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ArribaAbajoUbicuo

U



Vivía un viejo muy sabio
en Tornavento
entre libracos y libros
y experimentos.

De noche y día buscaba
con gran esfuerzo
el secreto de la vida
y su contento.

Hasta que un día, saltando,
dijo: ¡Lo tengo!
«Los niños viven más vida
y están contentos».
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Corrió a cortarse la barba,
que ya era un peso,
se puso pantalón corto
de marinero.

Muy compuesto fue a mirarse
en el espejo
y -sí- lloró como un niño
porque era feo.


M.ª L. Uribe, Quién lo diría, Carlota María.                


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Una vez llegados aquí, a punto estuvimos de darnos la vuelta, pero desistimos gracias a un golpe de inspiración. Caímos en la cuenta de que la lectura es un don ubicuo (del latín ubique «en todas partes»). Cualquier lugar imaginable es propicio para el encuentro cachondo (no es latín; familiarmente, «burlón», «jocundo», «divertido») entre un libro y su lector. Claro que hay escenarios más transitados que otros; parece lógico suponer que será algo más probable que alguien se abandone a la lectura entre los doctos muros de la Biblioteca Nacional que, por ejemplo, 20° más allá del Círculo Polar Antártico (aunque hay constancia fehaciente de que Scott también leyó en el transcurso de su fatal excursión al Polo Sur). Para el lector no hay fronteras que pongan límite a su pasión por los libros. Se puede leer, por supuesto, en la propia casa al reconfortante calor de la chimenea (si se es tan afortunado como para disponer de tan eficaz instrumento de animación a la lectura), sentado a la mesa de un café, en una biblioteca, en la escuela -¡cómo no!- o en el banco de un parque, pero también es posible abandonarse al placer indómito de la lectura:

bajo un Árbol en un Kiosko
en la Bañera en la Luna
en una Celda en Marte
en el Diván en las Nubes
en un Estadio en Ñeembucú
en la Funeraria en la Ópera
en la Gloria en una Plaza
en el Hospital bajo el Quitaguas
en la Inopia en la Rúa
en un Juicio hasta en la Sopa   —154→  
sobre una Tapia en Xiangtan
Urbi et orbe en la Yacija
en Velintonia en Zapatillas
en el Water (claro)

Veamos a dónde nos lleva toda esta digresión en un libro que se supone que trata de la animación a la lectura (de sobra sabemos ya que se puede leer en cualquier lugar donde sea factible la coincidencia favorable entre un libro y un lector, faltaría más). Pues bien, imaginemos -espero que no sea mucho imaginar- un grupo de niños o jóvenes con buena disposición hacia los libros, y supongamos que sea una clase o un grupo de lectura en una biblioteca, formado por gente dispuesta y participativa. A partir de tal premisa, se sugiere el siguiente juego que se pretende de imaginación y reflexión:

Propuesta primera: Tras la lectura del primer capítulo de Matilda (ese libro monumento al libro), se les pide que elaboren una lista de aquellos lugares comunes o insospechados, en los que de forma habitual o siquiera una sola vez, han leído algunas páginas de un libro (¡recuerda, introspecciona, haz memoria!). Recogidos los resultados, éstos se elaboran de un modo más o menos estadístico. Nos atrevemos a anticipar algunos resultados:

-En la cama, a la luz de una lámpara (y bajo las sábanas con auxilio de una linterna).

-En el retrete, cómodamente aposentados en la taza, el ejercicio intelectual como complemento del ejercicio de otras funciones fisiológicas.

-En medios de transporte: coche, tren, avión, autobús, calesa...

-En lugares tan convencionales como una biblioteca, la escuela, la propia mesa de estudio, el sillón de la sala, una silla en la cocina mientras comen, cenan, desayunan o meriendan (¿en la mesa no se lee?).

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-En otros lugares menos comunes como algunos apuntarán: la copa de un árbol o bajo su sombra, el desván de una vieja casa, una carbonera..., qué sé yo.

Por último, puesta en común y discusión.

Unicornio

Propuesta siguiente: realizar un inventario de espacios de lectura reales o imaginados, rutinarios o fantásticos, siguiendo, por ejemplo, el ejemplo anterior del abecedario (¡hala, a tirar de diccionario!). El resultado puede ser tanto más hilarante cuanto más delirante sea la capacidad inventiva de los chavales por descubrir ámbitos inéditos del acto lector.

Puesta en discusión común.

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Propuesta final: Rastrear en las propias lecturas en busca de leedores de ficción y sus lugares predilectos para encontrarse con un libro. Una pista: se puede empezar la investigación con algunas de estas obras (hay para todas las edades):

-El Quijote, de Cervantes.

-La historia interminable, de Michael Ende.

-Guillermo, un ratón de biblioteca, de Asun Balzola.

-Matilda, de Roald Dahl.

-Sopa de ratón, de Arnold Lobel.

-Julieta, Romeo y los ratones, de Mariasun Landa.

-El buen Rey Canuto, de Colin McNaugthon.

A lo largo del curso se puede ir confeccionando un registro partiendo de los textos procedentes de estos y otros libros en los que aparezca un personaje leyendo; textos que irán desde una sola frase a un párrafo o un capítulo entero. También se puede elaborar un gran mural con todas las ilustraciones que se encuentren de tales personajes enfrascados en la lectura, ya estén de pie, ya sentados, recostados, acostados o tumbados, ya en el fondo de un abismo o en el cráter de un volcán.

Todo esto puede ser un medio de que los chicos reflexionen de forma inopinada acerca del valor de leer. Este juego de rastreo por sus libros, tras la sombra de un lector, al final les puede llevar a la conclusión de que la lectura es un tesoro que se esconde precisamente allí donde, en cada momento, uno se encuentra: ubicua.



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ArribaAbajoVisita de autor

V

Al escuchar estas palabras, un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. Sin embargo, me contuve. Incluso tomé la resolución de poner buena cara. Únicamente los argumentos científicos podían detener al profesor Lidenbrock. Desde luego los había, y buenos, en contra de la posibilidad de semejante viaje. ¡Ir al centro de la tierra! ¡Qué locura! Reservé mi dialéctica para el momento oportuno y me ocupé de la comida.


J. Verne, Viaje al centro de la Tierra.                


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Vamos llegando al final de este laberinto y no podemos olvidar al protagonista de la literatura infantil y de toda literatura: al creador. Vamos a hablar de las Visitas de autores; nos referimos, por supuesto, tanto a escritores como a ilustradores, puesto que, sobre todo en las obras infantiles, ambos comparten la autoría de los libros. Cada uno de los dos tipos de artista (en algunos casos, coinciden en la misma persona) aporta un diferente punto de vista en el encuentro con los lectores, lo que habrá que tener en cuenta en su preparación y desarrollo.

En los últimos tiempos, esta actividad ha experimentado un considerable desarrollo alentada, sobre todo, por el interés de las editoriales que han descubierto en la puesta en circulación de los autores incluidos en sus catálogos un valioso filón comercial. Habrá, pues, que aprovechar la coincidencia de nuestro afán como animadores a la lectura y utilizar ese recurso que cada vez más se pone a nuestro alcance. Por tanto, como punto de partida de la organización de una visita de autor, hay que acudir a las editoriales en su demanda. Puede ocurrir, sin embargo, que el escritor o ilustrador que se nos ofrece no coincida con nuestros planes y que tengamos un interés muy concreto en un autor determinado. En ese caso es posible dirigirse directamente a él para solicitarle un encuentro. Ese primer paso se puede utilizar como una técnica de animación a la lectura en sí misma: los propios niños o jóvenes que van a participar en el encuentro, y que ya han leído alguno de sus libros, escriben la carta al autor, con lo que se establece un primer contacto motivador. Habrá que tener en cuenta que esta contratación directa   —160→   tiene un coste elevado, ya que hay que pagar viajes, estancia y la minuta correspondiente, por lo que varios colegios y bibliotecas pueden unir sus esfuerzos para rentabilizar los gastos de la visita. La dirección de un escritor o ilustrador es fácil de conseguir a través de su editor más habitual o recurriendo a organismos relacionados con el libro (por ejemplo, la Asociación Española del Libro Infantil y Juvenil, en Santiago Rusiñol, 8; 28040 Madrid). En cuanto a los destinatarios, no hay límite de edad: desde niños muy pequeños, 4 ó 5 años siempre que el autor haya hecho libros que ellos puedan leer o escuchar, hasta el público adulto.

Una vez acordada la fecha del acto, comienza la necesaria e imprescindible preparación. Es preciso, en primera instancia, ahondar en el conocimiento de la obra del autor que nos va a visitar. A tal fin, nos vale todo el repertorio de actividades de animación que se nos puedan ocurrir, algunas de las cuales se ofrecen en este mismo libro. Además de la obra, será interesante para los chavales conocer la persona del autor, por lo que se puede confeccionar una sucinta biografía a partir de los datos contenidos en las solapas de sus libros, en los catálogos de las editoriales y en las revistas especializadas. Finalmente llegamos a la elaboración del cuestionario. Esta fase debe cuidarse especialmente si queremos evitar las engorrosas repeticiones de la misma pregunta que la experiencia nos demuestra que a menudo se produce y que, más que la impertinencia de los niños, revela la improvisación con que se ha llevado a cabo la actividad. Puede ser conveniente enviar las preguntas al autor con antelación para que éste pueda preparar las respuestas.

Valiente

Y llega el día de la visita. El autor ya está aquí; los niños quedan fascinados por la presencia real del escritor o ilustrador cuyos libros tan bien conocen y de cuya vida manejan incluso algunos datos. Será importante que el encuentro se celebre en un lugar acogedor (en el caso de los colegios, a ser posible, lejos de las aulas), ambientado con los dibujos, carteles y demás trabajos elaborados en   —161→   la fase de preparación de la visita. En el local ha de haber una muestra de libros del autor de que se trate, debidamente expuestos con las portadas a la vista. El número de asistentes puede ir de los veinte o veinticinco de una clase (menos, sería una tertulia) a las audiencias numerosas que son habituales en las charlas de escritores para adultos. En todo caso, si se trata de niños y jóvenes es preferible que los grupos sean más bien   —162→   reducidos, con una disposición de las sillas en círculo que favorezca la comunicación y la eficacia de la actividad.

El ritmo y contenido del encuentro (máximo una hora, no conviene alargarse en exceso) quedan al criterio del autor y de sus propios recursos personales. Habitualmente, suelen comenzar con una referencia a su experiencia creadora, sus recuerdos infantiles y fragmentos de su obra, leída o contada, para dar paso al coloquio con el correspondiente bombardeo de preguntas que, inevitablemente, incluirá los consabidos ¿cuándo empezaste a escribir? o ¿qué libros leías de pequeño? Al final, el resultado del coloquio dependerá, a partes iguales, de su adecuada preparación y de la capacidad del autor para sugerir, encantar y conectar con el público infantil.

Es interesante que algunos de los asistentes se encarguen de redactar un reportaje periodístico del acto, con fotografías, para elaborar un dossier con destino a los fondos de la biblioteca, o un artículo para la revista del colegio, una copia de los cuales se puede enviar al autor junto con una carta de agradecimiento redactada por los propios chavales.

Una sugerencia: se podría confeccionar un regalo salido de las manos de los niños, como otro modo de agradecer la presencia del autor y vincular así al grupo con su persona; se me ocurre que sería perfecto entregar a Bernardo Atxaga una pequeña figura en barro o papel maché de una vaca, o a Asun Balzola una Munia recreada a la cera...

Se puede prolongar la eficacia de la visita a través de cartas que el grupo dirige a los autores colectivamente y que éstos, habitualmente, no tienen pereza en contestar. El simple intercambio epistolar, sin presencia física, es otro modo de mantener un encuentro fecundo con el autor de los libros preferidos por los niños.



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