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ArribaAbajoApéndice biográfico

Para la mejor comprensión de algunos aspectos de la obra de Rosalía, vamos a dar unas noticias biográficas que servirán de guía al lector. En aquellos puntos que no están suficientemente esclarecidos nos limitaremos a presentar el estado de la cuestión.

Nació Rosalía en Santiago de Compostela la noche del 24 de febrero de 1837. En el Hospital Real de Santiago se conserva su partida de nacimiento con un curioso error de un año, que ya ha sido señalado por varios investigadores. La partida dice así:

En 24 de febrero de 1836, María Francisca Martínez, vecina de San Juan del Campo, fue madrina de una niña que bauticé solemnemente y puse los santos óleos, llamándola María Rosalía Rita, hija de padres incógnitos, cuya niña llevó la madrina, y va sin número por no haber pasado a la inclusa; y que así conste, lo firmo, José Vicente Varela y Montero.



Al margen está escrito: «No entró en la Inclusa».

Las restantes partidas que figuran en el folio son todas del año 1837. Se trata, pues, de un error del que lo escribió.

El firmante era médico primero del Hospital Real, fundador de la Escuela de Medicina de Santiago de Compostela   —571→   y, al parecer, «antigua relación de la familia de los Castro», según Victoriano García Martí.

La madre de Rosalía fue D.ª María Teresa de la Cruz de Castro y Abadía, de familia hidalga, soltera; contaba treinta y tres años de edad cuando dio a luz a la niña.

Entre los antecedentes de Rosalía se suele citar a Juan Rodríguez del Padrón basándose en un artículo de periódico del marido de la poetisa donde daba este antepasado como simple suposición.

El linaje de Rosalía ha sido estudiado por Caamaño Bournacell, y arranca, por lo que se refiere al apellido Castro, de fines del siglo XVI. No hay datos anteriores a esta fecha y el nombre del escritor medieval no se menciona en el estudio.

Rosalía nos habla en un poema de su abuelo materno, a quien llama «santo venerable cabaleiro» (O. C. 372). Se trata de D. José de Castro Salgado, «Capitán retirado con grado de Teniente Coronel», según Manuel Murguía. Rosalía no llegó a conocerle, pero se hizo eco de la fama de virtuoso que dejó el hidalgo gallego, y llegó a escribir un libro de homenaje titulado Historia de mi abuelo, que fue uno de los manuscritos que desaparecieron al morir Rosalía.

Mayores problemas plantea la figura de su padre, D. José Martínez Viojo. Durante mucho tiempo los biógrafos silenciaron su nombre y evitaron cualquier alusión a su persona. Así Valés Failde, González Besada y, más modernamente, García Martí, prologuista de las Obras completas de Rosalía en la editorial Aguilar.

En el Diccionario biobibliográfico de escritores de la Enciclopedia gallega, Couceiro Freijomil acuñó una denominación que tuvo bastante éxito por su indeterminación. En efecto, dice del padre de Rosalía que «pertenecía al estado eclesiástico».

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Victoriano Taibo aseguraba que el padre de Rosalía era «no más que seminarista».

Carballo Calero en su Historia da Literatura Galega deja indeterminada la cuestión de si era o no sacerdote, aunque puntualiza que en el año 1837, fecha del nacimiento de Rosalía, su padre tenía treinta y nueve años.

Caamaño Bournacell se refiere a él con estas palabras:

Por la gloria que ésta (Rosalía) dio y continúa dando a las letras y poesía regionales, y por los sufrimientos morales y físicos que padeció toda su vida, Dios habrá perdonado, sin duda, el pecado de amor de un presbítero que tuvo su más cruel penitencia en el hecho de no poder tener a su lado ni legitimar a la hija que adoraba entrañablemente y que entregó para su cuidado a sus dos dichas hermanas.



La mujer que aparece como madrina de la niña en la partida de nacimiento, M.ª Francisca Martínez, fue considerada por algún investigador hermana del padre de Rosalía a causa de la similitud del primer apellido, pero se trata de un error, ya que éste sólo tuvo dos hermanas: Teresa y Josefa. Según Alonso Montero, fue una «vieja servidora de doña Teresa de Castro» que se encuentra viviendo con ella y Rosalía por el año 1859, cuando ésta, ya casada, da a luz en Santiago a su primera hija.

Una gran oscuridad se cierne sobre los primeros años de la vida de Rosalía. Carballo cuenta que entre los descendientes de la familia de D. José Martínez Viojo hay la tradición de que D.ª Teresa de Castro quiso desentenderse totalmente de la niña y fue su padre quien evitó que pasara a la inclusa, encargando de ella a una mujer de su confianza. Esto está en contradicción con el dato que relaciona a M.ª Francisca con D.ª Teresa de Castro.

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Lo que sabemos con seguridad es que la niña vivió en la casa de la familia paterna en Ortoño y que su tía D.ª Teresa Martínez Viojo cuidó de ella. A los ocho años, y siempre al cuidado de su tía paterna, pasó a vivir a Padrón.

Ignoramos en qué momento su madre decidió hacerse cargo de ella y llevarla consigo a Compostela. La única fecha segura es la de 1853. Sabemos por palabras de la propia Rosalía, transmitidas a través de Murguía y señaladas por Bouza Brey, que en ese año Rosalía se encontraba ya en Compostela. Entonces tenía Rosalía dieciséis años. Parece ser que posteriormente este investigador ha comprobado la presencia de Rosalía en Santiago en el año 1850.

¿Qué sucedió en esos primeros trece años de la vida de Rosalía? Por el momento sólo podemos hacer conjeturas. Ignoramos qué clase de relación e incluso de conocimiento tuvo de su padre y de su madre, el ambiente familiar en que vivió, cuándo pasó a vivir con su madre y cómo esa anómala situación influyó en su posterior desarrollo.

Rof Carballo dio una interesante interpretación de tipo psicoanalítico de esos hechos y de su carácter condicionante sobre la biografía de Rosalía: la ausencia de imago paterna convierte a la poetisa en una vagabunda espiritual, perpetuamente insatisfecha.

Se da como hecho probable que Rosalía frecuentó las aulas de la Sociedad Económica de Amigos del País y que allí estudió algo de música y dibujo. Se conoce su participación en las fiestas del Liceo de la juventud del convento de San Agustín, donde el año 1854 actuó en una obra de Gil y Zarate. Por esos años concurrían al Liceo figuras que habían de ser importantes en la vida intelectual gallega: Aurelio Aguirre, Eduardo Pondal, Rodríguez Seoane y el mismo Murguía. De todas formas, y según se deduce de palabras de su marido, sus estudios debieron de ser escasos. Por otra parte,   —574→   los manuscritos que se conservan están llenos de faltas de ortografía. Palabras como hantes o vesos parecen testimoniar, en su conmovedora incorrección, que el talento tiene poco que ver con la instrucción.

Un hito importante en la vida de Rosalía es su viaje a Madrid en 1856. Va allí, en palabras de García Martí, «para la renovación de una providencia injusta que afectaba a los suyos. Obligada a vivir en la corte, se alojó en casa de una tía suya, doña Carmen Lugín de Castro, quien vivía en compañía de una hija».

En Madrid, el año 1857 Rosalía publicó su primer libro de versos, titulado La Flor. Es un libro pequeño, de 45 páginas, que comprende únicamente seis poemas: «Un desengaño», «Dos palomas», «Un recuerdo», «Fragmento», «El otoño de la vida» y «La rosa del camposanto».

El libro mereció un artículo de Murguía en La Iberia, que resultó verdaderamente profético, y en el cual el autor revela una extraordinaria intuición. Aunque declara desconocer a la poetisa, el tono elogioso ha inclinado a la mayoría de los biógrafos a no dar crédito a esa declaración.

El artículo es curioso porque, aparte de dar noticia del libro, en él se insiste en que sus palabras van dirigidas no al público, sino a la poetisa, y son fundamentalmente una exhortación a que continúe en el camino de las letras. Produce la impresión de que Murguía intuyó realmente la presencia de un talento en aquellos versos -más bien malos- y se marcó a sí mismo la obligación de alentarlo y defenderlo. No comparto la opinión generalizada de que el artículo contiene las alabanzas tópicas del género. Visto con perspectiva de años nos parece una especie de programa de lo que había de ser el papel de Murguía respecto a su esposa. Es muy probable que, sin la ayuda de su marido, Rosalía no hubiera continuado en la carrera de las letras. Pero sobre   —575→   este punto volveremos más adelante. Reproduzcamos ahora algunos de los fragmentos más importantes del artículo mencionado:

No; por nuestra parte no dejaremos de contribuir con nuestras débiles fuerzas a ayudar al que empieza, no dejaremos de pagar en él la deuda de gratitud que debemos a otros. Por eso hemos dicho que no es un juicio crítico el que íbamos a escribir, sino simplemente decir al público, mejor dicho, a la autora de las hermosas poesías de que nos ocupamos, y a quien, sea dicho de paso, no conocemos: 'Trabajad y ocuparéis un hermoso puesto en nuestra literatura patria'.

Pero ¿qué son esas poesías? ¿Tan grande es su mérito para que, como un charlatán vendedor de drogas, me paréis en la calle y me digáis: 'Aquí tenéis una gran cosa, compradla'?

Yo no os lo puedo decir. Y lo único que sé es que conmovieron mi alma. Quien de tal modo siente y expresa sus sentimientos, quien sabe arrancar lágrimas que hicieron nacer en nuestro pecho la admiración hacia un nombre desconocido, es poeta, un verdadero poeta [...]

Como nosotros agradecemos esta pequeña colección al habernos revelado un talento, estamos seguros de que ella agradecerá algún día el que le hayan abierto las puertas de un brillante porvenir. Vamos a concluir. No es al que lee estas líneas al que nos dirigimos; a ella, a la autora de tan bellas composiciones, es a la que queremos decir que en su libro hay muchos y muy grandes defectos. Se lo decimos así porque creemos de nuestro deber usar de esta franqueza. Estudie y trabaje. Estamos seguros de que ella tiene el suficiente talento para comprender cuáles sean esos defectos sin que se los señalemos. Ellos, sin embargo, sirven para decir que todo ello es espontáneo, libre, no hijo del estudio, sino del corazón; pero un corazón de poeta, de un corazón que siente y sueña como pocos.



Los testimonios sobre la fecha en que se conocieron Rosalía y Manuel Murguía son contradictorios. Por una parte están las repetidas afirmaciones del propio Murguía de que no conoció a Rosalía antes de 1857. En efecto, tres veces lo   —576→   manifestó así. La primera en el referido artículo; la segunda, estando ya casado con Rosalía, en el Diccionario de escritores gallegos, y la tercera, viudo, en el libro Los Precursores. Por otra parte, esta fecha de 1857 fue citada por los descendientes de la pareja como la del primer encuentro de sus padres.

Carballo Calero da por válidas las repetidas afirmaciones de Murguía, ya que si en el primer caso podía tener algún sentido negar el conocimiento de la autora de La Flora fin, de no restar valor a su elogio, la insistencia en el truco propagandístico a través de tantos años resulta algo absurdo.

Sin embargo, son numerosos los testimonios de un conocimiento anterior, bien en Compostela, en los salones del Liceo, bien en Madrid, en la casa de D.ª Carmen Lugín, donde residió Rosalía y que era frecuentada por escritores tales como Julio Nombela, los hermanos Bécquer, Serafín Avendaño y el mismo Murguía.

Un documento interesante a este respecto es un fragmento de una carta del hermano de Murguía, editado por Carballo, que por su brevedad reproducimos:

La joven D.ª Rosalía de Castro hija de Villagarcía publicó este mes un folletito de 43 págs. de poesías titulado La Flor. Porqe no haces qe mande algo a la Oliva. A mí no me chocan mucho tiene algunas cosas buenas tiene otras bien malas. Como con ellas se debió ganar bastante piensa según dice a un sujeto que le busco suscriciones en esta, publicar más. Nicolas.



En el comentario a la carta, Carballo Calero da como fecha de la misma abril o mayo de 1857, y resalta el hecho de que Nicolás habla de Rosalía a su hermano como de una desconocida, equivocándose incluso en el lugar de nacimiento. Si Murguía y Rosalía se hubieran conocido en Santiago, donde residía Nicolás, era improbable que éste lo ignorara.

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Como no faltan testigos que aseguran haber visto coincidir en el Liceo compostelano a Rosalía y Murguía, cabría suponer que el conocimiento entre ellos, si lo hubo, no debió de pasar de una simple presentación, y que fue en Madrid donde entablaron unas relaciones que habrían de concluir en matrimonio el 10 de octubre de 1858.

¿Fue feliz Rosalía en su matrimonio? Creemos que la pregunta no es ociosa ni, transcurridos tantos años, indiscreta. Todos los biógrafos sin excepción insisten en la vida tan desgraciada de Rosalía. El primero, su propio esposo: «Breves los días de sol, aladas las dichas, fugaces las alegrías, sólo constantes y duraderos los rigores de la fortuna». En su obra ha quedado constancia de su desolada visión del mundo. Las circunstancias de su vida fueron realmente duras: pierde a dos de sus hijos, no tiene salud, se ve obligada a permanecer grandes temporadas alejada de su esposo, las dificultades económicas llegan en ocasiones a verdadera necesidad... Pero, además de todo ello, que no es poco, debió de haber dificultades graves en su relación matrimonial.

Sobre este punto los biógrafos han guardado un absoluto silencio. Silencio sospechoso, que a veces se rompe para ofrecer la imagen de un matrimonio dichoso. Sin embargo, a través de ella, como en un negativo, aparece la sombra de otra realidad diferente. Así sucede cuando Naya Pérez afirma:

...La envidia siempre al acecho, forjó la leyenda de las desavenencias y hasta hubo quien creyó que Rosalía fuera una mártir del sagrado vínculo.



En otro lugar he señalado la pérdida irreparable que supuso la destrucción por parte de Murguía de las cartas que conservaba de su esposa. Lo hizo poco antes de su   —578→   muerte, que ocurrió en 1923. En esa fecha Rosalía era ya una figura cuya importancia para la cultura gallega no se le podía escapar a Murguía, que, precisamente, fue siempre consciente del talento de su esposa. ¿Por qué destruir unos documentos de esa importancia? En una nota recogida por Naya Pérez, Murguía comenta la destrucción de esas cartas y afirma que en ellas estaba reflejado el corazón de Rosalía «tal como fue, tal cual nadie es capaz de presumir». ¿Por qué, pues, privarnos de esa fidedigna imagen? ¿Quizá porque la suya no era muy halagüeña? Hay otro párrafo de la nota en el que parece ofrecer a Rosalía una explicación o satisfacción póstuma; dice así:

Verdaderamente la vejez es un misterio, una cosa sin nombre cuando he podido leer aquellas cartas que me hablaban de mis días pasados, sin que mi corazón ni mis ojos sangraran. ¿Para qué?, parece que me decían. Si hemos de vernos pronto, ya hablaremos en el más allá. Preparémonos a dormir nuestro eterno sueño, nuestro sueño de paz.



El otro párrafo al que pertenecen las palabras anteriormente citadas dice así: «Pero si las leí sin que mi alma se anonadase en su pena, no fue sin que el corazón que había escrito las líneas que acababa de leer se me presentase tal como fue, tal cual nadie es capaz de presumir».

Bouza Brey, uno de los investigadores que mejor conoce la vida de Rosalía, resume así su visión de la pareja y el papel del esposo:

Da man do seu home, pois, entróu Rosalía na groria, xa que foi o primeiro ademirador das súas escelsas coalidás poéticas, con sacrificio escomasí das propias, como ben señala o escritor don Xoán Naya; e nunca xamáis lle pagará Galicia a don Manuel Murguía o desvelo que puxo en dar a conocer as vibracións de aquel esquisito esprito. O nome de Murguía ten de figurar ó frente de toda obra de Rosalía polo amoroso   —579→   coido que puxo no seu brilo frente á recatada actitude da súa esposa, apartada sempre dos cenáculos onde se forxan, con razón ou sin ela, as sonas literarias. [...] A lembranza que iste homaxe centeario sinifica vale por igual pra os dous seres estreitamente xunguidos polas dóres na vida; é rendida á parexa que tanto loitóu pola honra da súa térra; pra os dous seres que, xunguidos na vida polo amor e pola dór, viven tamén xuntos nos puros espacios da inmortalidade.



Parece como si la deuda de gratitud de Galicia hacia su gran poeta revertiera hacia la figura de quien descubrió y encauzó el talento. Las palabras de Bouza Brey son el testimonio de ese agradecimiento colectivo.

De muy distinta manera se expresa Alonso Montero acerca de las relaciones de la pareja:

Siempre he creído que la decisión de casarse con este hombre (M. Murguía) es un acto propio de quien, abrumado por las circunstancias, se ve en la necesidad de aceptar la menor oportunidad. Que después hubo disgustos, y no pequeños, parece estar probado.



Destruidas las cartas de Rosalía y transcurridos tantos años, nos movemos, por desgracia, en el terreno de las conjeturas. En las escasas cartas o fragmentos que se han conservado no faltan quejas contra el esposo, pero no son material suficiente para afirmaciones de peso.

El año 1859, «casi a los nueve meses de celebrado el matrimonio» -según García Martí- nace su primera hija, Alejandra. No sabemos si esa afirmación del biógrafo tiene por objeto precisar la condición de prematura de la niña o salir al paso de maliciosos rumores sobre la prontitud del primer nacimiento. La verdad es que me parecen ridículas tales cautelas, misterios e inexactitudes sobre la vida de Rosalía. La grandeza de su figura no quedaría en absoluto   —580→   empañada por un exacto conocimiento de los hechos y sí mejoraría nuestro conocimiento e interpretación de su obra.

La primera hija, Alejandra, nace en Santiago el 12 de mayo de 1859. Es decir, casi a los siete meses justos de la boda, que había tenido lugar el 10 de octubre de 1858. La segunda, Aura, nace diez años más tarde, el 7 de diciembre de 1868, también en Santiago. Gala y Ovidio, gemelos, nacen en las Torres de Lestrove el año 1871. Amara, en La Coruña en 1873. Adriano Honorato Alejandro, en Santiago el año 1875. Valentina nace muerta el 14 de febrero de 1877.

El segundo hijo varón, Adriano, murió siendo muy pequeño, cuando tenía un año y medio, a consecuencia de una caída. Probablemente, esta tragedia malogró el último embarazo de Rosalía, aunque, según tradición familiar, ella atribuía la muerte de la niña a un golpe recibido en el vientre durante una tarea doméstica.

En cuanto a los hijos de su ingenio, sus libros, la lista por orden cronológico es la siguiente:

  • La Flor (poesía), Madrid 1857.
  • La hija del mar (novela), Vigo 1859.
  • Flavio (ensayo de novela), Madrid 1861.
  • A mi madre (poesía), Vigo 1863.
  • Cantares gallegos (poesía), Vigo 1863.
  • El cadiceño(cuadro costumbrista), Lugo 1866.
  • Ruinas (novela), Madrid 1866.
  • El caballero de las botas azules (novela), Lugo 1867. Con un prólogo dialogado que lleva por título «Un hombre y una musa».
  • Follas novas (poesía), Madrid 1880.
  • El primer loco (novela), Madrid 1881. Lleva al final un cuadro de costumbres: «El domingo de Ramos».
  • En las orillas del Sar (poesía), Madrid 1884.
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La vida del matrimonio no es un ejemplo de estabilidad. Los vaivenes políticos afectan a Murguía, a quien vemos aparecer como empleado cesante en papeles oficiales en más de una ocasión. Hasta los últimos diez años de su vida, en que se afinca de forma casi definitiva en Padrón, en la villa llamada La Matanza, Rosalía vive unas veces con su marido y otras con su madre, o sola con sus hijos en Madrid, Santiago, La Coruña, Lestrove, Vigo, Lugo, Simancas... Vive también, y con gran disgusto, en La Mancha y Extremadura, y visita, invitada por unos amigos, Alicante y Murcia.

En junio de 1862 muere la madre de Rosalía. El dolor de esta pérdida quedó plasmado en el folleto A mi madre, conjunto de versos elegiacos que se publicaron en edición restringida de 50 ejemplares al año siguiente.

Un año especialmente importante para la cultura gallega, si no para la misma Rosalía, es el de 1863. En él se publican los Cantares gallegos. Multitud de hechos anecdóticos jalonan este acontecimiento: la decisión de Murguía de dar a la imprenta los versos gallegos de su mujer sin que ella lo supiera, la prisa con que se escribieron muchos de ellos, acuciada Rosalía por la demanda del editor amigo que necesitaba más material, la improvisación casi increíble a que se vio obligada, su pretensión de que el libro apareciese firmado por su marido... ejemplos todos ellos del papel decisivo de Murguía en la vida literaria de su mujer y de la repugnancia de ésta a dar a la imprenta sus obras.

El libro constituyó un éxito de crítica y público, y está considerado como el punto de partida del Renacimiento de la Literatura Gallega.

Es curioso que, habiendo llegado a ser Rosalía la figura más importante y representativa de la moderna literatura gallega, sin embargo, sus relaciones con Galicia no siempre fueron buenas.

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El primer incidente ocurrió en agosto de 1864. Según una noticia aparecida en El Contemporáneo, los seminaristas de Lugo enviaron una nota al director del Almanaque de Galicia anunciándole que «o doña Rosalía de Castro deja de colaborar o le romperemos los cristales». El periódico madrileño añade que la amenaza se cumplió y doscientos seminaristas se presentaron en el periódico y destrozaron el local.

El motivo fue un artículo de Rosalía titulado «El Codio», donde hacía una semblanza crítica y burlesca de un tipo de seminarista. Parece que los seminaristas llegaron a conocerlo gracias a la indiscreción de alguien del periódico. Su furibunda réplica malogró el artículo, que hoy ha desaparecido.

Otro episodio importante en las relaciones de Rosalía con Galicia tuvo como punto de partida un relato costumbrista de la escritora aparecido en El Imparcial el año 1881 (ya había sido publicado el año anterior su segundo gran libro en gallego, Follas novas). En él se daba cuenta de una antigua costumbre gallega: ofrecer al marino que tocaba tierra tras larga travesía, una mujer de la familia (esposa, hija, hermana...) como signo de hospitalidad.

No sabemos si Rosalía recogió tal noticia de la tradición oral, porque no ha podido ser documentada. Lo cierto es que su artículo despertó violentas críticas, que afectaron vivamente a la autora. Conservamos una carta de Rosalía fechada en Lestrove el 26 de julio de 1881, en la que se refiere a los sucesos citados:

Mi querido Manolo: Te he escrito ayer, pero vuelvo a hacerlo hoy de prisa para decirte únicamente que me extraña que insistas todavía en que escriba un nuevo tomo de versos en dialecto gallego. No siendo porque lo apurado de las circunstancias me obligaran imperiosamente a ello, dado caso que el editor aceptase las condiciones que te dije, ni por tres, ni por   —583→   seis ni por nueve mil reales volveré a escribir nada en nuestro dialecto, ni acaso tampoco a ocuparme de nada que a nuestro país concierna. Con lo cual no perderá nada, pero yo perderé mucho menos todavía.

Se atreven a decir que es fuerza que me rehabilite ante Galicia. ¿Rehabilitarme de qué? ¿De haber hecho todo lo que en mí me cupo por su engrandecimiento?

El país sí que es el que tiene que rehabilitarse para con los escritores, a quienes aun cuando no sea más que por la buena fe y entusiasmo con que por él han trabajado, les deben una estimación y respeto que no saben darles, y que guardan para lo que no quiero ahora nombrar. ¿Qué algarada ha sido esa que en contra mía han levantado, cuando es notorio el amor que a mi tierra profeso?... No; esto puede decirse sencillamente mala fe, o falta absoluta no sólo de consideración y gratitud, sino también de criterio. Pues bien: el país que así trata a los suyos no merece que aquellos que tales ofensas reciben vuelvan a herir la susceptibilidad de sus compatriotas con sus escritos malos o buenos.



Rosalía muere el 15 de julio de 1885 a consecuencia de un cáncer de útero. Desde muy joven su salud es escasa. Reproducimos las palabras de González Besada:

A personas de su intimidad he oído referir los crueles padecimientos que la aquejaron desde muy temprana edad, acometida frecuentemente de vómito de sangre. [...] En 1871 (tenía treinta y cuatro años) estaba ya desmejoradísima, los labios exangües y los ojos hundidos. Se quejaba de sus padecimientos y conocía que su vida no podía ser larga.



En otro lugar nos da una imagen física de los últimos años de Rosalía:

Hundidos los ojos, prominentes los pómulos, flácida y delgada, deforme el vientre por el cáncer que la consumía, era una figura espectral, de imponente severidad, sólo templada por los dulces resplandores de aquellos ojos a los que asomaba el alma, transida de amarguras, para afirmar la fortaleza de su espíritu, todo altruismo y caridad.



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A González Besada debemos también el más bello retrato literario de Rosalía joven, que creo vale la pena reproducir:

Era, según narran sus contemporáneos, alta y delgada, la tez de un limpísimo moreno claro, negros y profundos los ojos y abundantísima y negra la cabellera. La boca muy grande, de labios muy rojos e irreprochable dentadura, corta y bien delineada la nariz, el óvalo del rostro imperfecto por tener los pómulos abultados, busto prominente, cintura estrecha, fina la mano y muy delgados los dedos. En reposo, su expresión era melancólica; mas, cuando hablaba, parpadeaban mucho sus ojos y cobraban singular belleza, cual si se agrandaran merced a lo frondoso y ondulado de sus largas pestañas y al primoroso esmalte de la córnea, que resaltaba luminoso y blanco sobre la profunda negrura del iris. Distinguidísima en los ademanes, naturalmente graciosa y suelta en las actitudes, dotada de ilinda, dulce y acontraltada voz, realzaban, más que la belleza, lo interesante y misterioso de su figura, la afabilidad y sencillez de su trato y su amor a la música, a los pájaros y a las flores.



En realidad el autor no dice que fue hermosa; con todo, ofrece una imagen más atractiva que la de las fotos que conservamos de Rosalía.

Carballo Calero comenta con agudeza el desfase que se produce entre la Rosalía que imaginamos a través de sus poemas y la imagen de sus retratos. Resume así la cuestión: «A fenda da boca, o abultado dos pómulos, dan a o rostro da poetisa un ar plebeio que non corresponde a finura i elevación do seu esprito». Para ilustrar su afirmación de que Rosalía no fue guapa ni siquiera en su juventud, comenta Carballo, con muchísima gracia, un soneto dedicado a la poetisa por Aurelio Aguirre: «O poeta Aguirre, mozo de vintecatro anos, non semellaba achar fremosura na Rosalía de vinte cando nun soneto que lle adicóu daquela, e que non peca de galante, parez querer consolala dunha posibre   —585→   mágoa, informándoa de que 'la hermosura no es más que una quimera', sentencia que apenas se concibe na boca dun mozo dirixida a unha muller fermosa».

Con este comentario cerramos el paréntesis de las descripciones de Rosalía y volvemos a sus últimos momentos.

Después de recibir los sacramentos quedó en una especie de delirio, durante el cual decía al cura de Iría: «Señor cura, ya estoy buena; vámonos a Santiago a ganar el jubileo».

Encargó a sus hijas que quemasen sus trabajos inéditos, y en la quema perecieron al menos tres manuscritos: Romana, proverbio, Cuentos extraños, un volumen, e Historia de mi abuelo. Dispuso que fuera enterrada en el cementerio de Adina y pidió un ramo de pensamientos que le trajo su hija mayor. Nada más acercar las flores a su rostro le dio un ahogo y entró en la agonía. Ya con los ojos nublados pronunció sus últimas palabras: «Abre esa ventana, que quiero ver el mar».

Seis años después fue trasladada desde Adina al convento de Santo Domingo, en Santiago de Compostela, donde se encuentra actualmente.



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ArribaBibliografía

Prescindimos de los manuales y de los estudios generales sobre cuestiones de crítica literaria. Nos limitamos ahora a mencionar la bibliografía concreta sobre Rosalía de Castro que hemos utilizado efectivamente para este trabajo.

  • A) General

  • Alonso Montero, Jesús: «Introducción» a su edición de En las orillas del Sar, Salamanca, ed. Anaya, 1964.
  • —— «Rosalía de Castro: compromiso, denuncia, desamparo y violencia», en Realismo y conciencia crítica en la literatura gallega, Madrid, ed. Ciencia Nueva, 1968.
  • —— Rosalía de Castro, Madrid, Ediciones Júcar, 1972.
  • Azorín: Clásicos y modernos, Madrid, 1913.
  • —— El paisaje de España visto por los españoles, Madrid, 1917.
  • Bouza Brey, Fermín: «El tema rosaliano de negra sombra en la poesía compostelana del siglo XIX», en Cuadernos de Estudios Gallegos, XIV, 1953.
  • —— «Prólogo» a su edición de Cantares gallegos, Vigo, ed. Galaxia, 1970.
  • Carballo Calero, Ricardo: Historia da literatura galega contemporánea, vol. I, Vigo, ed. Galaxia, 1962. Especialmente el capitulo IV, págs. 141-231.
  • —— Aportaciones a la literatura gallega contemporánea, Madrid, ed. Gredos, 1955.
  • —— «El motivo del clavo», en La noche, Santiago, 12 de noviembre 1949.
  • —588→
  • —— «Arredor de Rosalía», en Siete ensayos sobre Rosalía, Vigo, ed. Galaxia, 1952.
  • —— «Rosalía y otros», en Cuadernos de Estudios Gallegos, XXXVII, 1957.
  • —— Contribución ao estudo das fontes literarias de Rosalía, Lugo, 1959.
  • ——«Machado desde Rosalía», en Ínsula, Madrid, julio-agosto, 1964.
  • —— «Bibliografía rosaliana», en Grial, núm. 9, Vigo, 1965.
  • ——«Introducción» a su edición de Cantares gallegos, Salamanca, ed. Anaya, 1963.
  • Castelar, Emilio: «Prólogo» a Follas novas, Habana-Madrid, 1880.
  • Cernuda, Luis: Estudios sobre poesía española contemporánea, Madrid, ed. Guadarrama, 1957.
  • Cortina, Augusto: Prólogo a Obra poética de Rosalía de Castro, Buenos Aires, ed. Espasa-Calpe (Austral), 1942.
  • Cossío, José María de: Cincuenta años de poesía española (1850-1900), II, Madrid, 1960.
  • Costa Clavell, Javier: Rosalía de Castro, Barcelona, ed. Plaza-Janes (Prosistas de lengua española), 1967.
  • Díez Canedo, Enrique: «Una precursora», en La lectura , II, Madrid, 1909.
  • Entrambasaguas, Joaquín: Prólogo al libro de Sister Mary Pierre Tirrel citado más abajo.
  • Fernández de la Vega, Celestino: «Campanas de Bastabales», en Siete ensayos sobre Rosalía, ed. citada.
  • Filgueira Valverde, José: Introducción a Poems of Rosalía de Castro, Madrid, The Ministry of Foreign Affairs, 1964.
  • García Martí, Vitoriano: «Rosalía de Castro o el dolor de vivir», prólogo a su ed. de las Obras completas de Rosalía, 5a ed., Madrid, ed. Aguilar, 1960.
  • García Sabell, Domingo: «Rosalía y su sombra», en Siete ensayos sobre Rosalía, ed. citada.
  • —— Notas para una antropología del hombre gallego, Barcelona, Ediciones Península, 1966.
  • Ínsula: número especial dedicado a la literatura gallega: núm. 152-153, Madrid, julio-agosto 1968.
  • Kulp, Kathleen K.: Manner and mood in Rosalía de Castro. A study of themes and style, Madrid, Ediciones José Porrúa Turanzas (Biblioteca Tenanitla), 1968.
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  • Landeira, Ricardo López: La saudade en él renacimiento de la literatura gallega, Vigo, ed. Galaxia, 1970.
  • Lapesa, Rafael: «Bécquer, Rosalía y Machado», en Ínsula, núm. 100-101, Madrid, abril 1954. Incluido ahora en De la Edad Media a nuestros días. Estudios de historia literaria, Madrid, ed. Gredos, 1967.
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