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121

Los romanos llevaron su descontento hasta el punto de negarse a pagar al romano pontífice los subsidios que les correspondían en concepto de señor temporal de los Estados de la Iglesia. Entre las personas distinguidas que gestionaron con empeño las restitución de la silla pontificia a Roma, se cuentan Santa Catalina de Siena y el célebre Petrarca, que a la sazón se encontraba en Venecia.

 

122

Hemos dicho en el texto que los cardenales franceses, pretextando violencia, se retiraron y eligieron a Clemente VII. Pero la verdadera causa debió ser otra, puesto que todos los cardenales, en número de 23, de que se componía el Sacro Colegio, incluyendo 7 que no asistieron al cónclave, reconocieron a Urbano VI, y lo estuvieron obedientes y sumisos por espacio de cuatro meses.

 

123

D. Enrique III, con acuerdo de los prelados de Castilla, en junta habida en Alcalá de Henares en 1399, se sustrajo de la obediencia del papa Benedicto, gobernándose las iglesias de su reino, hasta que hubiese legitimo pontífice, por unas constituciones establecidas en aquella ciudad, según las cuales y durante aquellas circunstancias los obispos podían conferir los beneficios de colación pontificia, y dispensar igualmente en los casos que les estuviesen reservados.

 

124

Las catorce primeras sesiones fueron empleadas en formar el proceso a Benedicto y Gregorio, y en la quince se pronunció la sentencia de deposición; siendo de notar que mientras en Pisa se los formaba causa y se les deponía, Benedicto, con 120 obispos, celebraba un concilio en Perpiñán, y Gregorio otro en Aquilea, procediendo éste hasta fulminar censuras contra el nuevo papa Alejandro.

 

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En este concilio, además de tratar de la extinción del cisma y de la condenación de los errores de Juan Hus y Jerónimo de Praga, se examinaron varios artículos de reforma para aprobarlos después con el futuro pontífice, los cuales no llegaron a publicarse. Duró tres años y medio, y se celebraron 45 sesiones.

 

126

Cuando se notificó a Juan XXII la resolución del concilio, contestó que nada tenía que oponer a lo que se le imputaba; que reconocía el concilio como santo e infalible, y que remitía en su virtud el sello y el anillo del pescador.

 

127

Por muerte de Clemente VII en 1394 fue elegido el cardenal de Aragón D. Pedro de Luna, que tomó el nombre de Benedicto XIII, el cual, a pesar de haber sido depuesto en el concilio de Pisa, y después en el de Constanza, siguió en su rebelde obstinación hasta su muerte, verificada en 1424 a la edad de noventa años. No se contentó todavía con morir en el cisma, sino que llevó su terquedad más adelante, exigiendo con juramento a los dos únicos cardenales que le quedaban que procediesen después de su muerte a la elección de sucesor, la cual verificaron en efecto, nombrando a D. Gil Muñoz, canónigo de Barcelona, que tomó el nombre de Clemente VIII; farsa que D. Alonso, rey de Aragón, que generalmente estuvo de su parte, apoyó también, para presentar un rival a Martino V, con quien llevaba medianas relaciones. Reconciliados al cabo de cinco años, el de Aragón mandó al antipapa Clemente VIII que renunciase, y éste renunció efectivamente con solemnidad y aparato; pero mandando a sus tres cardenales, pues acababa de nombrar uno, que procediesen reunidos en cónclave a la elección de un buen pastor. Así lo hicieron, nombrando al legítimo papa Martino V, que ya tenía un Legado a tres leguas de Peñíscola para absolverlos de las censuras. Aunque todo esto parecía un juego, se miró, no obstante, como un negocio de mucha importancia, porque al fin el reino de Aragón andaba envuelto en el cisma, y mientras este fuego estuviese vivo, siempre había peligro de que cundiese con el apoyo de la intriga, o a la sombra de las discordias de otro género.

 

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Aunque no tuvo lugar la reunión hasta el año 1545, debe observarse que con mucha anticipación, o sea desde 23 de mayo de 1537, ya expidió Paulo III una bula convocando el concilio de Mantua, cuya reunión no pudo tener efecto, y fue preciso prorrogarla por no haber permitido el duque se tuviese en esta ciudad. En mayo de 1538 se convocó nuevamente para Vicenza, en los Estados de la república de Venecia, y no habiéndose presentado ningún obispo, hubo que prorrogarla segunda vez. En 1542 se fijó la ciudad de Trento, al cabo de tres años de disputas entre el pontífice, el emperador y los príncipes católicos, cada uno de los cuales pretendía señalar el lugar de la reunión, protestando de lo contrario no permitir la asistencia de sus obispos. Se convocó por fin para marzo de 1543, y todavía fue preciso diferirlo por otros dos años, hasta el 13 de diciembre de 1545 en que se tuvo la primera sesión; siendo de notar que, a pesar de tanta prórroga y dificultades como hubo que vencer, no asistieron a la segunda sesión celebrada en 7 de enero del año siguiente más que cuatro arzobispos y veintiocho obispos. Parece, pues, según estos datos, que no fueron los papas los que dificultaron la reunión del concilio, y que más bien podrá darse razón de este hecho teniendo en cuenta las circunstancias particulares en que a la sazón se encontraba la Europa. De una falta sí que ha sido acusado el gran papa León X por algunos escritores, al parecer con más visos de razón, y es por haber dejado correr tres años sin condenar con rigor los errores de Lutero, dándole lugar a formarse un gran partido, y siendo ya muy tarde cuando, excitado por el clamoreo general que se levantó contra Roma por tantos miramientos y dilaciones, lanzó desde el Vaticano el rayo de excomunión, que no surtió los efectos que se esperaban en los Estados del elector de Sajonia, su decidido protector.

 

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En la sesión 8ª se leyó el decreto de traslación del concilio a Bolonia, por la voz que se había esparcido de haber una enfermedad contagiosa en Trento, a cuyo decreto se opusieron los españoles y alemanes súbditos del emperador, no queriendo concurrir a aquella ciudad, en la cual con sólo seis arzobispos y treinta y seis obispos se celebraron las dos sesiones 9ª y 10ª, estando suspenso después el concilio por espacio de cuatro años, por causa de los disgustos que mediaron entre el papa y el emperador.

En la sesión 16ª se suspendió nuevamente el concilio; suspensión que duró cerca de diez años, hasta 1562, con motivo de la guerra contra el emperador, renovado por el elector de Sajonia, que se había coligado con el rey de Francia y varios príncipes protestantes del Imperio.

 

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No puede desconocerse que en el concilio de Trento se tuvo mucho miramiento al episcopado, y que fue restablecida su autoridad sobre muchos negocios, ya suprimiendo las exenciones y privilegios, o bien dejándolas subsistentes, pero permitiéndoles conocer en tales casos como delegados de la silla apostólica, con cuya fórmula se conciliaron las encontradas opiniones en que estaban divididos los obispos.