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La negra sombra y la sombra tristísima


En un estudio sobre Rosalía es inevitable hablar de la negra sombra, su más conocido y comentado poema. Y es también inevitable enzarzarse en una polémica o limitarse a reproducir lo que otros dijeron.

La persistencia en una postura que me parece equivocada me obliga, antes de entrar en el tema, a establecer ciertas distinciones. En un reciente libro sobre poetas gallegos8, al referirse a Rosalía, su autor pone en relación la soledad y la sombra en su obra. Posiblemente el interés por la soledad le hace descuidar el tema de la sombra, que se toma en un sentido unitario y sin matices. Realmente este autor nos está sirviendo de cabeza de turco porque, a decir verdad, no hace sino insistir y dejar de manifiesto con mayor claridad un defecto en el que ha incurrido toda la crítica. Nadie se ha tomado la molestia -y decimos esto porque estamos convencidos de que no se necesita una especial percepción o inteligencia para darse cuenta, sino simplemente estudio y rigor- de señalar las diferentes categorías de sombras que   —89→   están desperdigadas por los versos de Rosalía. No está en nuestro ánimo agotar el tema, pero nos parece de absoluta necesidad hacer las siguientes distinciones. En primer lugar están las sombras a quienes Rosalía se refiere con un adjetivo que demuestra su familiaridad: mis sombras. A ellas nos hemos referido ya ampliamente: son seres que han abandonado el mundo de los vivos, pero que siguen manteniendo con ellos una relación íntima.

Aparte de esas sombras encontramos en las primeras poesías de Rosalía -La Flor- una sobreabundancia de sombras de evidente carácter romántico. El adjetivo sombrío creo que tiene en estos primeros versos la misma filiación que la «tétrica amargura» (O. C. 219), la «fatídica existencia» (O. C. 221), el «fatídico emblema» (O. C. 221), el «eco fatídico» (O. C. 222), los «fúlgidos rayos» (O. C. 223), el «joven extático» (O. C. 227), la «fatal perdición» (O. C. 229), la «hórrida noche» (O. C. 230), la «flor macilenta», la «luz moribunda», el «silencio sepulcral» (O. C. 243). Junto a ellos pueden situarse sin ninguna extrañeza el «vivir sombrío» (O. C. 221) o los «sombríos nubarrones» (O. C. 222). Además del adjetivo sombrío encontramos en estos versos las sombras como parte de la escenografía romántica: como las tormentas y el cementerio, la noche y las sombras son elementos indispensables para el poeta romántico, y Rosalía lo era entonces. Veamos cómo en un mismo poema se repite machaconamente la presencia de sombra (equivalente a «tinieblas») para ambientar la escena:



   Y en sombras la tierra envuelta
como en un fúnebre manto.

   Doquiera en torno se mire
sólo las sombras parecen.
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   Ya tantas noches pasaron,
que aquí velando esperé,
y silenciosas marcharon,
y entre su sombra llevaron
la dicha que acaricié.

   Y ni un consuelo a mi afán
sus vanas sombras trajeron...

   Y algo de bueno sus ojos,
allá en la sombra encontraron...


(O. C. 230-233)                


Las sombras y lo sombrío son, en este primer momento, elementos de un romanticismo caducado que vuelve a revivir en los versos de una joven poeta provinciana. Equivalen a 'tinieblas', 'noche', 'oscuridad' (que se repiten también con gran frecuencia) y creemos que son pruebas de un gusto romántico, más que personal, por lo tenebroso. En los ejemplos citados, pertenecientes todos a la composición «La Rosa del Camposanto», no tienen más función que la de ambientar el relato de la leyenda.

En el conjunto de poemas titulado A mi madre persisten restos de la adjetivación romántica. Allí encontramos «hórrida tormenta», «estridente y mágico alarido» (O. C. 249) junto a «habitación sombría» (250) y «el crudo invierno» que «tiende sus alas de color sombrío». En estos poemas vemos por primera vez, al margen totalmente de esas sombras que son meros elementos decorativos de una escenografía romántica, la sombra de su madre, y lo que es más importante, tal como hemos señalado en el capítulo correspondiente, la transformación de ese ser en sombra.

En algunos casos creo que el empleo de la palabra sombra tiene un valor retórico, y no ambiental. Por ejemplo, cuando Rosalía llama a la esperanza «sombra fugaz de su   —91→   primer mañana» (O. C. 222) o dice de una joven que se parece a «la sombra de la muerte» (243), está, en el primer caso, reforzando el carácter fugaz de la esperanza con la referencia a algo tan vago e impalpable como la sombra, y en el segundo, aumentando el carácter de misterio al referirse, no a algo concreto como sería la muerte, sino a algo más indeterminado: su reflejo en el rostro de la joven.

Curiosamente, las sombras y lo sombrío van paulatinamente dejando de ser un elemento retórico o decorativo en la obra de Rosalía para hacerse elementos esenciales en su mundo. La noche, la oscuridad y las sombras se van a convertir en símbolos de su existencia dolorida, por un proceso muy simple y que se da en la psicología popular: la nota común a los tres elementos es el color negro, y este color representa en nuestra cultura occidental el luto y el dolor. Lo que es más difícil de establecer son los pasos del proceso: desde una función decorativa o retórica de carácter romántico a símbolo de la propia existencia, pasando por la creencia popular. Grosso modo diríamos que el primer momento corresponde a La Flor; la identificación de carácter popular a Cantares gallegos, y el carácter simbólico a Follas novas y En las orillas del Sar.

Del primer momento hemos puesto abundantes ejemplos; veamos ahora el segundo.

En Cantares gallegos la noche y sus sombras aparecen asociadas a sentimientos de tristeza y de miedo. Aunque hay poemas, como el cantar VII, en los que la noche es «brillante» y propicia a las aventuras, lo normal es lo contrario: la noche es triste, agorera, encubridora de males, medrosa («Vaite noite», C. G. 149). Otras veces pondrá la noche como término de comparación para indicar la magnitud de la tristeza:«Triste como a mesma noite» (C. G. 125).

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En Follas novas el carácter predominante es el simbólico.

En el poema «Cada noite eu chorando pensaba» (F. N. 179) la poeta busca una identificación entre la noche real y la «noche de las penas». Si la noche era «agoreira de dolores», «agarimo dos pesares», debe haber una correspondencia entre ella y su propia alma. Pero la experiencia le demuestra que en la naturaleza alternan muerte y vida, dolor y alegría, noche y aurora, sombra y luz. Esa luz la siente «insolente», irrespetuosa con su dolor. Entonces, en busca de unas tinieblas perennes, se sumerje en su propia intimidad, donde encuentra la «noche que nunca se acaba». En los cuatro versos finales hallamos unidos los tres elementos de que hablábamos al comienzo: oscuridad, sombra y noche: «buscando no oscuro i entrando na sombra vin a noite que nunca se acaba».

Y tenemos ya la oscuridad, la sombra y la noche convertidas en elementos expresivos del vivir de Rosalía. Con esto llegamos a la negra sombra. Es inútil y superfluo preguntarse por el significado exacto de esta expresión, como lo sería preguntarse por el de «la noche que nunca se acaba». Ambas son símbolos, y en la naturaleza misma del símbolo está el aludir de forma vaga e indeterminada a la realidad a la cual se refiere. La diferencia entre símbolo y metáfora radica, precisamente, en la distinta manera de referirse al término real. En la metáfora hay una correspondencia exacta entre término real y término imaginario. (Cuando Miguel Hernández dice9: «un manotazo duro, un golpe helado, / un hachazo invisible y homicida, / un empujón brutal te ha derribado», no cabe duda de que se está refiriendo a la muerte); por el contrario, el símbolo alude a una esfera de realidades,   —93→   pero sin precisar: el buitre que devora las entrañas de Unamuno10 no podemos decir que sea el símbolo de su ansia de inmortalidad o de la lucha entre la fe y la razón. Representa un sentimiento de tipo doloroso que el autor siente como un desgarro interior. Y no podemos precisar más.

Lo mismo sucede con la negra sombra de Rosalía. Veamos el poema:



Cando penso que te fuches,
negra sombra que me asombras,
ó pe dos meus cabezales
tornas facéndome mofa.

Cando maxino que es ida,
no mesmo sol te me amostras,
i eres a estrela que brila,
i eres o vento que zoa.

Si cantan, es ti que cantas;
si choran, es ti que choras;
i es o marmurio do río,
i es a noite, i es a aurora.

En todo estás e ti es todo,
pra min i en min mesma moras,
nin me abandonarás nunca,
sombra que sempre me asombras.


(F. N. 187)                


Carballo Calero11 señala como un elemento estético la indeterminación del poema, y la necesidad de respetarla para gozar de la belleza del mismo. Traducimos sus palabras:

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La sombría belleza de la composición depende de dos elementos estéticos: la pujante e implacable omnipresencia de la sombra, por una parte; y su misteriosa indeterminación, por otra. Tal como quedó el poema, al margen de sus motivaciones psicológicas, es como hay que afrontarlo para su goce poético.


Al margen del goce estético, las interpretaciones que se han hecho del poema son numerosas. El mismo Carballo Calero en la obra citada nos da una interpretación personal:

Traduzco: «Para mí, desde luego, la sombra es un recuerdo, un mal recuerdo, y, leyendo este poema a continuación de los dos que le anteceden y con los que parece formar una serie, se refuerza esa impresión».12

No cabe duda de la relación de la «negra sombra» con el «fantasma que me aterra»; los dos destacan por su grandeza (más lograda en la negra sombra), por su carácter burlón y maléfico, y por su constante presencia al lado de la poeta. Pero también por su indeterminación; tan misterioso es el uno como el otro. Si los tres poemas formaran una serie, el de en medio vendría a darnos la clave, tal como piensa Carballo: la «memoria del pasado» (F. N. 187) es «la sombra» (F. N. 187) que persigue a Rosalía.

Desgraciadamente, no nos consta que formen una serie.

Para apoyar su hipótesis dice Carballo en un ensayo13 en el que trata el mismo tema: «Una serie de poemas seguidos sobre un motivo determinado es frecuente en Rosalía». Pero -añado- sólo cuando los numera (y no es este el caso), el carácter de serie no ofrece duda. En el caso de la negra sombra, también podríamos enlazarlo con los dos   —95→   siguientes, llegando a conclusiones diferentes a las del crítico citado.

Incluso dudo de que al poema intermedio pueda dársele el sentido que le da Carballo. La memoria del pasado es para él algo que Rosalía quiere enterrar por encerrar malos recuerdos. Creo que la interpretación contraria es muy posible y está en la línea de otros poemas de la autora: es necesario olvidar el pasado dichoso, cuyo contraste con el presente aumenta el dolor. Fijémonos en que dice «¡A terra cos difuntos; por tanto, se trata ya de algo muerto, a lo que sólo le aguarda «el negro olvido» y «la nada». Comparémoslo con otro poema de En las orillas del Sar. Al oír las canciones de tiempos pasados, la poeta siente que revive «la imagen ya enterrada de mis blancas y hermosas ilusiones» (O. S. 378) y exclama:



   Al oír las canciones
que en otro tiempo oía,
del fondo en donde duermen mis pasiones
el sueño de la nada,
pienso que se alza irónica y sombría
la imagen ya enterrada
de mis blancas y hermosas ilusiones,
para decirme:

   -Necia, lo que es ido
¡no vuelve! Lo pasado se ha perdido
como en la noche va a perderse el día,
ni hay para la vejez resurrecciones...

   ¡Por Dios, no me cantéis esas canciones
que en otro tiempo oía!


Son matices muy difíciles de demostrar, pero creo que, cuando lo que se quiere olvidar es algo malo, no se habla de «negro olvido». El olvido es negro cuando lo que se   —96→   olvida o se quiere olvidar es algo que, de una forma u otra, amamos.

El Dr. García-Sabell da una interpretación14 de la negra sombra a la luz de la filosofía heideggeriana. Para él la negra sombra representa la conciencia existencial. En ese poema Rosalía llega al descubrimiento de la nada del ser:

Rosalía, señera y escueta, hija de sí misma y creadora de su Destino, accede, más allá de su última soledad, a la esfera vacía del no-ser, y lucha denodada por sustraerse a su agobio. En ciertos momentos piensa -he ahí la trampa de la vida cotidiana- que ese vano espectro de la Nada acabará por desvanecerse. Pero el pensamiento poco puede con lo que no es aprehensible mediante juicios, sino sólo alcanzable mediante intuiciones. Y por eso el fantasma surge, inesperado y sobrecogedor, ahí mismo, en la oculta y caliente intimidad, a la cabecera -escarnio y burla- del propio lecho.


Verso decisivo en esta interpretación es el que dice «i es a noite i es a aurora». Lo comenta así García-Sabell:

Rosalía, genialmente, intuye y pone de manifiesto, por pura adivinación poética, hasta qué punto esa sombra no es algo negativo, una ausencia de la luz, sino una fuerza, una capacidad básica del Ser, susceptible de integrarse en la Aurora, antítesis, por esencia, de toda oscuridad, de todo ensombrecimiento.


Carballo Calero, en el estudio citado anteriormente15, reduce el entusiasmo filosófico de García-Sabell:

La genialidad intuitiva de Rosalía debe ser considerablemente rebajada desde que se nos advierte cómo el verso de la poetisa es apenas un calco del de su amigo Aguirre «con   —97→   la noche y con la aurora» contenido en la poesía de éste El murmullo de las olas, que Rosalía imitó muy de cerca en su Negra sombra. De Aguirre tomó Rosalía el vocabulario, la medida del verso, la forma estrófica, la asonancia en o-a, la anáfora, la paronomasia, la similicadencia, la vaguedad romántica. En su evocación de la Aurora, pues, más que sus dotes de adivinación poética ejercita las de memoria acústica Rosalía; y, de hecho, más que prefigurar el futuro existencialismo heideggeriano, está recordando el pasado romántico compostelano, personificado en su desdichado amigo Aguirre.


Con esas palabras Carballo no invalida la interpretación metafísica, como él mismo reconoce más adelante, pero señala la dependencia que, en el momento en que se escribió, tenía el poema con las ideas de su tiempo16.

A fin de que veamos la cercanía del poema a su fuente, reproduzco el trozo de «El murmullo de las olas» que ofrece Carballo:


   Dime tú, ser misterioso
que en mi ser oculto moras
sin que adivinar consiga
si eres realidad o sombra,
ángel, mujer o delirio
que bajo distintas formas
a mis ojos apareces
con la noche y con la aurora,
y a todas partes me sigues
solícita y cariñosa,
y en todas partes me buscas
y en todas partes me nombras,
y estás conmigo si velo,
y si duermo, en mí reposas,
y si suspiro, suspiras,
y si triste lloro, lloras...


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El conocimiento de esta fuente inmediata del poema rosaliano es inapreciable para el crítico. Nada demuestra mejor la originalidad de Rosalía que la comparación entre ambos. Nada demuestra mejor su poder creador que haber logrado, partiendo de elementos tan trillados, un símbolo como el de la negra sombra.

De distinto tipo es la interpretación de José Luis Varela17. Para él es de capital importancia el origen ilegítimo de la poetisa. En su opinión, «algunos textos de Rosalía permiten la identificación de esa sombra con su origen». En definitiva, Rosalía «proyecta sobre su vida espiritual -y ahora podemos añadir sobrenatural- lo que su origen le entrega: sombra que asombra».

Para Machado da Rosa18, la negra sombra simboliza a Aurelio Aguirre, el poeta coruñés cuya composición sí imitó, voluntaria o involuntariamente, Rosalía, según demostró Carballo Calero; y el poema aludiría a recuerdos o relaciones habidas entre ambos.

Como vemos, las interpretaciones son variadas, y lo único que está fuera de duda es que el símbolo de la «Negra Sombra» alude a vivencias de signo doloroso.

Con palabras muy parecidas a las que utiliza en la «Negra Sombra » , Rosalía se ha referido en varias ocasiones a su dolor. Las notas definitorias de la sombra son:

  1. que le hace mofa;
  2. su omnipresencia: está en todas partes;
  3. su omniesencia: es todo;
  4. vive en Rosalía, es decir, no se identifica con Rosalía, pero está integrada en su ser; —99→
  5. vive para Rosalía: subjetivismo;
  6. la acompañará siempre: persistencia, imposibilidad de huir de ella.

En el poema que antes he citado «¡Mar, cas tuas auguas sin fondo», aparece el «fantasma aterrador» que reúne las notas 1, 2 y 6.

En La Flor encontramos una referencia a otro «fantasma aterrador» que allí se muestra como consecuencia de la soledad:


   La Soledad... Cuando en la vida, un día
circunda nuestra frente su fulgor,
un mundo de mortal melancolía
nos presenta un fantasma aterrador,
quitándole a las naves su armonía,
cubriendo de la luz el resplandor;
noche sin fin al porvenir avanza,
ahuyentando el amor y la esperanza.


(O. C. 222)                


En el poema siguiente encontramos, designado por el nombre de miedo y congoja, un sentimiento que reproduce características de la negra sombra: persistencia, burla, imposibilidad de escapar a él:


   ¿Qué es este miedo aterrador que siento
y esta congoja inalterable y fría
que cuanto más desvanecerle intento
más se burla, mordaz, del ansia mía?


(O. C. 223)                


En un poema la soledad y en otro la pérdida de la fe provocan la aparición del fantasma o del miedo aterrador.

Hay un poema muy significativo, que ya hemos citado a propósito del dolor, en el cual la misma Rosalía nos da una interpretación de su visión del mundo. El afán explicativo   —100→   que anima muchas veces a Rosalía y que perjudica grandemente la calidad poética de sus versos, nos permite aquí un cotejo interesante con el símbolo de la sombra:




¿Qué ten?19

Sempre un ¡ai! prañideiro, unha duda,
un deseio, unha angustia, un delor...
É unhas veces a estrela que brila,
é outras tantas un raio do sol;
é que as follas dos árbores caen,
é que abrochan nos campos as frols,
i é o vento que zoa;
i é o frío, é a calor...
E n'é o vento, n'é o sol, nin é o frío;
non é..., que é tan só
a alma enferma, poeta e sensibre,
que todo a lastima,
que todo lle doi.


(F. N. 236)                


Se repiten casi textualmente dos versos:

i eres a estrela que brila é unhas veces a estrela que brila
i eres o vento que zoa i é o vento que zoa

Y un verso parecido:

no mesmo sol te me amostras é outras tantas un raio do sol
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Creo que la negra sombra está aludiendo a la misma realidad compleja que este poema, el uno de forma conceptual y el otro de forma simbólica.

En el poema de la «Negra Sombra» se expresa de manera concentradísima la trayectoria espiritual de Rosalía ante el descubrimiento del dolor.

El verso inicial «Cando penso que te fuches» sugiere una prehistoria, una etapa de tiempo anterior al momento en que se empieza a hablar. Para pensar en algo que se fue, es necesario que antes estuviera presente. Pero esta presencia no es constante (todavía). La negra sombra desaparece realmente durante cierto tiempo; se llega a pensar que se ha ido. Precisamente en ese momento en que el pensamiento de su partida comienza a abrirse camino en el espíritu de la poeta, entonces vuelve, y esta vuelta, en ese preciso momento, se siente como una mofa. Nos parece estar oyendo hablar a Rosalía de los golpes de La Desgracia: constantes, reiterados, inesperados:




A disgracia


Sono lixeiro ou pasaxeira nube
pra moitos é que apenas deixa rastro.
Outros os golpes alevosos sinten
que lle asesta con negra traidoría
dende o comenzo ó fin da vida escrava.

..................................

¡Ah, piedade, Señor! ¡Barre esa sombra
que en noite eterna para sempre envolve
a luz da fe, do amor e da esperanza!
Sombra de horror que os astros briladores
escurece dos ceos, que un novo inferno
neste mundo formóu, e un mundo novo...


(F. N. 213-214)                


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Las estrofas segunda y tercera marcan la transición de la vivencia de la desgracia a la del dolor. La negra sombra ya no torna, sino que se muestra en el mismo sol; es la estrella y el viento y el murmullo del río. La desgracia (lo accidental y esporádico) se va haciendo dolor: algo que existe, que está ahí y que se nos aparece en cuanto uno pierde «la celeste venda de la fe bienhechora», y todas las otras ilusiones (amor, esperanza...) que ayudan al hombre a sobrevivir.

El dolor está también en los demás; lo expresan por igual la canción y el llanto. La sombra es ya la noche y la aurora. No hay ya contraste doloroso entre «la noche de las penas» y la aurora. Recordemos:


Desde estonces busquéi as tiniebras
máis negras e fondas,
e busquéinas en vano, que sempre
tras da noite topaba ca aurora...
Só en min mesma buscando no oscuro
i entrando na sombra,
vin a noite que nunca se acaba
na miña alma soia.


(F. N. 179-80)                


No hay contraste entre el dolor y la «blanca luz del día»:


   ...a mi morada oscura, desmantelada y fría
tornemos paso a paso,
porque con su alegría no aumente mi amargura
la blanca luz del día.


(O. S. 317)                


La sombra es ya «la noche que nunca se acaba»; es dolor. La estrofa final expresa la toma de conciencia ante esa realidad omnipresente: «En todo estás e ti es todo».

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Con un solo verso -¡qué tremenda concisión!- resume las dos estrofas anteriores, que a su vez resumían un largo proceso espiritual. Y sin transición yuxtapone otra afirmación que resume un proceso no menos importante y dilatado: el Dolor, que es universal, se hace personal, individual en ella, se hace su dolor, se integra en su ser de forma indisoluble:


   pra min i en min mesma moras


Recordemos momentos culminantes de este proceso de aceptación del dolor como una parte de sí misma:


O meu mal i o meu sofrir
é o meu propio corazón.


(F. N. 246)                



E n'é o vento, n'é o sol, nin é o frío;
non é..., que é tan só
a alma enferma, poeta e sensibre...


(F. N. 236)                


Los dos versos finales desarrollan una nota implícita en la idea anterior: la permanencia de la crisis:


   Nin me abandonarás nunca,
sombra que sempre me asombras.


Hemos reducido el poema a conceptos, dejando voluntariamente aparte todo valor de otro tipo. Lo hemos hecho con el fin de observar la relación que guarda con otros poemas donde Rosalía nos habla de su vivencia del dolor. Creemos que estas relaciones son bastante grandes como para poder afirmar que la negra sombra es el símbolo del dolor existencial, o, por lo menos, para que tal interpretación no parezca totalmente arbitraria y gratuita...

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En su último libro de poemas encontramos otro poema en el que Rosalía dio expresión a vivencias personales mediante el símbolo de las sombras, pero vivencias de distinto tipo a las que acabamos de ver e igualmente difíciles de determinar. En este poema son dos las sombras que aparecen:


   Una sombra tristísima, indefinible y vaga
como lo incierto, siempre ante mis ojos va
tras de otra vaga sombra que sin cesar la huye,
corriendo sin cesar.
Ignoro su destino...; mas no sé por qué temo
al ver su ansia mortal,
que ni han de parar nunca, ni encontrarse jamás.


(O. S. 350)                


Este tema de los seres que se persiguen inútilmente debía de ser grato a Rosalía, pues lo encontramos ya en su primera novela, La hija del mar, publicada antes de los Cantares gallegos. Entresacando frases de un largo relato, leemos lo siguiente:

Como una sombra en pos de otra, otra persona marchaba en pos de Esperanza con el mismo precipitado paso, con la misma ligereza; pero siempre a igual distancia, como si le estuviese prohibido adelantar un paso en el espacio que las separaba [...] si escucharan la anhelante respiración de aquellos dos seres que marchaban uno en pos de otro sin que pudieran reunirse una sola vez y sin que cedieran en su rápida carrera [...] Todo cuanto existía de triste y lastimero en aquella aislada tierra dejó escapar un suspiro que resonó en el espacio, y las dos sombras se pararon a su vez para escuchar aquellas quejas [...] El espanto creció en el alma de aquellos dos seres, y su carrera entonces no fue ya carrera, fue un vértigo, una locura horrible [...] Después penetraron en la playa, siempre el uno en pos del otro, y, al fin, el ruido de dos cuerpos pesados que cayeron sobre la arena se dejó escuchar en medio del silencio que reinaba en torno


(O. C. 768-70).                


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Más adelante Rosalía explica quiénes son y el porqué de su carrera. Esperanza ha huido de la casa de su padre. Fausto, que yace enfermo en una cabaña, la ve pasar por la puerta entreabierta y la sigue, consumiendo en la persecución sus escasas fuerzas y muriendo sobre la playa sin haber conseguido su deseo de reunirse con la joven a quien ama.

En uno de los últimos relatos en prosa de Rosalía, en El primer loco, encontramos otra de estas persecuciones amorosas:

Sentía a la vez alegría y profundo terror; pero fui en pos de ella deslumbrado, y la seguí hasta el bosque, viéndola marchar siempre delante y sin alcanzarla jamás, ni tocar siquiera la orla de su vaporoso y blanco vestido [...] Ignoro el tiempo que pude andar corriendo desatentado y jadeante tras de su sombra...


En los dos ejemplos citados, el sentimiento que impulsa al perseguidor es el amor. En el primero la perseguida ignora la presencia de su amado; en el segundo es un espejismo que reproduce con su devaneo en torno al enamorado el carácter caprichoso y voluble de Berenice, la joven amada. Es curioso que en ambos fragmentos las personas o la visión sean designadas a veces con el nombre de sombras.

En el poema, el tema de la persecución aparece notablemente transformado. En primer lugar, se suprime toda explicación. Comparándolo con la negra sombra, resulta todavía más misterioso; aquí ni siquiera sabemos qué clase de relación existe entre Rosalía y esas sombras. Parece que la autora quisiera presentarse a sí misma como simple espectadora de esas dos sombras que se persiguen. Sin embargo, la primera -y más fuerte- impresión que recibe el lector, provocada por los dos primeros versos, es que «una sombra   —106→   tristísima, indefinible y vaga» va siempre ante los ojos de Rosalía. El complemento circunstancial «tras otra vaga sombra» lo sentimos como un pegote. Sintácticamente, la expresión se presta al equívoco. Si Rosalía quería decir que veía dos sombras persiguiéndose, podía haber buscado cualquier frase del tipo: «una sombra, tras otra sombra, ante mis ojos van», es decir, indicar mediante la pluralidad de sujetos y verbo que se trata de dos elementos. Sin embargo la sombra tristísima ocupa el lugar más destacado del poema y atrae hacia su singularidad al verbo, de manera que, cuando la otra sombra hace su aparición, lo hace en la función secundaria de un complemento circunstancial. Otro detalle nos señala la implicación de Rosalía en el porvenir de las dos sombras; dice:


Ignoro su destino; mas no sé por qué temo...


El verbo temer (no pensar, creer, que son más indiferentes) nos indica el interés de la poeta por lo que ve.

Tomando el poema en su conjunto, vemos con bastante claridad la relación que guarda con aquellos en los que Rosalía nos habla de sus anhelos insatisfechos:


   Ansia que ardiente crece,
vertiginoso vuelo
tras de algo que nos llama
con murmurar incierto.


(O. S. 388)                



   Yo no sé lo que busco eternamente
en la tierra, en el aire y en el cielo...


(O. S. 365)                


(Recordemos que la sombra es indefinible y vaga como lo incierto»). Podemos pensar que esas dos sombras que se persiguen son el símbolo del ansia indefinible y nunca   —107→   saciada de Rosalía20. Pero quedan demasiadas cosas inexplicables: ¿por qué dos sombras?, ¿por qué una tristísima? (La nota de tristeza no corresponde al ansia, y discrepa de las otras notas de vaguedad). ¿Por qué esa forma de presentar primero una sombra ante sus ojos para después situarse como espectadora de una persecución?

La única explicación que se me ocurre y que aclara los puntos oscuros es tan complicada y artificiosa que se ofrece sólo a modo de curiosidad. Sería un verdadero azar que el proceso creador de la autora hubiera seguido las líneas que aquí marcamos.

Hay que pensar que Rosalía intentó expresar esa búsqueda perenne de lo desconocido de que otras veces nos habla. Para ello utiliza el símbolo de una sombra «indefinible y vaga como lo incierto» que va siempre ante sus ojos. Hasta aquí todo va bien; tenemos los dos primeros versos (sin el adjetivo tristísimo) y una idea familiar y repetida en Rosalía. Pero, al llegar a este punto, la autora se da cuenta de que ella y esa sombra son como Esperanza y Fausto, como Luis y Berenice: dos seres que se persiguen sin reunirse nunca. La imagen de estos seres, que ya había empleado en dos ocasiones (esto me parece importante), se impone a la idea primitiva del poema, y el poeta y la sombra, ante sus ojos, pasan a ser una sombra tras otra sombra. Rosalía se convierte así en espectadora de la persecución entre su yo y su anhelo. Su íntima participación se trasluce en ese temor con que las mira, y en algo más: esa sombra que la representa se convierte en «tristísima». Este adjetivo sería, pues el último elemento creado, el que de forma definitiva distinguiría a las dos sombras, convirtiendo a una en   —108→   representación de Rosalía, mediante esa nota de la tristeza tan característica de la autora.

Sin pretender, como decíamos al comienzo, un tratamiento exhaustivo del tema, creo que ha quedado clara la necesidad de distinguir, cuando se habla de las sombras en Rosalía, tres clases fundamentales: las sombras como elementos decorativos o retóricos, herencia del Romanticismo; las sombras simbólicas, expresivas de su vigor dolorido; y las sombras personales, que, «esperando a los que aman», existen en un misterioso mundo de ultratumba.



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