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ArribaAbajo La trayectoria de los jóvenes lectores por los espacios literarios

Nieves Martín Rogero14


El objeto literario no es sino una extraña peonza que tiene existencia tan sólo en movimiento. Para hacerlo surgir es necesario un acto concreto que se denomina lectura [...] Fuera de ese acto hay tan sólo trazos negros sobre un trozo de papel.15



La concepción de la literatura como un proceso de comunicación -por supuesto especial- fundamentado en la lectura implica tener en cuenta las peculiaridades de los distintos grupos de receptores si se quiere asegurar la comprensión que garantiza todo acto de comunicación. Entendida, a su vez, la lectura como «un proceso de comunicación lingüística que se establece entre un texto (cuyo rol equivale al del hablante) y un lector (cuyo rol equivale al del oyente)»16, los planteamientos actuales ponen el acento en los aspectos contextuales y los condicionamientos psicosociales que rodean al emisor y al receptor; de ahí que la clave de su aprendizaje se sitúe en la captación global de significados y vaya más allá del mero desciframiento de los caracteres impresos. La maduración tanto lingüística como lectora se ha de basar, por tanto, en la adquisición de valores plurifuncionales en el uso del lenguaje, que también han de ser perceptibles en los textos escritos.

Por otro lado, el papel del lector en el desentrañamiento del hecho artístico también se destaca en enfoques como la teoría de la recepción. Pero intentar explicar la reacción que suscita la lectura -si el lector se encuentra a sí   —46→   mismo y, además, es capaz de aprender algo fuera de sí- interesa especialmente a la didáctica de la literatura y sustenta todas aquellas actuaciones encaminadas a desarrollar el hábito lector. Si la competencia comunicativa del receptor -el aprendizaje y el uso de la lengua en situación- resulta decisiva para la comprensión del discurso, los marcos de experiencia previa, tanto literaria como del mundo, en el caso del lector, determinan la asimilación y el disfrute de las obras literarias.

Estos marcos suponen ver cumplidas, cuando se abre un libro, unas expectativas en relación con los propios intereses, deseos y necesidades; expectativas siempre condicionadas por las circunstancias sociales y específicas de cada grupo de lectores. En el caso de los más jóvenes quedaría, pues, justificado un enfoque psicosociológico para determinar su acceso a los textos, textos en su gran mayoría que, por el hecho de tenerlos como destinatarios, reciben el nombre de literatura infantil y juvenil.


Niveles de lectura o de recepción de los textos literarios

Resulta conveniente, aunque difícil y a veces arbitrario, fijar unos niveles de lectura en correspondencia con las distintas etapas del desarrollo psicoevolutivo. Hemos de ser conscientes de que no siempre existe una adecuación perfecta, y a que distintas variables favorecen la adquisición de estos niveles a diferentes edades, e incluso la falta de acceso a algunos por las personas adultas. Por ello, y con el ánimo de contribuir a aclarar la cuestión, a continuación se esbozan las siguientes etapas lectoras:

Un primer nivel prelector en el que los más pequeños, no aprendida todavía la técnica de descifrar esos trazos negros sobre el papel a los que aludía Sartre, empiezan a intuir que tras ellos se oculta un misterio. Bruno Bettelheim, e n su obra ya clásica Aprender a leer insiste en que lo que motiva al niño es creer que la lectura «abrirá ante él un mundo de experiencias maravillosas, le permitirá despojarse de su ignorancia, comprender el mundo y ser dueño de su destino»17. Por esta razón se podría sugerir que, en esta edad, los buenos libros, más que ayudar a padres y educadores a enseñar a leer a los pequeños, deben despertar su interés para querer hacerlo.

 
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Il. de Teo Puebla para La princesa y el pirata, de Alfredo Gómez Cerdá (Méjico: Fondo de Cultura Económica, 1991).

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Un segundo nivel lector habría que situarlo en la etapa en que, adquirida ya la técnica, se necesita afianzarla. Los pequeños debutantes necesitan desarrollar sus habilidades lectoras al mismo tiempo que crece la comprensión del entorno circundante y de sí mismos. Las lecturas que se les ofrecen deben presentar un vocabulario sencillo, preciso y variado, así como una sintaxis de complejidad progresiva. Otros factores externos, como el número de páginas, la tipografía o la fuerza expresiva de las ilustraciones, van a resultar decisivos para la captación del sentido. Pero, sobre todo, es importante que, por encima de la comprensión lingüística, empiecen a asociar la causa y el efecto y a sentirse identificados con los personajes y con sus acciones. Sólo si el universo ficticio conecta con su esfera personal, van a sentirse implicados en el proceso de la lectura.

La adquisición del tercer nivel supone la asunción de la lectura como una afición elegida libremente. Lo más destacado en él es el placer que experimenta el lector: la historia es sencilla y lo va envolviendo poco a poco; por ello no se desanima ante la gran cantidad de palabras que aparecen ante sus ojos y no siente la tentación de pasar la página para descubrir lo que va a ocurrir después. Durante el momento que dura la lectura el lector vive dentro de una realidad ilusoria en la que se implica de modo inconsciente.

La satisfacción de «perderse» dentro de una historia sin reflexionar demasiado sobre lo leído es experimentada también por muchos adultos. En general, los libros que permiten esta rápida identificación adolecen de temas estereotipados. Pero, a pesar de que los finales y las situaciones esbozadas son predecibles, los lectores pueden experimentar una satisfacción emocional e intelectual, al sentirse orgullosos de haber concluido con éxito la lectura. Estos libros pueden servir, por tanto, de puente para la comprensión de otros que requieran una mayor intuición al no reproducir esquemas previos. Es curioso comprobar cómo algunos niños que parecen conformes con la repetición de tramas y personajes pasan a considerarlos infantiles e inverosímiles a medida que van creciendo. También lo es apreciar fenómenos inversos de regresión, como queda de manifiesto en la opinión de una adolescente de quince años: «Yo disfruto de la lectura de Enyd Blyton antes de los exámenes porque no hay que pensar mucho»18.

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En el cuarto nivel de lectura los lectores empiezan a desarrollar su sentido crítico sobre la literatura. Desean un enfoque más real -o verosímil- y no se conforman con los estereotipos. Prefieren que las acciones de los protagonistas -entre los cuales se incluyen también antihéroes- respondan a motivos más humanos, ya que ahora leen para encontrarse a sí mismos y el lugar que ocupan en la sociedad. Generalmente, este nivel coincide con el paso de la infancia a la adolescencia.

El quinto nivel responde al desarrollo intelectual, físico y emotivo que caracteriza la adolescencia. Los lectores se aventuran más allá de ellos mismos e intentan comprender la sociedad que les rodea. Por ello tienen tanto éxito las novelas «problema», aunque se continúe con las historias fantásticas o de ciencia ficción. La función de estas últimas puede ser simplemente evasiva, volviendo así al tercer nivel, o provocar la reflexión a partir de conflictos desarrollados en un mundo imaginario.

El sexto nivel es el que conlleva más esfuerzo, ya que los lectores han de captar el valor estético de la obra y fijarse en el lenguaje. Se trata de descubrir cómo una determinada disposición de los contenidos puede influir en la configuración del sentido global de la obra y al mismo tiempo emocionarnos.

A propósito de los niveles descritos, debe ser deducido que cada uno se asienta sobre la base del anterior. Esto significa que, si se salta o se pierde una etapa, se tendrán dificultades para alcanzar las siguientes. Padres y profesores deberían tener presente este hecho a la hora de sugerir las lecturas a niños y adolescentes si pretenden su disfrute. Por último, sólo insistir en que cada nivel puede ser adscrito a una edad ideal, pero hay que tener en cuenta que fuertes condicionamientos sociales, además de psicológicos, influyen en el desarrollo lector.




Circunstancias sociales presentes en la recepción

Ha llegado el momento de preguntarnos por las circunstancias sociales que determinan la recepción de los más jóvenes. Entendido el hecho literario como «una organización mercantil que comprende una producción, un mercado y un consumo»19, nos encontramos, en primer lugar, que el producto -los libros para niños- es el resultado de un proyecto creador y de una selección   —50→   mediada por filtros económicos y culturales llevados a cabo por personas adultas. En cuanto al mercado, también presenta sus peculiaridades, al convertirse las escuelas en uno de los principales puntos de distribución. Pero hay que tener cuidado con esta concepción del lector como mero consumidor de bienes culturales que le llegan desde el exterior, ya que difícilmente va a permitir la búsqueda de algo nuevo o de la experimentación.

Desde las instituciones educativas, las bibliotecas o las propias familias, debe fomentarse la interacción del lector con el libro para que éste adopte un papel participativo y crítico dentro de la estructura social y cultural en la que se encuentra inmerso. Según Robert Escarpit la exigencia de diálogo «existe en todos los campos en que la comunicación interviene, pero resulta especialmente imperiosa en el caso de la comunicación literaria, que es la más individualizada de todas las formas de comunicación posible, puesto que el lector, en el acto de leer, se encuentra necesariamente solo ante el autor»20.

El adulto ha de convertirse entonces en guía que acompaña al principiante en el camino y le ayuda a salvar los obstáculos en la travesía de los espacios literarios. El sistema educativo, principal responsable en los primeros niveles de recepción, no debería olvidar que, en la adquisición de los subsiguientes, el lector necesita experimentar placer, si se pretende que la práctica de la lectura se convierta en una afición. Por ello, las actuaciones denominadas de animación a la lectura programadas con este fin han de potenciar la competencia textual y salvar la distancia que a veces se establece entre las expectativas del lector y el territorio, a menudo extraño, de la literatura.

El hecho literario adquiere una dimensión histórica por constituirse en reflejo y revertir, al mismo tiempo, en la sociedad. En el caso de la literatura infantil y juvenil el destinatario influye de alguna manera en la elección del tema, la organización técnica y el estilo. Adopta así una categoría mediadora entre la literatura y la sociedad al participar del proyecto del autor, formar parte del contexto en el que se gesta la obra, e integrar sus experiencias literarias, ganadas a partir de la lectura, en su propio crecimiento como ser social.

 
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Il. de Teo Puebla para La princesa y el pirata, de Alfredo Gómez Cerdá (Méjico: Fondo de Cultura Económica, 1991).

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Un ejemplo de competencia textual: análisis de distintos niveles de lectura en La princesa y el pirata.

No quisiera concluir esta breve exposición sin contrastar, mediante el análisis de algún texto, las apreciaciones realizadas sobre el acto de la lectura y el comportamiento de los lectores. La razón de elegir el cuento de Alfredo Gómez Cerdá y Teo Puebla responde a sus distintas posibilidades de lectura, característica que creo determinante en la calidad literaria de una obra.

En el relato se juega con los estereotipos de los cuentos de hadas, narraciones propias de los primeros niveles al brindar al niño pequeño la posibilidad de ver cumplidos sus sueños de omnipotencia infantil. Pero enseguida el lector percibe que se encuentra ante otro tipo de lectura. El lenguaje de la imagen, esencial en las etapas prelectoras, contribuye a configurar aquí el significado global del texto; las ilustraciones explicitan un punto de vista irónico al romper con la apariencia de algunos personajes -rasgo pertinente en su caracterización-, como es el caso del príncipe nada apuesto que busca a Cenicienta. Otros aspectos referidos a sus sentimientos son asimismo ridiculizados por medio de la palabra: el amor incondicional que gozan las princesas por parte de sus pretendientes se torna en infidelidad, e incluso en abandono.

El texto plantea, pues, una distancia frente a las expectativas del lector. Para vencer esta distancia éste necesita una cierta maduración y una experiencia previa que le permita percibir los cambios efectuados en el modelo y su sentido. No obstante, al margen de esta ruptura de los estereotipos, la narración podía haber adoptado un final feliz, al estilo de muchas historias románticas en las que triunfa el amor, pero el desenlace plantea un interrogante al lector. La princesa, después de rechazar a los príncipes infieles y un poco mezquinos escapados de otros cuentos, decide marchar con un viejo capitán pirata y recorrer los mares en busca de su propio destino.

El final cerrado de los cuentos de hadas, que casi siempre remite al matrimonio porque aporta estabilidad a los niños pequeños, queda truncado al optar la protagonista por lanzarse a lo desconocido y la aventura, metas más próximas a la adolescencia. Se produce así el paso del tercer nivel de lectura, caracterizado por su función evasiva, al cuarto y al quinto, donde ya es posible el encuentro con uno mismo y la crítica de la sociedad de la que formamos   —53→   parte. El lector debe sacar sus propias conclusiones sobre el simbolismo de las palabras finales del cuento:

La princesa Filomena agarró la botella por el gollete y la empinó sobre su boca. Bebió un largo trago, hasta que el fuego de ese líquido endiablado le quemó la garganta.

-Será una larga travesía -comentó el capitán pirata.

-Eso espero -respondió la princesa Filomena21.



La princesa opta por vivir dentro de la realidad, por muy dura que sea, y rechaza permanecer encerrada en una quimera de marfil y plata. A partir de esta metáfora final el lector puede captar el poder evocador del lenguaje, que siempre va más allá del significado literal. Se llegaría así a la apreciación estética que requiere el sexto nivel, objetivo ulterior de la recepción literaria, en el cual se integraría -en este caso- el valor artístico de las ilustraciones.

Pero ésta no sería la última de las lecturas porque, después de cerrar el libro, el lector tiene la oportunidad de reinventar o profundizar en los itinerarios recorridos y de responder al interrogante que plantea el desenlace. El discurso entonces adopta el carácter de diálogo y se garantiza el hecho comunicativo. Ello significa que el lector va conquistando progresivamente los espacios literarios.