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330

Biografía. Poesía completa (1958-1984), cit., p. 13.



 

331

Ibid.



 

332

«Apenas comenzado ese ejercicio de escritura, y como si la vida fuese -como a veces lo es- misteriosamente cómplice de los hombres, me sucedió una historia a la que creo que puedo denominar espléndida y terrible. Una historia de amor prohibido. Ese suceso (junto con sus antecedentes psicológicos y sus consecuencias vitales) fue tirando del libro, y lo que había empezado siendo un ejercicio de redacción, una aventura de humildad y de astucia poéticas, y la búsqueda de un tono expresivo, acabó siendo una larga metáfora de la nostalgia, la cólera y la desobediencia, un acto de gracias al sentido más misterioso, opulento y aterrador, el sentido del tacto, y un enfrentamiento contra los administradores y los censores del placer» (ibid., p. 14).



 

333

Ibid., p. 13.



 

334

El poema inicial del libro de Ángel González Áspero mundo (1956), que comienza con el verso «Para que yo me llame Ángel González», presenta también a un sujeto identificado netamente con el poeta, según lo denota la autonominación del primer verso, como último eslabón de una cadena que ha ido formándose al discurrir de los siglos y las generaciones: «Para que yo me llame Ángel González, / para que mi ser pese sobre el suelo, / fue necesario un ancho espacio / y un largo tiempo: / hombres de todo mar y toda tierra, / fértiles vientres de mujer, y cuerpos / y más cuerpos, fundiéndose incesantes / en otro cuerpo nuevo. / Solsticios y equinoccios alumbraron / con su cambiante luz, su vario cielo, / el viaje milenario de mi carne / trepando por los siglos y los huesos»... Como en el caso de Félix Grande, hay un afán de situar una individualidad irrestricta en una serie histórica acumulativa que, en cierto sentido, deshace el dilema planteado en las inacabables discusiones en torno a la primacía de lo personal o lo colectivo durante la dominación del socialrealismo.



 

335

El verso «Cae la primera bomba nuclear» está precedido por otros que recogen una estampa circular: un tirano prehistórico contempla a un niño que mama en la teta de su madre «para esperar a su propio asesino». El tiempo de la inocencia es tiempo de espera para derrocar y para ser derrocado. Los sillares de la historia propician una lectura no sólo en sucesión sin en concatenación de hechos -aunque falten los marcadores gramaticales que pudieran indicarlo irrebatiblemente-, de manera que la bomba nuclear se oye como resultado y quintaesencia de la crueldad previa y universal.



 

336

Doctora en Filología Hispánica. Su actividad investigadora se ha centrado en el estudio de la temática urbana en la literatura peruana y, en concreto, en la obra del escritor peruano Julio Ramón Ribeyro. Ha dedicado diversos artículos críticos a la obra de este autor, y se encuentran en proceso de edición dos libros sobre los temas señalados. En la actualidad desarrolla un proyecto de investigación sobre la obra americanista de Rafael Altamira y las relaciones culturales entre España y América durante las primeras décadas del siglo XX.



 

337

Véase Julio César Chaves, Unamuno y América, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1970.



 

338

Miguel de Unamuno, «Don Quijote y Bolívar», en Obras selectas, Madrid, Editorial Biblioteca Nueva, 1986, p. 908.



 

339

Adua es la ciudad de Etiopía en la que el ejército etíope, comandado por Menelik II, derrotó en 1896 a los italianos, al mando del general Barattieri.