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ArribaAbajoIX. San Esteban de Salamanca

Vicente de la Fuente


Cuando nuestro digno Director tuvo á bien encargarme de informar acerca de la solicitud del ilustrado y celoso señor Obispo de Salamanca para que se declarase monumento nacional la iglesia de Sancti-Spíritus, que fué de Comendadoras de la Orden de Santiago, no pude menos de manifestar que se extrañaría mucho en aquella culta población, que no se diese este honor y muestra de alto aprecio á la célebre iglesia y celebérrimo convento de San Esteban de aquella ciudad, mucho más yendo su memoria unida á la fama del descubridor del Nuevo Mundo, cuyo centenario se aproxima, disponiéndose la nación á celebrarlo con reparadora gratitud. Hace tiempo que la Comisión de monumentos de la provincia solicitó ese honor para el grandioso convento de San Esteban y su iglesia.

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El solo recuerdo de haber servido de amparo y albergue á Colón en la época de su desamparo, bastaría para probar su importancia histórica; pero no fué solamente amparo y albergue lo que en San Esteban encontró el desatendido navegante, sino también amistad y protección sinceras, tanta como en la Rabida. «Todos á una mano lo tenían á burla, dice el mismo Colón, salvo dos frailes que siempre fueron constantes.» Se ha demostrado que fueron estos frailes el franciscano Fr. Juan Pérez de Marchena y el dominico Fr. Diego de Deza, prior de San Esteban.

Desde mediados de este siglo, los escritores de Salamanca han luchado con laudable brío y con gran éxito en desmentir las fábulas anacrónicas, amontonadas contra su Universidad por el novelesco escritor americano Washington Irving, que, con sus descripciones demasiado romancescas, solía poner de su cosecha muchas cosas que calló la Historia, si es que no dijo lo contrario, al modo que luego el francés Roselly de Lorgues ha continuado en nuestros días las funestas invenciones del malhadado dolo pío, ó piadosos fraudes, en lo que á Colón se refiere. Pero los escritores salamanquinos, ó avecindados en Salamanca, P. Pascual, dominico; Ordax Avecilla, archivero; D. Tomás Rodríguez Pinilla, catedrático de aquel Instituto, y D. Modesto Falcón, catedrático de Derecho, y últimamente el Sr. Villar y Matías, han probado hasta la evidencia que la Universidad no fué consultada para el asunto de Colón, ni esta le fué desfavorable, y que Colón halló hospedaje, amistad y protección en el convento de San Esteban.

Es verdad que en tiempo de Colón no eran la iglesia ni el convento de San Esteban lo que llegaron á ser en el siglo siguiente bajo los auspicios de dos ilustres hijos de aquella casa, Fr. Juan Alvarez de Toledo, hijo de los duques de Alba, y el sabio Fr. Domingo Soto, de quien se decía en la Atenas Española, como proverbio: «Qui sapit Sotum sapit totum

A principios del siglo XIII, y aun hasta la época de Santo Domingo de Guzmán, se remonta la fundación del célebre convento dominicano, y consta su existencia en 1221, aunque situado en el pobre albergue de San Juan el Blanco, asilo de mozárabes en siglos anteriores, y aun del primitivo cabildo, hasta que se trasladó á la hermosa catedral vieja de aquella ciudad. Pero situada la   —180→   iglesia de San Juan el Blanco en la vega, entre los muros y el río, como las mansiones de los mozárabes en Ávila, Zamora y otros puntos, lo mismo de Castilla que de Aragón, por efecto de la suspicacia, no infundada, de los dominadores musulmanes, resultaba aquella mansión malsana y arriesgada, invadida repetidas veces por las aguas del Tormes. El cabildo, que había cedido la iglesia de San Juan el Blanco á los Hermanos Predicadores, compadecido de ellos, les dió una de las muchas y mezquinas parroquias, que había dentro de los muros, en paraje ya más alto y saneado, bajo la advocación del protomártir San Esteban, la cual desde luego tomó el convento hacia el año de 1256.

Más adelante, en tiempo de D. Juan II, visitó aquel convento San Vicente Ferrer, y cerca de él ocurrió uno de sus muchos milagros, tradicional en Salamanca y reproducido en crónicas y cuadros, resucitando á un muerto que llevaban á la parroquia de San Pablo, el cual dió en público testimonio de la pureza y veracidad de la doctrina del célebre y apostólico misionero valenciano. Como piadoso recuerdo, y después como reliquia, conservaba el convento de San Esteban un pobre y viejo sombrero que aquel había usado.

La estancia de Colón en Salamanca y en el convento de San Esteban se fija desde Noviembre de 1486 hasta fines de Enero de 1487, época en que se sabe estuvo la corte en Salamanca, y hospitalidad, que tanto más debió agradecer, cuanto que el alojamiento en tales casos no era fácil, cómodo ni barato en Salamanca.

Hijo del duque de Alba era Fr. Juan Alvarez de Toledo, que emprendió la construcción de la grandiosa iglesia, que duró de hacer cerca de un siglo. Trazó los planos Juan de Álava; y aprobados por aquel prelado, colocó éste por su mano la primera piedra y comenzaron las obras en 30 de Junio de 1524, habiendo durado hasta 1610, en que, consagrado el templo, se colocó en su altar mayor la sagrada Eucaristía, trabajando á veces en la obra más de 800 obreros y numerosos artistas.

La descripción del templo y lo mismo la del suntuoso patio, aunque bien conocida y celebrada, es de la incumbencia de la Real Academia de San Fernando, nuestra hermana, á cuya competencia debe quedar ese juicio.

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Mientras se construía el templo, se labraban también el grandioso cláustro y la esbelta y fantástica escalera, costeándolas en gran parte el citado maestro Soto, secretario del Concilio de Trento en su primera reunión, y enterrado por humildad al pie de aquella.

No hablaremos aquí de las horribles profanaciones de que aquel fué víctima, de los destrozos hechos intencionalmente por los invasores de España, y en épocas posteriores por tropas poco disciplinadas en funestos días. Ruinoso y destrozado se hallaba el hermoso patio, y no faltaban proyectos de demolición de parte de los que explotan las ruinas artísticas, como viven los buitres destrozando los cadáveres. Por fortuna la comisión de monumentos logró en buen hora de la Diputación provincial la restauración del bello y grandioso patio, monumento de los últimos períodos de transición del arte ojival en el siglo XVI. Allí colocó su Museo provincial, rico todavía en cuadros y otros objetos, á pesar de las depredaciones que se padecieron en Salamanca, como en otras partes, y que arrancan tardíos y estériles lamentos no importunos, pues conviene repetirlos por vía, de protesta y de ulteriores enseñanzas, ya que á los delincuentes no alcance otra pena.

Aunque modernamente se estableció allí una comunidad mixta de dominicos españoles, y de franceses expulsados de su país, el museo ha continuada en la planta principal por falta de local más propio y mejor, por vía de gratitud á la restauración costeada por la provincia, y como salvaguardia para evitar ulteriores profanaciones en días aciagos, de que Dios libre á nuestra patria.

Al construir la iglesia su fundador, mandó también labrar bajo la capilla mayor y presbiterio un panteón para su padre y para sí y la familia de la poderosa casa de Toledo y de los duques de Alba. Ni aun allí lograron descanso sus restos mortales, que como los del Cid, los condes de Tendilla, los de Pedro de Luna y otros muchos, fueron brutalmente profanados, robados y destrozados por los franceses durante la guerra de la Independencia. Al tiempo de la costosa reparación del convento, recogidas las dispersas y casi desconocidas osamentas en modestas arcas de madera, los frailes dejaron al cuidado de las opulentas casas de los descendienles de aquellos célebres personajes el reconocimiento   —182→   de los profanados cadáveres y su colocación decorosa. Porque ¿quién sabe hoy día cuál es el esqueleto del gran duque, cuál el del cardenal, cuál el del obispo, rotas ó robadas sus insignias, armas y ropajes?

La grandiosa sacristía adyacente á la iglesia, obra del célebre P. Herrera, distinguido catedrático de Salamanca y célebre obispo en el siglo XVII, que allí está enterrado, es otra obra de arte digna de aprecio. Mas ¿quién podrá enumerar el largo catálogo de renombrados obispos, teólogos, catedráticos y escritores de quienes conserva tradiciones históricas é inmortales el grandioso convento de San Esteban? Desde San Vicente Ferrer hasta Fray Luís de Granada, los dos Sotos, Domingo y Pedro, el arzobispo Carranza, su antagonista Melchor Cano, el maestro Varrón defensor de Santa Teresa, el célebre publicista Domingo Báñez, director de esta, apenas ha habido un dominico español célebre que allí no morase por algún tiempo ó dejara alguna tradición ó algún grato recuerdo. Hasta el apostólico misionero aragonés P. Garcés moró allí una cuaresma á fines del siglo pasado, y en nuestros días el sencillo, bondadoso é ilustrado P. Blanco, digno obispo de Ávila y después arzobispo de Valladolid, á quien todos conocimos y admiramos, hijo fué también de aquella casa.

A todos estos recuerdos históricos une otros no menos gratos é importantes el ilustre convento de San Esteban para que, no tan solamente la provincia, sino la nación toda, atiendan de consuno á evitar su ruina.

El convento de San Esteban, juntamente con el Cabildo catedral de Salamanca, fué siempre el paladión de su célebre Universidad en las luchas con los colegios mayores y otras corporaciones. San Esteban, no solamente dió á la Universidad muchos de sus más célebres profesores, sino que la apoyó siempre, y jamás acudió el Claustro á su amparo sin que lo recomendase y apoyara con su eficaz valimiento ante el rey, las Cortes, el Consejo, la Junta de millones, y aun con los consultores del Santo Oficio, que no pocos de ellos eran hijos de aquel convento.

Las tradiciones y la cariñosa acogida que allí recibiera Colón vino á continuarse á favor de los indios por los dos célebres maestros Victoria y Soto (Fr. Domingo), no solamente teólogos,   —183→   sino publicistas y eminentes juristas, iniciadores en gran parte de la restauración del Derecho público. En las agrias controversias á que dieron lugar los escritos de Fr. Bartolomé de las Casas y Juan Ginés de Sepúlveda sobre la condición de los indios, aquellos dos célebres dominicanos, lumbreras del Profesorado español, de la Universidad y de la Orden, dieron dictamen á favor de estos y de su compañero de hábito, escribiendo Soto en 1550 su célebre Sumario de la apología del obispo de Chiapa contra los asertos del Dr. Sepúlveda. De este modo parecía que la casa de San Esteban secundaba la protección iniciada por el P. Deza, y que de modo más modesto, pero activo y fecundísimo, continuó aquella casa remitiendo larga serie de misioneros, que evangelizaron en las Indias, no solo con su predicación, sino con la creación de conventos, erigidos luego en públicas Universidades, para alguna de las cuales solicitaron y obtuvieron los privilegios de la de Salamanca.

Por su mucha caridad fué siempre respetado y querido en Salamanca el convento de San Esteban. Sus limosnas á personas honradas y vergonzantes eran tan cuantiosas como discretas, y reservadas. Una fanega de trigo daba diariamente en pan bien amasado á los pobres; y cuando ocurrió la tristemente célebre inundación del día de San Policarpo, en que los campos, vegas y arrabales de Salamanca fueron destruídos, abrió sus puertas á todos los desamparados, sin distinción de clases, edades ni condiciones, recibiendo á mesa franca á cuantos acudían, y sirviendo en ella todos los religiosos, hasta los maestros, con general admiración del obispo, títulos, catedráticos y altos dignatarios, que, edificados de tan pródiga cuanto humilde largueza, acudieron á verla y honrarla. Por pequeñas que parezcan estas páginas de la caridad á las generaciones que no las han visto, en verdad que no son para olvidadas por completo en las páginas de la Historia y en los recuerdos del agradecimiento.

Finalmente, si la iglesia y convento de San Esteban, por su grandiosa y gallarda iglesia, por su linda fachada plateresca, que es lástima esté á la intemperie, por su grandiosa sacristía, aérea escalera, bellos y grandiosos patios, es una de las joyas artísticas de Salamanca y de nuestra patria, y no como quiera, sino de las   —184→   primeras y más monumentales de España, bajo el punto de vista histórico, como albergue y asilo de Colón y de muchísimos y á cual más célebre sabios y santos, panteón de los grandes Duques de Alba, paladión de la célebre Universidad salmantina, asilo de su museo provincial, modelo de caridad discreta, y perenne recuerdo de muchas y grandes glorias literarias, bien merecen ser declarados monumentos nacionales históricos y artísticos á la vez, y que el Gobierno atienda perentoriamente á su conservación, evitando cuanto antes la ruina que amenaza en parte, principalmente á la techumbre y bóvedas de la iglesia.

El que suscribe suplica á la Academia le perdone lo difuso del informe, que á la vez resulta incompleto, porque es difícil reducir á breve espacio lo que es objeto de muchos volúmenes, y pudiera serlo de otros más.

Madrid 15 de Junio de 1888

VICENTE DE LA FUENTE.