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ArribaAbajoXXIV

Didacticismo: explicaciones, reflexiones, sentencias...


En muchas ocasiones Rosalía adopta ante los hechos que cuenta una postura típicamente decimonónica: no respeta la objetividad de lo narrado. Esto, que en la novela lleva al autor a posturas omniscientes (sabe lo que piensa el personaje, cómo es realmente, cuáles son sus más íntimas reacciones), en la poesía tiene distintas manifestaciones: ruptura de la narración para intercalar comentarios personales, reflexiones; interpretación personal de los hechos expuestos; finales sentenciosos; poemas de tesis, etc. A esta influencia histórica (sólo en el siglo XX se intentará y logrará una objetivación de lo narrado, un distanciamiento entre el autor y su obra) hay que añadir una tendencia didáctica muy fuerte en Rosalía. En ella existe un temor, que ya muchas veces hemos señalado, a no ser comprendida, un deseo de claridad que no es incompatible con la sugerencia o la alusión velada a realidades que prefiere ocultar por pudor o dignidad. Esta búsqueda de claridad expresiva la lleva a preferir la comparación a la metáfora; las primeras, muy abundantes, enriquecen   —380→   con nuevas notas los elementos primarios del poema; las segundas, en su sentido estricto de sustitución de un término por otro, despiertan el recelo de la poeta, que a veces no puede por menos que aclarar en el mismo poema cuáles son los objetos reales a los que anteriormente se ha referido en términos metafóricos. Creemos que, guiada por un mismo deseo, Rosalía se esfuerza en buscar el correlato conceptual de algo que primero expresó de forma vaga, misteriosa. Hace un esfuerzo por aclarar vivencias que de suyo son misteriosas y que ella ha vivido como tales. Sin embargo, a la hora de su expresión poética, tras una primera exposición que refleja fielmente el carácter oscuro de tal vivencia, intenta encerrarla en un concepto que los demás puedan comprender. Su didacticismo o afán explicativo o aclaratorio, como prefiramos llamarlo, hace que, a veces, interrumpa una narración para intercalar una reflexión de carácter personal, consideraciones generales sobre la vida o la virtud o el placer, etc., o se pare a sacar consecuencias didácticas de aquello que narra. Otras veces estas reflexiones, sentencias o consejos van al final del poema como una moraleja, o como breve colofón que resume, casi explicatoriamente, lo que ya antes había expresado. En ocasiones, todo el poema está en función del sentido didáctico; son como fábulas o reflexiones versificadas, que recuerdan a Campoamor. Pero, en lugar de seguir teorizando, vamos a ver los casos concretos en que se manifiesta su didacticismo.

Veamos en primer lugar dos casos muy claros de explicación de una metáfora. En una estrofa de cinco versos, Rosalía dedica los tres primeros a darnos la visión de una paloma en forma metafórica, y en el verso final introduce el término real paloma, para que no quede duda de a qué se está refiriendo:

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¡Qué hinchadiña branca vela
antre os millos corre soa,
misteriosa pura estrela!
Dille o vento en torno dela:
«Palomiña, ¡voa!, ¡voa!»


(C. G. 141)                


Más chocante, por ser más torpe la forma de hacer la explicación, es el caso del poema «Margarita», citado al hablar de las metáforas, en el que se aclaran unos términos de manera absolutamente innecesaria, ya que el contexto indica su sentido exacto («Silencio, los lebreles», O. S. 324).

Con relativa frecuencia Rosalía se refiere a realidades misteriosas o sentimientos extraños. Muchas veces el misterio se mantiene, pero otras muchas el poeta intenta concretar el objeto o el sentido exacto de su vivencia. Los resultados son desiguales, aunque, naturalmente, este juicio de valor depende de la apreciación del crítico. El esfuerzo aclaratorio nos parece unas veces que ha sido fructífero y que Rosalía logra expresar en términos claros la naturaleza de la vivencia que la posee. Otras veces, por el contrario, tenemos la impresión de que, al concretar el significado, la poeta se equivoca; es decir, que va más lejos, profundiza más cuando nos habla de lo que siente que cuando quiere concretar el significado del sentimiento. Así nos parece acertado que la poeta, después de confesar su miedo a algo que la rodea, cuya presencia siente, concrete el objeto de su miedo en la desgracia que, tal como aparece presentada en el breve poema, cobra caracteres de ser vivo, de algo que se acerca inesperadamente a la persona, algo que puede presentirse pero no evitarse:


¿Qué pasa ó redor de min?
¿Qué me pasa que eu non seí?
Teño medo dunha cousa
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que vive e que non se ve.
Teño medo á desgracia traidora
que ven, e que nunca se sabe ónde ven.


(F. N. 167)                


El ambiente de misterio creado por los versos iniciales impregna al término desgracia, que se siente magnificado. Algo que inspira ese temor ha de ser por fuerza temible. Las referencias «que vive», «que non se ve», anteriores al término aclaratorio, y las posteriores «que ven, e que nunca se sabe ónde ven», personifican el concepto y transforman su sentido habitual; no desgracia como suceso accidental y pasajero, sino como algo acechante, vivo, invisible; en definitiva, una especie de personificación del mal.

En otros casos, quizá por una mayor longitud del poema, con lo cual nuestras propias impresiones tienen más tiempo para conformarse, o porque las vivencias expresadas son más complejas, la concreción final que hace Rosalía nos parece que no abarca en su totalidad la vivencia comunicada anteriormente. Ponemos dos ejemplos. En el poema «Anque me des viño do Ribeiro de Avia» (F. N. 294), el personaje manifiesta a lo largo de tres estrofas su insatisfacción, a pesar de que se le ofrezcan las cosas más apetecibles del mundo. Repite una y otra vez la frase «non sei qué me falta». Se imagina qué cosas podrían llenar ese vacío: buenos manjares, galas, viajes, trato de excepción («anque me traiades como un santo en palmas»), dinero... y se da cuenta de que es inútil, de que le sigue faltando algo que no sabe qué es. El poema se cierra con una explicación que ofrece el mismo protagonista:


Da esperanza hermosa cortáronme as alas,
e n'hai alegría si n'hai esperanza.


(F. N. 295)                


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Evidentemente se trata de una explicación, pero notamos un desfase: una cosa es la desesperanza que lleva consigo la pérdida de la alegría, y otra es la insatisfacción, la vivencia de la falta de algo que no se sabe qué es. Creo que el error es, precisamente, intentar concretar una vivencia cuya característica principal es la de ser de naturaleza desconocida para el que la vive. En el momento en que concreta su significado destruye el efecto del «no sé qué me falta», en el cual se habría centrado el interés.

Un caso similar es el del poema «En los ecos del órgano o en el rumor del viento» (O. S. 364). Las repeticiones hacen que nos fijemos fundamentalmente en tres notas: que hay algo que el poeta busca sin encontrarlo nunca, que lo busca continuamente y que es algo cuya naturaleza él mismo ignora. Las frases clave del poema repetidas varias veces (con variantes) son «en todo te buscaba sin encontrarte nunca» y «yo no sé lo que busco eternamente». Cuando al final se nos dice que lo que se busca es la felicidad, lo sentimos como una contradicción con lo anterior: no se puede dar nombre a algo cuya naturaleza se ha confesado previamente ignorar. Además, ha pasado del objeto (desconocido e inalcanzable) al estado (felicidad) derivado de su posesión. Sentimos como un desfase entre la conclusión y el resto del poema.

Es en casos como los anteriores donde vemos claramente que la intuición poética y el deseo de claridad pueden estar en flagrante oposición.

Las explicaciones de Rosalía se aplican otras veces a sentimientos o situaciones que pudieran parecer extraños. La distinción entre estos poemas y otros en los cuales reflexiona sobre hechos o sucesos no es muchas veces clara. Por eso vamos a señalar los casos más significativos de ambas tendencias. En el poema que comienza «Ódiote, campo fresco»   —384→   (F. N. 274), Rosalía manifiesta sentir odio por el paisaje de su tierra: campos, caminos, montes, ríos, a pesar de aparecer descritos como algo bello y en sí amable. La contradicción entre el sentimiento que inspiran y la belleza de los objetos odiados la explica al final, aunque queden muchas cosas implícitas todavía en sus palabras:


¡porque vos améi tanto
é porque así vos odio!


En otra ocasión el poeta refleja la situación material de los emigrantes, su pobreza, su falta de lo más indispensable para la vida y, no obstante, la esperanza de esos hombres en la venida de mejores tiempos, en una primavera pródiga y rica, que ahuyentará el hambre. Rosalía añade su comentario explicativo, que no viene sino a expresar en forma explícita lo que ya estaba implícito en todo el poema:


¡Ai!, o que en ti nacéu, Galicia hermosa,
quere morrer en ti.


(F. N. 284)                


Rosalía se plantea también como un problema para resolver su propio estar en el mundo: «sempre un ¡ai! prañideiro, unha duda, / un deseio, unha angustia, un delor...» y ve que las causas aparentes de esos sentimientos son múltiples y variadas: «é unhas veces a estrela que brila, / é outras tantas un raio do sol / é que as follas dos árbores caen, / é que abrochan nos campos as frols...». Pero luego viene una reflexión sobre sí misma y una explicación; no son ninguna de esas cosas las que provocan sus sentimientos, no son la causa; ésta es «tan só / a alma enferma, poeta e sensibre, / que todo a lastima, /que todo lle doi» (F. N. 236).

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Hay que insistir en que las reflexiones de Rosalía tienen preferentemente un carácter explicativo: se trata de poner en claro algo, de justificar, aclarándolo, un sentimiento, un hecho, unas palabras. Así, cuando ha afirmado que el verano es una estación triste, ella misma comprende lo anómalo de su afirmación y añade una reflexión aclaratoria:


Hermosas son las estaciones todas
para el mortal que en sí guarda la dicha;
mas para el alma desolada y huérfana,
no hay estación risueña ni propicia.


(O. S. 323)                


Estas reflexiones explicativas son a veces útiles al lector para comprender el pensamiento o la vivencia del poeta, pero casi sin excepción perjudican la calidad poética, ya que insisten de un modo conceptual en algo que ya estaba implícito en el poema y expresado de forma más artística. En el ejemplo citado anteriormente, tras haber calificado al verano de «insoportable y triste», Rosalía había escrito entre admiraciones un verso mucho más expresivo desde el punto de vista poético que la explicación posterior: «¡Triste!... ¡Lleno de pámpanos y espigas!». No hacía falta nada más para comprender. Ahí estaba de forma condensada, concretada, la conciencia de que el propio dolor deforma la realidad, rompe los moldes y categorías establecidos, hace ver triste lo que en otros momentos pareció alegre; en definitiva, extrañeza, admiración, conciencia de la relatividad de la tristeza y el dolor. Todo ello en ese verso. Pero la poeta, como ante una metáfora, no se queda conforme, no se fía de su intuición poética o de la capacidad de sus lectores, y le añade la coletilla reflexivo-aclaratoria.

Otras veces las reflexiones no se refieren a una parte del poema sino al sentido total de éste. En «Aquel romor de   —386→   cántigas e risas» (F. N. 170-171), el poema nos presenta a una persona a quien molestan las risas, la alegría, la vitalidad de los jóvenes que la rodean y a los que arroja violentamente de su lado: «ivos e non volvás». Siente que el ruido de sus pasos al alejarse resuena tristemente, y después, ya sola, necesita sentir a su alrededor los pequeños ruidos de algún ser vivo: una mosca, un ratón; incluso el estallido de los leños en el fuego. Y les suplica a esos seres: «por Dios... non vos vaiás». Para aclarar, por si no estuviera claro, añade Rosalía: «¡Qué doce, mais qué triste / tamén é a soledad!».

En el poema «Brillaban en la altura cual moribundas chispas / las pálidas estrellas» (O. S. 377), Rosalía justifica las sensaciones que experimenta el protagonista mediante la repetición de la frase «¡Qué cosas tan extrañas finge una mente enferma!». La muerte del personaje se presenta también como la consecuencia de una ilusión de su mente, que le llevó a estrellarse contra las rocas cuando pensaba hundirse en el vacío y girar con los astros.

Las tendencias didácticas de Rosalía, sobre todo a partir de su época de madurez -Follas novas-, se acentúan y constituyen la razón de ser de algunos poemas. Se trata muchas veces de reflexiones versificadas, consejos, advertencias, de los cuales se desprende una enseñanza, aunque no siempre la moral que respira se ajuste a los cánones de la moral cristiana. Adoptan con frecuencia una forma dramática, dialogada. Así hace una especie de glosa libre al refrán popular que dice: «Para algúns negro, para outros branco; e para todos, traspoleirado». Representa una escena en que un hijo oye los consejos que a la hora de morir le dan sus padres: el padre le recomienda la táctica del ojo por ojo; la madre, hacer bien a amigos y enemigos. El joven, con criterio salomónico, decide repartir la herencia recibida y así concluye:

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Son fillo del e dela...
Partiréi, pois, a hirencia de dous modos.
Ña naí: faréille ben a quen cho fixo.
Meu pai: vinganza piden os teus osos.


(F. N. 288)                


En forma dialogada está el poema que comienza «-¡Como venden a carne no mercado / vendéute o xurafás!» (F. N. 288), en el cual una joven persiste en su actitud de perdonar al que le ha hecho mal, a pesar de las razones aducidas en contra. Asisten al diálogo y lo comentan «un incrédulo», «unha vella que pasa», un personaje designado por el indefinido «outro» y «un bon», que cierra el poema con estas palabras, que parecen reproducir la postura de la autora:


   (Un bon). - Hai tantos homes
como intenciós e pensamentos hai.
Pero dichoso aquel que inda morrendo
ó que o matóu lle pode perdoar.


(F. N. 289)                


No faltan reflexiones o consejos mucho más frivolos o mundanos, como el de este poema:



   A las rubias envidias
porque naciste con color moreno,
y te parecen ellas blancos ángeles
que han bajado del Cielo.

   ¡Ah!, pues no olvides, niña,
y ten por cosa cierta,
que mucho más que un ángel siempre pudo
un demonio en la Tierra.


(O. S. 389)                


Son más frecuentes, no obstante, las reflexiones y enseñanzas "serias". Así Rosalía nos habla de cómo se deben lavar las manchas de la conciencia («Soio as lavan as bágoas   —388→   ahondas da penitencia», F. N. 243), de cómo los encantos de la persona amada proceden del sentimiento amoroso de quien la admira y no de sus méritos objetivos («pois consólate Rosa», F. N. 307-9); de cómo deben despreciarse igualmente las alabanzas y ataques de la masa («Aturde la confusa gritería», O. S. 354), del carácter efímero e injusto de la gloria («Los muertos van de prisa», O. S. 385; «¡Oh, gloria, deidad vana cual todas las deidades!», O. S. 394); de la inutilidad de las ambiciones humanas («De polvo y fango nacidos, fango y polvo nos tornamos», O. S. 357)...

Si los poemas de tema didáctico o reflexivo son propios de la madurez del poeta, desde sus primeras obras encontramos otras manifestaciones de la misma tendencia. Es frecuentísimo que Rosalía intervenga en el relato para intercalar una reflexión, o sacar consecuencias y enseñanzas. Estas intervenciones tienen distinto carácter, y vamos a señalar las clases más importantes.

En los primeros poemas es habitual que interrumpa una narración larga para hacer su comentario, o que lo ponga al final como colofón del poema. Así, después de describir el encuentro de dos palomas y su vida común, comenta:


   ¡Felices esas aves que volando
libres, en paz, por el espacio corren
de purísima atmósfera gozando!


(O. C. 218)                


El larguísimo poema «El Otoño de la vida» lleva como final esta sentencia:


   Quien contempla la ilusión,
de su esperanza soñada
muriendo en el corazón
al grito de la razón;
¿qué es lo que le queda?... ¡Nada!


(O. C. 229)                


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En la leyenda en verso «La Rosa del Camposanto», Rosalía interrumpe varias veces el relato para hacer reflexiones de carácter general:



   Mas, ¡ay!, que la ventura acá en la vida
es niebla que fugaz se disipó...
[...]

   No hay goce, no, que duradero sea;
ni placer que no envuelva una mortaja...


(O. C. 236)                


o para hacer consideraciones en las cuales se adelanta a los acontecimientos y predice el futuro:



Mas, ¡ay, que habrá de pagar
cuanta ventura en conjunto
vio su mente...!

   Felices murmuran
promesas sin cuento
cenizas que al viento
mañana serán.


(O. C. 237-39)                


En Cantares gallegos, en el cuento de Vidal, Rosalía intercala también sus comentarios:


Mas, ¡ai, picaro mundo!, ¡mundo aleve!,
¿quén de tus pasos e revoltas fia?


(C. G. 110)                



...presta o diñeiro encanto e gentilesa,
i un Dios o mesmo demo se tornase...
[...]
Estos misterios son... eu me confundo
i en vano os espricar me propuñera.


(C. G. 112)                


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Y a propósito de un cerdo muerto comenta:


   ...pero non o chorés que a él solo toca
dormir sonó tan triste descuidado,
pois as iras do inferno non provoca
nin groria ten nin porgatorio ardente,
él dormirá insensible eternamente.


(C. G. 113)                


Desde Follas novas no se dan estas interpolaciones. Generalmente, Rosalía reserva su comentario para el final, o lo pone al comienzo como una afirmación tajante, que suponemos producto de su experiencia y que ella nos transmite como enseñanza y consejo. Así nos previene sobre el placer desmesurado (F. N. 188).

Así también, después de describir los «buenos amores», termina el poema aconsejando:


Busca estes amores..., búscaos,
si tes quen chos poida dare;
que éstes son sóio os que duran
nesta vida de pasaxen.


(F. N. 181)                


En otra ocasión aconsejará que no se diga a los jóvenes que se ha perdido la esperanza:


do que a vivir comesa sempre é amiga;
¡só enemiga mortal de quen acaba...!


(F. N. 168)                


A veces, el comentario de Rosalía a lo que acaba de contar parece tener más el carácter de una comunicación cordial con el lector que un propósito moralizador o didáctico. En el poema «Unha vez tiven un cravo», después de contar los sufrimientos que le ocasionó, cómo al fin logró arrancarlo...   —391→   y cómo después tuvo nostalgias de aquel dolor, comenta Rosalía:


Este barro mortal que envolve o esprito,
quén o entenderá, Señor!...


(F. N. 169)                


De todas formas, en el fondo, creemos que hay el mismo deseo de justificar algo que puede parecer extraño, que hemos visto en otros poemas. La anomalía de esos sentimientos resulta justificada aludiendo a los misterios de todo ser humano. El caso particular queda así englobado, merced al comentario final, en la universalidad de la naturaleza del hombre.

El intervencionismo didáctico de Rosalía se hace muy patente en algunos casos. Hay un poema (F. N. 220) en el que dos amantes se hacen mutuamente exigencias y promesas que nos permiten suponer que les une un amor apasionado capaz de saltar por encima de cualquier tipo de trabas: para la vida y para la muerte quieren pertenecerse y romper todo tipo de enlace familiar. No les importa el mundo porque tienen la eternidad y están seguros de que Dios quiere que sus cuerpos y sus almas «en unión eterna estén pra sempre jamás». Pero, al llegar aquí, interviene la desconfianza de Rosalía ante el amor-pasión, y, tras haber pintado un magnífico cuadro amoroso, aunque no moralizante, cambia totalmente y termina con un comentario personal que destruye el efecto de lo anterior: «como el pájaro a la serpiente, como el gavilán a la paloma, la arrancó de su nido y ya nunca volverá a él». A última hora convirtió el poema en una fábula moralizante, de la cual se podrían sacar provechosas enseñanzas de desconfianza y recelo ante la pasión y sus tristes consecuencias. Pero el comentario personal lo sentimos como algo añadido y que no responde a la lógica interna   —392→   del poema: no se puede hablar de arrancar del nido cuando es la paloma la que decide volar de él... Aquí el afán didáctico-moralizante de Rosalía queda en contradicción con su intuición creadora de poeta.

Como último ejemplo citaremos el del poema «Xan» de Follas novas. Tras hacer la pintura de un hombre buenísimo, trabajador, amable y complaciente con su mujer, que le tiraniza fingiéndose enferma, Rosalía puntualiza, a fin de que nadie se llame a engaño:


...mas non temás, que antre mil
n'hai máis que un anxo antre os demos;
n'hai máis que un atormentado
antre mil que dan tormentos.


(F. N. 263)                


En definitiva, creemos que todas las manifestaciones que hemos venido señalando obedecen a dos principios generales: deseo de claridad, de hacerse entender, y deseo de enseñar, de comunicar la propia experiencia para que sea útil a los otros. Desgraciadamente, ambas tendencias se oponen con frecuencia a la intuición artística de la poeta.



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