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Miliarios romanos de Villarejo de Fuentes y Alconchel

Blas Valero y Castell







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El impulso dado de algunos años á esta parte para reconstituir y ampliar nuestra Historia patria, ha sido siempre secundado por esta Comisión provincial de Monumentos históricos y artísticos, que se ha esforzado por figurar entre las primeras en lo que toca á buscar monumentos, de tanto interés para fundar sólidamente esta ciencia. No podría tampoco obrar de otra manera, atendida la riqueza de antigüedades que se encuentran á cada paso en esta dilatada provincia, tan poblada en la época romana. Y pruebas son bastantes de este interés lo consignado en la Memoria, que imprimió en 1882, y las comisiones que posteriormente ha confiado á alguno de sus miembros, entre las cuales está la que motiva esta relación.

Encargado, pues, por esta Comisión provincial, y atendiendo asimismo al deseo, vivamente manifestado, de varios señores académicos de la Historia, nacionales y extranjeros, he recorrido el trayecto de vía romana, que se extiende al Poniente de nuestra provincia, desde las cercanías de Uclés hasta el pie del monte, en cuya cima descuella el famoso santuario de Ntra. Sra. de la Cuesta en Alconchel.

Cerca de la Aldehuela, término de Uclés, se descubre indubitable la calzada romana, que va en derechura á cruzar el Jigüela por debajo del cerro Coronado por los restos de la muralla que defendió

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la ciudad suntuosa, hoy denominada Cabeza del Griego, y cuyo nombre no han querido todavía revelar sus numerosos y espléndidos monumentos. Ningún miliario se presentó á nuestra investigación en este trayecto; pero en cambio á unos 500 pasos Nordeste de la que fué Basílica Visigoda, reconociendo las piedras tendidas á flor del suelo mi entusiasta compañero de expedición, D. Ramón García, encontró el fragmento de un espacioso é interesante epígrafe. El cual, examinado por el infatigable académico P. Fita, y compaginado por él con otro, descubierto en 1885 sobre el mismo paraje, ha demostrado que deben buscarse todavía en el mismo lugar por lo menos dos ó tres fragmentos, que encerraban como ellos en apretadas columnas de sobrenombres la memoria de muchísimos individuos, que lo elevaron en obsequio de su patrono, personaje de distinción, que florecía en la primera época del imperio romano.

Este feliz hallazgo me sugirió la idea de pasar por Almonacid del Marquesado, dejando á la izquierda la vía romana, por si allí se encontraban algunos restos de antigua población, conducentes á mi objeto. Una vez allí, y tomadas lenguas de sus vecinos, llegué hasta el emplazamiento del que fué vastísimo cementerio romano, situado al SO. de la población y detrás mismo de la fuente, en cuya era más inmediata, su propietario Felipe Mudarra, sacó hasta 22 urnas cinerarias; urnas que en número considerable se encontraron también al construir el camino que va á Puebla de Almenara y que pasa por el linde S. de la indicada era; siendo además una prueba confirmatoria la gran cantidad de restos de cerámica romana que se encuentran en los campos inmediatos. Examinados luego los documentos del archivo parroquial descubrí la prueba evidente de haber existido al Poniente del mismo cementerio una población, que hoy llaman Ruinas de San Clemente por el Santo titular de su iglesia. Las urnas funerarias encontradas, sus fíbulas ó abrazaderas de bronce, sus monedas é innumerables fragmentos de cerámica, deben adjudicarse en su origen á población pagana, que incineraba sus cadáveres, si bien no cabe duda que persistió en uso activo durante la época cristiana, como lo manifiesta el encuentro de una cruz de cobre arcáico, que ostenta en sus brazos la flor de lís, distintiva

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de los primitivos tiempos en que vinieron á esta comarca los caballeros de la Orden de Santiago. De las mismas ruinas de San Clemente se trajo á Almonacid por el año 30 una lápida, que don Manuel Martínez me aseguró había visto, y que ante él y otros vecinos tradujo el cura D. Jacinto Ortiz, deduciendo por el texto que era una dedicatoria á una divinidad pagana.

Media legua al Oriente de Almonacid se toma la cañada, que separa su término del de Villarejo de Fuentes. Antes de entrar en ella visitamos los Casutos de San Miguel, que hoy no son otra cosa que murallones de época romana, evidenciados por la abundancia de restos de cerámica, y donde posteriormente se levantaría un santuario á San Miguel. Ya en la cañada, nuestra comitiva se distribuyó en cuatro grupos con el propósito de recorrer otros tantos ramales, en que podía suponerse haber estado y permanecer el miliario, que las indicaciones de viajeros, que escribieron desde el siglo XVI hasta nuestros días, colocaban en esta cañada y á media legua de Villarejo.

Sirvió, como es sabido, este miliario de fundamento á la disertación histórico-geográfica, con la que el P. Manuel Risco pretendió demostrar el nombre de la ciudad, que estuvo en Cabeza del Griego, mas no llegando á convencer á todos los sabios, en términos que ahora el ilustre doctor alemán D. Emilio Hübner, académico honorario de la Real de la Historia, no acierta á estimar, ni siquiera como probable, el argumento, hasta que el miliario se descubra y se asegure la ciencia de su verdadero contenido.

El miliario existió, y hace diez años se veía en la entrada de la casa de D. Jesús Mateos, en Villarejo de Fuentes, como testifican todos los vecinos de esta población, afirmando además D. Felipe Plaza, que se trajo en su tiempo á dicha casa desde el Vado de las Guijas, sito no en la cañada como se decía, sino al lado de la calzada romana, distante en efecto media legua del lugar. Así que bien se deja entender que había de ser inútil nuestra excursión por la cañada, como lo habría sido también por la calzada, si nos hubiéramos fiado de esta indicación.

Llegado á Villarejo supe de boca del Sr. Plaza, como llevo dicho, el referido traslado, y al presentarle la copia de la inscripción

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afirmó que recordaba perfectamente el giro de la frase y la mayor parte de las palabras, grabadas efectivamente en el miliario. Mas, por desgracia, al penetrar en la casa, el monumento no compareció, y pude hacer constar que faltaba de ella desde el tiempo en que su anterior propietario se ausentó hace unos diez años, sin que se haya logrado averiguar por quién ni cómo se sacó ú ocultó; gran lástima sería que se hubiese destruído ese miliario, que constituye por sí solo el principal fundamento para resolver la cuestión histórico-geográfica, suscitada por las ruinas de Cabeza del Griego, y que asimismo, como todos los de su género, encierra gran interés para la antigua historia militar y comercial de España. Esperamos que los vecinos de Villarejo de Fuentes, y especialmente el referido D. Felipe Plaza, no dejarán informe por tomar, ni piedra por remover para que el honor nacional salga airoso en esta demanda, y la ciencia histórica, como es justo, se esclarezca y progrese.

Siguiendo la calzada desde Villarejo llegamos hasta Alconchel, en cuyo santuario de Ntra. Sra. de la Cuesta colocan los eruditos otro miliario. Nuevo desengaño nos aguardaba allí; tres horas de inútiles pesquisas, aunque diligentes, desde la cúspide hasta la base del cerro, nos dejaron en la persuasión de que tal vez se oculte debajo del suelo, ó que haya sido llevado el monumento preciosísimo al cauce de alguna corriente. Al otro lado de la calzada visité los restos del vasto edificio, que nombran los vecinos El Convento, y que perteneció sin duda á la Orden de Santiago; así como el Pozo que llaman de la Virgen, cuyo revestimiento está formado de sillares antiguos. Mil veces recorrieron los ejércitos invasores de España este camino, y más de un combate hubo de enrojecer el agua de este pozo con sangre humana, abundantemente vertida. El punto es altamente estratégico.

La calzada desde allí sube recta mirando al N. hasta el cerro de Cabeza del Griego, donde la dejamos.

Recorrí, examinándolo atentamente, el trozo que va hasta Villarejo, de donde pasa á 1 km. de distancia por el lado E.; pero tampoco tropecé con nada nuevo y que merezca especial mención. Otro día, á partir de Villarejo, inspeccioné lo que faltaba de calzada hasta cerca de Cabeza del Griego, no sin tomar

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lenguas de los vecinos de Hito, por si entre sus muchos descubrimientos romanos, traídos por la casualidad en el laboreo de sus tierras, habían tropezado con alguna piedra miliaria; mas todo fué sin resultado.

De la calzada me separé para visitar los llamados Fosos de Bayona, en donde cuantos han hecho alguna excavación han recogido por fruto abundantes monumentos de la civilización romana, convenciéndome de que es un extenso campo de explotación, que ha de dar preciosísimos datos para el progreso de nuestra historia patria.

Si no para el principal objeto de mi expedición, no dejaré de apuntar dos hechos de grande interés para la historia de esta dichosísima provincia. El primero se refiere á Almonacid del Marquesado. El santo titular de la iglesia parroquial es Santiago el Mayor, patrón de nuestras Españas, y en el retablo mayor, cajonería de la sacristía y otros puntos se ven esculpidas cruces-espadas, exactamente iguales á las que usaron y usan por divisa los caballeros de la Orden del Apóstol, según se ven en el monasterio de Uclés y sus dependencias, que fueron en la comarca; debió surgir alguna cuestión, sobre si estos escudos revelaban relación de dependencia de los santiaguistas, por cuanto examinando el archivo parroquial encontré un documento en el cual se consigna que la iglesia de Almonacid, ni había pertenecido nunca ni pertenecía al tiempo de su redacción á la Orden y caballeros de Uclés.

El otro hecho corresponde á Villarejo de Fuentes. Hay una ermita dentro de esta población, dedicada á la Virgen de la Soledad; fuí á verla acompañado por los principales vecinos, quienes me indicaron que aquella ermita era de fundación nobiliaria; examinando todo atentamente, observé que en ninguna parte aparecía escudo alguno de nobleza, como era costumbre ponerlo profusamente en esta clase de fundaciones; en su vista apunté la idea de que me parecía la ermita de fundación de los vecinos del pueblo con alguna cooperación de los padres jesuítas, porque á los dos lados de la Virgen, en el retablo mayor, están pintados en lienzo San Ignacio y San Francisco de Borja. Con esta idea quise dar una ojeada por los documentos del archivo parroquial, y en efecto

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en breve tropecé con uno, en el cual se consigna que habiéndose arruinado el hospital, donde estaba la imagen de la Virgen, los vecinos la trasladaron á aquella ermita, levantada á sus expensas, y auxiliados por un padre jesuita, hijo del pueblo, que residía en Madrid.

Antes de continuar el relato de mi viaje, cúmpleme consignar, que como resultado de la eficaz recomendación de los dignísimos jefes de esta provincia, los señores Gobernador civil y Obispo, afectuosos amigos y entusiastas por su reconocida ilustración del esclarecimiento y progresos de nuestra historia, los señores alcaldes y curas párrocos de los pueblos recorridos, y sus principales vecinos, me han prestado todo su apoyo y valimiento, no solo influyendo con su autoridad para quitar todo estorbo á mis investigaciones, sino prestándome los mejores medios de locomoción, y acompañándome en lo poco cómodo recorrido de los campos; y lo que es más, prometiéndome algunos que á sus expensas practicarían excavaciones en sitios abonados, según mis indicaciones, para contribuir en lo que les es posible á los descubrimientos de nuestra pasada historia.

Todos merecen nuestro agradecimiento, citando solo como especialísimo á D. Ulrico Gómez Redondo, cura de Almonacid del Marquesado, su hermano D. Gabriel Gómez Redondo, vecino de Villarejo de Fuentes, y al alcalde de esta población D. Siro Plaza y Fraile.

La feliz casualidad de venir á predicar á Tarancón el domingo 2 de los corrientes el reverendo P. Fita, amigo cordialísimo y sapientísimo maestro, me resolvió á ir á Tarancón desde Villas Viejas en vez de dirigirme á Cuenca. No perdí el viaje, pues la vasta y profunda erudición del P. Fita hacen que toda conferencia tenida con él sobre puntos de historia sea provechosísima, para todo el que, como yo, se dedica á estos estudios. Pero nuestra entrevista en Tarancón tuvo un resultado práctico para la historia. Recorrimos los campos donde á flor de tierra tanto abundan los restos de cerámica romana, y donde con motivo de una excavación para sacar tierra se han descubierto algunos sepulcros, y la Arqueología ha adquirido inestimables objetos, de los que algunos obran en poder de nuestra Comisión provincial de

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Monumentos; presenciaba el señor alcalde nuestras exploraciones, cuando le excitamos á que destinara alguna cantidad para hacer excavaciones de segurísimo resultado en aquellos campos, y con grande desprendimiento nos prometió, que á costa del Municipio se harían dichas excavaciones, siempre que un miembro de esta Comisión provincial fuera á dirigirlas, puesto que según le indicábamos de ellas resultaría provecho para la historia y gloria para Tarancón.

Desde Tarancón proyectamos pasar á Huete, antigua ciudad desconocida para ambos. Nos prometíamos que nuestra visita á Huete no había de quedar ni resultados, y con este afán inmediatamente después de llegar principiaron nuestras exploraciones. Como punto preferente, por ser de actualidad y por tener el padre Fita especial interés para ilustrar las revistas sobre judíos, que hoy se publican en la Europa culta, nos dirigimos adonde la tradición pone el sitio de la sinagoga y el cementerio hebreo; en ambos puntos tuvimos un desencanto; lo que llaman sinagoga no es hoy otra cosa que una casa como las demás sin señal alguna de su antiguo destino; y respecto al cementerio, cuantas excavaciones se hicieron en el punto designado no dieron resultado; creemos con fundamento que si de la primera no quedan restos, lo que es el segundo no debe estar lejos de donde se hicieron las pruebas, y que en otra ocasión y disponiendo de más tiempo dará la exploración resultados efectivos. Pasamos luego á explorar el Huete árabe, sobre el cual, lo que llaman mezquita no presenta hoy al exterior más que restos de un templo de puro estilo gótico ú ojival, sin poderse asegurar nada de lo que pueda contener en sus cimientos y espesor de los muros; y en cuanto al cementerio lo ponen los documentos en una huerta, junto al convento de la Merced, donde aún no se han practicado excavaciones de interés histórico.

No sucede lo mismo con las murallas y castillo, que además de probar la extensión y fortaleza de la ciudad, no se da un paso sin que se tropiece, ó con restos de robustas edificaciones, ó con reliquias de cerámica de pura fabricación árabe; alguna de estas recogimos para el Museo Provincial. En cuanto al castillo propiamente dicho, salta á la vista que hubo dos fuertes, el mayor y

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principal en el cerro más alto, y otro de menos importancia en él punto que los naturales llaman Plaza de Armas, ambos unidos por un muro y quizás también por una mina. En la parte que queda en pie del castillo pudimos observar que está construido con hiladas de cal y canto de 57 cm. de espesor cada una, dando una altura total de 14 m.; aparece también en el cubo y muros que restan, un revestimiento de uno á dos piés de espesor hecho de piedra y yeso, construcción especial que nos llamó la atención; pues en todas las otras ruinas aparece usado el yeso de preferencia. No pudimos visitar por falta de tiempo el ya conocido cerro de Albaráñez1.

Veinticuatro horas había estado en Huete, cuando tuve que subir en el tren para regresar á esta ciudad, donde me llamaban con urgencia otras obligaciones, suspendidas durante doce días.

El P. Fita emplearía la tarde del día 3 examinando los documentos de los archivos para salir hacia Madrid el 4 por la mañana.

Cuenca, 6 de Septiembre de 1888.





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