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América sin nombre

Revisiones de la literatura paraguaya

N.º 4, diciembre de 2002

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José Carlos Rovira


Mar Langa y José Vicente Peiró me propusieron hace poco más de un año que dedicáramos un número de esta revista a la literatura paraguaya. Los dos forman parte de la Unidad de investigación de la que esta revista, América sin nombre, es portavoz, y los dos son doctores cuyas tesis versaron sobre autores, novelas y movimientos de la literatura contemporánea en aquel país, habiendo tenido yo la fortuna, como director en un caso y juzgador en otro, de no haber estado lejos de las mismas. Con Peiró tuve además la satisfacción de colaborar, aunque fuera mínimamente, en la creación de un «Portal de Literatura paraguaya» en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes de la Universidad de Alicante.

La propuesta que me hicieron adquiere su sentido cuando un número importante de especialistas, críticos y creadores de varias geografías, pero principalmente del país al que nos dedicamos esta vez, dinamizan en estas páginas lo que con seguridad es una nueva visión de aspectos de la literatura contemporánea en Paraguay.

Como lector, e incluso una vez como viajero, he tenido una inquietud extraña ante ese país, del que durante muchos años tuve las mínimas coordenadas vivenciales y culturales: una vez conocí el alto significado cultural de Rafael Barrett y El dolor paraguayo (incluso la polémica que el dolor creaba frente al «idilismo paraguayo» que el español Martín de Goycoechea Menéndez sustentaba allí a fines del siglo XIX); otra vez, en un tiempo imprescindible, conocí ampliamente la obra y la persona del más universal de sus escritores, Augusto Roa Bastos, que ha oscurecido involuntariamente con su preeminencia literaria la visión que desde Europa podíamos tener sobre un tiempo difícil en el que otros escritores, entre dictaduras interminables y miserias sociales inacabadas, escribían, publicaban, intentaban ver la luz; hace algunos años conocí y leí a una de sus figuras poéticas más sobresalientes, Elvio Romero, con el que algún tiempo hernandiano y algunos encuentros en Alicante o Buenos Aires marcaron un sello indeleble de aprecio y amistad. Y leíamos inevitablemente algo de Josefina Plá, y algo de Hérib Campos Cervera, y luego, un poco más tarde, por indicación ya de los coordinadores de este número, a Gabriel Casaccia, a Guido Rodríguez Alcalá, a Renée Ferrer, a Raquel Saguier, a Rubén Bareiro... hasta empezar a   —4→   descubrir -nos lo revelan sobre todo las páginas que siguen- una literatura que, probablemente en la reinterpretación de la propia historia y la propia cultura, está adquiriendo un nivel de igualdad con las otras literaturas que son exponentes universales de América Latina.

Las sensaciones de un viajero en Paraguay allá por 1995, cuando el país empezaba a salir de la violenta y larguísima dictadura de Stroessner (de la que no acaba todavía de salir aunque no esté el dictador), son de caminos de tierra interminables por el desierto de El Chaco para llegar a la colonia Boquerón y realizar un vídeo, de búsquedas de ingenios azucareros y de pueblos perdidos como Iturbe, de encuentros con amigos en la noche de Asunción, con su tristeza y su risa superviviente.

Nos gustaría que América sin nombre sirviera esta vez para testificar una verdad y ser útil a la misma: la desdichada historia contemporánea, el mercado cultural y la pobreza social no nos deben hacer perder de vista que en Paraguay existe una gran literatura. Y ésa es la evidencia de las páginas que honran hoy a esta revista.



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