Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice Siguiente


Abajo

El jefe

Drama en prosa y en tres actos, divididos, el primero y el segundo, en dos cuadros, y el tercero, en tres

Joaquín Calvo-Sotelo



PERSONAJES
 

 
ESTHER.
NANCY.
ÚRSULA.
MARÍA.
ANATOL.
TOMMY.
JEREMÍAS.
MÁXIMO.
EL CABALLERO.
GORDÓN, EL TUERTO.
SACHA.
ALGUNAS COMPARSAS.
 

Esta obra fue estrenada por la Compañía del Teatro Nacional, en el María Guerrero, la noche del 5 de marzo de 1953.

   

La acción transcurre en un islote imaginario, situado en un mar cualquiera, a varias noches de navegación de una costa cualquiera. Época actual.

 




ArribaAbajoActo I


Cuadro I

 

La escena representa la planta baja de una casa de dos que sirve de residencia al torrero de un faro. En el primer término, a la izquierda, hay una puerta, rústica, de madera, con un cerrojo de hierro. Contiguo a ese lienzo, otro, con una ventana de dos hojas, un poyo adosado a ella y unas redes colgadas de una viga. A continuación se abre una escalera de cuatro o cinco peldaños, solamente, que conduce a las habitaciones interiores, por la izquierda y a una especie de desván, que para nada juega en la acción, por la derecha. Enfrente del espectador hay un gran ventanal, con un forillo de mar -el de la ventana es de unas borrosas y lejanas casas-, y bajo él un banquillo de madera. En el último término, una pequeña alacena, con alguna botella, y algunos vasos y platos, una cómoda, con un retrato y una hornacina de cristal, que guarda una imagen y, por fin, otra puerta opuesta a la primeramente descrita, que lleva a un sótano. En el centro, pero situada de modo que no estorbe el movimiento de los personajes, una mesa camilla, con un par de sillas. Del centro de la viga principal cuelga un farol de petróleo. Tanto la ventana como el ventanal son practicables y se abren hacia fuera. Ambos tienen contras. Cuando el ventanal se abra, el haz de luz del faro, que se supone contiguo, deberá advertirse intermitentemente proyectada sobre el forillo del mar. El ruido de las olas acompañará a todos los momentos en los que tanto las ventanas como la puerta exterior se abran. Puede, por cierto, imitarse fácilmente moviendo arena de un lado a otro, sobre un recipiente de un metro aproximado de diámetro, con un fondo de parche y una arandela de madera. Fuera de los momentos indicados, el mar, si las ventanas y la puerta están cerradas, sólo deberá oírse en el primer cuadro, y únicamente cuando el diálogo lo marque. IMPORTANTE: Los términos derecha e izquierda van referidos al espectador y no al actor.

 
 

Al comenzar la acción es de noche. La ventana está cerrada. JEREMÍAS y MÁXIMO se encuentran en escena. MÁXIMO manipula con unas cartas de baraja, sentado a la mesita central. JEREMÍAS, próximo al ventanal, parece escuchar algo, no muy preciso, que se oye de fuera. MÁXIMO es un muchacho joven. Va pulcramente afeitado y peinado. Tiene un aire fino, con un punto, en ocasiones, de afectación; en algunas, muy pocas y muy leves, de afeminamiento. Viste unos pantalones cualesquiera y un jersey fuerte, de lana, de colores un poco llamativos. JEREMÍAS es un hombre pequeño, medio picado de viruelas, de baja extracción. Es, sin embargo, más simpático, desde el primer momento, que MÁXIMO, porque así como MÁXIMO parece estar de vuelta de todo, él es ingenuo, se asombra fácilmente y siente una ilimitada capacidad de admiración por cuanto le rodea. Viste la chaquetilla, maltratada y medio rota, de un guardián de prisiones. Aún le quedan algún botón dorado y alguna hombrera, pero se advierte que ha sufrido desperfectos graves. MÁXIMO tira, uno a uno, varios naipes sobre la mesa y los distribuye en forma de solitario, mientras habla con la prosopopeya con que hablaría un prestímano en el momento de mostrar al público cualquiera de sus ejercicios.

 

MÁXIMO.-   O sea, distinguido señor: quedamos en que usted ha pensado en dos cartas, ¿no es eso?

JEREMÍAS.-   (Distraído; sin mirarle.)  Sí, sí...

MÁXIMO.-  Muy bien: pues yo, ahora mismo, voy a adivinarlas. Primero, como es natural, barajaré...  (Mientras las baraja y en distinto tono.)  ¿Que pasa, Jeremías?

JEREMÍAS.-   ¡Está bueno el mar!... Hoy no nos hubiera sido posible escondernos en la gruta. Las olas daban miedo.

MÁXIMO.-  Es hora de marea alta, Jeremías.

JEREMÍAS.-  ¿Sí?...

MÁXIMO.-   (Con su primitivo tono declamatorio.)  Distinguido señor: una vez barajadas las cartas...  (Le invita.)  ¿Desea usted mismo?...

JEREMÍAS.-   (Mientras mecánicamente las baraja también.) Algo extraño, ha debido de suceder. Hace media hora pasaron por aquí. Tommy tiene la querencia de la casa; yo sé bien por qué... Andaban medio borrachos.

MÁXIMO.-    (Le quita las cartas.)  Y ahora, si es tan amable de señalar dos cualesquiera; las que le apetezcan...

 

(Se las muestra abiertas en abanico, por el dorso.)

 

JEREMÍAS.-   (Distraído.)  Esta y ésta...

MÁXIMO.-  Ajajá. El cuatro de corazones y el valet de pic. ¿Eran éstas las cartas en que había usted pensado, distinguido señor?

JEREMÍAS.-    (Atónito.)  ¡Demonio! ¿Cómo las has acertado?

MÁXIMO.-    (Desdeñoso, superior.)  Te dije que adivinaba el pensamiento.

JEREMÍAS.-    (Se sienta a su lado.)  ¡Cuánto sabes...!

MÁXIMO.-  Podría hacerte juegos de esos dos horas seguidas.

JEREMÍAS.-  ¡Qué bárbaro!, Oye: buen pardillo el que se atreva contigo en una partida de póker.

MÁXIMO.-    (Pedante.)  Sí, señor; va listo.

JEREMÍAS.-  ¿Y por qué tú, que podías vivir, como un rey sólo de hacer trampas, te metiste en camisa de once varas?

MÁXIMO.-  Las cosas que pasan, mi querido amigo.

JEREMÍAS.-  Pero a eso...  (Acciona con los dedos, como si ponderase su ligereza.)  le habrás sacado mucho jugo, ¿no?

MÁXIMO.-  Imagínate. El póker me costeó la carrera de abogado.

JEREMÍAS.-  ¿Eres abogado?

MÁXIMO.-  Sí, aunque no ejerzo. En la Universidad había timbas de póker y de baccarrat. Y yo ganaba siempre lo necesario para pagar las matrículas, los libros y la residencia.

JEREMÍAS.-  Es estupendo,  (Se interrumpe.)  ¡Calla!

MÁXIMO.-  ¿Qué?

JEREMÍAS.-  No, no, nada; el mar. ¿Tú, no temes que esto acabe mal?

MÁXIMO.-  Cualquiera lo averigua.

JEREMÍAS.-  Nuestros compañeros son bestias desatadas.

MÁXIMO.-  Baltasar, «la Cebra» es el responsable.

JEREMÍAS.-  Sí; pero sin él nada se hubiera conseguido. ¡Qué fuerza la suya...!

MÁXIMO.-  No resistiría una llave mía.

JEREMÍAS.-    (Se ríe.)  Tú deliras.

MÁXIMO.-  Yo sé «Jiu-jitsu».

JEREMÍAS.-  ¿Qué es eso?

MÁXIMO.-  El arte de luchar de los japoneses.

JEREMÍAS.-  ¿Y a mí me vas a hablar tú de japoneses? Tres años de guerra hice en el Pacífico, en la Legión de Voluntarios.

MÁXIMO.-  No me refiero a esa lucha, hombre... Es una especie de «catch as catch can».

JEREMÍAS.-  ¡Ah, bueno!

MÁXIMO.-  Baltasar, «la Cebra» me hubiera durado a mí cinco minutos. (JEREMÍAS va de nuevo al ventanal.)  ¿Qué?

JEREMÍAS.-  Nada; no se ve nada; sólo la luz del faro. De tan cerca que lo tenemos... Pasa por encima de nosotros, como las aspas de un molino... Mira que haber venido a poner un faro aquí...

MÁXIMO.-   (Que ha seguido manipulando con las cartas y se las ofrece igual que antes.)  Coge una.  (JEREMÍAS la coge sin grandes entusiasmos.)  No olvides cuál es. Métela.  (JEREMÍAS le obedece. MÁXIMO baraja.)  ¿Y dónde querías que lo hubieran puesto? ¿Y el Servicio de Salvamento de Náufragos? ¿Y el semáforo? ¿En la capital? ¿Junto al cine Mogador?

JEREMÍAS.-  Yo no viviría en este islote por nada del mundo.

MÁXIMO.-  Lo han puesto en su sitio. Y a suficiente distancia de la costa para que a nadie se le haya ocurrido venir a buscarnos.

JEREMÍAS.-  ¿Y las dos canoas que rodearon la isla? ¿Y los treinta soldados que lo registraron todo? Por suerte, menos la gruta, que desconocían... Y mientras, el patrón que nos trajo se volvía en la vapora con sus cinco mil pesos de propina, tan campante.

MÁXIMO.-  Nadie ha sospechado nada, por lo visto. Nos buscan en la costa, por la selva. ¿Era el rey de carró la carta que elegiste?

JEREMÍAS.-  Sí.

MÁXIMO.-  Mira si es la que llevas en el bolsillo.

JEREMÍAS.-  ¿Yo?...  (Se registra, intranquilo, y se la encuentra. Con una expresión casi aterrorizada.)  ¡Maldita sea...! Pero ¿cómo haces?

MÁXIMO.-  A propósito, tira esa chaqueta. Me trae malos recuerdos.

JEREMÍAS.-  Era de don Jorge, el de nuestra galería. A mí me gustaba por los botones... Y al atarle...  (Transición.)  Pero ¿cuándo me has puesto la carta? Si no me he dado cuenta... Igual hubieras podido quitarme lo que llevase encima, ¿no?

MÁXIMO.-  Naturalmente.

JEREMÍAS.-   Y que tú, con esa ciencia, hayas caído aquí...

TOMMY.-   (Desde dentro.)  ¡Esther! ¡Esther...!

MÁXIMO.-  Tommy, de serenata. Se la va a ganar.

TOMMY.-  ¡Esther!, ¡Esther!...

JEREMÍAS.-   (Remeda una voz femenina.)  ¿Qué quieres, mi príncipe? ¿Llevarme al baile? Voy en seguida.

 

(MÁXIMO se ríe a carcajadas. La puerta se abre y TOMMY aparece en ella. Es torvo y mal encarado. Tiene una profunda cicatriz en la frente.)

 

TOMMY.-  Pocas bromas, Jeremías, que no soy hombre que las aguante.  (Cruza la escena, en dirección de la escalera del fondo.)  ¿Dónde se ha metido Esther?

JEREMÍAS.-   (Bonachonamente.)  Salió, tonto...

 

(TOMMY intenta comprobarlo. MÁXIMO se le interpone.)

 

MÁXIMO.-  Un consejo, Tommy. Ya sabes que yo soy tu amigo. Deja a Esther en paz.

TOMMY.-  ¿Sí?

MÁXIMO.-  Esther es cosa de Anatol, y con Anatol no se juega.

TOMMY.-  ¡Esther!

ÚRSULA.-   (Desde dentro.)  Ha salido.

JEREMÍAS.-  Es Úrsula... Esa está menos solicitada.

TOMMY.-  Queréis engañarme...

 

(ÚRSULA aparece en la escalera.)

 

ÚRSULA.-  Suba, si prefiere quedarse tranquilo.

 

(TOMMY, desarmado, renuncia a la prueba.)

 

MÁXIMO.-  A ti lo que más te conviene, a falta de Esther, es una ducha. ¿Por qué no te la tomas?

TOMMY.-  Yo sé lo que me conviene.

JEREMÍAS.-  ¿Qué han hecho los otros? ¿Cómo no andas con ellos?

TOMMY.-  Baltasar, «la Cebra» ha desaparecido. ¿Le visteis?

JEREMÍAS.-  Ni por lo más remoto.

 

(ÚRSULA hace mutis. TOMMY mira a JEREMÍAS y MÁXIMO desafiadoramente. Después se va, del mismo modo, por la lateral de su entrada.)

 

MÁXIMO.-  Si a mí me gustase Esther, preferiría cien veces que fuera la amante de Baltasar, «la Cebra» a que lo fuera de Anatol.

JEREMÍAS.-  ¿Sí?

MÁXIMO.-  Baltasar es un gorila; Anatol es un hombre.

JEREMÍAS.-  ¿Y es que Esther no te gusta?

MAXIMO.-  No sirve para descalzar a las mujeres que han estado enamoradas de mí.

JEREMÍAS.-  Hale...

MÁXIMO.-   ¿Te acuerdas de los retratos que tenía en la garita?

JEREMÍAS.-  No sabía que la Marlene hubiera sido novia tuya.

MÁXIMO.-  Sólo dices estupideces. Otras había...

JEREMÍAS.-  La verdad es que daba gusto despertarse y verse enfrente aquel museo. Tú ya sabes que yo las cambiaba a todas por la rubia de la esquina.

MÁXIMO.-  Magda se llamaba. Menuda... Pues la tal Magda dejó plantado a un oficial de un barco francés y se vino conmigo. Y hasta a una vizcondesa la tuve yo a mal traer... Por mi cara bonita, Jeremías.

JEREMÍAS.-  Si no lo dudo, hombre. Ventajas de los que sois guapos.

MÁXIMO.-  Para que vaya a preocuparme yo por la hija de un torrero de faro.

JEREMÍAS.-  Por la huérfana, Máximo. ¿Sabes cuándo murió su padre? Veinte días antes de llegar nosotros. El remolcador estuvo aquí un viernes, dejó los víveres y el petróleo y se hizo a la mar. A las veinticuatro horas se lo encontraron arriba, en la cama, muerto.

MÁXIMO.-  ¿Quién se lo había cargado?

JEREMÍAS.-  Nadie... Si también hay quien muere de muerte natural...  (Se acerca a la ventana.)  Baltasar y Tommy: buena pareja. Me dan miedo.

MÁXIMO.-  ¿Por qué?

JEREMÍAS.-  Son capaces de cualquier cosa.

 

(ÚRSULA, por la escalera. Tras ella, ESTHER. ESTHER es una mujer morena de unos treinta y cinco años, de grandes y profundos ojos negros. Viste un casero traje de invierno. No sonríe. Un halo dramático circunda su semblante. Inspira un respeto extraño.)

 

ESTHER.-  Adiós, Úrsula. Y gracias por todo. En cuanto a Basilio...

ÚRSULA.-  ¿Qué crees?

ESTHER.-   Me preocupa que le descubran.

ÚRSULA.-  Yo pienso como tú. ¿A qué conduce, además, esconderse? ¡Ay, Señor, Señor!... Hablaré a Nancy.

ESTHER.-  Demasiado enamorada está de Basilio para que le aconseje bien.

ÚRSULA.-  En fin: adiós, Esther.

ESTHER.-  ¿Le acompaño?

ÚRSULA.-  A mis años no tengo por qué temer a nadie.

ESTHER.-  Hasta mañana, entonces.

 

(Se oye, muy tenuemente, la voz de un posible locutor de radio.)

 

JEREMÍAS.-  Oiga usted, señora. ¿Qué ha dicho la radio de nosotros?

ÚRSULA.-  Contó la vida y milagros de cada uno de ustedes.

JEREMÍAS.-  ¿De todos?

ÚRSULA.-  Por lo menos de algunos... ¿Anda por ahí ese Gordón, «el Tuerto», el que asesinó a una niña de quince años?

MÁXIMO.-  Sí, pero no se preocupe; nadie le habla. Nos da asco.

ÚRSULA.-  ¡Qué monstruo!

MÁXIMO.-  ¿He sido yo de los descritos, señora? Mi nombre es Máximo, «el Fino».

ÚRSULA.-  No recuerdo.

JEREMÍAS.-   ¿Y yo? Yo soy Jeremías Gómez.

ÚRSULA.-  Jeremías... (Retrocede, al mismo tiempo que ahoga un grito de terror.)  ¡Ay!  (Y hace mutis por la izquierda.)  

JEREMÍAS.    (Tras un silencio un poco incómodo.)  Bueno...

MÁXIMO.-    (Se burla.)  Han debido ponerte como un trapo, Jeremías.

JEREMÍAS.-  Demonio con la radio... ¿Qué habrá contado?

MÁXIMO.-  Vete tú a saber.

JEREMÍAS.-  Prefiero no haberla oído, palabra.  (Tira las cartas al suelo, de un manotazo.)  Y deja las cartas. Me ataca tu flema.

MÁXIMO.-  Mejores modos, amiguito, si quieres que tengamos la fiesta en paz. No hay que descomponerse por tan poca cosa.

JEREMÍAS.-  ¡Hago lo que me da la gana!

MÁXIMO.-  Me está apeteciendo explicarte la primera lección práctica de jiu-jitsu.

JEREMÍAS.-  Será difícil que yo me deje...

MÁXIMO.-    (Sin gritar.)  ¿Quién te pide permiso? Mira, es muy sencillo... Con una mano se coge la muñeca del discípulo... Después, con el codo en la garganta...

 

(Acompaña la acción a la palabra y le derriba. JEREMÍAS se incorpora y MÁXIMO vuelve a derribarle de nuevo, próximo a la puerta del sótano. Ahora, él mismo le ayuda a levantarse y le da, a manera de reconciliación, un cariñoso palmetazo en la cara. TOMMY regresa por la izquierda.)

 

TOMMY.-  Os burlasteis de mí, pero después hablaremos. ¡Esther!  (Sube la escalera y desaparece por el foro.)  ¡Esther!

 

(Se le oye aporrear una puerta. JEREMÍAS y MÁXIMO han olvidado su querella. Ahora se consultan con la mirada, sin saber qué decir.)

 

MÁXIMO.-  Nos aguarda una bonita escena.

JEREMÍAS.-  A Tommy sí que le aprovecharían tus lecciones. ¿O no te atreves a dárselas?

MÁXIMO.-  ¿Y a mí qué se me ha perdido en este pleito?

TOMMY.-  ¡Esther! ¡Abre o echo la puerta abajo!

MÁXIMO.-  Eso es cuenta de Anatol.

 

(Súbitamente, en la puerta de la izquierda, surge ANATOL. ANATOL es un hombre de cuarenta años, alto, severo, pálido y frío. Viste un pantalón bombacho y un jersey gris, espeso, de cuello alto.)

 

TOMMY.-  ¡Esther!

ANATOL.-   (Autoritariamente.)  ¡Tommy!

 

(Hay una pausa de breves segundos. TOMMY reaparece.)

 

TOMMY.-  ¿Quién me llama?

ANATOL.-  ¿Tienes algo que decir a Esther?

TOMMY.-  Puede que sí...

ANATOL.-  Aquí está. Díselo.

 

(ESTHER, en efecto, surge en lo alto de la escalera.)

 

TOMMY.-  Ya pasó la oportunidad.

ANATOL.-  Óyeme, Tommy, y no olvides esto: te prohíbo terminantemente que te dirijas a Esther. Esther es cosa mía. ¿Lo habías olvidado?

TOMMY.-  ¡Bah!

ANATOL.-  ¿Qué quería, Esther?

ESTHER.-   Ni lo sé, ni me importa. Llamó, y como no le contestaba, golpeó la puerta.

ANATOL.-  Si fuera preciso, la próxima vez te hablaría de manera distinta. Recuérdalo.

TOMMY.-    (Ambiguo.)  Yo suelo recordarlo todo.  (Hace mutis por la izquierda.)  

ANATOL.-   (A JEREMÍAS.)  Baltasar, «la Cebra», se ha matado.

JEREMÍAS.-  ¿Cómo? ¿Dónde?

ANATOL.-  En la playa, al pie del acantilado. Ayer le vieron bebido por la noche. Resbaló, se conoce, y se partió la nuca.

JEREMÍAS.-   Mal fin ha tenido.

ANATOL.-  Puede haberlos peores.  (JEREMÍAS y MÁXIMO salen por la izquierda.)  Se me ocurre que la idea de que exista algo entre usted y yo, aunque sea simuladamente, le molesta.

ESTHER.-  Sí.

ANATOL.-  Yo esa comedia la represento por ayudarla. A mí no me beneficia nada. Ni estoy enamorado, ni presumir de Don Juan es cosa que vaya con mis gustos.

ESTHER.-  Me lo imagino.

ANATOL.-  Así que, cuando le apetezca, damos por concluida nuestra pasión. Nos devolvemos los anillos y listos.

ESTHER.-  Por mí...

ANATOL.-  Habla usted con demasiada ligereza. Veintidós hombres estamos aquí, dueños de este islote. Mejor es, para usted, aparentar que pertenece a uno, que no correr el riesgo de acabar perteneciendo de verdad a todos. Con seguridad, esta idea le divertirá muy poco.

ESTHER.-  Usted creyó protegerme. Yo me hubiera protegido también.

ANATOL.-  Mucho confía en sus fuerzas.

ESTHER.-   Cuando se quieren usar las que se tienen, aunque no sean grandes, bastan.

ANATOL.-  Así, pues, punto final a nuestro idilio. Si Tommy llama en su puerta, se las arreglará como pueda. Y el día en que Gordón, «el Tuerto», o cualquiera de mis compañeros de aventura deseen pasar una noche alegre, yo me encogeré de hombros.

ESTHER.-  No quiero deberle nada.

ANATOL.-  ¿Y por qué? Cuénteme.

ESTHER.-  Han dado muerte a doce guardianes.

ANATOL.-  Es posible...

ESTHER.-  Trescientos evadidos han caído en los pueblos de la costa, han robado, han asesinado, se han conducido como fieras...

ANATOL.-  ¿Sí?...

ESTHER.-   Y usted ha sido el cabecilla.

ANATOL.-  Está mal informada.

ESTHER.-  Ya les llegará la hora de pagar sus cuentas.

ANATOL.-  Probablemente. El negocio de las evasiones suele ser ruinoso.

ESTHER.-  Allá usted con su experiencia.

ANATOL.-  La experiencia cuenta poco aquí. Si se me hubiera hecho caso, todo habría sido distinto. Mis proyectos eran diferentes. Baltasar incendió la imaginación de unos cuantos presos. Él fue quien rompió en dos el cráneo del celador de nuestra galería; quien inutilizó, abrasándose las manos, las señales de alarma; quien nos dio los fusiles, las granadas y las pistolas: el cabecilla, en suma, como usted dice. Yo no siento simpatía por los mestizos, pero Baltasar, «la Cebra» era el hombre más bravo que he conocido nunca. La mayor cantidad de vida y de energía física que cabe en un ser humano se ha quedado entre las rocas de la isla. Y basta ya de epitafios a su memoria.  (Transición.)  Sé que hay ron en la casa. Y quisiera beber. Tengo algo muy importante que celebrar.

 

(ESTHER, sin palabras, saca de la alacena una botella de ron y un vaso, que deja sobre la mesa.)

 

ESTHER.-  Aquí está el ron.

ANATOL.-   (Se sirve y bebe de él.)  Bebo a mi salud. Son las siete de la tarde. Cumplí las primeras doce horas de una segunda vida. A las siete de la mañana de hoy tal vez habría sido ejecutado. La primera parte de mi vida no fue muy fácil. Temo que esta segunda sea no sólo más corta, sino más difícil. ¿Usted no bebe? Beba usted. No creo que le convenga mucho ese gesto adusto, esa actitud de pocos amigos. Al fin y al cabo, otro peor que yo hubiera podido caerle en suerte.  (Va a la alacena, saca un vaso y se lo ofrece.)  Beba usted.

 

(ESTHER no bebe, pero se sienta junto a la mesa.)

 

ESTHER.-  Y a usted, ¿por qué iban a ejecutarle? ¿Qué había hecho usted?

ANATOL.-  Matar también.  (ESTHER acusa, en un movimiento casi imperceptible, el temor de verse vecina a él.)  ¿Le doy miedo?

ESTHER.-    (Serenamente.)  Creo que no.

ANATOL.-  Me alegro.

ESTHER.-  ¿Y a quién...?

ANATOL.-  Se habló mucho, pero usted era una niña entonces. O, a lo mejor, vivía aquí ya... y ni se enteró.

ESTHER.-  No, aquí estoy desde que enviudé, hace tres años...

ANATOL.-  Entonces es probable que haya usted oído o leído...

ESTHER.-  ¿A quién mató usted? ¿Por qué mató usted? Por celos, por robar, por... ¿Por qué se puede matar, Dios mío? ¿Fue en riña?... ¿Fue a traición?...

ANATOL.-  Yo maté al presidente Araballe.

ESTHER.-  Sí, ya sé... Hace...

ANATOL.-  Doce años justos. El día 6 de octubre de 1940, en la revista militar de Campo Grande.

ESTHER.-  Con un fusil de precisión... sí..., desde la ventana de una casa desalquilada.

ANATOL.-  Justamente.

ESTHER.-  Pero usted consiguió escapar.

ANATOL.-  Así fue. Huí al extranjero.

ESTHER.-  ¿Y por qué volvió?

ANATOL.-  No voluntariamente... El barco en el que iba no tenía por qué atracar allí. Lo hizo de arribada forzosa, con una hélice rota... La Policía ha progresado en estos doce años. Tiene una memoria implacable. Yo me confié en exceso, cometí alguna imprudencia... Y pronto dieron conmigo.

ESTHER.-  Sí. La radio lo dijo.

ANATOL.-  Fui juzgado, condenado... Se preguntaba usted por qué razones se puede matar. Hablaba del amor y del robo. Olvidaba usted una: las ideas. Hace doce años yo era un anarquista de acción.  (Pausa.)  ¿Bebe usted?

ESTHER.-  No.

ANATOL.-   (La mira de hito en hito, con un punto de rencor.)  A su gusto.

 

(Él apura, casi desafiadoramente, su vaso. En este momento se oye ruido fuera. ESTHER inicia el mutis por la escalera. ANATOL entreabre una de las ventanas. Por la izquierda aparece ÚRSULA. Con ella, NANCY y MARÍA. Son dos mujeres jóvenes. Visten ruralmente.)

 

ÚRSULA.-  ¡Sálvelas!

ANATOL.-  ¿De qué?

ÚRSULA.-  Esos hombres han enloquecido... Andan buscándolas.

ESTHER.-    (Se le acerca.)  ¿Qué sucede, Úrsula?

MARÍA.-  Tengo miedo, Ester.

ÚRSULA.-  Van a matarnos a todas.

ESTHER.-  Entrad conmigo.

 

(ANATOL va a la puerta y la atranca. Acaba de hacerlo cuando alguien la golpea.)

 

ANATOL.-   (Con voz entera.)  ¿Quién es?

JEREMÍAS.-   (Desde dentro.)  Soy yo, Anatol. Ábreme.  (ANATOL abre y JEREMÍAS, en efecto, entra en escena.)  No cierres. Máximo y el Caballero vienen conmigo.

ANATOL.-  ¿Qué quieren?

JEREMÍAS.-  Tommy intenta prender fuego a la casa del llano porque cree que estas dos se han escondido dentro. Imagínate lo que sería un fuego... Podría arder la isla entera.

 

(MÁXIMO, EL CABALLERO y DOS COMPARSAS entran en escena. EL CABALLERO es un hombre de cincuenta años, de aspecto grave y engolado. Usa monóculo.)

 

CABALLERO.-  Tommy va al frente de unos cuantos suicidas. Hay que imponerse a esos locos.

ANATOL.-  ¿Qué deseáis de mí?

CABALLERO.-  Nos inspiras confianza y estamos dispuestos a obedecerte. Cualquier imprudencia puede comprometernos.

JEREMÍAS.-  Parece que los que huyeron a la selva se han entregado. En la costa siguen sin sospechar de nosotros; pero si inutilizan el faro...

CABALLERO.-  No hay tiempo que perder, Anatol.

ANATOL.-   (Mira a ESTHER.)  ¿Por qué no vais vosotros?

CABALLERO.-  No nos harían caso. Yo no tengo autoridad sobre ellos. Tú, sí.

ANATOL.-   (Nueva mirada a ESTHER.) Está bien. ¿Lleváis armas?

MÁXIMO.-  Sí.

ANATOL.-  Vamos, pues.

 

(JEREMÍAS, EL CABALLERO, MÁXIMO y los COMPARSAS salen por la derecha. ANATOL se dispone a seguirles. La voz de ESTHER, le detiene.)

 

ESTHER.-  Anatol.

ANATOL.-   (Se vuelve hacia ella, sorprendido.)  Sí...

ESTHER.-   (Ha cogido el vaso de ron y se lo ofrece a manera de brindis.)  Suerte.

 

(Rápidamente, cae el...)

 

 
 
TELÓN
 
 


Cuadro II

 

La misma escena del cuadro anterior.

 
 

Al levantarse el telón se encuentran en escena MÁXIMO, JEREMÍAS, EL CABALLERO, TOMMY y varios comparsas. TOMMY está sentado a caballo en una silla junto a la puerta de la izquierda. EL CABALLERO y MÁXIMO, al lado de la mesa camilla. JEREMÍAS, en el arranque de la escalera. ANATOL se halla de pie, casi de espaldas al espectador, próximo a la puerta de la derecha. Los comparsas, en número de diez o doce, están sentados, en el banco del ventanal, en la escalera, con JEREMÍAS y junto a la ventana. Los comparsas, en su calidad de evadidos, vestirán de manera semejante a sus compañeros: jerseys, zamarras, canadienses. JEREMÍAS ya no lleva la guerrera de don Jorge. Es de día.

 

ANATOL.-  Nuestra situación es muy clara. Llevamos en este islote cuatro días. Han pasado siete desde nuestra fuga, y conviene que tracemos nuestros planes para el futuro. Si no se comete ninguna imprudencia, si la vida del islote sigue como hasta ahora, pudiera ser que nadie llegara aquí en bastante tiempo. Como sabéis, un remolcador viene cada tres meses para aprovisionar de víveres a sus gentes y de combustible al faro.  (Cruza al otro lado.) 

CABALLERO.-  ¿Cuándo se le espera?

ANATOL.-  El último llegó pocos días antes que nosotros. Gracias a esto, el islote está abastecido y, con ciertas limitaciones, podremos defendernos bien.

CABALLERO.-  Habrá que hacer lo que en el mundo de las finanzas llamamos balance de situación.

JEREMÍAS.-  Propongo que no lo haga su excelencia.

 

 (Alude a EL CABALLERO. Risas generales.) 

CABALLERO.-  Esa es una grosería a la que ni contesto.

ANATOL.-  Otras cosas importan más. ¿Cómo vamos a escapar de aquí? Un día u otro, el remolcador volverá a la isla. Lo que tenemos que hacer es huir en él. ¿Estamos todos de acuerdo en eso?  (Rumores generales de asentimiento.)  Bien, pero hasta entonces necesitamos vivir casi tres meses como un ejército ocupante sobre este islote, entre las quince o veinte personas que lo pueblan y que nos son hostiles, y que procurarán por todos los medios a su alcance denunciarnos. ¿Es así?

TOMMY.-  Si los matásemos nos quitaríamos de cuidados.

ANATOL.-  Yo soy de los que no lo considero necesario.

CABALLERO.-  Convendrá que nos apoderemos de su dinero, o de sus joyas si tienen alguna.

JEREMÍAS.-  Propongo que encarguemos de eso a su excelencia.  (Abandona su asiento y se suma a los comparsas del fondo.) 

CABALLERO.-  Esa es una majadería que desprecio también.

ANATOL.-  Pienso, eso sí (Habla ahora gravemente, de cara al público, apoyado en la mesa.) , que será menester que aceptemos y que respetemos... una ley.

TOMMY.-  ¡Aquí no queremos leyes! Pues sería bonito... ¿Por qué estamos donde estamos sino por habérnoslas quitado de encima?

ANATOL.-  Nos quitamos de encima las que hicieron los demás; pero nosotros podemos hacer las nuestras.

CABALLERO.-  No tratándose de leyes fiscales...

TOMMY.-  Yo no pienso aceptar ninguna.

ANATOL.-  Tommy: tú, o estarás fuera de la comunidad, y serás tratado como un bicho, o dentro de ella, y en ese caso sujeto, igual que todos, a lo que se acuerde.

TOMMY.-  Estaré fuera.

ANATOL.-  No te convendrá hacerlo. En todo caso, tanto si piensas ser de los nuestros como si no... (Se le acerca súbitamente y en tono conminatorio, que no da lugar a réplicas.)   dame tus armas...   (ANATOL saca su pistola y se la pone al pecho. TOMMY vacila, mira en derredor, como si esperase auxilio. Nadie se mueve.)  ¡Vamos! ¡En el acto! Sabes que no soy hombre al que le guste repetir las cosas.   (El mismo le cachea y le saca la pistola, que entrega a MÁXIMO.)  

¡Y a todos los demás igual os digo: las armas!

 

(MÁXIMO y JEREMÍAS desarman a los comparsas del ventanal. EL CABALLERO toma un cajón de madera que hay en el suelo y como si hiciera una colecta, recoge las armas. Sin grandes resistencias, todos van entregando sus pistolas. El espectador oirá el golpe metálico y seco con el que caen unas sobre otras, en el cajón de EL CABALLERO. Concluida la colecta lo deja en la mesa camilla.)

 

TOMMY.-  Y ahora ¿qué? ¿A fusilarnos por la espalda?

ANATOL.-   No; ahora, a evitar que cada uno sea capitán... ¿No vinisteis a buscarme para que lo fuera yo? Yo lo seré, entonces, pero con todas sus consecuencias.

MÁXIMO.-  Anatol tiene razón.

ANATOL.-  He resuelto racionar estrictamente los víveres, armar a aquellos de vosotros que me inspiran confianza y encomendarles la vigilancia del islote. El faro deberá ser especialmente custodiado. Cualquier avería en él alarmaría en la costa. Las lanchas serán varadas mañana mismo. He resuelto proteger a Nancy, a María y a Esther contra cualquier desmán... Otras mujeres jóvenes hay que ya os son conocidas, y cuya administración es cosa vuestra. A quien pretenda informar a la costa, por el medio que sea, de nuestra presencia aquí, se le considerará como traidor y lo pagará con su vida. Que sepan esto bien claro los pobladores del islote. Puesto que la mayoría de vosotros lo quiere así, yo ordenaré cuanto crea conveniente al bien común. Y seré tan duro como haga falta.

TOMMY.-  ¿Qué te dispones a ser? ¿Un Araballe?

ANATOL.-  Lo que me habéis nombrado: el jefe.

TOMMY.-  Yo no soy hombre fácil de ser mandado, te lo prevengo.

ANATOL.-  Hace dos minutos perdiste la oportunidad de demostrármelo. Ahora, sin armas, te costará más caro.

TOMMY.-  ¿Me amenazas?

ANATOL.-  Bien claro está que sí. Pero no yo, personalmente, sino en nombre de un orden y de una ley.

TOMMY.-  Que tú te has inventado.

ANATOL.-  Esas son las que se defienden con más coraje, no las que inventaron otros.

TOMMY.-  ¿Y eras tú el anarquista?

ANATOL.-  El anarquista que había en mí debió ser ejecutado en la mañana de ayer. Desde entonces, me parece como si tuviera derecho a ser distinto.

TOMMY.-  A esos resucitados se les llama cínicos.

ANATOL.-   (Tras una rapidísima pausa, como si terminara de analizarse a sí mismo, implacablemente.)  No lo soy. Para el bien y para el mal, creo haber sido siempre un hombre sincero.  

(Transición.)

  Amigos: me parece que ya se habló suficientemente.  (Se dirige a dos comparsas cualesquiera.)  Cuento con vosotros dos. Y contigo, Benjamín. Y contigo, Sacha.  (Sonríe, dando por terminada la asamblea.)  Mañana será otro día.  

(TOMMY se levanta, airadamente, y es el primero que hace mutis. Le siguen todos los comparsas, y tras ellos, EL CABALLERO y JEREMÍAS. Cuando MÁXIMO va a marcharse, le detiene.)

 

¡Máximo!

MÁXIMO.-   (Con un aire de simpática y afectuosa subordinación.)  ¿Qué hay, jefe?

ANATOL.-  ¿Jeremías?  (JEREMÍAS se había marchado ya y vuelve.)  

JEREMÍAS.-    (En el mismo tono de MÁXIMO.)  Dime, patrón.

ANATOL.-  Cuidad de ese arsenal, que es cosa vuestra.  (Les señala el cajón que EL CABALLERO dejó en la mesa.)  Organizad la vigilancia y los turnos y los relevos. Armad a Sacha y a Benjamín y «al Oruga» y a Robson. Ojo con el resto.

JEREMÍAS.-  Su excelencia querrá por lo menos un puñalito. ¿Se lo damos?

ANATOL.-  Dadle lo que quiera, salvo una estilográfica, que le haría invencible.

JEREMÍAS.-  ¿Algo más, patrón?

ANATOL.-  Nada. Gracias.

 

(Estrecha la mano de JEREMÍAS y la de MÁXIMO. Entre los dos levantan el cajón con las armas y se lo llevan por la izquierda.)

 

JEREMÍAS.-  Adiós. Máximo. Adiós, jefe.

ANATOL.-  Adiós.   (Se queda solo en escena. Se apoya contra la mesa. Mira el vacío, entre preocupado y soñador. Se le oye decir.)  

La ley, la ley...

 

(Y lentamente cae el...)

 

 
 
TELÓN
 
 



Indice Siguiente