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Adjetivos


El uso que de los adjetivos hace Rosalía hay que calificarlo de irregular. En conjunto produce la impresión de una poeta que no llega a darse cuenta plenamente del valor expresivo del instrumento que maneja. Tiene grandes aciertos y grandes errores o, por decirlo con palabras más objetivas, encontramos en sus versos adjetivos que por sí solos dan una imagen poética de la realidad, la elevan a categoría artística, y adjetivos tópicos, retóricos, que entorpecen con su vaho libresco la visión de las cosas. Y lo que es más raro, lo encontramos en poemas de una misma época.

Si irregular es el acierto o desacierto en su uso, no lo es menos la frecuencia con que Rosalía emplea el adjetivo. Hay poemas en los que la proporción es elevada y otros en los que la ausencia llega a llamar la atención. Como simple ejemplo de estas afirmaciones he hecho un recuento del número de adjetivos empleados en algunos poemas en los que se advierte claramente esta distinción. Prescindiendo de las palabras de escaso volumen fónico (artículos, preposiciones o conjunciones...) y, salvados los posibles errores   —322→   que se deben al cómputo humano, las proporciones a las que he llegado son las siguientes:

  palabras adjetivos
(O. C. 249) «Mas..., ¿qué estridente y mágico alarido?» 32 10
(C. G. 75) «Airiños, airiños, aires» 198 39
(F. N. 192) «Amigos vellos» 100 22
(O. C. 577) «Orillas del Sar» 592 108
(O. S. 343) «Cenicientas las aguas» 112 27
(O. S. 322) «Candente está la atmósfera» 97 22
La proporción de adjetivos es de 20,1%
(C. G. 130) «Vente, rapasa» 218 11
(F. N. 168) «Unha vez tiven un cravo» 64 3
(F. N. 187) «Cando penso que te fuches» (Negra Sombra) 47 1
(O. S. 342) «Ya no mana la fuente...» 72 5
(O. S. 365) «Yo no sé lo que busco eternamente» 95 7
(O. S. 370) «Dicen que no hablan las plantas...» 83 7
La proporción de adjetivos es de 5,8%    

La diferencia entre ambos grupos es notable, sin embargo no podemos decir que uno de ellos sea más característico de Rosalía que el otro. Tan representativo de su forma de escribir es el poema de la negra sombra con su único adjetivo como «Cenicientas las aguas» con sus veintisiete.

Vamos a intentar aclarar las razones históricas o personales del uso que Rosalía hace del adjetivo.

En La Flor el número de adjetivos es elevadísimo y parece proceder en línea directa de la herencia del peor romanticismo. Adjetivos tópicos, librescos, que nos presentan una realidad deformada por el prisma de la literatura. Veamos algunos ejemplos del número y clase de estos adjetivos: «tristísima queja», «delicia soñada», «rudo penar», «hermosa ribera», «orilla placentera», (O. C. 216), «dulce canto», «amargos sinsabores», «purísima atmósfera», «rudo penar» (O. C.   —323→   218), «acerbos pesares», «divinal ternura», «tétrica amargura», «extraños placeres» (O. C. 219), «aterrador quebranto», «vaga esfera» (O. C. 220), «fatídica existencia», «lágrimas tristes», «dolor profundo», «imbécil mundo» (O. C. 221), «eco fatídico», «mortal melancolía», «fantasma aterrador», «terrible asolación», «vana esperanza», «sombra fugaz», «dolor profundo» (O. C. 222), «dulces cantos», «vivir incierto», «miedo aterrador», «cándida paz», «terrible visión» (O. C. 223), «lenitivo leve», «dulce elixir», «viento asolador», «soplo voraz», «pálidas nubes», «atmósfera infernal», «doradas nubes» (O. C. 224), «árboles frondosos», «pálida sombra», «misteriosas dulzuras», «blandas flores», «manso murmullo», «ligero viento» (O. C. 225), «víctima yerta», «purísima limpieza» (O. C. 227), «blando beleño» (O. C. 228), «fatal perdición», «raro / vago / son» (O. C. 229), «ronco fragor», «fúnebre manto», «hórrida noche» (O. C. 230), «acerba congoja» (O. C. 231), «dolor impío», «acerbos pesares», «historia fatal» (O. C. 234), «fatal profanación» (240), «siniestro resplandor», «pálido fulgor» (O. C. 241) «(flor) mustia y macilenta», «silencio sepulcral» (O. C. 243)...

Ecos de Avellaneda, de Espronceda, de Zorrilla, suenan a través de estos adjetivos de la primera obra de Rosalía y se prolongan, aunque ya con menos frecuencia, hasta su segunda obra en castellano, el folleto A mi madre:

«estridente y mágico alarido», «hórrida tormenta» (O. C. 249), «mortal espanto» (O. C. 250), «gemidos quejumbrosos», «suspiros lastimeros», «melancólico concierto» (O. C. 251).

Aparte del bagaje típicamente romántico de estos versos, advertimos en ellos una tendencia que será más duradera en Rosalía: la de arropar al sustantivo rodeándole, mediante esquemas diversos de adjetivos, participios o construcciones determinadas, entre las cuales la más frecuente   —324→   es la de de + sustantivo. Creo que esto responde a una tendencia más general de la poeta y que pudiéramos llamar su afán explicativo, al que repetidamente hemos aludido y al cual dedicaremos un capítulo aparte. Rosalía necesita casi siempre concretar, señalar, explicar las cosas, llegando muchas veces a la redundancia. Por ello multiplica innecesariamente los adjetivos; por eso también llega a veces a una gran riqueza y finura de matices en su empleo. En su deseo de aprehender y transmitir fielmente la realidad, Rosalía -poeta irregular- acierta unas veces con los adjetivos que nos permiten revivir su visión de las cosas, y yerra otras, envolviéndolas en una maraña de cualidades y precisiones que nos impiden llegar a ellas.

Citemos algunos ejemplos de estos adjetivos o construcciones adjetivas que acompañan al sustantivo:

  • «canto singular de maldiciones» (O. C. 222)
  • «imágenes bellísimas de amores» (O. C. 223)
  • «besos inconstantes de la brisa» (O. S. 322)
  • «imagen fiel de esa esperanza vana» (O. C. 219)
  • «el dolor de ese vivir sombrío» (O. C. 221)
  • «lindos ojos de cielo» (O. C. 215)
  • «blanca cama de azucena y rosas» (O. C. 217)
  • «dulce y triste recordar de un día» (O. C. 218)
  • «dulces cantos de amor arrobadores» (O. C. 223)
  • «dulce elixir de una esperanza» (O. C. 224)
  • «sordo estertor de la agonía» (O. S. 322)
  • «de amargura y de hiel tristes despojos» (O. C. 220)
  • «de paz y amor las ilusiones bellas» (O. C. 221)
  • «de tus suaves rumores la acorde consonancia» (O. S. 316)
  • «del incienso y la cera el acusado aroma» (O. S. 369)

Algunas de estas construcciones se fijaron como esquemas rítmicos y perduraron a través de toda la obra de Rosalía. Los más repetidos son los siguientes: adjetivo, sustantivo + sustantivo, adjetivo:

  —325→  
  • «triste ilusión de mi dolor eterno» (O. C. 222)
  • «y perdida la fe, la fe perdida» (O. C. 224)
  • «de blando sueño y lecho cariñoso» (O. C. 250)
  • «os mesmos verdes campos, as mesmas torres pardas» (F. N. 174)
  • «na cima crara luz, aires purísimos» (F. N. 285)
  • «el familiar chirrido del carro perezoso» (O. S. 315)
  • «un manso río, una vereda estrecha» (O. S. 323)
  • «en cada fresco brote, en cada rosa erguida» (O. S. 328)
  • «blanca senda, camino olvidado» (O. S. 347)

O con los términos invertidos: sustantivo, adjetivo + adjetivo, sustantivo:

  • «todo marchito y sepultado todo» (O. S. 338)
  • «camino blanco, viejo camino» (O. S. 346)

El esquema rítmico es el mismo y se puede representar con la figura siguiente:

Esquema rítmico

Otro tipo de esquema frecuente es el constituido por:

adjetivo, sustantivo + adjetivo, sustantivo:

  • «fúlgidos rayos de brillante aurora» (O. C. 223)
  • «frescas coronas de lucientes flores» (O. C. 223)
  • «grato son del murmurante arroyo» (O. C. 227)
  • «brancas virxes de cándidos rostros» (F. N. 242)
  • «o ronco estrondo i o batidor compás» (F. N. 285)
  • «mánsolos ríos, általas estrelas» (F. N. 232)
  —326→  

O, con los términos invertidos: sustantivo, adjetivo + sustantivo, adjetivo:

  • «varóns santos de frente serea» (F. N. 242)
  • «veiga frorida e prado deleitoso» (C. G. 104)

El esquema en ambos casos puede representarse mediante la figura siguiente:

Esquema rítmico

En el primer caso, el efecto rítmico producido es de equilibrio estable, de algo cerrado sobre sí mismo. Los esquemas pueden repetirse y su efecto sumarse, pero serán siempre elementos independientes que se yuxtaponen. Por el contrario, el segundo esquema produce un efecto similar al de los eslabones de una cadena; no forman cláusulas cerradas, estables, sino que dan la impresión de poder seguir añadiendo términos, es decir, de algo no concluido. A fin de ilustrar esta afirmación, pongamos un ejemplo de lo que sería una secuencia de estos dos tipos de esquema:

Esquema rítmico

  —327→  

En el segundo caso, el término inicial y final, por ir menos trabados, menos interrelacionados, dejan abierta la secuencia, o, mejor dicho, le dan dinamismo con su posibilidad de enlazarse a un nuevo término, cosa que no sucede con la secuencia primera, cuyos elementos se cierran sobre sí mismos.

Los dos tipos de construcciones son frecuentes en Rosalía, y es habitual que aparezcan combinadas en un mismo poema, ya en la forma simple que hemos expuesto, ya mediante formas más complicadas por la intercalación de otros elementos. Al hablar de reiteraciones tendremos ocasión de ver algún caso; citemos ahora solamente, a título de ejemplo, la estrofa inicial de «Cenicientas las aguas» (O. S. 343).

Análisis rítmico de una estrofa

(La situación de los adjetivos en este poema la comentamos en el capítulo del símbolo, por ser uno de los recursos empleados por la autora para conseguir el carácter simbólico del paisaje).

Muy frecuente es en Rosalía el uso del participio con valor de adjetivo. En sus primeros poemas creemos que la facilidad para la rima no fue ajena a esa predilección. Sin embargo, el uso del participio se prolonga hasta su último libro. Veamos algún ejemplo:

  —328→  

   y viendo al fin reducidas
sus esperanzas en nada,
viendo en el viento esparcidas
las ilusiones perdidas,
su bienandanza frustrada...


(O. C. 216)                



   ...supo después que olvidada
fue de su amante, y postrada,
no resistió su dolor.


(O. C. 217)                


También el participio de presente permite una cómoda rima consonante:


   ...Y en la aurora luciente
sus caricias de amor se retrataron
como sombra riente.


(O. C. 218)                


Veamos un ejemplo tardío, de En tas orillas del Sar:


   Desierto el mundo, despoblado el cielo,
enferma el alma y en el polvo hundido
el sacro altar en donde
se exhalaron fervientes mis suspiros,
en mil pedazos roto
mi Dios, cayó al abismo...


(O. S. 321)                


Además de las razones históricas (influencia del Romanticismo), rítmicas o del afán explicativo, encontramos gran número de poemas donde la abundancia de adjetivos obedece a razones de carácter sentimental.

Cuando Rosalía habla de lugares queridos, el sentimiento se le desborda en multitud de adjetivos. Se complace en recordar las cualidades "objetivas" de las cosas: su color, su forma, sus características. Hay una complacencia en los detalles   —329→   que se revela en esa forma de ir cada cosa acompañada de sus cualidades. A estos adjetivos descriptivos, de intención objetiva, hay que añadir los adjetivos puramente subjetivos, que expresan los juicios de valor del poeta sobre la realidad observada. Pongamos un ejemplo:


O simiterio da Adina
n'hai duda que é encantador,
cos seus olivos escuros
de vella recordazón;
co seu chan de herbas e frores
lindas, cal no'outras dou Dios;
cos seus canónegos vellos
que nel se sentan ó sol;
cos meniños que alí xogan
contentos e rebuldós;
cas lousas brancas que o cruben,
e eos húmedos montóns
de terra, onde algunha probe
ó amañecer se enterróu.


(F. N. 196-7)                


Junto a los adjetivos objetivos: olivos escuros, canónegos vellos, meniños contentos e rehuidos, lousas brancas, húmedos montóns, están los más directamente expresivos de su subjetividad, que son: encantador y lindas. Unos y otros alternan en evocaciones y descripciones, predominando según la actitud más o menos objetivadora del poeta.

Veamos esta breve evocación de Compostela, en la que faltan elementos objetivos:


   Ciudad extraña, hermosa y fea a un tiempo,
a un tiempo apetecida y detestada...


El sentimiento actúa muchas veces como cristal deformador de la realidad, que aparece embellecida o afeada según la índole del sentimiento. Del primer tipo son las descripciones   —330→   que hace de Galicia, un poco tópicas por insistir siempre sobre las mismas notas: frescura, verdor, suavidad. Del segundo, las de Castilla, en alguna de las cuales llega a una gran sutileza en el empleo del adjetivo deformador. Veamos primero las descripciones de Galicia:


Hai ñas ribeiras verdes, hai ñas risoñas praias
e nos penedos ásperos do noso inmenso mar,
fadas de estraño nome, de encantos non sabidos,
que só con nós comparten seu prácido folgar.


(F. N. 249)                



   Este prácido sol que nos aluma,
estes aires do mar;
este tempre soave; estas campías
que non teñen igual;
esta fala mimosa que nós temos
de tan dose solás...


(F. N. 285)                


El tiempo, la lejanía temporal, actúa también como elemento embellecedor, pero observemos el aspecto irreal, de cromo, que dan los adjetivos a estas evocaciones:



Oigo el toque sonoro que entonces
a mi lecho a llamarme venía
con sus ecos, que el alba anunciaban;
mientras, cual dulce caricia,
un rayo de sol dorado
alumbraba mi estancia tranquila.

Puro el aire, la luz sonrosada,
¡qué despertar tan dichoso!...


(O. S. 314)                


Contrariamente, la antipatía deforma su visión de Castilla, y se revela, entre otros muchos detalles, en la elección de adjetivos:

  —331→  

Unha tarde alá en Castilla
brilaba o sol cal decote
naqueles desertos brila.
Craro, ardoroso e insolente...


(F. N. 228)                


La luz del sol es calificada de «insolente». Más tarde, para hablar del color de una ciudad, buscará el participio «quemado», insistiendo sobre la idea de desierto, y un pinar -esos pinares que en todas partes alegran el paisaje- tendrá también sus adjetivos de connotaciones peyorativas:


Do largo pinar cansado
a negra mancha sin término,
do puebro o color queimado.


(F. N. 229)                


Rosalía subjetiviza el paisaje, la naturaleza, y para ello se vale muchas veces del adjetivo. Las nubes, el viento, se hacen tristes o alegres según el estado de ánimo del poeta:


   Y estaba la verde hierba
toda cubierta de escarcha;
las tenues lejanas nieblas,
cual vaporosos fantasmas,
vagando tristes y errantes,
sobre las altas montañas.


(O. C. 254)                



   Cada estrela, o seu diamante;
cada nube branca pruma;
triste a lúa marcha diante.


(C. G. 60)                



   Medroso o vento que pasa
os pinos xigantes move,
i á voz que levanta triste,
outra máis triste responde.


(C. G. 135)                


  —332→  

   Chirrar dos carros da Ponte,
tristes campanas de Herbón:
cando vos oio partídesme
as cordas do corazón.


(F. N. 240)                


Igual que el sol castellano, la luz del día puede ser insolente y traidora para el que se debate entre tristezas y congojas:


Mais a luz insolente do día,
costante e traidora,
cada amañecida
penetraba radiante de groria
hastra o leito donde eu me tendera
coas miñas congoxas.


(F. N. 179)                


Hemos visto que el sentimiento la lleva a destacar, unas veces, las cualidades reales de las cosas; otras, a deformar la realidad, embelleciéndola o afeándola, llegando a subjetivar totalmente lo externo, que pasa a ser un reflejo de la intimidad.

En relación con el sentimiento que exalta cualidades de los objetos, tenemos que destacar el uso del adjetivo en las descripciones ponderativas, uso característico sobre todo de Cantares gallegos: la cualidad salta al primer plano envuelta y realzada por el subjetivismo de la admiración:


De valles tan fondos,
tan verdes, tan frescos...


(C. G. 24)                



¡Qué garruleiro
brando cantar dos váreos paxariños!


(C. G. 104)                


  —333→  

Y lo mismo en descripciones de personas:


¡Qué frescas, qué polidas, qué galanas,
iban co gando as feitas aldeanas!


(C. G. 105)                


Otro uso que hay que señalar en Rosalía es el de la acumulación de adjetivos relacionados entre sí de alguna forma (semántica, simbólica...) para crear una determinada impresión o ambiente. Observemos un ejemplo temprano, del libro A mi madre:


   En la solitaria puerta
no hay nadie... ¡Nadie me aguarda!
Ni el menor paso se siente
en las desiertas estancias.
Mas hay un lugar vacío
tras la cerrada ventana
y un enlutado vestido
que cual desgajada rama
prende en la muda pared
cubierta de blancas gasas.


(O. C. 256)                


Los adjetivos que hemos subrayado contribuyen todos a crear una impresión de soledad reforzando la significación del primero que aparece. Veamos, ahora, en un ejemplo del último libro, cómo consigue dar una impresión de desagrado utilizando adjetivos que se refieren a distintas sensaciones: térmicas, visuales, gustativas, auditivas...:



   Candente está la atmósfera:
explora el zorro la desierta vía;
insalubre se torna
del limpio arroyo el agua cristalina,
y el pino aguarda inmóvil
los besos inconstantes de la brisa.
—334→

   Imponente silencio
agobia la campiña;
sólo el zumbido del insecto se oye
en las extensas y húmedas umbrías;
monótono y constante
como el sordo estertor de la agonía.


(O. S. 322)                


Rosalía acierta a veces rotundamente en un uso del adjetivo que pudiéramos calificar de realista: son adjetivos que pretenden dar, y lo consiguen, una imagen fiel de la realidad, sin deformarla con subjetivismos, sin ponderaciones que lleven a primer plano una determinada parcela de ella, sin interposición de tópicos más o menos literarios.

Estos adjetivos se refieren tanto a la realidad exterior como a su propio mundo interior. A veces esta realidad queda retratada con un solo adjetivo, y a veces Rosalía emplea dos, tres y hasta cuatro para reflejar la complejidad que ella percibe. Como ejemplo de estos adjetivos realistas podemos citar el «repoludo gaiteiro» de Cantares gallegos (C. G. 51), el viento «toliño e rebuldeiro [...] murmuradeiro» (C. G. 105), o aquellos con que una muchacha cuenta a una amiga lo sucedido en una fiesta:


   A sombra dos pinos, Marica, ¡qué cousas
chistosas pasaron!, ¡qué rir toíeirón!
[...]
    As cóchegas brandas, as loitas alegres,
os berros, os brincos, os contos sin fel.
[...]
    Mais ela decote tan grave e soberba,
tan fina de oído, tan curta de mans,
xordiña quedara, falando por sete.
[...]
    Y a dona sorría con ollo entraberto...


(C. G. 137-8)                


  —335→  

El reír loco (pero «toleirón» es más expresivo), las cosquillas «blandas» y el ojo «entreabierto» de la señora (antes ha hablado de «vista turbada y ojos durmientes»), habitualmente grave y distante, nos dan una imagen viva y realista del estado en que se encuentran los concurrentes a la fiesta.

De realista hay que calificar también la imagen que a través de los adjetivos nos da en Follas novas de un niño mendigo:


   Farrapento o descalzo, nas pedras
os probes peiños,
que as xiadas do inverno lañaron,
apousa indeciso.


Fijémonos, sobre todo, en el acierto del participio indeciso, expresivo por sí solo de la actitud del niño que siente, al andar, el dolor de sus pies llagados contra las piedras.

Cuando emplea dos o tres adjetivos, el papel de éstos suele ser acumulativo, añadiendo cada uno de ellos una nota nueva. Además de los ejemplos citados, veamos éstos:

  • (una campanada) «rebuldeira e queixumbrosa» (C. G. 5
  • (una campanada) «cando antre as naves tristes e frías» (F. N. 192)
  • (la catedral) «ti, parda mole, pesada e triste» (F. N. 193)
  • (un río) «antre as negras ribeiras manso e lento» (F. N. 207)
  • (una paloma) «tan querida e tan branca» (F. N. 216)
  • (copas de los árboles) «extensas y húmedas umbrías» (O. S. 322); «perfumadas, sonoras y altivas» (O. S. 318)

Otras veces el segundo adjetivo está ya comprendido implícitamente en el primero y es como el desarrollo de un matiz de éstos:

  • «transparente, limpo e puro» (C. G. 140)
  • días «hermosos y brillantes» (O. S. 315)
  • fuente «serena y pura» (O. S. 315)
  • cárcel «estrecha y sombría» (O. S. 314)
  —336→  

O, por el contrario, hay una gradación en la que el último abarca a todos los anteriores:


   i eu sin calor, sin movemento, fría,
muda, insensibre a todo...


(F. N. 170)                



Trai manchádalas prumas
que eran un tempo brancas,
trai muchas e rastreiras
i abatídalas alas.


(F. N. 216)                



mudo, ciego, insensible


(O. S. 336)                


En ocasiones el empleo de dos adjetivos revela la sensibilidad de Rosalía para distinguir aspectos muy próximos de la realidad: verde y fresco, frondoso y florido (C. G. 102), agobiado y afligido (O. S. 314), rendido y cansado (O. S. 318), rústico y sencillo (O. S. 323).

Otras veces, cuando los adjetivos son más de dos, se establece entre ellos un tipo de relación en la cual cada adjetivo es una entidad plena de sentido que, al unirse a los otros, se integra en una unidad superior, expresando una realidad más compleja. Los ejemplos permitirán observar esto con más claridad:


«dejadme solo y olvidado y libre»


(O. S. 323)                


El primer adjetivo nos sitúa en el plano de la soledad; el segundo, en el del olvido. Ambos son independientes, y el polisíndeton refuerza la independencia de cada miembro. En efecto, se puede estar solo y no olvidado, o bien olvidado, pero no sin compañía. Pero al mismo tiempo el olvido puede   —337→   ser una forma de la soledad, más intensa que la simple falta de compañía. Por su parte, la libertad es independiente de soledad y olvido, pero también puede ser una consecuencia de ellos. Cuando los tres adjetivos van referidos a un objeto (no a la propia poeta), éste adquiere un carácter simbólico. Así el camino «triste, escabroso y desierto» (O. S. 315) o la morada «oscura, desmantelada y fría» (O. S. 317), expresivos ambos del mundo desolado donde el alma del poeta se mueve. Quizá el ejemplo más significativo sean los cuatro adjetivos con que Rosalía se refiere a su modo de responder a los estímulos del mundo exterior:


   Una cuerda tirante guarda mi seno
que al menor viento lanza siempre un gemido
mas no repite nunca más que un sonido
monótono, vibrante, profundo y lleno.


«Monótono», es decir, 'siempre igual a sí mismo'. Pero no por ser repetido se va apagando, sino que conserva siempre la misma intensidad: «vibrante»; y es el sonido de esa vibración no estridente, superficial, sino que surge de lo más íntimo del espíritu: es «profundo» y está cargado de significado: «lleno». Cuatro adjetivos que, limitándose mutuamente, alumbran y esclarecen una nueva realidad: la del dolor de la poeta.

Señalemos finalmente que la ausencia o escasez de adjetivos en Rosalía suele obedecer a dos motivos principales: uno es el de dar animación y rapidez a la descripción, como puede verse en el poema «Vente meniña» de Cantares gallegos, ya citado, o en este otro de Follas novas:


Xan vai coller leña ó monte,
Xan vai a compoñer cestos,
Xan vai a podalas viñas,
—338→
Xan vai a apañalo esterco,
e leva o fol ó muiño,
e trai o estrume ó cortello
, a vai á fonte por augua,
e vai a misa cos nenos,
e fai o leito i o caldo...


(F. N. 262)                


En estos poemas interesan los hechos, las acciones; de ahí la abundancia de verbos.

El otro motivo es el deseo de universalizar la significación de los elementos sustantivos, prescindiendo de toda característica individualizadora: frente al viento «toliño e rebuldeiro» (C. G. 105), a la fuente «serena y pura» (O. S. 315), al «manso río» (O. S. 323), la escueta sencillez de los sustantivos en el poema de la Negra Sombra:


i eres a estrela que brila,
i eres o vento que zoa.
[...]
i es o marmurio do río,
i es a noite, i es a aurora.


(F. N. 187)                


Como final, repetimos lo que al comienzo anunciamos: Rosalía emplea con desigual fortuna el adjetivo como elemento expresivo en su poesía. Y frente a ejemplos numerosos de acierto en su uso, encontramos hasta sus últimas obras ejemplos de descuido: adjetivos tópicos, literarios, trillados, convencionales. Rosalía, en definitiva, fue poeta de intuiciones, y el trabajo de lima se echa muchas veces en falta en sus poemas. El capítulo de la adjetivación es de los más significativos a este respecto. Como única norma podemos señalar que en su primer libro (La Flor) predomina el adjetivo literario, herencia del romanticismo, que va decayendo   —339→   a lo largo de su obra sin desaparecer nunca totalmente. En cuanto a la mayor o menor abundancia de su uso, no obedece a razones cronológicas, sino a esos otros motivos que hemos señalado en nuestro estudio: objetividad, deseo de universalizar, etc.



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