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ArribaAbajoEl trompo y la muñeca

Poema en un canto


Al niño Pedro Pidal y Bernaldo de Quirós.






I

   Que no quiero te digo.
¿Cómo hoy al trompo ha de jugar contigo
el que ya de su edad perdió la cuenta?
¿Quieres que caiga en la pueril afrenta
de Catón el austero  5
que aprendía a bailar a los sesenta?
Te digo que no quiero, y que no quiero.


II

    ¡Salud, salud, memorias candorosas
de mi antigua inocencia!
¡Oh trompos! ¡Oh muñecas! ¡Grandes cosas!  10
¡Las más grandes tal vez de la existencia!
¡Oh memoria feliz de mi pasado!
¡Tu trompo, niño hermoso, me convida
a recordar, de pena traspasado,
los muchos seres que en la tierra he amado  15
y que sólo he de ver en la otra vida!


III

    Pues, como iba diciendo,
guarda ese trompo, niño, porque entiendo
que lo que vale un trompo bien guardado
lo has de saber mañana,  20
después que haya pasado
el tiempo que echarás por la ventana,
Ya verás, ya verás bien claramente.
que es sólo afortunado
el hombre que, inocente,  25
procura en lo pasado
encontrar la razón de lo presente.
Y, por si no lo crees, oye una historia
que, a más de cuarenta años de distancia,
aun trae a mi memoria  30
así como un recuerdo de mi infancia.
Tan sólo temo que, de juicio falto,
me oigas hablar sin atención alguna.
¿Qué escucharás? Pues bien, ponte más alto:
súbete a mis rodillas: ¡a la una!...  35
¡a las dos!... ¡a las tres!... ¡a las...! ¡buen salto!
¡Estos niños son ángeles traviesos
que en vez de tener alas tienen huesos!
¡Ay! como tú, cuando iba yo a la escuela,
por subir al regazo que adoraba  40
de mi madre o mi abuela,
no saltaba, volaba,
pues todo el mundo sabe
que la niñez, ligera como un ave,
cuando anda, salta, y cuando salta, vuela!  45


IV

    Con que empiezo mi historia, y oye atento:
-Sin la sonrisa de sus buenos días,
Alicia, la heroína de mi cuento,
con la hiel de su propio pensamiento
se ocupa en amargar sus alegrías.  50
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Y conforme es mayor su desconsuelo,
más en la fe de su ilusión se aferra,
pues ella es de esas almas que, en su vuelo,
en vez de gravitar hacia la tierra,
parece que gravitan hacia el cielo.  55
Fue Alicia el pasmo de la villa toda
cuando era yo muy joven todavía,
y recuerdo que un día
puso en Madrid las pálidas en moda.
Mas ¡ay! tuvo un marido  60
que, aunque no la olvidó, la echó en olvido.
Casada de los pies a la cabeza,
quiso a su esposo con ardor profundo,
y pagó, como muchas, en el mundo
horas de amor con siglos de tristeza.  65


V

    De esta madre infeliz es el tesoro
una niña pequeña,
a cuya cara, por demás risueña,
sirven de marco unos cabellos de oro.
Cara infantil, trasunto de los cielos,  70
donde lucir se ven tres maravillas,
pues tiene, cual la tuya, tres hoyuelos,
uno en la barba y dos en las mejillas.
Mejillas ruborosas
que hacen pensar con júbilo a la gente  75
que, el que las tiene, come solamente,
como la Venus de Schiavone, rosas.
Y a riesgo de espantar doctos oídos,
añado que Rebeca, sin disputa,
aunque tiene siete años, no cumplidos,  80
es, como un viejo cardenal, astuta.
Calcula por los dedos de la mano;
no hay fábula moral que ella no entienda;
y hasta sabe que un niño, que es su hermano,
se lo compró su madre en una tienda.  85
Y contando además cuentos extraños
con voz que es una música inefable
(porque no hay sinfonía comparable
al son de una alegría de siete años),
disipa enternecida  90
de su madre las penas.
¡Toda niña, al nacer, trae aprendida
la canción que cantaban las sirenas!


VI

    Cuando Alicia, la madre sin ventura,
vio amontonarse sobre su alma pura  95
engaños sobre engaños,
se resignó a morir sin calentura,
que es la muerte senil a los treinta años.
Tendida sobre el lecho,
al siniestro fulgor de una luz mate  100
que oscila en la pared y alumbra el techo,
de Alicia el corazón con ansia late
cual si fuera a saltársele del pecho.
Teniendo en su cabeza de esqueleto
una gorra de loca,  105
y oyendo a un cura, que la exhorta inquieto,
se sonríe la infiel con media boca,
dudando entre la burla y el respeto.
¿No es verdad, niño hermoso,
que el hecho escandaliza?  110
No temas el ejemplo. Esto horroriza,
y aquello que da horror no es peligroso.


VII

    Ya he dicho en otra parte, y lo repito,
que si no se halla el corazón contrito,
toda la humana ciencia es cosa poca  115
para templar el ansia de una boca
abrasada con sed de lo infinito.
Y así, como es tan vano,
cuando no hay fe, todo consuelo humano,
el corazón de Alicia, de ira lleno,  120
como un puñal indiano
empapó su mirada de veneno,
y con un gesto frío de amargura,
con ojos fijos y los labios mudos,
despidió al pobre cura  125
haciéndole el menor de los saludos.
Y el sacerdote, el corazón sintiendo
traspasado con flechas de ironía,
de la alcoba saliendo,
la frente señaló como diciendo:  130
-Por allí no anda el juicio todavía.-
Y Alicia, en tanto, con el cuerpo inerte,
los ojos apartó de un Crucifijo,
y, resignada a su implacable suerte,
con más suspiros que palabras, dijo:  135
-¡Marchemos al encuentro de la muerte!-
¡Oh, Alicia sin ventura,
a qué terrible estado
la arrastró el ideal de su ternura!
¡Bien dice la Escritura  140
que la muerte es la pena del pecado!


VIII

    Mas ¡oh resurrección inesperada!...
Pero, antes que de Alicia cuente nada,
te diré que Rebeca
heredó de su madre una muñeca,  145
y que, haciendo con ella de persona,
crece, piensa, compara y reflexiona;
muñeca, en fin, para la cual cosía
un traje cada día,
y a quien da de comer un guiso nuevo  150
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en unas tazas que la niña hacía
de unos trozos de cáscara de huevo:
¡guisos y tazas ¡ay! que aun son mi encanto,
pues me hacen recordar, bañado en llanto,
ciertas tortas de pan, que ella amasaba,  155
y que, feliz cual yo, me regalaba
mi nodriza en los días de mi santo!
¿Por qué, por qué nunca echará en olvido
memorias tan dichosas
mi espíritu, ya medio sumergido  160
en esa paz inmensa de las cosas?


IX

    Mas ya el hilo perdí de nuestro cuento.
¿Estábamos?... Es cierto; en el momento
en que, hablando de Alicia a la muñeca-
con su voz argentina,  165
iba muy pronto a parecer Rebeca
Cicerón flagelando a Catilina.
Pues al morir la madre tristemente
habla la niña a su muñeca, enfrente
de un espejo tan claro como extenso,  170
que recuerda, por limpio y por lo inmenso,
los tiempos fabulosos del Oriente:
y merced a un reflejo
de la pálida luz que da en Rebeca,
le enseña a Alicia en ideal bosquejo  175
la imagen de la niña y la muñeca
el ángulo visual en el espejo;
y como ya Rebeca comprendía
si su madre creía o no creía
(pues las niñas curiosas  180
tienen noticias ciertas,
y aprenden muchas cosas
cuando andan escuchando por las puertas),
con labio purpurino,
meciendo a su muñeca, le decía:  185
-¡Pide al cielo, hija mía,
que Dios vuelva a mi madre al buen camino!-
¿Te burlas del candor de la inocente?
Yo también, niño mío,
viendo a Rebeca hablar tan seriamente,  190
teniendo ganas de llorar, me río.


X

    Mientras la niña, del espejo enfrente,
esta infantil catilinaria dice,
la madre, de reojo, dulcemente
la mira, la acaricia y la bendice;  195
y recordando en el momento mismo
que vio algún día cual fulgente estrella,
en el espejo aquél la niña aquélla
antes de ir a la pila del bautismo,
recobrando el candor de la existencia,  200
se enternece, suspira,
y, admirada de ver tanta inocencia,
manda un beso al espejo en que la mira;
y las cosas más tiernas y sencillas
de sus días primeros recordando,  205
de aquel cuadro infantil saltan, volando,
recuerdos, como alegres avecillas;
y pensando en su madre, llora, y luego
al calor de sus días de inocencia
se ablanda poco a poco su conciencia  210
cual cede el hierro de la fragua al fuego.
Y, puesta sobre el lecho de rodillas,
gritando con fervor -¡perdón, Dios mío!-
su frente se empapó de un sudor frío
que resbaló después por sus mejillas.  215
Y al ver que, ya sensible a sus deberes,
Alicia mira al cielo,
la niña, que, cual todas las mujeres,
sabe a fondo la ciencia del consuelo,
la abraza alborozada,  220
y a su madre abrazada,
Rebeca parecía
un ángel que, radiante de alegría,
presenta a Dios un alma extraviada.


XI

    ¡Lo que son los destinos!  225
De Alicia, descreída y virtuosa,
la muñeca fue el hada misteriosa
que a sus pasos abrió santos caminos;
pues por ella al final de su existencia,
con la bondad del alma de una santa,  230
juntando el buen humor a la inocencia,
y uniendo lo que alegra a lo que encanta,
volvió a beber las aguas cristalinas,
de la inocencia de la edad primera,
lo mismo que se van las golondrinas  235
a buscar una nueva primavera;
y satisfecha ya, fue Dios su guía;
y ya inocente recobró la calma;
que es la inocencia la salud del alma,
y es la salud del cuerpo la alegría.  240
Y olvidando sus males,
volvió a reconquistar desde aquel día
la religión, la gracia y la energía,
potencias invencibles e inmortales;
y recordando con filial ternura  245
los dioses lares de su hogar paterno,
tornó Alicia a adorar con alma pura
al Ser vivo, absoluto, uno y eterno,
fe, esperanza, verdad, bien y hermosura.
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XII

   ¿Has comprendido bien, Pedro adorado,  250
cuán útil puede ser a la conciencia
un trompo como el tuyo bien guardado?
¿No ves, por experiencia,
que un juguete infantil desenterrado
puede ser una ciencia  255
que enseñe a desandar lo mal andado,
y a recordar los días de inocencia
uniendo lo presente a lo pasado?
¡Ya ves cómo a toda alma descreída
del alto cielo la clemencia alcanza,  260
y que, en trompo o muñeca convertida,
en todos los naufragios de la vida
echa el cielo el tablón de una esperanza!
¡Ya ves cómo un juguete que se deja
y que a encontrar se vuelve casualmente,  265
hace que Alicia vieja, y ya muy vieja,
torne a ser inocente;
y que, pensando ya cómo refleja
sus objetos el agua de la fuente,
con sus sentidos y potencias todas,  270
turbios los ojos y las manos secas,
toma el pretexto de ensayar las modas
para jugar, ya anciana, a las muñecas;
y al olvidar sus muchos desengaños,
aunque vieja, muy vieja,  275
viviendo se asemeja
a una niña, muy niña de cien años!
¡Saber envejecer! Ésta es la ciencia
que yo con más ardor al cielo pido,
ahora que se extingue mi existencia  280
primero entre las brumas de la ausencia,
y después en la noche del olvido!
¡La fe en la ancianidad, son los favores
que pedirán al cielo tus dolores
cuando hayas aprendido  285
en tu vida precaria
que, a más de un receptáculo de horrores,
la tierra es una tumba solitaria,
sobre la cual derrama sus fulgores
el sol como una antorcha funeraria!  290


XIII

    Pero ¡ay! olvida, olvida
este final tan lúgubre y sangriento,
que sé, por mi desgracia y mi escarmiento,
que es un gran mal el conocer la vida.-
Y pues llegó a su término mi cuento,  295
aunque es, por su fortuna,
poco menos que ocioso
aconsejar al que, cual tú, dichoso,
la ciencia y la virtud halló en su cuna,
oye un consejo y deja que te abrace:  300
sé leal a la gloria de tu nombre,
pues la mayor traición es ser el hombre
desertor de las filas en que nace.
No olvidando esta historia,
y guardando ese trompo y siendo bueno,  305
seguirás por la senda de la gloria
que te trazó con su inmortal memoria
tu ilustre abuelo de modestia lleno1
Aprende bien que obliga la nobleza,
y Dios te lo demande  310
si no imitas con ciencia y con firmeza
la rectitud, la gloria y la entereza
de aquel a quien su patria le hizo grande
y que fue superior a su grandeza.


XIV

    ¿Me juras que lo harás? ¡Pues adelante!  315
Toma un beso, y adiós, que estoy deprisa:
que dure eternamente en tu semblante
la bella obstinación de tu sonrisa.
Y, en prueba de lo mucho que te adoro,
ruego al cielo que, alegre y sin hastío,  320
no tengas que llorar, como yo lloro,
penas sin causa en horas de vacío;
y que las Parcas hilen, hijo mío,
el hilo de tu vida en husos de oro!



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ArribaAbajoLa gloria de los Austrias

A mi buen amigo el profundo filósofo Don Urbano González Serrano.





Poema en un canto



I

   ¡Musa viril de la Epopeya, canto
aquella acción tristísima en que vino
a ser de niño el héroe de Lepanto
un hermoso juguete del destino!
¡Canto, Musa, al varón que siendo espanto  5
del turco, el holandés y el argelino,
en la historia aprendió de unas manzanas
la caridad y la virtud cristianas!


II

    ¡Canto también al héroe que de horrores
fue la Europa y el África llenando,  10
hasta que, harto de goces y de honores,
la tristeza de Tito halló en el mando;
al que la suerte, incierta en sus favores,
le hizo saber por fin, el tiempo andando,
cómo puede parar un campesino  15
al conductor del carro del destino!


III

    ¡Lector, lector! ¡Aprende en la aventura,
que siempre el que honra a un pobre sale honrado,
y que son la ventura o desventura
reflejos nada más de lo pasado!  20
¡Verás en esta rápida lectura,
por tu gran corazón iluminado,
que no siempre da dicha la victoria,
que es la virtud más grande que la gloria!


IV

    Muy niño aún, descalzo y sin montera,  25
subió a robar manzanas a un manzano
Don Juan de Austria: era una alma aventurera,
y el mundo es un festín para el milano.
Se ignora de él en la comarca entera
que es hijo de su excelso soberano.  30
Pues ¿qué hace en Yuste? Es paje de Quijada,
Nada. Un poder desconocido, es nada.


V

    El mismo Emperador con extrañeza
ve que, en cuanto a perales y manzanos,
los esquilma Don Juan con la destreza  35
que envidiaría un jugador de manos.
Lo ve, porque arrastrando su tristeza,
de incógnito por cumbres y por llanos,
vaga el Rey junto a Yuste sin objeto,
dejando ¡gloria a Dios! al mundo quieto.  40


VI

    El hijo natural del padre augusto,
convirtiendo el manzano en su despensa,
comía las manzanas con un gusto
que denotaba una salud inmensa.
-«Siete veces al día peca el justo,»-  45
disculpando a Don Juan, Don Carlos piensa.
-«Siete veces»... siguió en su pensamiento,
«menos justos cual yo que pecan ciento.»-


VII

    Lo ve también el dueño del manzano,
y le arroja a Don Juan tales pedradas,  50
que hace correr hasta el lugar cercano
a un rebaño de cabras asustadas.
Al verlo, grita el Rey: -Basta, villano.-
¡Cómo! diréis, ¿en épocas pasadas
a un príncipe apedrea un campesino?  55
Así pasó. Cuestión: ¿qué es el destino?
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VIII

    Del árbol baja al fin sin escalera
Don Juan, ve al Rey, y sin dudar escapa,
y por correr, cruzando la pradera,
deja al pie del manzano gorra y capa.  60
Huyendo así aquel héroe, que aun no lo era,
un resfriado de cabeza atrapa.
Es la misma canción y el mismo cuento:
siempre en guerra la dicha y el talento.


IX

    Corre Don Juan, e infiel a su destino  65
de héroe futuro y noble caballero,
se agazapa en la acequia de un molino,
del cual quisiera ser el molinero.
Viendo huir a Don Juan, el campesino
«¡cobarde!» -le gritó; después «¡ratero!»-  70
Y al Rey «¿quién eres?» -preguntó el vasallo,
lanzando aquí la interjección que callo.


X

    Con la altivez de un hijo de la luna
el Rey le contestó: -«¡Carlos de Gante!»
-«Y ese niño, ¿quién es?» -«De noble cuna,  75
le replicó ya el Rey de mal talante.
-«Pues tú responderás con tu fortuna
de ese ladrón con trazas de estudiante.»
-«Bien hecho, piensa el Rey, es un malvado
el que tala la mies que no ha sembrado.»  80


XI

    Cual buen patán cree el labrador artero
que el Rey es algún pillo disfrazado
que lleva en la cabeza por sombrero
un tubo más o menos prolongado.
El destino es muy poco caballero,  85
y aquel jayán, tan ciego como el hado,
al más grande y más bravo de los reyes
lo encerró en el establo de unos bueyes.


XII

    ¡Ved, lector, a un mortal casi divino,
por no ser conocido, aprisionado!  90
¡Oh golpes imprevistos del destino!
¿De dónde arrancará lo inesperado?
Pensó el Rey corromper al campesino,
mas no halló en su bolsillo ni un ducado.
Y por primera vez vio el caballero  95
que no hay héroes sin fuerza y sin dinero.


XIII

    -Irás ante el alcalde de Plasencia-,
el labrador con furia le decía;
y, según el temblor de su conciencia,
el pobre Emperador se lo creía,  100
pues sabía muy bien, por la experiencia
de Villalar, de Roma y de Pavía,
que, ante la innoble realidad del hecho,
la fuerza, aunque brutal, vence al derecho.


XIV

    Y ni pudo matar a aquel pechero,  105
porque el día anterior el Soberano
pensando en poner fuego al mundo entero
cayó un candil, y le quemó una mano.
No lo mató por eso, aunque, altanero,
¡Villano! -dijo, y repitió: -¡Villano!-  110
¡Justo es, gran Rey, que sufras, y recuerdes
el cuento de las uvas que están verdes!


XV

    ¡Poder de la justicia! El Rey temía
ser llevado al alcalde de Plasencia,
pues siempre en su alma fue, como en la mía,  115
su genio y su defecto la prudencia.
Detenido tres horas aquel día,
tres ovillos gastó de su paciencia
el hombre a quien, humildes hasta entonces,
adulaban los mármoles y bronces.  120


XVI

    Y ¡pobre Rey! su corazón devora
el dolor más atroz de los dolores,
porque lo ve humillado una pastora
que mantiene carneros con las flores.
Y ¡oh amor, amor! su noche se hace aurora  125
viendo de ella los ojos tentadores,
pues el Rey en victorias y en mujeres
tiene un alma glotona de placeres.


XVII

    Después quiso el destino caprichoso
que con hambre voraz y escasa ropa  130
pasase por allí Roque el leproso,
que iba al convento a demandar la sopa.
Y hablando al labrador, que está furioso,
pide perdón para el señor de Europa
quien no tiene en verano ni en invierno  135
el gusto de saber lo que es pan tierno.
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XVIII

    ¿Librar un pordiosero a un poderoso?
He aquí, lectores míos, realizado
el cuento, para muchos fabuloso,
del ratón y el león aprisionado.  140
Libró al Emperador Roque el leproso,
porque aquél una vez desde un terrado
un mendrugo le echó de pan moreno
de trigo malo y de peor centeno.


XIX

    Roque el leproso convenció al villano  145
de que una buena acción trae buena suerte;
que la mujer, el niño y el anciano
son tres seres sagrados para el fuerte.
Sin saber que era el viejo un soberano,
pintó con tal fervor su mala suerte,  150
que hizo a todos llorar Roque el leproso.
y es que el bien, como el mal, es contagioso.


XX

    Y aunque un juez necesita de un culpable,
desarruga el labriego el entrecejo,
y después de llamarle -¡miserable!-  155
olvidando al muchacho, suelta al viejo.
Humilde el Rey y el labrador afable,
de la Biblia adoptaron el consejo:
al rico no abusar de su opulencia,
y al pobre ser sublime en la paciencia.  160


XXI

    Libre ya el Rey, sólo pensó de veras,
por padecer de gota y otros males,
en sentarse en su silla de caderas
que no valdría en venta cuatro reales.
Y no sintiendo ya las borracheras  165
del licor de los sueños inmortales,
dijo tocando con la barba al pecho:
-Todo cuanto hace Dios está bien hecho.-


XXII

    Y a Yuste vuelve el Rey con paso lento,
al extinguirse el sol en Occidente,  170
y va sus penas confiando al viento,
que se queja, como él, eternamente.
Al verle dirigirse hacia el convento,
-¡Buen viaje, Majestad! -dice la gente.
-¡Gracias, gracias! Don Carlos repetía,  175
y -¡buena está mi Majestad! -decía.


XXIII

    En España no hay cólera durable;
y, siendo algo español el gran Tudesco,
ya al morir aquel día interminable
se le templó la rabia con el fresco.  180
Y al fin de esta odisea memorable
confesó con candor caballeresco:
¡que la ley es más fuerte que la espada;
que es todo la virtud, la gloria nada!



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ArribaAbajoLos amores en la luna

Poema en tres cantos


Dedicado al Sr. Don Manuel del Palacio, insigne poeta.






Canto primero


I

   No hay dicha en este mundo: he aquí un gran tema
para escribir, como escribir confío,
un poema que, triste por ser mío,
será más bien un sueño que un poema.


II

    Doña Isabel de Portugal, esposa  5
del rey y emperador Carlos Primero,
miraba al Rey, su primo y compañero,
con ojos que veían otra cosa
y es que, aunque fiel casada,
siempre fija en el cielo la mirada,  10
a través de un gentil sonambulismo
se juzga de Lombay enamorada
(y amar, o creer amar, todo es lo mismo),
y, cada vez que su extravío nota,
más que amante, devota,  15
con conciencia intranquila,
haciendo cruces la inocente, agota
toda el agua bendita de la pila.
¡Oh virtud adorable
que se cree abominable  20
porque ama a un ser en la región del viento!
Que me conteste el juez más implacable:
¿Es crimen ser infiel de pensamiento?


III

   Pero ¿cómo y por qué puede una esposa
hacer saber una pasión que esconde?  25
Permitid que mi pluma valerosa
estos misterios del amor ahonde.
Yo sé de cierta hermosa
que amó con la pasión más tormentosa,
y amó porque, al pasar por no sé dónde,  30
le dijo no sé quién no sé qué cosa.
Y sé de otra también, que aunque pedía
por la noche a los ángeles consejo
para ser buena en el siguiente día,
se hacía amar con tan discreto modo  35
que, aunque nada a su amante le decía,
tan sólo con fruncir el entrecejo
se lo contaba, sin embargo, todo;
y es porque sabe el alma enamorada,
mejor que muchos sabios,  40
cuánto nos dicen, sin hablarnos nada,
un dedo que se aplica a ciertos labios,
una palabra, un gesto, una mirada.


IV

   No hay cosa más común en los amores
que esos vagos ardores  45
que nuestras almas llenan
de unas locas visiones que envenenan,
así como envenenan muchas flores.
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¡Cuántas mujeres veo
que del amor padecen el martirio,  50
y que, adorando a un hombre con delirio,
no han llegado jamás ni aun al deseo;
castas mujeres que en secreto adoran,
y que son adoradas sin medida,
y que a veces también, aunque lo ignoran,  55
son la oculta novela de otra vida!
¡Oh Dios! ¡cuánta alma buena
con la mirada llena
de sueños y horizontes interiores,
como carga importuna  60
sacude de la tierra los dolores,
y luego en busca de mejor fortuna,
va soñando al país de los amores!...
¿Dónde está ese país? -¿Dónde? En la luna.


V

   Al Marqués de Lombay, noble, severo,  65
de hombres envidia y de mujeres gozo,
la Reina le llamaba el «caballero;»
las damas le decían «el buen mozo.»
A este insigne varón, después que le hizo
paje de honor la infanta Catalina,  70
por una gran razón que se adivina,
la Reina le nombró caballerizo;
y por fin, el buen mozo y caballero
(que a Santo llegó un día),
que Marqués de Lombay siendo primero  75
fue después cuarto Duque de Gandía,
gozando de la Reina la privanza
(sin la promesa real de dicha alguna),
vivió en eterno estado de esperanza,
que es vivir en un valle de la luna.  80


VI

   ¡Cuántos nobles amores,
llenos de ansias y celos,
sin tocar en las puntas de las flores,
en el azul se mecen de los cielos;
amores que, aunque son de pensamiento,  85
embargan por entero nuestra vida,
y que, al morir nosotros, en el viento
se pierden como música no oída!


VII

   Y tú, lector querido,
¿no has conocido alguna  90
que, aunque fiel en la tierra a su marido,
ama a otro hombre fantástico en la luna?
De este modo la Reina, embebecida,
cruzando en ilusión los cuatro vientos,
un columpio formó de pensamientos,  95
y en ellos se meció toda su vida;
y así tan sólo a comprender alcanza
el alma más severa
cómo puede un amor sin esperanza
llenar de dicha una existencia entera.  100


VIII

   Pero pregunta una mujer curiosa:
-Siendo infiel en los astros a su dueño
la grande Emperatriz y noble esposa,
¿no era culpable? -Sí. -¿De qué? -De un sueño.
¿Un sueño? ¡Cuántas almas candorosas  105
suelen amar, contra su mismo intento,
porque en ciertas alianzas caprichosas
acaso con su propio sentimiento
se confunde el aliento
misterioso del alma de las cosas!  110
¿Un sueño? ¡Cuántas vírgenes piadosas,
en un rapto de amor calenturiento,
sin restricción alguna,
se van a amar sobre lo azul del viento,
porque tiene en los valles de la luna  115
su derecho de asilo el pensamiento!


IX

   ¡Es, vive Dios, una verdad terrible
(terrible como todas las verdades)
que un corazón sensible,
para huir de las frías realidades,  120
convirtiendo en posible lo imposible,
conducido por mano de las hadas
se tenga que escapar de lo invisible
por las obscuras puertas entornadas!


X

   ¡Oh sueños del amor y de la gloria!  125
¿Quién no tiene en la luna algún amante?
Oíd de esta pasión la eterna historia:
se llega a ver a un ser un solo instante,
y después va empezando aquel semblante
a flotar vagamente en la memoria.  130
¿No veis esa mujer que está delante?
-Sí. ¿Quién es? -Una sombra encantadora
que, cruzando más rápida que un ave,
pasa, mira, nos ciega, se enamora;
la vamos a seguir, y se evapora.  135
¿Quién será? ¿Qué será? Nada se sabe.
¿ Dónde se fue? ¿Qué hará? Todo se ignora.
—404→


Canto segundo


I

   ¿No estáis, lectores míos, admirados
de ver, ora en ausencia, ora en presencia,
lo mucho que interviene en la existencia  140
la diosa de los mundos encantados?


II

   Oíd por boca del amor más tierno
el placer infinito que se siente
en la interior visión del mundo externo.
A una niña inocente  145
-¿Te aburres, di? -su madre le decía;
y la niña risueña respondía:
-No, madre; me distraigo interiormente.-
¡Modelo de los que aman sin medida
la niña, interiormente distraída,  150
como ella, fantaseando hechos y cosas,
entretienen mil almas virtuosas
este inmenso bostezo de la vida!
¡Oh ilusión adorable,
hija del cielo y de la dicha hermana!  155
A no ser por tu magia soberana,
nos mataría el tedio inexorable,
eterno fondo de la vida humana.


III

   Pero mi mente, como todas, vuela,
y de la grande Emperatriz se olvida;  160
y así, dejando a un lado la novela,
volvamos a la historia de su vida.


IV

   La Emperatriz, hacia los treinta abriles,
tenía una belleza incomparable.
Yo vi en un medallón sus dos perfiles,  165
y la encontré dos veces admirable.
Aquel rostro tan bello
que a sus Venus después puso el Ticiano,
lo rodeaban con gusto soberano
dos matas abundantes de cabello;  170
y a su augusta altivez poniendo el sello,
las gasas de su gola y de su mano,
sus mangas blancas y su enhiesto cuello
le daban un aspecto puritano.


V

   Aunque la Reina-Emperatriz, prudente,  175
detesta cordialmente
el amor que se acerca demasiado,
ansía, estando de Lombay ausente,
corrientes de suspiros de aquel lado;
y hasta cuenta la fama  180
que, sin hacer a su pudor agravios,
viendo unido a Lombay con otra dama,
triste ocultó la Emperatriz su llama,
dijo «¡mejor!» y se mordió los labios.
Pero, aunque ausente, y además casado,  185
en pensar en Lombay su alma se aferra,
y con gentil cuidado,
soñando en el ausente idolatrado,
para verlo mejor los ojos cierra,
y tiene así, de su deber al lado,  190
el alma en lo ideal y el cuerpo en tierra.


VI

   Pero esto, me diréis, ¿no es ser demente?
Cuando se ama en extremo, es lo ordinario
ser un poco demente, y más que un poco,
pues siempre fue y ha sido necesario  195
para ser muy feliz ser algo loco.
Y en su amor, locamente extraordinario,
mientras se postra ante ella el mundo entero,
la Emperatriz con culto verdadero
se arrodilla ante un ser imaginario.  200
Mas, salvando el honor de su marido,
siempre el amor con el pudor hermana,
y así vive, aunque infiel, la Soberana
con la conciencia del deber cumplido;
y nunca de la altiva castellana  205
puede ser el secreto sorprendido,
pues sólo antes que alumbre la mañana
es cuando astuta, si lo ve dormido,
la frente de Endimión besa Diana.


VII

   Mas ¿qué han de hacer, ¡Dios mío!  210
sino buscar consuelo en las estrellas
las reinas que, en sus horas de vacío,
ven que toman los reyes para ellas
la forma del deber o del hastío?
¡Ah! sí: mientras la Reina sin fortuna  215
cumplía como buena sus deberes,
Don Carlos, en sus múltiples placeres,
sin miramiento ni prudencia alguna,
no sólo idealmente a las mujeres
las conduce a los valles de la luna,  220
sino que en la vehemencia
de su insaciable pecho
la realidad agota sin conciencia,
y llama, cual Calígula en demencia,
la misma luna a compartir su lecho.  225
—405→


VIII

   Pero en cuanto a la Reina es muy distinto;
en vano el mundo su conducta acecha,
pues comprende muy bien su noble instinto
que la esposa del César Carlos Quinto
debe estar hasta exenta de sospecha.  230
Y cuanto más soñando se extravía,
hablando con sus mismos pensamientos:
«Dios me dará pesares, se decía,
pero nunca tendré remordimientos...»
Y ya por el dolor purificado,  235
el amor de su sueño la extasía,
y así del grande Emperador al lado
mirando a su marido lo perdía,
se buscaba a sí misma y no se hallaba.
¿Que esto es ser criminal? ¡Oh, cielo santo!  240
¡Cuánta mujer, como ella, muy honrada,
con femenil encanto
mientras habla a su amante, embelesada,
sigue con otro diálogos en tanto,
perdida en el espacio su mirada!  245


IX

   Y ¿qué más? Cuando al cielo levantados
se ignoran a sí mismos los sentidos,
a la tierra apegados
por el deber y la palabra unidos,
yo vi muchos amantes muy queridos  250
de corazón y de hechos separados,
hallándose en la luna confundidos
con sombras de otros seres adorados:
amantes que, aunque buenos y dichosos,
persiguiendo ardorosos,  255
cansados de lo real, sueños livianos,
se quieren en la tierra como hermanos,
y tienen en la luna otros esposos.


X

   ¿Dudáis de esta verdad, lector amado?
Pues no estéis en su fe muy confiado,  260
aunque tengáis a vuestra amada enfrente,
pues positivamente
cuando está distraída a vuestro lado
es que se acerca a su querido ausente.
¡Cuántas veces, henchida de fragancia,  265
besa una boca a su adorado dueño,
y otro ser, a mil leguas de distancia,
oye un eco que vibra como un sueño!
Y es que, aunque el beso suena donde toca,
al ponerse después en movimiento,  270
ligero como el viento
su dirección el pérfido equivoca,
pues remitido al Norte con la boca,
se lo lleva hacia el Sur el pensamiento!


XI

   ¡Salud, valle encantado de la luna!  275
En ti, en mi edad pasada,
¡oh imagen sobre todas adorada!
tuve yo, entre otras, una,
hace ya muchos años, secuestrada.
¡Cuánto he amado y sentido!  280
¡Y tú, joven lector, ten entendido
que, si amo hoy sólo por amor al Arte,
también, por la ilusión desvanecido,
caminé por el mundo distraído
cual si viviese en Júpiter o en Marte!  285
Y, aunque ya no me empeño
en seguir a mi ardiente fantasía,
pues tengo en mi mujer mi fe y mi sueño,
y en mis libros la calma y la alegría,
todavía mi mente  290
hace brotar ardiente
del fondo de mi infancia maravillas,
y es tan verdad, que ayer precisamente
pasó una antigua imagen por mi frente
que mi insomnio cargó de pesadillas.  295
¡Aun suelo recordar en mi ardimiento
varias memorias, en la luna ausentes,
con quienes hice yo de pensamiento
millones de locuras inocentes!
Y aun me acuerdo de alguna  300
que, aunque esposa severa,
con alma llena de ilusiones, era
fiel en la tierra y pérfida en la luna...
Pero ¡ay! esto pasó. ¡Bien lo he llorado!
¿Te acuerdas de ello, Inés? ¿y tú, María?  305
Mas ¡qué memoria tan tenaz la mía!
¡Esto también pasó! ¡todo ha pasado!


Canto tercero


I

   Hay un amor profundo
que nunca encuentra en nuestra vida calma:
y hay un exceso de alma  310
que jamás halla empleo en este mundo.
Y prueba de ello son las almas puras
que, para hallar a su cariño empleo,
extravasan en sueños sus ternuras,
imitando en su loco devaneo  315
a todas esas santas criaturas
que recorren, viviendo en sus clausuras,
los inmensos pensiles del deseo.
—406→


II

   ¡Cuánto he envidiado yo, cuánto he admirado
el amor de esos seres elegidos  320
que pueden, enfrenando los sentidos,
adorar sin vergüenza y sin pecado;
que con sana conciencia,
alzando lo mas, puro de su esencia
hasta uno de los valles de la luna,  325
agregan su existencia a otra existencia,
y pueden conservar sin mancha alguna
todo el tiempo que quieran la inocencia!


III

   Con tal piedad y con pureza tanta,
amaron, cual Lombay a la Princesa,  330
con ese amor que a la virtud encanta,
Juan a Santa Teresa,
Jerónimo a Paulina, también santa.
¡Honor a estos fantásticos cariños
que son tan inocentes  335
como lo son los sueños transparentes
que envía Dios a pájaros y a niños!
¡Jamás concebirán de nuestra mente
amores tan sublimes y tan tiernos
los que saben amar tan solamente  340
con el amor que alegra a los infiernos!


IV

   ¡Reina infeliz! cual dice la Escritura,
vio a un hombre un día por su mala suerte,
y después con tristeza y con ternura
se quedó pensativa hasta la muerte.  345
Don Francisco de Borja la quería
con tanta abnegación, con ardor tanto,
que antes de ser un héroe y luego un santo,
ya un cristiano de Esparta parecía.
Y la Reina entretanto apasionada,  350
aunque al pudor no le defrauda en nada,
casta, y leal, y mística, y severa,
a su angustia febril abandonada,
en su trono imperial vive sentada
más triste que una virgen de Rivera;  355
hasta que lentamente
sofocando en el pecho aquel misterio,
la Reina-Emperatriz fue tristemente
bajando esa pendiente
a cuyo pie se encuentra el cementerio.  360
¿Y qué es morir? Es el morir, en suma,
un hecho que en idea se transforma,
y, así como una llama entre la bruma,
la Reina, cual incienso que perfuma,
ondeó, se disipó, perdió su forma,  365
y en espíritu fue de vuelo en vuelo,
de aquí a la luna y de la luna al cielo.
¡Murió joven aún, pero ¿qué importa?
va y viene la mujer cuando Dios quiere,
y en su vida infeliz, o larga, o corta,  370
nace, brilla, enamora, sufre y muere!


V

   Lombay, que siempre continuó la senda
del amor y la gloria,
su vida pasó a historia,
y su historia después pasó a leyenda:  375
y cuenta esta leyenda infortunada
que el Marqués, para colmo de sus penas,
partió a inhumar a la feraz Granada
a la gran Reina, y respirando apenas,
en la muerta clavada  380
por largo tiempo tuvo la mirada
que le llevaba el frío hasta las venas;
y horrorizado, y por el llanto ciego,
-Ya sólo lo que viva eternamente
volveré a amar, -dijo Lombay; y luego  385
sus ojos, que brillaban como el fuego,
se apagaron ante ella eternamente.


VI

   Y esperando el momento
de ir a más alto asiento,
alzó entre el mundo y él un doble muro,  390
e hizo acopio de amor en un convento;
mas ¿de qué amor? de aquel... del amor puro
que busca el sacrificio y el tormento.
Fue bueno y santo al fin; pero es lo cierto
que le fueron siguiendo a todas horas  395
aquellas ilusiones tentadoras
que llevó San Jerónimo al desierto.
San Francisco de Borja a Dios alaba,
mientras la sombra de Isabel adora,
y su alma fiel, que por su amante llora,  400
de Dios esposa y del deber esclava,
la dicha del amor, que es de una hora,
la da por esa paz que nunca acaba.
Y en éxtasis de sueños inmortales,
ignorando Lombay si sueña o vela,  405
se pierde, como un ángel cuando vuela,
en sueños infinitos e ideales;
pues en el mundo real, si bien se mira,
merced a la ilusión y a la memoria,
solamente es verdad lo que es mentira.  410
¡Oh novela inmortal, tú eres la historia!





  —407→  

ArribaAbajoSegunda parte


ArribaAbajoLa música






Dedicatoria


I

    Responde, Carmencita encantadora:
un pájaro que canta, ¿ríe o llora?
Lo digo, porque oyendo la dulzura
del ruiseñor que canta en la espesura,
tú sonríes, tu hermana se divierte,  5
tu madre os mira a entrambas con encanto;
y pensamos, al son de un mismo canto,
tu padre en vuestro amor, y yo en la muerte.


II

   ¡Ay! ¿por qué ríes cuando yo me quejo?
¡Es para mi alma un insondable abismo  10
el que haga un ruiseñor a un tiempo mismo
reír a un niño y sollozar a un viejo!
Y es que, seguramente,
la Música es un hada complaciente
de nuestra dicha amiga,  15
que dice solamente
lo que quiere nuestra alma que nos diga.
Por eso, al lisonjear su melodía
con más fe al corazón que a la cabeza,
dando al triste tristeza,  20
aumenta del contento la alegría;
y por eso, al oírla, convertimos
la fría realidad en ilusiones;
pues al recuerdo de sus buenos días,
ponen en cuanto oímos  25
los ojos de nuestra alma sus visiones,
nuestro oído interior sus armonías.


III

   Si, como todos vemos,
la Música despierta los sonidos
que desde el día mismo en que nacemos  30
están en nuestro espíritu dormidos,
también probarte intento
que se lleva la Música la palma
en las artes que anima el sentimiento;
que así como el estilo es el talento,  35
el metal de la voz es toda el alma.
Ella es la musa que al amor provoca,
pues buscando un esclavo, o acaso un dueño,
todo el que canta, o toca,
si no ama en realidad, ama algún sueño:  40
porque su magia es tanta,
que, aunque eres niña aún, ya habrás sentido
que, envuelto en el sonido,
hasta lo amargo del dolor encanta;
y que la misma senectud que mira  45
que cada nota una esperanza encierra,
con inútil ardor ama y suspira,
—408→
como alma juvenil que, ardiendo en ira,
en oyendo un clarín corre a la guerra.
Respondes que lo crees, ¡bendita seas!  50
pues entonces también fuerza es que creas
que, según nuestras mismas sensaciones,
cual los hechos imágenes de ideas,
son las notas pedazos de pasiones;
y que con fuerza virtüal vibrando,  55
y a la vida excitando,
por el espacio va cada gorjeo
como una vaga tentación volando;
y camina, y camina, murmurando
«¡Levántate, y animate!» al deseo.  60


IV

   Y ¿qué es el mismo amor? Una armonía
que hoy se canta y que el aire se la lleva;
y que luego, mañana o el otro día,
con nuevo ardor la misma melodía
la vuelve a repetir otra vez nueva;  65
y así en curso variable,
cuando nace, se espacia, se disuelve,
y en giro interminable,
lo que del aire viene al aire vuelve.
Y en raudo movimiento,  70
se disipa en el viento
lo que en el viento por amor vivía:
¡ideas, armonías, sentimiento,
flores, músicas, luz y poesía!


V

   Como en cosas de amor yo lo sé todo,  75
sé bien que en esta vida
jamás será perdida
la que cierre el oído a piedra y lodo.
¡El oído, el oído! Ahí se esconde
el gran traidor que al corazón entrega;  80
él es la senda criminal por donde
desde fuera el amor al alma llega.
Por él arrobadores los sonidos
en ardiente emoción, o en dulce calma,
después de electrizarnos los sentidos,  85
arrastran los sentidos hasta el alma:
y por él, en amante devaneo,
desde el salto de Léucade, el deseo
se arroja al mar para templar sus penas,
escuchando el «¡ven, ven!» que es el gorjeo  90
con que a Safo llamaron las Sirenas,
¡Cierra, cierra el oído,
y ten por cosa cierta
que es del amor el tentador sentido,
y que siempre a la voz de un ser querido  95
abre nuestra alma a la traición la puerta!


VI

   ¡Carmen, perdón! Mi confusión es tanta,
que ya olvidé mi tema.
Dime otra vez: ¿será siempre un problema
saber si llora un pájaro que canta?  100
Y aunque es lo más sencillo
el pensar que ese tierno pajarillo,
en medio de su risa o de su lloro,
cantará eternamente el estribillo
de la eterna canción del «yo te adoro,»  105
lo cierto es que su canto
te vuelve más festiva;
que tu madre entretanto
ruega a Dios por tu dicha, pensativa;
mientras tu padre, a tan graciosos sones,  110
excitado en sus graves pensamientos,
ya siente una avalancha de emociones,
y un vértigo ideal de sentimientos;
y, presagiando amores,
más bella que la luz de la mañana,  115
entona melodías interiores,
con más afán que el ruiseñor, tu hermana.
¿Y yo? Víctima siempre de una idea,
desde que allá en mi aldea
tocaba siendo niño la campana  120
en las horas del sueño,
y a las gentes sencillas
las obligaba con pueril empeño
a orar puestas en cruz y de rodillas,
sé que hay sones inciertos  125
que forman la cadena prodigiosa
que enlaza con ternura misteriosa
las almas de los vivos y los muertos.
Y por esto, ese canto me convida
a que recuerde el fúnebre misterio  130
de otra ave dolorida
que oyó mi alma, de dolor transida,
cantar en un ciprés del cementerio
donde yace la madre de mi vida!


VII

   ¡Mas perdona otra vez la pena mía!  135
Yo adoro como tú, niña hechicera,
con ciega idolatría
la música que presta lisonjera
el ritmo, que es la vida verdadera,
a su hermana mayor la poesía.  140
—409→
Y así te lo dirán, si les preguntas,
Barbieri, Arrieta, Oudrid, Marqués y Eslava;
pues, del sonido la expresión esclava,
al ir la frase y la armonía juntas,
lo que la frase empieza, el son lo acaba.  145
Y te dirán que el arte soberano
que llena de delicia
la escala toda del concierto humano
desde el tango sensual de la Nigricia
hasta el son funeral del canto llano,  150
agotadas las frases con su acento
nuestra ilusión a lo sublime eleva,
y, ya extinguida la palabra, lleva
la Música hasta el alma el sentimiento.
Y ellos, en fin, te seguirán contando  155
que al arte natural sobrepasando
del genio artificial las filigranas,
hoy remedan los pájaros cantando
las dulces melodías italianas;
y que después que oyeron los primores  160
de las Normas, Lucías y Barberos,
creció la afinación en los jilgueros
y gorjean mejor los ruiseñores.


VIII

   Es el mundo sensible
un conjunto de notas armoniosas,  165
desde el ruido ondulante y apacible
que forman al volar las mariposas,
hasta el ritmo visible
de la grande armonía de las cosas.
Y aunque el murmullo universal levanta  170
himnos sin forma, e informes elegías,
para el que sabe oír lo que Dios canta
el orbe es un compuesto de armonías,
siendo en los campos, para todo el que ama,
un arpa cada rama  175
al ponerse en confuso movimiento
las notas disconformes que derrama
todo árbol, agitado por el viento;
y el mar, esa otra música infinita
que el curso entero del sonido imita  180
desde el canto guerrero hasta la endecha,
remeda sin cesar, murmure o truene,
la rugiente pasión la ola que viene,
la ola que va nuestra ansia satisfecha!


IX

   Bendecida y bendita  185
la armonía, es el alma que palpita
en toda acción, solemnidad o rito.
¡Inmensa, universal, cosmopolita,
la Música es la voz de lo infinito!
Ella a la pobre humanidad hechiza,  190
triste, alegre, marcial y juguetona,
y el amor del hogar inmortaliza,
pues, en no escrita tradición, entona
la canción siempre igual y monótona
de la abuela, la madre y la nodriza!  195


X

   ¡Gloria y honor al arte placentero
que, embriagando las almas de ternura,
hace del mundo entero
el espejo más fiel y verdadero
de una casa de locos sin locura!  200
¡Lira de Orfeo, que el amor nos pinta
alegrando al infierno,
mi voz te ha de cantar, hasta que extinta
se desvanezca en el silencio eterno!
¿Qué importa que tu numen vagaroso  205
prometa un ideal, que no se alcanza,
si lo que hay de más real y delicioso,
aun esperando el cielo, es la esperanza?
¿Qué importa que las dulces emociones
que despiertan tus cantos halagüeños  210
sean sólo visiones de unos sueños,
o más cierto, visiones de visiones,
si siempre en este mundo
viviremos soñando
y estaremos ilusos descifrando  215
el problema fatal de Segismundo?


XI

   Y el sol ¿en dónde está? Pero ¡qué miro!
ya las tinieblas al silencio llaman.
Bien dicen los que te aman
que a tu lado la vida es un suspiro.  220
Y ya que hermosamente
se agrandan para ver tus bellos ojos,
pues ya el sol, como un rey, en Occidente
se envuelve, al destronarse, en mantos rojos,
mantos de luz que al acabarse el día  225
sólo las cumbres de los montes doran,
partamos pues. Ya te diré otro día
si, expresando su pena o su alegría,
las aves, al cantar, cantan o lloran.
Y pues, ya triste de la luz la ausencia  230
trae la sombra, y con la sombra el luto,
y reina la elocuencia
del silencio absoluto,
que es la nota en que grita la conciencia,
marchemos ya: ¿qué esperas?  235
Ve en la humedad de mi marchita frente
cómo el aire, al pasar por las praderas,
—410→
se impregna dulcemente
de un lánguido vapor de adormideras;
y cómo, al confundir todos los ruidos,  240
en vago remolino nebuloso
va dejando el crepúsculo en reposo
pájaros, luz, esencias y sonidos!


XII

   Pues se va el ruiseñor y el día parte,
tú y yo, y tus padres y tu bella hermana,  245
como dice la frase castellana,
marchemos con la música a otra parte,
para seguir pensando hoy y mañana
tu padre en los problemas de la historia,
tu madre en vuestra suerte,  250
tú en la fe y en la gloria,
tu hermana en el amor, y yo en la muerte
Pero al decirte adiós, niña querida,
déjame que primero
te diga veinte veces que te quiero  255
y te querré mientras que tenga vida,
pues que serás, espero,
además de alabada en mis cantares,
adorada por bella y virtuosa,
en el mundo, primero como hermosa,  260
y después, como santa en los altares.



  —411→  

ArribaAbajoLa lira rota

Poema en un canto


A mi buena amiga Anita Canalejas y Morayta.


Unas veces te dejará Dios, y otras te perseguirá el prójimo, y lo que peor es, muchas veces te descontentarás de ti mismo, y no serás aliviado ni confortado con ningún remedio ni consuelo.


(Kempis, lib. II, cap. XII)                





I

    Era Ginés Briones
un amante de Euterpe y de Talía,
que cantaba canciones
de un subido color que él no entendía.
Con la fe de un artista verdadero,  5
entró a servir a un músico de orquesta,
al cual, con todo esmero,
en los días de fiesta
le limpiaba el trombón con el plumero.
Pasó a aprendiz de monaguillo a poco;  10
y llegando a ser luego
lazarillo de ciego,
le dio un duro una vez cierto inglés loco,
y al fin de muchos tratos y contratos,
compró el ex-monaguillo  15
a un quinto aragonés un guitarrillo
por diez reales, un pan y unos zapatos.


II

   Dueño ya del endeble guitarrillo,
coleccionó las coplas que sabía,
y, remedando al ciego, el lazarillo  20
pudo ascender a ciego que veía.
Y cierto el rapazuelo de que encanta
con las coplas que inventa,
aunque a las viejas pérfidas espanta
por no saber a veces darse cuenta  25
de la sal y pimienta
que tienen las canciones que les canta,
punteando por las calles de la villa,
con aires de buen mozo provinciano,
era el niño Ginés, el sevillano,  30
un pequeño barbero de Sevilla.


III

   Nació en la tierra del amor emporio,
patria del gran Tenorio,
de quien dicen que un día,
para aliviar sus penas,  35
mandó hacer de las rubias que quería
una manta de rizos, que tendía
sobre un colchón de bucles de morenas;
y alumno fiel de su inmortal paisano,
Ginés el sevillano,  40
—412→
siendo un tipo acabado de inocencia,
en los doce o trece años que tenía
ya era un ser tan precoz, que parecía
que contaba catorce de experiencia;
pues haciéndose el loco,  45
y así como al descuido,
para hablar a las niñas al oído
se acercaba lo justo y otro poco.


IV

   Y su genio era tal, que es muy posible
que fuese un día un músico perfecto,  50
a no tener ese vulgar defecto
de abusar del bordón en lo sensible;
pues, agudo y flexible,
en los muchos cantares
que solía inventar, o que aprendía,  55
cantaba alegremente sus pesares;
y otras veces, uniendo con destreza
la pena y la alegría,
como buen andaluz, también sabía
cantar sus alegrías con tristeza.  60
Y, aunque no sin sonrojo,
sabiendo ya que el suspirar consuela,
fiel de Don Juan a la amorosa escuela,
tenía Ginesillo el bello antojo
de alabar en sus coplas inocentes  65
diez rubias de diez rubios diferentes,
desde el rubio castaño al rubio rojo;
y como era tan pobre o más que Homero,
de estas diez parroquianas que tenía
el músico y poeta callejero,  70
en premio de sus coplas, recibía
ya rosquillas, ya azúcar, ya dinero.


V

   Cantaba el niño una canción un día
a la divina Clara,
una rubia preciosa que tenía  75
el corazón más bello que la cara;
y mientras él la copla repetía,
alegre como un loco,
la niña el canto oía
distraída arrancando poco a poco  80
las hojas de una flor que se comía.
¡Distracción natural! pues siempre encantan
esos tonos suaves,
tan llenos de ternura,
del género melódico en que cantan  85
los hombres sin ventura,
las mujeres, los niños y las aves.


VI

   En tanto que él cantaba,
puesta al balcón la joven hechicera,
en un fondo de luz se destacaba,  90
y Ginés, que, cantando, suspiraba,
no sabía siquiera
la canción que entonaba,
admirado de ver que la niña era
lo más bello del cielo que miraba.  95
Y él abajo, ella arriba,
mientras él, siempre vivo y siempre amando,
esta tierna canción sigue entonando,
ella, mucho más viva,
se parece a Rosina contemplando  100
a un esbozo de Conde de Almaviva:
      «Está tu imagen, que admiro,
      tan pegada a mi deseo,
      que si al espejo me miro,
      en vez de verme, te veo.»  105


VII

   ¡Oh extrañas peripecias de la vida!
Escuchando al cantor, agradecida,
Clara un suspiro de placer exhala,
y, de gozo aturdida,
una gruesa moneda le regala,  110
que arroja del balcón, con tan mal arte,
que la moneda ¡chas! como una bala
la guitarra pasó de parte a parte.
A este horror el poeta callejero
creyó que en un abismo  115
sus pies se hundían, y que al tiempo mismo
caía roto el Universo entero.
Mas pronto, vuelto en sí, se orienta y nota
que no se hundió bajo sus pies el suelo,
y que, a pesar de su guitarra rota,  120
no se cuarteó la bóveda del cielo.


VIII

   Al rumor del fracaso, en un momento
se vio la calle de curiosos llena:
la moneda al caer la hurtó un hambriento,
y uniendo el buen humor al sentimiento,  125
en tanto que Ginés muere de pena,
el público le silba de contento.
¡Oh ruin placer de la desdicha ajena!
La envidia es la polilla del talento.


IX

   Renunciando a las artes con trabajo,  130
Ginés la silba colosal oía,
y altivo, aunque un poquito cabizbajo,
las cejas con la gorra se cubría;
—413→
y echando calle abajo, calle abajo,
con ganas de llorar se sonreía,  135
mientras que tristemente,
aquella pobre Clara que, inocente,
por hacer un favor mató un destino,
con el mudo terror de un asesino,
se espantó de manera  140
que, de haber sido buena, arrepentida,
dejó el balcón, cerrando la vidriera,
más pálida que Bruto el parricida.


X

   Así, con vario estruendo,
se fueron dispersando,  145
el público riendo,
el trovador gimiendo,
y la hermosura del balcón llorando.


XI

   Aunque en su erguido talle
aun mostraba el orgullo de un Tenorio,  150
Ginés dobló la esquina de una calle
para huir de las burlas de las gentes,
pues en el gran Madrid, como es notorio,
una esquina es un cabo o promontorio
que divide dos mares diferentes.  155
Detuvo allí sus vacilantes pasos,
y pensó en su destino venidero
dos minutos escasos,
dos minutos, esto es, un siglo entero;
y al verse sin industria y sin dinero,  160
lloró, como lo que era, como un niño;
y volviendo hacia el cielo la mirada
ya olvidando la silba y la moneda,
tan sólo recordó su alma angustiada
de su madre el cariño  165
y el amor de su patria abandonada.
¡Patria querida! ¡Madre idolatrada!
Si nos faltáis vosotras, ¿qué nos queda?
¡Dios en el cielo, y en la tierra nada!


XII

   Y salió de Madrid. Y con denuedo  170
el roto guitarrillo lanzó al río
desde lo alto del puente de Toledo;
y arrostrando con brío
la soledad y el miedo,
la sed y el hambre, y el calor y el frío,  175
se fue a Sevilla a pie, como un cualquiera,
pues no teniendo un real su faltriquera,
claramente discurro
que no iría a su patria, aunque quisiera,
como el rey de Ivetot, montado en burro.  180
Y así marchando hacia el paterno suelo,
todos los males de la vida prueba,
sin que le guarde del rigor del hielo
la chaqueta prehistórica que lleva,
chaqueta que su madre le hizo nueva  185
de un trozo de una capa de su abuelo.
¡Sigue, Ginés; camina resignado,
y rinde al peso del dolor tus bríos!
Para vencer todo el rigor del hado,
¿qué valen tus esfuerzos ni los míos,  190
cuando un grano de arena atravesado,
puede torcer el curso de los ríos?


XIII

   ¡Con cuánto desaliento
a su patria volvía
el que en algún momento,  195
cuando el redoble del tambor oía,
soñaba, en su ilusión, que llegaría
a músico mayor de un regimiento!
¡Ay! ¡con cuánta agonía,
el que aspiró a ser dios de la armonía,  200
renuncia ya a la necia vanagloria
de pensar que algún día
le nombraran los fastos de la historia!
¡El pobre no sabía
que, al revés de ese sol de Mediodía,  205
el gran sol de la gloria
quema de lejos y de cerca enfría!


XIV

   Como nadie le daba
los dulces y el dinero que ganaba
cuando echaba sus coplas a las niñas,  210
en Castilla y la Mancha merodeaba
comiéndose las uvas que pillaba
a espaldas de los guardas de las viñas.
Cuantos seres sentían o pensaban,
y sus viles harapos contemplaban,  215
contra él inicuos su furor volvían;
los niños le silbaban,
los viejos se reían,
los perros, que antes sólo le ladraban,
ya, al pasar por las eras, le mordían!  220
¡Confiesa, Ana, que aterra
el ver a un niño en tan inmenso duelo!
¿Por qué habrá tantas cosas que en la tierra
quitan las ganas de mirar al cielo?


XV

   Y en el supremo día  225
en que el suelo feraz de Andalucía
—414→
a contemplar volvió por vez primera,
se sintió tan feliz, que de alegría
el joven trovador se comería
una hogaza de pan, si la tuviera.  230
Pero a falta de pan, el pobrecito,
merodeando también como en Castilla,
comía, cual si fuesen pan bendito,
en Córdoba cogollos de palmito,
e higos chumbos bajando hacia Sevilla.  235
Y al ver la gran ciudad, gritó extasiado:
-¡Sevilla, patria mía!-
Pero apenas había
en el recinto de Sevilla entrado,
cuando Ginés, exánime y gozoso,  240
se cayó desmayado.
¡Está bien castigado
ese artista ambicioso
que pretendía amar y ser amado,
tocar la lira bien y ser dichoso!  245


XVI

   Llevado al hospital, y satisfecho
cual Nerón moribundo,
pensó al caer sobre el jergón de un lecho:
«¡Qué gran músico en mí se pierde el mundo!»
Y en la cama ciento once abandonado,  250
puesto a dicta, aunque hambriento,
se murió dulcemente y resignado
lo mismo que un pichón sin alimento;
y después de una autopsia inoportuna
que se le hizo a Ginés el sevillano,  255
declaró un cirujano
que se murió sin novedad alguna,
Y al difunto ciento once, al otro día,
sin adquirir el nombre que tendría,
las entrañas abiertas le juntaron,  260
y envuelto en los andrajos que traía,
por quitarle de en medio, le enterraron.
¡Oh suerte desdichada!
¡Cuánta noble ambición desvanecida!
¡Qué alegre es la existencia a la subida!  265
Y ¡qué llena de horror a la bajada!
Primero, ¡acordes, magnetismo, vida!...
Después, ¡silencio, desaliento, nada!...


XVII

   -Pero ¿y Dios? me preguntas compasiva.
Para él ¿dónde está el Dios sublime y tierno?-  270
El Dios tierno, hija mía, está allá arriba,
sentado a la derecha del Eterno;
y vive convencida
de que si ha puesto su paciencia a prueba,
tendrá la recompensa merecida,  275
y que al pobre Ginés en la otra vida
le ha de dar Dios una guitarra nueva.
Modera tu aflicción, y ten presente
que entre el cielo y la tierra hay un abismo;
que no suele hacer Dios lo que consiente,  280
y que es común, desventuradamente,
que el bien produzca el mal, como el mal mismo.
Y ¿qué son bien y mal, placer y duelo
mas que cosas fugaces cual la vida?
¿Me dices que para esto no hay consuelo?  285
Y yo ¿qué le he de hacer, Ana querida?
Así es la tierra!... y ¡ay!... ¡así es el cielo!...



  —415→  

ArribaAbajoLos caminos de la dicha

Poema en tres cantos


A mi querido sobrino D. Cayetano de Alvear y Ramírez de Arellano.






Canto primero

Carta de un tío paterno, dirigida a su sobrino el autor de este poema



I

    Sé que te vas, y mi alma te acompaña.
Navia es de Asturias la región más bella,
aun siendo Asturias lo mejor de España;
mas vete a descubrir a tierra extraña
de tu ambición la misteriosa estrella:  5
cual Mahoma al llamar a la montaña,
«pues no viene ella a ti, ve tú hacia ella.»


II

   Vete a Madrid y arroja las cadenas
que te atan a los seres
que desde niño con el alma quieres,  10
y busca, en horas de entusiasmo llenas,
el fuego tentador de los placeres,
de la pasión las adorables penas,
el goce de la gloria y las mujeres.


III

   No es el campo, sobrino,  15
la tierra en que germina la ventura
del humano destino,
aunque así lo asegura
Virgilio, que era un tierno campesino,
con un talento igual a su ternura.  20
¿Quién en el campo a soportar se atreve
los cambios incesantes
de la lluvia y la nieve,
aunque nos juren antes
que cada vez que llueve  25
hace el cielo una siembra de diamantes?
¡No hay suerte a la verdad más importuna
que tengan que gozar desde la cuna
nuestros sentidos, de placer sedientos,
la insípida fortuna  30
de ver y oír atentos
un día y mil, sin diferencia alguna,
ruidos del mar, rumores de los vientos,
rayos del sol, matices de la luna!


IV

   Mientras a Dios le ruego  35
que te dé su ventura,
y en tanto que con mística ternura
a su divina voluntad me entrego
(pues en cosas de fe, según el cura,
para ver algo claro hay que ser ciego),  40
tú aléjate contento
y realiza el feliz presentimiento
que en tu viril naturaleza fundo.
Ese pueblo de Navia es un convento;
si tienes corazón y entendimiento,  45
—416→
echa el mundo a un rincón y hazte otro mundo.
Para darte, sobrino, estos consejos
tengo hoy motivos graves,
pues he visto ayer tarde a los vencejos
volar de cierto modo; y tú ya sabes  50
que los augures viejos
el porvenir leían desde lejos
el vuelo interpretando de las aves.
Ten en mí confianza
y afronta la ambición con alma fuerte;  55
así te evitarás la triste suerte
de ver, cual yo, pasar en lontananza
después de una esperanza, otra esperanza,
¡y luego otra! ¡y luego otra! ¡hasta la muerte!


V

   Y mientras corre la existencia mía  60
en ver cómo tu tía
el tiempo, el oro y la paciencia gasta
en vestir de la iglesia los altares
(imitando en lo buena y lo entusiasta
la esposa del Cantar de los Cantares  65
furiosamente enamorada y casta),
tú, parodiando en su afición guerrera,
y aunque sea también en lo hugonote,
a tu tío Fabián, el calavera,
que es más loco y matón que un Don Quijote,  70
vete a ser gran artista, o gran guerrero,
con frente altiva y corazón entero,
pues no hay cosa mejor que ver a un hombre
cómo eleva su nombre
a Pontífice, o Rey, desde porquero.  75
Y aunque sé que en los campos hay momentos
en que templan del mundo los pesares
rumores de las aguas y los vientos,
flores, aves, amores y cantares,
quiero que tengas siempre en la memoria  80
que, más que este placer, vale la gloria
de sacar del olvido
una raza, aunque noble, sin historia.
Y cuando, ausente del paterno techo,
el cielo te depare honra y provecho,  85
y la envidia, encubriendo sus rencores,
grabe en letras de molde tus loores,
tu tío los leerá más satisfecho
que una niña que escucha desde el lecho
en la alta noche una canción de amores.  90


VI

   ¿La dicha de un lugar?... ¡Maldita sea!
Un sepulcro sin paz es cada aldea.
Estaba San Jerónimo en lo cierto
cuando dijo una vez: «Roma, o el desierto.»
Y aunque es mucha verdad que yo he sentido  95
mil veces un placer desconocido
cuando, al morir el sol en Occidente,
se apaga todo ruido
y se oye solamente
el himno de las aguas de la fuente,  100
la elegía sin fin del mar dormido,
tú abandona los tiernos amorcillos
a esos pechos sencillos
que hasta encuentran un son que los recrea
en el ritmo invariable de los grillos  105
que cantan en los prados de la aldea;
y lleno de ilusiones,
ten, sobrino, presente
que del mundo en las múltiples regiones,
sólo es vivir realmente  110
cuando son nuestro pecho y nuestra mente
un huracán de ideas y pasiones.


VII

   Y pues me deja el sol, también te dejo.
¡Adiós! que siendo de virtud espejo,
no aficiones jamás tu mano avara  115
del oro y de la plata al vil manejo.
Fortuna grande y pronta es cosa rara,
y, como dice un castellano viejo,
nunca el Duero creció con agua clara.
En la pública escena  120
no adules para nada
la multitud, que es ignorante y buena.
Con la frente serena
defiende con tu lengua y con tu espada
la noble condición de los Pompeyos;  125
y, digno siempre de tu estirpe honrada,
no enrojezcas con ácidos plebeyos
la sangre de tu madre algo azulada.
Te mando esos cien duros. Hazte un traje
que tenga mejor corte que los míos:  130
es propio el buen vestir de un buen linaje.
No olvides que el más bueno de los tíos
es Celedonio Campoamor. -¡Buen viaje!


Canto segundo

Carta de un tío materno, dirigida a su sobrino el autor de este poema



I

   ¿Me han dicho que te vas, y que nos dejas?
No lo quiero creer; mas si te alejas,  135
—417→
en tu vida azarosa
verás por cada joven veinte viejas,
y cien feas o más por cada hermosa.
Tu espíritu anhelante
no encontrará en la tierra un solo amigo,  140
ni una mujer, constante...
Hago mal en decir esto que digo,
pero, en fin, ya lo he dicho, y adelante.


II

   ¿Insistes en partir? ¡Ay! por lo visto,
ebrio de amor, de gloria y de riqueza,  145
comienza a fermentar en tu cabeza
la fecunda ilusión de la imprevisto.
Márchate, pues; que mientras tú emponzoñas
tu corazón, que es bueno como el mío,
en el campo tu tío  150
con pedazos de caña hará zamponas;
y siendo ya además tan buen creyente,
como esas almas bellas
que candorosamente
llaman cielo al espacio y las estrellas,  155
con sano corazón y pura mente,
entre mozas de bien y lugareños,
compondré mi ventura fácilmente
con flores y con luz, música y sueños.


III

   Ya sabrás en Madrid, si no lo sabes,  160
que, de mí se ha de hacer larga memoria
al relatar los escritores graves
las grandes niñerías de la historia:
pues en la guerra han sido,
si mal reconocidos, muy sonados  165
los golpes que yo he dado y recibido;
aunque si he de ser franco, bien contados,
son más los recibidos que los dados.
¡Oh término fatal de mi grandeza!
¿A quién no causa risa la memoria  170
de un héroe a quien le rompen la cabeza?
Es un tratado de moral mi historia:
después de mucho amor y mucha gloria,
¿qué he alcanzado? Este reuma y la pobreza.


IV

   Como ya en un rincón busco el reposo,  175
a la pobreza y la virtud me atengo;
y, puesto que es forzoso,
después que me he metido a virtuoso,
desprecio mucho el oro que no tengo:
pero, hablando, cual suelo, vivo y claro,  180
te confiesa mi orgullo, aunque lo siente,
que hoy bebo de lo tinto solamente,
yo que siempre he bebido de lo caro,
y vuelvo a confesarte con franqueza
que, en mi suerte variada,  185
después de haber gozado la riqueza,
no conozco una cosa más forzada
que entrar en la virtud por la pobreza;
y es que tener dinero y ser soldado
sería un imposible realizado,  190
como el milagro de tu tía Andrea,
que es de Avilés, y sin embargo es fea.
¡Muy fea! Y tú no extrañes si atrevido
hoy de tu tía el mérito rebaja
un hombre como yo, que siempre ha sido  195
soldado del amor hasta que, herido,
la fuerza de la edad le dio de baja;
mas aunque yo en materia de placeres
puedo jurar por Venus y por Baco
que, excepto el vino, el juego y el tabaco,  200
no tuve más pasión que las mujeres,
permíteme que escriba,
aunque sé que te pesa,
contra una lugareña tan altiva
que, porque fue alcaldesa,  205
se peina pelo arriba, pelo arriba,
lo mismo que si fuese una duquesa.
¿No es natural que la paciencia pierda
quien sabe que tu tía, aunque es tan lerda,
domina a Celedonio de tal modo  210
que bi-sexual, por imitarla en todo,
se abrocha los botones a la izquierda?
Y es feliz sin embargo, y yo te juro
que ya vivir oscuro
como tu tío Celedonio quiero,  215
que, sin saber que hay guerras ni pan duro,
recita de memoria a Horacio entero;
y entre un mastín y su mujer, seguro,
vegeta sin pasado y sin futuro,
siendo de enero a enero  220
feliz como los cerdos de Epicuro,
de los cuales ¡oh dicha! es el primero.


V

   ¡Qué vergüenza la mía!
Oye aparte una cosa reservada:
al volver a esta patria abandonada,  225
ha renacido en mí la idolatría
de una antigua pasión, tan adorada,
que di una vez por ella una estocada
a un inglés muy grosero que bebía,
lo mismo que si fuese una ambrosía,  230
un fermento de lúpulo y cebada.
Y pese a mis enormes desengaños,
adoro, en cuanto es dable, con ahínco
a esta hermosa mujer de treinta y cinco,
que tenía cuarenta hace diez años.  235
—418→
¿Me casaré con ella? Si me caso,
será porque con maña paso a paso
irá excitando la flaqueza mía
con su austera virtud, coquetería
con que Leonor enloquecía al Taso.  240
¡Cuántos héroes famosos
acaban, como yo, por ser esposos
de mujeres cansadas
que la suelen echar de desgraciadas
después de hacer a pares los dichosos!  245
Tal vez sea mi sino
ser feliz, siendo bueno y candoroso,
probando que es verdad el desatino
de que hacen vivir siglos a un esposo
la castidad, las sopas y el buen vino;  250
y ya en mi Rubicón la suerte echada,
imitaré en mi santo matrimonio
el cariño de Andrea y Celedonio,
que gozan de enramada en enramada,
lo mismo que dos tórtolas dichosas,  255
la paz que hay en el seno de las cosas
antes que Dios las saque de la nada;
y siguiendo sus huellas,
¿quién sabe si, abjurando mis errores,
volveré todavía a encontrar bellas  260
la ruda sencillez de los pastores,
las ovejas, las aves y las flores,
la tierra, el mar, la luna y las estrellas?


VI

   ¡Ah! si cual yo demente,
tomas un día estado,  265
que te proteja Dios; mas ten presente
que tienes que mandar o ser mandado,
pues todo esposo bueno y obediente
vive en la hoguera de Abraham tostado.
Y no eches en olvido  270
que no falta marido
que, al mes de ser dichoso,
¡oh tentación del fruto prohibido!
quisiera ser de su querida esposo,
volviendo a ser de su mujer querido.  275


VII

   ¿Te vas al fin? Pues óyeme si quieres
las reglas de moral que te aconsejo:
-De joven sé ateniense en los placeres,
pues serás espartano en siendo viejo.
En lo real e ideal obra de modo  280
que no choquen el alma y la materia.
Quien no aspira a ser nada, ya lo es todo.
No hay amor que resista a la miseria.
Cuando es cuerdo el placer, vive de poco.
Confía en ti primero y en ti luego.  285
Si el creer demasiado es ser un ciego,
el no creer en nada es estar loco.
Sé flexible y tenaz como el acero.
Lavarse bien es la virtud suprema.
Hoy el tener o no tener dinero  290
es el ser o no ser, es el problema.
No busques la constancia en las mujeres,
y si alguna te deja,
la volverás a, conquistar, si quieres,
colgándola un diamante en cada oreja.  295
Procura no encontrar en tu camino
cierta clase de bellas
que forman de la vida un remolino
en el cual todo muere, menos ellas.
Desprecia lo que va por lo que viene.  300
Todo negocio de mujer es malo.
¡Qué bien manda a los hombres el que tiene
en una mano el pan y en otra el palo!
En fin, nunca camines
por cuestas empinadas y escabrosas,  305
pues sólo triunfarás cuando te inclines
del lado de la fuerza de las cosas.-


VIII

   ¿Mis consejos te extrañan?
¿Qué quieres, hijo mío? Aunque te asombres,
para mí ya los hombres  310
sólo al decirme la verdad me engañan.
Siempre tendrás, o pasarás por necio,
como el deber mayor de los deberes,
para todos los hombres el desprecio,
y afecto para todas las mujeres.  315
Yo, del mundo olvidado,
pobre y desengañado,
con el humor más negro,
los desprecio ya tanto, que me alegro
de verme por los hombres despreciado.  320


IX

   Adiós; no extrañarás que no te mande
lo que nunca he tenido,
porque yo siempre he sido,
en no tener un cuarto, Enrique el Grande.
Y como esto es notorio y tan notorio,  325
con mucho amor, y sin ningún dinero,
no te mando ni un real, pero te quiero.
Piñera, a diez, Fabián de Campoosorio.
—419→


Canto tercero

Carta del autor de este poema, dirigida a su sobrino D. Cayetano de Alvear y Ramírez de Arellano



I

   Cayetano querido, ¿con que dices
que en el mundo tú y yo somos felices?  330
Pues aunque tu alma de pesar destroce,
¡oh prez de la española infantería!
te juro por el Rey Alfonso Doce
que no creo en tu dicha ni en la mía.


II

   Yo, que en tiempos pasados,  335
di mis pasos primeros
por huertos que tenían alfombrados
con arena del Navia los senderos,
recuerdo que, llorando sin consuelo,
-No te vayas -mi madre me decía,  340
cuando dejé en mal día
aquel bello rincón del patrio suelo...
¡Ay, pobre madre mía,
con cuánto desconsuelo
y cuánta ingenuidad me prometía  345
su voz la dicha y su mirada el cielo!


III

   Mas la patria dejé; y antes que siga
la historia de mis nuevos sinsabores,
permite que, en honor de mis amores,
me seque estas dos lágrimas, y diga  350
que mi tío Fabián en sus estados
viviendo, como un tiempo los cruzados,
lloró, casi vecino a la pobreza,
su tiempo y su dinero malgastados,
en cuanto echó de menos con tristeza  355
el vino de Jerez de veinte grados
que se sube volando a la cabeza;
y, olvidado y sin gloria,
sintiendo, viejo ya, los sinsabores
de su variada historia,  360
más que llena de amor, llena de amores,
mi impenitente tío,
probando, como siempre, junto a un río
su pasión por las bellas castellanas,
una noche, pescando hasta la aurora,  365
cogió con un salmón unas tercianas
al lado de una joven pescadora;
y así una fiebre lenta
puso fin a sus muchos desengaños,
por no tener en cuenta  370
que el amor, que es un loco a los veinte años,
es un necio del todo a los sesenta,


IV

   Y en cuanto al otro tío, que quería
que hiciese yo, porque él nunca lo haría,
como Dios otro mundo de la nada,  375
con su vida feliz, algo anticuada,
al lado, siempre al lado de mi tía,
insoportablemente virtuosa,
se murió, para hacer alguna cosa,
por no morirse de fastidio un día;  380
y ella después, de su marido ausente,
y llena por lo mismo de pesares,
siendo esposa más fiel y más ardiente
que aquella del Cantar de los Cantares,
también murió otro día.  385
¡Mi generosa tía!
que una vez con el aire más sencillo
me dio un bolsillo en que guardar dinero,
aunque nunca me dio su amor sincero
dinero que guardar en el bolsillo.  390
—420→


V

    ¡Sólo vivís en la memoria mía,
mis pobres tíos y mi pobre tía!
¿Quién de aquí en adelante
os nombrará con cariñoso acento,
ahora que mi aliento  395
se va apagando, instante por instante,
como muere, extinguiéndose en el viento,
de un pájaro cantor la estrofa errante?
¡Adiós, adiós! ¡Aunque es un desconsuelo,
ya vuestro nombre amado  400
está tan olvidado
como lo está el sepulcro que os encierra;
pues nunca causan a los astros duelo
el que aflijan al suelo
ni el dolor, ni las pestes, ni la guerra,  405
así como no importan a la tierra
las luces que se apagan en el cielo!


VI

   Te empezaba a decir, sobrino mío,
que no hallando la dicha apetecida
cuando seguí, como Fabián mi tío,  410
la izquierda del camino de la vida,
con ciego desvarió
mudé de rumbo, sin mudar de suerte,
pues hallando allí sombra, aquí vacío,
por el lado del bien llegué al hastío,  415
por la senda del mal corrí a la muerte.


VII

   Ignorando mi ciega desventura
que hoy luce más que el sol del oro el brillo,
y que, aunque el verlo es una cosa dura,
da más honor un real en el bolsillo  420
que el llevar una espada a la cintura;
yo con la fe de un ánimo sencillo
tuve ambición, divinidad impura
a quien detesto, al ver en torno mío
fabricantes de leyes  425
que después de mandar a su albedrío,
los augustos fastidios de cien reyes
no igualan todos juntos a su hastío;
y agente vil de esta ambición de un día,
con un pasar cercano a la pobreza,  430
pensé en el oro; pero el alma mía
aprendió en su dorada medianía
que no siempre es alegre la riqueza,
ni siempre la miseria da agonía.
¡No hay palacio sin algo de tristeza,  435
ni choza sin un poco de alegría!
¿Qué importa que las almas codiciosas
tengan por verdadero
que aquello que más vale es el dinero,
porque compran con él todas las cosas,  440
si, al hacer un examen de conciencia,
tengo el dolor profundo
de ver que, en el bazar de la experiencia,
no compra todo el oro de este mundo
la paz de un solo día de inocencia?  445


VIII

   ¡Ay! ¿Y el amor? En el humano juego
que es muy común no ignoro
probar por la mujer que el hombre es ciego,
como se prueba el oro por el fuego
y la mujer se prueba por el oro.  450
De ese fatal amor, ¿hay medio acaso
de huir la acción, cuando impensadamente
la voz de una mujer que suena al paso
se suele estar oyendo eternamente?
Yo al templo del amor corrí insensato  455
cuando tenía apenas
la edad en que en las venas
la sangre juvenil toca a rebato;
mas no me dio ventura
la suerte para mí siempre enemiga,  460
ni en la santa abstinencia, ni en la hartura,
pues vi con amargura
que, así como el placer da en la fatiga,
la abstención del amor da en la locura.


IX

   Y como es el humano sentimiento  465
una gran colección de ecos dormidos
a los cuales despierta en un momento
en el mundo inmortal del pensamiento
cualquier cosa que llama a los sentidos,
una mujer, un pájaro, un acento,  470
admirado y sensible
con sed inextinguible
mude de amor y cultivé las artes;
mas bebí en todas partes
la eterna tentación de lo imposible.  475


X

   Después busqué el saber; mas tú no creas
en la base eternal de los derechos,
pues, pese a las ideas,
llevan el mundo a puntapiés los hechos.
No hay ciencias que no sean deleznables,  480
pues, excepto la fe, que encuentra apoyo
del cielo en los abismos insondables,
solamente las piedras del arroyo
pueden tener principios inmutables.
Yo con fe verdadera  485
apuré del saber la ciencia entera,
¿Y qué he sabido al cabo?
Que el hombre, iluso, de sí mismo esclavo,
lo que ve en su interior, eso ve fuera.
Nunca pude, rodeado de placeres,  490
hacer de mis deberes sentimientos,
porque a fuerza de penas y escarmientos
troqué mis sentimientos en deberes;
y es que los corazones
en las cosas humanas  495
presumen ver lo real, viendo visiones,
y los ojos, más que ojos, son ventanas
donde a mirar se asoman las pasiones.


XI

   ¿Qué ha conseguido al fin la ciencia mía?
Dudar y más dudar; tanto, que temo  500
que he de ser algún día
como Esquilo apedreado por blasfemo;
y después de dudar, no he hallado el modo
de desechar el tedio,
pues en un mundo de ignorancia y lodo,  505
no cabiendo en la fe término medio,
o se cree todo, o se desprecia todo.
Por eso, con el alma destrozada,
tras una juventud desvanecida
llegué, ignorante, a esta vejez cansada,  510
y en mi ansia de saber indefinida,
buscando lo infinito de la vida,
sólo hallé lo infinito de la nada!


XII

   No hay dicha, o no la hallé, sobrino amado;
el caminar por el izquierdo lado  515
es igual a marchar por el derecho.
Para purgar la pena del pecado
Dios hizo así este mundo malhadado,
y hay que tomarlo al fin como Él lo ha hecho.
—421→
Jamás dieron la paz a mi conciencia  520
ni la ambición, ni el arte, ni la ciencia;
y corriendo de Oriente hacia Occidente,
ni a izquierda, ni a derecha, ni de frente
pude alcanzar de la ventura el precio;
y al bien y al mal, también indiferente,  525
hasta me vi abrumado tristemente
por mi propio desprecio,
pues fui bueno, y me hallaron inocente,
quise ser malo, y me encontraron necio.


XIII

   ¡Ah! ¡feliz el que olvida  530
que en el mundo no hay dicha verdadera;
y dichoso también el que en la vida
sufre, llora y trabaja, pero espera!
¡Esperar! ¡Esperar! ¿Tendré la suerte
de encontrar la ventura apetecida,  535
al librarme la muerte
de este abierto presidio de la vida?
¡Sí! ¡Sí! ¡La fe me llevará mañana
a la inmortal Jerusalén divina,
ya que no hallé la senda que encamina  540
a la ciudad de la ventura humana!
Y aunque la suerte aquí la espero en vano,
si abajo hay una dicha como arriba,
ruega a Dios, Cayetano,
que, si no es un arcano,  545
en un término breve y perentorio,
alguna alma piadosa se lo escriba
a Madrid, que es emporio
de todas las desdichas de este mundo,
Cortes, ocho, segundo,  550
a RAMÓN CAMPOAMOR Y CAMPOOSORIO.