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Volodia Teitelboim

Artículo

Por Carlos René Ibacache

Volodia Teitelboim: el hombre y su obra

Confieso que en una primera instancia, por allá por el año 1943, cuando conocí su ensayo El amanecer del capitalismo y la conquista de América en un momento tenso de la política chilena, aprecié a este escritor, que ya tenía 27 años (nació en 1916) como una voz potente del Partido Comunista. En ese período, la coalición gobernante, el Frente Popular, estaba presidida por el abogado Juan Antonio Ríos Morales. Ese libro fue la primera manifestación de su pensamiento político y la contraparte de otro, que ocho años antes, en 1935, había escrito con el poeta Eduardo Anguita. Fue la Antología de la poesía chilena recordada por una curiosidad: la omisión de Gabriela Mistral, que ya había editado cuatro libros, entre ellos Desolación.

Evidentemente Volodia Teitelboim en aquellos años, ya se había casado con la literatura y la política y no es errado pensar que esta última se impuso. Y se impuso por muchos años, hasta el punto de ser elegido senador y, posteriormente en el gobierno militar, haber sufrido el exilio durante 15 años.

Sin embargo, estas dificultades no lo amilanaron. Vivió, enfrentó y desafió estas contingencias con novelas, ensayos y con biografías, situación esta última, que ya había abordado en su condición de senador. Todos los escritores que fallecieron en su época parlamentaria, fueron objeto de sendos homenajes por este político y escritor.

En el campo literario, sus obras son el fruto de sus propias vivencias. Expresión de ese hecho, son sus novelas Hijo del salitre (1952) y La semilla en la arena (1956). Ya se insinuaba el revolucionario, que transformaba la realidad en ficción, para llegar más directamente al pueblo, que es su destinatario natural.

En su primera novela, una gracia que Volodia coordina muy bien, es la biografía novelada de Elías Lafertte, que aparece en su libro, como su informador de cuanto ocurre en las salitreras en sus años juveniles. El manejo de ese material, pertenece al talento del novelista. Otro tanto ocurre en su segunda novela, La semilla en la arena, que entrega las vicisitudes vividas para quienes fueron protagonistas de las relegaciones en Pisagua, durante el gobierno del Presidente González Videla.

Si uno sigue analizando sus obras, advierte que estas están en íntima relación con problemas vitales que él debió superar. Tales son sus experiencias en ensayos como Hombre y hombre (1969); La lucha continúa, pólvora del exilio (1976) y En el país prohibido (1988), todos los cuales recogen en sus páginas, desde su propio nombre, la búsqueda de una opción que él considera más justo para el medio en que vive y se proyecta.

Es, sin embargo, el ensayo El oficio ciudadano (1973), editado por Nascimento y prologado por Pablo Neruda, el libro que con mayor fuerza expresa sus ideas, en torno a sus concepciones humanas y políticas. Resumidamente, recordemos tres de sus impulsos iniciales:

Mi primer impulso correspondió, como casi siempre sucede, sobre todo en épocas de ruptura, a la negación y al nihilismo, la irreverencia. La burla contra las generaciones precedentes y los valores y jerarquías establecidos. Las emprendimos contra la gramática, la sintaxis, el pensamiento lógico. Nada nos regocijó más que llevar un día nuestra máquina de demolición de la retórica y la poesía al Salón de Honor de la Universidad Católica, donde algunos apacibles clérigos nos miraron primero con una sonrisa comprensiva, luego con extrañeza, después perdieron la serenidad y se mesaron de ira los cabellos.

Mi segundo momento correspondió, por impulso más que pendular en espiral, a la necesidad de unirse al pueblo, a los trabajadores, como una forma de llenar la soledad, de hallar al hombre concreto y la sociedad real, porque esperábamos que del frotamiento con ese pedernal brotaría la llama de una literatura más genuinamente humana y ayudaríamos con ella a la emancipación social.

La tercera fase, la sintaxis de todo este proceso, nos enseñó que no deberíamos escribir al estilo de otro tiempo, como seres que no hubiesen bebido el filtro de las últimas escuelas, vivido la lucha contra las formas anticuadas. ¿Acaso no nos hicimos hombres pasando por el fuego de los mismos de la primera posguerra como por un experimento vital, donde quedó derretida la grasa de la vieja retórica? Ahora estábamos en situación, aunque no quisiéramos aceptarlo, de intentar una retórica nueva. Tras los gestos de rebelión ¿quedaba algún saldo positivo? Posiblemente un lenguaje más amplio y más libre, una concepción más directa de la literatura, anhelante de interpretar a un pueblo que a su vez había hecho nuevas experiencias.

Estos tres impulsos, momentos o fases descritos por Teitelboim, son los que han respaldado siempre su figura política, incluso muchos que no la siguen integralmente.

En este libro, El oficio ciudadano, hay una reflexión de Volodia que creo es válida para cualquier ser humano que pose de sensible. Y es un pensamiento suyo sobre la pregunta ¿cuál es la misión del escritor? Su respuesta: Pintar algo de su país y ser, en la medida de sus fuerzas, la conciencia, la voz de un pueblo. Nuestro objetivo es representar a los hombres de este país, como parte de América Latina y de la humanidad. El país de uno, aunque sea el último rincón de la tierra, es el país del corazón de uno, donde tiene sus conexiones humanas fundamentales y su proceso de vida y crecimiento. Si en este rincón brotó su sentimiento de la vida ¿cómo no puede descubrir en él la ley del mundo?.

Hasta ahí la cita. El espíritu de ese Volodia ensayista, activo y punzante aquel año 1973, en que este libro circuló, se mantiene absolutamente vigente el 2005, cuando él ya está a punto de cumplir 90 años de vida y seguramente seguirá siendo así, hasta que el destino decida su exilio definitivo.

En una entrevista publicada por la revista +Cultura, N.º 8, p. 4, que le dio a un grupo de sus jóvenes editores, estos le hicieron la siguiente pregunta: ¿Cómo se recupera la conciencia perdida de nuestro pueblo?. La respuesta resumida fue la siguiente:

Recuperar la conciencia, es que la gente sepa quién es, dónde está, qué es sociedad, qué lugar le corresponde, qué actitud tomar. Y esta tarea de recuperación de la conciencia demanda muchos esfuerzos. Es muy importante. Creo que en varios países de América Latina, se están dando estos fenómenos. Para América Latina será también el bicentenario de la mayor parte de sus países, quienes tendrán que hacer su propia revisión. Sin duda, lo harán y es muy importante, porque América Latina es una parte del planeta, que sólo puede salir del subdesarrollo si está unida.

Es el pensamiento de un hombre que ha vivido intensamente las exigencias del siglo XXI, a repensar, a represtigiar los medios escritos, sobre todo aquellos que parten de los problemas y dificultades de la gente, que son los anhelos de un continente y de una época en que se necesita también que haya sueños y proyectos de cambio.

«El bicentenario puede servir para nada, para poco o servir mucho -dice Volodia-. Creo que en Chile -reitera- deberíamos reconocernos en estos dos siglos de independencia, mirarnos al espejo y aceptar lo que somos, con nuestras virtudes y defectos». Tiene razón nuestro escritor. Su autoridad intelectual lo avala.

Sus biografías de los más importantes escritores chilenos, Mistral, Neruda, Huidobro y el argentino Borges, han sido calificados por distinguidos críticos y analistas, como las biografías más completas que sobre estos autores se han escrito. Lo mismo sucede con los cuatro tomos de sus memorias, identificadas con el nombre genérico de Antes del olvido. Reconocemos en los dos primeros, Un hombre del siglo XX y Un hombre de edad media, novedosas e intensas experiencias, tanto por lo que reactualizan y afirman, como por lo que proponen y proyectan.

Hace alrededor de quince años, con motivo de un encuentro de escritores en la Universidad de Concepción, tuve oportunidad de encontrarme con él. Cuando le dije que vivía en Chillán, se interesó por contarme algunas de sus vivencias en nuestra ciudad, que después de 1922, leí en su libro Un muchacho del siglo XX. Las reflexiones que hace allí, en torno a la Plaza del Mercado con su multifacética variedad de productos (p. 40), es la misma, en tal sentido, pero es absolutamente diversa en su infraestructura, cuando leemos: Al fondo, por el lado sur, en la calle Talcahuano (hoy se llama Arturo Prat), se estacionan las carretas chanchas. Otras comienzan a moverse desparramando una polvareda oscura. Traen carbón, leña, papas y hacen volar cosquillas de la tierra recalentada.

Y así sigue con esta descripción, que nos dio una identidad, que hoy ya no tiene. La carreta chancha fue reemplazada por la camioneta y los camiones; los caballos por la bicicleta y «los puestos» por construcciones muy atractivas de madera.

En su otro libro Un hombre de edad media, Chillán tiene gran espacio en algunas de sus páginas, especialmente en su capítulo «Necesito ir a Chillán», relacionado con el terremoto y «A Chillán sin boletos», asociando la inauguración de la Escuela México, con los murales pintados por David Alfaro Siqueiros y Xavier Guerrero.

¡Qué enorme cantidad de experiencias ha logrado capitalizar este escritor, quien no obstante su alta edad, goza de una deslumbrante lucidez! Ha logrado superar momentos graves, en que su salud ha sido sensiblemente puesta a prueba y ha salido airoso.

Dejemos al escritor las palabras finales:

La disciplina tiene que obedecer también a otra fuerza, que es la vocación. Para mí, escribir es la vida y sólo dejaré de hacerlo cuando muera o cuando tenga un impedimento físico que sencillamente me incapacite para asumir la tarea. Estoy en eso y estoy con mucha alegría. Siento los dolores lógicos de los episodios tristes, penosos. Pero hay algo dentro de mí también, y es que no tengo sentido de autodestrucción y nada tampoco puede destruirme desde afuera, salvo que sea un accidente físico. Moralmente yo siento que mientras esté aquí debo escribir, porque es una responsabilidad, pero también un placer que no cesa.

Bibliografía

  • Cárdenas, María Teresa. «Entrevista a Volodia Teitelboim». El Sábado (15-X-2005), pp. 18-22.
  • Castro, Víctor Hugo, José Osorio y Justo Bozzo. «Entrevista a Volodia Teitelboim». +Cultura, N.º 8, 8 pp.
  • Silva-Castro, Raúl. Panorama literario de Chile. Santiago: Universitaria, 1961, 750 pp.
  • Szmulewicz, Efraín. Diccionario de la literatura chilena. Santiago: Rumbos, 1998, 936 pp.
  • Teitelboim, Volodia. El oficio ciudadano. Santiago: Nascimento, 1972, 214 pp.
  • ——. Antes del olvido. Un muchacho del siglo XX. Santiago: Sudamericana Chilena, 1997, 441 pp.
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