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LA FIESTA DEL "TORO DE SAN MARCOS" EN EL OESTE PENINSULAR (I).

DOMINGUEZ MORENO, José María

I UN NUEVO DOCUMENTO

El 25 de abril de 1927, en el diario cacereño "Nuevo Día" apareció un artículo titulado "Los milagros de San Marcos" y firmado por don Vicente Moreno Rubio. Este es uno de los muchos trabajos de tipo tradicional que conservo del costumbrista extremeño, hoy prácticamente desconocido que, sobre todo, en la segunda década de siglo fueron viendo la luz en la prensa de la región. Algún día dedicaré mi tiempo al estudio de ese personaje y de su obra, ocupándome ahora solamente del mencionado trabajo por lo que tiene de aportación al conocimiento del "toro de San Marcos" en la Península.

Don Vicente Moreno obtiene información de la curiosa fiesta en el año 1899, hallándose en Valencia de Alcántara (Cáceres). Unos romeros procedentes de la fronteriza aldea de San Marcos le refieren "que todos los años entraba en la Iglesia un novillo, estando llena de fieles y sin hacerles daño". El rigor científico de don Vicente le impide aceptar de buenas a primeras las afirmaciones y decide ir a presenciar por sí mismo el festejo, a pesar de que los valencianos "me dijeron que era una tontería", lo que haré dos años después, en 1901. La aldea de San Marcos, que a la sazón contaba con unas "cuarenta o cincuenta casas", está situada a tres kilómetros de Marvao y a no más de seis de la frontera. A principios de siglo eran caminos carreteros los que llevaban a la población lusitana. Así describe el señor Moreno Rubio el festejo:

"La devoción de estos lugares a su Patrón debe ser muy grande, puesto que raro es el año que no le regalan dos o tres becerros al Santo, y la fiesta (está) muy concurrida de jóvenes de toda la comarca.
Las campanas y cohetes anuncian la fiesta, y el público empieza a tomar posiciones a la puerta por donde ha de entrar el animal, y que a pesar de la aglomeración yo debí madrugar, puesto que presencié la ceremonia...con alma y sentidos abiertos.

Quince o veinte hombres forzudos y altos, con el pantalón de paño de distintas clases, muy estrecho y terminado en forma de trabuco; chaqueta muy ceñida y corta; sombrero enormemente anchas las alas y diminuto el casco, unos, y gorro de lana terminando en borla y que al doblarse cae sobre la oreja, otros; y todos con unos garrotes más altos que ellos, hacen corro a las reses, que han traído junto a la puerta de la iglesia, para separar las que no son necesarias, quedando solamente la que ha de servir para la ceremonia, y asomando en ese instante por la puerta la venerable figura del sacerdote, con el hisopo en la diestra, al que le acompaña el sacristán, con el cacharro del agua bendita. Un silencio sepulcral y unos rezos del sacerdote (que yo presumo ser bautizo o bendición del animal), por cuando al terminar dice en voz grave: "entra Marcos, entra Marcos", nombre que sin dejar de echar agua bendita repite hasta que el becerro entra en el templo; esto, como es natural, lo hace desde una distancia prudencial y teniendo en cuenta que para entrar en la iglesia ha de subir un escalón. El becerro trata de escapar, pero los que le hacen corro le hacen desistir con sus garrotes, hasta que siguiendo al sacerdote penetra en el templo y por una calleja que forman los fieles sube hasta el altar mayor, volviendo enseguida a salir a la calle por el mismo sitio".

Partiendo de la anterior cita vamos a analizar ciertas peculiaridades del "toro de San Marcos", que han sido fuente de discusiones en el pasado y en el presente. Contamos con la suerte de que Vicente Moreno es uno de los pocos que describen la fiesta después de haberla presenciado, huyendo en sus líneas de todo carácter interpretativo y de los condicionantes religiosos que motivaron positiva y negativamente a los tratadistas de los siglos XVI y XVII. Sin embargo, a éstos que fueron atraídos por el "toro de San Marcos" no vamos a olvidarlos en los apartados que siguen.

II. LA VACADA DEL SANTO

Comienza nuestro costumbrista señalando la gran devoción que en la aldea portuguesa y en sus contornos, incluso a este lado de la raya fronteriza, se siente por San Marcos. Tal devoción se condensa en el ofrecimiento anual de dos o tres becerros al santo evangelista y en la máxima asistencia a su fiesta del 25 de abril. Los documentos que he podido cotejar referentes al "toro de San Marcos" de otros puntos de la Península hablan de una vacada propiedad de San Marcos. Fray Francisco de Coria al referirse al festejo de Brozas (Cáceres) apunta que éste se ha formado por los toros que "la gente muy honradas y devotas de la villa (han donado) por devoción y reverencia del Santo" (1). En términos semejantes se pronuncia Fray Juan de la Trinidad al tratar de la celebración de la misma población cacereña, diciendo que "suele tener la cofradía algunos (toros) que personas devotas de San Marcos le ofrecen". En un manuscrito que se guarda en el archivo parroquial de Casas del Monte, el Bª Lorenzo Miranda, cura párroco de este pueblo cacereño, hace un estudio histórico del "toro de San Marcos" en tal lugar. Señala que en el libro de la cofradía "se hallan en cuenta datas de boyería, conducción, daños y comercio con otros animales (pues algunas veces tenía muchos la cofradía, y aún el año 1717, acordó comprar una vaca para el aumento de crías; de modo que al Santo, por lo menos, le resultaba el beneficio de las ventajas de un ganadero)". Más adelante comenta la "condenación de la visita (pastoral) de 1752, contra dos cofrades que emplearon 200 reales en la compra de un toro so color de la festividad del santo". Aunque nada se saca de los archivos respecto de donaciones, el citado cura encuesta a dos que fueron testigos en su infancia, a mediados del siglo XVIII, quienes hablan de ofrendas de toros, incluso por personas de fuera de la localidad (2). Lo que ocurrió en Casas del Monte debió ser lo propio: donación de unos animales por parte de los devotos agradecidos y adquisición de otros por la cofradía con el fin de asegurar la reproducción, el festejo o ceremonia y los fondos para las atenciones del santo.

Don Vicente Moreno no menciona en su corto escrito a la "cofradía de San Marcos", tan unida a rito del toro en estas latitudes. ¿No había existido en ese pueblo portugués o, tal vez, se había ya disuelto en los primeros años del siglo XX? Podría pensarse que el rescripto de Clemente VIII, al que posteriormente nos referimos, pudo minar los pilares de la hermandad. Sin embargo, yo me inclino en ver en esos "quince o veinte hombres forzudos y altos", portadores de estacas, a los miembros de la Cofradía de San Marcos, los encargados de conducir al toro desde la dehesa hasta el templo. Son precisamente las varas unos de los atributos de los cofrades de las hermandades de San Marcos en Extremadura, varas más pequeñas que las portuguesas si nos fijamos en lo que dicen eruditos y cronistas. "Varillas" las llama el Padre Coria y Fray Juan de la Trinidad las cataloga como "varas delgadas de cuatro o cinco cuartas de larga, con que no pudieran defenderse si algún toro les acometiese (3). El ya citado documento de Lorenzo Miranda es más explícito. Dice que cuando los cofrades iban a la búsqueda del astado "llevaban la vara de la cofradía, en cuya cabeza estaba pintado por un lado el Santo y el toro por el otro (cuya vara aún hoy existe y sirve de mástil a una manga pequeña)". -Este "aún existe", se refiere al año 1813, fecha en que Lorenzo Miranda redacta su estudio.

Sorprende un tanto que ni el Padre Coria ni Fray Juan de la Trinidad pasen por alto la manipulación sagrada que sufren las varillas previa utilización por los cofrades. En otro documento del siglo XVII, casi con seguridad del año 1616, también de Casas de Monte, se pormenoriza sobre el particular. En esa fecha se instaura la cofradía de San Marcos y el cura pide información a sus colegas de Pozuelo de Zarzón y Mirabel, lugares en los que había rito del toro. Así expone la respuesta que recibió sobre la liturgia a emplear con las varas: "Las palabras y oración, dijo el cura que él había compuesto las que decía y no sabía las palabras que decían sus antecesores; y yo las bendije con la oración del Santo y otras de las del misal, como hacemos el día de San Blas, que bendecimos los cordones, aunque no hay bendición de cordones: mas ¿cómo se dice? por una cosa de las bendiciones del misal decimos cordulas y aquí virgal, y benditas; trado nobis virgas has in signum, y se las di. Pº hay otras ceremonias; y yo no me acuerdo las palabras que dijo el cura de Mirabel; mas sé que dije otras...". Está claro que no existían unas normas unitarias en cuanto a la liturgia de las bendiciones de las varas, lo que resulta lógico si tenemos en cuenta la oposición de la jerarquía eclesiástica al "toro de San Marcos" y el que sean estas autoridades episcopales las componedoras de las correspondientes oraciones para toda la diócesis. La no celebración del toro es una causa inherente para la aprobación de la cofradía de San Marcos en Casas del Monte, según se desprende del manuscrito del Bachiller Lorenzo Miranda: "El Lic. D. Jacinto Venegas de Figueroa, Provisor de la vicaría general del Obispado (de Plasencia), por decreto de 25 de marzo y 15 de abril de 1669 dio facultad para la creación de la cofradía y aprobó las ordenanzas que le propusieron; pero ni en sus decretos ni en las ordenanzas que hicieron los solicitantes se advierte una sola palabra relativa al rito del toro".

III. LA TRAIDA DEL MACHO A LA IGLESIA

Hay cofradía, cofrades con sus distintivos en forma de vara, aquiescencia del párroco, devotos venidos de puntos donde no se da el singular festejo y toros del santo a celebrar. El animal llegará al pueblo siguiendo un ritual o unas normas distintas para los lugares de los que tenemos conocimiento.

En la portuguesa aldea de San Marcos el ceremonial es de gran sencillez como se coteja por el párrafo que copiamos en un principio. Los cofrades marchan a la vacada para traer el becerro elegido, acompañado por las demás reses del santo que actúan como cabestros, acorralando luego al animal con sus propios cuerpos a la misma puerta de la iglesia. Posteriormente saldrá el sacerdote, que hasta ese momento no ha hecho acto de presencia y, tras rezar unas oraciones, le dice con voz grave al cornúpeta: "Entra, Marcos; entra, Marcos". Y no dejará de echarle agua bendita hasta que el toro entra en la iglesia empujado por los fuertes mozarrones. El animal sólo penetrará en el templo tras recibir lo que el señor Moreno Rubio presume bautizo, es decir, cuando se convierte en un fiel recibiendo el nombre del santo. La estancia del becerro en la iglesia es por breve tiempo, saliendo de ella antes de que comience la misa.

En las postrimerías del siglo XVI, Luis de Zapata describe la búsqueda y traída del toro hasta el pueblo de Brozas. La víspera de la fiesta va el mayordomo, equivalente al hermano mayor de la cofradía "a esos montes por él, donde no se le para hombre que vea, y llegando en su asnillo ante el embajador de San Marcos, le dice: "Marco, amigo, ven conmigo a las Broças, que de parte de San Marcos te llamo para su fiesta". El toro deja sus pastos y, manso, vase delante de él; entra a las vísperas en la iglesia como un cordero manso, y pónenle en los cuernos rosas y guirnaldas las mugeres; y sin hacer mal a nadie, sálese acabadas las vísperas al campo allí cerca. Otro día va en procesión suelto entre las gentes... y toda la misa se está en pie, delante de las gradas del altar mayor, y acabada de alzar la hostia postrera y de consumir alguna vez, sálese de la Iglesia a todo correr... volviendo a su bravura natural" (4). Zapata no olvida resaltar la bravura del cornúpeta, sobremanera cuando dice que en Brozas se tiene por costumbre regalar al santo el "espantable y temeroso toro, y que de fiero no se pueden con él averiguar".

Posterior al escritor Zapata, pero más extenso aunque sin grandes variantes a destacar, es el de Fray Francisco de Coria. El autor de Descripción e historia general de la provincia de Extremadura no menciona la presencia única del mayordomo en la vacada ni el silencio sepulcral durante el trayecto, lo que puede explicar un desconocimiento más que una no existencia. Según el Padre Coria son el mayordomo y seis cofrades los que, la víspera de la fiesta, marchan "en busca del toro que para aquel año está ya señalado, y llegados el mayordomo y cofrades a la boyada, con unas varillas en sus manos, acercándose al toro con mucha fe y devoción, en nombre de Dios y del Santo, dice el mayordomo estas palabras: "Anda acá, Marcos, que ya es tiempo y hora de ir a hallarte a la celebración y fiesta del evangelista San Marcos"; el cual oyendo esto, con ser un toro el más feroz y bravo que hallan, se muda y amansa, y da lugar para que le saquen solo de la vacada, y le guían y traen a la villa, como si fuera una mansa oveja". Fray Francisco, al igual que Zapata, con grácil pluma nos retrata al toro, ya mansurrón, asistiendo a vísperas, a la misa y a la procesión del santo, y soportando los adornos que las hembras ponen sobre su cuerpo. Cuando los actos religiosos concluyen "le hacen (al toro) señal con unas varas el mayordomo y cofrades dándole con ella, y hecha esta señal sale de allí tan feroz y desosegado, corriendo con tanta braveza y furia que espanta...".

Casi con seguridad el texto que más nos pueda interesar sea el de Fray Juan de la Trinidad, ya que tiene a su favor, como él mismo indica, el haber sido "testigo de vista" del festejo. De esta manera, actualizada la grafía por nuestra parte, nos lo cuenta el culto franciscano: "La víspera de la fiesta, después de haber confesado y comulgado el mayordomo y oficiales de la cofradía, van de ellos tres o cuatro a la vacada del lugar a pie (5), con unas varas delgadas... se acercan al toro que aquel año determinan traer, y sin temor alguno de la ferocidad, siendo así que en aquel tiempo, por estar en celo, suele ser mayor, le dicen: "-Anda acá, Marcos, que ya es hora". Con sólo esta diligencia se aparta el toro de las vacas y vacada, y se viene, paso a paso, siguiendo a los cofrades, más manso que un cordero doméstico. A la entrada de la villa le aguarda mucha gente, pero de nadie se esquiva ni nadie le embravece, y entre la multitud de hombres y mujeres y muchachos, va como si fuera capaz de razón y de modestia. Aquel día asiste a las vísperas, que canta en la ermita la clerecía, y dichas, le llevan los cofrades diputados por las calles sin violentarle de ninguna manera, ni llevarle atado, porque siempre en estas ocasiones anda suelto y libre, dejándose gobernar por los que dicen: "Ven acá y vuelve acá, Marcos". Entranle en las casas, donde piden limosna para el santo, sin que el aprieto de las gentes, ni lo estrecho de algunos pasos, le detengan. El día siguiente, que es el de la fiesta del glorioso Evangelista, por la mañana le traen a nuestro convento de la Luz la clerecía en procesión, y allí entra en el claustro, sacristía e iglesia, y para poder pasar por algunas puertas tuerce la cabeza, porque no pudiera de otra suerte. Yo le he visto subir al dormitorio y claustro alto del convento, y lo que más me admiro fue que subiese y bajase la escalera, por ser tan estrecha y agria, esto tan paso a paso y con tanta facilidad como si anduviera por llano. Continúase la procesión, yendo en ella el toro junto a las andas donde va la imagen del santo, hasta que llega a su ermita. Cántase con solemnidad la misa y se predica, y siempre está el toro con tanto sosiego cerca de las gradas del altar, que provoca a suspensión y devoción. Concluída la misa, le sacan los cofrades diputados del concurso de la gente, y diciéndole: "-Vete, Marcos", se vuelve corriendo a la vacada con muestras de tanta fiereza, que nadie se atreve a acercarse a él. Nunca se trae un mismo toro, sino tan solamente una o dos veces, o tres cuando más".

También sobre el "toro de San Marcos" de Brozas escribe Benito Jerónimo Feijoo en el Tomo VII, discurso VIII, del Teatro Crítico Universal, publicado en 1737. Nada nuevo aporta a lo dicho por autores anteriores, así como por otros que le sirven de fuente (6). Aunque por esas fechas aún seguía vigente la costumbre en Extremadura, Feijoo no la conoce directamente. Su escrito se halla jalonado de frases tales como "lo que comúnmente se dice", "hay quienes dicen", "la voz más común es", "a alguno, o algunos, oí decir", "un testigo ocular me dijo", "a testigo ocular oí", "oí hablar a dos testigos oculares"... De los escritos de sus antecesores y de las informaciones recabadas de personas que presenciaron el festejo el Padre Feijoo se percata, por la que respecta a Extremadura, que el ritual del "toro de San Marcos" varía de unos lugares a otros y que "puede ser que la variedad no esté precisamente en la relación, sino en el hecho; esto es, que en diferentes lugares de aquella Provincia, a orden a una u otra circunstancia, sea la práctica diferente". Pero la diferencia la halla Feijoo solamente en lo que respecta a la búsqueda y traída del toro hasta la iglesia. Apunta dos modalidades. La primera es la usual en Brozas, siendo el relato de la misma casi un reflejo del escrito del Padre Coria: " ...los Mayordomos de una cofradía instituída en obsequio del Santo, van al Monte, donde está la Vacada, y escogiendo con los ojos el toro que les parece, le ponen el nombre de Marcos, y llamándole luego en nombre del Santo Evangelista, el toro sale de la Vacada...". ¿El le ponen el nombre de Marcos equivale a un "bautizo" del animal previa conducción a la iglesia, como en el toro portugués? En el segundo de los casos no es el mayordomo de la cofradía, "sino el Cura de la Parroquia, vestido y acompañado en la forma misma que cuando celebra los Oficios Divinos (el que) va a buscar y conjurar el toro. Este puede hallarse tanto en la boyada como en las proximidades de la iglesia. Esto último fue también lo observado por Vicente Moreno y parece era lo normal cuando la donación de un toro se efectuaba el mismo día de la fiesta.

En el manuscrito del siglo XVII, del archivo parroquial de Casas del Monte, firmado por el Doctor Miguel Ximén, no encontramos paralelos con los rituales de traída del toro mencionados por Feijoo, aunque el comportamiento del astado es similar a los referidos anteriormente. El cura-doctor apunta que en Mirabel y Pozuelo de Zarzón, pueblos de los que la cofradía de San Marcos trata de imitar el festejo, "que lo que hacían siempre es que el concejo, juntamente, nombraba dos diputados con el mayordo, y éstos comulgaban el día de la víspera del santo, en otro día antes, y el cura bendecía unas varas y se las entregaba a todos tres, y iban a istalle a la boyada y le trahían, aunque fuere con algún ganado, y a veces solo, y después de puesto en el lugar, dándole con las varas le trahían por todas las casas y procesión; ansí lo hicimos y el toro estuvo muy obediente a todo y entró en quantas casa quisieron". En los dos pueblos de la Alta Extremadura el concejo y la cofradía, es decir, lo civil y lo eclesiástico, se unen en el festejo, lo que no es único en este tipo de celebraciones. Al mismo tiempo la cita precedente pudiera hacernos caer en la opinión de que en Pozuelo, Mirabel y Casas del Monte el toro sólo se exhibía procesionalmente y en el recorrido de casa en casa para solicitar limosnas. Sin embargo los documentos, al menos en el último de los lugares, mencionan "datas de dos reales por la licencia de meter al toro en la iglesia".

De los testigos, en número de tres, que informan a Lorenzo Miranda en 1813 se desprende que el ritual presenta aspectos distintos a los de los pueblos que toman por guía y también difieren de las variantes expuestas por el Padre Feijoo. Aunque estas informaciones, dadas las peculiaridades de los encuestados, hay que tomarlas con reserva. Los informantes fueron Miguel Gil (76 años) y Juan Rojo (70 años), únicos testigos oculares, y Rumesindo García, que lo oyó de su padre y abuelo. El primero contaba 16 años cuando fue suspendido el "toro de San Marcos" y asegura haberlo presenciado en cuatro ocasiones.

Juan Rojo sólo lo vio una vez, contando ocho años, viniendo con su padre desde Gargantilla. Por ellos se sabe que "los mayordomos se confesaban y comulgaban la víspera de San Marcos: iban al campo acompañados del cura y llevaban la vara de la cofradía... El cura bendecía el animal (que era propio de la cofradía, por limosna o por compra; pastaba de valde y servía muchos años para la función, hasta que por viejo o por otro motivo lo vendían y compraban otro). En seguida le traían al pueblo; le metían en la iglesia a vísperas y a misa; le llevaban en procesión; le entraban en los portales de las casas, donde le ponían cintas, y últimamente le daban libertad para volverse al campo. Dábanle el nombre del Santo y se susurraba (bien que no por todos) que la casa donde no había querido entrar estaba amenazada por algún peligro, que nunca jamás se verificó". Esta creencia en augurios es una de las dos supersticiones que Feijoo señala como leída en los escritos de los Padres Salmanticensis (7). La otra es la que achaca la desobediencia del toro a la "prosapia judaica" del mayordomo. También se pensaba que el pecaminoso estado del cura que busca dulcificar la aptitud del astado, en los lugares donde el clero toma parte directa, es suficiente para no reducir al animal. Así lo confirmaron a Fray Benito algunos testigos de un hecho semejante ocurrido en tierras de Zamora.

Continua en la segunda parte > > >