Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

Corto y verídico relato de la desgraciada navegación de un buque de Amsterdam

Llamado el Mundo de Plata, el cual después de reconocer la costa de Guinea fue separado de su almirante por el temporal, y después de muchos peligros cayó finalmente en manos de los portugueses en la Bahía de Todos los Santos, donde fue completamente saqueado y destruido. Ocurrido desde el año de 1598 hasta el de 1601

Henrich Ottssen


Es propiedad. Queda hecho el depósito que previene la Ley 11.723. Buenos Aires. 1945. Libro de Edición Argentina.
  —5→  

portada



  —7→  

ArribaAbajoPrólogo

Con la presente publicación Editorial Huarpes inicia la sección destinada a difundir el conocimiento de obras célebres sobre viajes, especialmente de aquellas que aún permanecen olvidadas. Tarea ímproba es ésta, máxime cuando se seleccionan rigurosamente los trabajos, a fin de dar cabida a los que por su seria documentación constituyen un aporte de gran valor para los estudiosos de esas cuestiones.

A esta clase de obras pertenece el Diario de viaje de Enrique Ottssen, el navegante holandés que a fines del siglo XVI llegaba al Río de la Plata.

El título del libro que nos ocupa compendia exactamente el objeto de aquella accidentada expedición, que el 15 de agosto de 1598 zarpara de Amsterdam   —8→   en dirección a las islas Shetland, al norte de Escocia; se dirigía a las Canarias, recorría gran parte del África, hasta la isla de Annobón, tomaba luego hacia el sur del Brasil y, costeando el Uruguay, llegaba a Buenos Aires, su escala terminal.

«Corto y verídico relato de la desgraciada navegación de un buque de Amsterdam llamado el Mundo de Plata, el cual después de reconocer la costa de Guinea fue separado de su almirante por el temporal, y después de muchos peligros cayó finalmente en manos de los portugueses en la Bahía de Todos los Santos donde fue completamente saqueado y destruido. Ocurrido desde el año 1598 hasta el de 1601».

Así tituló Ottssen su interesante Diario, en el que describe objetivamente no sólo los lugares recorridos, sino también los sucesos en que fuera actor principal.

El relato del piloto flamenco, casi desconocido en el mundo, muy brevemente es mencionado en poquísimos catálogos de famosos bibliógrafos. De él se hicieron dos ediciones en holandés: una en 1603 y otra en 1617. Catorce años transcurrieron entre la primera edición y la segunda. La traducción alemana se dio a conocer en 1604, en Francfort del Mein, por la renombrada casa de De Bry e Hijos.   —9→   La Biblioteca Nacional de Buenos Aires posee un ejemplar de la rara edición alemana, que fue adquirido en el año 1904. Tiene 62 páginas de texto impreso y 5 láminas que corresponden a otros tantos asuntos referidos en el libro, en cuya portada hay un grabado que representa a una mujer que, armada con arco y flecha, presencia una cacería cabalgando en un indefinible animal.

Enrique Ottssen fue un valiente navegante, de excepcional capacidad y, sobre todo, fue un cronista bien intencionado, animado siempre por el deseo de ser veraz y exacto en sus descripciones y referencias.

En su relato los estudiosos hallarán expuestas con escrupulosidad y laconismo interesantes informaciones de carácter histórico, científico y geográfico. Todo lo que va viendo o lo que le sucede durante el viaje es descripto sucintamente por el piloto.

Antes de detenernos a considerar ciertos aspectos importantes de aquella desgraciada expedición, no están de más algunas líneas acerca del origen de su viaje al Plata.

Ottssen no llegó a nuestras playas por obra del acaso. Su viaje había sido minuciosamente estudiado y preparado en su patria, y obedecía a móviles   —10→   comerciales, surgidos a raíz de las medidas prohibitivas que contra el tráfico con Holanda se habían dictado en España.

Imposibilitados por ello para procurarse productos en Portugal y otros países, los holandeses pensaron en buscar nuevos caminos. Y proyectaron otras rutas que, aunque sembradas de innumerables peligros, les resultarían de gran provecho económico.

Para llevar a la práctica tales propósitos se estableció en Holanda una empresa naviera, la Compañía de los países lejanos, que en pocos años llegó a organizar importantes expediciones, una de las cuales estaba destinada a la Guinea y al Río de la Plata. Se componía de dos naves: Mundo de Oro y Mundo de Plata, que llevaban en conjunto una tripulación de cien hombres. La primera estaba al mando del armador Laurent Bicker, a quien secundaba Jacobo de Muyen; a la otra, el Mundo de Plata, la capitaneaba el piloto Enrique Ottssen. Ambas contaban con las armas necesarias para hacer frente a cualquier ataque.

Juntas parten de Amsterdam las dos naves, en agosto de 1598, para seguir el itinerario que brevemente hemos mencionado ya. Su principal objetivo es el comercio, especialmente en metales preciosos, marfil, etc.

  —11→  

Con matemática precisión Ottssen anota todo en su Diario. Nada escapa a su inteligencia de observador estudioso.

Como es de suponer, la larga travesía no estuvo exenta de graves peligros, que pusieron muchas veces a prueba la pericia de los pilotos.

A los pocos meses de navegación la nave capitana, Mundo de Oro, estuvo a punto de zozobrar cerca de la isla del Príncipe, en la costa de Guinea. «Se sintió -refiere Ottssen- un terrible trueno y un rayo rompió la cuerda del palo y la verga del buque de Lorenzo Bicker, cuyos pedazos al caer mataron a un hombre. Rompió también un pedazo del palo mayor y cayó en el buque, haciendo huir del modo más extraño a todo el mundo, de un camarote a otro, de suerte que nadie sabía dónde ponerse para ocultarse».

Al alejarse de la isla de Santo Tomás -al sur de la del Príncipe-, a principios de 1599, un violento temporal separó a los barcos, que hasta entonces navegaban juntos, es decir, en conserva. Fueron inútiles las búsquedas que Ottssen y sus compañeros realizaron para hallar a los hombres del Mundo de Oro, a quienes consideraban perdidos fatalmente.

Ante los infructuosos trabajos llevados a cabo   —12→   con dicho objeto, el marino holandés dice que se reunieron en consejo para decidir qué partido debían tomar hasta dar con su almirante, y «resolvieron que era lo mejor procurar alcanzar la región o comarca Río de Plata para esperarle allí».

Y así lo hizo el capitán Ottssen.

En su navegación hacia el sur llegan a la isla Maldonado -frente al Uruguay-, la que recorren con detención. Allí Ottssen escribe un breve mensaje para el almirante Bicker, por si éste llegaba hasta dicho lugar, en el que le da noticias suyas y de su viaje. Luego ocultaron el aviso -expresa el piloto- en una carga de mosquete1, que colocaron en una cruz de madera plantada en el suelo.

Después de tocar la isla de Flores y de salvar los bancos de arena que le dificultaban la navegación, el 30 de julio de 1599 los intrépidos expedicionarios avistan Buenos Aires y se acercan a ella.

«Es un país llano y abierto -dice al respecto Ottssen- enteramente cubierto de bosques, y que divisaron en él algunas casas...». Y describe luego el piloto a los indios del Río de la Plata, acompañando su relato de dos dibujos tomados del natural.

  —13→  

El arribo a Buenos Aires no significó para el marino flamenco la meta de su tranquilidad y paz. Por el contrario, allí continuaron los sinsabores y aumentaron los peligros.

A poco de desembarcar, el emisario del capitán holandés fue interrogado por las autoridades españolas, a las que hizo conocer los deseos del jefe de la expedición, que anhelaba comerciar en esas regiones, «siempre que se lo permitiesen y autorizasen».

El gobernador se negó a ello, alegando que «no podía tan llanamente permitirlo ni tolerarlo, por cuanto era contrario a las leyes y órdenes del Rey de España». Pero, ante las insistencias y nuevos pedidos, les fue concedido el permiso, conviniéndose en el pago de determinados derechos.

No obstante ello, pronto las cosas cambiaron fundamentalmente.

Don Diego Rodríguez de Valdés -así se llamaba el gobernador2- revocó luego la autorización, hasta tanto toda la carga del barco de Ottssen bajase a tierra para ser revisada.

Era cosa harto grave para él -manifestaba   —14→   Valdés-, el permitir que se iniciase el negocio antes de concluirse dicho desembarco, pues corría peligro de que el Rey de España le hiciera cortar la cabeza.

En términos enérgicos, el piloto del Mundo de Plata censuró a aquel gobernante el incumplimiento de la palabra empeñada.

«...Escribís -le decía- que todas las mercaderías deben estar en tierra antes de principiar nuestro negocio, para que el rey perciba mejor sus derechos. ¿Cómo os animáis a escribir que el rey os haría cortar la cabeza si nos permitieseis entrar en tratos antes de hallarse todas las mercaderías en tierra, cuando habéis dicho antes que podíamos transportar las que quisiéramos? Estas palabras se contradicen mutuamente. En seguida escribís que os pesa no haber cumplido vuestra palabra; si os pesa, cumplidla inmediatamente, devolviéndonos nuestros hombres, y después que os hayamos devuelto los vuestros, dejadnos traficar como lo habéis prometido».

En términos duros y categóricos el piloto emplaza a Valdés: «Enviadnos mañana una contestación, diciendo lo que hay realmente y si somos amigos o enemigos, pues es necesario poner las cosas en claro».

Quebrada la breve armonía entre las autoridades   —15→   españolas y el marino holandés, se detuvo a hombres de una y otra parte. Sus rescates fueron causa de enojosas discusiones, que indujeron a Ottssen a alejarse de Buenos Aires, después de una permanencia de dos meses en el Plata, donde varios de sus hombres quedaron como prisioneros de los españoles.

Y emprendió el viaje de retorno a Holanda.

En la isla de Flores un fuerte temporal castiga a la nave y la lleva hacia la costa. El desastre era inminente. En tan peligrosa situación el capitán exhorta a sus hombres a «que levanten su voz a Dios, de común acuerdo, dirigiéndole una fervorosa oración para que los librase de ser estrellados contra esa isla desierta».

Salvado con felicidad el barco, la navegación se efectúa casi normalmente hasta el Cabo Santa María. Pero poco tiempo duró la buena estrella. Las penurias sufridas y el viaje realizado en precarias condiciones hicieron sentir sus efectos en la salud de la tripulación, que fue diezmada por enfermedades.

«Cuando el capitán -léese en el Diario- vio que iban muriéndose tan rápidamente las gentes de la tripulación, debilitándose de día las restantes, de modo que quedaban apenas tres válidos para   —16→   gobernar el buque, se encontró en apuros sin saber qué partido tomar».

El propósito del piloto era continuar hasta la isla de Santa Catalina; pero, con el fin de librarse de los peligros en que se hallaban él y sus compañeros, pensó ir hacia Guinea, ruta frecuentada por buques holandeses que podrían prestarle auxilio y permitirle aumentar la tripulación del Mundo de Plata, donde tantas muertes se habían producido. Mas su proyecto no pudo cumplirse, debido a las dificultades con que tropezaba.

Acosado por los contratiempos, Ottssen se dirige a Pernambuco, adonde llega; pero, no viendo allí buque alguno que pudiera prestarle la ayuda que anhelaba, retrocede hacia la Bahía de Todos los Santos.

Si en Buenos Aires el piloto holandés experimentó los más grandes reveses, en la Bahía de Todos los Santos fue mayor su desgracia. Es tomado preso apenas desembarca y sometido a un minucioso interrogatorio; el puñado de tripulantes que le seguía corre igual suerte, y el barco es confiscado por los portugueses. Poco tiempo después, el Mundo de Plata, saqueado por piratas, desaparecía para siempre envuelto en llamas.

Durante algunos meses permanecieron cautivos   —17→   en la ciudad el desventurado capitán y sus cinco compañeros que le quedaban, hasta tanto se adoptase desde Portugal alguna medida con respecto a ellos.

Andaban por las calles en la mayor miseria, padeciendo hambre y sufriendo desengaños.

La fuga era la mejor solución que se les presentaba, pues «los vecinos les avisaban -refiere el piloto- que su situación era peligrosa, siendo fácil que viniese de Portugal la orden de ahorcarlos».

Y aquel grupito de bravos lobos de mar planeó la huida. Ottssen no pensaba en ella, pues consideraba que, en caso de fracasar la tentativa, serían ajusticiados de inmediato. Al fin resolviose a hacerlo en cualquier forma. Y en el mes de mayo de 1600 logran escapar en una pequeña embarcación.

La suerte les fue adversa. Perseguidos a poco de partir, fueron sorprendidos y puestos en cautiverio en la ciudad. Si querían comer debían trabajar en aquella tierra que tan hostil se mostraba con ellos. El capitán -leemos en el relato- se presentó a un zapatero para ayudarle por la comida.

Pero Dios no desamparó a los arrojados aventureros, quienes pudieron abandonar la Bahía después de diez meses de injusta detención, merced a   —18→   las gestiones de un magnate que acertó a llegar en aquellos angustiosos momentos. El viajero conocía bien a Ottssen y era, además, amigo del gobernador, al que interesó en el asunto y le pidió la libertad de los navegantes en desgracia.

En un barco hamburgués que comerciaba en la región, aquellos hombres pudieron embarcarse rumbo a Holanda, escapando así de una muerte segura.

Después de más de dos años de angustioso peregrinaje por los mares y de sufrir privaciones de todo género, terminaba su aventura el marino flamenco. Sano y salvo llegaba a su patria, llevando en los ojos la visión de su nave, cuyos restos yacían sepultados en el insondable océano.

Tal es, en síntesis, el contenido de aquel Diario de viaje que Editorial Huarpes pone al alcance de sus lectores, sacando así del olvido un trabajo lleno de útiles enseñanzas.

Armando Tonelli.





  —19→  

imagen

  —21→  

En el año de 1598 después del nacimiento de Cristo, dos buques fueron revistados, en las aguas de Amsterdam, en presencia del burgomaestre y algunos regidores de dicha ciudad, los cuales debían navegar hacia la Guinea, y de ahí al Río de Plata3. Ambas naves contaban por junto una tripulación de cien hombres; en la mayor, nombrada El Mundo de oro, cuyo almirante se llamaba Laurencio Bicker, y el piloto Jacobo de Muyen, se encontraban 64 hombres, y además el buque tenía 180 toneladas. Por su parte, el otro barco, nombrado El Mundo de plata, cuyo factor (sobrecargo) se llamaba Cornelio Hemsskirch, y el piloto Enrique Ottssen, llevaba a bordo 36 hombres y el buque era de 80 toneladas.

Estas dos naves, que iban debidamente provistas de artillería y municiones de todas clases, así como de bastimentos,   —22→   salieron, pues, el 5 de agosto de Amsterdam para el Texel, donde quedaron ancladas hasta el 1.º de septiembre, habiendo de dirigir su rumbo hacia Hitlandt4, que está detrás de Inglaterra.

Al día siguiente encontraron cinco naves holandesas, las cuales hacían rumbo para el Texel; la misma noche el almirante perdió su lancha, que llevaba amarrada a popa del buque y cargaba con botillería. Así continuaron su derrota, y el 8 de septiembre se encontraron a vista de Hitlandt; el 12 de septiembre (virando al sur) divisaron la isla de Ferro5, volviendo a hallarse en consecuencia, el 13 de septiembre, por la altura del 58º 45' al norte de la línea equinoccial.

Después de haber continuado su camino, alcanzaron el 23 de octubre la altura de 30º y 45' y divisaron la isla Palma; pero el 25 pudieron reconocer todas las islas Canarias, que son cinco, a saber: la Gran Canaria, Gomero, Ferro, Teneriffa y Palma, entre las cuales Ferro en particular está provista por un milagro de Dios y de la naturaleza de un árbol notable; pues dicho árbol está enteramente cubierto de una nube espesa, que lo baña de tal manera que el agua gotea constantemente de su follaje, y los habitantes la recogen en una caja que han hecho en torno de dicho árbol; a no ser por esto no tendrían absolutamente en toda la isla el agua dulce para sus necesidades; es, pues, entonces un notable milagro de Dios que no hemos podido dejar de señalar a propósito de estas islas.

  —23→     —24→  

imagen

Sírvase el lector considerar el dibujo de esta isla señalada con el número 1: la letra A es el navío almirante; B es el buque de Cornelius de Hemsskirch; C representa el lugar donde los holandeses han construido una canoa; D es el río situado a un tiro de mosquete, poco más o menos hacia el interior, donde los holandeses han procurado su agua fresca.

  —25→  

Después dieron nuevamente la vela el 26 de octubre, alcanzando el 29 el Trópico de Cáncer, desde donde llegaron a los 21º (sic) y 30' norte de la línea equinoccial el 31 del mismo mes.

Continuando su navegación, llegaron el 3 de noviembre a proximidad de la isla de San Nicolás6, a 20 brazas de cuya playa desembarcaron por el lado sudoeste de la isla. Esta isla se encuentra a la altura de 17º norte de la línea equinoccial; es ahí donde los holandeses consiguieron cómo proveer abundantemente sus necesidades, tanto en agua fresca como en carne y pescado fresco, si bien fuera de eso no se encuentra allí absolutamente nada.

El 4 de noviembre levaron anclas y se establecieron poco más o menos a un tiro de piedra más lejos, sobre un fondo más sólido; desembarcaron en seguida todo lo necesario para construir una lancha y ponerla en estado; hecha la obra, no pudieron seguir camino y tuvieron que quedar al pairo cerca de dicha isla hasta el 25 de noviembre. En esta fecha el almirante dio la vela, después de proveerse abundantemente de agua y demás bastimentos, y dirigió el rumbo hacia la costa de Guinea (lámina I).

Cuando la lancha se hubo terminado, el 24 de noviembre, los del otro buque se prepararon igualmente a dar la vela, lo que hicieron al día siguiente dirigiendo su rumbo entre la isla de San Nicolás y la isla de Mayo7, con bastante buen viento; sin embargo tuvieron que quedar al pairo en este punto; y como un día cavasen en la tierra, dieron   —26→   con un nido que contenía 180 huevos de tortuga y 105 tortugas pequeñas, las que pueden conservarse vivas durante todo un año sin darles de comer ni de beber, hecho que los holandeses han encontrado también verídico, según su propia experiencia.

El 26 de ese mes divisaron la isla de Santiago y la isla de Mayo; entraron luego en el puerto de la isla de Mayo, donde encontraron como veinte buques ingleses cargando sal, la que se fabrica allí por medio del sol sin tener necesidad de trabajo manual; es un milagro especial del Señor. Allí los holandeses anclaron por 20 brazas de profundidad, como a un tiro de mosquete de tierra, y se proveyeron lo suficiente con algunas cabras que abundan allí y son de carne bastante buena. También repararon sus botes que venían haciendo mucha agua durante el viaje y resultaban demasiado pesados.

El 29 de dicho mes dieron la vela, después de haber escrito algunas cartas para Holanda, encargando a los ingleses, que eran amigos suyos, que las cuidasen o las entregasen allá, lo que éstos les prometieron. Se dirigieron hacia la isla de Santiago8, donde llegaron al día siguiente, con la esperanza de encontrar algunos refrescos, ya sea naranjas u otra cosa; fueron pues a tierra en un bote, pero, como encontrasen a unos naturales sin piedad, que se ponían en actitud defensiva y no querían darles el menor recurso, tuvieron que volverse sin haber obtenido nada, prosiguiendo al punto su ruta hacia la costa de Guinea.

El 8 de diciembre divisaron una nave o barca portuguesa, la cual, al parecer, quería navegar hacia el Castillo de   —27→   Mina. Pero mantuvieron constantemente su camino al sudoeste hasta el 11 de diciembre, día en que sus dos botes se alejaron de ellos hacia la Costa de los Granos; luego tuvieron tiempo de calma, encontrándose a los 7º norte de la línea equinoccial.

Continuaron su navegación, con algunos días de calma, hasta el 24 de ese mes, en que se encontraron a los 4º; luego avistaron, el 26 de diciembre, la Costa de los Granos9. Fueron arrastrados como 25 leguas al oeste hacia el cabo de Palma; creían estar todavía lejos de la costa, pero pudieron ver muy pronto que la corriente les había llevado cerca de ella, como se dieron cuenta luego al encontrarse a dos leguas y media de tierra. Pusiéronse, pues, a navegar nuevamente a lo largo de la costa, primero al este y a legua y media de tierra, donde encontraron fondo de 30 brazas10, y después al oeste con un viento del sudeste.

El 5 de enero del año 1599 arribaron a la Costa de los Granos, desembarcando como 8 leguas al oeste de Aschine, donde cambiaron mucho marfil. A poco levaron anclas y continuaron nuevamente su ruta hacia el cabo de Tres Puntas, donde llegaron el 8 de enero.

Dirigieron luego el rumbo hacia la aldea de Anta, donde anclaron por 10 brazas. Al anochecer del 9 de enero consiguieron allí de los habitantes algunos víveres de refresco, habiéndoles prometido aquéllos traerles oro al día siguiente para cambiarlo por mercancías. Pero al día siguiente, como no apareciese nadie del interior y el almirante les mandase el   —28→   11 de enero, por medio de una canoa, la orden de ir a encontrarse donde estaba con su buque, tuvieron que obedecer, y levar anclas siguiendo su ruta a lo largo de la costa como a dos leguas de tierra.

El 12 de enero, después de una buena singladura, llegaron a vista de Comenda, distante como cinco leguas de Anta; allí se juntaron nuevamente con su almirante, del cual habían estado separados cerca de dos meses; allí mismo recibieron al día siguiente 4½ libras de oro que los indígenas trajeron al buque. Pero luego, el día 14, el almirante se dirigió a Mourre, para hacer allí su negocio mientras los otros esperaban delante de Comenda hasta el 24 de enero, en cuya fecha el buque llamado El Herizo y el Nicolás Heyn los alcanzaron; pero a poco éstos continuaron su ruta hacia Mourre, en tanto que ellos quedaban todavía más tiempo delante de Comenda.

El 27 los alcanzó la lancha con el cargamento de marfil que había cambiado en la Costa de los Granos; lo mandaron al día siguiente a Mourre, donde estaba el almirante. En cuanto a ellos, quedaron todavía anclados allí y recibieron en reserva algún oro de los indígenas, aunque no en cantidad muy abundante. El 30 de enero se les acercó el baque llamado Simón Roele; emplearon ese mismo (día) en la limpieza y el lavado de su buque.

El 4 de febrero volvió la canoa pequeña después de haber cambiado también marfil, pero continuó camino hacia el puerto Mourre, a donde la siguieron el 5 de febrero para ponerse de nuevo a las órdenes de su almirante.

Llegados a Mourre no quedaron allí sino dos días, pues   —29→   su almirante les mandó inmediatamente que hiciesen sus preparativos para disponerse a salir al día siguiente. Como el preboste o teniente se hubiese permitido promover algunos motines entre la tripulación del buque, lo bajaron a tierra el 8 de febrero, y siguieron viaje en dirección al sudeste, de suerte que el 10 de dicho mes se encontraban a la altura de 2º 50'.

El 15 de febrero, a las 9 poco más o menos de la mañana, divisaron la isla del Príncipe11, situada a unas seis leguas de distancia; entraron en el puerto a la tarde, echando anclas por ocho brazas en la punta noroeste de la isla. Se encontraban casi dos grados al norte de la línea, y allí la corriente se dirige con bastante fuerza hacia el golfo. Así que, los que quieran navegar hacia la isla del Príncipe desde la Costa de Oro, no deben desperdiciar ningún viento, pues aun empleando todas sus velas tendrán bastante que hacer para alcanzar dicha isla; estos holandeses, en efecto, pensaban que hubieran debido, yendo en la dirección sudeste, llegar hasta la isla de Santo Tomás12.

El 16, el almirante y 17 hombres más, fueron a tierra en la canoa pequeña; fueron recibidos y hasta se les hizo muy buena acogida, si bien con falso corazón, pues habiendo estado en el mismo lugar en el año anterior era bien conocido de los habitantes. Llevaron, pues, al almirante, al administrador y al piloto a la iglesia, delante del gobernador, mientras los marineros amarraban la canoa y recorrían la población acá y allá para comprar víveres frescos. Así que, tan   —30→   luego como los portugueses notaron que los holandeses andaban dispersos, los acometieron y mataron nueve hombres, a saber, 4 del buque del almirante y 5 del otro; los demás se escaparon y ganaron el buque a nado, aunque estuviesen heridos algunos de ellos.

En cuanto al almirante, así como el administrador y el piloto, fueron hechos prisioneros y puestos bajo custodia por el gobernador; sin embargo, los pusieron en libertad al día siguiente y volvieron a bordo el 12; cosa que los dejó a todos no sólo muy contentos sino muy asombrados, no pudiendo pensar sino que se les había soltado por temor de que los holandeses bombardeasen y destruyesen la población, según el almirante les había advertido y amenazado. Así debieron creerlo los portugueses; con todo, tuvieron que dejar ahí la canoa con algunas barras de hierro, cuatro pedreros y algunas armas, además de los nueve hombres que habían sido sacrificados.

El 18 hicieron provisión de agua, no sin temor ni peligro, y después de ello, por la tarde, se hicieron a la vela serva con los holandeses hacia el Capo de Consalvo.

El 21 divisaron un buque que iba llevando algunos soldados a la isla del Príncipe; pero, cuando estuvo cerca de los holandeses y supieron que los portugueses habían tomado nuevamente posesión de la isla, y cómo los habían recibido a éstos, los del buque mudaron el rumbo navegando en conserva con los holandeses hacia el Capo de Consalvo.

El 22 descubrieron un buque de portugueses al cual dieron caza largo tiempo con el bote mayor o batel, hasta   —31→   que aquéllos, dirigiéndose a la isla Criscoa13, abandonaron su barca y huyeron hacia el interior para ocultarse; con todo, los holandeses los persiguieron y lograron tomarlos a todos, con excepción de dos, y habiéndolos hecho prisioneros los trajeron entonces al buque. Entre ellos se encontraba un sacerdote y algunos moros, hombres y mujeres; los otros eran casi todos portugueses venidos de la isla de Santo Tomás y que iban a la isla del Príncipe, donde eran súbditos del mismo gobernador que había tomado a los holandeses su canoa y sus bienes. Había igualmente en dicha barca o buque pequeño dos piezas de artillería de calibre mediano y 50 barricas de vino, así como también algunas bolsas de algodón, fuera de esto nada particular. Los holandeses, pues, se apoderaron del barco, empleándolo como buquecito de caza o corso.

Al día siguiente perdieron dos anclas; se dirigieron a tierra para buscar a los dos portugueses que faltaban, pero no pudieron hallarlos y volvieron a la tarde a bordo sin haber conseguido nada; como el tiempo era muy favorable, emprendieron la marcha el 24, siguiendo muy despacio su ruta a lo largo de la costa.

El 26 sintió un terrible trueno y un rayo rompió la cuerda superior del palo y la verga (del buque) de Lorenzo Bicker, cuyos pedazos al caer mataron a un hombre. Rompió también un pedazo del palo mayor y cayó en el buque, haciendo huir del modo más extraño a todo el mundo de un camarote a otro, de suerte que nadie sabía dónde ponerse para ocultarse. Finalmente se perdió y desapareció, dejando un mal olor muy pronunciado; parece ser que el rayo se escapó   —32→   por un escotillón abierto en la cubierta del buque. Pero fue una cosa espantosa de ver, y sólo sabrá Dios lo que quería significar. Sobre esto, dos horas después, se levantó un viento impetuoso y durísimo, que fue causa también de que perdieran la canoa pequeña.

El 27 de dicho mes siguieron su camino a lo largo de la costa, manteniéndose sin embargo a una distancia no menor de dos leguas, por los bajos que principian a unas 12 leguas antes del Capo Consalvo, prolongándose hasta dicho cabo. Ahí el mar es poco profundo y por eso iban tirando la sonda, pues luego de tener 40 brazas de profundidad ocurría al rato encontrar apenas 13 pies de agua (lámina II). Se vieron, pues, obligados a salvar el paso sin tardanza, hallándose todavía a legua y media de tierra y cosa de tres leguas del cabo.

El 28 de ese mes llegaron al cabo y fondearon a un cuarto de legua de la punta, sobre 20 brazas. Permanecieron allí hasta el 20 de marzo, ocupados en llenar sus toneles de agua dulce, de que tenían mucha necesidad.

En esto se les acercaron tres buques, a saber: uno de Johann Veen, el otro se llamaba El Salmón, y el tercero pertenecía a un tal Johann Weiss, de Rotterdam. Allí también murió, el 17 de marzo, el contramaestre de su buque, llamado Gerhart Janssen, que fue sepultado en tierra.

Después de haberse provisto suficientemente de agua y leña, se alejaron el 21 de marzo de dicho cabo, dirigiendo el rumbo al sudoeste hacia la isla de Santo Tomás, que divisaron el 24, anclando a dos leguas al sur de la fortaleza, sobre 30 brazas de fondo falso. Escribieron en el acto una carta dirigida al gobernador, comunicándole que tenían a

  —33→  

imagen

  —35→  

bordo algunos portugueses prisioneros, que estaban dispuestos a cambiar por algunos alemanes detenidos en la isla; decían (los holandeses) que habían recibido estos prisioneros del buque El Salmón, que venía de la isla del Príncipe.

Al día siguiente 25 recibieron la respuesta a su carta, en que se les decía que los alemanes allí prisioneros no podían ser rescatados, debiendo ser mandados cautivos a Portugal; y agregaba el gobernador que tenían allí bastantes portugueses. Sobre esto los holandeses levaron anclas nuevamente al día siguiente, y quedaron bordejeando, en espera de un buque de Hamburgo que debía venir de la isla del Príncipe con un obispo y algunos otros prisioneros portugueses.

El 27 divisaron dicho buque hamburgués, hacia el cual hicieron fuerza de vela hasta alcanzarlo. Le tomaron, pues, todos los portugueses que encontraron, con el fin de rescatar más fácilmente a los alemanes, pero el referido obispo se les escapó, pues se había ido a tierra en una pequeña canoa, de suerte que no pudieron prenderle. No obstante, mandaron otra carta a tierra en que anunciaban que tenían mayor número de prisioneros portugueses, procurando así, como lo hicieran antes, el cambio de los prisioneros alemanes; despacharon, pues, al hamburgués con su barco a tierra para entregar la carta y quedaron bordejeando en espera de la respuesta.

El 29 del mes se apostaron dos leguas al norte de la fortaleza, con 20 brazas sobre fondo duro; allí recibieron la contestación de tierra por un alemán, en la cual se les decía que consentía (el gobernador) en librarse de esa gente en cambio de los portugueses, pero que no les daría víveres de refresco. Los holandeses insistieron nuevamente, exigiendo   —36→   cortos víveres; después de largas negociaciones y perdida la esperanza de dicho aprovisionamiento, tuvieron finalmente que contentarse con el cambio de los prisioneros por uno y otro lado.

El 1.º de abril llegó a bordo uno de rehén para anunciar a los holandeses que debían mandar a tierra la mitad de los portugueses, quedando él como caución; así que por la tarde llegaron a bordo 11 alemanes, entre los cuales se encontraba Oky-Lan y Cornelius Tönissen, ambos comisarios del barco Salmón; los otros eran hombres de tripulación y servicio; sobre esto, mandaron a tierra a los portugueses restantes juntamente con el rehén.

El 2 de abril dejaron la isla de Santo Tomás, dirigiéndose hacia la tierra de Anabon14, que descubrieron el 8, cuando todavía divisaban distantemente la isla de Santo Tomás. Tuvieron muy mala navegación hasta el 16, en que sintieron un choque violento; y aun cuando se encontraban a la tarde tan cerca de Anabon, que no distaba de la costa sino cosa de una legua, no pudieron sin embargo alcanzarla, siendo detenidos primero por la calma, y luego rechazados por un viento muy impetuoso.

Al día siguiente sintieron dos choques violentos; no obstante lograron aproximarse nuevamente por la tarde a la isla Anabon, y tuvieron esperanza de alcanzar el puerto; pero, como el almirante hubiese quedado atrás un buen trecho de camino, y alejádose de la costa, tuvieron que desviarse de su ruta y seguir al almirante. A pesar de seguirle lo más rápidamente   —37→   que pudieron, no lograron alcanzarlo durante la noche, y cuando llegó el día lo habían perdido de vista.

El 18 volvieron nuevamente hacia Anabon en busca de su almirante. Pero el viento era tan violento que no pudieron alcanzar la isla y quedaron a poca distancia de tierra en espera de dicho almirante.

Al día siguiente, como no lo viesen aparecer, pensaron que quizá hubiera navegado de nuevo hacia el Cabo Consalvo; y como fuera una excelente ocasión para hacer provisión de agua, resolvieron dirigirse nuevamente hacia el Cabo en su busca; navegaron pues al este, hacia dicho punto, con viento regular.

El 20 de abril, habiendo el viento girado al sudeste, tuvieran que buscar nuevamente la isla Anabon, tanto más cuanto que con dicho viento no podían aventurarse a procurar el cabo a menos de bordejear; y esto no parecía prudente, porque hubiesen empleado quizás un mes antes de alcanzar dicho cabo, sin estar seguros, por otra parte, de encontrar allí a su almirante.

El 22 de abril tuvieron una fuerte borrasca, y a la tarde reconocieron de nueva la isla de Anabon, sobre la cual gobernaron hasta quedar seis leguas al norte. Como el tiempo fuese bastante malo y hubiese apariencia de ser arrastrados hacia la tierra firme, continuaron su ruta toda la noche. Al llegar el día reunieron consejo para decidir qué partido debían tomar hasta dar con su almirante; y habiendo reconocido que era mala esta manera de buscarle, resolvieron que era lo mejor procurar alcanzar la región o comarca Río de (la) Plata15   —38→   para esperarle allí. Navegaron, pues, al oeste sudoeste y halláronse a la altura de 1º 14' al sud de la línea.

El 6 de mayo, descubrieron la ciudad de Ascensión16, situada al sud-sudeste a unas siete leguas, así es que la dejaron atrás. Es una tierra muy elevada y que se extiende en longitud de sur a norte, siendo la punta norte la más alta. Esta población se encuentra a 7º 40' al sur de la línea equinoccial. Siguieron su ruta con viento desigual hasta el 16 de mayo, en cuya fecha alcanzaron el trópico del Capricornio.

Siguieron camino, sin acaecimiento memorable, hasta el 23 de mayo, en cuya fecha una ballena enorme vino a chocar contra ellos pasando por lo menos tres veces bajo el buque y sacudiéndolo bastante, como bien lo sintieron los que iban dentro.

Así continuaron navegando entre toda clase de peligros y con viento contrario hasta el 6 de junio, en cuyo día sufrieron tal huracán que fueron obligados a recoger todas sus velas; y a pesar de ello se vieron en tan gran peligro que no había en el buque quien lo hubiese experimentado y sufrido igual en ningún viaje. Este viento los rechazó como unas 12 leguas hacia el este-nordeste.

El 14 de junio divisaron la costa de América, de lo que no se alegraron poco, habiendo hasta entonces corrido gran peligro y sintiendo ya la escasez de agua. Fueron aproximándose a la tierra, y cuando estuvieron a media legua de la costa, reconocieron que era la isla de Castilla17; a poco echaron el ancla y fondearon a la tarde en 15 brazas de un

  —39→     —40→  

imagen

En el grabado señalado número 3, el lector ve toda la configuración de la magnífica comarca del Río de la Plata, de muy extensa fama, así como las islas, tierras firmes, barrancas de arena y bajíos que se encuentran en esa región, desde Buenos Aires, que está a 60 leguas del mar, hasta la isla de Lobos; y más lejos la isla de Castilla, que los holandeses, mientras estaban anclados en ella, reconocieron hallarse a la altura de 34½º sud de la línea.

Estos salvajes, que ponemos bajo los ojos del amigo lector en dos ejemplares dibujados del natural, eran de color rojo, con los cabellos atados en tres trenzas y el rostro muy desfigurado por agujeros que presentaban en la barba, en los cuales tenían introducidos unos pequeños huesos como glándulas. Tenían también agujereado el centro de la nariz, cuyas cavidades no se distinguían; igualmente agujereadas las orejas y atravesadas con dientes de cerdo, harto extrañas de mirar. No hablan mucho; en verano andan del todo desnudos, pero en invierno se hacen un vestido con animales salvajes, cosiendo cinco o seis pieles juntas. Son caníbales y comen los animales con todos los intestinos. En cuanto a su religión, nos es desconocida; pero es de suponer que vivan como bestias salvajes. Su arma es una honda que emplean para arrojar sus piedras, hallándose en seguida sin armas ni defensa alguna.

  —41→  

fondo falso, mezclado de conchuela colorada y negra y toda clase de piedras menudas.

Como en esos lugares la estación era de invierno, en que las borrascas se suceden casi cada día, tuvieron que someterse a las leyes de la necesidad; aferraron pues sus velas e hicieron todos los preparativos para el invierno con el fin de no ser tomados de improviso.

Esta isla de Castilla, según puede uno darse cuenta de ello, mide, poco más o menos, dos leguas de largo; es un país llano sin matorrales ni árboles; por el norte se encuentra una colina, y la playa tiene aspecto rojizo; se ve también por el lado norte un peñasco que parece un castillo en ruinas; otras dos peñas redondeadas se alzan también por el lado sur. La tierra firme se extiende por el oeste desde donde la vista alcanza a la isla, que se desarrolla en longitud, del sur-suroeste al nor-noroeste; en su parte media tiene aspecto blanquecino. En cuanto a la tierra firme, se extiende hacia el oeste-suroeste y se encuentra como a dos leguas de dicha isla; es una comarca llana sin árboles (lámina III).

El 17, después de haber vuelto a envergar y puesto una vela mayor nueva, (los holandeses) continuaron su ruta; no obstante, como fuese un paraje peligroso, mandaron su lancha a un tiro de mosquete adelante para sondar, manteniéndose a legua y media poco más o menos de tierra, donde habían hallado un fondo de 15 a 16 brazas; pero a la noche se alejaron de la costa y fueron a buscar un fondo mejor, pues el que habían encontrado anteriormente era un tanto movedizo o fangoso.

El 21 se mantuvieron a unas dos leguas de distancia de   —42→   la costa, siguiendo lentamente la lancha; se hallaban con 20 o 24 brazas de buen fondo, delante de una comarca baja y sin árboles por ningún lado; anclaron hacia la tarde, pudiendo divisar entonces desde la cofa la isla de Lobos18, que se hallaba a una distancia de cuatro leguas por el sudoeste.

El 22 de junio a la mañana emprendieron la marcha, y después de navegar unas cuatro leguas tuvieron que parar nuevamente por la calma y falta absoluta de viento, sobre 15 brazas de buen fondo, a una legua de distancia de la isla de Lobos, y a media legua del Cabo de Santa María, es decir, punto de por medio entre estos dos lugares, ahí donde principian los parajes del Río de (la) Plata.

Como estuviesen anclados en este punto, oyeron un ruido que venía de la isla de Lobos; fueron, pues, en canoa a reconocer la causa y ver si se encontraba allí alguna gente. Pero, cuando estuvieron cerca de la isla, vieron gran cantidad de lobos marinos que se precipitaron sobre ellos con gran furia, como leones rugidores; también se erguían en sus dos patas traseras como osos salvajes, infundiendo mucho miedo a los holandeses. Con todo, recobrando valor se pusieron a tirar tranquilamente en el montón, de suerte que cayeron muertos cuatro o cinco; cuando los otros vieron esto se pusieron en fuga perseguidos por los holandeses, que los herían a diestra y siniestra con sus sables y espadas. Así mataron o voltearon varios, y trajeron al buque nueve de los más pequeños y que luego comieron; más tarde mataron algunos que eran del tamaño

  —43→     —44→  

imagen

Esta isla de Lobos se encuentra a la altura de 35º sud de la línea, en los parajes extremos del Río de Plata, y no es más que una roca de parte a parte, es decir, que no se encuentra en ella nada, a no ser lobos marinos.

Se extiende de este a oeste sobre media legua de longitud, siendo la punta este la más elevada cuando se llega del mar. Desde dicha punta este se alarga igualmente a un tiro de mosquete19 una línea de rocas dentro del mar, cuya espuma se distingue muy bien, aun cuando el tiempo esté perfectamente sereno, por encima de un gran peñón situado por el lado sud. Dicha isla dista casi tres millas y media de la tierra firme, de suerte que se puede navegar entre una y otra sin temor al peligro con 14 o 15 brazas.

Se encuentra esta isla cerca del cabo de Santa María, que es una punta baja y pedregosa, fácil de reconocer, pues la comarca que se extiende desde Castilla al Cabo de María al oeste-suroeste y al este-nordeste es baja, llana y sin árboles. Pero, cuando se ha pasado el cabo, se encuentra una costa barrancosa que se alarga desde el cabo para adentro como cinco leguas del este al oeste.

  —45→  

de un cerdo grande; pero los que entonces trajeron al buque eran medianos y del tamaño de una puerca ordinaria, pero curiosos de ver y de color extraño, como es fácil darse cuenta de ello por el grabado adjunto (la caza de estos lobos marinos es la escena que Henrich Ottssen reproduce en la lámina IV).

El 23 los holandeses levaron anclas y continuaron la navegación, manteniéndose a unas dos leguas de la costa, siempre precedidos por la lancha que sondaba la profundidad. Por la tarde anclaron a dos leguas, poco más o menos, de un arroyo risueño de casi un cuarto de milla de largo, y a un tiro de piedra de tierra.

Transportaron su bote por tierra hasta dicho arroyo y echaron sus redes para pescar; pero no tomaron sino cuatro pescados, por encontrarse allí un fondo de lama que casi llegaba a llenar la red; les fue fácil darse cuenta de que no harían nada más en ese paraje; se pusieron, pues, a lavar su red, y la volvieron a colocar en el bote; pero, habiendo notado que unos cisnes pequeños estaban nadando en el arroyo, los persiguieron, logrando tomar dos que trajeron al buque.

La tierra firme en que hallaron el arroyo de agua dulce demora al nor-noroeste de la isla cerca de la cual estaban anclados. Ocuparon todavía el día siguiente en hacer provisión de agua fresca; y también, el 14 de julio por la tarde, algunos de ellos fueron nuevamente a tierra para cazar algunos cisnes de dicho arroyo, logrando en efecto traer cinco al buque. El agua del arroyo es fresca y buena, pero encontraron en abundancia la que necesitaban en la misma isla, que, como hemos dicho, no estaba sino a distancia de un tiro de   —46→   mosquete, en tanto que el arroyo les quedaba a doble distancia.

El 15 tuvieron viento del este, y por esto pusieron todo en orden y se prepararon para zarpar. Sin embargo, escribieron antes una carta para el almirante Laurencius Bicker, dándole noticias suyas; ocultaron el aviso en una carga de mosquete que colgaron en una cruz de madera plantada en el suelo. El mismo día se alejaron de la isla Maldonado, dirigiéndose al oeste y navegando a lo largo de la tierra firme como una legua de distancia con 15 brazas de agua; por la tarde anclaron en 10 brazas. La comarca se extiende desde Maldonado cinco leguas al este y al oeste; luego empieza a volverse ligeramente ondulada, prolongándose por el oeste-noroeste hacia el interior.

Descubrieron también otra isla llamada de Flores20, situada a unas tres leguas de la tierra firme y como 20 leguas del Cabo de María. Presenta una escotadura entre dos colinas que se alargan hasta cerca de una legua corta. El 18 de julio mandaron su bote con algunos hombres para reconocer la isla; éstos volvieron a la tarde trayendo algunas aves que habían tomado en dicha isla, la cual, por otra parte, no tiene ninguna producción especial.

El 19 tuvieron nuevamente un vientecillo favorable y pasaron por consiguiente entre la isla de Flores y el continente hasta Monte Seredo21, que es una montaña elevada; y una vez llegados a ella pusieron rumbo hacia el sud. El 21 descubrieron un barco o pequeño buque tras el cual corrieron   —47→   con el bote, intentando hablar con él; pero, como no pudieron alcanzarlo, lo persiguieron con su buque, aunque en vano, pues no lograron cogerlo. Supieron más tarde que dicho barco llevaba destino al Brasil y que iba cargado con un tesoro fiscal de 80.000 pesos de a ocho22. A la tarde arribaron por el lado sud, anclando a unas dos millas de la costa en cuatro brazas de buen fondo.

El 27 continuaron su navegación algo difícil, pasando a la noche sobre tres brazas de agua, a una legua de la costa porque habían visto al anochecer un humo en tierra y presumían que hubiera gente en aquel lugar. Al día siguiente levaron anclas, y a poco de ponerse en marcha fueron a dar en un fondo de arena movediza con 13 pies de agua, de suerte que el buque no se hallaba sino a un pie de la arena; por eso enderezaron hacia la costa hasta dar con cuatro y media brazas de agua, llegando así tan cerca de tierra que hubieran podido alcanzarla con un tiro de mosquete23.

Dicho bajío de 13 pies de agua se encuentra situado a una legua y media de tierra y 53 leguas río adentro. Se extiende a lo largo de la costa como una legua y hasta la distancia de un tiro de mosquete; pero se puede muy bien navegar entre la tierra y dicho bajío.

Los holandeses, pues, se establecieron sobre unas cuatro y media brazas de agua y fueron a tierra en canoa con una parte de la gente, en dirección al punto donde divisaran la noche antes aquel humo o vapor, para ver si daban con algunos seres humanos. Pero fue en vano, pues no encontraron   —48→   a nadie; sólo vieron correr entre las malezas algunos ciervos y búfalos y encontraron una enorme ballena muerta en la playa. Sin más, volvieron a su buque y siguieron su ruta a lo largo de la costa.

El 29 navegaron al oeste-noroeste; pero su buque dio con la quilla de modo que quedaron varados y tuvieron muchos trabajos hasta poder con la ayuda de Dios salir de allí; en este lugar se encuentra un peligroso bajío de arena movediza, a un cuarto de legua de tierra y tres leguas al sud de Bonas Aeres; desde allí para el sud la tierra está cubierta de árboles.

Al día siguiente, que era el 30 de julio, continuaron navegando hacia el interior y siguiendo la costa, con tres brazas y a legua y media de tierra. Después de caminar así como una legua, divisaron la tierra de Bonas Aeres, que viene a ser un país sin árboles, a la altura de Bordholm. Es un país llano y abierto, y divisaron también allí algunas casas.

Es fácil de reconocer por qué no se encuentra allí un solo árbol, en tanto que, como lo hemos dicho antes y puede verse en el grabado N.º 3, la comarca hasta Bonas Aeres está enteramente cubierta de bosques, y cualquiera que venga del mar navegando hacia Bonas Aeres puede calcular que, cuando alcance el límite de los árboles, habrá llegado al país de Bonas Aeres. Cuando se encuentre, pues, a una distancia suficiente para ver la tierra de Bonas Aeres, debe tener cuidado de no acercarse a menos de legua y media hasta distinguir las casas en dirección del sud; entonces puede dirigirse hacia éstas en línea recta, y colocarse sobre tres brazas a un tiro de mosquete en diagonal con dichas casas. Como el agua sube y baja   —49→   con el viento, no hay algunas veces más que tres brazas y media de profundidad. Sin embargo, como el fondo es blando, los buques no corren peligro alguno, aun cuando diesen en el fondo, con tal que tomen la precaución de no dejarse empujar sobre la arena.

Hacia mediodía los holandeses vieron una canoa o bote que venía de Bonas Aeres; habiéndose aproximado al buque, preguntó en español qué clase de gentes eran. Contestaron los recién llegados que eran alemanes; sobre esto, los otros preguntaron qué venían a buscar y qué deseaban. (Los holandeses) contestaron que traían cargamento de mercaderías y que deseaban negociarlas siempre que tuvieran licencia del gobernador. Después de esto, les contestaron de la canoa que eran bien venidos con sus mercaderías y que podrían sin duda hacer con ellas buen negocio. Pero se sorprendían de que los holandeses hubiesen podido entrar por estos parajes sin un piloto español, por estar el camino tan sembrado de bajíos y bancos de arena, y hubiesen tenido atrevimiento para aventurarse tan adentro, tanto más cuanto que Bonas Aeres está situado a 60 leguas adentro de un río tan peligroso de atravesar; así lo hubieran experimentado los holandeses y no hubiesen logrado terminar esta empresa, a no haber empleado el procedimiento de mandar adelante la lancha y sondar el fondo.

Entre los que vinieron en canoa a bordo del buque holandés se encontraban dos españoles, a saber el merinje de tierra y luego el merinje del mar, además de nueve salvajes del país24.

  —50→  

Las gentes que se encontraban en dicha canoa española volvieron a tierra aquella tarde, con una carta de los holandeses (para el gobernador) la cual decía en su contenido qué clase de gentes eran y cómo venían a tratar de negociar con ellos, siempre que se lo permitiesen y autorizasen, y por fin rogaban se les mandase una contestación a esta carta al día siguiente, quedando el merinje del mar a bordo del buque.

Después de irse la canoa, avanzaron como una media legua, por encontrarse muy cerca de un banco de arena; anclaron de nuevo sobre tres brazas de buen fondo; dicho banco de arena o bajío está situado a legua y media en dirección oblicua a Boenas Aeres, y la profundidad no excede allí de nueve pies. Por eso todo aquel que, viniendo del mar, cruce río arriba, no debe aproximarse a la costa a una distancia menor de dos leguas, hasta que vea las casas de Boenas Aeres en dirección al sud; entonces puede caminar derecho sobre las casas y anclar delante de la ciudad sobre tres brazas y acaso un pie menos.

El 31, a mediodía, vino otra canoa hacia el buque de los holandeses, trayendo un costal lleno de pan blanco con siete u ocho naranjas para servir de refresco a la tripulación.

El merinje dijo que el gobernador le había mandado avisarles que el factor o comisario debía ir a tierra para conversar amigablemente con él. Pero los holandeses le dieron a entender que querían demorar todavía un poco hasta que se encontrasen con su buque un poco más cerca de la ciudad. Con esto los españoles se mostraron satisfechos y se volvieron en su canoa para tierra, quedando el merinje del mar en el buque. Así esperaron el viento favorable para poder aproximarse   —51→   un poco más a la ciudad, pues ese día soplaba el viento del oeste, si bien con tiempo hermoso.

El 1.º de agosto tuvieron el viento del sud, que les pareció bastante frío, y el agua subió como una braza, por lo que pudieron inducir que el agua subía con el viento en la misma proporción que bajaba con el viento norte.

El merinje español les dijo que siete años antes, en el mismo lugar donde estaban en aquel momento, el agua llegó a no tener sino cuatro pies de hondura, y esto que se hallaban entonces con su buque por lo menos a dos leguas de tierra. Esta noticia no dejó de asustarlos bastante, mostrándoles lo peligroso del paraje en que se encontraban. Sin embargo, se aquietaban al ver que el fondo era blando, y sólo cuidaban de no dejarse llevar sobre la arena.

El 2 y 3 de agosto tuvieron buen tiempo y pudieron divisar la costa norte, así como la isla de San Gabriel, situada a distancia de dos leguas de dicha costa norte; en cuanto a ellos, se encontraban a dos leguas de la costa sud. Se dirigieron en bote hacia tierra para sondear el fondo, con el objeto de colocarse con su buque delante de la ciudad, lo más próximo a ella que se pudiera. Navegaron, pues, al sesgo, en dirección a la tierra, o a la ciudad, hasta situarse a legua y media y con dos brazas o dos brazas y media de buen fondo. De este modo siguieron avanzando a lo largo de la arena movediza, hasta que la aldea se encontrara a su frente en dirección al sud. Allí dieron nuevamente fondo con tres brazas de agua, y entonces dirigieron rectamente su bote hacia las casas de Boenas Aeres, rumbo al sud, mientras desde un bote   —52→   sondeaban el terreno que tenían por delante para hallar fondo suficiente.

Después de hecha esta exploración, volvieron al buque, donde el factor les anunció que durante su ausencia había venido otro bote a bordo, lo que sin duda habían podido ver ellos mismos desde su propia embarcación. Esta canoa les había traído otra vez pan blanco y un carnero, pero reiterando el pedido que el factor volviese con ellos a tierra. Éste se había excusado nuevamente, diciendo que quería todavía esperar un poco hasta que se aproximase el buque un poco más a la playa; pero había escrito una carta al gobernador, pidiéndole la autorización para traficar libremente. Los de la canoa le habían prometido traer la contestación al día siguiente.

El 4 tuvieron viento norte con buen tiempo; al mediodía llegó otra vez un bote al navío con una carta del gobernador, en que decía lo siguiente: había recibido la carta de los holandeses y comprendía cuán grata les sería la licencia de traficar libremente; pero no podía tan llanamente permitirlo ni tolerarlo, por cuanto era contrario a las leyes y órdenes del Rey de España; y seguían otras disculpas parecidas. Pero el que traía la carta manifestó cómo los vecinos y súbditos habían importunado con fuerza al gobernador, e insistido muy vivamente para que diese dicha autorización a los holandeses, alegando que tenían necesidad de dichos artículos y preferían adquirirlos allí, del mismo buque, antes que verse obligados a traerlos de parajes lejanos.

El gobernador también había vuelto a escribir, diciendo que debían mandar a tierra a su comisario, y que este último   —53→   podía venir con toda libertad y seguridad bajo la fe y palabra de aquél, lo que confirmaba con el sello real puesto al fin de la carta. En vista de ello, el factor accedió al pedido, prometiendo que al día siguiente iría a tierra en su bote; en seguida, dicha canoa volvió a tierra llevando la respuesta al gobernador, quien hizo llegar el mismo día a los holandeses una media res y otras provisiones con que les gratificaba, echando (como se dice) un esperinque o pescadillo blanco al agua para pescar un bacalao.

El día 5 tuvieron un tiempo magnífico, aunque con viento variable, y el factor se dirigió a tierra con cuatro hombres; allí hablaron con el gobernador (que a la sazón era Diego Rodríguez Valdés y de la Banda) y le rogaron les permitiese entrar en tráfico. Lograron ponerse de acuerdo, conviniendo en que, como únicos derechos, pagarían el siete (por ciento) por la llegada y el cuatro por ciento por la salida. Volvió, pues, a la tarde a bordo y refirió la gran amistad que le habían demostrado, así el gobernador como la gente del pueblo, y que tenía la autorización apetecida con tal de pagar once por ciento como derechos de entrada y salida.

El capitán le preguntó entonces si se les permitiría vender sus mercaderías a bordo; el otro contestó que había insistido mucho tiempo a este respecto sin lograr conseguir nada del gobernador en este sentido, pues aquél no quería entrar en tratos ni permitir ningún negocio a no transportarse las mercaderías a tierra, temiendo que no se llenasen cumplidamente sus obligaciones para con el rey; además era la costumbre del país no hacer tratos sino en tierra. También le había preguntado el factor, qué porción de mercaderías debían   —54→   desembarcar, habiéndosele contestado que sería la que ellos quisieran y estuviesen dispuestos a cambiar.

El capitán manifestó entonces que el caso le parecía serio, pues temía que una vez desembarcadas las mercaderías se las confiscaran. Por lo que el factor le preguntó si conocía otro lugar hacia el cual pudiesen navegar, para negociar sus mercaderías y no verse obligados a desembarcarlas aquí. Contestó entonces el capitán que le era difícil saberlo, y que el camino más corto era hacer la prueba. Le preguntaron todavía si se podría navegar más fácilmente hacia el interior del país. El capitán dijo que no, pues bastante trabajo habían tenido hasta allí, habiendo corrido mil peligros por los bajos y bancos de arena antes de llegar a Bonas Aeres. Se manifestaron, pues, uno y otro de contraria opinión y poco faltó para que llegasen a las manos, entre tanto no sabían qué hacer para discurrir una solución, no pudiendo encontrar en estos parajes más puntos que el presente para negociar sus mercaderías.

Así que examinaron en todos sentidos cómo podrían obrar por lo mejor. Después de haber hecho un viaje tan lejano sin sacar ningún provecho, si sucedía que arribasen a otro lugar sin lograr nada tampoco, no podían dejar de mostrarse muy inquietos, pues sus señores y armadores habían de pedirles cuenta por haber realizado un viaje tan largo sin resultado alguno, ni siquiera haber hecho algún esfuerzo para cambiar sus géneros. Estaban, pues, muy angustiados, no sabiendo qué partido sería mejor tomar, hasta que al capitán le pareció necesario ver con sus propios ojos si se trataba o no de engañarlos; lo que aprobó el factor diciéndole que   —55→   bajando él mismo a tierra vería si las cosas le gustaban. Así se resolvió, y prometió cumplirlo el capitán.

El 6 de agosto hubo un eclipse total de luna, después del cual el capitán bajó a tierra, donde fue llevado ante el gobernador. Discutió mucho con éste para obtener que las mercaderías se negociaran en el mismo buque, pero no pudo conseguirlo porque la ley no permitía efectuarlo así, y el gobernador, por el contrario, insistía en que, para cualquier trato, debían desembarcar primero las mercaderías. Por lo demás, se hicieron al capitán muchas demostraciones deferentes y amistosas, así por parte del pueblo como del gobernador; por fin éste le regaló una media res que a la noche llevó consigo al buque.

Cuando el capitán hubo vuelto a bordo, le preguntó el factor cómo le había ido y qué cariz presentaban los negocios. El capitán contestó que le habían demostrado mucha amistad, y que si su corazón estaba acorde con su modo de ser anterior, opinaba que el negocio podría realizarse. Esto mismo confirmó Cornelius von Hemsskirchen, diciendo que, aunque los españoles eran sanguinarios, solían cumplir su palabra mejor que los holandeses, sobre todo cuando tenían prometida una cosa a alguien, añadiendo que bien sabía él lo que eran los españoles por haber vivido en España cuatro años enteros.

Luego el capitán agregó que, siendo el parecer del factor que se entrara en tratos, convenía comprar una canoa pequeña en que pudieran ir a tierra y volver, para no desprenderse del bote del buque que era absolutamente indispensable para sondar el agua; y en el supuesto de que los españoles detuviesen   —56→   a los traficantes con sus mercaderías, les quedaría siquiera dicha canoa cerca del buque con cuyo auxilio podrían volver a salir de estos parajes. El comisario dio, pues, la orden de comprar una pequeña embarcación, disponiendo que el capitán hiciese quedar la mayor cerca del buque o embarcada en él.

En seguida levaron anclas y avanzaron a lo largo del banco de arena, hasta tener las casas de Bonas Aeres por el rumbo del sud; entonces se dirigieron derechamente sobre ellas hasta quedar a media legua de Bonas Aeres y anclaron sobre tres y media brazas de buen fondo. Pero, como al día siguiente tuvieran todavía buen viento, levaron anclas y fueron hacia las casas hasta que fondearon a un tiro de arcabuz de la población, asegurando bien su buque, pues pensaban quedar allí todo el tiempo que durase su negocio.

El 8 tuvieron vientos variables; no obstante, el tiempo quedó bueno. Algunos hombres habían bajado a tierra en la canoa para ir a la iglesia; éstos volvieron a la noche acompañados de dos españoles que ofrecieron en venta algunas reses, diciendo que cada uno de ellos poseía más de 500 cabezas de ganado; pedían por cada novillo tres pesos de a ocho, siendo así que en Holanda vale en todo tiempo 100 táleros.

El 10 varios hombres fueron todavía a tierra para visitar la iglesia, y a la tarde trajeron a bordo un venado joven que la mujer del gobernador enviaba de regalo al factor. Al día siguiente, como continuara el tiempo hermoso, limpiaron el buque, y hacia mediodía los dos factores, acompañados de siete personas, se dirigieron a tierra en la lancha, que llevaba   —57→   cargamento de mercaderías por unos 4.000 florines. Cuando vio el capitán que iban nueve hombres en la canoa, preguntó lo que toda esa gente quería hacer en tierra y ordenó, por lo tanto, que tres o cuatro hombres volviesen a bordo. Éstos contestaron que les tocaba el turno de ir a tierra y, como el capitán quisiese detenerlos por la fuerza, sólo el trompeta volvió de muy mala gana. El segundo factor repuso entonces que: «En caso de querer obligarnos a quedar, no lo harían en este primer viaje, sino que esperarían hasta tener más mercaderías en tierra». Se alejaron, pues, en la lancha contra la voluntad del capitán, habiendo alegado el factor que había mandado hacer un bote pequeño que les serviría para el tráfico, pero que no debía estar concluido hasta el día siguiente. Esa noche quedaron en tierra con su canoa, lo que no dejó de inspirar temor e inquietud al capitán; pensó desde luego que las cosas no debían de andar muy bien en tierra. Mandó entonces preparar las velas y las redes de combate25; cargaron también sus cañones temiendo que los españoles pudiesen con algunas galeras u otras embarcaciones atacarlos por sorpresa durante la noche; hicieron, por fin, todos los preparativos y tomaron las precauciones necesarias para guardar su buque.

Al día siguiente retrocedieron como un tiro de mosquete de su fondeadero delante de la ciudad, pues tan cerca habían estado que, tirando desde tierra, les hubiesen alcanzado. Cerca de mediodía se acercó al buque una canoa que traía una carta del gobernador y otras dos de cada uno de   —58→   los comisarios, cuya sustancia era: que en tierra todo andaba bien y que no debían estar inquietos en el buque; que la razón por la cual no habían vuelto a pasar la noche a bordo provenía de que se les hizo tarde, habiendo tenido que transportar todos sus géneros a los depósitos o casas de comercio. Las cartas agregaban que era necesario mandar más mercaderías a tierra por ser éstos los deseos del gobernador, y que la gente no podía volver a bordo antes que todas las mercaderías estuviesen en tierra y pudiese el rey percibir sus derechos; no era posible, pues, iniciar los tratos antes de haberse pagado todos los derechos según la costumbre del país.

Con estas palabras creían los españoles tomar en sus redes a los holandeses, y ello hubiera sucedido a dar éstos fe a las palabras de aquéllos. Pero, aunque fuese el mismo factor quien había redactado la carta, el capitán no pudo menos de pensar que aquél hubiese escrito así por la fuerza, y realmente no era de otro modo. El capitán, pues, contestó a la carta diciendo que era necesario dejar volver a los holandeses a bordo con la canoa grande, y que en seguida se mandaría a tierra el resto de las mercaderías, ya que tal era la costumbre; pero que si los españoles no hacían esto debía deducirse de ello que sus intenciones no eran buenas. Con esta respuesta despachó a tierra a los de la canoa.

El 15 y el 16 de agosto tuvieron un gran temporal del sud-sudoeste, de modo que en esos días no pudo venir de tierra ninguna embarcación. Sin embargo, el 15 por la tarde atracó una canoa con dos españoles y seis indios, la que traía dos escritos del factor de los holandeses, diciendo que no podrían volver a bordo del buque en su canoa antes de haberse transportado   —59→   a tierra todas las mercaderías; añadía la carta que se encontraban separados los unos de los otros sin saber lo que esto significaba. Les rogaban también que les mandasen a cada uno una camisa y un traje porque sufrían mucho del frío, dejando ver que hubieran deseado escribir más, pero que no se atrevían a hacerlo porque sus cartas serían abiertas y leídas antes de despacharse al buque. Agregaban, no obstante, que el gobernador los tranquilizaba con sus palabras, diciéndoles que no debían dejarse abatir ni tomar a mal estas cosas, pues tan pronto como estuvieran en tierra todas las mercaderías, y hubiese el rey percibido todos los derechos, se les permitiría ejercer libremente su negocio y vender sus géneros.

Pero el capitán se dio cuenta fácilmente de las intenciones que tenía el gobernador, las cuales no eran únicamente apoderarse de las mercaderías sino también de la tripulación y del buque entero. Consideró, pues, más prudente detener a bordo a los dos españoles y los seis salvajes con su canoa, porque husmeaba ya un verdadero engaño. En consecuencia, izaron a bordo del buque dicha canoa, la cortaron en dos, y con la mitad fabricaron una pequeña para usarla en los casos necesarios, pues ya no tenían ninguna y se encontraban en parajes y aguas muy peligrosos. El 16 de agosto el capitán escribió una carta al gobernador y otra al primer factor, diciendo que debían dejar volver a los holandeses al buque, y que en el acto haría llevar a tierra el resto de las mercaderías; con una condición, sin embargo, y era que el gobernador cumpliese la palabra que les había dado de dejarlos ejercer libremente su negocio. Pero, si por el contrario se negaba a devolver la gente del buque, no debía esperar recibir el resto   —60→   de los géneros; en conclusión, si los tratos eran realmente amistosos, debía mandar a los hombres del buque en su canoa, y mientras tanto quedarían las gentes del gobernador detenidas a bordo hasta la vuelta de los holandeses. El capitán mandó esta carta a tierra con tres de los indios en la media canoa o batel.

El 17 sufrieron una fuerte borrasca, y el agua se retiró tanto que el buque tocaba el fondo y no podía moverse; no obstante, hacia la tarde volvió a subir de suerte que se encontraron nuevamente a flote. En la noche un bote se arrimó furtivamente al buque como para reconocerlo o quizá cortar las amarras que lo retenían. Pero los holandeses sintieron la cosa a tiempo y le dieron el quién vive; nadie contestó; los de la canoa se habían ocultado acostándose en el fondo, y así se volvieron sin el menor ruido. Por más que los holandeses tirasen en la dirección de los asaltantes con sus largos mosquetes, no pudieron hacerles daño, ya por ser de noche, ya por lo precavidos que eran.

El 28 vino a bordo del buque otra canoa con dos salvajes trayendo una carta del gobernador que repetía siempre su viejo estribillo: que todas las mercaderías debían ser previamente transportadas y registradas en tierra antes que los holandeses pudiesen volver a bordo; y daba a entender que era cosa harto grave para él el permitir que se iniciase el negocio antes de concluirse dicho desembarco, pues corría peligro de que el rey de España le hiciera cortar la cabeza. Le pedía luego al capitán que viniese él mismo a tierra para hacer un contrato con él respecto de dichas mercaderías, pues le causaba mucho pesar no haber cumplido la palabra empeñada.

  —61→  

El gobernador escribía esto y otras cosas parecidas para atraer a los holandeses y tomarlos en sus redes. El capitán contestó luego al gobernador, escribiéndole lo siguiente: «Sepa Vuestra Excelencia que he recibido su escrito; acerca de su deseo de que vaya a tierra para celebrar un contrato respecto de los géneros, me sorprende mucho semejante pedido, puesto que dicho contrato ya está hecho con nuestro factor, y si algo necesitara aclararse en él, está dicho factor bastante cerca de vuestra persona. Escribís, además, que todas las mercaderías deben estar en tierra antes de principiar nuestro negocio, para que el rey perciba mejor sus derechos. ¿Cómo os animáis a escribir que el rey os haría cortar la cabeza si nos permitieseis entrar en tratos antes de hallarse todas las mercaderías en tierra, cuando habéis dicho antes que podíamos transportar las que quisiéramos? Estas palabras se contradicen mutuamente. En seguida escribís que os pesa no haber cumplido vuestra palabra; si os pesa, cumplidla inmediatamente, devolviéndonos nuestros hombres, y después que os hayamos devuelto los vuestros, dejadnos traficar como lo habéis prometido. Enviadnos mañana una contestación, diciendo lo que hay realmente y si somos amigos o enemigos, pues es necesario poner las cosas en claro. Si entiendo bien vuestra carta, estáis inquieto respecto de las gentes que detenemos en el buque, temiendo que se les haga algún daño; tal aprehensión es inútil, pues hasta el presente no se han encontrado ni mejor ni peor que nosotros. Pero, habiendo sabido por vuestra carta que dejáis a nuestras gentes en libertad durante el día y sólo las encerráis de noche, encerraremos también en adelante de noche a los vuestros, como lo hacéis con los nuestros, pues se hará con   —62→   éstos, ya sea en bien, ya en mal, exactamente lo que hacéis con aquéllos. Pero no debéis tener muy buenas intenciones a nuestro respecto, ya que no podemos recibir cartas de nuestras gentes, lo que nos impide saber lo que debemos pensar de ellos, ni cómo están. Ruego, pues, a Vuestra Excelencia que les permita mañana ponernos por escrito al corriente de su suerte. Dios guarde a Vuestra Excelencia. (Escrito) por el piloto Heinrich Ottssen».

Después de haberse escrito y firmado esta carta, ocurrió una desgracia en el camarote, provocada por el tarro de brea que le comunicó un principio de incendio; pero toda la gente acudió apresuradamente y el incendio fue apagado rápidamente con la ayuda de Dios.

Pero, cuando los indios vieron el alboroto general, creyeron que se trataba de alguna mala pasada, y a toda prisa corrieron a su canoa. Los otros tres, que estaban todavía presos en el buque, se arrojaron al agua llenos de terror con la idea de que se tenía la intención de matarlos; nadaron, pues, hacia tierra, por más que, así los españoles como los holandeses, les gritasen que debían volver al buque y llevarse la carta, a lo que de ningún modo quisieron acceder.

El 19, por ser el tiempo claro y sereno, izaron la bandera de paz y dispararon un cañonazo con la esperanza de ver llegar de tierra una embarcación, pues parecía que ya nadie quisiera venir. Estaban con la aprehensión de que los salvajes que se habían escapado del buque hubiesen contado allá que los holandeses habían intentado poner en los españoles que se encontraban a bordo, o que los habían maltratado, razón por la cual nadie se atrevería ya a arrimarse. El 20 y el 21 tuvieron tiempo bastante bueno, aunque con   —63→   viento variable; no obstante, nadie asomó de tierra por más que dejasen izada la bandera de paz y disparasen de vez en cuando un cañonazo. Por lo tanto, el 22 se resolvieron a despachar la canoa recortada con uno de los españoles que quedaron detenidos en el buque; éste iba llevando la carta y el español les prometió que él mismo les traería la contestación al día siguiente.

El 23, continuando el tiempo hermoso y sereno, aunque no hubiese de durar, recibieron a las doce una contestación del (primer) factor, diciendo que convenía mandar a tierra a los españoles presos, porque (según decía) no conseguirían por ellos ni un perro, en tanto que allá podían ser muy útiles para los de tierra. Además rogaba (al capitán) que le mandase uno de los marineros con quien pudiese entenderse de palabra, pues el gobernador había prometido que le dejaría entrar y salir libremente. Cualquiera de ellos hubiese preferido ir personalmente al buque, pero el gobernador no lo permitía; con todo (agregaba el escrito), si el marinero no volvía a bordo después de uno o dos días, los del buque debían examinar la situación y elegir el partido que les pareciese mejor. Desde luego, les convenía ir a fondear en un punto más retirado, y después de soltar a los españoles del buque ejercer buena vigilancia. También convenía que escribiese (el capitán) que no tenía intención de despachar a tierra ninguna mercadería, pero que los holandeses desembarcados hicieran suyos los géneros allá existentes a cuenta de su sueldo mensual. Y concluía pidiendo le mandase un barril o más (cuatro) de vino para congraciarse con los españoles.

Muy luego notó el capitán que estos españoles presos   —64→   eran pobres diablos que no tenían un vestido que ponerse en el cuerpo y mostraban los dedos de los pies que les pasaban por la punta del calzado; por otra parte, estaba perdiendo un tiempo precioso sin utilidad, fuera de que cada día se iba poniendo más gente enferma; encontró que era mejor satisfacer los deseos expresados en aquella carta; hizo, pues, embarcar en la canoa al español acompañado de un botero y poniéndole, además, cuatro botijas de vino. En seguida levó anclas y procuró poner el buque en otro punto más seguro donde fondeó con tres brazas de agua.

El 24 corrió un viento muy fuerte que concluyó con tempestad de truenos y relámpagos y les hizo garrear las anclas; durante aquel temporal, que duró varios días, se rompió una de las amarras, lo que les obligó a retirar y volver a arrojar el ancla en medio de un peligro bastante serio.

El 28, cuando se hubo apaciguado la tempestad, recibieron por la tarde una contestación del factor, en que les decía que debían los holandeses aproximarse nuevamente con su buque a la ciudad para rescatarlos, yendo a tierra el capitán en persona con cuatro barriles de vino. El capitán contestó inmediatamente que no tenía la menor intención de ir a tierra, pues ya era bastante la gente que tenían allá; con todo, si los holandeses podían ser rescatados por una suma de dinero, debía el gobernador fijar lo que era necesario ofrecer como rescate, haciéndoles llegar la respuesta al día siguiente.

El 30 llegó otra canoa al buque con el mismo marinero que mandaran anteriormente, el cual traía una carta del factor; en ella decía que el gobernador rehusaba dejar que se rescatase ningún holandés por dinero ni mercaderías, pues   —65→   tenía la intención de mandarlos todos juntos a la ciudad de Lima, que se encuentra situada a unas 800 millas en el interior; en consecuencia reclamaban todos con instancia sus ropas, lo que a todos pareció cosa muy triste y lastimera de oír. Se les mandó, pues, de a bordo todo lo que les pertenecía, y el marinero volvió a tierra, según lo habían pedido al capitán.

Al día siguiente tuvieron un tiempo hermoso y sereno, y por eso, desde muy temprano, estuvo de vuelta el bote con dicho marinero que traía dos cartas, una de Cornelius Hemsskirch26 y otra de Joris Petersen, diciendo que habían recibido sus equipajes en el estado que fueron despachados del buque, así como los cuatro barriles de vino, dos de los cuales, decía Cornelius, había regalado a Joris Petersen; los otros dos habían servido para obsequiar al fraile de San Francisco que les había traído una carta del gobernador en que éste proponía al capitán desembarcar libremente en tierra y volver del mismo modo a su buque, ofreciéndose el mismo fraile para acompañarle hasta su bote para preservarle de todo peligro. «Pero, agregaba en la carta, absteneos de aceptarlo, pues lo que he hecho ha sido para permitir al marinero Herman la vuelta segura al buque; los españoles meditan algo no muy bueno contra nosotros, como Herman os lo contará verbalmente. Será lo mejor, pues, quitaros de delante con vuestro buque tan pronto como llegue a bordo el botero Herman; pero mandándonos todavía ocho barriles de vino, seis para el gobernador y dos para la gente de servicio, pues los de aquí nos fastidian y atormentan mucho por el vino, que en esta tierra   —66→   no se consigue. Sobre esto, os deseo una buena noche, queridos y fieles compañeros, y dad también a todos los amigos las buenas noches de parte de Cornelius Hemsskirch».

Después que el capitán hubo leído y comprendido todo esto, mandó a sus compañeros el mismo día sus adioses por escrito, con gran tristeza, porque perdían por una gran falta de previsión al factor y ocho hombres más a quienes se veían obligados a dejar atrás.

Y sobre esto levaron anclas y dieron la vela hacia el norte, o sea cerca de dos leguas de la costa norte de Bonas Aeres, pues el río mide allí unas ocho leguas de ancho; fondearon, pues, en dicho punto con tres y media brazas sobre un buen fondo.

El 1.º de septiembre tuvieron una fuerte ventolina del sudeste que les obligó a quedar firmes en sus anclas hasta el 5; como se hubiesen adelantado poco a poco unas cinco leguas al sudoeste, volvieron a fondear sobre tres y media brazas de buen fondo a unas dos millas de tierra. Tuvieron que permanecer fondeados allí algunos días, trasegando su vino y aprestando las barricas de agua para llenarlas en la primera ocasión. Pero, como notasen que estas barricas estaban en bastante mal estado, fondearon más cerca de la costa sud, sobre unas tres brazas y a unas seis leguas de Bonas Aeres; entonces cinco de ellos, con el capitán haciendo el sexto, fueron a tierra en la media canoa y cortaron varillas y madera con que hacer arcos y volver a arquear sus barricas que se encontraban bastante averiadas; en cuanto al resto de la madera, les serviría para leña, que también les hacía falta. Para infundir confianza a sus gentes y precaverse de todo peligro, el   —67→   capitán se trepó personalmente a un árbol muy alto donde quedó en acecho, abarcando con la mirada los alrededores tan lejos como pudo, de modo que, si por acaso se aproximase gente, pudiesen en poco rato ganar la canoa y ponerse en salvo. Durante este tiempo los marineros estuvieron cortando varillas y leña de varias clases que llevaron por la noche a bordo.

Al día siguiente volvieron a tierra y siguieron ocupados en hacer leña para llevarla al buque, continuando con esta tarea, pues el buen tiempo lo permitía, hasta el 15 de septiembre. Pero este día, como el timonel hubiese vuelto a tierra con seis hombres para cortar todavía alguna leña, fueron asaltados por algunos españoles que salieron corriendo del monte y se apoderaron en un instante del timonel, así como del tonelero y otro marinero, a quienes declararon prisioneros suyos; en cuanto a los otros cuatro, no bien hubieron visto lo que sucedía, corrieron apresuradamente a su canoa y llegaron sanos y salvos a bordo.

Los que habían quedado en el buque pudieron divisar lo que ocurría, pero no libertaron a sus compañeros. Aunque se habían aproximado a un tiro de mosquete y aun les habían disparado un cañonazo, no lograron alcanzarlos; entre tanto los españoles les amenazaban con sus espadas de combate, dándoles a entender que si se acercaban recibirían su buena recompensa. Cuando los holandeses se hubieron dado cuenta de que todo esfuerzo era vano y no les quedaba esperanza de recobrar a sus compañeros, levaron anclas y se alejaron al sesgo de la costa como una milla y media. Después de haber continuado hacia el sud otra media legua, llegaron a un banco   —68→   de arena movediza con 13 pies de agua. De allí pusieron la proa a la costa, quedando fondeados sobre tres brazas entre dicho banco y la tierra. En seguida pusieron su canoa al agua para sondar la profundidad del bajío y asegurarse de si podrían pasar o no por encima. Hallaron 13 pies por todas partes, deduciendo de ello que podrían cruzar por encima, pues no calaban sino unos 12 pies; además el agua era allí transparente como vidrio. Este banco de arena movediza está situado a una legua corta de la costa y unas siete leguas al sud de Bonas Aeres. Navegaron pues por encima de dicho banco, y habiéndolo salvado dieron con un buen fondo de cuatro brazas.

El 21 encontraron de nuevo un fondo de arena, en dos y media brazas de agua, que les obligó a desviarse; este banco se extiende del sudeste al noroeste, encontrándose distante unas nueve leguas de Bonas Aeres, a cuatro leguas de la costa norte y cinco leguas de la costa sud27.

El 29 volvieron a dar en un bajío o banco de arena movediza con 14 pies de agua y casi en el punto medio del estuario. Pero, como este bajío se extiende del sudeste al noroeste, fueron de parecer que sería el mismo en el cual habían tocado el 21; si fuera así, este banco tendría cinco o seis leguas de largo. Cerca de la noche fondearon sobre tres brazas, a unas cuatro leguas de la costa sud y unas trece de Bonas Aeres.

El 30 se levantó un viento bastante fuerte, por lo que dieron la vela sin tardanza, poniendo el rumbo al este. Por el lado norte divisaron a Monte Seredo28, que es una montaña   —69→   grande y alta a unas seis leguas de donde se encontraban; pero no pudieron ver otra tierra. Como el tiempo estuviese muy sereno, se establecieron sobre cuatro brazas de buen fondo; y notaron que en este paraje el agua volvía a ser un poco salada como suele ser en el mar.

Pero hubieron de quedar allí fondeados hasta el 4 de octubre, en cuyo día tuvieron nuevamente un poco de buen viento; dirigieron el rumbo hacia el mencionado Monte Seredo; llegaron antes de la noche como a una legua de distancia y anclaron sobre cuatro y media brazas de agua.

En seguida sufrieron bastantes temporales y vientos contrarios, de modo que avanzaban muy poco; pero el 13 tuvieron de nuevo viento suficiente y, barajando la costa norte a unas dos leguas de distancia, llegaron a la isla de Flores, donde fondearon por la tarde sobre seis brazas de agua. Pero durante la noche se levantó un fuerte huracán que duró todo el día siguiente y les hizo garrear, de suerte que el día 15 se encontraban a un tiro de mosquete de la costa de dicha isla. Además, como no se aplacase la tormenta, no podían quedar fijos sobre ninguna de sus anclas, y se les hacía muy visible que no pasaría mucho tiempo sin ser arrojados a la costa. Entonces el capitán exhortó a todos los que se encontraban todavía en el buque a que levantasen su voz a Dios de común acuerdo, dirigiéndole una fervorosa oración para que los librase de ser estrellados contra esa isla desierta. Después de cumplir este acto, el capitán volvió a subir sobre cubierta y echó la sonda para ver si el buque garreaba todavía; pero halló que estaba fijo y no se movía, por lo que les entró una gran alegría.   —70→   Poco después el tiempo cambió, y al día siguiente pudieron continuar su ruta con mar en calma.

El 18, continuando el buen tiempo, barajaron la costa norte a media legua de tierra hasta cerca de mediodía, en que alcanzaron el cabo de Santa María29; anclaron allí y, después de haber escrito una carta de aviso al almirante Laurentius Bicker, el capitán fue a tierra con algunos de sus hombres y, habiendo metido esta carta en una carga de mosquete, la colgaron en un poste, para que si dicho Laurentius Bicker llegaba a este punto fuese avisado y puesto al corriente de lo que les había sucedido, y tomara las precauciones correspondientes. También en dicha carta comunicaban al almirante que tenían la intención de navegar hacia la costa de América, según sus instrucciones y encargos; pero que primero se dirigirían a Santa Catalina, situada por los 28º sud de la línea, con el fin de abastecerse y descansar allí, pues en esta fecha no tenían más que tres hombres sanos a bordo, estando todos los otros enfermos de escorbuto.

Después de haber colocado su carta en dicho punto, volvieron a bordo en su canoa y salieron del estuario o río con viento norte, manteniendo el rumbo este-nordeste, pues soplaba buen viento, hasta el día siguiente, en que pasaron sobre un banco de arena en nueve brazas, volviendo luego a hallarse sobre 25 brazas de buen fondo.

Al poco tiempo enfermó la mayor parte de la tripulación; el 26 el trompeta murió de sarampión; el 30 otro marinero llamado Herman, y el 1.º de noviembre otro llamado Paulus Jacob. Al día siguiente murió un grumete   —71→   llamado Albertus, y así sucesivamente el 7 de noviembre sucumbió el marinero Dietrich Küffer, el 11 murió otro llamado Adrián Jansen, el 12 otro de nombre Peter Landsbesaet.

Cuando el capitán vio que iban muriéndose tan rápidamente las gentes de la tripulación, debilitándose de día en día los restantes, de modo que quedaban apenas tres válidos para gobernar el buque, lo que era una carga harto pesada, se encontró en apuros sin saber qué partido tomar, no pudiendo llegar tan pronto a la tierra de América30, ni siquiera a la isla de Santa Catalina, donde hubieran podido refrescarse y descansar. Sentíanse todos tan débiles que no podían maniobrar su canoa, y aun en caso de poderlo, si las gentes de tierra les hubieran descubierto, acaso los habrían atacado y puesto en grave peligro.

En consideración a lo dicho, y visto su debilitamiento, juzgaron (y así también el capitán) que sería poco prudente seguir viaje a Santa Catalina con el ánimo de bajar a tierra; resolvieron, pues, poner la proa sobre la tierra de Guinea, donde se hallaban siempre buques de Holanda, con el objeto de procurar auxilio y rehacer su personal. No tenían, con efecto, los holandeses clientela alguna en toda esta costa de América, además de que los que vivían en estos parajes eran todos españoles y portugueses, o si no caníbales salvajes; corrían, pues, el peligro de perder en esas costas, no sólo el buque y las mercancías, sino sus mismas personas, cayendo sacrificados o en un duro y largo cautiverio. En consecuencia, y pesadas todas las eventualidades, resolvieron unánimemente   —72→   navegar de nuevo hacia la tierra de Guinea o aun a las Indias Occidentales, caso de no poder llegar a las costas de Guinea. El 21 de ese mes (noviembre) murió su contramaestre, llamado Cornelius Cornelissen. El 22 llegaron al trópico de Capricornio, a la altura de 23º 30' al sud de la línea; al día siguiente moría un grumete llamado Frantz Claess, de Limburgo. El 24 murió otro llamado Conrad von dem Sand; igualmente el 25 era el turno de Jacob Sansen y Cornelius Cornelies Jacobsen; no obstante continuó la navegación, si bien muy lenta por la calma extraordinaria que reinaba.

El 1.º de diciembre hallaranse a la altura de la Bahía de Todos los Santos, situada cerca de los 13º sud de la línea. Pero el 2 de diciembre el mismo capitán se sintió un poco enfermo de escorbuto, de suerte que no quedaba, puede decirse, un solo hombre sano en el buque, no pudiendo nadie quedar en pie por largo rato.

El 5 de diciembre divisaron la costa del Brasil, lo que les indujo a navegar unas 60 leguas más, pues era fácil ver que habían sido llevados por la corriente a un puerto algo más abajo de lo que habían pensado.

El 6 se convencieron de que no debían ganar la tierra, por haber navegado muy al sud, y que convenía virar de bordo; pero se sentían harto débiles para esta maniobra. Se encontraron pues en grandes apuros, y tuvieron sin embargo que hacer todo esfuerzo si no querían embicar la costa. Así se dieron mucho trabajo para desviar un tanto el buque, aunque muy pronto comprendieron que no podrían pasar del Brasil, tanto en razón de la corriente que lleva hacia el sud, como del viento que en esos parajes sopla la mitad del año del este y nordeste.

  —73→  

Por otra parte, les parecía también imposible alcanzar las Indias Occidentales; y en cuanto a la Guinea, habían renunciado a intentarlo; la situación tenía, pues, la apariencia de una calamidad o un castigo de Dios, quien sólo sabía con qué fin había permitido tantas aflicciones. Encontrábanse enfrente de puertos enemigos, y los marineros querían a todo trance meterse en ellos y ganar la tierra, aun sabiendo que apenas llegados perderían su buque y sus bienes, y acaso sus personas y sus vidas. Pero, por más que el capitán se lo hiciera comprender bastante, apelando a sus sentimientos, ellos contestaban que solamente corazones de piedra podían pensar en maltratar gentes tan desgraciadas como ellos lo eran entonces, tanto más cuanto que, sobre ser ya muy pocos, se encontraban todos enfermos.

Quejándose así continuaron la navegación hacia el sudeste, pues el capitán había tomado esta dirección, creyendo hacer por lo mejor y esforzándose en cuanto fuera posible por rodear la tierra. También esperaba, en el caso de no lograrlo, dar en aquellos parajes con ingleses y franceses, en cuyas manos sería mejor y más soportable caer que entre las de los portugueses; en consecuencia tomaron la altura y se encontraron a 7º sud de la línea.

El 8 continuaron navegando en la misma dirección; pero, estando todos enfermos, no podían ya casi avanzar, pues necesitaban manejar el timón acostados en sus camas, y en esa posición dirigir el buque; así mismo esa noche murió otro (hombre) llamado Gerhart Francke.

El 9, cerca de mediodía, divisaron la tierra; se dirigieron pues nuevamente hacia el sudeste con un viento este-noroeste.   —74→   Por la noche una de las vergas cayó sobre el brazo del capitán haciendo crujir el hueso y dejándole sin conocimiento; acudió el hombre del timón y rociándole el rostro con vinagre le confortó e hizo volver en sí. Entonces los otros se pusieron a gritarle todos juntos que ¿cuáles eran sus intenciones, y si se negaba siempre a navegar para tierra? Tanto era el susto causado por este acontecimiento que el capitán le parecía que alguien le hubiera aconsejado que ganara la tierra. Dijo pues a sus compañeros: «Podemos en todo caso ir a tierra, y esperar que se nos ahorque». Resolvieron entonces dirigirse a Fernebock31, con la esperanza de encontrar en el puerto algunos buques mercantes alemanes que pudiesen prestarle auxilio, ya sea de hombres, ya de naranjas, o en cualquier otra forma; con esta resolución mantuvieron constantemente la proa hacia tierra.

El 10 llegaron al puerto de Fernebock; pero no se encontraba allí buque alguno, y el viento soplaba tan fuerte que no se atrevieron a fondear. Volvieron, pues, a correr viento en popa a lo largo de la costa hacia el golfo, esperando que el tiempo mejorase. Bajaron así ese día la costa hacia el sud hasta el cabo de San Agustín; desde ahí siguieron al sudoeste, y como se sintieran muy cansados de manejar el timón, dejáronse derivar a la ventura, de modo que el 12 por la tarde se encontraba a los 15º sud de la línea equinoccial.

El 13, estando por 12º 40', siguieron navegando unas seis leguas y anclaron sobre 20 brazas. Reconocieron por sus instrumentos que estaban en la Bahía de Todos los Santos32;   —75→   fondearon, pues, allí durante la noche, aferrando las velas.

El 14, que era un martes, divisaron muy de mañana el castillo de dicha Bahía de Todos los Santos, a una distancia de unas dos leguas al norte. Habiendo llegado un pescador cerca del buque, le preguntaron si por acaso no se hallaban en el puerto algunos buques alemanes; contestó que había dos. Preguntándole entonces el capitán si quería conducirlos a bordo de uno de ellos, el pescador dijo que sí; pero que siendo su canoa muy pequeña volvería (con otra) al día siguiente para llevarlos a los buques, y con esto se encaminó a tierra.

Al día siguiente, que era el 15 de diciembre, se arrimó al buque otro pescador, a quien preguntaron igualmente si había buques en la bahía. Contestó que sí, y cuando le pidieron que los llevase a los buques alemanes estuvo conforme en el acto. El capitán entonces tomó puesto en la canoa; pero el botero, en lugar de llevarle a dichos buques, le condujo a tierra, ante el gobernador, bien a pesar suyo.

Su objeto (del capitán) había sido únicamente procurarse algunos víveres frescos y otros auxilios de los buques hamburgueses, para continuar en seguida el viaje; pero, habiéndole salido mal su intento, tuvo que presentarse ante el gobernador.

Cuando se encontró delante del gobernador, éste le preguntó de dónde eran y adónde habían ido con su buque, y también si venían acompañados con otros buques. El capitán lo confesó todo, excepto el haber tocado en la costa de   —76→   Guinea y Santo Tomás, lo que se reservó para sí. El gobernador continuó preguntando si traían plata en el buque, pensando que era fácil la hubiesen embarcado puesto que habían estado en el Río de la Plata, y esto fue con violentos apóstrofes, como si estuviese por darle tormento. El capitán contestó que no había plata en el buque a no ser unos diez o doce pesos de a ocho; y sacando una bolsa de su manga, la dio al gobernador, protestando enérgicamente que era todo el dinero que poseía. El gobernador abrió la bolsa y, como no encontrase más de doce pesos de a ocho, se la devolvió; le hizo curar y vendar el brazo que había sido roto, y le procuró una mujer para cuidarle y servirle hasta su completa curación. Este mismo día Jacob Petersen murió en el buque.

El 16 hicieron (los portugueses) acercar el buque hacia tierra y transportar todo lo contenido en él. En cuanto a los holandeses que todavía quedaban, fueron llevados a la ciudad, como se había hecho antes con el capitán, porque estaban tan enfermos que no podían caminar. Se interrogó a cada uno de ellos por separado para ver si estaban de acuerdo en sus respuestas; pero todos contestaron uniformemente, pues desde antes se lo había recomendado así el capitán, y cada uno de ellos sabía lo que le tocaba contestar en el caso de no dar con buques alemanes y sí caer en manos de enemigos. Después de haberlos interrogado uno tras otro, los cinco que habían quedado, de los 42 tripulantes, fueron encerrados todos juntos en una casa, poniéndoles una mujer para cuidarlos.

Quedaron así todos juntos en dicha casa desde el 17 al 24 de diciembre, día en que un merinje vino a verlos para   —77→   anunciarles que el gobernador deseaba hablarles. Pero donde les llevó fue a la cárcel, diciéndoles que habían llegado delante de la ciudad siete (buques) piratas para tomarla. Al principio los holandeses se resistían a creerlo, pues nada sabían de armada alguna. No obstante llegaron a divisar la bandera del príncipe33 por la reja de la cárcel que daba al mar, y a poco los buques empezaron a tirar sobre la ciudad, a cuyo fuego se contestó desde tierra. Con esto los vecinos empezaron a alborotarse y salir de quicio, como si la ciudad estuviese ya perdida; varios de ellos huyeron a los bosques con mujeres, niños y cuanto poseían.

Poco después el gobernador hizo levantar cuatro horcas, una de éstas delante de la misma cárcel, por lo que la gente del pueblo decía abiertamente que los holandeses prisioneros iban a ser ahorcados. Cuando los holandeses vieron, pues, que se alzaban las horcas, entraron en gran terror; pero acabaron por decirles que no eran para ellos, sino para los ciudadanos que intentasen huir con sus bienes; muy pronto, en efecto, el gobernador hizo publicar un bando previniendo que todo aquel que procurase huir al monte con sus bienes sería ahorcado en el acto sin remisión. Entre tanto, los holandeses continuaban el cañoneo desde sus buques, pero no se resolvían a bajar a tierra; lo cierto es que si un centenar de ellos hubiera desembarcado, los de la ciudad se hubieran puesto en fuga, pues se mostraban todos llenos de terror con la llegada de los enemigos.

Los prisioneros más tarde tuvieron noticia de que habían venido muchos enfermos en la armada. Con todo, los holandeses   —78→   echaron a pique un buque portugués de 20 remos y se apoderaron del buque holandés, el cual se encontraba todavía con medio cargamento de mercaderías; también tomaron algunos barcos y otros vasos pequeños; además, saquearon e incendiaron las iglesias y los trapiches de azúcar; tiraban desde el mar a una distancia de tres millas34, lo que no dejaba de ser incómodo y desagradable para los prisioneros holandeses.

El 1.º de enero del año de 1600, no bien los de la armada acabaron de vaciar el buque holandés, le prendieron fuego, después de haber incendiado igualmente uno o dos barcos más. Quedaron cerca de un mes en la bahía, cruzándola de un extremo a otro, y tomando de vez en cuando algún barco. También escribieron al gobernador que soltase a los prisioneros holandeses; pero no pudieron conseguirlo y concluyeron por irse de allí. Pero el hecho de haberse aquellos ocupado de nosotros no nos fue en modo alguno provechoso, pues los portugueses dieron en creer que los holandeses se interesaban por nuestra libertad, y de ahí que se nos tratara peor que antes.

En cuanto, pues, los buques holandeses se hubieron alejado, (los prisioneros) presentaron una súplica al gobernador, pidiendo les sacasen de la pocilga sucia y hedionda que era su cárcel; éste tuvo, por fin, lástima de ellos y los dejó salir. No obstante, no dejaron de quedar prisioneros; (el gobernador) señaló a cada hombre un socorro de plata de dos reales diarios, pero hizo publicar en su distrito la prohibición, bajo penas severas, de llevar a los presos fuera del país.   —79→   Se decía, en efecto, que había escrito a Portugal, consultando al rey sobre el trato que se debía dar a los prisioneros. Éstos, entre tanto, andaban por las calles en la mayor miseria; y los vecinos les avisaban de vez en cuando que su situación era peligrosa, siendo fácil que viniese de Portugal la orden de ahorcarlos, tanto más que era orden del rey que todos los que pasaran la línea sin contrato ni licencia debían ser castigados severamente en sus cuerpos y bienes. También les contaban cómo, unos cuatro años antes, había arribado allí un buque francés arrojado por la necesidad y cuya tripulación había vagado por las calles durante año y medio hasta que llegó la orden de ahorcarlos, y lo fueron todos efectivamente. Por lo tanto, dichos vecinos les aconsejaban que no esperasen a aquella resolución y discurriesen el modo de escaparse; con éstas y otras cosas que les afligían profundamente, los prisioneros empezaron a estudiar la mejor manera de huirse de la comarca para escapar a semejante desgracia.

Con efecto, el capitán propuso a sus compañeros que procurasen descubrir algún barco o pequeña embarcación vacía que pudiesen llenar de víveres y por medio de ella escaparse. Pero éstos no consentían en ello, a no ser que se tratase de alguna barca con azúcar que podrían llevar consigo.

El capitán, muy al contrario, opinaba que por su parte no tenía la menor intención de hacer tal cosa, pues en caso de fracasar el plan, no podrían escapar de la horca, porque serían seguramente tratados como ladrones; mientras que si tomaban una canoa vacía y alguno de ellos fuese sorprendido, no podría por esto sucederle nada muy grave, viéndose que no había sido su intento robar cosa alguna, sino únicamente   —80→   salirse fuera del país y retornar a su patria. Además, un golpe de mano para apoderarse de un barco cargado de azúcar era un proyecto vano, siendo así que era costumbre durmiesen a bordo de éstos nueve o diez hombres; y, aunque no tuviesen centinelas, sería punto menos que imposible apoderarse de tal barco cinco personas sin armas, y teniendo que hacerlo en un punto donde cerca de veinte barcos se encontraban juntos. Por fin, aun suponiendo que se escapasen, les quedaría más de una legua de camino antes de salir de la bahía, en cuya aventura, si les tocase una calma, un temporal o cualquier otro contratiempo, perderían seguramente la vida. A pesar de cuanto pudo decir, (sus compañeros) no aceptaron lo de una barca o bote vacío.

Cuando el capitán vio que no querían desistir de la tal barca o canoa cargada de azúcar, concluyó por comunicar su proyecto a uno de ellos, llamado Cornelius Tönissen, diciéndole que era su intención huir del país con él siempre que quisiese acompañarle; éste se mostró conforme y prometió ayudarle. Entonces el capitán le dijo que había visto un botecito o canoa amarrado cerca de Villa Veia, a media legua de la ciudad; con éste navegarían hasta Fernebock, y si no podían detenerse en este lugar o no quisiesen recogerlos los buques alemanes que se encontraban allí, se pondrían en busca de provisiones, así como de una brújula, con lo que se dirigirían a la costa de Guinea, a pesar de hallarse ésta a unas 600 leguas de Fernebock; allí podrían, quizá, ser recogidos por un buque alemán y librados de todo peligro.

Después que hubieron tomado esta determinación, el capitán estudió una carta y copió la ruta en un pequeño cuaderno, con cuya guía dirigiría la carrera del bote. Luego estuvieron   —81→   catorce días sin dar con la embarcación, hasta que por fin vieron que había vuelto a su fondeadero; pero vieron también que estaba un hombre dentro, que quizá tuviera costumbre de dormir allí. No obstante, se dirigieron al monte y recogieron de 300 a 400 naranjas agrias que habían de llevar para apaciguar la sed, en lugar de agua; las depositaron en un escondrijo y volvieron a la ciudad, donde compraron por seis reales, que era todo su dinero (corresponde entre nosotros a unos diez batz) unas raíces de cierta clase de árbol que se come allí a guisa de pan.

Por la noche, después de haberse provisto así, pensaron que sería bueno comunicar su proyecto a otro de sus compañeros, y ser así tres en la expedición. Lo confiaron, pues, al armero, quien se mostró inmediatamente dispuesto a acompañarlos. Fueron entonces a acostarse junto con los demás, y poco antes de las diez se levantaron y pusieron en camino uno después de otro, dejando dormidos a los dos restantes, que nada sospechaban. Cargaron luego sus provisiones, y con mucho miedo y angustia salieron de la ciudad, cuyas puertas permanecían siempre abiertas.

Esto ocurría el 24 de mayo del año de 1600. Se dirigieron hacia la barca, pidiendo a Dios ardientemente que se dignara prestarles ayuda para tener buen éxito. Llevaron a la playa todas las naranjas que habían recogido y esperaron que bajase la marea. Cada uno había tomado consigo una naranja por precaución, para que si se encontrase alguien en el bote pudiesen cerrarle la boca y arrojarle fuera de la barca, atado de pies y manos, antes que pudiese gritar y venderlos de este modo. Pero no podían al pronto alcanzar la barca, por estar fondeada a un tiro de piedra de la playa; tuvieron,   —82→   pues, que meterse en un botecito del que el artillero tiraba nadando adelante por no tener remo. Al atracar, el capitán y Cornelius saltaron a bordo creyendo encontrar gente, pero no había nadie, de que se alegraron un poco, y en el acto fueron por sus naranjas y demás provisiones que quedaron en tierra.

Notaron de pronto que no tenía la embarcación sitio cubierto alguno donde guardaran sus provisiones, que debían conservarse secas para no echarse a perder con el primer aguacero; se encontraron nuevamente en angustias, mirándose tristemente, sin saber qué hacer y sintiendo ya haberse arrojado a esta aventura. Por fin, el capitán se recobró y dijo a los demás: «Ahora que estamos en ello, es fuerza seguir adelante; si llega a llover, nos quitaremos los vestidos y cubriremos nuestras provisiones para conservarlas secas». En nombre de Dios, pues, se pusieron en ruta con el reflujo del mar que les hizo salir de la bahía.

No habían acabado de salir de la bahía cuando mudó el tiempo y empezó a llover, de modo que tuvieron que sacarse la ropa para cubrir sus naranjas. Estaban, pues, sentados desnudos en la barca, tan ateridos de frío que sus dientes castañeteaban; pues, aunque en esos parajes suele hacer mucho calor, la lluvia de la noche era tan fría que apenas la podían soportar. A pesar de todo, estaban contentos y tenían buen ánimo con la esperanza de verse libres y poder salir al fin de ese país.

El 25 de mayo estaban ya bastante lejos para no divisar la tierra, con lo que se alegraron mucho, considerándose fuera de peligro; ahora, aunque los portugueses quisieran perseguirlos,   —83→   no era fácil que distinguiesen a la distancia esta barca abierta que no era mucho mayor que una canoa. A mediodía sobrevino un viento fuerte con lluvia torrencial; tuvieron que sacarse nuevamente los vestidos para cubrir sus provisiones; y así hubieron de repetir esta operación hasta ocho veces en el mismo día, porque el tiempo, que había permanecido seco durante medio año, se les mostraba ahora muy desfavorable. Tenían precisamente la desgracia de que les tocase tan mal tiempo, lo que generalmente no ocurre en estos parajes sino dos o tres veces en el año entero.

Al fin, cuando vieron que no podrían soportar por muchos días la lluvia y el frío, resolvieron buscar un puerto donde estar seguros y descansar hasta que pasara el mal tiempo; pusiéronlo en ejecución, y a poco, doblando una punta de tierra, fueron a fondear a un tiro de mosquete de la costa. Con la vela que tenían hicieron una tienda y se acostaron allí para dormir.

Cuando despuntaba el día, dos portugueses avanzaron hacia la embarcación, metidos en el agua hasta la cintura, pero como no tuviesen pie más adelante para llegar a la barca, donde el fondo era bastante para no poder seguir, comenzaron a llamar en alta voz. Los holandeses despertaron y, sacando la cabeza fuera de la barca, vieron a los españoles (sic) que se encontraban allí, dando tales gritos que parecían locos, y manifestándoles que se dirigiesen a tierra con su embarcación. Fingieron primero hacerlo así, aunque no pensaban tampoco en ello; en cuanto el capitán hubo recogido su ancla, los otros dos tomaron los remos y empezaron a hacer todo esfuerzo para alejarse de allí. Cuando los portugueses los vieron que tomaban mar adentro, empezaron a   —84→   dispararles flechas. Pero los holandeses tenían buen cuidado de agacharse, de suerte que no les alcanzó ninguna flecha aunque alguna diera muy cerca de la embarcación.

Alzaron nuevamente su vela y bogaron mar adentro un buen trecho, hasta que divisaron a su izquierda una barca que venía sobre ellos con toda velocidad; sintieron gran temor, diciéndose al punto que era sin duda una barca mandada en su persecución. Viendo que no podían escapar (a sus perseguidores) y temiendo ser maltratados por ellos, pusieron de nuevo la proa hacia tierra; y así fue cómo muy a pesar suyo se vieron forzados a ganar otra vez la Bahía de Todos los Santos.

Apenas hubieron desembarcado les llevaron nuevamente a la cárcel, donde los tres quedaron presos cinco semanas; al cabo de muchas súplicas suyas los pusieron en libertad, es decir, con licencia para vagar por las calles como hacían antes.

Pero no bien había terminado este nuevo cautiverio, cuando el capitán estaba otra vez discurriendo cómo salir del país, temiendo que llegasen de Lisboa malas instrucciones a su respecto.

Ahora bien, encontrábanse allí dos comerciantes alemanes que habían traído una barca cargada con naranjas de Fernebock. El capitán habló con ellos y empezó a instarles para que le llevasen; al principio se negaron, pero luego se dejaron ablandar y admitieron secretamente en su barca al capitán y a Cornelius Tönissen. Pero, cuando se hubieron alejado de tierra, les sorprendió un violento temporal, de modo que tuvieron que dirigirse nuevamente a tierra, tanto más cuanto que el buque tenía un rumbo y hacía agua.

  —85→  

Regresaron así a tierra, después de haber permanecido dos días en el mar, lo que causó mucho miedo no sólo a los dos sino también a los mercaderes, porque temían que se llegara a saber; lo que en efecto sucedió, habiendo el gobernador llamado a los dos y amenazándolos de hacerlos ahorcar. Pero al fin se dejó ablandar y dijo que les perdonaba por esta vez, pero que si lo hicieren de nuevo o volviesen a su intento de esconderse en alguna casa o buque, los haría ahorcar sin demora ni proceso. Los dejó, pues, nuevamente en libertad, de modo que no volvieron a la cárcel, de lo que se alegraban mucho.

Vagaban otra vez por las calles, pero no se les daba manutención alguna, de modo que no sabían de qué vivir y alimentarse. Por lo tanto, el capitán se presentó a un zapatero para trabajar con él por la comida. Los demás también se preocuparon de hacer algo para ganar su pan.

Después de haber pasado cierto tiempo en la pobreza, sin dar con ningún arbitrio para salir del país, el Señor Omnipotente, ya que todo recurso humano se había agotado, les puso entre manos, de una manera milagrosa, los medios y vías de escaparse cuando precisamente no les quedaba la menor esperanza. Ocurrió llegar a dicho puerto cierto magnate en cuya casa un primo del capitán había servido cuatro años en Lisboa. En cuanto, pues, supo el capitán que este señor había llegado a Bahía y se encontraba en la ciudad, se hizo reconocer, suplicándole quisiera interceder en favor suyo ante el gobernador, para que le pusiese en libertad; este señor le prometió hacerlo así.

Poco tiempo después, en efecto, el capitán fue puesto   —86→   en libertad; el mismo gobernador lo hizo buscar y le preguntó si le gustaba la comarca y no estaba cansado con esa vida o si ansiaba volver a su hogar. El capitán le contestó que no le podía ocurrir suceso más feliz si se lo concedieran. El otro declaró que le soltaba, y desde ese momento estaba en libertad para embarcarse o ir donde le pareciese bien. Al oír esto el capitán sintió su corazón lleno de alegría y le manifestó su caluroso agradecimiento por el beneficio, y después de despedirse se puso inmediatamente en busca de un buque con el cual pudiese dirigirse a Lisboa.

Aunque se encontraban en el puerto muchos barcos que debían navegar a ese rumbo, ninguno de ellos quería llevarle. Al convencerse de ello, el capitán fue a casa del gobernador y le expuso su queja; éste hizo llamar en el acto a un capitán portugués y le dio orden de tomarle a bordo; oído esto, dicho capitán dio la vela aquella misma noche, marchándose sin el pasajero. Al ver así el capitán cuán difíciles se le presentaban las cosas, gozando de su plena libertad, empezó a darse cuenta de lo difícil que le hubiera sido escaparse en secreto antes de salir de la cárcel.

Al fin se resolvió a solicitar a un (capitán de un buque) hamburgués, suplicándole quisiera tomarle a bordo, lo que le fue concedido. Se embarcó al punto en ese buque, aunque tuviese que permanecer anclado en el puerto dos meses enteros hasta concluir su cargamento. Pero, como durante ese tiempo no quisiese ir a tierra ni salir más del buque, los que habían quedado allá creían que se hubiese marchado mucho tiempo antes. En cuanto a él no se movió del interior del buque, temiendo si salía que sucediese algún incidente que le

  —87→     —88→  

imagen

La Bahía de Todos los Santos, de que se ha hecho mención a menudo, donde el capitán Heinrich Ottssen ha quedado durante diez meses enteros contra su intento y voluntad, se halda por 13º al sud de la línea y tiene cerca de legua y media de ancho. En el medio, su profundidad varia entre 12 y 18 brazas; se extiende hacia el interior en dirección sud-sudoeste. La ciudad está situada en una altura por el lado norte de la bahía, como a una legua de la punta donde se encuentra el castillo llamado de San Antonio. Desde dicha punta se extiende, sobre seis brazas de agua, un bajío de una legua en dirección al mar por el sudeste. Cuando sopla un viento fuerte el agua hierve ligeramente sobre esta arena; pero no debe uno inquietarse, pues suele haber allí bastante fondo. El que quiera dirigirse a esta bahía, desde marzo a octubre, navegará hasta los 13º y, poniendo en seguida la proa sobre tierra, se encontrará entonces exactamente a la entrada de la bahía. La comarca se alarga por el lado sud de la bahía, hacia el sud y el norte, y la costa es bastante malsana. Pero si alguien quisiera ir desde octubre a marzo, después de navegar hasta los 12½º, debe dirigirse derecho sobre la tierra, por la corriente bastante fuerte que desde el mes de octubre hasta el de marzo deriva al sud; pues si se dejara caer al sud en dicha época no llegaría probablemente a la bahía. Desde la punta norte de la bahía, la tierra se extiende por el interior al sudoeste y nordeste. La costa en torno de la bahía es muy bella y fácil de reconocer; diríase de lejos que se han depositado en ella ropas lavadas, tan blanca aparece la tierra. Durante seis meses la corriente se dirige al sud, y al norte durante los otros seis meses, absolutamente como suele también hacer el sol.

He aquí la explicación de las letras: A es el castillo llamado de San Antonio, situado en la punta de la bahía; B la ciudad llamada Todos los Santos; C Villa Veia; D representa los siete buques holandeses que quedaron cerca de un mes en la bahía y navegaron acá y allá durante otro mes, capturando cuando se ofrecía alguna barca o canoa (Escribieron también al gobernador para pedirle el rescate de los prisioneros sin poder conseguirlo; según se ha podido leer con más detalles en esta historia). E es el buque de los prisioneros llamado El Mundo de Plata que la armada holandesa vació de cuanto contenía antes de incendiarla; F es el buque portugués dotado de 20 cañones que fue echado a pique por la armada holandesa.

  —89→  

impidiese partir y se prolongase su permanencia en esa tierra (lámina V).

El 7 de octubre, a las nueve de la mañana, zarparon de la Bahía de Todos los Santos, a la gracia de Dios. Navegaron con vientos contrarios, de modo que, hallándose el 12 a la altura de 13º, el 14 (habían retrocedido) a los 15º y el 25 a los 19º 5' sud de la línea.

El 16 de noviembre se encontraron a la altura del cabo San Agustín a los 8º 30' sud de la línea equinoccial. El 17 reconocieron dicho cabo de San Agustín, situado como ocho leguas al oeste, y estaban muy sorprendidos por haber sido llevados tan cerca de tierra por la corriente, pues era su intención mantenerse constantemente a 40 leguas de la costa. Pero en aquellos parajes sopla en esta época del año, o sea de octubre a marzo, un viento que lleva los barcos con violencia hacia el sud, mientras que por el contrario de marzo a octubre los buques son arrastrados hacia el norte. Navegaron, pues, cinco leguas más allá del cabo de San Agustín, como a unas dos leguas de Fernebock, de suerte que a esta distancia podían divisar los buques allí fondeados. Por la tarde viraron de bordo y pasaron la noche bordeando y cortando al sesgo la corriente, después de lo cual, el 19, tenían dicha costa a unas cuatro millas al noroeste.

El 21 entraron en el puerto de Fernebock y anclaron a medio día sobre ocho y media brazas de buen fondo. El capitán (del buque) fue a tierra en su canoa para procurarse agua fresca y provisiones de boca, pues habían consumido gran parte en las seis semanas enteras que emplearon entre Fernebock y Todos los Santos.

  —90→  

Pasaron, pues, dos días en Fernebock para tomar agua y otras cosas, volviendo a zarpar del puerto el 24. Los que quisieren ir a Fernebock entre octubre y marzo deben poner la proa a tierra hasta los 7½º, y después de bajar la costa una o dos leguas; entonces se ven las montañas bastante elevadas en una punta, y sobre una de ellas, que se dirige al sud, se levanta la ciudad. La entrada está a una legua de la ciudad, y pueden verse los buques detrás de las rocas; es bueno saber, además, para que se pueda reconocer mejor la tierra de Fernebock, que por el norte la costa es más bien baja, mientras que por el sud es alta o empinada.

El 29 de noviembre cruzaron de nuevo la línea equinoccional, al sud de la cual el capitán Henrich Ottssen había permanecido 22 meses; y continuaron navegando hasta el 10 de diciembre, en cuya fecha alcanzaron el trópico del Cáncer, a la altura de 23½º norte de la línea. El 24 llegaron a los 30º, y el 31 a los 35º 30'.

El 7 de enero del año 1601 reconocieron una de las islas Terceras llamada Santa María, por 37º de latitud35. El 8 vieron un corsario inglés, pero éste no se atrevió a atacarlos. El 9 se encontraban por 38º 45' norte de la línea. El 14 dieron con otro filibustero inglés que se dirigió rectamente sobre ellos; pero, después de observarlos, también continuó su camino.

El 17 de enero llegaron a Lisboa, donde quedaron fondeados hasta el 21; durante este tiempo el capitán Henrich Ottssen se informó de algún buque que estuviera por ir a Holanda, pero no pudo encontrar ninguno. Le dijeron, sin   —91→   embargo, que en San Tubes36 había algunos que cargaban para Holanda; en consecuencia, el 21 tomó pasaje en una barca o lancha y cruzó hasta Coena, donde pasó la noche.

El 22 llegaba a San Tubes, donde encontró muy pronto un capitán, llamado Simón Jacobs, que le prometió en el acto tomarlo en su buque y llevarlo a Holanda; permaneció, pues, tranquilamente en San Tubes hasta fines de enero, esperando que el capitán terminase sus operaciones.

El 1.º de febrero se dieron a la vela con 18 buques holandeses que también zarpaban de San Tubes; llegaron con el reflujo del mar al pequeño castillo, punto donde no tiene el mar entre los dos castillos más anchura que apenas un medio tiro de mosquete. Desde el castillo pequeño navegaron rumbo sudoeste hacia un banco de arena; pero, como tenían cuatro y media brazas de fondo, pasaron por sobre dicho bajío, encontrando luego doce brazas de fondo; entonces entraron en alta mar, dirigiendo su ruta al noroeste.

El 10 se encontraban por 46º de altura. El 14 en 48º 30'; el 16 pasaban a lo largo de Inglaterra, llegando al día siguiente a un tiro de mosquete de la isla de Wicht.

El 18 pasaban a una legua de Calis37, y al día siguiente cruzaron durante una hora un banco de arena sobre ocho brazas; pero luego tuvieron nuevamente 14 brazas de agua, lo que les demostró hallarse fuera del bajío.

Cuando llegaron a Wielingen, nuestro capitán subió a   —92→   bordo de un buque de pasaje para llegar más pronto a Holanda; partió, pues, de Wielingen el 20, el 22 a Rotterdam y pasó la noche en Hage. El 23 atravesó Harlem, llegando por la tarde a la ciudad de Amsterdam, por la que había suspirado tan largo tiempo. Encontró a sus relaciones con buena salud, de quienes fue recibido con alegría después de una ausencia de 30 meses y siete días, habiendo recorrido durante este desgraciado y perdido viaje cerca de 6.694 leguas.

¡A DIOS SOLO SEA LA HONRA!





  —93→  

ArribaAbajoApéndice

Informe del gobernador Valdés. Relación de lo que ha pasado con un navío que llegó a este puerto de Buenos Aires a los veinte y nueve de julio de 1599 años


Jueves 29 de julio de 1599 años por la mañana se descubrió desde el puerto de Buenos Aires un navío a vela de mayor porte que los que suelen venir a este puerto, traía el batel delante y venía sondando el río y viose que viniendo hacia un vacío que hay en la ribera del río a la banda del sur ahí amainó y dio fondo por lo cual se entendió ser poco práctico en la navegación y entrada de este río.

Entendiéndose que sería navío de Sevilla o de negros de contrato porque no peligrase aquella noche se le hizo un fuego noroeste, sudeste del navío para que entendiese que por aquel rumbo había de caminar para no dar en el vacío y el navío respondió con otro fuego.

Viernes por la mañana entendiendo ser navío de amigos envió el gobernador una canoa equipada con un alcalde ordinario que se llama Pedro de Isarra y los oficiales reales un alguacil para guarda que no se desembarcase nada, llegados a él hallaron ser navío flamenco y que dijeron ser de Amsterdam de Holanda y que venían desde su tierra en derechura a vender a este puerto con mercaderías; quedose el alguacil de los oficiales reales en el navío y vino el alcalde a dar razón de lo susodicho.

Otro día volvió el gobernador a enviar al dicho alcalde para que por buenas razones reconociese más en particular qué gente   —94→   era y qué designios traían el cual le pareció ser piratas ladrones lo cual se confirmó por el recato que tuvieron en saltar a tierra y porque pocos días había que el dicho gobernador tuvo cartas de Río de Janeiro en que le avisaron que a diez de febrero llegaron a aquel puerto cuatro navíos flamencos los que se le pusieron en franquicia y dijeron que iban a la India por mandato de don Manuel, Rey de Portugal, y que les diesen bastimentos por sus dineros que se lo pagarían muy bien, y no se los dieron, y al cabo de cinco días se vinieron a la isla de San Sebastián que son 32 leguas más acá, a donde vino con canoas Salvador Correa de Saa gobernador que fue de dicho Río de Janeiro y le mató siete hombres, por lo cual el dicho gobernador visto que no tenía gente, armas ni municiones, ni un barco en que poder ir a ellos y que todos los días y noches sondaban el río, palmo a palmo, de que podía venir mucho daño al servicio de Dios y del Rey nuestro Señor y a toda esta tierra y reinos del Perú acordó de procurar con buenas palabras de meterlos en tierra y así volvió a enviar otro hombre para que tratase con ellos que saltasen a tierra y reconociese también por su parte lo que había al cual le pareció lo mismo que al dicho alcalde y trajo una carta por la cual pedían seguro y licencia para saltar a tierra a tratar de su desembarcación la cual se le dio.

A cinco de agosto por la mañana vino a tierra el capitán del dicho navío y trajo consigo el alguacil real y tres o cuatro que bogaban el batel, habló al gobernador con alguna demostración de turbación en el rostro, y después de haber respondido algunas preguntas que se le hicieron con disimulación dijo que la verdad era que él no traía ningún registro de las mercaderías que traía, que si se le daba licencia que las echaría en tierra y vendería, y si no que se volvería por donde había venido. El gobernador le respondió que aunque Su Majestad tenía mandado que aquí no se admitiese navío que no fuese despachado de Sevilla todavía por traer tantas cosas y tan buenas como decían que traían y por dar gusto al pueblo que tenía deseo de comprarlas se le daba licencia, pero que entendiese que éste no había de ser por vía de rescate porque esto estaba prohibido con pena de muerte al dicho gobernador y de muerte y perdimiento de bienes a los que rescataren, de manera que lo que habían de hacer era   —95→   echar toda la hacienda en tierra y meterla en la aduana y avaluarla y pagar los derechos a Su Majestad y que después podrían vender todo, lo cual el dicho gobernador hizo con toda cautela para entender la causa de su venida y designios y sondar el río con tanta curiosidad que daba a entender algo del fondo de este navío como después se ha sabido y se referirá; aceptaron el partido y volviéronse al navío y por tres días no volvieron en tierra, que vino el capitán a pedir un marinero que le enseñase el canal para meter el navío y diéronsele dos, y otro día once de agosto por la mañana se les envió una balsa en que desembarcase la ropa el alguacil real para que quedase en el navío y trajeron hasta ocho cajas y barriles y un fardo de ropa, cosas de poco momento y metidas en la aduana dijo el capitán que vendido aquello desembarcarían más y de aquí tomó ocasión el gobernador de decir que rompía la palabra, pues no desembarcaban toda su ropa y querían hacer rescate habiéndoseles dicho que no podía ser y viendo que estaban en tierra el capitán y otro que es su segunda persona en el navío y el condestable y dos carpinteros y el barbero y tres marineros que son por todos nueve personas, le pareció no perder ocasión y les echó mano y les tomó el batel, diciéndoles que los detenía hasta que echasen toda la hacienda en tierra y que de otra manera no los había de soltar. Por aquel día no hubo demostración ninguna y el siguiente dispararon una pieza y se hicieron a la vela y a este tiempo despachó el gobernador una canoa con una carta del capitán en que decía a los del navío que echasen la ropa que estaba acá traerían más y que el gobernador les cum- [...] al dicho capitán y escribieron una carta al gobernador, en que le dijeron que ellos querían pagar los derechos al rey, que vendida la ropa que estaba acá traerían más y que el gobernador les cumpliese la palabra y enviase su gente a bordo y que echarían la hacienda en tierra. El capitán con lo que le respondieron se ofreció a que vendría la hacienda a tierra, y así el gobernador mandó hacer balsa para otro día y por hacer un poco de mar y no poder ir las balsas se despachó una canoa con el hombre del día antes y con una carta del capitán diciéndoles que echasen la hacienda en tierra y que no iban las balsas por no hacer tiempo que irían haciéndole y el hombre que llevó esta carta sin orden del dicho gobernador se llevó otro hombre consigo y para más asegurarles   —96→   llevó una ternera, los cuales llegando al navío les echaron mano a ellos y a seis indios que iban en la canoa y los metieron en el navío y subieron allá la canoa y la hicieron tres pedazos y del mayor hicieron batel. Aquel día esperose que viniesen los que habían ido al navío y no vinieron y al día siguiente el navío tiró una pieza y se hizo a la vela, y el capitán que estaba preso pidió al gobernador que enviase al navío y que harían venir los que allá estaban y el dicho gobernador respondió que no quería que no se le daba por ellos. Y al día siguiente los del navío echaron un pedazo de la canoa con tres indios de los seis que allá tenían y escribieron una carta al gobernador en que le decían que enviase su gente y batel a bordo y que enviarían los que allá tenían.

Otro día siguiente el gobernador envió una canoa con dos indios y una carta por la cual les decía que él tenía detenido al capitán y demás hombres del navío porque habían roto la palabra al desembarcar la hacienda y que no los había de dejar ir hasta que la desembarcasen y pagasen los derechos al Rey Nuestro Señor y que al haberse alzado con los hombres que allá tenían supiesen que habían hecho mal porque no eran de consideración para darle los que acá tenían, porque los dos habían ido sin orden y los habían de ahorcar y el otro que era alguacil real que supiesen que si le llevaban todos los flamencos que hay en la costa del Brasil y en España lo habían de pagar con sus personas y haciendas, y esta carta se dio a los indios con orden de que la llevasen en una caña larga y la diesen y se volviesen sin esperar respuesta y ellos lo hicieron así y se trajeron consigo los indios que estaban presos porque se arrojaron al agua. Al día siguiente el navío disparó una pieza, y el capitán pidió al gobernador que enviase al navío y el gobernador no quiso; y al día siguiente dispararon una pieza y tan poco quiso enviar y al tercer día que se contaron (22) de agosto enviaron en el batel que habían hecho de la canoa uno de los hombres que tenían detenidos y los que lo traían para su defensa traían cinco mosquetes y cinco picas y con todo eso se recelaron tanto que le echaron tan lejos de tierra que si no le socorrieran se ahogara trajo una carta al capitán el cual dijo que enviase el gobernador otro día al navío y que le traerían los hombres, y así a los 23 de agosto fue una   —97→   canoa y los trajo y algunas cartas para los que acá estaban en que parecía se despedía.

En estos días entendió el gobernador en hacer balsas y escalas para tomar el navío y no lo ha puesto en ejecución porque en esta ciudad hay solos (40) hombres que puedan tomar armas y otros (10) de la casa del gobernador que son (50) los cuales no tienen experiencia de más de indios, ni armas de consideración por ser escopetillos de tres palmos y medio y de muy poca munición, y no es gente de experiencia por no haberse hallado en semejantes cosas jamás demás de que todo el lugar se hallaron más que 20 libras de pólvora, y si se gastaran en esta ocasión y no se saliera con ella quedaba el lugar sin defensa. En casa del gobernador había como hasta 15 libras de pólvora y se gastaron las 10 en disparar una pieza de suerte que le quedaban cinco libras de pólvora para 16 mosquetes que tiene en su casa, por lo cual le ha parecido al dicho gobernador conveniente al servicio de Su Majestad usar de astucia y mañana pues las fuerzas faltan entre tanto que Su Majestad provee de las que conviene.

Lo que se ha podido entender y colegir de este navío es lo siguiente, así por indicios como por dichos de algunos marineros aunque mal entendidos por falta de lengua.

Para presupuesto de lo cual es de saber que viniendo de España el gobernador entre las Canarias y Cabo Verde dos días después de haber visto la palma, martes 19 de mayo de 98 descubrió a las 8 de la mañana a la banda del este ocho navíos, los seis de razonable porte y los dos muy pequeños al parecer el dicho gobernador venía con cinco urcas y un patache y sin dejar su camino se le desaparecieron aquellos navíos.

Por cartas de Río de Janeiro se sabe que a los 10 de febrero de este año de 99, llegaron allí cuatro navíos flamencos y dijeron ir a la India en nombre de don Manuel, Rey de Portugal, que les diese vituallas por sus dineros y no se las quisieron dar y a cabo de cinco días se fueron a la isla de San Sebastián donde pasó lo que está dicho en el capítulo cuarto, a donde se supo que salieron de Flandes ocho navíos juntos.

Por lo dicho y por diferentes razones que han dicho en diferentes   —98→   veces marineros, y especialmente unos muchachos aunque en lenguaje oscuro y mal entendido que ha mucho que navegan aunque ellos no confiesan más que diez meses y que salieron ocho navíos, y en la línea o antes se dividieron los cuatro que fueron una urca muy grande de más de (600) toneladas muy cargada de mercaderías y esta que está aquí que será de (250) y dos pataches pequeños y dentro de la urca grande otro patache, lo que se arma en ocho pedazos estos cuatro navíos son los que fueron al Río de Janeiro y el uno de ellos el que está aquí, y esto se saca porque a ocho de marzo estaban en la isla de San Sebastián y 14 de abril confiesan que estaban en (28) grados que es grado y medio más adelante y que desde allí hasta la boca del Río de la Plata tardaron con malos temporales cerca de dos meses de manera que se prueba por el tiempo ser los mismos que estuvieron en el Río de Janeiro.

Han dicho que su derrota era entrar por el estrecho en el mar del Sur, y con la mercadería que llevaban rescatar en las costas del Perú mucha plata y pasar con ella a la India y cargar especiería.

Se ha comprobado indicios de esto con que el piloto que éstos traen afirman que hablando un día en la mesa con los que tenía allá detenidos dijo que no había estrecho y que era muy fácil de pasar al mar del Sur y que ello pasaría y esto viene con lo que dijeron al gobernador en Río de Janeiro dos ingleses mozos que allí tiene Salvador Correa que tomó en un navío de Tomás Candi, estuvieron en el estrecho que afirman que no hay estrecho.

Dicen más y se afirman ser cierto el viaje referido porque en las relaciones de Francisco Draque y Thomas Candi, del viaje que hicieron por el estrecho hacen caso de que llegando a la boca del Río de la Plata hallan el aire templado y tierra apacible y así como Francisco Draque hizo carne de lobos en este río la han hecho ellos aunque nos les ha hecho provecho.

Y para confirmación de esto han confesado que han dejado una carta escrita en la Isla de Maldonado para avisar a los demás si aportasen allí y de cómo ellos están aquí.

Por lo cual a más de dos meses y medio que se apartaron se puede decir que han pasado el estrecho.

  —99→  

También de lo que se ha visto se ha colegido que la falta de comida les ha metido en este río con que no se tienen muy perdidas las esperanzas de tenerlos a las manos.

En el ínterin que esto ha pasado llegaron indios de la costa de la mar que dijeron estar surtos en ella dentro del río otros tres navíos, enviáronse allá ocho soldados a caballo que corrieron la costa y no hallaron razón de ellos más del que está aquí dentro del río.

Desde el 23 de agosto hasta el primero de septiembre se afirmaron el capitán y su compañero que están presos que si uno de ellos iba al navío echaban la ropa en tierra, no se les concedió pero fue una canoa con una carta suya en la cual vino uno del navío para que el capitán le ordenase lo que habían de hacer, y él escribió con este que vino que echasen la ropa en tierra y que enviasen alguna ropa de los marineros que acá estaban presos y volvió otro con alguna ropa de los marineros y con que ellos no querían venir sino irse teníase prevenido este día balsas y gente aunque con mucho riesgo para combatirle y este día por la tarde el capitán preso envió a llamar al guardián y le pidió que pidiese al gobernador salvo conducto para que viniese el maestre y que daría orden; dióseles y suspendiose por aquella noche el irle a combatir y la respuesta que dieron fue enviar al capitán a su cama y despedirse de él y hacerse a la vela. Tiene el gobernador algunas sospechas que algunos soldados que tenían poca gana de ir al navío dieron aviso al flamenco que llevaba el recado de que los querían ir a combatir porque luego se hicieron a la vela sin tiempo y así quedan muy largos de tierra aunque a vista de ella.

Domingo, a cinco de septiembre se perdió de vista de la tierra, ha confesado un marinero que se dieron prisa a venir delante porque estaban otros navíos aprestados para venir a este río se puede sospechar por la curiosidad con que éstos han sondado el río, que vinieron sólo a enterarse de su entrada y a ver con los ojos las cosas necesarias para venir sobre este puerto, se puede sospechar por la curiosidad que éstos han andado sondando el río.

  —100→  

Que vinieron sólo a enterarse de su entrada y a ver con los ojos las cosas necesarias para venir sobre este puerto.

El domingo adelante, que se contaron 12 de septiembre tuvo el gobernador aviso que estaba el navío seis leguas de este puerto de Buenos Aires, y al día siguiente partió en persona con seis mosqueteros y 24 arcabuceros de a caballo y fueron ha alojarse aquella noche tres leguas del navío porque por tierra respeto de los pantanos hay mucha distancia, y otro día martes llegó a comer a dos leguas del navío desde donde se parecía y por haber desde allí a allá un gran pantano envió el dicho gobernador dos soldados y un indio para que buscasen paso y enviasen al indio a enseñarle y ellos quedasen espiando lo que hacía el navío en el lugar más cómodo que hallasen; volvió el indio y dijo que los soldados quedaban entre pocos árboles y que el navío descubría toda la campaña para lo cual era necesario ir de noche y así a boca de tarde se comenzó a pasar el pantano y al cabo de tres horas llegó a donde estaban los dichos soldados los cuales se habían desnudado, y por un gran pantano llegado cerca de la lengua del agua y visto que aquella tarde habían salido a tierra siete hombres en el batel que hicieron del pedazo de la canoa que está referido, los tres mosqueteros y los demás a hacer leña lo cual entendido por el dicho gobernador dejó emboscados al capitán don Antonio de Rivadeneyra con 12 soldados entre otros árboles más cerca del río para que aunque hacía muy oscuro, reconociese el lugar más cómodo para poder estar cubierto, el cual halló tres o cuatro árboles más cerca del río a donde se puso con la gente estando desde que amaneció echados de bruces en la tierra y el dicho gobernador pasó más adelante a buscar donde cubrirse por estar todo muy descubierto y cosa de tres tiros de mosquetes halló unos pocos árboles a donde estuvo cubierto con su gente rompiendo el albo todos los soldados ensillados sus caballos esperando lo que el navío haría y como a dos horas y media de sol salido saltó el batel del navío con siete hombres y llegó a tierra a donde echó los cinco quedando el batel muy dentro del agua por estar llena la mar y no poder llegar más a tierra y por la desorden de un soldado que disparó con tiempo fue necesario descubrirse la emboscada más presto de lo que convenía   —101→   por lo cual no se pudo tomar el batel ni dos hombres de los cinco que se echaron al agua el uno de los cuales se vio visiblemente que se le dio un arcabuzazo a la entrada del batel y los otros tres se tomaron habiéndose echado al agua el uno de los cuales era el piloto que se puede estimar por haber sondado el río palmo a palmo, los otros dos eran marineros el uno de los cuales por haber querido defender le dio un soldado dos estocadas aunque no son de peligro; a este tiempo en oyendo los arcabuceros partió el gobernador con la caballería y llegó allá a tiempo que los soldados de la emboscada venían ya marchando con la presa y volviendo por la playa el navío echó una bandera de cuadra y le tiró una pieza de artillería la cual dio en el agua el primer golpe y pasó por encima de todos sin daño de ninguno, inmediatamente se hizo el navío a la vela y a poco rato encalló a tiempo que iba marchando la gente y volviose al alojamiento y despachó el gobernador cuatro soldados con los presos y con orden de que le trajesen a donde estaba todas las canoas e indios que se pudiesen haber y el batel que se había tomado del navío para embestirle con los soldados que allá tenía y a cabo de dos horas que era ya cerca de la noche el navío desencalló y dio todas sus velas haciéndose a la mar hasta que anocheció que dio fondo y visto por el gobernador que a donde estaba no se podía llegar con las canoas, otro día por la mañana se vino a la ciudad.

Cuando el dicho gobernador partió al efecto en el dicho había enviado a los dichos soldados a asegurarse de unos indios que están alborotados y eran de los que a más tiempo se sirven en esta tierra tenían recogida su chusma y estaban con las armas en las manos muchos juntos, túvose habla con ellos y hablaron con mucha soberbia, los soldados se volvieron pareciéndoles que no eran parte con tantos, a la hora que esta razón se escribe que son diez y ocho de Sevilla parten (20) soldados al castigo de estos indios que están 10 leguas de esta ciudad y quedaban prestando otros 20 que quedan para ir a castigar otros indios que también se han alborotado 25 leguas de aquí.

En este estado quedan las cosas de este puerto quedando casi sin indios que se iban y sin ningún género de munición para la defensa de él; lo de los indios se remediará con facilidad y lo demás correrá riesgo si no se previene con cuidado.

  —103→  

imagen



  —105→  

ArribaAbajoÍndices

  —106→  

Índice alfabético de nombres de personas

Albertus: 71.

Bicker, Laurencio: 10, 12, 21, 46, 70.

Bicker, Lorenzo: 11, 31.

Candi, Tomás: 98.

Claess, Frantz: 72.

Cornelissen, Cornelius: 72, 82.

Correa de Saa, Salvador: 94, 98.

Draque, Francisco: 98.

Franke, Gerhart: 73.

Herman: 65, 70.

Hemsskirch, Cornelio von: 21, 24, 55, 65.

Isarra, Pedro de: 93.

Jacob, Paulus: 70.

Jacobs, Simón: 91.

Jacobsen, Cornelius Cornelies: 72.

Jansen, Adrián: 71.

Janssen, Gerhart: 32.

Küffer, Dietrich: 71.

Landsbesaet, Peter: 71.

Manuel (Rey de Portugal): 94, 97.

Muyen, Jacobo: 10, 21.

Oky-Lan: 36.

Ottssen, Enrique: 5, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 15, 16, 17, 18, 21, 45, 62, 90, 91.

  —107→  

Petersen, Jacob: 76.

Petersen, Joris: 65.

Rivadeneyra, Antonio: 100.

Sand, Conrad von dem: 72.

Sansen, Jacob: 72.

Tonelli, Armando: 5, 18.

Tönissen, Cornelio: 36, 80, 84.

Valdés y de la Banda, Diego Rodríguez: 13, 14, 53, 81.

Veen, Johann: 32.

Weiss, Johann: 32.

  —108→  

Índice alfabético de nombres geográficos, de instituciones, de barcos, etc.

África: 8, 27.

América: 4, 38, 70, 71.

América del Sur: 3.

Amsterdam: 5, 6, 8, 10, 21, 22, 92, 93.

Anta: 27, 28.

Aschine: 27.

Bahía de Todos los Santos: 5, 8, 16, 72, 74, 75, 84, 85, 88, 89.

- San Tubes: (ver Bahía Setúbal).

- Setúbal: 91.

Banco Ortiz: 68.

«Biblioteca Nacional de Buenos Aires»: 9.

Bordholm: 48.

Brasil: 8, 47, 71, 72, 75, 96.

«Bry e Hijos, De»: 8.

Buenos Aires: 12, 13, 15, 16, 40, 48, 49, 50, 51, 54, 56, 66, 68, 93, 100.

Cabo Consalvo (ver Capo Consalvo).

- Palma: 27.

- San Agustín: 74, 89.

- Santa María: 15, 42, 44, 70.

- Tres Puntas: 27.

- Verde: 25, 26, 97.

Capo Consalvo: 30, 32, 37.

Castillo de Mina: 26.

Castillo San Antonio: 88.

Castillos Grandes: 42.

Coena: 91.

Comenda: 28.

«Compañía de los Países Lejanos»: 10.

Costa de los Granos: 27, 28.

Costa de Oro: 29.

  —109→  

Ecuador: 38.

Escocia: 8.

España: 10, 55, 60, 96, 97.

Estrecho de Magallanes: 98.

Fernebock: 74, 80, 84, 89, 90.

Flandes: (ver Holanda).

Francfort del Mein: 8.

Golfo de Guinea: 31.

Guinea: 5, 10, 11, 16, 21, 25, 26, 29, 71, 72, 73, 76, 80.

Hage: 92.

Hamburgo: 35.

Harlem: 92.

Herizo, El (buque): 28.

Hitlandt: 22.

Holanda: 10, 15, 18, 26, 56, 71, 90, 91, 92, 97.

India: 94, 97, 98.

India Occidental. 72, 73.

Inglaterra: 22, 91.

Isla Annobón: 8, 29, 36, 37.

- Ascensión: 38.

- Castilla: 40, 41, 44.

- Castillos Grandes: 38.

- Corisco: 31.

- Fernando Poo: 29.

- Feroe: (ver isla Ferro).

- Ferro: 22.

- Flores: 12, 15, 46, 69.

- Gomero: 22.

- Gran Canaria: 22.

- Lobos: 40, 42, 44, 70.

- Maldonado: 46, 98.

- Mayo: 25, 26.

- Palma: 22.

- Príncipe: 11, 29, 31, 35.

- San Gabriel: 51.

- San Nicolás: 25.

- San Sebastián: 94, 97, 98.

- Santa Catalina: 16, 70, 71.

- Santa María: 90.

- Santiago: 26.

- Santo Tomás: 11, 29, 31, 32, 36, 76.

- Shetland: 8, 22.

- Teneriffa: 22.

- Wicht: 91.

Islandia: 22.

Islas Azores: 90.

- Canarias: 8, 22, 97.

- Terceras: 90.

Liberia: 27.

Lima: 65.

Limburgo: 72.

Lisboa: 54, 85, 86, 90.

Maldonado: 42.

Montevideo: 46, 68, 69.

Mourre: 28.

Mundo de Oro, El (buque): 10, 11, 21, 24.

Mundo de Plata, El (buque): 5, 8, 10, 14, 16, 21, 24, 65, 88.

Nicolás Heyn (buque): 28.

  —110→  

Océano Atlántico: 18, 38.

Paso Calais: 91.

Pernambuco: 16, 74, 75.

Perú: 94, 98.

Portugal: 10, 17, 79.

Río de Janeiro: 94, 97, 98.

Río de la Plata: 7, 9, 10, 12, 13, 15, 37, 40, 42, 46, 76, 98.

Rotterdam: 32, 92.

Salmón, El (buque): 15, 32, 36.

Sevilla: 93, 94, 101.

Simón Rocle (buque): 28.

Texel: 22.

Trópico de Cáncer: 25, 90.

- de Capricornio: 38, 72.

Uruguay: 8, 12, 38.

Villa Veia: 80.

Wielingen: 91, 92.

  —111→  

Índice alfabético temático

Abandono en tierra de un marino: 29.

Alimentación en Brasil: 81.

- en el Río de la Plata: 40.

Árbol milagroso en la isla Ferro: 22.

Armas de los naturales del Plata: 40.

Ballenas en el Río de la Plata: 48.

Casas de Buenos Aires: 48.

Comercio de Buenos Aires: 13, 14, 15, 49, 50, 52, 53, 54, 55, 56, 57, 58, 59, 60, 61, 62, 63, 64, 65, 66.

Eclipse de luna en el Río de la Plata: 55.

Iglesia de Buenos Aires: 56.

- de San Francisco: 65.

Iglesias de la Bahía de Todos los Santos, su incendio: 78.

Indios de la isla Santiago: 26.

- del Río de la Plata, su descripción: 40.

Lobos marinos en el Río de la Plata: 42, 45.

Novillos del Río de la Plata: 56.

Palabra de los españoles: 55.

Piratas holandeses: 77.

- ingleses: 90.

Piratería en el Plata: 98.

  —112→  

Religión de los naturales del Plata: 40.

Río de la Plata, su profundidad: 51.

Sal, su fabricación: 26.

Vino, su escasez en Buenos Aires: 65, 66.



  —115→  

ArribaLa colección viajeros por América

Es tan extenso como heterogéneo el número de viajeros que desde los años primeros del descubrimiento hasta las décadas finales del siglo pasado visitaron la América, ya en espíritu de aventura, ya en busca de fortuna, surcando sus ríos, escalando sus montañas y recorriendo sus llanuras.

El paso de los viajeros abrió caminos, animó a otros a frecuentarlos y más de uno tomó interés en el desarrollo de un país, poniendo sus conocimientos e influencias al servicio del mismo; pero, lo que es más, dieron a la luz pública las particularidades del territorio que recorrían, predestinándoles, unas veces, negra incertidumbre a su porvenir, y otras, un futuro jalonado de gloria y progreso.

  —116→  

Se ha repetido tantas veces como acertadamente que el libro de un viajero es un catálogo de datos inconexos de mayor o menor importancia; también es de pública notoriedad las palabras de Chateaubriand: «los viajeros nunca mienten, pero siempre se equivocan». Sin embargo hay que convenir que el libro de viaje es leído con apasionamiento, pues es la novela de un hombre escrita a base de un argumento real; y no es menor el interés científico que despierta, pues es, sin lugar a duda, fuente de primera categoría para múltiples estudios históricos y geográficos.

Desde tiempo atrás se viene haciendo notoria la falta de una biblioteca que agrupe en forma orgánica los principales relatos de los viajeros que, pluma en mano, pintaron con la palabra el suelo americano. A llenar esta necesidad concurre hoy la Editorial Huarpes con la Colección Viajeros por América, cuyos volúmenes aparecerán provistos de eruditos prólogos, y con cuidadosos índices analíticos.

J. Luis Trenti Rocamora.



 
Indice