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Acto segundo.

Un pasaje rodeado de rocas; a lo lejos se distingue la ciudad de Reis.



ESCENA PRIMERA.
LIONEL, el CAPITÁN INGLÉS, EL DUQUE DE BORGOÑA, ingleses y borgoñones.
 
LIONEL.    Estos peñascos nuestro albergue sean
y el triste corazón su paz recobre,
que a los ávidos ojos del contrario
nos oculta benéfica la noche.
Ocupen, sin embargo, las alturas
los que con más valor su sino afronten,
que para el que se oculta derrotado
nunca fueron de más las precauciones.
CAPITÁN. �Derrotados! �Por quién? Por vil doncella
de Crecy, de Poitiers los triunfadores.
LIONEL. �Derrotados! Maldita esa palabra
que de mi corazón las venas rompe.
DUQUE. Aun levantar la frente nos es dado:
al infierno cedimos, no a los hombres.
LIONEL. Siempre la cobardía se disfraza
con la superstición.
DUQUE.                                    �Lionel!
LIONEL.                                                  Traidores,
cobardes siempre huyeron los primeros
vuestros tan esforzados campeones.
DUQUE. �Porque Orleans del polvo se levanta
dirigís contra mí vuestros furores,
haciéndome, insensatos, responsable
de lo que Dios en su saber dispone!
LIONEL. El Eterno reprueba la mentira,
y en vuestros labios su ponzoña corre.
Tratos habéis con el Delfín, y astuto
los primeros rasgáis vuestros pendones.
DUQUE. Callad, callad, o aprenderéis bien pronto
cuánto puede un traidor con pecho noble
 
ESCENA II.
DICHOS y la REINA ISABEL.
 
REINA. Hora vuestro sostén es la concordia,
y hora las furias sus cadenas rompen.
A Lionel.
Sólo Francia vencer a Francia puede,
aplacad de un amigo los furores.
LIONEL. Amigo vil el que falaz nos vende.
REINA. �Cumpliose �oh Dios! lo que el Delfín propone?
DUQUE. El rayo en polvo tornará los mundos
antes que Carlos mi amistad recobre;
pero nadie me ultraja impunemente.
REINA. A Lionel.
Pues de nuevo la paz renazca entonces.
(El número pensad de sus parciales.
Cuánto alcanza, pensad, su solo nombre.)
Al Duque.
Vuestro perdón el general anhela,
pues hora su injusticia reconoce.
Cure un abrazo tan profunda llaga
antes que para siempre se emponzoñe.
LIONEL. A la razón humilde se somete
el corazón que siempre late noble.
Alargando la mano.
La Reina dice bien; dadme la mano,
y al mirar nuestra unión retiemble el orbe.
DUQUE. Estrechando la mano a Lionel.
�Cuán satisfecho queda el ofendido
cuando su falta el ofensor conoce!
REINA. Tal generosidad, tanta nobleza
el merecido premio al punto logren.
Una mujer conduce al enemigo,
una mujer a su furor se opone.
Al infierno el Delfín ha convocado,
al infierno hundiréis de un solo golpe.
DUQUE. Vuestra conducta con el hijo vuestro
no pueden aprobar Dios ni los hombres.
REINA. La vuestra sí, que aprobación merece
truncar mil vidas con perjurio doble;
arrancar de sus sienes la corona
a un Rey que sólo os mereció favores.
Su madre soy, y aborrecerle puedo.
�Quiénes vosotros sois? Duque, responde.
DUQUE. Vengando estoy la muerte de mi padre.
LIONEL. Quiero a mi patria ver reina del orbe.
DUQUE. Alarde haced de vuestro doble crimen.
REINA. A un destierro el malvado condenome;
�querréis decir de mi venganza!
DUQUE.                                                      Un padre,
el mundo entero le dictó tal orden.
REINA. Antes que consentir feliz se llame,
antes que consentir rey se corone,
paso hasta el mismo infierno me abriría
para pedirle rayos vengadores.
Aquí vengarme puedo, aquí respiro;
no esperéis, no esperéis que os abandone.

Vase.

 

ESCENA III.

DICHOS, menos la REINA.

 
LIONEL. Dios te confunda, Jezabel impía.
El reposo nos brinda clara noche,
sus benéficos dones acojamos;
la luna calmará nuestros dolores.
CENTINELA. Izquierda dentro.
�El enemigo! �El enemigo!
DUQUE.                                              �Cielos!
SOLDADOS FRANCESES. Izquierda.
�Dios y la virgen de Orleans!
DUQUE.                                                 Rompiose
el lazo que amarraba a nuestros males.
LIONEL. Volemos a la lid; si triunfadores
el sol no nos encuentra, por lo menos
que su luz en mi tumba se desplome.

Salen precipitadamente por la izquierda.

 

ESCENA IV.

JUANA con su bandera, LA-HIRE y soldados que entran por la derecha.

 
JUANA.    Derramando semillas de muerte,
ya el bastardo a la lid se arrojó;
vuestro brazo decida su suerte.
LA-HIRE. La victoria se rinde a tu voz.

Marchan La-Hire y soldados por la izquierda.

 

ESCENA V.

JUANA, sola.

 
   �Oh qué gozo en mi pecho palpita!
La rodilla, tiranos, doblad.

Desplegando la bandera.

�Oh qué amparo tu imagen bendita!
Sólo tuya la gloria será.
 

ESCENA VI.

JUANA y el DUQUE DE BORGOÑA.

 
DUQUE.    Ya tu vida se apaga en mis manos.
JUANA. De Borgoña las armas, �gran Dios!
DUQUE. �Entre tantos cobardes enanos
un gigante mirar te asombró?
JUANA.    Di, �quién eres?
DUQUE. Alzando la celada del casco.
                                Esgrime la espada.
JUANA. Mi rodilla se dobla ante ti.
DUQUE. Muere, pues, por mi mano, malvada.
 

ESCENA VII.

DICHOS. DUNOIS armado y con una piel de tigre.

 
DUNOIS. Con los hombres, señor, combatid.
DUQUE.    Impaciente te aguarda el acero.
JUANA. A Dunois.
Escuchadme, escuchadme, tened.
DUNOIS. Deja vengue a mi patria primero.
JUANA. No es venganza la sangre verter.
   �Qué intentas, Duque, qué intentas?
�Dónde, dónde tu enemigo?
Este ilustre campeón
de tu propia madre es hijo.
Y yo también en tu patria
mecí mi silvestre nido.
DUQUE. �Con engañosas palabras
quieres lanzarme al abismo?
Ante mí se estrellarán
tus malvados artificios.

A Dunois.

Los fuertes, no con palabras,
con acciones combatimos.
DUNOIS. El temor de las palabras
de cobardía es indicio.
Escuchad, que los aceros
pronto se verán unidos.
JUANA. Tú me acusas de emplear
infernales artificios.
�Es un crimen, en los hombres,
apagar odios inicuos?
�No es inocente, no es bello
dar a nuestra patria auxilio?
Si justas son mis acciones,
�quién inspirarme ha podido
sino el que murió en la cruz
por redimir a sus hijos?
�Olvida tu loca empresa,
venerable fugitivo,
y nuestros frescos laureles
besarán tu sien altivos,
que el derecho y la victoria
se alzan en un punto mismo!
Yo, la enviada de Dios,
fraternal amor te brindo;
sigue nuestro santo emblema,

Indicando la bandera.

Por ella te lo suplico.
DUQUE. A Dunois.
�A las armas, a las armas!
Pues conozco, a pesar mío,
que con brazo de gigante,
tengo corazón de niño.
JUANA. No pienses que derrotados
a tus plantas nos rendimos.
Mira el campo del inglés
en cenizas convertido.
Mira la tierra sembrada
por doquier de troncos fríos.
Dios pronunció la sentencia,
y nuestra causa ha elegido.
Ángeles que tú no ves,
luchan contra el enemigo,
llevando flores de lis
en sus labios purpurinos.
A tus plantas, gran señor,
tu salvación deposito.
Tu mano tiembla, por fin,
la razón tu mente ha herido.
Ya es inútil batallar;
la resistencia es delirio.
�Qué vale cerrar los ojos
cuando el sol muestra su brillo?
Lancemos al extranjero
el rayo de su exterminio.
Compremos con nuestra sangre
la libertad que perdimos.
DUQUE. �Qué pasa en mi corazón!
�Quién trastorna mis sentidos!...
A la convicción horrible,
en vano, en vano resisto.
JUANA. Abandona al extranjero
que, en pago de tus servicios,
con mil horrendas injurias
desgarra tu pecho altivo.
Ven a lanzarte en los brazos,
no de tu Rey, de tu amigo;
ven a consolar al pueblo,
que te llama desvalido.
DUQUE. Los extranjeros me injurian,
sí, me injurian. Bien has dicho.
Y Carlos... �Oh! Por lo menos
donde yo la luz ha visto.
JUANA. El llanto por tus mejillas
corre en anchuroso río.
Pon las armas, pon las armas:
eres nuestro, estás vencido.
�Los brazos, Duque, los brazos!...
DUQUE. Duque abriendo los brazos.
Tuyos son.
JUANA. Arrojándose a ellos.
                    �Gracias, Dios mío!
 

ESCENA VIII.

DICHOS, el REY con armadura y un manto azul bordado de oro, y CABALLEROS.

 
REY.    �Válgame Cristo! �Qué veo?
JUANA. La que os cercó noche umbría,
veis cambiarse en nuevo día,
en realidad el deseo.
   Veis penetrar la razón
en la mente fascinada
del que os ofrece su espada
y os rinde su corazón.
REY.    Tarde, a fe, su triste error
a conocer ha llegado.
DUNOIS. A remediar lo pasado
nunca fue tarde, señor.
REY.    Pero si tal quiso obrar,
si tal pensaba, �por qué,
cuando yo le supliqué,
mi voz no quiso escuchar?
JUANA.    En las tinieblas perdido,
el faro entonces no vía
que conducirle debía
del bien al puerto florido.
   Hoy que dó se encuentra sabe,
en su busca se adelanta.
REY. �Será cierto, Virgen santa,
que el piloto de mi nave
   vuelve al perdido sendero
que le ocultó el enemigo,
vuelve a llamarse mi amigo,
vuelve a ser mi compañero?
   �Oh si tal placer hubiera,
soberana Virgen pura!
�Qué más para mi ventura
y para mi patria entera!
   Mas el ingrato �oh dolor!
la voz del pueblo no escucha,
que se levanta en la lucha
demandándole favor.
   Desgarra con mano impía
mi regio y sagrado manto,
y es mi alegría su llanto,
y es mi llanto su alegría.
DUQUE. Arrojándose a sus plantas.
�Oh! �Perdón! �Perdón!
REY.                                        �Qué hacéis?
DUQUE. Lo que el alma me dictó.
Perdón.
REY.               A mis plantas no,

Estrecha al Duque en sus brazos y permanecen un instante en silencio.

en mis brazos le hallaréis.
DUQUE.    �Cómo a mi Rey pude odiar?
REY. Todo perdonarlo quiero.
DUQUE. �Cómo en pro del extranjero
pude mil veces lidiar?
REY.    Hoy sólo pensar debemos
cuán felices nos miramos;
hoy, Duque, nos despertamos,
hoy lo pasado olvidemos,
DUQUE.    No; que al punto volaré
mis faltas a reparar,
pues de otro modo aplacar
mi conciencia no podré.
   Juro, a fe de caballero,
tomar las flores perdidas
a su propio tallo.
REY. Estrechando la mano del Duque.
                                Unidas,
desafío al mundo entero.
 

ESCENA IX.

DICHOS, DUCHATEL y SOLDADOS.

 
DUCHATEL.    En el campamento ondea
triunfante vuestro pendón.
DUQUE. Separándose del Rey.
�Duchatel! �Oh padre mío,
cuán terrible es vuestra voz!
JUANA. Al Duque.
A todos sus puertas abre
un generoso Señor.
Bañadas todas las plantas
del claro rocío son,
en el espacio sin límites
vierte sus rayos el sol.
�Infinito en su bondad
es el Supremo Hacedor!
No neguéis que, a imagen suya,
late vuestro corazón.
DUQUE. La tumba a mi padre encierra,
y yo soy su vengador.
JUANA. A pesar mío conozco
cuán justo es vuestro furor.

Señalando a Duchatel.

�Mas probaréis que a sus manos
vuestro padre sucumbió?
Y aun cuando hacerlo pudieseis,
�pensáis que su maldición
os lanzara vuestro padre
porque lo que ya olvidó
vos olvidaseis, curando
de un pueblo entero el dolor?
No; sus restos palpitaran
con divina animación,
y vuestro nombre escribiera
con claras estrellas Dios.
DUNOIS. Algo inmolad en las aras
del bien del pueblo, señor.
REY. Hora compensar podéis
cuanto vuestro Rey sufrió.
JUANA. Venid, Duchatel, venid
a recibir su perdón,
que no sin justicia, el mundo
el Bueno le apellidó.
DUQUE. Entre sus benditas manos
de cera es mi corazón.
Os perdono, Duchatel,
os perdono.
DUCHATEL. Estrechando la mano del Duque.
                       �Gran señor!
DUQUE. Descubriéndose la cabeza.
Dormid en paz, padre mío.
No con vuestra maldición
me castiguéis porque estrecho
la mano que muerte os dio.
�Perdón, perdón, padre mío!
�Sombra ultrajada, perdón!
REY. �Cuál va a ser mi gratitud!
DUCHATEL. Cual mi respeto y mi amor,
el último pensamiento
será �oh Duque! para vos.
REY. Partamos, que en Reims aguardan
con impaciencia y temor.
JUANA. Nosotros con vuestro ejército
iremos, señor, en pos.
REY. Adiós, pues, amparo mío.
DUQUE. Adiós, virgen del Señor.
 

ESCENA X.

JUANA y DUNOIS.

 
JUANA. Id y convocad las tropas.
DUNOIS. �Sola os quedáis!
JUANA.                              �Por qué no?
DUNOIS. Algún enemigo astuto
pudiera vengarse en vos.
JUANA. Nada temáis, que en la tierra
mi destino aún no acabó.
DUNOIS. Pero, �qué os detiene?
JUANA.                                        A solas
quiero dar gracias a Dios.
DUNOIS. Para que luego partamos,
os juro tornar veloz.
 

ESCENA XI.

JUANA, sola.

 
   Flor de madres y de esposas,
faro de los tristes seres,
fuente de claros placeres,
hermosa entre las hermosas,
bendita entre las mujeres.
   �Cuán grata tu voz sonó,
cuán dulce fue tu mirar!
En el sagrado lugar
en que mi patria alentó,
gracias mil te quiero dar.
 

ESCENA XII.

JUANA y LIONEL con espada en mano.

 
LIONEL.    Al punto esgrime, maldita,
el acero furibundo,
que quiero elevarme un templo
o abrir aquí mi sepulcro.
Y porque sepas la honra
que en este encuentro te cupo,
no ignores que soy, Lionel,
espanto y gloria del mundo.

Alzando la celada de su casco.

JUANA. �Oh! �Qué horror, santos del ciclo!
�Lo que estoy mirando dudo!
Tú eres la sombra que vi
del combate en el tumulto,
y que creí de mi mente
ser el fantástico fruto.
Huye; ni yo mismo sepa
tu vida en mi mano estuvo.
LIONEL. Deja la tuya termine,
y entonces huir te juro.
JUANA. �A mí te atreves, infierno?
Yo castigaré tu orgullo.

Desnuda la espada.

Tiembla, tiembla, que la muerte
ya consigue un nuevo triunfo.

Cruzan las espadas. Al primer golpe queda desarmado Lionel; va a precipitarse sobre él y retrocede involuntariamente.

Virgen santísima..., nunca.
nunca, en vano lucho.
LIONEL. �Maldición! �Por qué vacilas?
Haz completo mi infortunio.
JUANA. Huye.
LIONEL.            �Perdonarme quieres?
Yo tus bondades rehúso.
�Quién tu brazo ha detenido?
JUANA. La compasión.
LIONEL.                           Negro insulto.
�Cuándo sirvió al que venciste
tal sentimiento de escudo?
JUANA. �Oh! �Qué verdad tan horrible!
Vamos, es fuerza; �qué dudo?

Levantando las manos al cielo.

Haz mi corazón pedazos,
mas deja respete el suyo.
LIONEL. (�Qué rayo de luz! Probemos;
quizá vencer es seguro.)
La gratitud en mi pecho
triunfadora se detuvo,
y confieso con vergüenza
que son mis furores humo.
Arroja esas fieras armas
que en tus manos Dios no puso.
Ven, que para hacer tu dicha
amor eterno te juro.
JUANA. Calla, calla.
LIONEL.                     �Qué me dice
esa turbación?
JUANA.                         �Dios justo!
LIONEL. Sígueme, no te detengas;
son preciosos los minutos.
JUANA. �Oh! �Qué angustia! �Qué tormento!

En la mayor desesperación.

�Basta ya! �Basta, verdugo!
Cerrose el cielo a mis súplicas.
Ya ningún ángel descubro.
Virgen terrible, a tu encono,
�por qué, por qué no sucumbo?
LIONEL. (Nada logro. Nueva lucha
será a mi honor nuevo insulto,
y, además, herirme puede
mientras el acero empuño.
Si lograse desarmarla,
entonces, �oh!) Los impulsos
del corazón pronta sigue.
�Quién logró torcer su rumbo?
JUANA. Huye.
LIONEL.            Jamás.
JUANA.                        A llegar
en mi encuentro van al punto.
LIONEL. En expirar a tu lado
todas mis delicias fundo.
JUANA. Sálvate. Si tú sucumbes,
en tus ruinas me sepulto.
LIONEL. Ya te obedezco...: venciste.
Mas sea el gaje seguro
de nuestro próximo encuentro
la espada que tanto pudo.

Lionel, que habrá ido acercándose a Juana poco a poco, logra estrechar entre las suyas la mano en que aquélla tenía la espada, y se la arranca en este momento.

JUANA. �Traidor! Osaste...
LIONEL.                                 En la guerra
todos los medios son justos.
Hora, cierta es mi venganza.
�Maldición! �Tuyo es el triunfo!

Al ver acercarse a Dunois y La-Hire, se oculta detrás de una roca.

 

ESCENA XIII.

JUANA, DUNOIS y LA-HIRE.

 
DUNOIS. Todo está pronto.

Cediendo a la violencia de los esfuerzos que acaba de hacer, se apoya en Dunois.

JUANA.                                  Partamos.
DUNOIS. �Qué tenéis?
JUANA.                        �Yo? No presumo
cuál la causa puede ser...
Quizá la gloria... el orgullo...
Harto placer me brindaron.
�Soy... tan... feliz...! (�Cuánto sufro!)
Partamos.
DUNOIS.                   �Ah! Deteneos.
JUANA. �Maldición! Ni un solo punto.

Cediendo a su desesperación.

Me espantan estos lugares
de desolación y luto.
�Defendedme, defendedme!
�Ved el rayo! Sed mi escudo.
Mas no. Con sólo tocaros

Apartando a Dunois y La-Hire que se habrán acercado a ella.

a cenizas os reduzco.

Vase seguida de Dunois y La-Hire.

 

ESCENA XIV.

LIONEL, que sale de detrás de las rocas en que se ocultó.

A poco la REINA.

 
LIONEL.    Al fin triunfó... �Maldita mi fortuna!
�Por qué no se tornó tumba mi cuna?
REINA. Os conocí de lejos, y al momento
he volado hasta vos. �Suya es la gloria!
LIONEL. Nuestro será el honor del vencimiento.
REINA. De sueños locos, esperanza vana.
LIONEL. Amado soy de la triunfante Juana.
REINA. �Cielo! �Será verdad? �Quién tal os dijo?
LIONEL. Su propia boca. Contemplad su acero,
que abandonó en mis manos como prenda
de inextinguible amor. Luego corramos
a brindar nueva lid al enemigo,
que de recuperar gloria perdida
yo con mi honor respondo y con mi vida.
REINA. Aun hay medio mejor si en vuestro pecho
palpita un corazón grande y osado.
LIONEL. Hablad, hablad; me abraso de impaciencia.
REINA. Lo que infunde valor tan extremado
al contrario adalid, es la creencia
de que Juana es del cielo un enviado.
�No es su sola presencia
la que siempre a los nuestros ha espantado?
Pues bien, volad a Reims, y al pueblo todo
hoy declarad, armado en osadía,
que sierpe engañadora es del infierno,
la que virgen creían del Eterno.
En vuestro apoyo, la pasión decidles
que os confesara impúdica y traidora;
enseñadles la espada acusadora,
y brotarán en sus ingratos pechos,
a tan claras señales,
de la santa verdad limpios raudales.
Si tal logramos, la victoria es nuestra.
�Tendréis valor para arriesgar sereno
la dulce vida por la patria vuestra?
LIONEL. Adiós, señora; limpio el horizonte,
sin una sola nube, me sonríe.
REINA. (�Alienta, corazón!) �El cielo os guíe!

FIN DEL ACTO SEGUNDO.

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