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El complejo de Polícrates


Se conoce con el nombre de complejo de Polícrates aquella enfermedad psíquica que provoca la infelicidad o el fracaso en una persona, precisamente en el momento en que ha logrado sus máximas aspiraciones. El fenómeno fue observado por Freud53, pero hasta fecha moderna no se le dio ese nombre. Polícrates, tirano de Samos, temía que los dioses castigaran su excesiva felicidad. Les ofreció en sacrificio un valioso anillo que arrojó al mar. Pero los dioses no aceptaron su ofrenda, y el anillo le fue devuelto por un pescador que lo encontró en las entrañas de un pez. Polícrates pereció, sometido a tortura, a manos de las tropas de Darío, cumpliéndose así sus presentimientos de desgracia. De ahí procede el nombre moderno de ese fenómeno.

Rosalía parece que padecía un complejo de Polícrates. Esto lo señaló hace años el doctor Rof Carballo54. El complejo de Polícrates puede presentar formas claramente pa- tológicas.   —299→   Por ejemplo, existen personas que, tras luchar denodadamente por algo, destruyen ellas mismas el fruto de su éxito, o, alcanzado su mayor deseo, se muestran sumidas en una apatía y melancolía profundas. En otros casos, que podemos considerar más normales por resultar menos llamativos, el complejo toma la forma de miedo a una felicidad excesiva, a una dicha considerada demasiado grande, por presentir que a tal estado sucederá, inevitablemente, el contrario. Rosalía padecería esta segunda forma del complejo.

Murguía nos dejó testimonio de ese rasgo psíquico de su mujer. En el prólogo a la segunda edición de En las orillas del Sar, muerta ya Rosalía, nos dice:

...nada la asustaba tanto como la posesión de una dicha inesperada. Le parecía que forzosamente debía traer consigo una nueva tormenta


(O. C. 561-62.)                


Desde su primer libro de poemas Rosalía nos dice:


   No hay goce, no, que duradero sea;
ni placer que no envuelva una mortaja.


(O. C. 236)                


Palabras que, aisladas, podrían parecer una manifestación de pesimismo barroco en una joven de veinte años, pero que en realidad, y a la vista de otros ejemplos posteriores, son una primera muestra del temor que Rosalía siente ante el placer.

En Flavio, novela de 1861, publicada, pues, cuando Rosalía tiene veinticuatro años, encontramos un personaje femenino, Mará, que reúne algunos rasgos del carácter de la autora: escribe versos en los que vierte «la amargura de un alma que no ve más que tinieblas en lo por venir», es reservada, fría en apariencia... Este personaje dice de sí misma:

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No quiero entregarme todavía a tan halagadora esperanza. A vos os lo confieso, al fin: creo que he nacido para sufrir, y que siempre que mi corazón se alegre ha de tener que entristecerse más tarde


(O. C. 993.)                


Desde Follas novas encontramos repetido con insistencia el temor a las grandes alegrías, precisándose cada vez más claramente la postura de la autora:


Tembra a que unha inmensa dicha
neste mundo te sorprenda;
grorias, aquí, sobrehumanas
trán desventuras supremas.
[...]
Sí; tembra cando no mundo
sintas unha dicha inmensa:
val máis que a túa vida corra
cal corre a iaugua serena.


(F. N. 188)                


Dicha y desventura, placer y dolor van tan unidos que la presencia de lo uno hace presentir su contrario. Nos llama la atención la semejanza con palabras de Sócrates transmitidas por Platón: las ideas son muy similares, aunque el tono es distinto: temeroso en Rosalía; sereno y reflexivo, casi humorístico en Sócrates:

Sócrates, por su parte [...] dijo: «¡Qué cosa más extraña, amigos, parece eso que los hombres llaman placer! ¡Cuan sorprendentemente está unido a lo que semeja su contrario, el dolor!» Los dos a la vez no quieren presentarse en el hombre; pero si se persigue al uno y se le coge, casi siempre queda uno obligado a coger también al otro, como si fueran dos seres ligados a una única cabeza. Y me parece -agregó- que, si hubiera caído en la cuenta de ello Esopo, hubiera compuesto una fábula que diría que la divinidad, queriendo imponer paz a la guerra que se hacían, como no pudiera conseguirlo, les   —301→   juntó en el mismo punto sus coronillas; y por esta razón en aquel que se presenta el uno sigue a continuación el otro.55


Sócrates reflexiona, Rosalía teme; ella, como Polícrates, parece creer que la felicidad atrae la ira de los dioses, creencia que encontramos repetida en gran número de textos griegos.

Citamos palabras de un especialista:

Los dioses tienen celos de los hombres. La envidia de los dioses, el fzónoj, el sombrío placer con que se gozan en el espectáculo del humano infortunio, es una concepción típicamente griega, que a lo largo de toda la Grecia arcaica coexiste inconciliable con la de la justicia divina. Testigo de excepción es Heródoto. «La divinidad -hace decir a Solón- es toda celos y gusta de sembrar la ruina» [...] y a Artabano: «la divinidad gusta de romper todo lo que se eleva...; da a probar alguna dulzura en la vida, y al instante se la encuentra celosa»56 .


Un bello ejemplo del temor a despertar la envidia de los dioses lo encontramos en la Orestíada de Esquilo. Vuelve Agamenón, vencedor en Troya, y Clitemnestra sale a recibirle prodigándole alabanzas. Agamenón responde con palabras de modestia y prudencia: sobre todo no conviene despertar la envidia de los dioses, equiparándose con ellos:

Agamenón: Guardadora de mis moradas, hija de Leda, hablaste a medida de mi ausencia, largamente; mas, para que con justicia sea loado, es fuerza que otros me rindan tal honor. No me trates, empero, muellemente, a modo de mujer, o como rey bárbaro. Nadie se prosterne ante mí lanzando altos clamores, ni se despierten envidias tendiendo alfombras a mi paso.   —302→   No es lícito honrar así más que a los dioses. No sin temor, yo que soy sólo un hombre, sabría andar sobre púrpura57 .


Agamenón teme y, en efecto, la desgracia se abate sobre él. Pero no porque haya despertado solamente la envidia de los dioses. En el universo de Esquilo -afirma el doctor Adrados- los dioses castigan la soberbia y la injusticia, no la felicidad:

La tragedia de Esquilo nos ofrece el máximo intento por hacer comprensible el destino del héroe dentro de un universo moralizado. El exceso de hybris, que castigan los dioses en Agamenón y Clitemnestra, está concebido como pura falta contra la justicia; el mismo poeta testimonia su originalidad [...] al afirmar tajantemente que sólo la conducta injusta, y no la simple felicidad, se atrae la desgracia58.


Polícrates, Solón, Artabano, Agamenón temen la envidia de los dioses a su felicidad, o el castigo a su soberbia. Sócrates reflexiona sobre la extraña condición de lo que los hombres llaman placer. Cuando Rosalía se asusta ante la posesión de una dicha inesperada, está adelantándose a una desgracia que no será castigo de dioses, sino que procede de su propio interior. Pero antes de dar explicaciones, sigamos analizando las manifestaciones que presenta en nuestra autora el complejo.

En Rosalía encontramos auténtico temor a las alegrías inesperadas, a los placeres que sobrevienen gratuitamente. Sus palabras son reveladoras: «Tembra a que unha inmensa dicha neste mundo te sorprenda. Es decir, hay que estar   —303→   prevenidos contra esas dichas, hay que tomar precauciones para no dejarse llevar a ellas y caer después en la desgracia. No hay que dejarse engañar por una alegre mañana de primavera que llega en el otoño, ni calentarse a un sol radiante en el invierno. Si uno se descuida, si la memoria avisa tardíamente del peligro que encierran esas alegrías, la desgracia será ya inevitable:


Do alegre maio unha alborada fresca
foite a sorrir no outono malencónico,
e por nadal os membros ateridos
quentache ben contente a un sol de agosto;
despóis tembraches espantado, e fuches
buscando a sombra inquieto e pesaroso;
mais a mamoria preguizosa, tarde
      truxera ó teu recordo
       que aqueses cambios bruscos,
      raros e intempestosos,
de loitos e pesares nesta vida
sinal segura eternamente fonon.
E tras daquel calor que che emprestara
      no inverno un sol de agosto,
só sentiche da frebe o mortal frío
      que helóu hastra os teus osos.


(F. N. 210)                


En estos casos, el temor a las «venturas» inesperadas nos lleva a pensar en seguida en el complejo de Polícrates, en el temor a la felicidad que acarreará la desgracia posterior. En otros casos, el matiz es algo distinto. Rosalía parece tener la idea de que en la vida tiene que haber un reparto de penas y alegrías que, ya en la tierra, sin esperar a otra vida donde se compensará la balanza de dolores y gozos, ya aquí, el que mucho disfruta mucho tiene que padecer también. Y esto en todos los sentidos: dinero, paz, amor...

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Pois consólate, Rosa,
que moito ten que padecer na vida
quen moito dela goza,
e olvidada ha de ser quen foi querida.


(F. N. 307)                


Sin embargo, esto es sólo válido para ciertos seres. Rosalía ha afirmado infinidad de veces que los tristes están predestinados al dolor59, y sólo los dichosos participan de penas y alegrías, de risas y llantos, de dolores que se olvidan, y son sustituidos por nuevas esperanzas y sonrisas. Lo habitual, lo normal, lo que a ella le parece ser dichoso es padecer y gozar ya en la vida.

Pero a esta concepción de reparto equitativo de alegrías y desgracias se enfrenta su complejo inconsciente. Cuando la alegría llega, no puede disfrutarla plenamente; desde el fondo de sí misma se alza invencible el temor a la desgracia que la seguirá, el precio que tendrá que pagar por ella. Y cuanto mayor sea el placer, mayor el mal subsiguiente. Al final de un relato extraño dice con ascético tono:


Coma ti, mal tesouro,
que aquí deixóu o mouro
e que a cubiza alaba,
son os encantos todos terreales:
a tan grandes pracers, tan grandes males.


(F. N. 269)                


Tenemos la impresión de que Rosalía buscaba para sí misma una explicación racional a su temor a la dicha. Unas veces piensa, un poco al estilo de Sócrates, en una unión indisoluble de placer y dolor, en una especie de ciclo vital en el que se suceden alegrías y dolores; con lo cual desde el   —305→   dolor se esperaría la dicha y, desde ésta, el dolor siguiente. Pero esto está en contradicción con su sentido de la predestinación al dolor y su concepción de éste como algo propio de su misma naturaleza («o meu mal i o meu sofrir / é o meu propio corazón», F. N. 246). Otras veces adopta una postura ascética: los placeres de este mundo encierran siempre una mortaja, siempre van acompañados de males. O intenta el ideal clásico de la aurea mediocritas, que la vida discurra como el agua serena, sin locas ambiciones, sin desmesurados placeres. Pero, posiblemente sin que ella misma se dé cuenta, en esos mismos poemas ascéticos u horacianos se le desliza el motivo profundo de su actitud: el temor a lo que vendrá después de la dicha, el castigo de los dioses a la felicidad del hombre:


   No subas tan alto, pensamiento loco,
que el que más alto sube más hondo cae;
ni puede el alma gozar del cielo
mientras que vive envuelta en la carne.
Por eso las grandes dichas de la Tierra
tienen siempre por término grandes catástrofes.


(O. S. 336)                


Rof Carballo60 da una explicación general al complejo de Polícrates a la luz del psicoanálisis moderno:

La explicación que la dinámica del subconsciente da a este misterioso temor al triunfo absoluto que, de una manera automática, como una profunda actitud o un reflejo que se desencadena, «sabotea» el éxito del hombre tan pronto pasa de ciertos límites, es la de que, como residuo del superego infantil, esto es, de la interiorización de la autoridad paterna, queda en el individuo el temor a sobrepasar al padre, a vencerle, a superarle.


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Pero en el caso concreto de Rosalía las cosas se complican. Su origen ilegítimo la privó de la presencia -y de la autoridad- de una figura paterna. Podríamos pensar que la persona que ejerció la función paterna, fuese quien fuese, se convirtió en el eje en torno al cual giró su complejo, su miedo a superarle. Pero tampoco existió esa figura única: primero se encargó de ella María Francisca Martínez, según figura en la partida de bautismo; después pasa al cuidado de las hermanas de su padre, y por último va a vivir con su madre: todas figuras femeninas. ¿Cuál de ellas pudo representar la autoridad paterna? Creemos que no es éste el camino más claro para intentar comprender el complejo de Polícrates en Rosalía. Prescindiendo de la teoría de que sea el temor a sobrepasar al padre el motor que desencadena el complejo, preferimos volver a las fuentes primitivas del psicoanálisis, a las palabras del primer hombre que se fijó en «los que fracasan al triunfar»:

La labor psicoanalítica enseña que las fuerzas de la conciencia que hacen enfermar a ciertos sujetos a causa del éxito (del mismo modo que la generalidad enferma a causa de la privación), se hallan íntimamente enlazadas al complejo de Edipo, a la relación del individuo con su padre y su madre, como acaso, también en general, nuestro sentimiento de culpabilidad61 '.

Recordemos que en La hija del Mar, su primera novela, publicada cuando la autora tiene veintidós años, Rosalía da expresión literaria a una compleja trama de sentimientos que representan relaciones conflictivas entre padre e hija y que responden, en general, al esquema del complejo de Edipo (o Electra): Esperanza (la Rosalía ideal) odia a su padre, pero le ama cuando se vuelve loca, cuando la   —307→   locura la permite entregarse a sus sentimientos inconscientes. Esperanza ha sustituido a su madre, Teresa (obsérvese la coincidencia de nombres entre el personaje ficticio y el nombre real de la madre de Rosalía), en el corazón del padre. Esperanza es feliz. Pero un día recobra la razón, y entonces se siente impura, culpable (¿por qué, si estaba loca, si ignoraba que era su padre?). Su antiguo novio muere, su padre y amante es ajusticiado. Esperanza se suicida: «las grandes dichas de la tierra tienen siempre por término grandes catástrofes».

El complejo de Polícrates puede ser, en Rosalía, la secuela de sus conflictivas relaciones sentimentales con el padre. La niña Rosalía ama y odia a un tiempo la figura del padre ausente. Su deseo inconsciente es conseguir el amor del padre, pero no sustituyendo a la madre -que en la vida real ha sido abandonada- sino superando a la madre, logrando lo que ella no logró: retener el amor del padre. Pero eso es algo prohibido, algo que ha de ser castigado, por tanto. A esto hemos de unir el sentimiento de que también la madre logró anteriormente el amor del padre y después lo perdió: el temor a que la historia se repita se une al sentimiento de culpabilidad en Rosalía. Por donde quiera que lo enfoque, el cumplimiento de sus deseos inconscientes va acompañado de sentimientos de culpa y temor. En su madurez, Rosalía sigue pensando que «glorias aquí soberanas / traen desventuras supremas». A los veinte años había hecho una novela con esos mismos presupuestos.

Naturalmente, nos movemos en el terreno de las hipótesis, pero creemos que estas ideas extraídas del campo de la psicología profunda pueden explicar un poco ese rasgo del carácter de Rosalía, del que su marido nos habló y del que ella dejó constancia en sus versos.



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