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ArribaAbajo Madre María de San José (1656-1719)

Selección y transcripción:
Kathleen Myers


La vida secular

[Vol. I, ff. 1-44], escrito para fray Plácido de Olmedo, ca. 1703-1705.

Hoy, día de la Natividad de Nuestra Señora, 8 del mes de septiembre de 1703 años, habiendo escrito toda la historia de mi vida, desde mi niñez hasta que salí para esta fundación de esta ciudad de Oaxaca, por obediencia y orden de mi confesor, que fue el licenciado Manuel de Barrios, capellán del Convento de Nuestra Orden de Recoletas Agustinas de Nuestra Madre Santa Mónica, fundación nueva en las Indias en la ciudad de la Puebla de los Ángeles, en donde tomé el hábito para ser religiosa.

Esta fundación la hizo y la fundó el Ilustrísimo señor don Manuel Fernández de Santa Cruz, obispo de la Puebla, a quien yo había comunicado en algunas ocasiones antes de ser religiosa, cuando salía para hacer la visita de su obispado; que siempre paraba en el pueblo de Tepeaca, que era y es como cabecera de todo aquel valle en donde se juntaban todas las personas de cuenta que venían a visitar a su Señoría Ilustrísima. La hacienda de mis padres, que era de labor, estaba cerca de este pueblo de Tepeaca, como media legua de distante. En estas ocasiones, hacía mis poderíos para poder hablarle, y aunque muy de paso, le daba noticia del camino tan extraordinario y arriesgado a ser engañada del enemigo por donde Dios me llevaba, y los deseos grandes que tenía de ser religiosa. Y aunque esto fue tan de tarde en tarde, y tan de paso, como era tan gran padre de espíritu, luego conoció y penetró mi camino. Y así, después que ya era religiosa, venía de cuando en   —86→   cuando al confesionario, y me tomaba cuenta de mi alma y de lo que pasaba por ella. Cuando me confesó me mandó que escribiese mi vida.

En esta ocasión vino su Señoría Ilustrísima al convento, y según razón, sabía ya la orden que el padre me tenía dada, porque le comunicaba todas mis cosas. Yo no lo había puesto por obra porque no sabía escribir. Dijo que luego, sin detención alguna, obedeciese en comenzar a escribir; que aunque no sabía escribir, ni había podido aprender por diligencias que había hecho, que la obediencia sabía hacer milagros. Fuera de esto, sabía yo que gustaba Nuestro Señor de que manifestase las grandezas que Su mano poderosa había obrado en esta villana y ruin criatura como yo he sido. Porque en una merced que me hizo Su Divina Majestad, me había dicho, entre otras cosas, que era ya tiempo de manifestar y declarar las grandezas que en mí había obrado, para que fuese alabado y engrandecido Su poder infinito y misericordia, conociendo que todo viene de aquella mano poderosa, y que en mí no ha habido ni hay más que villanías y ruindades.

Todas estas cosas precedieron antes que comenzase a escribir. Comencé y proseguí escribiendo, en que se vio claro el milagro de la obediencia. Mas el trabajo que me ha costado y me cuesta el escribir se queda sólo para Dios, que es quien puede saberlo, porque no hallo términos para explicar el excesivo trabajo que en esto tengo. Luego que tenía lleno un cuaderno, se lo remitía a mi confesor que, como he dicho ya, era el padre capellán del convento. Así que lo leía, se los llevaba en persona al señor obispo Santa Cruz que, como era prelado, le tenía toda esta sugestión. Dejábalos en su poder para que cuando tuviese lugar, los leyese y registrase. Así lo hacía su Ilustrísima, y después de haberlos leído y consultado con su confesor, que era un señor canónigo. Éste era confesor de algunas religiosas del convento. Con este señor canónigo, que como era su confesor, volvía luego los papeles y se los entregaba a mi confesor. Iban quedando todos en su poder.

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Se me acuerda que en algunas ocasiones me dijo mi confesor que le diese permiso para comunicar mis cosas con otros padres confesores de esa satisfacción, para asegurar más mi camino y que no fuese engañada del enemigo. Fueron cinco los padres con quienes comunicó mi camino, fuera del señor Santa Cruz. Entre estos padres los dos eran religiosos descalzos de mi padre San Francisco. El uno está vivo; el otro está ya muerto. Este fue el que comuniqué más despacio, porque iba a menudo al confesionario. Me apretó mucho porque hizo gran escudriño de todas mis cosas, y siempre me dijo que le parecía muy arriesgado el camino, que era necesario andar muy sobre aviso para no ser engañada del enemigo.

A los diez años de religiosa, poco más o menos, fue Dios servido de llevarse a mi confesor a darle el premio de su santa vida y buenas obras. Luego que el señor obispo Santa Cruz supo su muerte, acudió a asegurar estos papeles, que paraban todos en su poder. Envió a este señor canónigo don Ignacio Asenxo que, como era su confesor con quien había consultado estos escritos, conocía bien la letra porque los había leído. Hallolos todos juntos en un escritorio del mismo padre capellán mi confesor -que los tenía todos encuadernados de su mano. Llevóselos a su Ilustrísima, el señor Santa Cruz.

Sucedió todo lo que refiero en los dos cuadernos que acabo de escribir acerca de lo que precedió antes de esta fundación, y así no es necesario ponerlo aquí. Los cuadernos que llegué a tener escritos por mi cuenta, eran treinta. Estos, por muerte de mi confesor, quedaron en poder del señor obispo Santa Cruz. Pasados seis meses después de muerto el padre capellán mi confesor, dispuso el viaje para esta fundación. Entonces, no me dijo nada el señor Santa Cruz acerca de estos papeles. Salí para venir acá sin saber cómo quedaban estos cuadernos. Pasé seis años de fundación, y en el discurso de este tiempo tuve dos confesores. Ninguno de éstos les dio Dios licencia para hacer diligencia ninguna en orden a que aparecieran estos papeles. Yo fui pasando por una parte con descanso y alivio por faltarme el trabajo tan grande que tengo en   —88→   escribir. Porque en estos seis años, no escribí nada, porque los confesores no me lo mandaban; sólo se contentaban con confesarme. Por otra parte, me servía esto de pena y desconsuelo, aunque siempre muy conforme con la voluntad de Dios Nuestro Señor.

A los seis años, poco más o menos de estar en esta fundación, fue Su Divina Majestad servido de proveer a esta ciudad de un obispo y prelado, como escogido y dado de Su mano, el señor don fray Ángel Maldonado. En su compañía trajo a un religioso de su misma orden del señor San Bernardo. Este padre, fray Plácido Olmedo, movido de Dios y de la caridad, se ha echado encima esta carga tan pesada, y me ha tomado a su cargo para gobernar mi alma y ser mi confesor. Ha un año, y iba para dos, que me asiste con mucha caridad, de que le estoy muy agradecida. Habiéndole dado razón del estado de mi consciencia, y en especial de cómo cuando salí para esta fundación dejé los cuadernos que tenía escritos en poder del señor obispo Santa Cruz, que había casi tres años que Dios se lo había llevado, que no tenía noticia ninguna de cómo quedaron estos papeles por muerte del señor Santa Cruz, que sólo tomando la mano nuestro ilustrísimo padre el señor don fray Ángel Maldonado se podían rastrear.

Así fue que luego escribió al señor deán de la Puebla y al reverendo Cárdenas, capellán de nuestro convento, que era quien los tenía en su poder. Me los había negado, no queriendo entregarlos por diligencias que se habían hecho. Este padre Cárdenas fue mi confesor un poco de tiempo, y me apretó muy mucho. Y después que no lo es, no lo ha dejado de hacer en lo que ha podido. Luego que vio letra de su ilustrísimo nuestro padre, entregó los cuadernos, aunque no vinieron todos porque de treinta que eran, remitió veinte, no más. Los diez cuadernos no aparecieron ni se han podido hallar, ni ha habido rastro de ellos. Habiendo leído mi padre confesor los demás que vinieron, y echando de menos los diez cuadernos que se perdieron, porque eran los que escribí primero en donde daba   —89→   razón de la vida que hice antes de entrar en la religión, y otros salteados donde decía y explicaba los grados o modos de oración en que el Señor, por sola Su misericordia infinita, me ha puesto; y lo mucho que padecí con aquellos tres demonios que tuve asistentes desde que entré en la religión hasta que el Señor me escogió para esta fundación, que entonces fue cuando Su Majestad me los quitó. Todas estas cosas estaban escritas en estos diez cuadernos que se han perdido.

Viendo mi confesor esta falta tan grande, y que no hay esperanza de que puedan aparecer, me ha mandado que vuelva a escribir todo lo que estaba escrito en estos diez cuadernos. Grandísima repugnancia siento en volver a hacer esta obra por muchas causas y razones que no pongo aquí por no alargarme; y la principal es hallarme tan falta de salud que parece imposible, estando como estoy, que pueda escribir tanto como hay que escribir. Porque dejando los diez cuadernos que se perdieron aparte, todo lo que me ha acaecido en estos siete años que ha que estoy en esta fundación de Oaxaca, no tengo nada escrito, salvo un cuaderno que repetí a Vuestra Paternidad que no he podido proseguir lo que en él comencé a escribir, y menos ahora por lo que tengo que escribir. [...]

Mi conversión tarda y falta en responder a Vuestra amorosa voz, que tantas veces me llamaba. No permitáis, dulcísimo Señor y Padre de mi alma, que torne a ir por los caminos tenebrosos de mis culpas. Mas dadme la mano para que no tuerza y a el seguimiento de Vuestro dulcísimo Hijo, Nuestro Señor Cristo, y pues con el amor que nos tenéis, quisisteis dárnosle para rescate y remedio de nuestras almas. Haced que, unida la mía con sus infinitos méritos, llegue al amable puerto de Vuestra eterna y amorosa compañía, sin que ya mis enemigos se atrevan a entrar en esta heredad, que con tanto cuidado habéis guardado y sacádola de Sus manos tantas veces. ¡Os alaben todos los espíritus angélicos, y os den por mí las gracias, Señor y Dios mío! Y a mí dad memoria y luz para que acierte a decir toda mi vida con la claridad que se me   —90→   ha mandado y Vos me habéis dado a conocer. Sea todo para servicio y gloria Vuestra y aniquilación y confusión mía. Amén.

Entre las grandes misericordias que Dios Nuestro Señor me ha hecho, y una de las mayores, es que fuese nieta e hija de padres muy cristianos. Se me acuerda, aunque fui de las últimas, que le oí decir a mi madre que mis cuatro abuelos eran gachupines de España, y que se hallaron en la conquista de estos reinos de las Indias. Yo no llegué a conocerlos. Mi padre se llamó Luis de Palacio y Solórzano, mi madre Antonia Verruecos. Fueron ambos muy ricos de bienes de fortuna, aunque andando el tiempo se fue todo disminuyendo como todas las cosas terrenas de esta vida. Mi madre nació y se crió en la Puebla, ciudad de los Ángeles, en donde vivieron siempre sus padres. Y como eran tan ricos, que tenía mucho caudal, más que mi padre, aunque también lo era, fue mucha la parte que le cupo.

Se casó mi madre de edad de 15 años. Luego que se habían ya acabado las bodas y festejos de aquellos días, se la llevó mi padre a una de las dos haciendas de labor que tenía en el valle de Tepeaca. La había Dios dotado de lindas prendas, fuera de ser de muy buen parecer. Con ser tan niña, eran sus trajes de mujer de mucha edad, en que se conocía bien la mucha virtud que tenía, y que no la habían de tratar personas que no la tuviesen, ni admitió conversaciones no tales; y en todo mostraba el entendimiento grande que tenía. Era muy devota de Nuestra Señora, y amiga de frecuentar los Santos Sacramentos muy a menudo. El tiempo que vivió, pasó muchos y muy grandes trabajos y enfermedades. Todo lo llevaba con gran paciencia. En esta virtud fue en la que más resplandeció. Nos dio a todos gran ejemplo y edificación. Desde el día que mi padre la entró en la hacienda de labor, que ya dije era de edad de 15 años, no la volvió a sacar más de casa. [...]

Crió mi madre a sus ocho hijas y un hijo con mucho recogimiento, y mi padre la ayudaba a enseñarlos a ser buenos cristianos. Como he dicho, ambos eran amigos de la virtud y buenos libros, en que les hacían leer. Mi madre la había Dios dado gran   —91→   ingenio de saber hacer cosas curiosas y todo aquello que es necesario saber a una madre para enseñar a sus hijos. A todas enseñó a leer, y en fin, no hubo menester maestro ni maestra que nos enseñase nada, salvo a mi hermano Tomás que, luego que tuvo edad, lo envió mi padre a la ciudad de la Puebla en casa de uno de sus deudos para que estudiase. Lo tuvo en estudios hasta que era ya hombre grande. Viendo que no se inclinaba a la Iglesia ni a otro estado ninguno, lo hizo traer mi padre a casa para que le ayudase en la hacienda de labor que tenía.

Y esto fue ordenanza de lo alto, porque tenía ya Dios determinado el llevarse a mi padre, y nos dejó a todas ocho sin estado ni remedio ninguno, y a mi madre cargada de obligaciones como de una familia tan grande. Este mi hermano Tomás ha sido y es tan bueno que ha sido el padre y amparo de mi madre y de todas, el que nos ha puesto en estado y remedio. Y después de todo esto, tiene y le quedaron en pie las dos haciendas de labor que mi padre dejó en su muerte -el Señor se lo premie como lo fío de Su gran misericordia. Murió mi padre muy cristianamente sábado, 1667, Día de la Natividad de Nuestra Señora. Mi madre quedó con gran pena y soledad, aunque con mucha conformidad de que se hiciese la voluntad de Dios Nuestro Señor. Cuando mi padre se murió, me dejó de edad de diez años, y había ya entrado en los once. [...]

Ahora, dos días antes del Día de la Natividad de Nuestra Señora de este mismo año en que estamos, estaba yo en oración de comunidad en el coro, y muy lejos de pedir por el alma de mi padre; y sí estaba pidiendo por otras necesidades a Su Majestad. Aquí sentí muy cerca de mí el alma de mi padre. Luego conocí que no venía glorioso, aunque no vi en qué forma. Sólo se me dio a entender que aún no estaba en descanso. Me dijo estas razones: «Con una misa que me hagas decir en el altar de Nuestra Señora el Día de su Natividad, salgo del purgatorio y me voy a descansar». [...]

Después de todo esto, estando hablando en el confesionario con Vuestra Paternidad diciendo lo que me había acaecido, aquí   —92→   comencé a temer y a dudar si esto había sido algún engaño del enemigo o imaginación de mi cabeza. Luego sentía Nuestro Señor en la forma y manera que tengo ya dicho y explicado. Un poco más adelante vi el alma de mi padre, y según me pareció, estaba ya en el cielo gloriosa. Aquí me dijo Su Majestad estas razones: «No temas, hija, que no es engaño del enemigo. Y para que veas lo mucho que te amo y cuánto te quiero, te muestro el alma de tu padre gloriosa, para que tengas el consuelo de que ya está en descanso». Esto pasó en el confesionario, que no podía atender ni responder a propósito a lo que Vuestra Paternidad me decía mientras me estaba acaeciendo esto que acabo de decir. ¡Oh Señor y Dios mío, os den por mí las gracias todos los espíritus angélicos y humanos, que siendo sólo digna de estar en el infierno por mis muchas culpas, es tanta tu misericordia que no sólo me sufres y me esperas, sino que me favoreces con tantas y tan grandes misericordias!

No se parece esto que he dicho del alma de mi padre a lo que me acaeció con el alma de mi madre, en que conozco claro que el Señor le dio su purgatorio en esta vida por lo mucho que padeció. Porque el mismo día que la enterraron, estando en el coro encomendándola a Dios, aquí me la mostró el Señor, y la vi no anciana como era, sino muy moza, linda por extremo, toda llena de resplandores. Y me dijo se iba a descansar. Y otras muchas cosas que aquí pasaron, todas están escritas en un cuaderno de los que Vuestra Paternidad tiene, y por eso no las pongo aquí.

Yo nací el día de San Marcos Evangelista, 25 de abril (año 1654) [sic] y por llamarse el padrino Juan, me pusieron por nombre Juana. Y cuando tomé el hábito, me pusieron Juana de San Diego. Luego que llegó el tiempo de profesar, pedí que me mudaran el nombre de Juana de San Diego en el de María de San Joseph, porque era tanta la ansia y deseo que tenía de desnudarme en el todo de las cosas del siglo, que me pareció era mejor dejar hasta el nombre que tenía y tomar otro, como lo hice.

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Luego que nací, dijo mi madre que quería criarme sola, sin ayuda de otra ninguna, como las había tenido en todas las demás que había criado. Así lo hizo; que no tomé gota de leche de otra ninguna, si no fue de mi madre. Se me acuerda muy bien que era ya de edad de cinco años, y todavía me daba mi madre de mamar. Todo esto hizo por conseguir el no tener otro parto. Luego que nací, comenzó a suplicar al Señor no le diese otro hijo, porque se hallaba muy trabajada de tantos como había tenido. Mas el Señor, que sabe muy bien lo que nos conviene, no se lo concedió. Y también por probar su paciencia, que siendo yo de cinco, le dio otros dos partos. Luego que se sintió embarazada, recibió pena y desconsuelo, aunque siempre conforme con la voluntad de Dios. Luego luego me dio la mano y me apartó de su lado a que cuidaran de mí mis hermanas las mayores, y en especial a una moza que se había criado en casa, de mucha virtud.

Según se me acuerda de esta edad de cinco años, sabía ya las cuatro oraciones que mi madre me había enseñado, y me había puesto a que aprendiese a leer en la doctrina cristiana, que se esmeró en mi crianza más que con ninguna. Paréceme que puedo decir con toda verdad que desde antes que hablase claro del todo, me dio el Señor un despego de todas las cosas terrenas de esta vida, y conocídamente inquietud en lo que no era estar en soledad, sin tener cosa que pudiese decir mía. Aquí sólo hallaba descanso.

Así que me hallé sin el cuidado de mi madre, comencé a perder todo lo bueno que había aprendido de la crianza que mi madre me hizo. ¡Oh, válgame Dios, cuánto pudiera decir aquí a los padres de familia, y cuánto importa el tenerlos a la vista y no dejarlos con malas compañías! Era mucha la familia de la casa, porque había mucha gente de servicio, y así había muchachas con quien divertirse y hacer travesuras; que todas eran de mi edad con poca diferencia, y éstas no me hicieron el daño que me hizo una niña pepenada que había criado una señora vecina de allí cerca de casa, que los más días se venía a casa con las otras a hacer travesuras. Yo, como he dicho, tenía cinco años cumplidos. Esta   —94→   niña vecina era mayor que yo; tendría sus siete años. Mis hermanas ya tenían juicio porque eran ya grandes. Las dos que fueron después de mí no tenían edad para nada, por ser muy pequeñas. Comencé en esta junta de muchachas a perder y malograr todas las buenas inclinaciones que tenía, porque aprendí a maldecir y a jurar y a decir algunas palabras que no eran muy honestas. En los juegos y travesuras que hacíamos, todos de muchachas de poca edad sin uso de razón ni entendimiento, todo lo perdí, dejándome llevar de mis pasiones, que crecieron con la edad. Lastimosamente, llegué a tener diez años cumplidos, y estaba tan embebida y divertida en estos juegos y travesuras que ya digo que no pasaban de aquí. Mas era tiempo perdido, y muy mal gastado, y tener atadas las manos a Dios para que no favoreciese y me diese luz y uso de razón para conocerlo, y conocer la ruin vida que yo había escogido para mi total ruina y perdición. [...]

Una tarde me salí de la sala de mi madre al patio, y me puse a moler arena. Aquí se me llegaron otras de mi edad, como lo acostumbrábamos las más tardes divertirnos en moler arena. Yo era la moledera. Estábamos todas arrimadas a la pared que cercaba el patio. Una de las que me rodeaba me hizo no sé qué perjuicio. Yo, como mal habituada, le eché una maldición, y antes de acabar de anunciar la palabra, permitió Dios que cayese un rayo. Y aunque a lo que pareció fue rayo natural, mas para mí no fue sino rayo de luz que el Señor tiró a mi corazón. El rayo cayó en medio de todas las que estábamos juntas, y aunque nos dejó a todas tendidas por aquel suelo, no hizo daño a ninguna. Mas partió la esquina de la pared y por la abertura que hizo, salió afuera y mató a una bestia que estaba en el campo cerca de la misma pared.

¡Oh, válgame Dios, qué claro y patente me mostró Su Majestad que como quitó la vida aquella bestia, pudo con más justa razón quitármela a mí! Pues no le servía más que de ofenderle y dejarme sepultada en el abismo del infierno. Infinitas gracias sean dadas a tan inmensa bondad y misericordia, que así sabe obrar con quien merece estar en mil infiernos por mis grandes pecados y maldades.

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Después de pasado el susto y espanto, que fue terrible, nos levantamos de donde habíamos quedado tendidas, aturdidas y atarantadas del rayo. Yo, sin atender a ninguna ni hablar, caminé a la sala en donde estaba mi madre y mis hermanas. Y al pasar por una escalera, encontré con [un] demonio, que estaba sentado en el primer escalón en forma humana, como un mulato desnudo en carnes. Estaba mordiéndose una mano. Así que le vi, levantó el dedo como que me amenazaba, y me dijo: «Mía eres. No te has de ir de mis manos». Esto más fue verlo con vista interior del alma que con los ojos del cuerpo. Las razones que me dijo sonaron a mis oídos, y las oí pronunciar. Mas, confortada y asistida de Él que todo lo puede, que es Dios, pude tener ánimo y aliento de proseguir el camino hasta entrar en la sala donde estaba mi madre.

Que no fue menos este segundo espanto que el del rayo. Yo disimulé sin decir palabra ninguna, ni a mi madre ni a ninguna otra persona, de lo que me había acaecido de ver al enemigo en tan espantable figura, ni de las palabras que me dijo. Luego que me recobré y volví en mí, me hallé tan otra, que yo misma no me conocía. Ya no era la que hasta entonces había sido; que parece se le abrió a mi alma una gran ventana, por donde le entraba una muy clara luz, con la cual veía y conocía con mucha claridad y gran luz todo lo que el Señor hizo y padeció y obró para redimirme a costa de su preciosa sangre. Y juntamente tenía presente todo lo que yo había hecho y obrado en el discurso de once años, que entonces tenía y no sé si los había cumplido cuando esto me acaeció. Veía y conocía patentemente las muchas y gravísimas culpas en que había caído, ofendiendo a la Divina Majestad con tan ingrata grosería. Sentía un dolor grande de haber ofendido a mi Dios y Señor, que con tan larga mano me favorecía. Todo era lágrimas y suspiros, pidiendo al Señor me deparase confesor con quien confesarme de todos mis pecados; que cada uno que miraba era una lanza que atravesaba mi corazón y mi alma, y todos juntos eran puntas de espadas agudísimas que me punzaban y desbarataban alma y corazón. Que quisiera una y   —96→   mil veces haber perdido la vida antes que haber disgustado a Su Divina Majestad, ni aun en la más mínima cosa.

Pasé toda esta noche vacilando y maquinando qué modo de vida podía escoger para de mano ni velo [?] de repudio a todas las cosas del mundo. Estando en el estado que estaba, amanecí otro día harto trasegada, sin esperanza de hallar medio ni remedio a mis ansias de querer confesarme -que cada instante y momento me parecía siglos- ni dar medio ni resolución al modo de vida que había de tener. Luego que vi el aposento donde dormía mi madre solo sin gente, que ya andaba yo huyendo de todas las gentes porque no me viesen de la manera que estaba este mismo día por la mañana, me entré en este aposento y cerré la puerta, quedándome sola para desahogar y dar rienda a los gemidos y lágrimas y suspiros, pidiendo misericordia a la Divina Sabiduría, que sabía bien cuánto le tenía ofendido.

Esto era paseándome por el aposento, y cansada ya de pasearme, me senté sobre una tarima que estaba en frente de la cama de mi madre. Y en la cabecera tenía una imagen de Nuestra Señora. Esta imagen estaba con el Niño Jesús en los brazos. Estando como dije, sentada en la tarima, puesta la mano en la mejilla muy pensativa, sin dar resolución a nada, aquí oí que esta Señora, que de quien voy hablando, me dijo: «Juana, acércate a mí». Ya he dicho que mi nombre era Juana, y en la religión María. Luego que oí estas razones, parece que resucité de muerte a vida, recobrándome y recibiendo gran consuelo en mi alma. Me levanté con toda apresuración y me puse de rodillas, las manos puestos en frente de esta imagen de Nuestra Señora, hecha un mar de lágrimas; que según tengo entendido y experimentado desde este día, me hizo el Señor merced de darme don de lágrimas.

Dígele a esta Señora: «Madre mía y Madre de pecadores -consuelo, amparo, refugio de mi corazón- aquí, Señora, derramo mis tribulaciones, mis angustias, mis congojas. Aquí manifiesto todas mis heridas y llagas acanceradas e incurables de mis gravísimas   —97→   culpas, para que, como Madre y Abogada mía, me alcances de la Divina Majestad el perdón de mis pecados y gracia para emplearme toda en servirle y amarle como debo».

Aquí me respondió esta Señora, diciéndome: «Hija, no te desconsueles ni te aflijas, que como me des palabra de hacer todo lo que yo te ordenare y dijere, te prometo alcanzar de mi Hijo Santísimo que te perdone y reciba en Su gracia. Yo te prometo ser tu Madre y no faltarte mientras vivieres en tus trabajos y aflicciones, como seas fiel, cumpliendo con todo lo que aquí te dijere. Lo primero que has de hacer ahora es que te has de confesar conmigo de todas las ofensas y pecados que has hecho contra la Divina Majestad como si los confesaras a un sacerdote, ministro del Altísimo, con toda claridad y verdad; que yo te cumpliré la palabra de que mi Hijo Santísimo te perdone. Mas has de advertir que esta confesión que has de hacer ahora conmigo, no por eso quedas confesada ni has cumplido con la obligación de confesar y manifestar tus pecados al confesor. Y así, luego que halles confesor con quien puedas confesarte de toda tu vida, ya has de cumplir la penitencia que te impusiere. Y ahora quiero que te confieses aquí, que aunque sé todos tus pecados, quiero que me los cuentes para tu consuelo». [...]

Después que había ya acabado de decir todos mis pecados, me habló la Santísima Virgen, mi Madre y Señora, y me dijo: «Hija, ya estás perdonada, con tal que luego que tengas confesor te confieses, como te tengo dicho. ¿Quieres de tu propia voluntad de esposarte con mi Hijo Santísimo? ¡Mírale, qué lindo que es! Te dará en prendas de Su amor este anillo que tiene en el dedo».

Ya he dicho que esta imagen de Nuestra Señora de quien voy hablando tenía un niño en los brazos. Este niño tenía un anillo puesto en un dedito de la manita. Yo, mientras la Santísima Virgen me estaba hablando, estaba mirando este anillo, porque me llevaba la atención el verlo tan sumamente lindo. Era de oro finísimo; la piedra o piedras eran verdes. Todo él era hermosísimo. Respondí a lo que la   —98→   Santísima Virgen mi dijo, que sí quería desposarme con Su Santísimo Hijo, y dije que sí con veras de mi corazón y de mi alma. Mas me hallaba muy indigna de merced tan grande, que sólo me ofrecía a ser esclava de Su Majestad y servirle toda mi vida como tal. [...]

Aquí prosiguió la Santísima Virgen, y me dijo: «Hija, ya diste el sí de ser esposa de mi Hijo Santísimo. Ahora has de hacer los votos según y como los hacen las religiosas que renuncian al mundo y sus cosas, entrando en la religión y clausura».

Yo respondí y dije: «Señora y Madre mía, no sé qué votos son esos, ni cómo es la vida de la religión. Bien sabes mi mucha ignorancia y corto entendimiento, y cómo nací y me he criado aquí en el campo sin haber visto ni tratado con persona ninguna, sino sólo mis padres y las de casa. Ni aún leer sé. ¿Qué sé por dónde podía tener alguna luz de lo que me dices que haga?».

Aquí me respondió la Santísima Señora y me dijo: «Hija, no te haga cuidado el no saber. Acércate a mí, que yo te enseñaré cómo lo has de hacer. Pon tus manos sobre las mías».

Así lo hice, y me fue diciendo la misma Señora cómo y en qué forma los había de hacer, cada voto de por sí. Yo no hacía sino ir pronunciando las mismas palabras que la Santísima Virgen me iba diciendo, que las dijese luego que había ya acabado de hacer los cuatro votos en la misma forma y manera que los hacen en la religión las religiosas que profesan. Me hallé, sin saber cómo ni de qué manera, con el anillo puesto en un dedo de la mano, el que antes había visto como lo tenía puesto el Niño en un dedito de la manita. Ya he dicho que este Niño Jesús lo tenía la imagen de Nuestra Señora en los brazos. Yo estaba con grande admiración y confusión de verme con el anillo puesto.

Aquí prosiguió la Santísima Virgen hablándome y me dijo: «Hija, ya te cumplí la palabra que te di, de que mi Hijo Santísimo te daría en prendas de Su amor el anillo que tenía. Ahora, quiero explicarte y enseñarte cómo has de cumplir y observar los votos que has hecho. El primero que hiciste fue obediencia al Altísimo   —99→   Dios y Señor, y en Su lugar y nombre, a tus superiores y prelados. Y mientras vivieres en compañía de tu madre, la has de obedecer en todo aquello que te mandare y ordenare, salvo cuando fuere alguna cosa que conozcas es contra los mandamientos y preceptos de Dios Nuestro Señor. En tal caso, no debes obedecerla. En cuanto a la pobreza, no ha de tener cosa particular que llames tuya, aunque sea en cantidad pequeña, sino que se ha de dejar a la providencia del Señor, y sólo cuidar de amarle y servirle, entregándole el corazón desasido y despegado de todas las cosas terrenas de esta mortal vida. Que te aseguro, hija, que si de veras te entregas y te dejas a Su providencia, no te faltará y dejará de socorrerte en todas tus necesidades con Su acostumbrada misericordia. En cuanto a la castidad, no sólo la has de guardar en el cuerpo, sino en el corazón, viviendo en la tierra como ángel del Señor. En cuanto a la clausura, has de vivir y estar en tu retiro en soledad, tratando sólo con Dios, abstraída de todas las cosas del mundo, sin tratar ni comunicar con persona ninguna si no fuere alguna que conozcas; que ha de ser para que te encamine y guíe toda para Dios, y siempre sujeta a tu madre, que todo lo podrás hacer sin desagradar a Su Divina Majestad. Tu traje y vestido ha de ser todo de lana, y tu vida toda de una religiosa muy estrecha y ajustada. Yo seré en tu ayuda para que cumplas todo lo que en estos cuatro votos has prometido a Su Majestad y a mí».

Con estas palabras, acabó y dio fin la Santísima Virgen Nuestra Señora a todo lo que aquí he dicho. Luego se desapareció todo el anillo. No lo volví a ver. La imagen de Nuestra Señora, que he dicho estaba con el Niño en los brazos, quedó como estaba antes. Yo me quedé en el mismo lugar en donde había estado de rodillas, mientras pasó lo que aquí tengo dicho. Mis ojos eran fuentes de lágrimas. No sabía cómo darle las gracias a Su Divina Majestad por las grandezas que había obrado en mi ruindad y miseria. Me hallaba ya tan otra que yo misma no me conocía, ni era ya la que antes había sido. [...]

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La vida religiosa

[Vol. II, ff. 1-4], escrito para el Padre Manuel Barros, ca. 1695.

Ya queda dicho que mi entrada fue el día de San Nicolás de Tolentino -año de mil seiscientos y ochenta y siete, esto es según mi cuenta. Este día de San Nicolás de Tolentino por la tarde fui acompañada de todos los señores de la casa en donde posé y de quien recibí tanto bien y mi hermano Tomás y dos de mis hermanas; mi madre no pudo hallarse en mi entrada por sus muchos achaques. Estando ya en la puerta para entrar luego me abrieron y según el gozo y alegría tan grande que sentí en mi alma, me pareció me habían abierto las puertas del cielo. Luego que entré, cerraron la puerta y las fui abrazando a todas como se acostumbra siempre con las que entran. Habiendo acabado esta función, la madre rectora, que entonces era por no haber venido el breve de su santidad, me entró en la reja para que me despidiese de mis hermanas y demás personas que habían venido acompañándome, que todos eran deudos y parientes. Estando ya en la reja, el tiempo que yo les iba hablar para despedirme de ellos, sentí una emoción muy grande y muy extraña para mí, como que [cesaron?] y me arrancaron del corazón la raíz del amor que siempre había tenido a mis padres y hermanas; que hasta entonces no había podido desarraigar y apartar de mi corazón este enemigo fiero y cruel de este amor que tenía a los míos. Fue tan grande la emoción y el efecto que esto hizo en mí que no pude ni fue posible el disimular y reprimir interiormente tales afectos. Comencé a dar de sollozos sin poderlo remediar, porque al tiempo que esto sucedió sentí una fuerza y violencia tan grande como si cada parte y cada miembro de mi cuerpo hiciese particular sentimiento y resistencia al apartar de mi corazón este amor que yo tenía a los míos. La madre rectora, que estaba a mi lado en la reja, recibió pena y cuidado de verme sollozar. Sin saber la causa de una demostración tan tierna y derramar tantas lágrimas, me cogió con ambas manos la cabeza y me recostó sobre sus faldas diciéndome   —101→   que mirase que si me oían los que estaban afuera en la reja, tendrían mucho desconsuelo entendiendo que me había arrepentido de haber entrado en la casa de Dios, que reprimiese las lágrimas. Yo hice todo lo posible por disimular y que no llegasen a entenderlo los que estaban en la reja; me despedí de ellos en breve.

Fue grande y muy grande la merced y beneficio que en esto me hizo la mano poderosa del Señor en arrancarme una sola raíz que me había quedado del amor que tenía a mi madre y hermanas. Este enemigo, por más que hice, no pude apartarlo de mí con la facilidad que aparté y olvidé todas las demás cosas terrenas de esta vida, desde el día que me entregué y ofrecí a Dios Nuestro Señor, dedicándome toda a su servicio. Se ve que esto lo hizo el Señor que es el que lo hace todo y gustó de verme penar con este enemigo de este amor que tenía a los míos porque no tuve otras cosas en que más trabajase que en esto hay, que más dificultad hallase que en aparear este amor de mi madre y hermanas hasta este día, que Su Majestad lo hizo de mano poderosa como Padre amoroso. Este día que estaba ya para entrar en el Convento de Nuestra Madre Santa Mónica, no hallaba ni tenía otra cosa que dejar para ofrecer a Su Majestad que este amor que tenía a los míos; que de todo lo demás del mundo no sólo lo tenía ya dejado sino aborrecido y deseando verme ya en la religión. No hallo términos con qué poder explicar los bienes grandes con que he vivido y vivo desde este día que el Señor usó con mi ruindad esta misericordia tan grande. Desde este día he vivido y vivo como si no hubiese nacido ni descendido de persona humana de esta vida, sino que como que hubiera nacido de las hierbas o de las piedras en cuanto a este amor que naturalmente se tiene a los padres; que después de Dios Nuestro Señor, tenemos el ser de ellos, pues este amor tan natural que el que Su Majestad arrancó de raíz y lo apartó de mi corazón y de mi memoria. [...]

Estando ya con el santo hábito, me sacaron del coro en compañía de toda la comunidad para andar y ver el convento.   —102→   Conforme iba mirando y reconociendo toda la casa, las celdas y oficinas, hallé y conocí ser el mismo convento que había visto en aquellas visiones que tuve mucho antes que entrase, como queda escrito en la primera parte. No hallo términos ni palabras con qué poder explicar el gozo tan grande que tenía mi alma en haber hallado este convento según y cómo yo lo había visto y que tantos años lo había buscado y deseado hallar y estando ya como desahuciada sin esperar el hallar acá en las Indias este convento como lo había visto, que mientras más años pasaban, más fijo impreso lo tenía en la memoria, y así me era de mucha pena y desconsuelo el no hallar rastro ni razón en dónde podía hallar este convento según y cómo yo lo había visto.

[Vol. II, ff. 39-41], escrito para el Padre Manuel Barros, ca. 1695.

Estando en oración después de maitines en la celda, la cama se estaba hecha y tapada con el cobertón, vide con vista interior toda la cama sembrada y esparcida de flores y rosas hermosísimas de tres maneras: las unas eran rosas blancas, las otras eran como clavelinas y las otras eran como lirios, y sobre estas rosas había como rocío y despedían de sí un olor y suavidad grande. Después de haber estado mirando la hermosura de estas flores, me mostró Nuestro Señor todo lo que pasa por un alma en la hora de la muerte que se halla sola y desamparada de Su Majestad. Lo que en esto vi y conocí ya se deja entender. Yo quedé fuera de mí; después de esto me mostró el camino por donde me ha llevado Su Majestad y lo que vi y conocí en este camino fue que desde el instante que nací, me destinó mi Señor a padecer muchos y muy grandes trabajos. Luego me mostró cómo he andado este camino y las faltas y defectos que he tenido en este mismo padecer, nacidos de mi flaqueza y misera. Luego se pasó Su Majestad a hablar conmigo y a declararme todas estas cosas que estaba viendo y me dijo: «Mira, estas flores que ves tan hermosas las hacen las personas que padecen sólo por mi amor y sufren y padecen por darme gusto; estas personas se hallan, en la hora de la muerte, cercadas y   —103→   rodeadas de flores y rosas y se les hace suave lo horroroso de la muerte. Esto no sucede a las personas que no saben hacer estas flores a tan poca costa como es sufrir sólo por mi amor y por darme gusto, las pierden y las dejan de hacer y se hallan a la hora de la muerte solas sin este consuelo con todo el trabajo perdido. Y el beneficio que te he hecho a ti, de llevarte por camino de padecer, es grande porque las almas que yo escojo para padecer las amo tiernamente; y la reprensión que te he hecho en el pedirte las faltas y defectos que has tenido en el padecer, no es sólo para ti sino para toda la comunidad, porque todas incurren en estas faltas de perder las ocasiones de hacer muchas flores porque todas las que están ya en la comunidad , y las que fueren entrando, las escojo para padecer; pero este padecer es padecer muy llevadero y es nada para lo que padeces, porque más padeces tú en una hora que todas».

Después de algunos días que me había pasado esto, fui a la ropería a que me diera la ropera lo que había de coser y me dio un género duro y penoso de coser. Yo lo tomé con repugnancia por ser duro de coser y al instante que sentí esta repugnancia me acordé de lo que me había pasado con las flores. Dije: «Señor y Dios mío, no ha de ser así sino de todo mi corazón, y cada puntada que diere en este género he de hacer una flor por tu amor». Fui a la celda y me puse a coser y a la primera puntada que di, vi formar una flor como una azucena blanca y tenía su palito y abajo en el palito tenía sus hojas verdes que hacía mera azucena. Fui dando puntadas y a cada puntada que daba se hacía y formaba una flor de ésta. Ya que estaban algunas de estas flores hechas y formadas, vi sobre la misma costura que ellas mismas se iban juntando para irse haciendo un ramillete. Yo iba cosiendo y dando puntadas y cada puntada se formaba una flor y se iban encajando en este ramillete. Yo hacía por apartar esto de mí y no era posible. Llegó la tarde y tocaron a oración. Ya estaba el ramillete casi acabado de hacer. No sabré decir la hermosura y belleza que había en estas flores. Yo me levanté par a ir a oración dejando todo esto en la celda. En el coro está una   —104→   imagen de Nuestra Señora y tiene un Niño en los brazos, y al entrar en el coro vi el ramillete en las manos del Niño Jesús y me dijo: «Mira cómo tomé ya las flores que has estado haciendo».

Antes de esto, estando una noche en maitines, vi con vista interior un camino muy angosto y lleno todo de abrojos y de espinas y muy oscuro, sin rastro de luz y al fin de este camino había una lucecita muy pequeña que apenas la divisaba. Al ver este camino me parecía que no había de haber quien pudiera dar un paso en él. Estando en esto, oí una voz que me dijo: «Tienes ánimo de andar por este camino». Al oír estas razones, sentí unos ímpetus tan acelerados y fuertes de andar este camino y pasar por los horrores que en el había para llegar a la lucecita que divisaba. Luego volví a oír la misma habla y me dijo: «Tú eres la que va por este camino». Otro día, estando en oración, volví a ver este mismo ca mino mucho más horroroso que antes lo había visto y me vi a mí misma en medio de este camino como que estaba atascada sin poder dar un paso. Estando en esta congoja, oí un habla que me dijo: «Mira cómo te has quedado en medio del camino atascada sin poder andar», a lo que entendí que esta habla fue del demonio. Otro día, estando en oración con gran congoja por no poder tener sosiego ni estar recogida, oí que me hablaba Nuestro Señor y me dijo: «¿Hasta cuándo has de entender y saber que la oración que quiero que tengas es que te pongas a mis pies conociéndome a mí y conociéndote a ti, y dejarte en mis manos para que haga yo lo que quisiere de ti y no quieras hacer lo que no puedes?» Con esto quedé consolada y enseñada. Algunas veces siento unos ímpetus amorosos tan acelerados y fuertes y vehementes que me saca de mí y me dejan casi destituida de los sentidos; otras veces se me desata y derrite el corazón en suavísimas lluvias de lágrimas.

Estando un día sintiendo esta llama de fuego que me abrazaba el pecho y el corazón no me cabía en él, y faltándome ya el aliento y las fuerzas del cuerpo para sufrir tanto incendio, pedí a Su Majestad apagara un poco la llama de su amor porque   —105→   me faltaba ya la vida y en esto sentí que se llegaron a mí y me levantaron dos costillas de sobre el corazón y dieron una ensancha al pecho para que pudiera caber el corazón en él; y con esto desfogó y se desahogó mi corazón y me quedaron las dos costillas levantadas cuatro dedos de las demás. Esto lo sentí y lo vi viendo las dos manos, y esto que digo que me quedaron las dos costillas levantadas, las vi con vista corporal después de haber visto todo esto con vista interior y así se quedaron levantadas.

[Vol. III, ff. 1-3], escrito para el Padre Juan Dionisio de Cárdenas, ca. 1697.

Vuelvo hablar de cuando comenzó el Señor a hacerme esta merced de darme estos vuelos de espíritu, o éxtasis, que todo es una cosa. La primera vez que me acaeció fue en parte donde pudo verme la prelada y algunas hermanas entendieron que era algún mal de estos que dan de repente. Quedé sin sentido como muerta, mas con grandísima suavidad y deleite. Esto de perder el sentido dura poco, como lo tengo ya dicho. Hizo la prelada que me llevasen en brazos a la enfermería. En el camino al entrarme volví en mí, mas de tal manera que no podía mover cosa de mi cuerpo; sólo tenía sentido para oír y entender lo que se hablaba. Estando ya en la enfermería, comenzaron a hacerme algunos remedios, a echarme ligaduras y otras cosas, y como yo estaba con sentido para entender y sentir estas cosas, aunque no podía moverme ni hablar, el verme en manos de criaturas que estaban sobre mí atormentándome con remedios sin dejarme sola gozar de los gozos y dulzuras grandes que el Señor estaba comunicando a mi alma, que parecía estar ya en la gloria, y por otra parte haber de estar disimulando para que no lo echaran de ver. Este trabajo duró casi dos horas. Al cabo pude hablar y pedí con las manos puestas a nuestra Madre Priora me dejase ir al retiro de la celda y no quiso; mandome pasase la noche en la enfermería. Las mortificaciones que en esto pasé fueron muchas y muy grandes. [...]

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Estando en ejercicios me hizo el Señor esta merced; quedeme elevada en éxtasis. Tocaron a examen de conciencia, como se acostumbra antes de comer y yo estaba como muerta, mas tenía sentido para oír y entender. Oí el toque de la campana mas no pude mover cosa de mi cuerpo; quedeme sin ir al coro con la comunidad. La prelada, así que me echó de menos, envió a llamarme; daban golpes a la puerta de la tribuna. Yo no salía ni respondía porque no podía. Salió la prelada del coro. Entró en la tribuna y me halló elevada como dije. Ya entendió eran estas cosas del demonio. Comenzó a darme de azotes con la cinta de Nuestro Padre San Agustín con toda la fuerza que pudo. Me sacó a empellones, arrastrándome por el suelo como lo había ya hecho en otras muchas ocasiones. El Señor acudió en este aprieto, como padre amoroso, dándome sentido para andar. Tomé el velo y me lo eché al rostro; fui al refectorio con la comunidad, que el con suelo que tuve fue estar en ejercicios y andar con velo.

Otro día me llamó Vuestra Merced al confesonario. Estuvimos hablando en estas cosas y Vuestra Merced se apuró mucho y me dijo que si otra vez me volvía a acaecer lo mismo que se había de ausentar y poner tierra de por medio para no volver a verme y así que fuese derecha al coro por obediencia y me pusiese en oración pidiendo al Nuestro Señor que cesase el hacerme esta merced y todo aquello que era exterior. Yo obedecí como mi padre me lo mandó, mas ya se deja entender la pena con que salí del confesonario. Estando en oración me puse en las manos de Dios Nuestro Señor como antes lo estaba y con muchas lágrimas le pedí me quitase todo aquello que era exterior si era de su agrado que ya veía Su Majestad los grandes trabajos que estaba padeciendo Vuestra Merced que era el que más me apretaba. Fue Su Majestad servido de oírme, que desde este día cesó todo lo que era exterior. Así en esta merced que el Señor me había hecho de darme estos vuelos de espíritu, o éxtasis, que todo es una cosa, como en el padecer que tenía exterior con los demonios, que después hablaré en esto que hay mucho que decir.

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Padre mío, el estado en que ahora está mi alma es de mucha paz porque todo cuanto está pasando por ella es interior, no sale nada a lo exterior. Cesó el Señor de hacerme esta merced que acabo de decir en lo exterior, mas no en lo interior del alma, de manera que nadie lo echa de ver, mas es mezclado con el padecer que tengo dicho que lo más ordinario es estar puesta en este penar. Ahora estoy muy al gusto de Vuestra Merced y de mí. Bendito y alabado sea el Señor que así sabe hacerce al gusto de nosotros.

[Vol. VI, ff. 81-95], escrito para fray Plácido de Olmedo, ca. 1708.

El día diez y seis del mes de marzo de este año que va corriendo de mil setecientos y ocho, en este día de diez y seis de marzo hubo aquí un temblor muy recio aunque no duró mucho más como se continúan tantos y son tan repetidos en esta ciudad los temblores, y así también son continuos los sustos y temores; pues, como voy diciendo, de este día que hubo este temblor tan recio que me dejó a mí temblando y esperando por horas que volviese a la noche. Este mismo día, estando ya recogidas no me era posible sosegar ni entrar en quieto. Comencé a hablar con Dios y a manifestarle mis congojas y a pedirle misericordia no sólo para mí sino para todos, porque era mucha la pena que tenía de ver tan recios temblores. Estando en esto, sentí que se me acercaba el Señor y con esto se serenaron los temores y sustos con que estaba; aquí oí que me hablaba Su Majestad y entre otras cosas que me dijo, según me pareció, la una fue la que voy a decir; díjome Su Majestad que estaba la ciudad de la Puebla muy trabajosa porque se cometían muchos pecados en ella y que para evitar estas ofensas y que las almas no se perdiesen iba dejando caer el azote de su justicia, mas no como de juez riguroso sino como de padre, enviando a esta ciudad muchos torcedores de trabajos, tribulaciones y desconsuelos para que con estos mismos golpes les haga caer en la cuenta, y contritos y doloridos se vuelvan a este Señor pidiéndole misericordia para no ofenderle más. Esto fue lo que Su Majestad me dijo sin darme a entender otra cosa ninguna y diciéndole:   —108→   «Señor, y que puedo yo hacer en cosas de tanto peso dichas a mi bajeza y ruindad». Y me respondió: «Pedirme por esta ciudad». El que esté esta ciudad de la Puebla con muchos desórdenes y grandes calamidades no se duda porque ha muchos años que está sin prelado y así estará todo como sin cabeza; esto es lo que estamos mirando.

Mas tocante a lo que dije arriba es según yo oí y me pareció; y como estas cosas son tan engañosas y puede el enemigo entremeterse en ellas, hice por olvidarlo, no para dejar de pedir a Dios Nuestro Señor mire a esta ciudad como padre y la socorra con darle un obispo tan cual lo necesita, que lo remedie todo. Digo que hice olvidar lo que dije ya, que Su Majestad me dijo de cómo iba dejando caer el azote de su justicia en esta ciudad apretándola y atribulándola con grandes trabajos; mas que esto era y sería como de padre para que a causa de los golpes, cayesen en la cuenta y se enmendasen. Pues, como voy diciendo, no quise escribir nada de esto que voy poniendo aquí; escribí las demás cosas que entonces me acaecieron y siempre dejando y sin tocar lo que aquí voy diciendo. Di fin a los cuadernos que estaba escribiendo, los cuales remití a Vuestra Paternidad después acá. Aunque he escrito más, nunca tuve intención de escribir lo dicho aquí. Ha ido corriendo el tiempo y va ya para un año, y como Vuestra Paternidad acostumbra el no hablarme sobre lo que escribo, sólo cuando se ofrece alguna pregunta, pues un día, estando en el confesonario hablando con Vuestra Paternidad no cosa de mi interior ni de cosa que pueda darme pena, sino de los sucesos y trabajos que iban acaeciendo a esta ciudad de la Puebla, porque había habido muy grandes, no siendo la tierra sujeta a temblores, que esto le causaba mucha novedad; y después de todo esto, que habían comenzado las aguas con muchas y grandes tempestades, que aunque por allá siempre las ha habido, mas como las de este año dicen que no las ha habido; esto fue lo que Vuestra Paternidad dijo en el confesonario a quien oyendo esto tenía presente y con   —109→   mucha viveza lo que Su Majestad me había dicho de cómo iba apretando a esta ciudad. Y entonces le referí a Vuestra Paternidad el caso que me había acaecido días ha. Y a esto me dijo Vuestra Paternidad que si lo tenía escrito. Respondí que no, ni tenía intención de escribir tal cosa. Entonces me mandó Vuestra Paternidad que luego escribiese y no lo dejase de hacer y así lo tengo ya hecho.

Dije en lo que está ya dicho que no entendí otra cosa ninguna en las razones que oí, que según me pareció fue el Señor que me las dijo, que era muy ofendido en la dicha ciudad de la Puebla; en esto es lo que digo que no entendí otras cosas más de lo que suenan estas palabras. Lo que sí entendí fue que los temblores que en esta ciudad de Oaxaca han sido tan repetidos habían de cesar, y en la Puebla los había de haber porque quería Su Majestad que se descansase acá en esta ciudad de Oaxaca de la tormenta tan grande que se ha padecido con los temblores y estos mismos sustos se padezcan en la Puebla. Esto fue lo que entendí, mas no por esto digo ni pienso que no los ha de haber más ni han de tornar como de antes; que esto yo no lo sé porque el decir Su Majestad que han de cesar los temblores acá en esta ciudad no es decir que no han de volver más, porque bien pueden cesar por algún tirón de tiempo o por algunos meses y luego que tornen como de antes a tener a todos los de esta ciudad en un continuo susto y temor; que en esto bien se conocen los bienes tan grandes que se siguen para las almas, porque con estos temores se evitan muchas ofensas a Su Majestad y por esta razón no dejo yo de esperarlos.

Esto me acaeció en la cuaresma pasada a mediado del mes de marzo de este año que va corriendo de mil setecientos y ocho en la cuaresma. Y antes de la cuaresma fue cuando apretaron mucho los temblores; mas después acá han cesado. Vuestra Paternidad, por amor de Dios, registre con cuidado estas cosas, que cada día es más y el temor que me asiste de que pueda ser engañada de la astucia del enemigo y en especial en estas hablas. En algunas partes   —110→   no pongo los efectos que siento antes y los que me quedan después por parecerme de más y que canso a Vuestra Paternidad pues está explicado en muchas partes.

[Vol. XI, ff. 8-9], escrito para el Obispo Ángel Maldonado, 1717.

Voy a otro cosa que todo lo que aquí voy diciendo he pasado, porque en todos estos seis años no he podido escribir nada. Habrá como tres o cuatro años, que no me acuerdo fijamente cuánto ahora, que poco más o menos es lo que digo que tuvo Vuestra Señoría y tuvimos aquel gran trabajo con aquel señor obispo que vino de España sólo a combatir y a turbar a todo este obispado de Oaxaca, porque vino armado a que por fuerza había de quitar a Vuestra Señoría su silla pastoral. Se había de quedar él gobernando este obispado y como el mundo estaba cada día más rematado, hubo muchas personas y aquellas más beneficiadas, estos sujetos se fueron al bando de este señor obispo y en contra de Vuestra Señoría. Yo y todas estábamos muy desconsoladas viendo que iba muy adelante la porfía de este obispo en querer quitar a nuestro santo prelado y pastor de su obispado.

Un día, siendo sumamente afligida con este gran trabajo, me fui al coro y estando suplicándole a Nuestra Señora de la Soledad que serenase este pleito por sus extraños piadosos, que ya veía que no teníamos, después de Su Majestad, otro áspero que Vuestra Señoría, pues aquí me pasó lo que voy a decir. Esta imagen de Nuestra Señora de la Soledad está en su nicho y tiene vidrieras, pues dentro de este nicho vi a Vuestra Señoría Ilustrísima estando de rodillas al lado de esta soberana imagen. Díjome esta Señora que viese cómo le tenía a su siervo defendiéndolo de los trabajos en que se hallaba. Ya se deja entender el consuelo con que quedé, y siempre pidiendo y rogando a Su Divina Majestad y a su Santísima Madre que se acabe este trabajo. Y cada día estaban las materias de peor calidad y los ánimos de este lugar más turbados y más indignos en contra de Vuestra Señoría. Y cuando más estaban todos enfurecidos, estaba Vuestra Señoría más sosegado.





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ArribaAbajoSor María de Jesús Felipa: un diario espiritual de mediados del siglo XVIII (1758)

Asunción Lavrin


Arizona State University

Sor María de Jesús Felipa, monja profesa del convento de San Juan de la Penitencia, escribió un cuaderno mensual a su confesor en el cual retrató tanto su vida espiritual como algunos incidentes de la vida diaria del convento. ¿Quién fue Sor María de Jesús Felipa? su diario es de 1758, y suponemos que era una monja de velo negro con varios años de experiencia en el convento46. Tuvo amistades y enemistades dentro del claustro, como se infiere por algunos pasajes. Lamentablemente la información sobre la vida cotidiana dentro del convento es esquemática, y los datos históricos que quedan sobre San Juan de la Penitencia en el siglo XVIII son mayormente de carácter económico, con algunos referentes a elecciones canónicas47. ¿Esta carencia documental quizás pueda ser remediada con futuras investigaciones en los archivos. La obligación de redactar estas confesiones fue producto del voto de obediencia que todas las monjas debían a sus superiores. A pesar de declarar constantemente su aversión y sufrimiento en el cumplimiento de esa tarea, la misma les ofrecía un medio inigualable de expresión a su espiritualidad y a su capacidad de reflexionar sobre el significado de su vida religiosa. También les permitía desatar los lazos terrenales para dirigirlas a un estado de auto-análisis a través del diálogo entre ellas, el confesor, y sus interlocutores divinos.

La información de la vida diaria que logran infiltrarse en la narrativa nos indica que, a pesar de su concentración en las posibilidades espirituales de la fe y disciplina interior, las profesas no se podían desentender completamente de la materialidad del siglo. Así, se nos ofrece la oportunidad de escudriñar algunos   —112→   incidentes de la vida conventual desde un ángulo privilegiado: la visión de una profesa. Esta aproximación es común a otros escritos conventuales, en los cuales lo espiritual y lo mundano tenían una manera muy sui generis de entremezclarse, como se observa en los diarios de Sor María de San José y la Carmelita poblana Francisca de la Natividad en este mismo volumen. Por otra parte, estos escritos no son en modo alguno una fuente completa para revelar la vida diaria. Quien desee acercarse más detenidamente a los incidentes y accidentes mundanos dentro del claustro, tendrá que buscarlos en las cartas de las monjas, en las cuales se retratan una variedad admirable de relaciones humanas48.

Sin embargo, es la vida espiritual de Sor María, recogida por sí misma en un interesante proceso de memorización, descripción, y auto-análisis, lo que constituye la contribución medular de este diario que, como otros, nos permite un acercamiento a ese aún no completamente escudriñado ni comprendido mundo femenino espiritual de la profesa colonial. Este diario consta de 114 páginas dobles (la numeración llega al folio número 228) y se extiende desde el mes de febrero hasta mediados de diciembre de 1758, punto en el cual queda truncado, aunque es imposible determinar si por la encuadernación o por el desmembramiento intencional del texto. El mismo es de una sola mano, sin márgenes y sin puntuación. El diario está dividido en meses, señalados por una entrada en el margen superior. Es muy probable que éste no haya sido el único cuaderno o diario escrito por la monja, ya que en el fol. 94v (mes de junio) se refiere a «otro cuaderno».

La presencia de numerosos tachados en el texto nos da evidencia de la lectura y censura de un lector, cuya autoridad determinó que los nombres de muchas personas envueltas en la narrativa no debían permanecer. Así se han borrado de la memoria y de la posible identificación histórica los nombres de la mayoría de las monjas con quienes Sor María de Jesús Felipa se relacionó en el claustro. ¿Quién pudo tener esa atribución? sospecho fue el   —113→   confesor, a quien va dirigido todo el documento. El enigma de la razón de esa censura no creo pueda ser nunca descifrado. El texto de todo diario espiritual está escrito para ser compartido con un lector riguroso, el confesor o director espiritual, cuyo propósito era dual: enterarse del estado espiritual de la profesa bajo su dirección para poderla guiar en su camino de perfección religiosa y examinar la ortodoxia de su contenido si el mismo incluía visiones o expresiones de éxtasis místico. En el caso de este diario la tachadura de nombres propios y la descripción de algunos pasajes en que al parecer se describían formas de disciplina poco usuales, puede reflejar una preocupación respecto a la información, o a la revelación de las personas envueltas en los incidentes del convento. ¿Esperaba quizás el confesor otra lectura por ojos curiosos y menos discretos? Es una opción poco probable durante la vida de ambos, pero obviamente posible después de su muerte si el diario era archivado en el convento. El hecho de que este diario haya llegado a nuestras manos después de 250 años de su escritura prueba, hasta cierto punto, que la preocupación del confesor o quien ejerció la censura, no estaba mal dirigida. Sea de ello lo que fuere, esa voluntad de encerrar dentro del anonimato a algunos personajes conventuales son en sí, otra evidencia de que la vida espiritual de las profesas, por mucho que se desplegara en visiones policromadas del cielo o angustiadas descripciones de humillación personal, tenía fronteras dictadas por la ortodoxia y la intervención de autoridades humanas.

Antes que nada debemos dirigirnos al fenómeno mismo de la escritura como medio de expresión y como evidencia de una realidad histórica que nos enfrenta a las profesas novohispanas como sujetos escribientes. Entre las mujeres la escritura fue un privilegio que, en el caso de las monjas, venía envuelto en otra forma de privilegio, la profesión religiosa. Llegar a ser una esposa de Cristo fue sólo posible a aquellas de ascendencia española hasta que a principios del siglo XVIII se inauguró el primer convento   —114→   para indígenas49. La escritura de autobiografías y diarios espirituales fue muy intimista e interiorizada pero, contradictoriamente, con la obligación de desnudar sus secretos para un «otro» hombre, autorizado a participar en experiencias muy personales entre la monja y sus interlocutores divinos, y capaz de interponerse, si no imponer su opinión, sobre la experiencia interior. Hay algo sutilmente erótico en el acto de escribir sobre intimidades que luego se entregan a un miembro del sexo opuesto, cuya tarea era la de un «voyeur» que no por espiritual dejaba de ser un intruso en las interioridades de una mujer.

La autorización para la escritura es dual. La suprema es la conferida, tal y como lo explica Sor María de Jesús Felipa, por Jesucristo-Dios y que se otorgaba durante los estados visionarios. El confesor es la otra fuente de autorización. Este último ordena y escudriña porque la iglesia le ha otorgado estar en lugar de Dios con respecto a sus hijas espirituales. Así, Sor María de Jesús Felipa se enfrenta a una realidad compleja. Escribe por orden divina, pero también para el confesor, cuya presencia es palpable a través de todo el escrito, aunque ni siquiera sabemos su nombre. Se lo menciona constantemente como interlocutor y lector, y como sujeto activo en sus experiencias espirituales. Detrás de la tramoya, se adivina su figura, siempre atenta al drama que representa el esfuerzo de la escribiente para expresar su vida interior, responder al mandato de Dios y obedecerlo a él como su director espiritual. Debemos reconocer, sin embargo, que este personaje no merece ser visto como una figura siniestra o constantemente amenazadora. Sor María depende mucho de él como guía que le haga asequible la unión con Dios. El «director» espiritual es un timón necesario para la religiosa.

Si a veces se debate entre el deseo de aseverar su propia personalidad y la necesidad de someterse a su maestro y guía, esa angustia está inscrita en la historia de la relación mutua, y es ineludible al mismo tiempo que imprescindible, tomando nuevos   —115→   sesgos con el tiempo. Una vez iniciadas sus visiones, Sor María de San Felipa se atreve a hacerle recomendaciones a su padre espiritual. En un momento dado, la religiosa le trasmite al confesor las instrucciones de Jesucristo respecto a cómo tratarla. De hecho, hay cierta ironía sutil en cuanto a que casi se burla de las facultades de los doctores y sabios de la iglesia, y de todos los hombres en general. A pesar de haber confesado su incapacidad intelectual, declara ser elevada por encima de todos ellos a través del conocimiento que Cristo le va dando. Se da a entender que ese conocimiento es llano; cualquiera lo puede tener si Cristo lo revela, como le está ocurriendo mientras escribe sobre sus interioridades. El triunfo de los que son «nada» es espiritual. Sor María de Jesús Felipa se mantiene reverente y obediente a su confesor. Pero ella tiene algo que no tiene él: la voz de Cristo en su oído.

Lo anterior explica la preeminencia protagónica de la religiosa que escribe para expresar sus estados espirituales, los incidentes conventuales que la afectan, y sus experiencias visionarias. Para asumir este protagonismo recibe la autorización de Dios, que es crucial para ella. En su caso Dios le comunica personalmente esa autoridad liberadora que le permite tomar la pluma y describir sus estados interiores así como revelar su contacto con Él. La voz del creador se dirige especialmente a ella para elevarla y destacarla sobre el resto de las almas. No sólo Sor María de Jesús Felipa, sino todas y cada una de las religiosas que escriben han sido escogidas para experiencias no asequibles a la mayoría de los seres humanos. Cristo le da a entender que aún antes de nacer ella, y durante su pasión, se le había dado a conocer la futura existencia de Sor María de Jesús Felipa, y de su devoción hacia Él. Este acto de premonición que antecede la vida de la monja y, especialmente en la hora de mayor sufrimiento para Cristo, es uno de esos extremos barrocos de entender el destino de ser religiosa y que dice mucho de los estados de arrobos espirituales que experimentaron algunas profesas novohispanas.

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A modo de precaución para que no se la tilde de arrogante, la monja se declara no merecedora, en cuanto a que existen hombres doctos a quien Él podía habérsele revelado. Pero Cristo le asegura que es su voluntad hablar a través de ella . En ese pasaje percibe la monja cómo Dios usa del aparentemente ignorante y humilde para expresar su sabiduría, y así humilla a los sabios. El amor de Dios a los humildes se repite aquí a través de una voz que fue oficialmente relegada al silencio dentro de la iglesia, la de la mujer. No creo sea ésta una forma de rebeldía de género dentro de la religión, puesto que se desarrolla dentro de los parámetros aprobados por la iglesia misma, que sólo desautorizó la voz pública a las mujeres. Lo que sí veo es una forma de auto-afirmación legitimada por medios asequibles dentro de la ortodoxia católica de su tiempo. Esto no significa negar el espíritu de liberación femenina que implica esta relación de intimidad con Cristo, en la cual se reciben señales de amor y excepcionalidad que nutren la existencia de la receptura.

Al principio del diario -en el mes de febrero- la religiosa está perturbada por sus «sequedades» espirituales, y su sentimiento de ineptitud como monja. La tarea de escribir, como en otras ocasiones, le luce pesada y constrictiva. Cuando el confesor, aparentemente le quita la obligación de escribir, cree hallar una nueva felicidad, especialmente porque espera que le pueda dedicar todo el tiempo a su esposo Cristo. Pero esa libertad fue decepcionante. Sor María de Jesús Felipa toma de nuevo la pluma y comienza a percibir, como después repetirá varias veces en el diario, que escribir es una forma de acercarse y comprender a Dios. O sea, que la oración, la contemplación, las revelaciones, y los estados místico-unitivos, no son suficientes para desahogar su espiritualidad. La escritura más que un medio, es una necesidad.

Si bien en el mes de febrero mostraba una gran ansiedad espiritual, ya para marzo, y después de la Pascua de Resurrección Sor María de Jesús Felipa siente renacer la confianza y alegría que le   —117→   impele a tomar la pluma, no ya para desahogar sus tormentos o por obediencia, sino «porque es gusto de Dios intimado por V. R., conque voy escribiendo en fe de que soy un rudísimo instrumento de que el Señor se vale para ostentar sus misericordias [...] Estas vengan como dulces manantiales sobre todo el género humano según la fineza de su honra y gloria, que es la que deseo...» (fol. 36v).

Uno de los rasgos más interesantes de este diario es la forma paulatina en que Sor María de Jesús Felipa va cobrando una personalidad propia y va tomando las riendas de su espiritualidad. Aunque nunca se declara libre de su relación de dependencia con el confesor, a medida que van pasando los meses advertimos un crecimiento progresivo de su confianza en sí misma y de la certitud de estar en el camino de perfección. Con este sentimiento, su relación con el confesor cambia de tono. Esa situación de comprensión de su destino comienza a tomar forma tras recibir las primeras comunicaciones con el mundo de lo divino y transcendente. Sor María de Jesús Felipa comenzó a tener visiones de sus ángeles custodios, la virgen María y Jesús (Dios) que le confirieron un sentido muy fuerte de protagonismo. La confianza en sus capacidades espirituales creció a medida que comenzó a sentirse especialmente señalada por el amor de Dios para responsabilizarse por su salvación personal y por la salud espiritual de las almas de su convento.

Sus conversaciones con los ángeles custodios son de especial relevancia, ya que ellos la guían espiritualmente, aclarándole el significado de muchas situaciones y el propósito de su vida. El diálogo entre estos intermediarios protectores y Sor María de Jesús Felipa se lleva a cabo utilizando el apelativo de «vos» en vez de «tú» o «usted», una curiosidad gramatical que permanece sin explicación, y que no se repite cuando la virgen María o aún Dios le hablan. Ellos la tratan de «tú», como quizás era de esperarse en la conversación de seres entre los cuales existían relaciones afectivas.

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La relación espiritual entre Sor María de Jesús Felipa y Jesucristo tiene los rasgos característicos de la época. A pesar de negar retóricamente su aptitud para recibir la comunicación divina por ser de un sexo tan débil, ella asume su cargo apoyada por la Virgen María y los ángeles custodios, y demuestra su voluntad de actuar tal y como se le ordena, confiada en que lo hace en nombre de Dios. La Virgen María establece lazos de afecto y le reitera la relación especial entre la profesa y su hijo, asegurándole que no es la naturaleza del recipiente del favor divino lo que cuenta, sino la intención de Dios, que la eleva por encima de sus flaquezas como ser humano y como mujer. Hay aquí una conversación entre dos mujeres en la cual la Virgen María como la madre madura y experimentada aconseja en tono calmante y persuasivo a la joven aún temerosa y que se declara sin experiencia ni capacidad para elevarse sobre su condición. No es de extrañar esta relación dado que en una de sus comunicaciones con Cristo, éste le recomienda que ame a su madre María, a quien Él exalta como intercesora de la humanidad cuando enojado a veces levantaba su azote contra los transgresores de su ley. El culto mariano fue característico de la espiritualidad conventual femenina en el siglo XVIII, como bien nos hace recordar Sor María Águeda de San Ignacio, la fecunda monja poblana, cuyas obras de exaltación mariana fueron impresas bajo el patronato económico del obispo de Puebla50.

La relación con Jesucristo es de una intimidad sin humillación o teatralidad que le permite a la profesa encontrar mucho que celebrar en su vida religiosa, a pesar de recurrentes dudas y sufrimientos espirituales. De hecho, el rasgo principal de su relación con Jesucristo es de otorgar a Sor María de Jesús Felipa una confianza suprema en su misión de redimir almas y de proteger a su convento. Esta misión es sostenida por el amor que ambos se profesan. Ese amor está expresado en las formas ortodoxas que arrancan del siglo XVII y la espiritualidad de San Juan de la Cruz. Hay un fino erotismo infuso en esa relación que se expresa en   —119→   términos humanos. No soy partícipe, sin embargo, de ver trasfondos freudianos en estos textos aunque es necesario un análisis de sus características y de sus fines. La condición de esposa de Dios implica la expresión de la calidad y grado de amor que se espera sea la base de esa relación. No hay en los orígenes bíblicos del cristianismo negación de la base física del amor, que se usa como punto de partida para la expresión de la unión espiritual. Besos, caricias, ternuras y abrazos son medios de describir la relación entre esposo y esposa. La sexualidad de los términos es innegable, pero recordemos que no hay otras formas de expresar el amor en el vocabulario humano y que la espiritualidad que arranca en el siglo XVI le han conferido a esas expresiones un valor simbólico. Sor María de Jesús Felipa crece a medida que escribe y se autoriza a vivir un papel mucho mayor que el que cumplía en la vida comunitaria. Sus diálogos con Jesucristo la llevan a estados místicos descritos con un lenguaje que por la cotidianidad en el uso de metáforas olfatorias y gustatorias nos llevan a admirar la simple efectividad con que podía una monja escribir sobre los estados más elevados del alma, y cuanto mejor la entendemos hoy que las densas argumentaciones de teólogos y ministros del barroco (fol. 125v). Parece claro que Sor María de Jesús Felipa experimentó algunos estados místicos, en los cuales hubo conocimiento de Dios que no podía cabalmente explicar. En mayo experimenta una paz interior que dio pie a que hubiera «recobrado el entendimiento con luz especial acerca de la grandeza de Dios... y en ellas comprendía mi alma que este conocer no conocía como nos sucede en lo visible... que en esto que voy diciendo porque se conoce mucho más de lo que se puede explicar...» (fol. 55v), y más adelante repite que, «vivo donde ella está sintiendo lo que no es decible pues esto que voy diciendo no sé cómo lo escribo ni puedo manifestar de dónde o cómo tomo la fuerza...» ( fol. 56v)51.

El lugar de comunicación espiritual es algo semejante al castillo interior, aunque no descrito como tal. Ese espacio que   —120→   contiene la presencia de Dios y en el cual se llevan a cabo las experiencias místicas conserva una configuración cotidiana, como una capilla o unas habitaciones. De este modo la representación de la visión del cielo mantiene una conexión con el mundo físico que la hace asequible a quien lee. Esa forma de enmarcar la experiencia espiritual dentro de un espacio reconocible tiene una raigambre teresiana de la cual pocas monjas novohispanas escaparon. De especial interés es la declaración de la comprensión del misterio de la Trinidad, una intuición teológicamente difícil, pero a la que Sor María de Jesús Felipa arriba a través de la comprensión mística. Fue una experiencia de extrema importancia para la espiritualidad post-Tridentina.


El convento: escenario de la vida cotidiana y las flaquezas humanas

Aunque el convento era un lugar dedicado a la espiritualidad, rencillas, faccionalismos, afecciones y desafecciones establecían la tónica en este mundo de mujeres enclaustradas. Por ejemplo, la elección de una prelada era usualmente ocasión de ejercer presiones personales para lograr que alguna favorita saliera electa abadesa o priora. Sor María de Jesús Felipa escribe llanamente y sin inhibiciones sobre las manipulaciones de votos y voluntades que reinaron durante una elección de abadesa, lo cual nos amplía mucho la visión hierática y acartonada que la notarización oficial de la misma hacían los prelados. En su diario, Sor María de Jesús Felipa nos deja apreciar ese proceso en el cual ella reclama haber tenido un papel principal, dado su auto-asignación de guardiana espiritual del convento. La elección de una nueva abadesa en agosto de 1758 fue precedida por la visita episcopal, para la cual la religiosa prepara a una profesa joven. Usando una sabiduría cotidiana posiblemente desarrollada a través de muchas ocasiones,   —121→   Sor María de Jesús Felipa le aconseja a su compañera cómo evadir informar al prelado de cualquier rencilla interior, cubriendo así al convento y sus habitantes de cualquier investigación. Se aprecia aquí la forma en que las profesas, sin rechazar abiertamente la autoridad episcopal, manejaban la dominación paternalística y a veces imperiosa de sus prelados para lograr la elección de su favorita. En un breve comentario, la monja deja escapar su opinión respecto al gobierno de sus superiores hombres: «Bien sabe Dios que lo más penoso de este camino interior es lidiar con los hombres aunque sean santo[s]» (fol. 121v). La sumisión exigida por la obediencia tenía sus aristas, y las monjas estaban bien apercibidas de las imposiciones creadas por autoridades masculinas, quienes les causaba muchos problemas precisamente porque manejaban los asuntos con una visión de género carente de simpatía por sus súbditas.

El triunfo de la candidata favorita de Sor María de Jesús Felipa es en parte atribuido a la intercesión divina, en una mezcla de la vida cotidiana y la espiritualidad muy característica de la época. La religiosa descubre las pequeñas conversaciones mantenidas entre las profesas respecto a las candidatas a abadesa, los posibles votos a favor de cada una, y aún el peso de la responsabilidad en la aceptación de los oficios conventuales, que para algunas era motivo de pesadumbre y causa de lágrimas al tener que aceptarlas obligadas por el voto de obediencia. Lo que en último extremo llama la atención es cómo la monja escribe sobre estas cosas con libertad sabiendo que el cuaderno de su diario es sujeto de la lectura de su confesor. Obviamente, éste gana un conocimiento muy importante de las tácticas femeninas durante las elecciones que no es de suponer callara como secreto confesional. Sor María de Jesús Felipa era una mujer inteligente y es de dudar que haya dado toda esta información sin apercibirse de sus consecuencias. Nunca sabremos si lo hizo a propósito y cuál fue la reacción del confesor ante la revelación. Es posible suponer que entre religiosas y   —122→   autoridades eclesiásticas masculinas siempre existió una tensión y deseo de ejercer sus respectivas autoridades. Los confesores sabían los secretos; las religiosas sabían que ellos sabían, pero seguían las reglas de su propio juego. Las victorias o las derrotas en estos ejercicios de estrategia de voluntades no eran predecibles para ambos contendientes. Por eso la vida cotidiana dentro del convento y las relaciones entre prelados y religiosas nunca careció de interés para ambos y para nosotros como historiadores.

Las enfermedades; una parte inevitable de la vida humana y la vida cotidiana pareció a veces brindar un puente hacia aspectos controversiales de la vida espiritual, como las profecías y milagros. En julio, a raíz de la enfermedad de otra monja, Sor María de Jesús Felipa se debate entre la intuición irreprimible de que la religiosa no moriría, a pesar de su empeoramiento, y el temor a expresar públicamente su propia intuición. La habilidad de profetizar no fue parte de su vocabulario espiritual ni de su práctica religiosa. Así, se asustó de su osadía y su intuición. Existía el riesgo de convertirse en una monja charlatana, rayando en los límites de las falsa profecías de visionarias tachadas de invenciones heterodoxas, que podrían llamar la atención de la Inquisición. Sor María de Jesús Felipa temía la reprensión de su confesor «por habladora». Así, trató de remediar su impulsiva aseveración diciendo que Dios tenía el poder y ella confiaba en Dios.

A pesar de su gravedad, la enferma se recuperó, y Sor María de Jesús escribe ortodoxamente que todo se debió a las medicinas que se le habían dado y a la habilidad de los médicos. Acomodando el hecho a una interpretación aceptable dentro de la iglesia y de su fe, escribe que los médicos habían recibido su sabiduría (y por ende sus habilidades) de Dios. Este compromiso entre la fe y la ciencia nos pone frente a algunas corrientes renovadoras de mediados del siglo XVIII. A la abierta desconfianza de su propia intuición, la religiosa contrapone la ciencia, que ya en su tiempo cobraba el reconocimiento de su capacidad de curar y le ofrece   —123→   una puerta de escape a sus propias dudas. Para no crear sospechas de heterodoxia, pide a Dios le salve la vida a la religiosa, aunque es parte de su fe el aceptar los padecimientos y las enfermedades como signo de la voluntad y aun la elección de Dios. Esta reconciliación enlaza varios elementos: el valor de la oración como súplica ante Dios, la aceptación de la voluntad divina por encima de todos los seres humanos, la noción del padecer del cuerpo como señal de esa voluntad y como prueba para quienes lo sufrían, y la realidad de la intervención humana en forma de ciencia médica.

Una peculiaridad de la escritura de Sor María de Jesús Felipa es la de introducir en su narrativa la imitación del diálogo, al que recurre para dar más vivacidad a la memoria de ciertos incidentes conceptuales. Aunque de modo desaliñado, por la carencia de una habilidad literaria idónea para transponer la palabra viva al papel, la monja inserta las expresiones y las situaciones que recuerda, inyectando vida y movimiento al texto. Ciertos modismos mexicanos nos dan una visión breve pero jocosa del hablar popular. En un momento dado, durante la elección de la abadesa, le responde a alguien que desea inclinarla a expresarse sobre la misma: «No me estés moliendo, Angelito...» (fol. 126v), y «no nos muelas con ideas...» (fol. 113v). En otro momento se autodescribe como una «escuinclilla» espiritual, recurriendo a otra forma popular de origen nahua para describir a los niños (escuincle) (fol. 71). Estas breves visiones de la oralidad dentro del convento son, lamentablemente, muy escasas.

Un incidente de burla de un grupo de quienes querían molestarla, se incluye en esta antología. Se trata del baño de otra monja, de quien ella estaba encargada que ínter alia, demuestra no sólo que las monjas se bañaban, sino que, a veces tenían cierto sentido del humor. Llamada a ayudar al baño de otra religiosa, se le insta a que revise de nuevo la tina de agua, en la cual encuentra una tortuga. Sor María de Jesús Felipa, quien sufre de un conocido horror a los animales sufre un ataque de nervios que la hace correr   —124→   a su celda. Poco después, ya recuperada, vuelve a cumplir su misión, aunque acusa a sus hermanas de religión de haber actuado deliberadamente para asustarla, con riesgo de su salud52.

También la decididamente enconada rencilla que tiene con otra monja por haber comprado el tipo erróneo de pan, nos revela cómo se desarrollaban riñas entre estas mujeres sobre cosas nimias y demostrando que aun eran miembros de la humanidad que en muchos momentos se olvidaban de la caridad mutua. Igualmente revelador es el altercado con otra monja a raíz de reconvenírsele a la segunda el que actuara de cantora o lectora durante la Pascua. Palmadas, gritos, y retórica de pretender «sonsera» durante un agrio intercambio revelan cómo se alternaban momentos de espiritualidad con los incidentes de la vida diaria en ese mundo claustral donde a veces sólo se podía pretender que existiera amistad y fraternidad entre sus habitantes.

Es fácil perder, dentro de la continuidad narrativa del diario y su peculiar carencia de puntuación o ilación, la rica y sugestiva imbricación de accidentes de la vida cotidiana con el relato de sus visiones y elevaciones. El pulso de la memoria y los sentimientos de Sor María de Jesús Felipa es rápido y no se detiene a analizarse a sí mismo. Pero, en el tejido de la narrativa se pueden seguir muchos hilos de la vida diaria. Por ejemplo, su constante comunicación y dependencia con su madre espiritual y con otras profesas a quienes les descubría sus dudas interiores. Existían dentro de la comunidad nudos de amistades humanas y espirituales que se reafirmaban con los años, o enconos personales que también seguían ese destino. Como ejemplo de otras múltiples pinceladas de la vida diaria que encontramos en el diario de sor María de Jesús Felipa, enumeremos:

1. Juegos y entretenimientos con las niñas del convento «me enviaron a llamar unas coristas... así lo hice, porque las niñas como saben que gusto de sus travesuras me llamaron para que las viera hacer sus gracias y así me divertí...» (fol. 71).

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2. Intercambio de un libro con un padre confesor que no se realiza por haber enfermado aquél. Aquí tenemos evidencia del modo en que se realizaban las lecturas de las monjas y del papel pedagógico que ejercían los confesores.

3. Relaciones afectivas con los confesores y amistades masculinas espirituales. María de Jesús Felipa agoniza cuando se entera de la enfermedad de uno de sus directores espirituales y expresa metafóricamente su ansiedad como un mar de emociones «que parecían teclas de órgano que pulsaba el Sr. en mi corazón...» (fol. 71).

3. Devociones a Santa Margarita de Cortona, Santa Gertrudis, Santa María Egipciaca, San José, Santa Catarina de Sena, y la Virgen María.

4. Disciplinas que las monjas se daban entre sí, a pedido personal de ellas mismas (por ejemplo, fol. 26, fol. 85).

5. Consejos médicos a las religiosas enfermas, como la necesidad de comer carne y quitarse de los ayunos (fols. 28-29).

6. Rituales religiosos que se seguían en el convento (fol. 35v).

7. Cuidado de plantas dentro del convento (fol. 44) y obras de reparo dentro del mismo (fols. 113-113v).

8. Baños de las religiosas (fol. 47).

9. Enfermedades de los religiosos, especialmente su confesor (fols. 63, 64) por quien hace muchos ofrecimientos por su recuperación (fol. 67).

10. Adopción de una sobrina suya de corta fortuna para ayudarla, y su relación con el padre de la misma, su hermano, por la falta de ayuda material para sostenerla (fols. 220-220v). Este hermano le daba una limosna para el pan, pero en el mes de junio tuvieron una rencilla sobre la misma (fol. 76v).

En las páginas que se han salvado de este diario, hay una visión muy compleja de la vivencia espiritual de una monja. Dada la escasez de este tipo de evidencia autobiográfica sobre la espiritualidad femenina, la aparición de Sor María de Jesús Felipa en la historia de las letras y la historia de la mujer novohispana es un hallazgo del cual debemos sentirnos afortunados.





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ArribaAbajoSor María de Jesús Felipa (1758)

Selección y transcripción:
Asunción Lavrin

Agosto (fols. 115-137)

J. M. y J.


La vida espiritual

Señor y Padre mío: seguía mi penitencia alegre y conforme con la Divina voluntad gozando con el grande amor y afecto que tengo a mi Divino Sacramentado Dueño de su presencia porque las potencias y toda el alma y corazón estaba en el coro, y como estaba cerca oía la misa como si estuviera en realidad en el coro, teniéndome mis custodios muy claro al interior para que gozara el alma lo que no podía personalmente asistir por estar por orden de la obediencia en aquel exercicio53[.] No me servía de inquietud no estarme gozando de la presencia real del Divinísimo Señor porque se me franqueaba de todas maneras con muchísimos conocimientos y movimientos interiores, pues aún todavía me hallaba en aquel dulce retiro sola con mi amado, y con mis custodios, entendiendo en lo que me dictaba el amor, así de Dios como del prójimo, y como en el común bien de las almas tengo de mi Dios y amo el lazo de nuestra dulce unión, así su Majestad estrecha a mi alma más fuerte la prisión, y en eso mismo me levanta a que yo le muestre de mi parte las necesidades que me muestra, y quiere que le pida su socorro[.] Y mis custodios como espíritus abrasados de aquel fuego divino purifican mis potencias y así me encienden en las más amorosas ansias de que el mundo participe de tantos bienes[,]

...Me rinde y profunda mi conocimiento de manera que el mismo que me pone [este?] laborioso martirio me suspende en sí mismo llamándome con superior luz a que me eleve[.] Y toda el   —129→   alma se embarga en su mismo ser y ahí recibe confortación especial para no desfallecer en la contienda amorosa en que me dificulta lo mismo que quiere le pida, y como no me hallo esforzada le ruego que mire por su casa, y que le quite al demonio la fuerza que ha tomado, pues puede destruirlo poniendo fuego en las almas, y muy en especial en sus esposas y ministros y en otras, que hay muchas que se aplican a entregarse a su amor[.]... En esto me admiro y le doy a Dios las gracias porque se vale de tan ruinísima criatura y juntamente de un sexo tan incapaz que solo el Señor que lo hace sabe lo que en eso tiene y tal vez me aflige en lo natural estas cosas, que no puedo menos que decirle[: «] No, a mí me muestre estas cosas; que se las muestre a sus ministros que hartos tiene; quienes podrán darle a estas almas doctrinas, consejos y así se las acarrearán a su servicio[.] Que yo no le sirvo de nada más que de atribularme, que en eso no le doy nada cuando yo misma estoy en punto de darle mayor tormento». Esto aunque lo profiero por la boca, con el corazón se lo muestro como es verdad[.] Y cuando más amor me comunica a su sacramentado cuerpo es cuando en los rayos de aquel sol me da noticia de estas almas y de todos los pe cados del mundo[.] Que yo voy al desquite: su Majestad a darme estas pesadumbres y yo a darle sus virtudes y merecimientos a favor de todo el género humano siempre poniéndome por capitana de todos los pecadores pero mirándome adornada con los lazos de su amor[.]

... Me encantaba en estas súplicas y me parecía que gustaba mi alma un manjar más sustancial que la esforzaba a sacrificarse, a padecer todo lo que fuera del agrado de el Señor, como fuera por este medio más en aumento la honra y gloria de Dios[.] Miraba, por otro lado, las ansias, tentaciones y agonías de los que caminan al otro mundo y como si realmente estuviera yo en esas ansias[.] Así pedía para todos y por cada uno lo mismo que yo deseo y quiero para mí[.] Y me parecía que tomaba en las manos una cruz que me daban mis custodios, y con ella hacía la misma seña en las   —130→   cuatro partes del mundo echando a los demonios de los agonizantes, y miraba los huracanes que levantaban como que se hundía el mundo pero no duraba su fuerza ni un Jesús, porque luego quedaba todo sereno[.] [Y] no dejaba de causarme espanto aquel violento estrépito de ruidos y voces espantosas pero la cruz que tenía en las manos me era defensa y guarda, porque me quedaba en aquella serenidad misma que manifestaba el Divino poder y así, los aires temporáneos que se levantaban en lo visible, me parecían suaves mareas a comparación de las que veía en el retiro donde estaba, y como la cruz que tenía despedía muchos resplandores en ellos mismos se quedaba el alma muy asegurada de los enemigos[.] Díjele a mis custodios que esta presea me la dejaran para mi defensa y para mostrársela a Vuestra Reverencia que, como mi confesor, quería que viera aquel primor, y me dijeron[: «] Ya la tiene bien vista porque vos misma se la enseñáis a cada paso[.] Si quieres preguntadle y os dirá que la tiene tan prevista que quisiera colocarla en su propio lugar para que todos la vieran[.] El la tiene y vos la tenéis porque fuerza que uno y otro la tengáis[».] Conforme me decían esto, miraba la cruz hecha fuego; otras más transparentes; otras muy primorosamente labradas, y otras sólo de palo como de penitencia[.] Los efectos que de estas vistas sentía eran de amor y divino que me abrasaba interior y exterior, y se me reventaba el cuerpo, especialmente el corazón, de dolores sensibles y esto me ponía en una aflicción de espíritu...

Los ángeles custodios le explican:

...«Hermana no estás nunca sola, ni el amor de vuestro esposo lo permitiera cuando os mira estudiosa en la lección que os enseña. Sabed que esta cruz está labrada en una y vuestra alma unida con vuestro amado[.] No ignoráis estáis crucificada con Él, pues el que está en su lugar os clavó dejándoos ya en la cruz y en ella gozáis sus alegres dulzuras, que os comunica el mismo Señor con quien estáis unida[.] La significación de ponerosla en las manos   —131→   no es porque realmente os dimos este instrumento sonoro, sino que os mostramos como estáis y lo poderoso y espantoso que sois al infierno. Y así en los conflictos y aflicciones interiores y exteriores, haced lo que hicisteis signando las cuatro partes del mundo para que huyeran los demonios que atribulaban a las almas con vuestra mano, que lo que hicisteis materialmente estad cierta y tened fe de que vuestro esposo y vos en la unión que tenéis, obráis maravillas en virtud de la caridad que os infunde y comunica poder para que estos enemigos os teman, y para que os fortalezcáis y triunféis del mismo infierno, os adorna de su mismo ser, engrandeciéndoos y exaltándoos como os visteis[.] Así alma redimida con tan copioso precio, aplicad vuestras obras a todos pues sois ya levantado estandarte por el mismo Dios y os muestra el valor de los trabajos de la cruz con luces que llegan a todos, para que las almas sean más en aumento según las abrasarían los incendios del amor conque por ellas habéis padecido imitando a Jesús vuestro Dueño[.] Mirad pues cómo es verdad que vuestro padre os tiene bien vista y conocida mejor que vos, pues sólo Él puede dar alcance con su ciencia y experiencia a lo que os hemos dicho porque mucho se os ocultó la inteligencia, y a Él no, porque le es conveniente probar los efectos que resultan para más aseguraros y libraros de tropiezos [».]

Esto conforme me lo iban declarando me infundían admiración, temor, reverencia al amor, al padecer, y deseos de verme libre de esta vida porque me veía en mayores riesgos, pero confiada en la intercesión de mi Señora, la virgen María, quien me parecía se me mostraba entre una lucida nube y me decía[: «] Hija, no temas, que dentro de esta clara nube tengo a todas las almas que corren de mi cuenta y aunque tú seas tronco por ti sola de la mano del omnipotente Dios eres escogida y si de los troncos secos de los árboles cortan los artífices para formar la imagen que quieren por su afecto, hazte juicio que el principal artífice te corta tronco seco por tus culpas y su afecto amoroso le movió a formar en ti una cruz, y ya sabes que aunque da para una cruz, formada   —132→   tiene su valor y precio, porque es insignia poderosa para desterrar los enemigos, visibles e invisibles[.] Pues tú que eres pajilla inútil no te apure tu bajeza cuando crucificada con mi hijo ya no eres la que antes, porque te levantó el divino poder que seas una con Christo, y así Christo y tú son una misma imagen en quien se mira la obra, y se atiende a la destreza del que la hizo, no a la materia de que la formó[.] Pues así hija mía querida, a quien se ha de resultar la alabanza honra y gloria es al mismo que de la nada te sacó, cortó de la carrera de tus culpas, y te levantó a tanto su grandeza[.] Que por ti lo alabaran todas las generaciones; en ti conocerán su amor [y] su clemencia; por ti correrán las aguas claras de la gracia, y aunque tú te miras, como debes, en aquel estado que te cortó el Señor para subirte a tanta dicha, no es para que te confundas de manera que faltes a lo principal que es al ejercicio y actos de las virtudes, que como remontada ave y abrasada mariposa debes ejercitar aun cuando más profunda en la humildad y conocimiento propio estuvieres[.] Sigue sus pisadas, mira y atiende a todas mis obras que están conforme a tus fuerzas niveladas en su corazón con el amor de hija[.] Yo como su Madre atenderé a tu bajeza y recompensaré por ti, alabando al Todopoderoso, librándote mi piedad de ti misma, que es el enemigo más cruel que como criatura terrena tienes[.] Por todo alaba al Señor, dale gracias, y mientras más pobre te mirares, confía, ama, espera, que no tardará el bien como tú no te atares con temores que no sea ajustado al amor, pues son las alas con que pelean y vuelan las almas al nido seguro[.] Atiende María a que te llamo yo, y convido a la gracia de mi nombre para que seas más enamorada de Jesús, y Jesús sea tu fortaleza en los combates de esta vida mortal».

Jesús le habla antes de las elecciones:

«...Todo será como lo pides y deseas, y en los efectos exteriores conocerás cómo no hay en tu convento nada que impida como en otros conventos mi gracia y amor, porque por darte a todas, doy [a] todas lo que le conviene de luz[.] Y así, consuélate   —133→   y no salgas de este nido, que mi corazón [es] segura arca donde tengo mis coloquios con mis esposas todas[.] Donde estás tú, gozan de muchos privilegios, porque yo hago lo mismo que el Padre de familias, y ten esto que te digo presente en los actos de comunidad que cuando el Padre mira en el chicuelo algunas gracias, le mueve esto tanto el corazón [a] hacer mercedes a los que están presentes que abre el arca y le da a su agraciado hijo aquello que sabe le gusta y por él a todos los demás, así grandes como pequeños, hijos, mujer y criados, y esto que les da es según la gratificación de cada uno, porque a eso le inclina el corazón, y de ver al chicuelillo como se regocija de ver que a todos les da aquel mismo don, y otros a su parejo, se enamora el Padre más, y queda siempre inclinado a darles más y más, porque aquel angelito así lo muestra en su gusto[.] Y aunque los otros lo desmerezcan por sus maldades, no mira éstas, porque la gracia de aquél que tiene en sus brazos todo lo borra[.] Así pues, haz de cuenta me sucede contigo que como la menor de todas mis criaturas te miras inferior a todas mis esposas, pero si estás en los brazos de mi misericordia levantada con especial amor favorecida, [¿] quien puede negar que por lo mismo te tengo escogida entre las de este convento para que por ti reciban favores y mercedes interiores, luces y juntamente defensa contra los enemigos [?] Porque al verte reluciente cruz colocada en el jardín de este claustro sus reflejos los aturden, sus ardores los confunden, sus frutos los humillan, y su fuerza lo contiene y destierra hasta el profundo de los abismos[.]

Conque ten seguro que del arca de mi corazón saco por ti dones que reparto liberal a todas las almas, en especial para éstas que miro en ti misma desagraviado, conque aseguras para ellas el bien, y a ti te queda el agradecido recuerdo de mis amores[.] Ten seguro que nada de lo que pides se te negará porque todo lo que tu deseas es conforme a mi gusto y honra, pues desinteresadamente [pides] que les dé lo mismo que para ti deseas[.] Tú lo has granjeado a costa de fatigas, pero todo lo empleas para el bien de tus hijas   —134→   como señalada Madre de mi amor[.] Este es un beneficio secreto que cuando lo vean a mejor luz conocerán lo que las amo a todas pues por no dejarlas en la perdición de sus crecidas culpas me [he] valido de otra que, como ellas sea el desempeño de todas y recibiendo de su bajeza colmados frutos[.] Así no atiendo a lo que siento de cada una[.] Como sabes, te tengo comunicado sus delitos, los que te has echado a cuestas, dando réditos de amor fino aplacando mis enojos[.] Monta mucho un deseo puro del corazón enamorado y así tus deseos han sido obras que yo he guardado según ha convenido a las comunidades más necesitadas de obras buenas[.] A ésta tuya, [¿] qué más puedo hacer que tenerlas en su claustro, el origen y la fuente de donde reciben los raudales de mi gracia, y ésta recibe por su mano su amada esposa [?]

No te enturbien novedades, no te salgas de este nido, aunque parezca en lo sensible que todo es un engaño, porque el enemigo con trato ha de poner su fuerza. Porque él bien sabe que aunque rodee [y] cerque el monasterio de infernales espíritus, no pueden hacer presa mientras estás tú en este retiro, y para conseguir su gusto te han de molestar por cuantos lados su malicia alcanzare[.] A todo lo que temo viere[s], responde que no estás en tu tierra; que se esperen a que yo te dé licencia a que les respondas[.] Con esto los atas y sujetas, aunque te aflijan[.] Así es por mi gusto, y porque resulte en bien de tus amantes hijas y súbditas, y porque mientras más peleas, más victorias alcanzas, de las que como Rey poderoso, y su hija de más estimación mía tendrás el premio [».] De toda esta conversación amorosa y regalado coloquio en que me tuvo mi amante Dueño, levantada en contemplación de su amor dulcísimo era mi alma íntimamente abrasada en aquel sol divino de su sacramentado cuerpo, y me parecía que cada palabra era manjar muy delicado, que hasta lo sensible llegaba el gusto, y también en todos los cinco sentidos tenía comunicación de lo mismo que el alma sentía gustando mirando[,] oliendo y oyendo y palpando según era el afecto que el alma sentía[.] Así parecía me   —135→   resultaba los sentidos aquel ver tan suave, aquel oír tan dulce[,] oler tan penetrativo, que se confortaba toda la naturaleza[.] El gusto me recreaba hasta los huesos[;] el tacto era como si tuviera el cuerpo entre muy delicados y blandos algodones, y todo esto no se quedaba en lo sensible, sino por eso que el alma y cuerpo se veían en aquel estado de posesión de felicidades recibiendo confortaciones para resistir a los enemigos, porque ya mi esposo me prevenía la batalla, y esta obra es con toda resignación en su voluntad; que ésta era la que me multiplicaba bienes alegrándome en el padecer que me advertía y éste sacrificaba por el bien de esta comunidad...




Descripción de su vida interior, ejercicios espirituales y dedicación de sus oraciones

Febrero (fols. 13v-16v).

...Así, ya embargada el alma en un amoroso agradecimiento, aquí era mi vida y justamente apreciando aquel padecer en donde me parecía que se me acababa la vida de lo mismo que crecían las ansias de hallar a mi Dueño escondido y bien oculto[.] Me servía de admiración el verme entre tantos afectos y efectos, a mi ignorancia indefinible, pues teniendo a mi Esposo sacramentado por este modo, la fe me aseguraba estar conmigo; tenerle en aquella lastimosa presencia, que no tenía duda de que le estaba mirando, corriendo la sangre viva, y desearle y buscarle con deseos, con ansias, y con impaciencia de verme en aquella opresión, que hubiera querido dar voces y preguntar donde le hallaría[.] Se me acordaba que Vuestra Reverencia tenía la culpa de que yo me viera de esta suerte, y lloraba de la misma angustia de ver que no podía ir en contra de lo que era gusto de Dios[.] Y esto, que pudiera sosegar, era como leña que encendía la llama del amor y me provocaba a decir disparates[.] Mas, no me enojaba con Vuestra   —136→   Reverencia; antes más ansiosa procuraba, cuando caía en la cuenta, seguir abrazando mis trabajos por darle gusto a Vuestra Reverencia, porque en eso conocía se lo daba al Señor que miraba difunto. Y ya acabada y confirmada su obediencia, a ésta me acogía, y en alguna manera se me amortiguaba aquel ardor, ansias, y fatigas que sentía[.] Llegó mi [Madre] a darme un papel de V. R. en que decía que me alzaba el orden; que si quería como antes[.] Esto me cogió tan (?) que no esperaba ya más que morir penando, y no creía lo que leía[.] Y así le dije [tachado] que decía Vuestra Reverencia, conque me lo leyó y esto me atontó de manera que me sacó de mí el arrobamiento en el que llamaba mi Señor diciéndole[: «] Ven, ven dulcísimo dulcísimo amor, que ya nos da la libertad mi padre; ya me da licencia para que goce de sus delicias de mi Dios amado; no me dejes en mi miseria y bajeza desnuda como me has dejado[.] Ya puedes despertar de ese sueño y no dejarme entre tanta congoja desvalida[.] Recuerda amado mío que aunque soy la indigna pecadora, soy esposa del que es santo y tiene con que cubrir mi desnudez[.] Sra. mía Madrina y Madre de pecadores, dame a mi Esposo y ruégale que por su misericordia no me deje de su mano»[.]

Me encantaba el ansia que sentía y así estuve tres días hasta que viendo seguía su ausencia, y la sequedad en todo, me puse a escribir, discurriendo si por no haber puesto mano a la obra se daba por desentendido[.] No me valió este sagrado, pero he experimentado que al tiempo de escribir todo se serena y sólo tengo libertad de poder manifestar mis aflicciones, y conforme lo voy poniendo se descubre en mi alma la luz de lo que voy manifestando[.] Más, a mí se me deja el trabajo de ponerlo como ignorancia y tonta, y después a mejor luz, entiendo lo que he puesto[.] Ya me he conformado en padecer, aunque me dure todo lo que me resta de vida, como sea en su gracia y honra y gloria[.] Éste es mi consuelo[.] Me valgo ya de la misma sequedad que padezco de ofrecer la comunión porque llego a estar tan tonta que   —137→   se me olvida hasta el Padre Nuestro que me pongo [a] hacer refleja de lo que se sigue de una palabra [a] otra me duele el cerebro con un [?] que parece me tocan castañetas[.] El cuerpo por su lado me da guerra, ya con sus dolores, que deja expresa das con los naturales y el corazón, que me duele con tal rigor que me suspende la respiración y pensando quizás eran humores, no por no padecer, que ya me parece me hacen buen asiento los trabajos, sino por esfuerzo al bruto para que me ayude, admití el que [tachado] me diera unos polvos, para lo cual tomé la bendición de Vuestra Reverencia[.] Me desahogaron por un lado y por otro[.] Se agravó el dolor del estómago; ya con este accidente me bastaba, porque es azote del bruto, que lo pone muy sujeto a Dios y a todos mis superiores[.] Que es cierto, aunque tenga el enemigo parte en él según el martirio que experimento[.] Pero no puedo negar que a mi alma le sirva de mucho aliento porque el cuerpo tiene su ejercicio muy bueno[.] Sólo por lo que suelo sentir es porque no puedo servir a mí [tachado] de algún alivio en sus quehaceres, sino de aumentárselos con mi dolencia[.] Y crea Vuestra Reverencia que está el amor propio mortificado, y el alma en su serenidad goza de suma paz[.] Ello, para lo que mira a la carne, es accidente que le temo; de sólo mentarlo me azoro pero tengo la experiencia de lo que me sirve para estar con Dios, y su Majestad me conceda las treguas de unirme a sus penas y dolores[.] Por ahora está empezando, porque con la misma cachaza que empieza se va quitando, y para escribir no deja de hacerme mucha guerra; la que se venza por la precisión de no faltarle obediencia[.] Todo lo que he padecido y que iré padeciendo lo aplico a todas las almas, y en especial a las del purgatorio por que son propias las penas que yo padezco a estas pobrecitas que me llevan el corazón y me crucifican el alma, y así procuro hacer intención de ganar muchas indulgencias y darles todas las obras penales, porque aunque yo por mi mano no hago nada, todo lo que atormenta y aflige el cuerpo lo recibo por penitencia de mayor mérito, por ser de la mano de Dios. Y así   —138→   en las ánimas tengo librado mis desempeños y cuidado de las religiones, y en especial la de Vuestra Reverencia, que aunque no tuviera todo los motivos que me obligan a la consecución del fin que el Sr. me ha manifestado, bastara sólo el que Vuestra Reverencia esté en ella para que agradecida siempre le pidiera a mi Esposo por estos amados y señores míos, pues fuera de lo común es Vuestra Reverencia y M. A[mado?] Padre Cura, explicando en cada uno a todos los que aman, así en sangre como en las inclinaciones y bienhechores, porque en esto me suelo divertir otros cuidados[.] Me parece que el Señor me pone delante estas precisas obligaciones y la necesidad que Vuestra Reverencia me mandó pidiera a Dios mudara el corazón del Padre de las niñas a no ejecutar la devoción que quería ésta con to[do] esmero, y como si yo fuera la de ese trabajo le he empeñando a su mismo hijo sacarme todo haciendo los ejercicios de su Octava junto con los del tiempo a Sr. San José su novena, y también a Santa Margarita de Cortona la he puesto por patrona de esas criaturas, que quizás como yo estoy tan lastimada el corazón eso me ha puesto la fuerza de ver que sentirán esas almas con el retiro de sus santos ejercicios[.] No tengo noticia de lo que en esto determinará mi Esposo[.] Ello es que yo le ruego resignada que haga su voluntad y que cuide a sus ovejas de las garras del león; conque sea favorable o adverso lo que resultara de éstos está en medio de todos para que sea santificado su Nombre y prosiguiendo en mis penas interiores[.]

Ya que otra cosa no puedo me ejercito en obras de caridad y que son seguras armas contra el infierno que son los generales de la iglesia, y luego me afijo en la conversión de los pecadores y la conversión de los infieles y demás naciones[.] Hago actos de amor y de conformidad de resignación y le rezo la hora a mi Santísima Madrina las llagas [?] todos los días[.] Me pongo a mi oración a luchar con todos los enemigos[;?] tal vez se mueva la voluntad a llorar los pecados propios y los del mundo[.] Otras veces me suele venir un conocimiento claro de los beneficios   —139→   recibidos y esto se me convierte en amargura porque reflejo sobre ellos y se me representa mi juicio particular, y me hace quedar suspensa en cómo saldrá de éste en tener obras dignas de penitencia[.] Apelo al mismo juez a que dé por mi descargo, y me parece que me abre de repente su corazón, más no me da la luz para que vea lo que me podía servir de aliento[.] Esto se me vuelve en contra, pero con todo yo pagada con entera confianza me voy adornando de su vida y muerte, de sus obras, oración, conformidad y resignación[.] Esto en la comunión lo hago y en las sacramentales me parece que desde que me [he] entregado con gusto a padecer me veo más armada de fe, esperanza y amor, y con este habitual ejercicio se hacen otras espirituales que me alientan, esfuerzan y me obligan a desear ver a Dios por no ofenderle; y mi continua jaculatoria que sea de boca o de corazón; es decir deseo con ansia ver a la Santísima Trinidad; creo en la Santísima Trinidad; amo a la Santísima Trinidad y con esto me desahogo y me crece el martirio interior de parecerme que estoy impaciente, y que aborrezco a Dios; que esto es mucho lo que siento y no puedo expresar amar y aborrecer como puede ser a un tiempo mismo[.] Ello se deja en tender que efectos tan contrarios de otros; cómo puede ser sólo Dios lo sabe y lo mira con ojos de clemencia pues en eso mismo se agrada estando en estas aflicciones, y los que me causaba la lección del Padre Posadas, de ver tan grandes obras de virtud y penitencia, y lo que lloraba sus pecados, y yo que estaba en lo más duro mi corazón[.] Me afligió todo a un tiempo[.] Le rogué a una religiosa me encomendara a Dios que estaba con necesidad de oraciones porque mis pecados me atribulaban[.] Ella, la pobre, me llamó y me dijo[: «] Mi alma no te desconsueles, que el Señor le dijo a Santa Gertrudis que más de asiento? estaba con los atribulados pecadores como yo, que con los justos[.] Aquí ya quiso el Señor que en alguna manera esta razón me serenara un poco aquel tempestuoso tormento, y así parecía a [?] en la forma de poder llorar y repetir actos de amor...».



  —140→  
Dios le comunica sus intenciones en una visión

Julio (fols. 104-l08).

«...Así en la comunión como en lo restante del día mirando el templo, unas veces cifrado en mí misma alma, y otras como que soy llevada a otro lugar lleno de deleitosas y primorosas piezas adornadas de muy ricos y primorosos lucimientos en que divinamente me parece estar dentro del mismo Dios, participando de sus atributos y perfecciones; que me hallo muy levantada de este terreno ser, y por otro modo hundida en mi bajeza y nada, que me llego a mirar tan ínfima en el mundo como que fuera una pajilla mi despreciada[.] Y este conocimiento me queda radicado de manera que me parece la misericordia del Señor tiene mucho que hacer en mí por lo indigno que me llego a ver; ni de tener el nombre de cristiana; o que no correspondo ni es dable que yo por mí pueda, aunque hiciera todos los actos de virtudes penitencias y martirios que han hecho y harán todos los que ya gozan de este amante, y los que hacen todos los justos, pues si con esto no pudiera dar correspondencia al menor de los beneficios que recibo hallándome destituida de todo, como me quedara en la vista de este Divino sol que me consume y aniquila hasta que con suave marea me levanta dándome el todo de su amor diciéndome[: «] Paloma mía no tienes nada y por eso te doy, porque a los más despreciados señalo con la insignia de la cruz[.] Tú no puedes nada, es verdad, ni ninguna criatura sin mi gracia puede ascender a nada más que a lo que la nada se reduce, pero sí, yo soy Dueño de esta nada, y ocupo esta tierra surcándola con todas las industrias de mi amor, y en ella siembro frutos y flores que me recreen[.] Siendo mío el corazón humano tiene el alma la posesión de mi mismo ser, pues le comunico el poder, la sabiduría, la misericordia, la bondad, la magnificencia, la grandeza y liberalidad, la justicia y   —141→   fortaleza, la santidad y justificación[.] Todo cuanto soy por mí mismo le doy al alma para que sea como yo quiero, Dios por participación[.] Y no se lamente ni se llore pobre quien en mí vive, mora y se mueve[.] Dile a tu Padre que te humille así que mientras estás en el vaso del cuerpo te mortifiques enhorabuena pero que no te acongoje con que no haces nada, cuando tú misma lo conoces así, sino que te muestre mi grandeza y te anime con los méritos de mi vida y muerte. Que esto sólo basta para quien tiene buena voluntad de agradar[.] Ni yo te he de pedir más sino te doy tu correspondencia para conmigo[.] No es obra más de [mi?] agrado que la publicación de mis finezas. Éstas son las que han de poblar las religiones de virtudes y han de recuperar muchos edificios caídos y han de desatar muchas almas de las cadenas de las culpas y derramar caudalosos ríos de cristalinas aguas, pues en eso tengo mi honra y gloria segura[.] Tú eres nada. Es verdad que vista en el solio de mi grandeza ni tú ni ninguna criatura tienen nada, y en esa nada se quedarán si yo no les diera todo lo necesario para que puedan parecer en mi presencia adornadas las almas en mi presencia misma como propias joyas en quienes muestro mi hermosura[.] Esto hago en mi María de Jesús con esmero, poniéndole la insignia de Felipe en las cicatrices del amor con que te concedí mi gracia el nombre de éste mi mártir, y la he ido aumentando hasta adornarle con el nombre que la misma gracia de María de Jesús Felipa y así te [he] levantado, poniéndote alas de paloma para que no te detengas en lo bajo de tu ser, sino que vueles al nido donde recibes los tesoros más sustanciales para que no te conturben los enemigos, ni tus pasiones se revelen sino que mortificadas éstas con mi gracia, andes en los laberintos de la vida mortal como el aceite en el agua, siempre ardiendo en el horno de la caridad, amándome y mirándome en todo tiempo y lugar con cuidadoso desvelo en todo lo que le pareciera es de mi agrado[.] Que así segura estás de que yo [no] me descuide en darte lo suficiente para lo que es de mi honra y gloria como sigas los   —142→   movimientos interiores conque levanto tu bajeza a la soberanía de mi ser[.] En esta misma Doctrina les hablo a mis esposas y ministros porque no siendo difícil amarme pueden conseguir lo mismo que tú, y aun mayores quilates, porque como tú eres miserable por ti misma no puedes lo que ellas y ellos que publican por sus estados y profesiones, que son míos, y tienen las facultades libres al acento de mis voces[.] Pero por eso les pongo a la misma nada hecha un grano de oro reluciente que a todos les lleve las atenciones, su destreza en dejarse guiar del Divino poder, y éste tomarlo en sí como el imán al hierro, sujetando una piedrecilla a éste con el primor mismo que tú me has inclinado darte el todo que soy yo mismo, mostrando como la manecilla del reloj las horas, tú, las obras mías hechas en ti, porque has procurado vaciar el corazón y llenarlo del bálsamo de la caridad y amor mío, padeciendo como debe ser las tribulaciones y penas que en cuanto hombre padecí por amor tuyo[.] Advierte alma que en este particular padecí más por ti, porque te miré hermosa viña, y aunque en general di la vida por todo el género humano, también tuve mis particulares objetos en quienes apliqué la vista, el amor, y también mi corazón, porque aunque en la ocasión de mis tormentos y afrentas y demás trabajos no había alivio a mis interiores ansias, y todo se convertía en tormento, entre los que mi eterno Padre me recordó que habían de aprovecharse de los méritos de mi pasión por medio del Ángel, fuisteis tú, alma, la que me puso delante[.] Si bien miraba tus pecados, tus ingratitudes, y lo mucho que habías de despreciar mis sacramentos y entregarte a la perdición, siéndome todo muy cruel martirio[.] Pero desde que te vide hermosa compañera mía abrazada de mi cruz tuve fortaleza, y como tú me fuiste de alivio tan de antemano, pues sólo estabas en la mente Divina, escogida piedra preciosa como otras muchas almas que han florecido y son y serán mis fieles amigas[.] Ya tú por ti sabes este secreto que [es] particular a ti sola, pues en esto todos los que leyeren esto metan la mano en su pecho y vean si serán dignas de que les muestre lo   —143→   particular de mi alivio o lo sensible de mi tormento, y también si serán de las almas que me siguieron sus persecuciones hasta que di la vida desconsolado porque no se habían de aprovechar de tan copioso fruto[.] Prueben según el testimonio de sus conciencias que motivo sería el que me serviría en esas penas, sí de alivio o más verdugo que me quitara la vida no el visible martirio que mi humanidad padecía pendiente de tres clavos, sino el dolor de las culpas y pecados de los duros corazones que siempre habían de crucificarme, azotarme, escarnecerme, vituperarme, y al fin maldecir eternamente mi nombre[.] Este verdugo fue el que más cruel me quitó la vida y esto podrán conocer cada alma según sus obras, pues son las que manifiestan el amor o el odio[.] Si me aman no me ofenderían olvidados de mis finezas[.] Si no me aman se entregasen a los vicios y no conocer a mi amor y misericordia hasta que no tenga remedio, pues no conocerán el bien hasta que lo vean perdido y esto lo experimentan muchas almas en los tiempos presentes, a quienes dejo en manos de su consejo hasta que llegue mi voz fuerte y tremenda a mostrarles los bienes que dejaron y los males que abrazaron[.] Entonces no me mirarán Padre Redentor y pastor enamorado de mis ovejuelas, sino juez riguroso que no les alcance el tesoro de mis méritos ni la intercesión de mi Madre[.] Que si las almas la tomaran por Madrina y por su amor se contuvieran a no ofender, aunque cayeran como miserables, es poderosa su intercesión por sacar las almas del mismo infierno[.] Pero no miran a mi Madre, no la atienden, ni solicitan su devoción, y por este motivo está el mundo muy destruido, y los demonios señoreados de los reinos, pueblos, y ciudades, se descuidan en las familias y en las comunidades de obsequiar a mi Madre, que las oraciones que ofrecen es más la irreverencia que el afecto gratuito de que le deben de finezas y clemencia a mi dulcísima Madre y Madre de todo el género humano[.] Que muchas veces tengo levantado el azote de mi justicia, y por su respeto suspendo el castigo porque pide misericordia por las almas de quien es amada, querida,   —144→   y celebrada con la perfecta caridad que deseo en todos los corazones que excusar ofensas a mí que soy su Dios, porque soy hijo amado de la que es su madre y portal[.] La reconocen siendo yo su hermano, su Padre, su pastor y guía de las almas devotas de María, Madre de Jesús, de todas las almas quienes la Reverencia lo hace con el Padre, Hijo y Santísimo Espíritu, porque como hija, Madre y esposa la amamos con muy crecido amor sobre todos los supremos serafines; y así ama a tu Madre, esposa mía, y no dudes de nada de lo que recibes de mercedes pues todo lo consigues liberalmente por el amor que le tienes, y ella se complace en ese amor[.] De manera que eres María de María adornada y de Jesús confirmada en la gracia de María. Corre segura por sus amores los caminos de la perfecta caridad con Dios y el prójimo, y no temas al enemigo cuando él te teme, tiembla, y se humilla al verte tan favorecida de mi gracia y de la intercesión de mi querida Madre, y adornada con la dulzura de su nombre[.] No temas, no temas alma mía, que soy tu resguardo[».] Todo eso me fue diciendo según me declaraba la luz de lo que obraba en mí, y sintiendo en mi misma alma una fortaleza no experimentada, un amor muy abrasante que me hacía respirar dulces saetas, hallándome en esta conversación llena de diferentes conocimientos de las verdades de los misterios, y juntamente reverenciando el ser de Dios en la unión del misterio de su Trinidad y la esencia de su ser, entendiendo con un especial lumen cómo estaban en mi misma alma las tres divinas personas dándole aquel estrecho abrazo en que la hacían resplandecer en sí misma[.] Y miraba en el mismo Señor los afectos que comunicaba de estos favores al mundo, viniendo a mí primero la inteligencia para que mostrara sus mercedes y en ellas tomara la fuerza para vencer las dificultades que se podían oponer para escribirlas, así de parte de mi bajeza y ruindad, como de el demonio[.] Me parecía que me hería toda el alma con un arpón que la dejaba inclinada a darle la vida primero que dejar de escribir lo que se me expresaba para el bien de las almas[.] Con verme tan favorecida crecía más el temor de perder todos estos bienes por mi culpa...



  —145→  
El convento como recinto sagrado y las religiosas como seres escogidos

Septiembre (fols. 140v-142).

«...y de todo hacía no Yo, sino mi Señor, en mi aumento de maravillas, porque a mí me parecía que todas las almas de este convento estaban como la mía, adornadas y lo mismo lo material del convento porque me salía a lo exterior el júbilo de lo mismo que gozaba; y así todo estaba hecho un cielo, y en los actos de comunidad cada una de las señoras me parecían un serafín abrasado de amor y yo más las amaba y las presentaba a mi Señor y esposo. Esto no lo veía materialmente sino en aquel dilatado centro donde hay muchísimas riquezas que no se agotan aunque más se den. Ahí miraba mi convento de piedras preciosas adornado y resplandeciente y a todas las habitadoras de este claustro según sus gratitudes y servicios, adornadas y también que no sólo las religiosas eran celebradas. Entre ellas veía resplandecer unas estrellas que sus reflejos cubrían a todas las religiosas y las hermoseaban y a mí me venía la luz clara de estas almas. Eran más perfectas y ajustadas en la perfección del amor y caridad pues se me descubría que estaban como palomas muy blancas y de los pechitos le salían aquellas llamas que comunicaban a las religiosas. Veía que una Ave entre todas era señalada, así en la autoridad como el ropaje de sus plumas[.] Ésta veía que dos ángeles la coronaban y la comunicaban vuelo y que las alas de los ángeles se parecían al mismo vestuario de esta hermosa Ave[.] Me llamó la atención su hermosura y también el que según sus movimientos despedían diversidad de luces[.] Estas gobernaban aquellos a lo más y las hacían levantar el vuelo a lo alto perdiéndola de vista y quedando sólo entretenida con el ave que digo, sola ya entre aquellas religiosas que todas estaban mostrando los efectos que sentían en la comunicación y luces que habían recibido y los   —146→   ángeles que tenían a la avecita[.] Yo sola entre todas[.] Me miraban a mí con mucho agrado y como que se lastimaban de verme; esto me hizo fuerza y entendí que mirándome yo a mí misma estaba entre tanta santa compañía [?] pobrísima[.] Me causó encogimiento y vergüenza de verme tan llena de defectos y maldades porque en aquella claridad no se me escondía nada de todo lo que hasta aquel instante había sido ingrata a mi Dios[.] Me causó tanto temor mi juicio particular que llamaba de corazón aquellos espíritus me alcanzaran contrición de mis culpas[.] Mientas estaba en estos sentimientos veía que aquella ave descubría más hermosura y los ángeles más esmero en cuidarla y como volaba yo la veía no entre las religiosas sino en otros lugares muy amenos conque estaba adornada[.] Se me fue divirtiendo mi cuidado y pena que tenía de verme en mi bajeza y desnudez de obras [?] recibiendo una secreta confianza en Dios, me parecía ya estaba asegurada y libre de el temor de la cuenta y no porque los ángeles me dijeron nada, porque hasta se dieron por desentendidos, sólo entretenidos con su animalito. Y así quería saber quién era esta alma que bien conocían que me la mostraban en esta forma, pero como no me atendieron a mi súplica no quise preguntar sino dar las gracias a Dios de todo lo que por su gran misericordia me mostraba para mi enseñanza y aprovechamiento... Los ángeles bien conocían mis pensamientos pero parecía que en esto tenían su divertimento como que me decían en las mismas manifestaciones: [«]Adivina quien es trabaja con tus discursos hasta que conozcas lo que quieres y así me daba por vencida como esperando a que ellos me lo dijeren; pero me dejaron en mi duda, diciéndome: alma de esta alma no te conviene conocerla al presente cuando más descuidada estés conocerás quién es porque no es voluntad del Sr....».



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