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Costumbrismo


El amor de Rosalía a su tierra se manifiesta en su gusto por aspectos de la vida en Galicia: fiestas, trabajos, trajes, comidas... Este aspecto costumbrista tiene su máxima representación en Cantares gallegos, pero es también importante en Follas novas. En su último libro ha desaparecido casi totalmente, aunque perduran referencias a costumbres, a trabajos, a trajes, que demuestran la atención prestada por la autora a las formas de vivir populares.

Muy frecuentemente encontramos referencias a comidas. A la meniña gaiteira que inicia los Cantares le ofrecen para que cante manjares típicos de la tierra; algunos, propios de la gente humilde, como los bolos do pote, que son bollos hechos con harina de maíz y cocidos en el caldo, o las papas ('gachas'), o el pan mojado en vino; otras son comidas más ricas, como las torrijas con miel. Las patatas asadas con sal y vinagre creo que son las que se hacen sobre las brasas, a veces en el campo, apovechando la quema de las hojas de la planta, al recolectar las patatas sembradas (C. G. 21).

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No podía faltar entre las comidas el caldo. En el poema que comienza «Vin de Santiago a Padrón» (F. N. 249) vemos un caldo muy pobre, el más pobre que puede hacerse: con unto y berzas solamente. En Cantares gallegos (C. G. 106) vemos otro, de gente humilde, pero ya más sabroso: tocino, habas, patatas y berzas.

Rosalía nos habla de la comida de un día de fiesta en casa de una campesina rica que da entrada en su casa a los pobres que piden asilo: carnero, ternera, sopa de arroz, vino del Ribeiro, pan hecho de maíz y centeno... (F. N. 255).

También se complace en la evocación de la matanza del cerdo: el ir y venir de las mozas, el olor del cerdo chamuscado, de las frituras, del mondongo. Las comidas de esos días: hígado con cebolla, bazo con adobo, y sangre para las morcillas:


   Fígado con cebola ben frixida
i unha folliña de laurel cheirosa,
que inda a un morto ben morto dera vida
de tan rica, tan tenra e tan sabrosa.
Raxo en sorsa cun cheiro que convida,
i a sangre das morcillas sustanciosa
en fregada caldeira rebotando
a que fagan morcillas convidando.


(C. G. 108-9)                


Los trajes regionales que lucen las mozas en las romerías despiertan la admiración de Rosalía, que gusta de describir las diferencias entre unos y otros (C. G. 41).

Aun en su último libro, donde apenas existen miradas al exterior, donde el paisaje es casi siempre el propio espíritu de la poeta y ella misma la protagonista, encontramos, sin embargo, la figura familiar de un campesino que cruza el monte protegiéndose de la lluvia con una capa de juncos. Estas capas, que también se hacían de paja, eran vestido   —270→   típico de algunas zonas de Galicia, que daba a los hombres el aspecto de cabañas ambulantes:


   Seguido del mastín que helado tiembla,
el labrador, cubierto
con su capa de juncos, cruza el monte.


(O. S. 343)                


Son curiosas las descripciones físicas en las que Rosalía se ajusta a los cánones del gusto popular: tez blanca y mejillas sonrosadas. El color moreno no goza de favor. Como un antecedente de Miguel Hernández («umbrío por la pena, casi bruno...»), la moza ausente de la tierra se va quedando «morena»:


Fun noutro tempo encarnada
como a color de sireixa;
son hoxe descolorida
como os cirios das igrexas,
cal si unha meiga chuchona
a miña sangre bebera.
Voume quedando muchiña
como unha rosa que inverna;
voume sin forzas quedando,
voume quedando morena,
cal unha mouriña moura,
filia de moura ralea.


(C. G. 76)                


Colores blanco y rojo, junto a esbeltez y palabras dulces, son también cualidades apreciadas en el varón:


Eu sei dun que cobisa
causa miralo,
lanzaliño de corpo,
roxo e encarnado.
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Carniñas de manteiga,
e palabras tan doces
cal mentireiras.


(C. G. 65-66)                


Las fiestas y romerías merecen también la atención de Rosalía. Describe algunas muy famosas, como la romería de «Nosa Señora da Barca», cuya ermita se alza sobre una gran piedra movediza. La romería se considera que ha sido perfecta cuando las gentes consiguen que la piedra se mueva (C. G. 41)50 .

En otras ocasiones destaca sobre todo la alegría de la gente, sus risas, su gusto por comer y beber, sus juegos animados por el vino... («Si a vernos, Marica, nantronte, viñeras», C. G. 137).

No aparece en su obra descripción de oficios, pero sí la alta opinión que sobre el suyo tiene una costurera:


   Mans de señora,
mans fidalgueiras
teñen todiñas
as costureiras;
   boca de reina,
corpo de dama,
cómprelle a seda,
foxen da lama.


(C. G. 36-7)                


Un recuerdo particularmente emocionado tiene Rosalía Para los cementerios gallegos, en donde parece palparse la íntima relación del hombre con la tierra que le sustenta y adonde vuelve («De Galicia os cimeterios», O. C. 500, «O   —272→   simiterio da Adina», F. N. 196. En este último descansaba su madre, y allí pidió ella que la enterrasen.)

Entre las costumbres gallegas que relata, son curiosas las ceremonias y responsos que se hacen en una casa campesina un día de tormenta:


Encendámola vela bendita,
que hai tempestá.
[...]
Nove follas de olivo queimemos
porque alexen de nós todo mal,
que nos libren de raio e centela
      que nos quer matar.

O trisaxio cantemos en coro...
Incrináivos i a Dios adorái;
pois si trona, é que quer recordarnos
      que é grande e inmortal.


(F. N. 252)                


No podían faltar las reuniones en el molino:


Non hai sitiño
que máis me agrade
que aquel muíño
dos castañares,
donde hai meniñas,
donde hai rapaces
que ricamente
saben loitare;
donde rechinan
hasta cansarse
mozos e vellos,
nenos e grandes.


(C. G. 49-50)                


Y la celebración de una fiesta en una casa rica de la montaña: además de amigos y parientes, se reúnen allí el   —273→   cura y el veterinario («o zuruxano das bestas»), y con ellos los mendigos, entre los que hay un cojo, un manco, una pareja de viejos y una loca. Es curiosa la costumbre de las luchas entre mozos y mozas, a la que Rosalía se refiere en varias ocasiones. Veamos un ejemplo:


Xa preto da media noite,
dan encomenzo as peleas;
os mozos loitan cas mozas,
medindo as forzas que teñan
e n'andan en comprimentos
para botarse por terra.
¡Si as vírades qué valentes
se amostran na loita as nenas!
¡Fanlle ós mozos cada mágoa
cas súas mans pequeñeiras!
-Un xa caíu... Foi un home...
¡Ela vencéu, vencéu ela!
¡Ben pola nena bonita!
¡Que vivan as montañesas!
¡Que vivan, pois loitar saben!
-¡Si fixo trampa!- el contesta
avergonzado-: foi trampa,
que sinón, nin cen como ela.
-¿Qué trampa nin qué morcegos...?
Vencínte...
-Non.
-Sí.
-¡Me venzas!


(F. N. 257)                


A propósito de la aparente masculinidad de estas mozas que derriban al suelo a su oponente en la lucha, conviene recordar unas palabras del doctor Rof Carballo sobre la psicología del pueblo gallego:

En Galicia, la represión de la feminidad subconsciente en el hombre y la de la masculinidad inconsciente en la mujer   —274→   son quizá menos violentas que en otros pueblos [...] La mujer gallega, muy femenina, llena de ternura, no se siente obligada a reprimir su inconsciente masculinidad. El hombre es sensible -lo sabe por su madre- a la seducción de la mujer, aunque ésta muestre bastante aparente su Animus varonil51.


Rof Carballo se refiere sobre todo a la energía de carácter de la mujer gallega, pero creemos que sus palabras pueden explicar también la complacencia en estas luchas donde compiten físicamente mozos y mozas.

El carácter erótico de las luchas es más patente en otros ejemplos. Así en C. G. 89, donde se reprocha a una casada participar en ellas. Quizá estas mozas luchadoras, como las serranas del Arcipreste, sean distintas manifestaciones del mito de la mujer selvática.

En varias ocasiones Rosalía nos habla de las mozas que van a lavar al río.


   Ó son dos romores vanos
que nacen ca mañanciña,
lava, lava, na fontiña.
[...]
Os paniños vai lavando
e a tendelos se apresura
nun campiño de verdura.


(C. G. 79)                


Las lavanderas, con sus ropas tendidas, entran a formar parte del paisaje: las ropas sobre el campo verde son como las nubes sobre el cielo, animan su monotonía (F. N. 263).

Además de un elemento visual, la lavandera es elemento sonoro del paisaje. El ruido que produce al golpear la ropa contra una de las piedras del río se incorpora a los ruidos   —275→   del paisaje: rumor del viento entre los árboles, tañer de las campanas, la presa del molino... (F. N. 285).

También las escenas familiares son recogidas con atención por Rosalía. Vemos a una familia de labriegos reunidos en torno al fuego («De la hoguera sentados entorno», O. S. 330), a una ajetreada ama de casa («Vente, rapasa», C. G. 130).

La atención de Rosalía a las formas de vivir de su pueblo tuvo su cénit en Cantares donde, en palabras de la misma autora, Galicia era «el objeto, el alma entera». En Follas novas era «a veces, tan sólo la ocasión, pero siempre el fondo del cuadro» (Prólogo a Follas novas, O. C. 417). Cada vez, Rosalía va mirando más hacia dentro que hacia el exterior. Pero todavía en su último libro hemos visto algunos ejemplos del amor a Galicia volcado en el molde del costumbrismo: gusto por evocar costumbres, formas de vivir que conoció en su niñez y que conservaron siempre para ella el calor de recuerdos entrañables.



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