Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice


Abajo

Menéndez Pidal: geografía lingüística y geografía folclórica

Manuel Alvar





  —375→  

La formación lingüística de Menéndez Pidal se hizo dentro de la doctrina positivista1, la única que científicamente era válida en el siglo XIX. Sólo el comparatismo historicista podía exhibirse como motivo prestigioso y , si para apoyar la afirmación tuviera que aducir un ejemplo cíe nuestro mundo, recordaría uno de valor singular: don Andrés Bello. En 1847 publicó la primera edición de su Gramática; en 1850, la segunda; en 1857, la cuarta, pues la tercera (1853) es «idéntica a la segunda» ; en 1860, la quinta. Son las impresiones que el autor vigiló. Pero ese ritmo de una edición distinta cada tres años se quiebra en el período de 1850 a 1857, justamente el tiempo en que redactó los Apuntes sobre el estado de la lengua castellana en el siglo XIII, que figuran como apéndice a su edición del Poema del Cid (1854)2. Don Andrés Bello quiso ganar un prestigio científico con un método que era universalmente reconocido, aunque le retrasara la reelaboración de su obra capital. Menéndez Pidal adquirió esa formación que lo situó dentro de la mejor ciencia de   —376→   su tiempo, de ella no se apartó en el tratamiento de los datos3, pero abrió sus horizontes a cuanto significó un enriquecimiento doctrinal. Y he aquí que nos enfrentamos con un problema capital: cómo sacar al positivismo metodológico de unos moldes muy cerrados y proyectarlo a una interpretación ampliamente humana y cultural de los hechos. Como veremos, Menéndez Pidal llegará a coincidir con el idealismo a través de sus estudios sobre la poesía tradicional y, por el camino, se encontró con la geografía lingüística.

En 1905, publicó don Ramón la endecha sefardí Muerte que a todos convida, según el texto: tangerino de José Benoliel4, pero esta edición era contraria al propio espíritu del maestro, pues había sido embellecida por retoques de su colector5. Justamente en 1906, Menéndez Pidal habló ya de tradicionalidad con referencias al romancero6, publicó el Catálogo del romancero judío-español7 y, a partir de 1914, iba a verter como una inagotable catarata sus estudios sobre Poesía popular y romanceros8 que culminarían en el memorable estudio de Gerineldo y la boda   —377→   estorbada (1920)9 y, dos años después, en los planteamientos teóricos de Poesía popular y poesía tradicional en la literatura española10. En estos diecisiete años la doctrina del maestro se había enriquecido no poco: el descubrimiento de la poesía tradicional fue decisivo para su quehacer. Con intuiciones muy claras, y hasta con formulaciones precisas11, Milá y Fontanals y Menéndez Pelayo se habían enfrentado con el problema y habían atisbado soluciones, pero fue Menéndez Pidal quien, al descubrir el sentido de las versiones de los romances o al encontrar la primitiva lírica castellana (1919), había establecido lo que es una «poesía que vive en variantes»12 y, como escribiría en su ensayo sobre la geografía folclórica, la investigación necesita de ese acumular versiones y discrepancias para establecer conclusiones válidas13.

Hemos llegado a uno de nuestros esperaderos. Menéndez Pidal se apoyó en la metodología del positivismo, desde ella llegó a formular unos principios teóricos que le hicieron valorar las variantes de cada recitador y aun comprender que la vida de esta poesía estaba en su continua mutación. Precisamente para recoger tales variantes redactó un Catálogo del que aún nos servimos; después, la reducción se imponía sin vacilaciones: las diferencias tenían -entre otras cosas- carácter geográfico y desde él se explicaban otras mil cuestiones. Luego, nada extraña la culminación de tantos proyectos en un cuerpo teórico. Algo ha pasado entre tanto, aunque en un principio no se viera en toda su trascendencia.

En 1916, publicó una larga, y severa, reseña sobre la frontera catalano-aragonesa de Antoni Griera14. Muchas veces he   —378→   leído estas páginas y siempre con provecho. Volver ahora sobre ellas, cuando tanto he trabajado con cuestionarios (para recoger romances, para transcribir hablas vivas) me ha deparado no pocas sorpresas. Dejemos aparte -y ya es dejar- la sabiduría y la sagacidad del maestro, pero no podremos olvidar que hace más de setenta años postulara por una estadística lingüística, se enfrentara con problemas de las lenguas en contacto, mostrara la irradiación de los fenómenos desde unos determinados focos, dedujera la inestabilidad de los límites dialectales, por no hablar de otros mil razonamientos históricos y culturales en los que su saber lleva a conclusiones definitivas. Pero quiero señalar algo que me parece de interés: su valoración de la recogida de materiales con un cuestionario, que es un método, no el método de toda investigación, y las conclusiones que apuntaban ya a lo que sería su postura científica al redactar las conclusiones de los Orígenes del español15. No rechazó el uso del cuestionario, sino que lo redujo a sus naturales límites, y, no se olvide, no otra cosa que un cuestionario es su Catálogo del romancero sefardí y no otra cosa que un gran trabajo con cuestionario fue su proyecto, malogrado para siempre, del Atlas lingüístico de la Península Ibérica16. Fuera de esto, resulta que -desde la tesis de Griera- Menéndez Pidal había llegado a unas conclusiones que serían las que fuera d e nuestros pagos llevarían -de la mano de Jud y Jaberg- a caminar adelante en las trochas abiertas por Gilliéron. Porque, si creemos que el pensamiento de Menéndez Pidal llegó a estos resultados sin saber de otras metodologías, deberemos recoger la genialidad de su intuición; si alcanzó las metas sabiendo lo que la romanística había producido, nos asombraremos por aquel increíble estar al día. Y, tal vez, debamos pensar en hermanar genialidad y conocimiento, porque, si el estudio de la frontera catalano-aragonesa17 nos ha hecho pensar en Die Sprachgeographie de Jaberg18, el estudio de las variantes de los romances de Gerineldo y la boda estorbada nos presentan la aplicación, al análisis de las baladas, de los principios de Gilliéron.

Y he aquí que todo ha venido a enlazarse y hemos de dar sentido a lo que se nos presenta heterogéneo. Menéndez Pidal fue positivista, pero no se limitó a seguir una escuela y a dar los problemas por resueltos. Al contrario, abandonó lo que eran estrechos planteamientos y vino a coincidir con otros métodos, porque el desvelamiento de su poesía tradicional le obligó a conocer el sentido de la variante; es decir, frente a la visión monolítica de los hechos, la relatividad. O si se quiere con otras palabras: el acto comunicativo frente a la abstracción, y he aquí que esto no era otra cosa que llegar a la antinomia saussureana del habla frente a la lengua. Don Ramón había sido ginebrino avant la lettre, pues había encontrado sentido a la variante, algo que muy poco o nada dijo a los investigadores románticos19. Pero si con esto había roto unos moldes anquilosados, insistamos en un hecho fundamental: preparó un Catálogo que venía a ser el cuestionario para recoger esas variantes vivas. Observemos las coincidencias: el primer tomo del Atlas de Francia es de 1905, año del ensayo de Jaberg para interpretar un puñado de mapas; en 1906, habló de romances tradicionales don Ramón y ese mismo año editó por vez primera el Catálogo. La ciencia española caminaba al unísono con los progresos de la ciencia europea digamos lingüística, digamos folclor. Cuando diez años después se encontró con la tesis de Griera, pudo aplicar unos principios teóricos que le eran familiares desde otro campo de investigación, pero que suscitaban cuestiones semejantes: valor de las discrepancias, distribución de formas, centros de irradiación, significado   —380→   de los focos culturales, etc. Por eso -desde su atalaya- pudo volver a la lingüística y resolver los problemas que las variantes fonéticas planteaban, y pudo superar lo que en el positivismo había de limitación. Porque siendo positivista en las exigencias metodológicas, se apartó del positivismo por las mismas razones que Gilliéron y vino a descubrir, como él, una doctrina que resultó ser idealista, por paradójico que parezca. El maestro de la geografía lingüística tomó como punto de partida de sus investigaciones el habla, es decir, el aspecto individual de la comunicación y motivo generador del cambio lingüístico, y, como los idealistas, Gilliéron dio importancia a los factores p síquicos que motivan el cambio. Todas estas consideraciones no son otra cosa -si mudamos el registro- que el estudio de los resortes internos que producen la vida de la poesía tradicional20.

Al encontrar estos acercamientos se nos aclaran otros problemas. Tales como el de la multisecularidad del cambio lingüístico que don Ramón formuló en los Orígenes del español y cuyo enunciado es tan próximo a un texto de poesía tradicional impreso en 195421. En estas páginas introductorias a la reimpresión de un viejo estudio, había muchas cuestiones que valían para su postura de lingüista: superación del positivismo, forma de vida de un texto oral, necesidad del estudio geográfico, estado latente en que «vivió durante siglos la literatura tradicional», etc., etc. Estamos ante algo que formuló en el magistral estudio de 1920:

A menudo cabe considerar estrecha analogía en la vida de los varios productos psicológicos colectivos, especialmente entre el lenguaje y la poesía tradicional [...] y cabe extender esta semejanza a los métodos de estudio que podemos aplicarles. Si el examen de la geografía lingüística da   —381→   excelentes resultados para penetrar en la evolución del lenguaje, los dará también en el de la canción tradicional22.



Y, en efecto, si leyéramos las últimas líneas del ensayo, veríamos la admirable coherencia entre la geografía lingüística de Gilliéron y la geografía folclórica de los investigadores alemanes o finlandeses y, por supuesto, la que don Ramón inauguró entre nosotros. Añadiría más, cuando en 1933 estudió la difusión de otro romance, el hexasílabo de don Bueso -desde la supervivencia de la gesta alemana de Kudrun23-, nos puso en el camino de los principios que Bertoni y Bartoli aplicaron a las áreas laterales en lingüística24. Otra vez, ¿intuición de aquel «homem miragre», como le llamó Leo Spitzer, o ¿conclusiones obtenidas por una agudeza que poseyó el poder de la anticipación?

Porque la geografía folclórica de 1920, fructificó en la geografía lingüística de 1926. La primera edición de los Orígenes del español suscitaba, en lingüística, aquellas mismas cuestiones a las que le llevó el análisis de los romances que se cantaban por nuestros pueblos: la solidaridad de las formas actuales con otras de hace siglos. No otra cosa son los mapas que redactó en su magnus opus que resultan instructivos para nosotros, los dialectólogos de hoy. Cuando Ortega publicó su memorable reseña del libro25 dejó asentados unos principios cuya virtualidad sigue -y seguirá- siendo útil:

Lo que vale más en la obra de Menéndez Pidal no es la infatigable exploración ni el cúmulo de saberes [...]. Ciencia no es erudición, sino teoría. La laboriosidad de un erudito empieza a ser ciencia cuando moviliza los hechos y los saberes hacia una teoría.



Ahí estamos. La distribución geográfica de tantos datos, la cronología de su identificación, la capacidad de combinar todo   —382→   ello con la historia de un pueblo, es lo que hizo definitivamente ciencia al trabajo de don Ramón, pero es que tras la apariencia de tanto informe colocado bajo su lente, lo que había era la vida de una cultura a través del espejo que es su lengua. Desde el rigor de su técnica histórica y de la superación del positivismo había descubierto los hechos de la geografía lingüística, que le iluminaban la distribución de las designaciones de la granada, de la calabaza, de la ciruela, del carnero o de la comadreja. Don Ramón había establecido el principio de la adaptación local de los libros de los boticarios, ni más ni menos a lo que sabemos ahora de los peajes del siglo XV, que tanto ilustran nuestra antigua geografía lingüística. Pero junto a este hecho, en el que se procede por indicios bastante seguros, hay otros que muestran «cierta estabilidad multisecular en el área de extensión de otros vocablos»26. Pienso en el acierto de estas deducciones y cómo los estudios de geografía lingüística le vienen a dar la razón. Lo que él hizo con los textos mozárabes y con las glosas del clérigo Endura, lo razonó una y otra vez el botánico árabe que editó don Miguel Asín27, cuando habla de yerba dols o 'paloduz' en Santa María de Albarracín y 'uruq al-sus' en árabe andalusí, que no es sino el orozuz; cuando habla de la macarcha 'magarza' de la 'ayamiyya', o de la bisnach 'viznaga' del árabe andalusí, cuando habla de la tora 'especie de atónito' de la Frontera superior, conocida como nabello en 'áyamiyya' o napel en Al-Andalus. Y si nos fijamos en la estabilidad de ciertas áreas, me limitaría a recordar que Paul Aebischer, al estudiar los derivados de amydula en Italia, descubre hoy la misma distribución que hace mil años28.

He querido escoger para honrar al maestro un aspecto de su obra que para mí fue siempre atractivo. Durante años he trabajado rodeado por una falta de libros; por eso me dediqué a la geografía lingüística. Las actividades académicas de mi Universidad   —383→   me llevaron a las juderías marroquíes, y me interesé por la geografía folclórica. En ambos caminos me encontré con la sombra de don Ramón. Un día, cuando ya me honraba con su afecto, vio mis mapas del romance de Tamar y me dio cuanto él tenía recogido. Mi homenaje llegó cuando el maestro había muerto29. Hoy vuelvo sobre estos temas muy queridos; la historia de la lengua, la dialectología, la gramática histórica, han sido durante mis cuarenta años de catedrático la presencia cotidiana de Menéndez Pidal en mi quehacer. Pero he querido hablar de lo que elegí fuera de lo que me obligó la docencia y, al pensar sobre todo ello, he descubierto algo que no es nuevo al hablar de don Ramón, pero que ahora se enriquece con nuevos matices la ausencia de dogmatismos, la claridad de juicio, la ponderación del saber, la sagacidad para descubrir nuevos hallazgos o el estudio de cuanto abría nuevos caminos para la investigación.

Un colega tan docto y ecuánime como Yakov Malkiel «confiesa que el corpus de las publicaciones del gran investigador, precisamente en virtud de su monumentalidad casi ciclópea, corre el peligro de convertirse en un laberinto»30. He querido poner algún orden en una parcela de los trabajos de Menéndez Pidal: desde el positivismo, llegó a los caminos que -por bien otros procedimientos- fueron idealistas.

Pero no sé si el idealismo al uso vale para caracterizar a don Ramón: queden señaladas sus discusiones con Leo Spitzer.

Ese fijarse en el habla y no en la lengua, fue -mucho antes que en Saussure- una ocupación literaria que le llevó a la poesía tradicional, al valor de las variantes, al sentido de la geografía, a lo que es la sociedad en la que los hechos se producen. Con reducciones de manual, vendríamos a ver que su idealismo era también sociología, con lo que las caracterizaciones se enmarañan más todavía. Luego, los métodos de trabajo le obligaron a valorar lo que es un cuestionario y a utilizarlo (o recomendarlo) y pasó sin saltos bruscos de la geografía folclórica a la geografía lingüística.

  —384→  

Variantes, inestabilidad, individualismo mil veces repetido no son otra cosa que reflejos de la- vida. Frente a una poesía estática o a una lengua uniforme, lo que Menéndez Pidal ha descubierto es la existencia de esas gentes anónimas que conforman los relatos o configuran la forma de las palabras. Frente al esquematismo de las leyes positivistas, don Ramón hizo vivir a lo que eran rígidos esqueletos y surgieron los cuerpos que vemos mudables y diferenciados, pero solidarios también. De la paleontología pasó a la biología. Por eso no pudo conformarse con los saltos bruscos ni con la inmutabilidad de los procesos. Si en un texto poético descubrió lo que de algún modo pudo llamar estado latente, del mismo modo comprendió la actuación del sustrato lingüístico y la elaboración lentísima de lo que es la vida de una colectividad31. Por eso su concepción tradicional de la epopeya se oponía a la de Bédier y al Volkgeist de los románticos. Era un modo diferente de interpretar la vida de las gestas, como era un modo diferente su comprensión del cambio lingüístico: multisecularidad frente a mutación rápida. Cuántos pasos ignorados desde aquel caballero Enneces de la turma saluitana hasta nuestros Íñigos de hoy? ¿Cuántos silencios vienen desde el bronce de Ascoli hasta los días que vivimos? Y, sin embargo, ¿cuántas sombras presentidas fueron adunando aquellos pasos ignorados?32 Ortega admiraba la erudición de los Orígenes del español y la veía trascendida en la segunda parte de la obra. Tenía razón. Pero en aquellas mil grafías, en aquellos cientos de cientos de variantes había algo más que paciencia, había vida. La torpeza del escriba, la, inseguridad de un signo, la incierta transcripción de una fórmula, eran el testimonio de unos hechos cambiantes, pero ciertos. Nos decían los caminos de unos grupos latinos hacia lo que había de ser elle o jota o che o ceta en la evolución del romance. Pero no hubo un clarín que dijera «de hoy en adelante -LY   —385→   será una palatal lateral o una central», sino que convivieron las formas clásicas con las vulgares, las innovaciones más progresistas con otras tímidas, las soluciones intermedias. En siglos tan remotos y en documentos tan fríos, Menéndez Pidal había descubierto lo que llamamos polimorfismo quienes practicamos la dialectología o la geografía lingüística33. Por eso, en su pensamiento, las leyes fonéticas de los neogramáticos necesitaban para su cumplimiento años y años que nosotros ignoramos, porque el pasado nos cierra la boca de su caverna y el futuro apenas si podemos intuirlo.

No era bastante, Menéndez Pidal, en la continua reelaboración de su ciencia, alentó las empresas que no pudo hacer personalmente y conoció cuánto se hacía en el mundo científico o lo descubrió por su propia iniciativa o se adelantó a todos. Difícil encasillar tanta sagacidad. Una cosa es la recogida de datos, otra la especulación, otra la teoría y otra la condición del hombre. Cuando don Ramón entró en esta casa leyó su discurso sobre El condenado por desconfiado, Gastón Paris dijo «on ne peut qu'admirer le savoir, la forte de pensée et le talent d'exposition que le nouvel académicien a montré dans ce beau discours». Menéndez Pidal tenía entonces treinta y tres años. Menéndez Pelayo le auguraba un feliz destino. No hacen falta elogios y evocaciones. Lo he dicho, para Leo Spitzer era un hombre milagro; acaso lo vemos así desde nuestra perspectiva. pero -también se ha dicho, y lo prefiero- «era omne esencial». Por eso acertó en sus trabajos.





 
Indice