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771

Dist. 32, cap. 14 (ex Leone IX).

 

772

De Cler. conjug., cap. 1.º (ex Alexand. III): Si qui clericorum infra subdiaconatum acceperint uxores, ipsos ad reliqenda beneficia eclesiastica et retinendas uxores districtione ecclesiastica compellatis. Lo mismo se determina en los cánones 2, 3 y 5.

 

773

Conc. Trid., ses. 23, cap. 17, de Reform.

 

774

M. Guizot, en su Historia general de la civilización europea, lección 5.ª, presenta un cuadro bellísimo de las instituciones de la Iglesia al refutar la idea acogida por gentes vulgares de que el cuerpo de magistrados eclesiásticos era una casta; manifiesta el célebre publicista que la casta es esencialmente hereditaria, y que no puede concebirse sin la transmisión de bienes y privilegios de padres a hijos; «todo lo contrario, dice, ha sucedido en la Iglesia cristiana; ella constantemente ha conservado y defendido el principio de la igual admisión de los hombres a todos los cargos, a todas las dignidades, cualquiera que fuese su procedencia. La carrera eclesiástica... estaba abierta a todos los hombres sin distinción alguna; no hacía la Iglesia distinción de clases; brindaba a que aceptasen sus destinos y honores, tanto a los que se hallaban en la cumbre de la sociedad, como a los que estaban colocados en su fondo, y muchas veces se dirigía más a estos que a aquellos. A la sazón todo lo dominaba el privilegio; la condición de los hombres era excesivamente desigual; sólo la Iglesia llevaba inscripta en sus banderas la palabra igualdad; ella sola proclamaba al libre y general concurso; ella sola llamaba a todas las superioridades legítimas para que tomasen posesión del poder... Es claro, pues, que no hay propiedad en llamar casta a la Iglesia, puesto que el celibato de los clérigos ha impedido que el clero cristiano llegase a ser tal.»

 

775

Entre los medios que adoptaron los protestantes para propagar su reforma, fue uno de los principales lisonjear las pasiones de la multitud y echar abajo todas las instituciones de la Iglesia Católica que tendían a reprimirlas; así es que impugnaron el celibato, la confesión auricular, los ayunos y penitencias, y todo cuanto podía contribuir a sostener la rigidez y severidad de las costumbres cristianas.

 

776

En Oriente, los monjes son los que se han hecho dueños de la opinión pública en la dirección espiritual de los fieles, quedándose muy atrás en prestigio y autoridad los clérigos casados.

 

777

Entre los muchos errores que han sostenido algunos economistas, ha sido uno el afirmar que una gran población era señal cierta de grande prosperidad, sin considerar, dice Say, Tratado de Economía política, lib. II, cap. 11, «que hay partes de la India y de la China prodigiosamente pobladas, que son al mismo tiempo extraordinariamente miserables»; «la dificultad, dice en el mismo capítulo, no es tener hijos, sino mantenerlos». Y el número de habitantes, añadimos nosotros, debe guardar proporción con los medios de subsistencia; por eso dice con mucha razón Montesquieu, Espíritu de las leyes, libro XXIII, cap. 17: «Hay países en los cuales un hombre no vale nada; hay otros en que un hombre es menos que nada.» Es decir, que es perjudicial. Por lo demás, es bien sabido que la población de un Estado aumenta o disminuye independientemente del celibato eclesiástico y monacal, y que el origen de esta decadencia se encuentra en otras causas transitorias y permanentes, que tienen una relación más directa con la vida y los medios de subsistencia de la especie humana.

 

778

Conc. Cartag. III, cap. 15; de Orleans, cap. 14, y general de Calcedonia, cap. 3.º Esta prohibición se renovó por una decretal de Alejandro III, cap. 6.º, Ne cler. vel monachi, en la cual se dice: «Secundum instituta praedecessorum nostrorum sub intermitatione anathematis prohibemus, ne monachi vel clerici causa lucri negocientur.»

Dist. 88, cap. 9.º (ex D. Hieron. ad Nepotianum): «Negotiatiorem clericum et ex inope divitem, ex ignobili gloriossum, quasi quamdam pestem fuge.»

 

779

Conc. Cartag. I, can. 6; Cartag. III, can. 15; Calced., can. 3.

 

780

En la Edad Media se relajó sobremanera la disciplina en esta parte, y según atestigua la Historia (Fleury, Hist. ecles., tomo XIX, dic. prelim., pár. 10), los clérigos se avasallaron al servicio de los señores y magnates, hasta el punto de correr por cuenta de aquellos casi todos sus negocios. Provino esto de dos causas, a saber: de ambición de algunos clérigos, y de ignorancia de los señores, que tenían que entregarse a la dirección de los que en aquellos tiempos sabían siquiera leer y escribir.