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Boletín (Asociación Española de Amigos del Libro Infantil y Juvenil)

Año X, núm. 19, enero-abril 1992

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ArribaAbajo Lecturas retrospectivas recuerdos de las lecturas de infancia en biografías, memorias y ensayos

Kari Skjonsberg


En su introducción a La misión del lector1, Umberto Eco observa que, en el proceso de comunicación, el texto, con frecuencia, es interpretado contrariamente a los códigos que rigen en el entorno, diferentes a los que el autor tiene en mente. Nadie puede decir qué sucede cuando el lector actual difiere del lector medio, el resultado pudiera ser una descodificación «aberrante».

Probablemente no existe grupo como el de los niños para interpretar la literatura de un modo «aberrante». Ellos se ríen cuando pensamos que tienen que horrorizarse, y lloran cuando a nosotros nos parece divertido. Pocos autores son capaces de comprender las reacciones de los niños y convertirlos en lectores modelo, como en el caso del recientemente fallecido Roald Dahl, cuyos libros, como George's Marvellous Medicine, The BFG, The Witches and Mathilda, a los adultos les parecen, a menudo, horribles y repulsivos, mientras que a los niños les encantan.

En este caso existe una armonía entre el lector y el escritor, para desconcierto de los adultos. Pero, en otras ocasiones, los niños leen libros de modo que ni el propio autor ni los adultos lo hubieran imaginado.

A los niños les basta su propia imaginación para leer los libros, y pueden imaginar historias que ni siquiera el propio autor hubiera pensado. Éstos son hechos muy conocidos, aunque difíciles de deducir, porque los niños raramente son cap aces de explicar con claridad sus experiencias, incluso cuando son conscientes de la clase de proceso que está teniendo lugar. Y mucho más difícil es la cuestión de comprobar el impacto de la lectura.

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Una manera de enfocar el problema es ver lo que los adultos recuerdan de sus primeras lecturas, y aquí sí que tenemos un material muy rico a nuestra disposición, ya que muchos escritores, cuando escriben sus memorias, gustan de recordar los libros que leían en su infancia. Leyendo diferentes biografías, y otra clase de documentos en que las lecturas infantiles se recuerdan, encontramos un material muy interesante. Sin embargo, es necesario tener en cuenta que no sólo la memoria puede tergiversar, sino que el escritor no siempre dice la verdad. A continuación vamos a ver lo que dicen autores muy conocidos acerca de sus lecturas infantiles.

La escritora sueca Selma Lagerlof, que fue la primera mujer a la que se concedió el Premio Nobel en 1909, creció en una casa donde los clásicos suecos, tanto como Hans Christian Andersen, Shakespeare, Schiller y Cervantes eran leídos en voz alta en el círculo familiar. Por su parte, ella leía a Walter Scott y otras novelas históricas, y libros de Cooper, Marryat y Jules Verne, una selección representativa de lo que leían los niños de su misma clase en el siglo XIX. Pero fue sólo después de leer un autor diferente, cuando Selma tenía 7 u 8 años, cuando decidió

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Selma Lagerlof. 1924

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convertirse en autora. El libro tan decisivo fue Oceola de Mayne Reid, y Selma Lagerlof describe la impresión que le hizo: «Fue un mundo nuevo el que descubrí. Toda la riqueza del mundo, por primera vez, se me descubrió. El amor, las acciones heroicas, la belleza, la gente noble, los villanos abominables, los peligros y los placeres, el éxito y el fracaso. Y sobre todo una serie de acontecimientos artísticamente compuestos y llenos de suspense y expectativas2.

Mayne Reid era un escritor profesional de literatura de masas, en aquel tiempo enormemente popular entre los jóvenes, pero ahora totalmente olvidado. Cuando Selma Lagerlof, mucho después, compró el libro en una librería y lo volvió a leer, tuvo una gran desilusión, pues vio que era vulgar, mal traducido, anticuado y artificial. Por lo que respecta al contenido, los libros de Mayne Reid han sido escritos como chorreando sangre, y los héroes lo mismo matan animales que matan hombres, a excepción de mujeres y niños. Esto está muy alejado de lo que solemos asociar con las obras de Selma Lagerlof, aunque: «el amor y las acciones heroicas, la belleza, la gente noble, los villanos abominables, los peligros y placeres, el éxito y el fracaso» no son ingredientes desconocidos de algunas de sus novelas.

La magia de Oceola perduró en la imaginación de Selma Lagerlof hasta que volvió a releerlo, después no sólo lo desterró de su mente, sino que prescindió de cualquier referencia a él en su autobiografía.

Otro gran escritor tuvo más suerte cuando se acercó a la biblioteca del príncipe de Guermantes y vio François le Champi, de George Sand, un libro que recordaba haber leído en su pequeño dormitorio. La vista del libro le hizo revivir su propia infancia, pero, aunque conservaba el mismo ejemplar que le regalaron en su cumpleaños, no volvió a mirarlo: «J'aurais trop peur d'y inserer peu a peu de mes impressions d'aujourd'hui couvrant completement celle d'autrefois»3. No voy a seguir describiendo otros pensamientos asociativos que se le presentaron a Marcel Proust a la vista de François le Champi, pero no hay duda alguna de que él recordaba todas las circunstancias referentes a este libro.

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La huella de las lecturas infantiles hasta sus últimas obras son fáciles de seguir en la escritora noruega Sigrid Undset4, la segunda mujer que obtuvo el Premio Nobel. Cuando leyó el libro que ella consideraba capital en su vida, tenía aproximadamente diez años y era una lectora incansable. Estando con sus abuelos durante las vacaciones estivales, el escribiente de su abuelo un día le dejó Njalar, the icelandic saga of Njal, diciéndole que probablemente era muy pequeña para entenderlo.

Esta indicación fue como un reto y la hizo persistir en la lectura, y, aunque al principio fue una tarea dura, pronto quedó absorbida por la historia de la vieja Islandia, olvidándose de la recogida de avena y de la visita a la ciudad que le había prometido a su abuela. Lo único que deseaba era quedarse sola con aquel libro que le abría un mundo nuevo y maravillosamente real.

Sigrid fue enormemente atraída por Sharphedin con sus cabellos negros y su pálida faz, con sus bellos ojos y su fea boca, un hombre temerario y sorprendente, muy valiente y con un vago resentimiento contra la vida. Era, por supuesto, según dijo, muy

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Marcel Proust, en 1892

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difícil para una niña pequeña comprender el genio del escritor de la saga al escribir la mente complicada de un hombre destinado a tener mala suerte. Pero la niña, escondida entre los arbustos fragantes del verano, temblaba de premoniciones al sentir lo que une el destino de una mujer adulta con los geniales inadaptados y neuróticos.

Lo más interesante de la fascinación que ejercía Sharphedin en la pequeña Sigrid es que él no era el protagonista de la saga, y aquí podemos muy bien conocer la actitud de la escritora frente al texto, porque Njalar es una saga muy leída en las escuelas noruegas. Poca gente, creo yo, recuerda algo de Sharphedin, excepto el nombre, porque el verdadero héroe, Gunnar de Lidarende, es el que hace una profunda impresión, porque es el hombre que ama la paz y se ve obligado a matar, y su mujer, la vengadora Hallgerd, es probablemente la mujer más conocida y menos amada de la saga. El amigo de Gunnar, el epónimo Njal, sobresale como un hombre que ama la paz en un tiempo en que los feudos sangrientos eran parte de la vida diaria. En contraste con su padre, Sharphedin, el hijo mayor de Njal, y sus tres hermanos parecen pasar la mayor parte de su tiempo matando enemigos.

A excepción de sus bellos ojos y de su fea boca, es muy difícil reconocer a Sharphedin, el de la saga, en la descripción que Sigrid Undset hizo de él, escrita cuando ella era una mujer madura, de fama internacional, en el exilio de América durante la Segunda Guerra Mundial. Y, aunque el recuerdo de Sharphedin esté oculto en el fondo de algunos caracteres masculinos de sus novelas, tiene el sentimiento de que la saga islandesa le abrió un nuevo mundo, quedando convencida de que aquélla era la clase de obra en la que ella había encontrado inspiración para sus grandes novelas de la Edad Media. Es posible que haya algo de Hallgerd en su personaje más conocido, Kristin Lavrandsdaughter.

No es frecuente, como Sigrid Undset, recordar la impresión que le hizo un gran clásico. Jean-Paul Sartre leía a los clásicos franceses y alemanes a una edad muy temprana. Pocos escritores han dado una relación tan detallada de las lecturas de su infancia como Sartre. No iba en busca de nidos, como otros niños, ni cogía   —9→   plantas o tiraba piedras a los pájaros: «Mais les livres ont été mes oiseaux et mes nids, mes bêtes domestiques, mon étable et ma campagne». No cabe duda de que no entendía mucho de lo que encontraba en las estanterías de la biblioteca de su abuelo, pero eso los hacía más atractivos. No siempre leía por placer, por lo menos así lo fingía; cuando oía abrirse la puerta de la biblioteca, daba un salto, extendía los brazos y cogía el pesado volumen de Corneille, y quedaba muy satisfecho al oír que alguien susurraba: «Mais c'est qu'il aime Corneille!».

El niño crecía como una flor de estufa: «seul au milieu des adultes, j'etait un adulte en miniature, et j'avais des lectures adultes». Pero tomando parte en la comedia tuvo una influencia formativa: «La comedie de la culture, a la longue, me cultivait».

Después de veinte páginas recordando sus lecturas, de pronto exclama: «Je faisais pourtant de vraies lectures». Y la verdadera literatura se la proporcionaban en secreto su madre y su abuela, a las que disgustaba su precocidad. Comenzó con el periódico Cri-cri, L'épatant, etc.... y a partir de ahí estuvo por completo absorbido por los héroes de estos periódicos más que por sus amigos Rabelais y Vigny.

La madre de Jean-Paul comenzó a buscar libros que le devolviesen su infancia perdida y le proporcionó los libros escritos por los escritores que generalmente leían los niños y los mayores de aquella época: Cooper, Dickens, Dumas. Pero, sobre todo, él adoraba la Collection Hetzel, que fue su primer encuentro con la Belleza: «Quand je les ovrais j'oubliais tout: etait -ce lire? Non, mais mourir d'extase».

En estos libros y periódicos el niño encontró lo que los grandes clásicos no le hubieran dado nunca: fe en el progreso. Al final el mal siempre era vencido y los héroes eran premiados, y ésta era la fuente de su más fantástica visión: el optimismo5.

El testimonio de Jean-Paul Sartre confirma la opinión de Graham Greene: «La influencia de los primeros libros es profunda. Mucho del futuro está en las estanterías: la temprana lectura tiene más

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Walter Scott, por W. Allan

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influencia que cualquier enseñanza religiosa». ¿Se hubiera equivocado Graham Greene cuando se le prometió un puesto en China, si no hubiera leído Lost Colimn, del Capitán Gilson? ¿Y hubiera ido a Liberia sin haber conocido a Rider Haggard? Es seguro que fue la hija de Moctezuma la que, veinte años después, le atrajo a México.

Aunque compró y volvió a leer algunos de los libros del Capitán Gilson, para recordar sus tiempos pasados, Graham Greene no parece haber quedado desencantado, como le sucedió a Selma Lagerlof. El episodio de The Pirate Aeroplane, cuando el piloto va a ser fusilado al amanecer y juega al rummy con su apresador, se deja sentir en uno de los libros de Green, cuando habla del juego del póker.

Que no todo lo que está destinado a los chicos logra sus objetivos lo demuestra otro ejemplo de Graham Greene: las láminas en color del Boy'own Paper, recordando los hechos de los heroicos bomberos, contribuyeron a su terror al fuego6.

En tanto en cuanto hemos examinado los recuerdos de las lecturas infantiles a través de las respuestas de escritores serios y hasta solemnes para adultos, nos preguntamos: ¿Y qué dicen los escritores de literatura infantil? Antes de comentar lo que dicen un par de nombres famosos en este campo, es importante recordar que Selma Lagerlof escribió un libro para niños de fama internacional: The wonderful Adventures of Nils Holgersson, y que incluso Sigrid Undset, mientras estuvo en el exilio, escribió libros sobre temas noruegos para los niños americanos.

Probablemente no sólo la más famosa sino la más ampliamente leída autora de libros infantiles es en la actualidad Astrid Lindgren. Cuando era una niña se tragaba los libros con avidez cogiéndolos de donde podía, en préstamo de la escuela o de sus amigos. Leía, por lo general, clásicos: Robinson Crusoe, Dumas, Jules Verne, Treasure Island, Mark Twain, pero no sólo libros de chicos.

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A su lista añade «todos esos libros encantadores de niñas. Imaginad que existían muchas niñas interesantes y simpáticas que, de pronto, estaban tan próximas a mí como si fueran de carne y hueso». Era Polly, una niña anticuada de New England, Pollyana, Katy y Sarah Crewe. «Y por supuesto... Anne of Green Gables», inolvidable, y ¡de pronto te encuentras para siempre próxima a Matthew Cuthbert en la calesa, bajo los cerezos en flor de Avonlea! ¡Cómo viví con aquella niña! Un verano entero yo y mis hermanas jugamos a ser Anne of Green Gables sobre el montón de aserraduras en el aserradero; yo fui Diana Barry y el pantano detrás de la granja se convirtió en el Lago de Shining Waters.

Astrid Lindgren continúa citando más libros; leía muchísimo e incluía las historias de amor de Courths-Mahler, entremezcladas sin orden ni concierto con Katy at School, A little Princess y novelas religiosas7. A pesar de esta variedad, una influencia predominaba: ¡Pippi Longstocking era pelirroja como Anne of Green Gables!

Un héroe que muy tarde mereció la atención de Astrid Lindgren, pero que más tarde fue adorado por muchas generaciones posteriores, está descrito muy vivamente por Tove Jansson. En contraste con Astrid Lindgren, ésta creció en un hogar lleno de libros, pero hasta que no descubrió Tarzán de los monos la aventura no salió del libro y la arrastró. Ella era Tarzán, su hermano pequeño era el hijo de Tarzán y el nombre secreto de su gato era Sheeta. Así pasaron jugando todo un verano: «El paisaje se transformó en una selva, en una maleza cada vez más salvaje. Cuando llegaron las noches otoñales y los zorros y los búhos proferían sus gritos, la selva se cernía sobre las paredes de la cabaña. Entonces por primera vez sentimos miedo. Yo permanecía escondida bajo las sábanas, al darme cuenta de que lo que había imaginado había ido creciendo cada vez más y convirtiéndose en algo peligroso»8.

Se puede encontrar la experiencia de aquel verano recreada en el capítulo quinto de The Finn Familys Moomin Troll, cuando la casa de los Moomin va siendo cubierta por la tupida selva. Es una escena encantadora cuando el Moomin Troll desempeña el   —13→   papel de Tarzán trepando por las lianas, y llevando consigo a Snork Maiden como si fuera Jane. Todos ellos, excepto Hemulen, lo pasan muy bien hasta que la selva entera se desvanece a la puesta del sol.

También el noruego Tormod Haugen, ganador del Premio Andersen en 1990, se inspira en Tarzán. Su novela The Cry from the Jungle procede del descubrimiento del libro The son of Tarzan en un baúl en un ático, termina por todo Oslo recubierto por una selva. Tormod Haugen admite que también pudiera haber sido influido por The Finn Family Moomin Troll, pero no recuerda bien si lo ha leído.

¿Qué hemos de pensar de todos estos recuerdos de lecturas infantiles? Lo primero de todo confirman nuestra idea de que es imposible predecir qué efecto hace la lectura en cada niño, lo que es una observación útil, aunque no muy original. Los niños pueden interpretar mal los textos más sencillos, y llenar los espacios abiertos con su propia imaginación, de una manera que los adultos no hubieran sospechado. Por otra parte, los escritores citados en este trabajo nos dan una idea de la importancia de los

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Jean-Paul Sartre, premio Nobel de literatura

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libros. De una manera u otra, todos recuerdan algo de las lecturas de su infancia, bien como Selma Lagerlof, que demuestra la posibilidad de convertirse en escritora, o como en el caso de Jean-Paul Sartre que descubre el fundamento de su permanente actitud ante la vida.

Lo que dicen acerca de sus lecturas podrá no ser verdad, su memoria podrá ser engañosa, incluso podrán exagerar ciertos puntos. Pero que no son conscientes de falsearlo se revela porque admiten que leyeron libros de dudosa calidad, y que los recuerdan con un placer exento de crítica. En algunos casos encontramos huellas de su infancia leyendo sus libros posteriores.

Los autores citados han sobresalido en el campo de la literatura, pero el efecto de la literatura infantil puede encontrarse en la autobiografía de cualquier persona de las diferentes esferas de la vida. Y yo estoy segura de que, sea como fuere, todas confirman las palabras de Graham Greene: «La influencia de los primeros libros es profunda».

(Traducción de C. B-V.)

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