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La mujer en la época de las Cruzadas

Concepción Gimeno de Flaquer



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La época de las Cruzadas, tan importante en los anales religiosos, es también una época gloriosa en la historia de la mujer.

Conocidísimas son de todo el mundo las causas que promovieron las Cruzadas, y creemos inútil detenernos en describirlas.

La religión era en la Edad Media el sentimiento predominante: la Edad Media se distinguirá siempre por la fe, como el siglo XIX se distingue por la incredulidad.

La época de las Cruzadas fue muy favorable a la mujer: siempre la religión ha prestado su apoyo, ha enaltecido, ha dignificado a nuestro sexo.

En los albores del cristianismo, ya fue la mujer redimida, levantada de la abyección en que yacía, y desde entonces la Iglesia viene protegiéndola.

En la época de las Cruzadas, como los combatientes tuvieron que abandonar los cargos que ejercían, para marchar a Tierra Santa, fue preciso fiar a las mujeres la administración de los intereses y hasta la regencia de los reinos; con ese motivo empezaron a adquirir iniciativa, empezaron a tener voluntad, pudieron mostrarse en el apogeo de todas sus facultades, las cuales habían permanecido dormidas hasta entonces, por no tener en qué emplearlas. Los hombres pudieron comprender que las mujeres obran con gran cordura, cuando se les hace un llamamiento a su criterio, cuando se las coloca al frente de situaciones difíciles, y se les pide responsabilidad en sus actos.

Cuanto más respetada sea la mujer, más se esforzará en merecer ese respeto: la mujer responde satisfactoriamente a la confianza que se deposita en ella.

En la época de las Cruzadas empezaron las mujeres a tener derechos que no habían tenido, y desde entonces demostraron al mundo sus brillantes aptitudes intelectuales y la fuerza de su carácter.

Las mujeres contribuyeron en distintas formas al triunfo de las Cruzadas: unas se armaron para ir a combatir con sus maridos; otras quedaron desempeñando los cargos que aquellos ejercían; las más vendieron sus joyas para proporcionar recursos consagrados a la santa causa.

En la época de las Cruzadas, las mujeres llevaban el peso del poder: ellas presidían juicios, sentenciaban pleitos, declaraban reos e investían abadesas.

En la época de las Cruzadas, la mujer desempeñaba empleos en los conventos, administraba justicia, dirigía las almas y hasta emprendía viajes que hubieran comprometido a una lega.

En época de las Cruzadas, Roberto de Abrisel fundó la Abadía de Fontevranet, donde las mujeres tenían gran preponderancia sobre los hombres. Las abadesas decretaban penas eclesiásticas y civiles, y en todos los grados ellas eran superiores a los monjes. Hubo conventos en los cuales disfrutaban altísimo poderío, hasta ser mitradas, teniendo casi todas las atribuciones del obispo. En los lugares de su jurisdicción, podían proveer prelacías, curatos, encomiendas, capellanías, nombrar alcaldes, escribanos y alguaciles.

Muchos, muchísimos fueron los privilegios concedidos a las mujeres en la época a que me refiero: entre ellos recuperaron la facultad de heredar.

La época de las Cruzadas es la época de las justas y los torneos; la época de la caballería, de las cortes de amor y de los trovadores; la época en que más importancia tuvo la mujer en el pasado.

¡Honor al bello sexo! era el grito de los poetas en aquellos días.

¡Todo por mi Dios, por mi patria y por mi dama! exclamaban los guerreros.

La caballería ha sido ensalzada por unos y vilipendiada por otros; pero no debe condenarse una institución que tenía por objeto exaltar el honor, la poesía, el valor, la religión y el amor. Nunca la debe impugnar el bello sexo, porque la caballería estableció el ferviente culto hacia la mujer.

La mujer fue proclamada entonces musa de todas las grandes acciones, juez de la cortesía y dispensadora de las más altas recompensas.

Por todas parles se oía repetir: «Infeliz del que venda a su Dios, a su patria o a su dama». Hoy, en cambio, se niega a Dios, se traiciona a la patria y se hace burla de la mujer.

La caballería era una institución moral, guerrera y religiosa, que tal vez se extravió en la persecución de su ideal, cuando los caballeros quisieron exagerar sus fines.

En un principio, la caballería se limitó a tributar culto a la mujer, y de ese culto nacieron todos los sentimientos delicados, como es de suponer, pues siendo ingénitos estos en el alma de la mujer, cuando la mujer es respetada, los trasmite al hombre. El vil interés se pospuso, brilló la abnegación y se amó la gloria con entusiasmo. La palabra cortesía data de esa institución; antes no se había conocido.

Con el culto a la mujer se refinó la elegancia en la frase y en las maneras: de ahí nacieron el pundonor y la delicadeza: los hombres preferían morir antes que faltar a una promesa.

El amor, que para aquellos hombres era una religión, no es para los de nuestros días más que una vibración de los sentidos.

Los caballeros de la época de las Cruzadas espiritualizaron la materia; los de la era presente tratan de materializar el espíritu.

En la época de las Cruzadas la mujer es el ideal que palpita en los torneos, en las batallas, en la poesía, en la religión, en las cortes de amor. Ella dispensaba gracias y recompensas, ella adjudicaba la gloria. La mujer era considerada como la inspiradora de todo bien, de todo acto heroico, de toda acción sublime.

La época de la caballería, es el refinamiento de la galantería hacia la mujer. En un torneo celebrado en Cariñan, el caballero Bayardo rehusó el premio, diciendo que era deudor de la victoria al manguito que había recibido de su dama.

Gastón de Foix peleaba sin coraza porque una mujer le había dicho que estaba enamorada del valor.

Muchos que jamás habían sido valientes se trasformaron en Leónidas y Alejandros al recibir de sus adoradas la bandera que debían defender.

Hubo oficial que en las angustias de la muerte solo pidió como único favor le permitiesen escribir con su sangre el nombre de la señora de sus pensamientos, para morir contento después.

A los consistorios de las cortes de amor eran sometidas las cuestiones sobre moral, sobre injurias amorosas y sobre descortesías caballerescas.

Si un caballero faltaba a sus deberes, era degradado como desleal. Después de colocarle en un tablado o en un carro, le rompían la armadura, le quitaban las espuelas y le borraban el blasón. Su escudo se arrastraba atado a la cola de un caballo; en seguida los heraldos le proclamaban villano, traidor, descreído, mientras que los sacerdotes fulminaban contra él mil anatemas. Renato de Sicilia excluyó de los torneos a todo caballero convicto de mentira o usura.

Hasta la gaya ciencia se ocupó en enseñar la galantería más delicada y el arte del amor, como la vida entera del caballero, como conjunto de todas las virtudes sociales.

Aunque las cortes de amor acabaron con extravagancias, siempre debe recordarse que fueron en todos los afectos, una protesta del espíritu contra la materia, una brillante apoteosis del verdadero amor.

Las mejores ideas se desnaturalizan cuando los exaltados e indiscretos las apartan de su origen, exagerándolas.

La caballería degeneró como degenera todo aquello de que se abusa, por bueno que sea; pero reportó gran utilidad, ya que en épocas de anarquía suplió la falta de leyes represivas, y administró la justicia, evitando el crimen por medio del valor personal.

Una delirante pasión por la caballería, las metamorfosis que cada uno le hizo sufrir según sus extravagantes caprichos, y la caballería andante, falsificación de la verdadera caballería, fueron los motivos de que esta cayera en ridículo.

Carlos el Temerario se deleitaba en la lectura de los libros de caballería, como el famoso Don Quijote.

Luis Onceno le dio un golpe de muerte.

Algunas instituciones, como la del Toisón de Oro y otras, reflejan todavía un pálido rayo del antiguo esplendor de la caballería. Al desaparecer esta se extinguió el culto a la mujer.

Simpática es para nuestro sexo la época de las Cruzadas; ella nos recuerda también a los trovadores, que fueron los paladines de la mujer.

Los trovadores unían el recuerdo de su dama al de Dios de tal modo, que Dios y la mujer fueron en el pensamiento de estos el mismo ser: no podían ensalzar a Él, sin glorificar a ella.

Algunos trovadores han sido inmortalizados. Sordello, por Dante y Arnoldo Daniel, por Petrarca. Todos los grandes hombres de la época a que nos referimos, pusieron sus laureles en manos de la mujer.

Las Cruzadas favorecieron muchísimo a nuestro sexo.

Congratulémonos de que haya sido una mujer, Matilde de Toscana, hija de Beatriz de Este, la que dio un poderoso impulso a las Cruzadas.





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