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Estas parodias y sátiras han sido consideradas por la crítica para apoyar las distintas posturas sobre el carácter o madurez del movimiento, incluso sus límites cronológicos; así lo hace especialmente Peers, que las ofrece como prueba de su tesis sobre el eclecticismo y también del éxito momentáneo de la corriente romántica: «Otro exponente de la importancia del movimiento romántico es el creciente éxito que lograban las sátiras contra él enderezadas.» E. A. Peers, Historia del movimiento romántico español, Madrid, Gredos, 1973, t. 2, p. 16.

 

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Panorama crítico del romanticismo español, Madrid, Castalia, 1994, p. 16.

 

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La investigación resulta difícil de abordar sistemáticamente, ya que no existe catálogo general de publicaciones periódicas del siglo XIX. El de Hartzenbusch no interesaba a este propósito por estar dedicado a fechas posteriores (1861-70) (Apuntes para un catálogo de periódicos madrileños desde el año 1661 al 1870, Madrid). Otros estudios sobre la prensa decimonónica ofrecen sólo listados parciales. Decidí comenzar estudiando los títulos que relacionan Rubio Cremades (art. cit.), J. Mª López Ruiz (La vida alegre. Historia de las revistas humorísticas, festivas y satíricas publicadas en la villa y corte de Madrid, Madrid, Compañía Literaria, 1995, p. 11) y Peers (ob. cit.), e ir ampliando por las referencias de los propios periódicos, aquella nómina inicial.

 

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Crónica científica y literaria 61 (28 de octubre de 1817), «Variedades / Estravagancias literarias»: «La base de sus desatinos es la inspiración, y con esta se suple la falta de invención, de imitación, de ingenio; de modo que en sintiendo el impetus sacer no hay más que abandonarse a su impulso, y salga lo que saliere»; Mesonero en «El barbero de Madrid», de 1832 (Escenas matritenses, en Obras, ed. C. Seco Serrano, Madrid, 1967 (BAE 199), t. 1, p. 111) medita: «Pero entiendo que antes de empezar a escribir, bueno será pensar sobre qué... [...] Mas no hay por qué detenerse en ello; sino imitar a tantos escritores del día que escriben primero y piensan después.» Vuelve a repetir el mismo chiste en varias ocasiones; por ejemplo en el «Paseo por las calles», de 1835 (ed. cit., t. 1, p. 219): «y tanto más románticos seremos cuanto menos pensemos en lo que vamos a escribir.»

 

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Coinciden estas conclusiones provisionales con las apreciaciones del profesor Rubio Cremades (ob. cit, p. 169) quien también señala cómo «el año 1836 es tal vez el más interesante para la prensa satírica. [...] A partir de esta fecha apreciamos el nacimiento de publicaciones satíricas de singular importancia por su virulencia y ataque a los medios políticos y círculos literarios, como Fray Gerundio, Fray Junípero, El Diablo Predicador, La Risa, El Fandango, El Dómine Lucas, etc. Publicaciones que si bien son efímeras, en su conjunto ofrecen un reflejo de la vida social y literaria españolas de vital importancia.» Podría añadirse que la mayoría de las publicaciones arriba señaladas aparecen después de 1840, y el año 36 ve aparecer en realidad sólo tres de tipo satírico y una de ellas muy efímera, aunque muy significativa ya en su título: El Duende. Periódico romántico, que comienza su andadura en agosto de 1836, y cuyo prospecto es ya una sátira al romanticismo: «Todos los periódicos hasta ahora han sido clásicos, y aunque el romanticismo, amigo naturalmente de invadir, ha introducido en muchos de ellos sus cuentos sazonados con hipecacuana y asafétida, la armazón periodística siempre ha sido clásica», mientras que El Duende, «siendo romántico, es claro que no tendrá pies ni cabeza; que no se distinguirá en el principio, medio, ni fin; que se compondrá de partes heterogéneas y aturdidas de verse juntas; que su estilo será multiforme; [...]» En el mismo año aparecen El Jorobado y El Mata-moscas, ambos de signo anti-romántico. Sin embargo, la eclosión de sátiras a la triunfadora escuela resulta representativa precisamente porque éstas no se restringen al ámbito de la prensa satírica, sino que inundan todo tipo de publicaciones 'serias' cuyo interés por lo literario había sido hasta este punto mínimo y que ahora ocupan sus primeras páginas con artículos cargados de ironía en los que se hace burla y chacota de las modas teatrales y líricas.

 

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Cfr., por ej., la reseña de El Jorobado del 18 de marzo de 1836 a la primera representación de Catalina Howard, o la gacetilla teatral de El Guardia Nacional del 13 de febrero de 1838.

 

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El Guindilla (1842-43), La Risa (1841-43); El Fandango (1844-46); El Dómine Lucas (1844-46) -que al lado de párrafos de un romanticismo extremoso y suicida muestra algunas de las jácaras de Villergas, su director, contra la moda funeral-; El Burro, (1845-6) dirigido por Villergas y probablemente Príncipe; La Linterna mágica (1849-50). Quizá sea precisamente el auge de actividades de la Sociedad Literaria y la abundancia de publicaciones periódicas de su patrimonio que salen en los años 43-45 lo que lleve al profesor Rubio Cremades (1984, 172) a la afirmación de que «la sátira y las burlas a todo lo romántico es algo generalizado a partir de 1840, cobrando especial furor en los años 1843 y l844.» En realidad, fuera de este círculo de autores, la sátira anti-romántica en la prensa en general remite considerablemente; así en otras revistas satíricas de las mismas fechas, de tendencia también republicana, pero de contenido casi exclusivamente político (El Cangrejo, La Postdata, El tío Fidel) no se encuentran sino alusiones muy esporádicas, sumamente breves y poco jugosas a las modas literarias en general o al romanticismo en particular, al contrario de lo que sucedió entre 1836 y 1839. Sobre La Risa, cfr. J. Álvarez Barrientos, «Las ideas de Martínez Villergas sobre la risa en La Risa, Enciclopedia de extravagancias», en Romanticismo 5. Actas del V Congreso sobre el Romanticismo Hispánico, E. Caldera (ed.), Roma, Bulzoni, 1995, pp. 9-15. Sobre la Sociedad Literaria como empresa editorial, cfr. Victor Carrillo, «Marketing et édition au XIX siècle, La Sociedad Literaria de Madrid (Étude d'approche)», en L'infra-litterature en Espagne aux XIXe et XXe siècles. Du Roman feuilleton au romancero de la guerre d'Espagne, Grenoble, 1977, pp. 7- 101.

 

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J. Urrutia (ed.), Poesía española del siglo XIX, Madrid, Cátedra, 1995, Introducción, pp. 62-3.

 

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En La Alhambra de Granada (t. 3, 30, 25 octubre de 1840), apareció el relato «Una rectificación», de Nicolás de Roda: Antonio abandona a la romántica Elisa para casarse con «una joven bella, virtuosa y racional, que sabía coser, guisar, hacer media y atender a sus obligaciones; si bien no se daba lustre en la cara, ni leía continuamente novelas, ni hacía otras cosas que no debía hacer.» En «Querer de miedo. Drami-cuento a galope. Es decir que la acción es a corre-que-te-cojo» de Hartzenbusch, publicado por La risa (t. 1, 5, 30 de abril de 1843), explica Pepita a su madre que no desea casarse con don Crispín: «no es lo que yo apetezco para marido. La que se case con él, tal vez será dichosa, pero me temo que yo tal vez no lo sería, porque eso de amor y matrimonio, según he visto en todas las novelas de folletín, cae bajo el dominio tiránico y exclusivo de la fatalidad. [...] Crea V., mamá que ni la pólvora, ni la imprenta, ni el dinero, ni aun la moda misma tienen la fuerza irresistible que el reciente invento de la fatalidad.»

 

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El Guardia Nacional (1 enero, 1838), «Variedades», describe a un romántico como sigue: «su cabeza a fuer de pelleja de aseada merina antes de la esquila, dividida en su centro por una valla que figuraba el camino que se abriera a los israelitas por medio del mar Rojo, dejaba caer sirviendo de manta a las orejas que se abrigaban de la intemperie, abundantes vellones que unidos a largas y pobladas patillas que se extendían a manera de horquillas por bajo de la barba dejaban su diminuta cara entre paréntesis; [...] al paso que una perilla que le colgaba hasta el pecho le daba el carácter de Sixto V o del portero de una cartuja. Una levita con faldetas de a cuarta coronaba unos pantalones que parecieran en lo ajustados la piel que cubriera aquella máquina viva, si su tirantez no diera a conocer que el hombre se sujeta por su gusto a menos libertad que le concede la naturaleza».