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ArribaAbajo El hermano de Florencio

Antonio Monteavaro


Señores directores de Nosotros:

Estimados amigos:

Estuve a punto de recortar diversos artículos que he publicado sobre Florencio Sánchez, cuando ustedes con empeñoso celo me instaron a cumplir un deber, que siempre me es grato tratándose del intenso dramaturgo, pero a quien mi incensario ha quemado ya todas las pastillas, y así lo hubiera hecho si no me quedase un vago resto de pudor.

Felizmente, recordé que Florencio, como la mayoría de mis amigos, posee una cualidad excepcional que prolonga su persona a manera de apéndice caudal: tiene un hermano.

Yo no sé cómo se las arreglan, pero el hecho es anonadador. El hermano de Joaquín, el hermano de López, el hermano de Doello, el hermano de Villagra, el hermano de Saint-Giron, el hermano de Ingegnieros, el hermano de Ojeda, el hermano de Pardo, etc., etc., constituyen una siniestra Santa Hermandad que desvela mis noches sin que llegue a explicarme el misterio.

Y Sánchez no escapa a la institución. Se ha provisto de un hermano y, por si acaso, tiene en reserva dos o tres más. Es previsor.

Por lo pronto charlaré del que conocen ustedes, el gurí, como le llama Florencio, y Alberto por mal nombre.

Más joven y más serio que el dramatista, es un apuesto mancebo con tendencias a la indumentaria elegante y espíritu   —77→   pleno de socarronerías amables. Un bigote color caña contrasta con la espesa negrura del cabello y las cejas, así como las profesiones a que se dedica (pulpero, policía de campaña, revolucionario oriental, consignatario de cales, etc.) se dan de coces con su penetrante y sagaz inteligencia que hacen de ese joven serio, sólo animado de sonrisas en la intimidad, un observador de primera fuerza.

Enemigo de bohemias anacrónicas, infundía en Florencio un saludable terror paternal en momentos que el retozón Canillita se entregaba a esos paréntesis de parrandas, necesarias a su alma como un lubrificante para sus armas de lucha.

-No le digas nada al gurí, decíame a veces, después de una trasnochada.

Y al llegar el terrible hermano comenzaba a mirarlo y a aturdirlo, evitando cual un chico rabonero la mirada desdeñosa y la sonrisa sarcástica del severo preceptor que lo fulminaba con su silencio.

Esas severidades tenían, sin embargo, sus oasis. La juventud nunca enajena sus primaveras por más que, a veces, las limite a jardines apacibles y uno que otro ramillete de floreros.

Y es así que un día, entre un grupo de gente intelectual donde el hermano de Sánchez adoptara su consabida actitud hierática, poco a poco aflojó sus resortes, y su verba y sus gestos comenzaron a chisporrotear.

No era, como de costumbre, la anotación secreta o dicha en voz baja al amigo de confianza durante esas justas clamorosas a que se entregan los portavoces del pensamiento, (a riesgo de quedarse sin pensamiento y sin voces), sino la audaz lozanía de un paladín forastero quebrando lanzas corteses o de guerra con una nueva manera de lidiar, desechadas las pragmáticas en vigencia.

Aquello era un torbellino de frases originales, de locuras novedosas, de burla multiplicada en alfileres y de chispas extrañas que iban desde el lúgubre azul verdoso hasta el más tierno y desmayado de los rosas.

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Payró, que estaba en la reunión, lo miró pausadamente con sus ojazos redondos y aporcelanados y después de masticarse la lengua como habitúa siempre que va a emitir una sentencia, le dijo inapelablemente:

-¡Usted no es el hermano de Florencio! Florencio es el hermano suyo.

Ese fallo me parece que desazonó un tantico a Sánchez, porque poco después me preguntó confidencialmente:

-¿Verdad que mi hermano es inteligentísimo?

Y yo, con toda ferocidad, le respondí:

-Es Alberto quien debe hacerme esa pregunta respecto a su hermano.

Ambos sienten orgullo, el uno del otro. Pero se lo ocultan recíprocamente porque si no... ¿qué gracia tendrían en admirarse?

Me imagino, señores directores, que ustedes se dirán extrañados: siendo un tipo de complexión mental tan característica y poseyendo cualidades de perspicacia, flexibilidad, esprit y observación ¿cómo demonios no se ha hecho literato?

Me apresuro a responderles: ¡por eso mismo! ¡porque es inteligente!

Los saluda con la obsecuencia debida.