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Conciencia lingüística de José Rizal en «Noli me tangere»

Emma Martinell Gifre





José Rizal (1861-1896) es uno de los héroes patrios para los filipinos, quizá el mayor1. Murió ajusticiado, acusado de «delitos de rebelión» en un Consejo de Guerra celebrado en octubre de 1896. De hecho, su muerte, tan cercana al inicio de los movimientos de insurrección, implica que su participación, a partir de la creación de la Liga Filipina en 1892, tuvo que ser más ideológica y teórica que práctica, pero no por ello menos efectiva. Había permanecido desde 1892, exiliado, en Dapitán, en Mindanao, donde le visitaron miembros del Katipunan separatista. En 1895 Rizal pidió incorporarse como médico al ejército español que luchaba en Cuba. La ruta hacia ese destino pasaba por Barcelona. Desde esa ciudad, ya detenido, fue repatriado a las Filipinas2.

El idioma materno de José Rizal fue el tagalo; luego, sus estudios primarios y secundarios, con los jesuitas de Manila, se desarrollaron en español. Igualmente cursó estudios de Filosofía y Letras y de Medicina en la Universidad de Santo Tomás. Fue a Madrid para concluirlos, en 1882. Al mismo tiempo, aprendió dibujo en la Academia de San Fernando y se aplicó al conocimiento de lenguas: francés, italiano, inglés y alemán. Entre 1883 y 1887, año de la publicación, en Berlín, de su novela Noli me tangere, viajó por Europa.

El mestizo Rizal recuerda al mestizo Inca Garcilaso. En 1560 y con veintiún años, Garcilaso se trasladó a Montilla (Córdoba), y dejó atrás el mundo de su madre, si bien se aplicó a recordarlo y describirlo en los Comentarios Reales: el origen de los incas, cuya primera parte se editó en Lisboa en 1609. Pero, al mismo tiempo, su condición de hombre renacentista le permitió traducir los Diálogos de amor de León Hebreo del italiano al castellano. El filipino Rizal se formó en la tradición cultural española y, desde ella, amplió su perspectiva con el conocimiento de Europa.

Lo que nos proponemos en este trabajo es analizar la conciencia lingüística que refleja su novela Noli me tangere (1887). Por «conciencia lingüística» entendemos el sentimiento de Rizal, expresado en el texto, respecto de su lengua materna, el tagalo, del castellano y de otras lenguas. También su opinión sobre el uso del castellano por parte de los filipinos de diversas clases sociales; su opinión sobre la política lingüística seguida por los religiosos en Filipinas. Este trabajo sigue un método empleado en una investigación de años sobre los textos cronísticos3 y unas bases teóricas que sustentan el trabajo de un equipo de investigación4.

A continuación procedemos a la descripción de las referencias a este tema, que son tan numerosas en Noli me tangere5 que, a nuestro juicio, proporcionan una línea nueva para ahondar en la interpretación de la crítica social y política que contiene el texto.

Sin embargo, no todos los datos son igualmente ilustrativos. Por ejemplo, ¿hay algo más natural que, si el narrador o un personaje mencionan un objeto, una planta, o algo que se da en Filipinas, y lo hace con su nombre «filipino», acompañe esta mención -con la conjunción disyuntiva o- del nombre español? El lector europeo, de este modo, alcanzará la comprensión. Veamos dos ejemplos6:

«Quedaban algunos postes de telégrafos antes de llegar al bantáyan o garita».


(pág. 115)                


«Provisto de su panalok, o sea, la caña con la bolsa de red».


(pág. 126)                


Una observación parecida es acompañar la voz nativa con la referencia a que es así en tagalo, es así en ese lugar, es algo común allí. Proponemos dos ejemplos7:

«La gloria que la Madre de Dios adquiere con las ruedas de fuego, cohetes, bombas y morteretes o bersos, como allí se llaman»8.


(pág. 36)                


«Era lo que los tagalos llaman kayumangingkaligátan, esto es, moreno pero de un color limpio y puro».


(pág. 85)                


Otro testimonio de la lengua propia de la mayor parte de los personajes lo brindan las alusiones a la «lengua de tienda» (págs. 38, 168 y 220), o las expresiones de ella:

«Jele jele bago quiere»9.


(pág. 20)                


La editora la define en otra nota como «caló ermitense», «dialecto muy gracioso y gráfico del castellano en Filipinas».

Resultado de la voluntad de reflejar la realidad es, asimismo, reproducir versiones deformadas de palabras o frases del español, puestas en boca de filipinos:

«Cuando nos casamos, telegrafiamos a la Peñínsula».


(pág. 22)                


«-¡Naku! ¡Susmariósep!10 -exclamó el soldado persignándose, y estirando a su compañero-, ¡vámonos de aquí!».


(pág. 355)                


De hecho, el escaso conocimiento que muchos nativos alcanzaban del castellano es puesto de relieve con insistencia:

«La única que recibía a las señoras era una vieja, prima del Capitán Tiago, de facciones bondadosas y que hablaba bastante mal el castellano. Toda su política y urbanidad consistían en ofrecer a las españolas una bandeja de cigarros y buyos, y en dar a besar la mano a las filipinas, exactamente como los frailes».


(pág. 10)                


pues le servirá al autor para demostrar que este uso defectuoso marginal, reduce al hablante a moverse en el círculo de los iguales, círculo del que no podrá salir:

«Para acabar con este capítulo de comentarios, y para que los lectores vean siquiera de paso qué pensaban del hecho los sencillos campesinos, nos iremos a la plaza, donde bajo el entoldado conversan algunos, uno de los cuales, conocido nuestro, es el hombre que soñaba en los doctores en Medicina.

-¡Lo que más siento -decía éste- es que la escuela ya no se termina!

-¿Cómo?, ¿cómo? -preguntan los circunstantes con interés.

-¡Mi hijo ya no será doctor sino carretero! ¡Nada! ¡Ya no habrá escuela!

-¿Quién dice que ya no habrá escuela? -pregunta un rudo y robusto aldeano de anchas quijadas y estrecho cráneo.

-¡Yo! Los Padres blancos han llamado a Don Crisóstomo «plibastiero»11. ¡Ya no hay escuela!

Todos se quedaron preguntándose con la mirada. El nombre era nuevo para ellos.

-Y ¿es malo ese nombre? -se atreve al fin a preguntar el rudo aldeano.

-¡Lo peor que un cristiano puede decir a otro!

-¿Peor que «tarantado» y «saragate»?

-¡Si no fuese más que eso! Me han llamado varias veces así y ni siquiera me ha dolido el estómago.

-¡Vamos, no será peor que «indio» que dice el alférez!

El que va a tener un hijo carretero se pone más sombrío; el otro se rasca la cabeza y piensa.

-¡Entonces será como «betelapora» que dice la vieja del alférez! Peor que eso es escupir en la hostia.

-Pues, peor que escupir en la hostia en Viernes Santo -contestaba gravemente- Ya os acordáis de la palabra «ispichoso», que bastaba aplicar a un hombre para que los civiles de Villa-Abrille se le llevasen al destierro o a la cárcel; pues «plibestiero» es mucho peor. Según decían el telegrafista y el directorcillo, «plibestiero» dicho por un cristiano, un cura o un español a otro cristiano como nosotros parece «santusdeus» con «requimiternam», si te llaman una vez «plibustiero», ya puedes confesarte y pagar tus deudas pues no te queda más remedio que dejarte ahorcar. Ya sabes si el directorcillo y el telegrafista deben estar enterados: el uno habla con alambres y el otro sabe español y no maneja más que la pluma.

Todos estaban aterrados.

-¡Que me obliguen a ponerme zapatos y no beber en toda mi vida más que esa orina de cabello que llaman cerveza, si alguna vez me dejo llamar «pelbistero»! -jura cerrando sus puños el aldeano- ¿Quien? ¡Yo rico como D. Crisóstomo, sabiendo el español como él, y pudiendo comer aprisa con cuchillo y cuchara, me río de cinco curas!

-¡Al primer civil que vea yo robando gallinas le llamo «palabistiero»... y me confesaré en seguida! -murmura en voz baja alejándose del grupo uno de los campesinos».


(págs. 203-204)                


En la novela hay varias alusiones a la enseñanza del español a los filipinos, y se alternan las visiones positivas:

«Para remediar aquel mal de que le hablaba, traté de enseñar el español a los niños porque además de que el Gobierno lo ordenaba, juzgué que sería también una ventaja para todos.

Empleé el método más sencillo, de frases y nombres, sin valerme de grandes reglas, esperando enseñarles la gramática cuando ya comprendiesen el idioma. Al cabo de algunas semanas los más listos casi ya me comprendían y componían algunas frases».


(pág. 99)                


con las más críticas, basadas en lo inapropiados de los textos, o en lo absurdo de un aprendizaje memorístico. Son testimonios parecidos a los que se habían dado en la América española:

«Dicen que en Alemania estudia el hijo del campesino ocho años en la escuela del pueblo; ¿quién querrá emplear aquí la mitad de ese tiempo, cuando se recogen tan escasos frutos? Leen, escriben y se aprenden de memoria trozos y a veces libros enteros en castellano, sin entender de ellos una palabra; ¿qué utilidad saca de la escuela el hijo de nuestros aldeanos?».


(pág. 98)                


«Quise hacer, ya que ahora no me podían amar, que al menos conservando algo útil de mí, me recordasen después con menos amargura. Ud. ya sabe que en la mayor parte de las escuelas, están en castellano los libros, a excepción del Catecismo tagalo, que varía según la corporación religiosa a que pertenece el cura. Estos libros suelen ser novenas, trisagios, el catecismo del P. Astete, de los que tanta piedad sacan como de los libros de los herejes. En la imposibilidad de enseñarles el castellano ni de traducir tantos libros, he procurado sustituirlos poco a poco por cortos trozos, sacados de obras útiles tagalas, como el Tratado de Urbanidad de Hortensio y Feliza, algunos manualitos de Agricultura, etc., etc. A veces yo mismo traducía pequeñas obritas como la Historia de Filipinas del P. Barranera y las dictaba después, para que las reuniesen en cuadernos, aumentándolas a veces con propias observaciones».


(pág. 102-103)                


Estando la educación en manos casi exclusivas de las órdenes religiosas, no es de extrañar que sean los frailes el fácil blanco de afiladas críticas de Rizal por lo que respecta al trato que se le da al nativo, a la consideración que merece al que lo adoctrina. Un caso destacado es el de un sermón, de cuya descripción elegimos tres fragmentos:

«La primera parte del sermón debía ser en castellano y la otra en tagalo: 'loquebantur omnes linguas'».


(pág. 173)                


«De la segunda parte del sermón, o sea, del tagalo, no tenemos más que ligeros apuntes. El P. Dámaso improvisaba en este idioma, no porque lo poseyese mejor, sino porque, teniendo a los filipinos de provincias por ignorantes en retórica, no temía cometer disparates delante de ellos. Con los españoles ya era otra cosa: había oído hablar de reglas de la oratoria y entre sus oyentes podía haber alguno que hubiese saludado las aulas, acaso el señor Alcalde Mayor; por lo cual escribía sus sermones, los limaba y después se los aprendía de memoria y se ensayaba unos dos días antes».


(pág. 177)                


«Y terminó su exordio con el trozo que más trabajo le costara y que plagiara de un gran escritor, el Sr. Sinibaldo de Mas».


(pág. 176)                


No sorprende que Rizal, hombre cultivado, conociera el trabajo de Sinibaldo de Mas y Sans, ministro de España en China, sobre los ideogramas. Fue autor de muchas obras, entre las que destacamos: Sistema musical de la lengua castellana, Barcelona, 1832; Estado de las Islas Filipinas en 1842, Madrid, 1843; Pot-pourri literario, Manila, 1845. Esta última obra contiene: «L'idéographie. Mémoire sur la facilité de former une écriture générale au moyen de laquelle tous les peuples de la terre puissent s'entendre mutuellement sans que les uns connaissent la langue des autres» (Macao, 1844).

En Noli me tangere se plasma el desprecio experimentado hacia el indígena, al que se llega a considerar indigno de la lengua colonizadora:

«El sacristán mayor se interpuso, él se levantó y me dijo serio en tagalo: -«No me uses prendas prestadas; conténtate con hablar tu idioma y no me eches a perder el español, que no es para vosotros. ¿Conoces al maestro Ciruela? Pues, Ciruela era un maestro que no sabía leer y ponía escuela».


(pág. 99)                


Del mismo modo, se muestra la otra vertiente, el proceso por el que pasaban los que, para mejorar de condición, optaban por abandonar el uso de su lengua:

«La alfereza tosió, hizo señas a los soldados para que se fuesen y, descolgando el látigo de su marido, dijo con acento siniestro a la loca:

-¡Vamos magcantar icau!12

Sisa naturalmente no la comprendió y esta ignorancia aplacó sus iras. Una de las bellas cualidades de esta señora era el procurar ignorar el tagalo, o al menos aparentar no saberlo, hablándolo lo peor posible: así se daría aires de una verdadera orofea13, como ella solía decir. Y ¡hacía bien!, porque si martirizaba el tagalo, el castellano no salía mejor librado ni en cuanto se refería a la gramática, ni a la pronunciación. Y ¡sin embargo su marido, las sillas y los zapatos, cada cual había puesto de su parte cuanto podía para enseñarla! Una de las palabras que le costaron más trabajo aún que a Champollión los jeroglíficos, era la palabra Filipinas».


(pág. 221)                


El conocedor de la trama de la novela recordará el dramatismo que se quiso imprimir a esta escena, que opone la mujer filipina pomposa -que se beneficia del poder de los españoles, así como del poder de un sector de la población filipina, que oculta su ignorancia en una «españolización» grotesca-, a la filipina miserable y enloquecida que va tras el paradero de sus hijos. La crudeza de la vejación es doble, porque a la orden despótica de que cante, se suma la voluntariamente impuesta barrera lingüística. Esta es la razón de que la escena se describa tan pormenorizadamente:

«Aventuras parecidas sucedían cada vez que se trataba del lenguaje. El cabo, que veía los progresos lingüísticos de ella, calculaba con dolor que en diez años su hembra perdería por completo el uso de la palabra. En efecto, así sucedió. Cuando se casaron, ella entendía aún el tagalo y se hacía entender en español; ahora, en la época de nuestra narración, ya no hablaba ningún idioma: se había aficionado tanto al lenguaje de los gestos, y de éstos escogía lo más ruidosos y contundentes, que daba quince y falta al inventor de Volapük14.

Sisa, pues, tuvo la fortuna de no comprenderla. Desarrugáronse un poco sus cejas, una sonrisa de satisfacción animó su cara: indudablemente ella ya no sabía el tagalo, era ya orofea.

-¡Asistente, di a ésta en tagalo que cante! No me comprende, ¡no sabe el español!

La loca comprendió al asistente y cantó la canción de la Noche».


(pág. 223)                


Otras veces el narrador advierte al lector de la posibilidad que el personaje tiene de expresarse en una y otra lengua, o en una variante, sin que se identifique su lengua materna real:

«Como Elías había previsto, el centinela le paró y le preguntó de dónde venía.

-De Manila, de dar zacate a los oidores y curas -contestó imitando el acento de los de Pandakan.

Un sargento salió y enteróse de lo que pasaba.

-¡Sulung! -díjole éste-, te advierto que no recibas en la barca a nadie; un preso acaba de escaparse. Si le capturas y me le entregas te daré una buena propina.

-Está bien, señor; ¿qué señas tiene?

-Va de levita y habla español; con que ¡cuidao!».


(pág. 340)                


El disponer de las dos lenguas, y usar una u otra también responde a la voluntad del autor de reproducir la complicidad entre los personajes:

«-¡Me habéis salvado la vida -dijo éste en tagalo comprendiendo el movimiento de Ibarra-, os he pagado mi deuda a medias y no tenéis nada que agradecerme, antes al contrario. He venido para pediros un favor...

-¡Hablad! -contestó el joven en el mismo idioma, sorprendido de la gravedad de aquel campesino».


(pág. 189)                


El conocimiento lingüístico de José Rizal le permite explayarse en la reproducción gráfica de la lengua tagala:

«-Y ¿en qué idioma escribe Ud.? -preguntó Ibarra después de una pausa.

-En el nuestro, en el tagalo.

-Y ¿sirven los signos jeroglíficos?

-Si no fuera por la dificultad del dibujo, que exige tiempo y paciencia, casi le diría que sirven mejor que el alfabeto latino. El antiguo egipcio tenía nuestras vocales; nuestra o, que sólo es final y que no es como la española, sino una vocal intermedia entre o y u; como nosotros, el egipcio tampoco tenía verdadero sonido de e; se encuentran en él nuestro ha y nuestro kha, que no tenemos en el alfabeto latino tal como lo usamos en español. Por ejemplo: en esta palabra mukhâ -añadió señalando en el libro- transcribo la sílaba ha más propiamente con esta figura de pez que con la ha latina, que en Europa se pronuncia de diferentes maneras. Para otra aspiración menos fuerte, por ejemplo, en esta palabra hain, en donde la h tiene menos fuerza, me valgo de este busto de león, o de estas tres flores de loto según la cantidad de la vocal. Aún más, tengo el sonido de la nasal que tampoco existe en el alfabeto latino españolizado. Repito que si no fuera por la dificultad del dibujo, que hay que hacerlo perfecto, casi se podrían adoptar los jeroglíficos, pero esta misma dificultad me obliga a ser conciso y a no decir más que lo justo y necesario; este trabajo además me hace compañía, cuando mis huéspedes de la China y del Japón se marchan».


(pág. 142)                


Llegados a este punto, estamos en condiciones de asegurar que José Rizal, en Noli me tangere, manifiesta tener un alto grado de conciencia lingüística, pues advierte la importancia que para los hombres tiene el dominio de un sistema lingüístico, y el peso de la lengua del colonizador que, aprendida y usada por el colonizado, al tiempo que se le hace lengua propia, desbanca la lengua nativa. Es consciente de que el español mal aprendido deja al filipino en una situación de inseguridad, pero que también siente inseguridad al hablar el tagalo, la que produce una sensación de inferioridad lingüística.

Desde una perspectiva literaria, Rizal sabe sacar rendimiento narrativo al hecho sociolingüístico de abandonar la lengua propia para adoptar la lengua más prestigiosa, la que vehiculará con más rapidez el ingreso en una capa privilegiada, como saca provecho a la actitud de desprecio del filipino hacia otros filipinos que siguen usando su lengua. Asimismo refleja con agudeza la superioridad humana del que sabe discernir el momento adecuado y el interlocutor adecuado para usar una de las dos lenguas, español y tagalo.

En resumen, si Noli me tangere es una novela que conlleva una fuerte crítica de la situación de la Filipinas colonial, debemos reconocer que, en parte, la crítica que percibe el lector está canalizada a través de un planteamiento lingüístico, del que José Rizal es plenamente consciente.





 
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