ayuda a alcanzar esa «cima desierta » de la vida.

Creemos que el poema en el que mejor ha expresado Rosalía su actitud final ante el dolor es el siguiente:


   No va solo el que llora,
no os sequéis, ¡por piedad!,
lágrimas mías; basta un pesar del alma;
jamás, jamás le bastará una dicha.


Aquí no hay humor porque no hay dilema. Rosalía ha aceptado y asimilado la realidad del dolor. Ha entrado definitivamente en aquel mundo de aridez desconocida que entrevió en sus años juveniles. Ni amante ni amigo pueden seguirla allí; va sola. Nosotros la vemos alejarse sin acabar de comprender totalmente que el dolor, llevado a sus límites, es ya compañía:


   Juguete del destino, arista humilde,
rodé triste y perdida;
pero conmigo lo llevaba todo:
llevaba mi dolor por compañía.


(O. C. 659)                




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