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Poesía social


Rosalía es poeta con plena conciencia de ello. En el prólogo a Follas novas encontramos una declaración acerca de la inevitable vinculación de la poeta a su tiempo y de su condición de "voz del pueblo":

...que si non pode senón ca morte despirse o esprito das envolturas da carne, menos pode o poeta prescindir do medio en que vive e da natureza que o rodea, ser alleo a seu tempo e deixar de reproducir, hastra sin pensalo, a eterna e laiada queixa que hoxe eisalan tódolos labios (F. N. 161).

Por una especie de afinidad sentimental o de comunidad en la desgracia, Rosalía expresa los dolores de Galicia:

...neste meu novo libro preferín, ás composicións que puderan decirse personales, aquelas outras que, con máis ou menos acerto, espresan as tribulaciós dos que, uns tras outros, e de distintos modos, vin durante largo tempo sofrir ó meu arredore. E ¡sófrese tanto nesta querida terra gallega! (F. N. 161).

El libro Follas novas tiene, además, una intención social en el uso de la lengua gallega. Rosalía es consciente de que   —252→   los Cantares gallegos habían abierto un camino de reivindicaciones culturales, y se siente obligada a continuar:

N'era cousa de chamar as xentes á guerra e desertar da bandeira que eu mesma había levantado


(F. N. 163.)                


Sin embargo, pese a reconocer los compromisos que la ligan a su tierra, Rosalía reivindica la libertad del artista, y así anuncia su intención de abandonar en adelante el uso de la lengua materna:

Alá van, pois, as Follas novas, que mellor se dirían vellas, porque o son, e últimas, porque pagada xa a deuda en que me parecía estar coa miña terra, difícil é que volva a escribir máis versos na lengua materna


(F. N. 163.)                


A veces, la intención social de Rosalía excede los límites de su tierra natal; no es algo estrictamente vinculado a Galicia, sino de carácter universal; por ejemplo, su preocupación por los niños huérfanos, por los mendigos desamparados. Sabemos por anécdotas de su vida que su generosidad para el necesitado rayaba en lo insensato y era motivo de escándalo para los que no comprendían los impulsos de su carácter apasionado.

Los pobres y mendigos tienen un papel importante en su obra. Veamos primero el aspecto más superficial: el folklórico. En Cantares gallegos encontramos la figura de la vieja que deslumbra con su saber a la joven campesina que la socorre:


   -¡Moito sabés, miña vella,
moito de sabiduría!
¡Quén poidera correr mundo
por ser como vos sabida!


(C. G. 29)                


  —253→  

Esta figura de la vieja mendiga lista debía de resultar grata a Rosalía, que la repite en Follas novas. Allí la vieja se finge sorda, para no oír las negativas e interpretarlo todo a su antojo: «¡A probiña, que está xorda...!» (F. N. 253).

En Cantares gallegos, además del pintoresquismo con que están pintados los pobres, encontramos una religión providencialista que remedia sus males y consuela sus penas. Cuando la intervención de una mujer compasiva no resuelve la situación, aparece el milagro: un niño de pecho llora de hambre y de frío en una choza pobrísima; sus padres están trabajando lejos; una campesina hace una amarga reflexión:


   ¡Ai, máis valera, meniño,
que quen te dou non te dera!
Que os fillos dos probes nacen,
nacen para tales penas.


(C. G. 85)                


Pero en ese momento tiene lugar una intervención divina: la Virgen aparece y da de mamar al niño.

A partir de Follas novas, predomina la amargura y el dolor en el retrato de los pobres, que se centra, sobre todo, en los niños abandonados. En un poema de tono íntimo nos cuenta brevemente -emocionadamente- el encuentro con una de esas criaturas:


Polas silveiras errante
vexo unha meniña orfa
que triste vai marmurando:
-¡Ña Virxe, quén rosa fora!
-¿Por qué qués ser rosa, nena?-
lle preguntéi cariñosa.
I ela contesta sorrindo:
-Porque non tén fame as rosas-.


(F. N. 274)                


  —254→  

En otras ocasiones, Rosalía arremete contra la religión farisaica de los que pasan indiferentes junto a uno de estos niños desgraciados para ir a rezar a la Iglesia:


Tembra un neno no húmido pórtico...
Da fame e do frío
ten o sello o seu rostro de ánxel,
inda hermoso, mais mucho e sin brilo.
[...]
E mentras que el dorme,
triste imaxen da dor i a miseria,
van e ven ¡a adoraren ó Altísimo,
fariseios!, os grandes da terra,
sin que ó ver do inocente a orfandade
se calme dos ricos a sede avarienta.


(F. N. 247-8)                


Rosalía se plantea entonces el problema del dolor de los inocentes. ¿Por qué sufren?, ¿por qué Dios lo permite?:


¿Por qué hai orfos na terra, Dios boeno?


En su último libro el tema está tratado al margen de cualquier creencia o consuelo trascendente («Cuando sopla el Norte duro», O. S. 355).

El tema de la pobreza lleva como correlato el de la falta de generosidad y la avaricia de aquellos que podrían socorrer al necesitado. Un ejemplo puede ser el cuento de Vidal (C. G. 104), cuyos convecinos le remedian con caldo y pan, pero no con mejores manjares porque, si se acostumbra a otras cosas, le costaría trabajo después comer «berciñas e pan duro».

En un poema de En las orillas del Sar, contrastando con el tono realista y amargo del libro, nos encontramos una visión idílica de la vida del campesino pobre («Los Robles», O. S. 330). La explicación está en que el fin principal que se   —255→   proponía la autora era expresar el dolor por la pérdida de los bosques gallegos. Convenía, por tanto, destacar la importancia que para las gentes humildes tenía la leña que les proporcionaban. A ello se une el carácter nostálgico que tiene muchas veces en Rosalía la evocación del pasado.

Un grupo importante de poemas se refiere a la injusta situación de Galicia respecto al resto de España. La autora es consciente del abandono en que se deja a su tierra natal, de la falta de ayuda que agrava los males que padece:


Galicia, ti non tes patria,
ti vives no mundo soia,
i a prole fecunda túa
se espalla en errantes hordas.


(C. G. 128)                


Generalmente, la crítica de Rosalía se mueve en un plano muy abstracto, sin pararse en hechos concretos; a veces se convierte en una reflexión de carácter universal. Como ejemplo de excepción encontramos la protesta por la tala de los bosques gallegos («¡Jamás lo olvidaré!... De asombro llena», O. S. 336).

Un resentimiento especial anima la voz de Rosalía cuando habla de las penalidades de los gallegos que van a trabajar a Castilla. Diversas causas lo alimentan. Existe una tradicional incomprensión entre las gentes de las diversas regiones españolas, que tiene una raigambre de siglos44 y cuya manifestación más popular es el desprecio mutuo y la caracterización caricaturesca por un solo rasgo. A esto se añadía la personal incompatibilidad de Rosalía con la tierra castellana; es curioso que una persona de tan amplia y honda   —256→   sensibilidad no llegase a captar la austera belleza del campo de Castilla. Para ella fue un desierto tan sólo.

Hay que contar también con el sentimiento de inferioridad que el gallego -pobre, emigrante, inculto- experimentaba en tierra ajena y que alimentaba un profundo resentimiento. Unamos a esto el centralismo de un gobierno que se despreocupaba de las necesidades económicas de las regiones periféricas. Todo ello reunido cuajó en ese poema de tono feroz: «Castellanos de Castilla» (C. G. 122).

El poema está puesto en boca de una mujer cuyo marido muere al volver a Galicia; eso justifica el apasionamiento del tono. Por lo demás, más que los hechos concretos, importa la ancestral incomprensión entre gallegos y castellanos. Los hechos materiales eran que los campesinos gallegos iban -y han ido hasta fechas muy recientes- a segar a Castilla. Sus penalidades dependían en gran parte, no de animadversión de los castellanos, sino de la dureza del clima y de su condición de extranjeros. Como sucede hoy en Alemania, el obrero español ahorra en la medida en que se priva de satisfacciones y comodidades de que disfrutan los nativos. Esto se complica con el complejo sentimiento, mezcla de inferioridad y superioridad, que experimenta el gallego ante el hombre de otras regiones: conciencia de ser menospreciado e íntimo convencimiento de la injusticia de ello; podemos decir que es un complejo de inferioridad en el que los elementos compensatorios son muy fuertes (el gallego emigrado que llega a ocupar altos puestos es ejemplo de esa fuerza compensatoria). Por su parte, el castellano tiene del gallego la imagen que le proporciona el que trabaja fuera de su tierra: un ser socialmente inferior, que desempeña oficios duros y vive pobremente. En el poema de Rosalía, en ese apelativo dirigido a Castilla: «¡miserable fanfarrona!», late un desprecio y un resentimiento nacido de la humillación.   —257→   Una vez más, la poeta se hizo voz del pueblo para expresar hondas y antiguas vivencias.

El capítulo más importante dentro de la poesía social de Rosalía es, sin duda, el de los emigrantes; múltiples facetas de este fenómeno están reflejadas en sus versos.

Según Bouza Brey45, el primero, cronológicamente, de los poemas de Cantares gallegos es «airiños, aires», una canción de emigrante. En este cantar predominan los aspectos sentimentales sobre la denuncia social.

Un joven se despide lastimeramente de la tierra que abandona:


Miña terra, miña terra,
terra donde me eu criéi,
hortiña que quero tanto,
figueiriñas que prantéi.


(C. G. 69)                


No falta, sin embargo, ni aun aquí, donde el sentimiento embarga a la autora, una alusión a la injusta situación social que provoca la emigración46:


Mais son probe e, ¡mal pecado!,
a miña terra n'é miña,
que hastra lle dan de prestado
a beira por que camiña
ó que nacéu desdichado.


(C. G. 70)                


  —258→  

De Cantares a Follas novas se produce un notable cambio en la actitud de Rosalía ante el tema social. No sólo el número de poemas se multiplica, sino que su voz se desnuda de los armónicos sentimentales para llegar a una admirable concisión, en la que los hechos hablan por sí solos. Veamos un ejemplo de esta nueva manera de cantar:


   Foi a Páscoa enxoita,
chovéu en San Xoán,
a Galicia a fame
logo chegará.
   Con malenconía
miran para o mar
os que noutras terras
tén que buscar pan.


(F. N. 289)                


No se puede decir más en menos palabras. Casi en estilo telegráfico -«Fue seca la Pascua, llovió por San Juan»- Rosalía pinta el fantasma del hambre y la emigración cerniéndose sobre la tierra. Hasta qué punto esto responde a hechos reales podemos comprobarlo estudiando las condiciones socio-económicas del campesino gallego. En un brillante y documentado estudio del Dr. García Sabell sobre el hombre gallego47 encontramos gran número de situaciones que Rosalía captó con certera mirada. Una de esas realidades es la del hambre. En Galicia, demuestra García Sabell y canta la poeta, se ha pasado -se pasa todavía- hambre. Los excesos gastronómicos, que han encontrado muchas veces expresión literaria -pensamos en las pantagruélicas comidas de veintiséis platos de que habla la Pardo Bazán48-,   —259→   no son sino una reacción esporádica de un pueblo secularmente hambriento. El hambre es un hecho que se desliza de una y otra forma en los versos de Rosalía, que aparece incluso en los poemas donde ofrece una visión más idealizada del campesino; porque el hambre era una terrible realidad que imponía su presencia a aquel que miraba con ojos limpios:


a Galicia a fame
logo chegará.


(F. N. 289)                



meus fillos..., ¡meus anxos!..., que tanto eu quería,
¡morreron, morreron, ca fame que tiñan!


(F. N. 190)                



O forno está sin pan, o lar sin leña.


(F. N. 283)                



   ...Calentaba los rígidos miembros,
por el frío y el hambre ateridos,
del niño y del viejo.


(O. S. 330)                


En su análisis de la psicología del campesino gallego, García Sabell señala la existencia de un tipo humano todavía más digno de compasión que el emigrante: aquel que se queda en Galicia, que se resiste a abandonar la tierra y sobrevive en unas condiciones de penuria extrema. El mismo tipo, en pareja situación, aparece descrito por Rosalía. Recordemos el contraste entre la vida miserable de la protagonista del poema «Vin de Santiago a Padrón» (F. N. 249) y su alegría por tener una casa, un refugio propio. El poema está escrito en primera persona, y la mujer que habla no es una mendiga, alguien acostumbrada a vivir de lo que le dan. Nada de eso: va a casa de un vecino a pedir un poco de pan en «préstamo» , y se avergüenza hasta derramar lágrimas   —260→   de que no se lo quiera prestar. Tiene una casa y una pequeña huerta, pero eso es todo. Su lecho es de paja, y tiene que coger una parte de él para poder encender el fuego. Su comida es un caldo pobrísimo, hecho con berzas y unto, y una torta de harina. Sin embargo, más contenta que unas pascuas, esta mujer se encierra en su casa y canta las alabanzas del hogar. Con certero instinto, Rosalía glosó una frase popular -«mina casiña, meu lar, cántas onciñas de ouro me vals»- dándole un contexto de pobreza que es el que pone de relieve el apego del hombre a su hogar. Veamos otros ejemplos de vinculación del hombre gallego al hogar y a la tierra:


-Quen casa ten de seu, ten media vida.
Unhas telliñas para nos crubir,
catro paus que ardan na lareira nosa,
      ¡e a traballar sin fin!


(F. N. 283)                


Rosalía se hace eco de los argumentos que emplea el gallego para no emigrar: lo fundamental es tener un techo, una casa donde cobijarse. En ningún lugar se sentirá tan seguro como entre esas paredes que le pertenecen, que son suyas. La autora se da cuenta de lo falso de esas esperanzas, pero comprende las razones profundas de ellas: el que nació en Galicia no quiere morir lejos:


¡Qué ha de facer, Señor, si o desamparo
      ten ó redor de sí!
¿Deixar a terra en que nacéu i a casa
      en que espera ter fin?


(F. N. 284)                


Veamos, finalmente, un poema en que el amor a la tierra y el afán de mantenerse unido a ella lleva al campesino a una actitud «evangélica»: como los pájaros y los lirios, su   —261→   sustento le llega milagrosamente con el verano. Bajo esta actitud de pasividad se esconde posiblemente un deseo de identificación con la madre tierra:


¡Ouh miña parra de albariñas uvas,
      que a túa sombra me das!
¡Ouh ti, sabugo de froriñas brancas,
      que curas todo mal!
¡Ouh ti, en fin, miña horta tan querida
      e meus verdes nabals!
¡Xa non vos deixo, que as angustias negras
      lonxe de min se irán!
O vran chega crubíndovos de fruto,
      todos son ricos xa,
os paxariños tén gran nas campías,
      abrigo na follax.
As noites son tranquilas e serenas,
      craro é sempre o luar,
por antre as tellas entran os seus raios
      i hastra o meu leito van,
i así durmo alumado pola lámpara
      que ós probes lle luz dá:
lámpara hermosa, eternamente hermosa,
      consolo dos mortals.


(F. N. 284)                


Además de reflejar la pobreza y el hambre general, Rosalía alude a hechos concretos que provocan la emigración: gentes que son desposeídas de sus bienes más elementales, alguaciles que recorren las aldeas, embargos...

En ocasiones apunta a un hecho muy significativo: la injusta situación del campesino, cuyo trabajo apenas cubre la renta que tiene que pagar al propietario de la tierra:


-Escoitá: os algoasiles
andan correndo a aldea;
mais ¿cómo pagar, cómo, si un non pode
inda pagala renda?


(F. N. 306)                


  —262→  

Su interés por el problema de la emigración se revela en la atención con que observa todos los aspectos que a ella se refieren. A través de sus versos se van perfilando situaciones y tipos humanos: la partida, las cavilaciones anteriores a ella, los adioses, el emigrante que marcha contento y esperanzado, el emigrado que vuelve, las viudas de los vivos y de los muertos. El libro V de Follas novas constituye un verdadero fresco del fenómeno social de la emigración.

Veamos la actitud cavilosa y sombría del que ya ha tomado la decisión de abandonar la tierra:


Cando ninguén os mira,
vense rostros nubrados e sombrisos,
homes que erran cal sombras voltexantes
por veigas e campíos.
Un, enriba dun cómaro
sentase caviloso e pensativo;
outro, ó pe dun carballo queda imóvil,
coa vista levantada hacia o infinito.


(F. N. 279)                


Veamos ahora la espera de los emigrantes, las risas, los juramentos, las blasfemias que intentan enmascarar la angustia que se escapa en sus suspiros. El murallón «do Parrote» del puerto de La Coruña es el escenario de esos momentos anteriores al embarque:


De humanos seres a compauta línea
que brila ó sol adiántase e retórcese,
mais preto e lentamente as curvas sigue
do murallón antigo do Parrote.
O corazón apértase de angustia,
óiense risas, xuramentos se oien,
i as blasfemias se axuntan cos sospiros...
¿Ónde van eses homes?


  —263→  

Rosalía refleja también la figura del emigrante que parte contento y esperanzado. Unas veces lo presenta como un ser fuerte y, en cierto modo, amante de la aventura, que ve aspectos positivos en la partida: como un modesto Ulises, el gallego de este poema piensa que a quien no ve más que su tierra «la ignorancia lo consume»:


¡Ánimo, compañeiros!
Toda a terra é dos homes.
Aquel que non veu nunca máis que a propia
a iñorancia o consome.
¡Ánimo! ¡A quen se muda Diolo axuda!
¡I anque ora vamos de Galicia lonxe,
verés desque tornemos
o que medrano os robres!
Mañán é o día grande, ¡á mar, amigos!
¡Mañán, Dios nos acoche!


(F. N. 280)                


Otras veces, las razones que les animan en su partida son distintas, y sus sentimientos, más complejos: se marchan contentos como criados que abandonan a un amo cruel; dejan una patria que les ha negado hasta el pan, en busca de una tierra más pródiga; su alegría nace del mucho sufrir:


Era la última noche,
las noches de las tristes despedidas,
y apenas si una lágrima empañaba
sus serenas pupilas.
Como el criado que deja
al amo que le hostiga,
arreglando su hatillo, murmuraba
casi con la emoción de la alegría:
-¡Llorar! ¿Por qué? Fortuna es que podamos
abandonar nuestras humildes tierras;
el duro pan que nos negó la patria,
por más que los extraños nos maltraten,
no ha de faltarnos en la patria ajena.


(O. S. 344)                


  —264→  

La esperanza de tornar a la tierra es el sentimiento común a todos los que parten y lo que, de una u otra forma, les da ánimos para lanzarse a atravesar el Océano. Pero lo cierto es que muchos no vuelven; la muerte o los azares de la vida les retienen para siempre en el país lejano. Rosalía se lamenta de la ausencia de los que definitivamente abandonan Galicia, de los que no quieren volver:


   Bien sabe Dios que siempre me arrancan tristes lágrimas
aquellos que nos dejan;
pero aún más me lastiman y me llenan de luto
los que a volver se niegan.
[...]
   Tornó la golondrina al viejo nido,
y al ver los muros y el hogar desierto,
preguntóle a la brisa: «¿Es que se han muerto?»
Y ella, en silencio, respondió: «¡Se han ido
como el barco perdido
que para siempre ha abandonado el puerto!»


(O. S. 345-6)                


Un ejemplo de esos emigrados que se niega a volver: Antón de Riaño. Se ha hecho su vida en el exilio, tiene mujer, pero no ataduras familiares, está acostumbrado a la libertad y no quiere renunciar a ella. Antón de Riaño volverá, cuando sea viejo y ya no pueda disfrutar de la vida, a recibir los cuidados de los que quedaron esperándole («Eu volvo para a terra», F. N. 299).

La voz de Rosalía alcanza sus tonos más emocionados al hablar de las mujeres de los emigrantes. Las hemos visto aparecer en muchos de los poemas citados. Veamos ahora algunos en los que la viuda dos vivos es la protagonista.

En Cantares gallegos encontramos un hermoso poema en que una mujer lamenta la ausencia del amado en tono muy similar al de las cantigas de amigo. El río es testigo de   —265→   las penas de amor y confidente de ellas («Pasa río, pasa río», C. G. 82).

En Follas novas se encuentra uno de los más logrados poemas de Rosalía sobre la mujer del emigrante. En él vemos un retrato de esta mujer fuerte que realiza sola las más duras tareas: siembra el campo, recoge leña en el monte, lleva la hierba y el agua... La rudeza de los trabajos contrasta con la ternura y delicadeza que reflejan sus palabras:


Tecín soia a miña tea,
sembréi soia o meu nabal,
soia vou por leña ó monte,
soia a vexo arder no lar.
Nin na fonte nin no prado,
así morra coa carrax,
él non ha de virme a erguer,
él xa non me pousará.
¡Qué tristeza! O vento soa,
canta o grilo ó seu compás...;
ferve o pote..., mais, meu caldo,
soíña te hei de cear.
Cala, rula; os teus arrulos
ganas de morrer me dan;
cala, grilo, que si cantas,
sinto negras soidás.
O meu homiño perdéuse,
ninguén sabe en ónde vai...
Anduriña que pasache
con él as ondas do mar;
anduriña, voa, voa,
ven e dime en ónde está.


(F. N. 287)                


El final recuerda, como el poema citado anteriormente, las cantigas de amigo medievales, pero al carácter intensamente lírico de éstas se han añadido notas de realismo que   —266→   vinculan el poema a una estructura social muy determinada. Los trabajos enumerados en el poema sólo en Galicia son realizados por mujeres, y no sólo en ausencia de los hombres, sino en su compañía. Fijémonos en que ella dice que, aunque muera bajo el peso de la carga, él no ha de ir a ayudarla a erguer y a pousar. En Galicia, las mujeres campesinas transportan, apoyándolos en los hombros o sobre la cabeza, grandes pesos (haces de hierba, cestas y cántaros...) que otra persona tiene que ayudarles a subir y bajar.

Junto a las notas realistas encontramos en el poema una intensa vivencia de la soledad -obsérvese la reiteración expresiva de la palabra soia-, sentimiento que, posiblemente, rezuma de la propia Rosalía, pero que es también una característica galaica (la saudade es rasgo típico de su literatura). E, informando, envolviendo al poema en una atmósfera especial, encontramos como rasgo esencial la ternura; ternura disimulada bajo capa de aspereza en los primeros versos, que pintan a una mujer solitaria entregada a rudas tareas, y que se manifiesta por primera vez en esa reiteración expresiva de la palabra él: «él non ha de virme a erguer, él xa non me pousará», y en ese adverbio xa, evocador de tiempos pasados. A partir de ese momento, la afectividad se desborda y se manifiesta en la proliferación de posesivos y diminutivos: «Ferve o pote, mais meu caldo, soíña te hei de cear», «o meu homiño perdéuse»; perfectos ejemplos estos del carácter afectivo y no cuantitativo de los diminutivos, tal como demostró Amado Alonso49.

Por su realismo, su saudade y su ternura, el poema constituye un hermoso canto a la personalidad de la campesina gallega.

  —267→  

Pueden verse, a través de este fresco de la emigración, mujeres que suspiran por la vuelta del esposo, mujeres esperanzadas, mujeres abandonadas, mujeres que trabajan y lloran, mujeres que, vencidas de nostalgia, parten a reunirse o a morir con el hombre. Veamos, por último, el grito amargo, hecho de rebeldía y dolor, de la mujer que muere de soledad y deja morir lo único que conserva del ausente:


Non coidaréi xa os rosales
que teño seus, nin os pombos;
que sequen, como eu me seco,
que morran, como eu me morro.


(F. N. 289)                


Es admirable la fuerza de este poema tan breve. Nada sabemos de esa mujer, nada se nos dice de su historia, ni de sus sentimientos. No llora, no se lamenta. «La tristeza seca el alma y los ojos además», dice Rosalía en otra ocasión. Esta mujer tiene el alma seca; su dolor se ha hecho amargura y casi rencor; «dudo si el rencor adusto vive unido al amor en mi pecho», nos dirá Rosalía de sí misma. Admirable concentración la de esos cuatro versos, admirable la potencia expresiva de ese gesto: dejar secar los rosales, dejar morir los palomos del hombre a quien se ama.

Aunque Rosalía no vuelve a escribir en gallego a partir de Follas novas, aunque no volviera a tratar el tema social -que sí lo trató-, bastaría esa espléndida pintura de los emigrantes para saldar la deuda que, como poeta, tenía con su patria.



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