Los poetas y los poetastros, que en tanto se diferencian, parécense, sin embargo, en que así
a éstos como a aquéllos debe aplicarse el repetidísimo nec mediocribus esse..., de Horacio. Los
poetas medianos jamás alcanzarán renombre merecido, como los medianos poetastros no
lograrán nunca justa celebridad.
En todos los tiempos y en todas las naciones ha habido siempre más poetastros que poetas,
y lástima grande es que no hayan figurado y figuren entre las leyes del reino y de todos los reinos
y repúblicas con las consiguientes reformas y adiciones, aquellas chistosísimas Premáticas del
desengaño contra los poetas güeros, que escribió D. Francisco de Quevedo, y que le valieron el
que Cervantes dijera de él:
�Es el flagelo de poetas memos,
y echara a puntillazos del Parnaso
los malos que esperamos y tememos.�
y aquellos Privilegios, ordenanzas y advertencias que Apolo envía a los poetas españoles,
escritos por el inmortal autor del Don Quijote.
Justo es confesar que, no obstante la abundancia extraordinaria de tales sabandijas, que así
llaman a tales genios aquellos eminentes escritores, poquísimos son los que han conseguido legar
su nombre a la posteridad, y menos aún los que han logrado el honor de legarle también alguno
de los extravagantes frutos de sus destartalados ingenios.
De un tal Mauleón, contemporáneo de Cervantes, sólo sabemos, por ejemplo, lo que éste dice
de él en la historia de su Ingenioso Hidalgo y repite en el Coloquiode los perros, poniendo en
boca de Berganza estas palabras: �...responderé a quien me reprendiese, lo que respondió
Mauleón, poeta tonto y académico de la academia de los imitadores, a uno que le preguntó qué
quería decir Deum de Deo, y respondióque dé donde diere.�
El siglo XVIII produjo grandísimo número de �Petrarcas tontos, Lopes mentecatos� como les
llamaba el doctor Torres Villarroel, quien los insultaba lindamente en sátiras y sonetos del tenor
siguiente:
HABLA TORRES CON EL JABARDILLO DE POETAS
�Parad, parad, ingenios mamarrachos,
deteneos poetas contrahechos,
si le debéis a Apolo sus derechos
no crucéis su montaña sin despachos.
�Esa piara de conceptos machos
no tienen los portazgos satisfechos,
atad los líos que tenéis deshechos,
retraedlos allá entre los capachos.
�Sin duda imaginasteis, pobres bichos,
que era hacer versos engullir bizcochos
y que estaba el ser buenos en ser muchos.
�Pues, no por cierto, que vulgares dichos
os condenaron por ingenios
mochos en la chancillería de los duchos.�
Sin embargo, de esos muchísimos poetastros que produjo el siglo XVIII, especialmente en sus
últimos años, apenas nos queda recuerdo de otros que Comella, Nifo y Monzín, y aun de los
innumerables que ha producido este caduco siglo de las luces, del vapor y del buen tono, sólo de
cuatro o cinco ha quedado memoria perdurable. Entre los que descollaron en su primer tercio,
recuérdase al insigne D. Cristóbal Cladera, retratado por Moratín en el Don Hermógenes de su
Comedia Nueva; a D. Manuel Gil de la Cuesta, recordado por el ilustre Mesonero Romanos en
sus Memorias de un setentón, y a D. Diego Rabadán, que tiene también en ella gracioso recuerdo.
Entre cuantos en el segundo tercio figuraron, nadie ha olvidado al incomparable D. José
González Estrada, inventor de los pentacrósticos cruzados, a quien dedicaron perpetuo recuerdo
los ingeniosos escritores D. Manuel del Palacio y D. Luis Rivera, en su chistoso libro Cabezas
y calabazas, haciendo esta �semblanza imitativa�:
�Eres un hombre de bien,
José;
laberíntico me partes,
González;
el mundo llena tu fama,
Estrada.
Vate de genial prosapia
a quien imitar he querido,
y ante cuyo poder me humillo,
es José González Estrada.�
Por último, entre los infinitos que bullen y pululan en este desdichado fin de siglo, mucho será
que alguno pueda dejar recuerdo suyo, a no ser aquel malagueño, Pascual Torres, que hace ya
algunos años alborotó en los teatros andaluces con su famosa comedia titulada �A la mar!
De todos los mencionados en los párrafos precedentes ninguno acaso tan notable y digno de
mención como aquel D.Diego Rabadán, vendedor de libros viejos en un puestecillo que tenía
en la plaza de las Descalzas, y que en los primeros años de este siglo fue asombro y admiración
de los demás poetastros, a cuyo frente logró ponerse, y regocijo y diversión de la gente ilustrada,
pero amiga de risas y de chanzas.
Rabadán, según decía en 1836 un ilustrado escritor, �no era uno de aquellos copleros que con
sólo la facilidad de su consonante improvisan cuartetas, décimas y quintillas, acrósticos y
ovillejos de pie forzado, no; era un ingenio original, aunque limitado; era todo un poeta
extravagante, formado por malísimas y multiplicadas lecturas, que tuvo la desgracia de
identificarse con todo lo más ridículo de los poetastros y adoptarlo con una fe quijotesca�.
El bueno de Rabadán era murciano, según refiere un biógrafo suyo, escritor desconocido y
hombre de buen humor, que comenzaba así unos burlescos Apuntes para la historia de D. Diego:
�Contaré las aventu-
de un mal poeta murcia-
a quien pésimas lectu-
la cabeza devana-�
Vino a Madrid ya mozo; dedicose al comercio de libros viejos, y, aprovechándose de su
mercancía, diose con tal afán a la lectura, que, como el Ingenioso Hidalgo, �los ratos que estaba
ocioso (que eran los más del año) se daba a leer libros..., y se enfrascó tanto en su lectura, que
se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio...�; rebatió toda
su mollera de lo más selecto y atildado, según su criterio, de nuestro Parnaso, y acabó por
lanzarse a escribir, no tardando en encontrar admiradores, sinceros o burlones, que le
estimulaban y engreían, y periódicos contagiados del mal gusto de la época, que, como ElDiario
de Madrid, dieron entrada en sus columnas a sus extravagantes lucubraciones.
En la citada obra del Sr. Mesonero Romanos se insertan algunas desatinadas composiciones
de Rabadán. Como es libro moderno que fácilmente puede adquirirse, nosotros reproduciremos
dos sonetos no menos disparatados, que en él no figuran, para muestra del singular ingenio de
aquel famoso poetastro, con quien en vano pretendían competir en fecundidad y extravagancia
el sombrerero Abrial, Garnier, Goveo y otros innumerables copleros de su época.
A LOS SANTOS REYES
Soneto pastoril
Bien venidos seais, �oh, Reyes santos!
pronto la vuelta dais de ver al niño,
que hallaríais más limpio que un armiño,
entre pastores y sencillos cantos.
De regocijos romperíais en llantos
al mirar en Belén el pobre aliño;
de María y José su gran cariño
os tendría a los tres como en encantos.
Supuesto que sabéis lo que allí pasa,
y que en la tierra y cielo está mandando
Manolito Jesús..., pedid sin tasa
que por España siga percurando;
pues que tenemos ya dentro de casa
al mayoral virtuoso �el gran Fernando!
POEMA DIDÁCTICO
Definición del soneto
El soneto es poema bien sucinto,
de leyes rigidísimas, severas,
que en ficciones y cosas verdaderas
nunca debe salir de su recinto:
Terrible complicado laberinto,
nivel de burlas y compás de veras,
que suele remontarse a las esferas
mejorado de Apolo en tercio y quinto.
Sus partes han de ser todas perfetas,
derivadas de un solo pensamiento,
sin estribos, tacones, ni muletas;
en los fines está su encantamiento,
y es la piedra de toque de poetas
o el Caribdis y potro de tormento.
Las gentes de buen humor, que se holgaban grandemente con las poéticas sinrazones de
Rabadán y con sus pedantescos alardes, le tomaban el pelo, como chulescamente ahora se dice,
ya escribiendo rimbombantes, irónicos elogios, que él tomaba por verdaderas, entusiastas
alabanzas, ya haciendo llegar a él supuestas cartas de los reyes y príncipes de Europa, en que,
colmándole de extremados loores, le hacían merced de estupendas distinciones y le concedían
condecoraciones imaginarias.
Hasta después de muerto los chanceros siguieron mofándose de él, y uno de ellos, imitando
su estilo, compuso este burlesco
EPITAFIO
�El día catorce del corriente
del año del Señor mil ochocientos
diez y nueve, con grandes sentimientos
de la española y extranjera gente,
murió el señor don Diego de repente,
sin siquiera llevar los Sacramentos,
de lo que todos quedan descontentos,
como puedes creer, lector doliente.
Malucho andaba ya; pero no tanto
que no blandiere el gran Cristovalino,
y no hechizase su apolíneo canto;
murió a manos de duendes: peregrino,
si algo alcanzas en versos, rompe en llanto,
tributo al sabio numen rabadino�.
Algunos años antes de la muerte de Rabadán, un hábil pintor hizo de él un retrato que figuró
en la Exposición de la Academia, y fue muy celebrado por su gran parecido, dando ocasión a
todo género de burlas y chanzonetas contra el famoso, poetastro.
Copia exacta de aquel retrato publicó un periódico, y fiel reproducción de ella, reducida por
el fotograbado, es la que publicamos a la cabeza de este artículo.