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Alusiones misteriosas


Contrastando con el deseo de claridad y el afán explicativo del que frecuentemente da muestras Rosalía, encontramos en su obra buen número de referencias a personas, sucesos o circunstancias que quedan envueltas en el misterio. Incluso este misterio nos parece voluntariamente mantenido por la autora en varios casos. Hay que distinguir dos grandes apartados: las referencias a sentimientos complejos u objetos de naturaleza difícilmente precisable, ante los cuales el poeta mismo confiesa su impotencia para concretar el significado. Y las referencias a personas, sucesos o sentimientos que la poeta prefiere dejar envueltos en la vaguedad.

En varias ocasiones, después de confesar su ignorancia acerca de la naturaleza de su vivencia, Rosalía intenta una concreción de la misma. Así en «¿Qué pasa ó redor de min?» (F. N. 167) y «En los ecos del órgano o en el rumor del viento» (O. S. 364). Sin embargo, en otras ocasiones la poeta deja envuelta en el misterio la naturaleza del objeto o sentimiento a que se refiere. Así sucede con «el fantasma del bien soñado» (O. S. 353), «el bien que ambiciona» (O. S. 354) o la «imagen de la eterna belleza». No nos dice qué son, en qué   —477→   consisten. Los dos primeros aparecen mencionados sin ninguna explicación o aclaración. De la eterna belleza señala su carácter inefable:


   Ya es átomo impalpable o inmensidad que asombra,
aspiración celeste, revelación callada;
la comprende el espíritu y el labio no la nombra,
y en sus hondos abismos la mente se anonada.


(O. S. 356)                


Rosalía nos presenta a veces un sentimiento experimentado como algo confuso, contradictorio, que no puede precisar. Así, al hablarnos del clavo que tuvo clavado en el corazón, dice que no recuerda cómo era: «i eu non me acordo xa si era aquel cravo / de ouro, de ferro ou de amor». Y, cuando ya se lo ha arrancado, no puede precisar tampoco la naturaleza de la vivencia experimentada:


soupen só que non sei qué me faltaba
en donde o cravo faltóu.


(F. N. 169)                


Lo mismo sucede al recordar las serenatas nocturnas de los bichos del campo de su tierra. Se siente afectada por el recuerdo, pero no concreta, no puede concretar lo que siente, ni siquiera el signo positivo o negativo de la vivencia:


Tan só acordarme delas,
non sei o que me fai:
nin sei si é ben,
nin sei si é mal.


(F. N. 175)                


A veces es esa misma incapacidad de comprensión de la poeta la materia de un poema. Rosalía nos transmite su impotencia. Se presenta a sí misma como un ciego que mirara al sol:

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   -¿Qué ves nese fondo escuro?
¿Qué ves que tembras e calas?
-¡Non vexo! Miro, cal mira
un cego a luz do sol crara.
E vou caer alí en onde
nunca o que caí se levanta.


(F. N. 170)                


Otras veces, al traducir fielmente sus vivencias, aunque confiese no saber lo que le sucede, nosotros podemos interpretarlo. Así sucede en el poema siguiente:



   ¡Quérome ire, quérome ire!
Para dónde, non o sei.
Cágame os ollos a brétema.
¿Para dónde hei de coller?

   N'acougo cunha inquietude
que non me deixa vivir:
quero e non sei o que quero,
que é todo igual para min.

   Quérome ire, quérome ire,
din algúns que a morrer van;
¡ai!, queren fuxir da morte,
¡i a morte con eles vai!


(F. N. 294)                


Rosalía se da cuenta de que es un sentimiento vinculado a su propia vida: no puede huir de él, como no pueden huir de la muerte quienes la llevan consigo. Lo califica de inquietud. En realidad nos está dando los síntomas de algo que la psicología postfreudiana denomina angustia flotante: vivencia que procede de conflictos internos y no de causas exteriores, que se puede concretar en mil problemas dispares y seguir existiendo cuando éstos se hayan resuelto. Respeta, al expresarla, la naturaleza confusa e indeterminada   —479→   del sentimiento -«quero e non sei o que quero»- y nos indica su carácter desagradable para el sujeto -«n'acougo cunha inquietude»-. Expresó con la mayor fidelidad posible un estado psíquico fundamentalmente incomprensible para quien lo padece.

En otras ocasiones, parece que quiere velar voluntariamente los hechos concretos. Así cuando se refiere a personas que le han hecho mal:


polos verdugos do meu esprito
recéi... ¡e funme, pois tiña medo!


(F. N. 178)                



Ca espada asesina
no peito encravada.


(F. N. 241)                


O a algunos sucesos de los que da bastantes detalles, pero cuya exacta significación mantiene oculta. Por ejemplo, en «Ladraban contra min que camiñaba» (F. N. 183) nos habla de su vergüenza, de que la gente la miraba y se mofaba de su afrenta, de que regresa a la casa -el lugar de sus cariños- donde han quedado sus hijos pequeños dormidos, de que llega «maltratada, chorosa, sin alento». En resumen, nos encontramos ante una situación confusa, que no encaja en el esquema que tenemos de la vuelta a casa de una mujer adúltera; en efecto, no se habla del marido, sólo de hijos; el dolor de la mujer, su mal estado físico, el considerar la casa a la que vuelve como el lugar de sus cariños, hace pensar en que lo que haya hecho ha sido en contra de su voluntad. ¿Por qué Rosalía, que es tan aficionada a las explicaciones, que evita los equívocos hasta el punto de aclarar el significado de una metáfora, nos presenta una escena tan poco clara? Quizá porque lo único que le importaba era destacar el aspecto de persecución. Pero esto pertenece al terreno de   —480→   las interpretaciones. Desde el punto de vista del estilo conviene dejar constancia de esta forma de expresarse en la que la alusión, la veladura, el misterio, juegan un papel de gran importancia. Un caso similar tenemos en el poema siguiente:



   ¡E ben! Cando comprido
teñas ese ardentísimo deseo,
o meu rir sin descanso será estonces,
anque un rir triste e negro.

   Dendes do meu corruncho solitario
estaréi axexándovos sereno,
e tras da primavera e tras do estío,
veréi cál chega para vos o inverno.
¡E qué invernó tan triste,
tan áspero e tan fero!

   Como no outono as follas can dos árbores,
dos vosos corazós irán caendo
as brancas ilusiós con que crubíades
o chan do simiterio
en donde os nosos mortos dormen xuntos
do olvido no silencio.

   E nas negras mortaxas que os envolven,
diante de vos aparecer verédelos,
decindo: N'era aquelo o que buscábades
cando engañados insultaste os ceos...
¡N'era aquelo sin duda, desdichados,
mais tampouco era «esto»!...
I eu dende o meu corruncho sorriréime
cun sorrir triste e negro.


(F. N. 215)                


El poeta ha silenciado en el poema unas cuantas circunstancias que dificultan grandemente su comprensión. Ignoramos la relación del que habla con los otros dos. Ignoramos quiénes son esos muertos comunes a los tres y qué tienen que ver en el asunto; ignoramos cuál ha sido ese «insulto   —481→   al cielo» al que se hace referencia. Tenemos la impresión de que en el fondo hay un hecho muy concreto, pero cuyas circunstancias reales han sido escamoteadas.

En algunos poemas, Rosalía usa de la alusión vaga y del misterio como de un artificio retórico para captar y mantener la atención. En el poema «Eu levo unha pena» hay momentos en que el tira y afloja de lo que dice y de lo que calla hace adoptar al poema la forma de una adivinanza:


   Eu levo unha pena
gardada no peito,
eu lévoa, e non sabe
ninguén por qué a levo.
Orelas vizosas
do Miño sereno,
onde o paxariño
ten o seu espello,
i antre as margaridas
pacen os cordeiros,
vós soias sabedes
o meu sentimento.


Este comienzo, aunque reservado, se ajusta al esquema de la cantiga de amigo; una joven hace confidencias amorosas y secretas a la naturaleza. Aunque no se trate exactamente de una pena de amor, la idea de la pena oculta nos resulta familiar. Pero, en la continuación del poema, Rosalía se dedica a presentarnos eso que creíamos sentimiento oculto, como si se tratara de un tesoro enterrado: su secreto se encuentra junto a una peña, donde mana un riachuelo, a la sombra de un pino, y, para acabar de darle un aire de adivinanza popular, añade que, aunque allí duerme, en ella está despierto:


Cabo dunha pena
onde mana un rego
á sombra dun pino
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manso e xigantesco
que soberbo brama
cando o move o vento,
coma nun sepulcro dorme
o meu sacreto;
mais anque alí dorme
vive en min desperto.


(F. N. 289-90)                


El utilizar el misterio como recurso tiene el riesgo de dar al poema esta apariencia de juego. Hay que reconocer que es excepcional en Rosalía, que, en general, lo maneja con maestría. Incluso la tercera parte de este poema, al insistir sobre la magnitud de la pena y el carácter íntimo de ella, remonta el bache de la segunda parte.

Como ejemplo de esa maestría en usar del misterio como elemento retórico cito el poema siguiente, cuyo encanto radica en insinuar una revelación que se posterga una y otra vez:



Meus pensamientos, ¡cál voás tolos...!
       ¿Adónde vás?
¿Adónde? Adónde, si eu non o digo,
       naide o sabrá.

Da fonte ó río, do río á veiga,
       da veiga ó mar.
¿Qué buscás, tolos...? Si eu non o digo,
       naide o sabrá.

Meus pensamentos..., ¿por qué perenes
       me atormentás?
¿Por qué ís decote, ¡ai!, si adónde ides
       naide o sabrá?

Cal palomiña buscás a llama
       que vos queimar...
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I a triste morte que vós teredes,
       naide a sabrá.


(F. N. 290-1)                


Entre los poemas en los que Rosalía hace referencia a realidades cuya naturaleza se insinúa, pero no se desvela, merece ser citado «Cuido una planta bella» (O. S. 363). En él, el poeta confiesa recibir consuelo de «otra luz más viva que la del sol» y «otro calor más dulce». El vocabulario empleado recuerda el de la mística, pero no se especifica la naturaleza del fenómeno vivido. Lo mismo sucede en el poema siguiente:



Si al festín de los dioses llegas tarde,
ya del néctar celeste
que rebosó en las ánforas divinas,
sólo, alma triste, encontrarás las heces.

Mas, aun así, de su amargor dulcísimo
conservarás tan íntimos recuerdos,
que bastarán a consolar tus penas
de la vida en el áspero desierto.


(O. S. 384)                


El «amargor dulcísimo», como el «secreto halago» del poema anterior, parece que nos sitúan en el campo de las vivencias místicas; quizá a eso se deba la indeterminación de los objetos «néctar celeste», «festín de los dioses» o la «luz más viva que la del sol».

Resumiendo lo expuesto hasta ahora, tenemos que los motivos capitales a los que parece obedecer el uso de la alusión vaga o misteriosa en Rosalía son: el carácter inefable de las vivencias experimentadas (vivencias místicas o religiosas) o el carácter confuso y contradictorio de los sentimientos; la poeta reproduce lo más fielmente posible un estado interior de ánimo cuya característica más destacada   —484→   es la confusión; el misterio o la vaguedad expresiva reproduce en estos poemas el rasgo esencial de la vivencia. En ambos casos el misterio es involuntario y viene exigido por la materia tratada. Por el contrario, en otros casos la alusión misteriosa es recurso retórico voluntariamente empleado, y su uso obedece a dos motivos: atraer y mantener la atención del lector mediante un juego sutil de revelación y veladura, o mantener ocultos hechos y personas que afectan a la biografía del poeta. De este último caso podemos decir que el poeta quiere elevarse de la anécdota a la categoría, prescindiendo de los rasgos demasiado concretos, aunque ello perjudique a la comprensión del poema.



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