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ArribaAbajoViaje a la Literatura Infantil Universal


ArribaAbajo ¿Olvido o rechazo? Lisa Tetzner en España

Amalia Bermejo19


En el año 1961 apareció en España la primera y única edición de Los hermanos negros, una novela en dos volúmenes de la escritora alemana, de nacionalidad suiza, Lisa Tetzner, que la Editorial Noguer publicaba en su colección «Mundo mágico». Doce años más tarde, en 1973, ese número dos de la colección se descatalogaba y se sustituía por El ratón Manx, de Paul Gallico. En resumen, ésta es la historia de la obra de Lisa Tetzner en España, la historia de un fracaso cuyas causas habría que analizar. Seguramente nos faltan datos y, después de los años transcurridos, sería difícil dar con ellos. Pero vamos a tratar de saber un poco más sobre el libro y su autora, sobre sus otros libros también, para acercarnos en la medida de lo posible a las razones de este olvido, de este fracaso o de este rechazo por parte del público.

Lisa Tetzner, considerada en Alemania como precursora de la literatura juvenil antifascista por su obra en nueve tomos Die Kinder aus Nr. 67 (Los niños del nº 67), nació en 1894 en Zittau. Ya en su niñez sufrió las consecuencias de una tuberculosis, que la ataron a una silla de ruedas durante mucho tiempo. Con voluntad de hierro, logró vencer los impedimentos físicos y recorrió, durante algunos años, los pueblos y ciudades del centro y sur de Alemania contando cuentos. Años después, Hermann Hesse la consideraba «la mejor narradora de cuentos de Alemania». En 1924 se casa con Kurt Kläber, obrero y escritor también, y con él se establece en Berlín, donde dirigiría los programas infantiles en la radio y comenzaría a escribir, al mismo tiempo que pronunciaba conferencias en numerosos puntos del país y fuera de él.

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En sus primeros libros para la juventud incorpora todavía elementos del cuento, punto de partida de todo su quehacer y al que siempre volvería. Esos elementos se mezclan con la descripción de la realidad social en libros como por ejemplo Hans Urian (1929), pero pronto renuncia a esas tentativas y prescinde de elementos fantásticos para entrar en los problemas políticos y sociales más directamente que otros de sus contemporáneos, como Erich Kästner.

En 1933 acompaña a su marido al exilio y fijan su residencia en Carona, cerca de Lugano. Son años difíciles, en los que atraviesan penurias económicas y en los que la colaboración con su marido es cada vez más fuerte, hasta el punto de que algunos de sus libros son probablemente obra de ambos. En esta época es cuando escribe y publica en Suiza sus libros más importantes. Los niños del nº 67, que subtitula «Una odisea infantil», narra los sufrimientos de los niños de Europa durante la 2ª Guerra Mundial, partiendo de un patio interior de una casa de Berlín. Es seguramente la única autora que trata de reflejar en un libro juvenil los acontecimientos entonces actuales, de una forma realista y con tendencia pacifista. Los libros aparecieron ya durante la contienda y son más una serie que una obra en varios volúmenes; no han sido traducidos en España.

La historia de Los hermanos negros se basa en una antigua crónica, como nos informa la autora en un breve prólogo. Calificada de «folletinesca» en una reseña bibliográfica española de los años sesenta, nos cuenta cómo los niños de algunas aldeas suizas de la montaña de Tesino eran vendidos por sus propios padres, a mediados del pasado siglo, a comerciantes desaprensivos de Milán que los utilizaban como deshollinadores, verdaderas escobas humanas, que tenían que permanecer escuálidos para introducirse por las chimeneas y a veces morían asfixiados, o consumidos por las enfermedades y la desnutrición. La crónica se titulaba Pequeños esclavos suizos y sus «experiencias y aventuras son tan extraordinarias, emocionantes y enternecedoras al mismo tiempo», que la autora creyó que «valía la pena contarlas con todo detalle».

Contada así, puede parecer folletinesca, en efecto, pero de la mano de Lisa Tetzner, la novela se convierte en un relato veraz y conmovedor, cuyos preliminares presentan la vida familiar de Giorgio, el protagonista, sus amigos

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Il. de Theo Glinz para Los hermanos negros, de Lisa Tetzner (Barcelona: Noguer, 1961, vol. 2, p. 142).

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y el maravilloso paisaje suizo que el chico debe abandonar y que la autora acierta a describir, transmitiendo una sensación de sosiego que contrasta con los posteriores escenarios urbanos.

La narradora Lisa Tetzner no da recetas, no reprende, la moral descansa en la propia acción, que impresiona por su forma de contar, por su realismo: «...cada palabra es precisa, certera en el reflejo de una realidad única», opina Anneliese Bodensohn. En una nota conmemorativa del centenario de su nacimiento, una revista alemana afirma que algunos de sus libros se cuentan hoy entre los clásicos de la literatura infantil. Parece estar de moda el llamar clásico a todo libro de cierta calidad que ha cumplido cincuenta o más años desde su publicación. En todo caso sería un clásico casi desconocido, ya que los libros no han tenido demasiada difusión tampoco en Alemania, a pesar de haberse llevado al cine, y sigue siendo una editorial suiza (Sauerländer) la que los publica. Las razones de esa falta de difusión podrían ser simplemente el tema -en el caso de Los niños del nº 67- y el momento de su publicación.

En España, adonde queríamos ir a parar, la novela pasó desapercibida al parecer. Pueden existir causas de todo tipo, pero no resulta difícil suponer que si los lectores, y sobre todo las lectoras, se conmovían hasta las lágrimas en algunos pasajes, si releían las aventuras y desventuras de la banda de «hermanos negros», se alegraban con el final feliz y se entusiasmaban con el bucólico entorno, y me consta que lo hacían, ese fracaso sólo puede ser atribuible a esos mediadores que consideran al niño un estúpido o creen que hay que apartarlo de todo lo que no sea simple y agradable, que «en los libros infantiles no puede aparecer la pobreza, ni la desgracia, ni la muerte», en palabras de Antonio Muñoz Molina («Cervantes light», El País, 29-5-1996). En este caso no podemos atribuir la responsabilidad a un editor, muy al contrario, pero una vez en la calle, el libro pasa demasiadas pruebas antes de llegar a las manos de un niño. Pruebas que pueden no ser las que uno ingenuamente supone, como sería la de leer el libro y juzgarlo bueno o malo, que a primera vista parece la más fácil. Pero el maestro, bibliotecario o padre (léase si se quiere maestra, bibliotecaria o madre), busca en ocasiones otras pruebas. Quién lo ha leído, quién lo recomienda, qué actividades se pueden llevar a cabo con él, etc., y una prueba capital, la extensión del texto. No hay que cansar a los niños, por lo visto. Es mejor suministrarles libros pequeños, cien páginas o ciento cincuenta a lo sumo,

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Il. de Theo Glinz para Los hermanos negros, de Lisa Tetzner (Barcelona: Noguer, 1961, vol. 2, p. 47).

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que no le asusten ya desde un principio. Y, para no cansarlos, no leemos el libro y tampoco nos cansamos. Con sinceridad, yo atribuyo el rechazo directamente a las casi quinientas páginas del texto. Es una lástima, porque quizá sea un libro irrecuperable. Escrito en 1940-1941, publicado en España veinte años más tarde, no tuvo la acogida que en mi opinión merecía. Quizá en los años ochenta se le hubiera dedicado más atención, entre el aluvión de «literatura comprometida», o en los noventa, con el desarrollo de la novela histórica. Está claro que no era su momento. Y, a lo peor, ese momento se haya perdido definitivamente.