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Para aclarar la controversia en torno al llamado "Auto de los Reyes Magos"

Ignacio Soldevila Durante


Université Laval



La organización de un merecido homenaje a Álvaro Galmés, que en la primera mitad de la década del cincuenta fue uno de mis maestros en la Universidad de Madrid, me incita de nuevo a meditar sobre la fundamental lección de prudencia, moderación y modestia que aprendiéramos en la cátedra regida por nuestro común maestro don Rafael Lapesa. Lección también persistente en el ámbito del Seminario de Lexicografía que Lapesa dirigía en aquellos años en la Real Academia, y donde nos iniciara a la tarea lexicográfica.

Mis propias obligaciones en esta cátedra hispanística que regento ya hará pronto veinticinco años en la Universidad canadiense de Laval, y cuya fundamental misión es la formación de profesores de lengua y literaturas hispánicas para la enseñanza media, me han mantenido en la tradición de la antigua licenciatura en filología románica, en donde lingüística y literatura eran inseparables. Esta doble obligación tiene el inconveniente de impedir al catedrático la especialización exclusiva en un dominio restringido. Pero ese inconveniente para la propia producción se hace ventaja cuando se trata de intentar tomar una cierta distancia y alcanzar una visión panorámica de la evolución en nuestras disciplinas conexas. Si a esa distancia añadimos la que nos procura el hecho de ejercer en este islote francófono de Quebec, alejados de vaivenes y ajetreos, no es de extrañar que nuestra visión resulte excéntrica, en todos los sentidos del término.

Desde esta excentricidad, las lecciones éticas arriba mencionadas adquieren una importancia que, sin negar que pueda ser excesiva, explica, si no justifica, nuestro asombro ante unas actitudes de petulancia y agresividad por una parte, y de desenfadada improvisación fantaseadora por otra, que se vienen manifestando en el campo de la filología medieval de algún tiempo a esta parte.

Ya en 1967, con ocasión de adelantar algunas notas sobre mi estudio, siempre inacabado, sobre la evolución del léxico de los sentimientos1me había permitido llamar la atención sobre lo ambiguos y azarosos que resultan los frutos de la investigación filológica medieval, aduciendo algunos curiosos ejemplos, y me atrevía a aconsejar voto de modestia a los colegas. El consejo perogrullesco de tan desconocido y marginal hispanista in partibus infidelium, basado en la sana conciencia de una ignorancia propia y personal, hubo de caer, como es natural, en saco roto.

Una de mis anuales tareas es la de iniciar en seminario media docena o pocos más aspirantes al hispanismo, en la labor de descifrar nuestros textos medievales, desde las glosas y las jarchas hasta los primeros incunables, utilizando las transcripciones y confrontándolas con reproducciones de los manuscritos disponibles. Desde hace casi veinte años, uno de los textos que así examinamos es el conservado en esos dos folios del Códice Vª 5-9 de la Biblioteca Nacional de Madrid, antes propiedad del Cabildo de la Catedral toledana, y que desde 1863 han sido objeto de cuatro transcripciones paleográficas y de innumerables ediciones más o menos críticas. La importancia de tan breve texto (±787 lexías u ocurrencias, para ser más precisos) es enorme para los estudiosos del teatro medieval peninsular, pero sus peculiaridades lingüísticas lo hacen objeto de no menor interés para los historiadores de las lenguas romances peninsulares. Esta situación crucial del texto, llamado por sus editores modernos «Misterio (o «Auto») de los Reyes Magos», lo hace particularmente controvertido.

A partir de 1954, fecha de publicación de un primer estudio de don Rafael Lapesa2, la hipótesis por él avanzada de un posible origen franco para el autor del texto ha sido abrazada o rechazada por los historiadores del teatro medieval según convenía o no a sus posiciones en la controversia irresuelta entre los defensores de la existencia de una tradición teatral en el ámbito castellano de la literatura medieval y los detractores de tal hipótesis literaria3.

Desde el punto de vista lingüístico, el texto se encuentra también -aunque no en solitario- entre las cartas que se barajan en el polémico juego de las nacionalidades peninsulares (o mejor de sus construcciones históricas), juego complicado a su vez con el de las etnias o culturas que han contribuido a la síntesis de dichas nacionalidades, y a la importancia que cada una de las componentes pudiera tener en esa magna síntesis. De ahí que la tesis mozarabista y la tesis franca en las que parece haberse polarizado la controversia lingüística sobre el Auto a partir de la nota de J. M. Sola-Solé4, vengan a situarse en paralelo con la gran polémica mantenida por Américo Castro y por Claudio Sánchez Albornoz, y atizada por las respectivas huestes, en torno a la importancia de las etnias y las culturas semíticas y germánicas en la composición de esa cristalización intelectual a la que se llama España.

En nuestras anuales revisiones del controvertido texto hemos ido acumulando, con la colaboración de nuestros estudiantes, una larga serie de notas y de observaciones marginales que esperaban una ocasión adecuada para manifestarse juntas, no siendo amigos de la dispersión en «nótulas». Al ofrecérsenos la oportunidad de contribuir al homenaje a Galmés, pensamos que la ocasión era oportuna para hacerlas públicas. Convenía no obstante verificar si en los últimos tiempos la bibliografía sobre la cuestión no se había incrementado. Al revisar la reciente reedición de la Historia de la Lengua de Lapesa hallamos la referencia a un trabajo suyo «respuesta al artículo de Sola-Solé», que debía ser publicado en una miscelánea homenaje que en los dos volúmenes publicados hasta ahora no aparecía. Consultado Lapesa sobre el caso, nos ha hecho llegar una fotocopia del original que aparecerá en el próximo volumen de esa Miscel-lania en homenaje a Aramón i Serra. Y recibimos también un artículo del hispanista suizo G. Hilty sobre el Auto5.

Hecha la comprobación de todos los puntos litigiosos considerados por Sola-Solé, Hilty y Lapesa (1982), prácticamente todas las hipótesis de trabajo acumuladas por nosotros han quedado ya señaladas en uno u otro de dichos estudios, anulando el interés que podía haber en publicarlas. He aquí, pues, los escasos comentarios aún útiles, y las consideraciones complementarias que dichos trabajos recientes nos suscitan.

Para la lectura directa de los folios 67 v. y 68 r. del códice en los que se halla el texto, utilizamos una lámina fotográfica que aparece en Textos medievales españoles (Obras completas, XII, de D. Ramón Menéndez Pidal, 1976). Hacemos uso de la edición del mismo (págs. 171-177), pero nuestras referencias numéricas son a las líneas del manuscrito, y no a los versos, cuya división no es siempre segura. El copista da un texto en el que las separaciones de versos se marcan con unos puntos que los editores no han respetado siempre, porque en ocasiones no corresponden a la división críticamente establecida6.

Folio 67 v., línea 1. Problema de rima maravila/Strela.

A los ejemplos aducidos por Lapesa (1982) podemos añadir, del Poema de Fernán González, la referencia a la estrofa 627 en donde maravella rima con donzella, ella, della, sucesivamente, y a la estrofa 479 en donde se reproduce la rima controvertida: Los moros bien sabedes que's guian por estrellas / diz que por ellas veen muchas de maravellas. Y del Poema de Yúçuf (ed. 1952) las estr. 4: Por ke [Jako ama] ba a Yuçuf por marabella / porque era niño de orella? / ...y 42: exta yex marabeja / elox te an hendido komo xj fuwexex obeja.

Esta rima anómala, junto con las demás (fembra/december; escarno/ carne; maiordo/toma) que han preocupado desde Amador de los Ríos a los filólogos que se han enfrentado con el texto, así como toda una serie de variantes gráficas (del tipo vertad/verdad, tirra/terra), así como la ausencia de uno de los componentes gráficos del diptongo, se han intentado explicar de diferentes maneras pero no nos parece que se haya reflexionado de modo suficiente en la forma de transmisión del texto litigioso. El hecho de que se hayan utilizado dos caras libres de dos folios sucesivos en un códice dedicado a copias de textos no literarios, la ausencia de los nombres de los personajes en los lugares correspondientes a cada cambio de locutor (nombres que sólo aparecen una vez en el margen del folio 68 r.), el hecho de haber transcrito el texto sin dejar los espacios entre los versos usuales en las copias de textos considerados importantes, la manera abrupta con que comienza y termina la trancripción7, así como la progresiva disminución de los espacios blancos entre las líneas a medida que el copista va acercándose al final del folio, nos aparecen como otros tantos indicios de que se trata de una simple copia apresurada y reducida a la mínima extensión posible, como si se tratase de una simple guía para ayudarse en la memorización o la relectura de un texto del que existieran copias más cuidadas, tal vez una para cada uno de los participantes en la lectura ritual.

En esa perspectiva, la ausencia de transcripción de los posibles diptongos (nótese que, a pesar de una cierta regularidad en la transcripción del diptongo uo por u y del diptongo ie por i, aparece esporádicamente una e para la transcripción de este último, y una u para la del primero: terra/ tirra, bono, longa)8 tendría una primera posibilidad de explicación en esa voluntad aparente de abreviatura y de economía del transcriptor. No se trataría, pues, de falta de habilidad del copista, que manifiesta por otra parte poseer un trazo firme, bien apoyado y de limpia factura.

En esa misma perspectiva, las demás irregularidades del texto pueden acogerse al beneficio de una duda suficiente sobre la voluntad de fidelidad y de precisión del transcriptor. A partir de esa duda primera, todas las interpretaciones hipotéticas basadas en esta copia o borrador deben de adoptar un tono de provisionalidad que cuadra mal con las actitudes tajantes y la petulancia de algunos estudiosos, que, aunque nunca gratas, serían más perdonables, por ejemplo, en una discusión sobre textos tan reproducidos como La Celestina o El libro de Buen Amor.

No entraremos a discutir algunas de las fantasías que sin mayor fundamento ha construido Hilty (como la que propone *prohico en sustitución del prohio de f. 67 v., línea 5; *mugier para sustituir a fembra, fantasías ambas nacidas de una obsesión regularizadora de la rima que nos parece anacrónica) ni en chuscas salidas como la de no suponer cedilla a la inicial de caga y sustituirla por *caca, para hacerla rimar con *faca, igualmente imaginaria frente al claro faga del ms.). En cambio sí nos parece segura la lectura de los signos diacríticos (+) del ms., que en una ocasión no indican cambio de interlocutor, sino error del copista en el orden de transcripción del texto, por lo que un strela es nacida debe leerse «es nacida un strela». Así, obedeciendo a la corrección del copista, restituimos también la rima strela/marauila, ya atestiguada en los primeros versos del texto.

Es interesante la proposición de Hilty: Venga mio maior [dome] qui mios aueres *tome, pero tiene la desventaja, sobre la tradicional, de exigir la corrección del toma del ms. para recuperar la rima.

En cuanto al pareado de los vv. 133/34 (fol. 68 r., ls. 26-27) ofrezco la proposición hecha por una de mis estudiantes graduadas según la cual, dicho podría reemplazarse por decido (como veída en el v. 100). Responde, como tantas otras propuestas, a la inevitable preocupación por hacer desaparecer todas las rimas anómalas. En ese extremo de la obsesión, se puede ir hasta la hipótesis de que el texto todo él no es más que una traducción de un original rimado en otra lengua romance, y para el que el traductor (que puede ser el autor mismo, o no) no ha encontrado solución válida.

No hemos visto que se haya señalado la curiosa variante celestrial (v. 66 y 71, fol. 68 r., l. 4) en la que se observa y confirma la contaminación de la r de astrum en el campo semántico de la astrología, que ya se propuso para explicar la r no etimológica de estrella.

En fin, y desde un punto de vista sintáctico, nos permitimos llamar a la atención de los estudiosos el pareado quanto i a que la uistes... que nos permite, además, releer el v. 98 Tredze dias i a... Igualmente interesante es la sintaxis de los versos 108 y, sobre todo, 112, en el que las necesidades de la rima no son argumento para justificar tal inversión.

Por lo tocante a los vv. 120-126, Lapesa (1955) propuso reducir 121-22 y 123-24 en dos versos, con lo que la rima quedaría restituida, al desaparecer los dos versos libres de rima 121 y 123. Con ello se homogeneizaba la lectura de 125/26, versos de catorce sílabas. Dadas las características del texto, no nos parece demasiado descabellada la proposición contraria, a saber que los versos 125/26 se dividan en cuatro, con lo que se mantendría el isosilabismo aproximado de todo el texto, a expensas de las exigencias de una rima que, por otra parte, tan frecuentemente se nos presenta violada en el texto.

Tras de este breve repaso a algunos puntos de los varios en litigio sobre la lectura del llamado «Auto de los Reyes Magos», se incrementa aún en nosotros la sensación de estar trabajando en el dominio más aventurado de la filología medieval, y la convicción de lo provisional, fragmentario y altamente improbable de todas las hipótesis. Por ello todavía nos resulta más sorprendente la actitud perentoria y tajante de los comentos de Sola-Solé, y el dogmatismo de sus enjuiciamientos, que contrastan con la actitud prudente y matizada de Lapesa (1955) quien, a pesar de aportar un voluminoso e impresionante corpus de nuevos datos en su reciente trabajo (1982) que apoyan sus presunciones anteriores, no modifica el tono prudente que acompaña su argumentación. Contrástese la mesura de su respuesta con la alevosa agresividad del texto de Sola-Solé, de la que daré sólo un ejemplo bochornoso. En la página 21 de su nota atribuye dos veces a Lapesa la paternidad de la afirmación según la cual no se han documentado en catalán formas oscilantes de -a/-e en época anterior al Auto («según él»... «la premisa de R. Lapesa») y solamente luego, cuando la atribución de tal afirmación «se ha convertido ya en la mente de muchos críticos en certeza absoluta» (utilizo las mismas palabras que Sola-Solé emplea en su castillete de malicias) nos dice que tal afirmación Lapesa la apoya en un testimonio de J. Corominas. Así, la afirmación de Lapesa queda, a la más favorable de las luces, como anterior a una afirmación de Corominas, cuando de hecho, lo que Lapesa hace en 1955 es: 1.°, avanzar la posibilidad de que la existencia de igualación de -a y -e finales en ciertas regiones catalanas venga a confirmar el origen «franco» del fenómeno; 2.°, matizar: «pero según me comunica don Juan Corominas, no hay muestras válidas del cambio [...] hasta época posterior al Auto, lo que sin eliminar la posibilidad de que en éste haya catalanismo, la dificulta notablemente» (1955:51). (El subrayado es nuestro.)

La mala fe y la agresividad que se manifiestan, voluntaria o involuntariamente, en el texto de Sola-Solé son concluyentes, y nos llevan a reanudar en nuestras consideraciones introductorias de cómo, so capa de una controversia estrictamente científica y filológica, se propagan las virulentas consecuencias de un antagonismo nacionalista fustigado en cuarenta años de brutal y represiva política franquista, por la que pagan justos y pecadores. Así ocurre que, en vez de intentar aprovechar todos los datos disponibles y contribuir con nuevos aportes provisionales a un progresivo intento de entendimiento de un documento lingüístico y literario de tan crucial importancia, se procede, a partir de un prejuicio ajeno al problema científico, a torcer, rechazar o camuflar sistemáticamente los escasos y preciosos datos con tanta paciencia reunidos para hacerlos servir a la confirmación de prejuicios acientíficos.

No se nos escapa que, frente a tal empecinamiento, será inútil terminar advirtiendo que quien suscribe, como su apellido indica, es de origen catalán, da regularmente un curso de introducción al catalán y ve con buenísimos ojos cualquier afirmación de las idiosincrasias culturales y nacionales que se enfrenten valientemente a las actitudes imperialistas y colonialistas de tan viejas raíces en nuestro mundo. Pero del mismo modo se permite advertir de lo terriblemente fácil que resulta pasar de la reivindicación nacionalista frente al opresor a un expansionismo imperialista, del que Castilla es uno de nuestros viejos ejemplos peninsulares (que reemplazó a León por otro más fiero león), pero no el único, ni, hélàs, el último. Se nos dirá que, en este trabajo que terminamos, y a semejanza del legendario Duguesclin, si no quitamos ni ponemos rey, por lo menos ayudamos a nuestro señor y maestro (que ni lo necesita ni lo solicita). Pero con eso también podemos terminar como empezábamos, homenajeando a Álvaro Galmés quien, en aquellos años cincuenta, protagonizó un honroso paso de Duguesclin de imperecedera memoria.





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