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Observaciones en cuanto a la enseñanza de las lenguas vivas en Europa


En mi anterior informe hablaba a usted de la enseñanza de la lengua francesa en todos los grados y en todos los Liceos y Colegios de la República. En éste me propongo apuntar las mejores observaciones y notas que he podido recoger, acerca de la enseñanza de las lenguas vivas en general, en los más cultos países de Europa.

Pero antes de decir algo respecto de esta enseñanza y para fijar la cuestión y encauzarla, sería acaso oportuno preguntarse: ¿qué debemos entender por el conocimiento de una lengua? Conocer una lengua, dicen casi todos los autores, es escribirla y leerla con facilidad y corrección.

¿Se puede por ventura llegar a tal resultado en el estudio de una lengua distinta de la materna en la escuela primaria?

Este fin, dice una autoridad, es tanto más difícil de alcanzar cuanto que hasta en la propia enseñanza del idioma materno llegamos, sino aproximativamente, a dar a nuestros discípulos un lenguaje preciso y exacto, una escritura justa y correcta. Y sin embargo, este es el objeto hacia el cual debemos ir, y nuestra enseñanza debe estar organizada de manera que, a su salida de la escuela, los niños sepan hablar de una manera conveniente la segunda lengua, tener una correspondencia fácil, leer los periódicos y las obras de escritores populares.

¿Cuál es el mejor método que debe emplearse para llegar a resultado tan apetecido? Para responder a la pregunta basta observar lo que pasa a nuestro alrededor. ¿Cómo obran en efecto las gentes prácticas que quieren hacer aprender una lengua extranjera a sus hijos? ¿Qué hacen, concretando más la pregunta, los padres mexicanos que desean que sus hijos aprendan el inglés? Los envían a Estados Unidos o a Inglaterra, uno o dos años, o bien pagan ya una aya o ya un profesor particular que hablen el inglés o el idioma que se trata de, que los niños aprendan. Pero sería muy poco práctico, muy poco moderno, el padre que se contentase con enviar a sus hijos a una clase de inglés o de francés, a menos que sus medios de fortuna no le permitiesen hacer otra cosa.

Y es que el niño aprende a hablar por audición y por imitación. El niño habla bien cuando sus padres hablan bien, y basta ponerlo en contacto con personas que hablen correctamente un idioma para que con mucha rapidez comience él también a hablar esta lengua.

De tales consideraciones se derivan, pues, muy naturalmente, tres principios fundamentales, a saber:

1.º Hay que hacer hablar al niño el idioma que se trata de enseñarlo el mayor tiempo posible.

2.º Es indispensable que el profesor conozca a fondo la segunda lengua, porque no se enseña bien sino lo que se conoce bien.

3.º Deben ser corregidas cuidadosamente todas las faltas, así de composición como de pronunciación.

Se me dirá que estos principios no son nuevos. Es claro: Montaigne recomendaba ya los viejos, no sólo con el fin de estudiar las costumbres de los pueblos que uno visita, sino como medio práctico y fácil de aprender sus respectivas lenguas... Y vaya si ha llovido -y nevado- desde Montaigne hasta nuestro flamantísimo siglo XX. Pero hay cosas que deben repetirse en toda sazón, a fin de que lleguen a formar cuerpo con las ideas reinantes. Conmenio dice a su vez: «La lengua se aprende mejor por ministerio del uso, del oído, de la lectura, de las copias, etcétera, que por ministerio de las reglas. Estas deben seguir solamente al uso para darle mayor seguridad».

Si se estudian las leyes de la evolución del lenguaje, si se observa en seguida el procedimiento que emplea la madre para enseñar a hablar a su hijo, se advierte que los primeros sonidos empleados por el hombre primitivo, así como las primeras palabras que el niño pronuncia, son las que designan seres o cosas que están a su alcance, que viven con ellos, de los cuales se sirven y que ven diariamente. Los gritos que lanza el salvaje se vuelven pronto monosilábicos y representan en su mente nombres de objetos. Poco a poco estos nombres se transforman en adjetivos y estos adjetivos se unen a los nombres para distinguirlos entre sí. Por fin aparecen los verbos para marcar la acción o el ser que ejecuta la acción. De la propia suerte, el niño aprende, antes que nada, los nombres: añade en seguida adjetivos a los nombres, luego emplea verbos, y formula así frases, a las cuales no faltan más que preposiciones, conjunciones, etc, que son como ligamentos y eslabones de palabras que el uso le hará adquirir.

El estudio del desarrollo del lenguaje en los sordomudos confirma esta teoría. Resultan, pues, de aquí varios principios nuevos, cuya estricta observancia será eminentemente útil.

1.º Se necesita al comenzar el estudio de una segunda lengua dar los nombres de los objetos que el niño ve, toca, observa, emplea, de aquellos que, en una palabra, entran dentro del lenguaje corriente.

2.º Es preciso, hasta donde sea posible, hacer entrar las palabras en frases completas, porque la asociación de los elementos de la frase facilita considerablemente el trabajo de la memoria.

3.ºEn toda lección de una lengua extranjera es indispensable aprender pocas palabras, pero estas palabras deben ser de naturaleza diferente. No serán ahora nombres, mañana adjetivos, pasado mañana verbos, sino simultáneamente uno o dos nombres, uno o dos adjetivos, uno o dos verbos.

Por último, si tomamos en cuenta el desarrollo intelectual del niño, la gran movilidad de su pensamiento, las impresiones diversas y múltiples que asedian su cerebro, encontramos que la enseñanza de una segunda lengua debe:

1.º Ser intuitiva: las palabras deben darse con las cosas.

2.º Ser atractiva: el niño retiene mejor lo que aprende con gusto.

3.º Ser graduada: cada lección debe reposar sobre lo que se ha aprendido y constituir un paso hacia adelante sobre lo que queda por aprender. Con este fin es bueno quizá que el profesor inscriba en un memorándum especial las palabras nuevas que ha enseñado.

Todas las consideraciones que preceden pueden resumirse en el principio fundamental siguiente: «La elocución es el alma de la enseñanza de una lengua».

El estudio de la representación gráfica de ésta y de sus leyes gramaticales no deben iniciarse sino cuando el vocabulario ha adquirido un desarrollo suficiente, apoyándose sobre el vocabulario. En ningún caso la regla deberá preceder al conocimiento práctico del hecho lingüístico que ella enuncia.

Para pasar de la teoría a la práctica es conveniente repartir de la manera siguiente, entre los tres grados, los diversos elementos del estudio de la segunda lengua:

El primer grado estará exclusivamente consagrado a la elocución oral.

El segundo grado, a la vez que se desarrolla el vocabulario, adquirido según el método llamado de los círculos concéntricos, se llega al estudio de la lectura y de la ortografía usual, así como a los primeros ejercicios de redacción escrita.

En el grado siguiente los tres elementos, elocución, redacción, lectura, ortografía, gramática, se combinan de modo que se presten mutuo apoyo. La mayor parte de las lecciones de elocución dan lugar a una redacción escrita; la lectura, que en el grado precedente servía de complemento y de resumen a un ejercicio de elocución, sirve a su vez para el desarrollo del vocabulario, para el conocimiento de las leyes de la construcción literaria, por el estudio de trozos de una forma más alta; la redacción escrita, por último, es, por sí misma, un excelente ejercicio de ortografía.

Estas ideas, que no son mías, pues que yo no hago otra cosa que buscarlas en quienes más saben, han sido aplicadas con éxito en varios libros para niños, en los cuales hay por lo general una serie de imágenes que representan juguetes u objetos que se encuentran en la esfera de observación de los niños, o también escenas infantiles. Merced al empleo de estos libritos y con un poco de cuidado en las lecciones, la unión íntima de la cosa y de la palabra que es el fin que se trata de alcanzar, se realizará aún sin que lo noten los alumnos. Cada vez que éstos recorran uno de los indicados volúmenes, aun cuando sea sólo por matar el tiempo, las palabras tan frecuentemente repetidas en vista de los objetos que representan los grabados, volverán por sí mismas a su espíritu, y así, una de sus más bellas diversiones, la que consiste en mirar estampas, servirá para fortificar el conocimiento de la segunda lengua.

Concluyo aquí estas notas, que tienen, entre otros méritos, el de no ser mías, y digo entre otros, no por falsa modestia, sino porque creo que lo mejor que debemos hacer los mexicanos es lo que decía no ha mucho el ilustre Miguel de Unamuno, en un inolvidable trabajo pedagógico, que deberían hacer los españoles: No procurar muchos pensamientos nuevos (que acaso ni lo serían, porque la Europa culta y Estados Unidos piensan más pronto que nosotros, si se me permite la frase), sino adaptar a nuestro país abnegadamente, humildemente, lo que inventan y piensan los demás.

Madrid, Octubre 19 de 1905.